Frío

Capítulo 11: Estar vivo

Para cuando baja, ella ya ha acabado lo que tuviera que hacer en el invernadero, y pasea por el jardín. Se ha parado a charlar con Molly, y con Remus, y a desayunar. Como si no tuviera prisa por bajar. Tampoco se ha quedado mucho, para que no lo tomaran por maleducado, y pensaran que quería no bajar, y estaba haciendo esperar a Ginny expresamente. No. Sólo lo justo para que no se notara su prisa.

Así que se la encuentra paseando en el jardín. Lo ve acercarse de lejos, sólo un poco después de que él la haya visto a ella, y se queda en una zona a la sombra, cerca de un banco, mientras él baja las escaleras, y cruza la entrada. Parece aburrida, con los brazos cruzados y la vista perdida entre las colinas de delante. Aburrida, y algo hosca. La distancia que los separa se le hace muy larga, pero le parece que correr no sería apropiado. Lo peor es tener tiempo para pensar cómo saludarla. Un beso en la mejilla, decide. Y que sea lo que dios quiera.

Un beso en la mejilla. Bastante inseguro, e incómodo. La sonrisa de Ginny, cansada y poco sincera, lo descoloca, nada más llegar, y no le sale bien. Enseguida se sientan en el banco. Ella sigue mirando las colinas, y él la mira a ella. Intentando que no sea demasiado intensamente.

-No te esperaba aquí –le dice, después de los saludos, con una sonrisa irremediablemente enamorada.

Ella se encoge de hombros y le sonríe, sólo un instante.

-Mamá insistía en que viniéramos a ver cómo estabas. Estaba preocupada por ti, porque nadie te menciona, ni nada, y aquí no debe de haber nadie, en verano. Que qué comías, que si ya descansabas, que te ibas a volver loco, tú solo aquí... Ya la conoces.

Harry asiente, y su vista se desvía también al paisaje.

-Estoy bien. Esto no es tan horrible.

-Lo sé. Debes de estar tranquilo, como a ti te gusta.

Vuelve a asentir, y se muerde los labios.

-Tu madre quiere que vaya a vivir con vosotros.

-No te preocupes –le responde ella, sin mirarlo, cómoda, tranquilamente.- Es como una gallinita, le gusta cuidarnos a todos. No te sientas obligado para nada. Es normal que quieras irte a vivir solo, buscarte una casa, y eso.

Buscar una casa. Eso mismo. Así que el paso estaba claro para todos menos para él. Santa paciencia tiene que tener consigo mismo.

-Es bonito que quiera que viva con vosotros.

-Ya se lo diré, si quieres, aunque puedes agradecérselo tú mismo.

-Sí, sí –aclara, con un gesto con la mano.- No lo decía para que se lo agradecieras de mi parte. Sólo que... es bonito.

-Sí. Es así, mamá.

Duda un momento, y sigue hablando sólo por no callar.

-Tienes suerte de tenerla.

Ginny lo mira, y él vacía su cara de expresión. Que no piense que lo ha dicho por hacerla sentir culpable por no tener él madre. Que no lo piense. No iba para nada por ahí, lo ha dicho por decir¡lo ha dicho por decir!

-A veces –acaba por responderle.- Ya la conoces.

Podría ponerse obtuso e insistir, que si Molly es así, o los Weasley son asá, pero ve que no merece la pena. Es sólo llenar el silencio, no vaya a ser que digan lo que él no quiere decir. Y, para eso, mejor se calla.

Hasta que no aguanta más el silencio, claro.

-¿Estáis todos bien¿Ron¿Los gemelos¿Percy...?

-Sí, sí, todos bien. Percy también, aunque tiene mucho trabajo, estos días. Pero bueno, ya le gusta. Es lo suyo. Se siente importante. Y Ron y Hermione están bien, también, y te envían recuerdos. Que vendrán cuando sea todo más seguro. Casi no salen de casa, estos días.

-Todos somos objetivos.

Ginny no responde, sólo suspira, y sigue mirando lejos. Parece cansada. Realmente cansada. Y no puede evitar pensar que allí no es donde querría estar.

-¿Pucey y tú...?

-No digas tonterías –lo corta, en seco, sin ni siquiera mirarle.- Ya te dije qué había entre nosotros.

-Será mejor que vuelva arriba –dice él, de repente, casi sin pensarlo. Sí, huye, huye, pero es que no puede más.- Me ha gustado mucho verte. Gracias por venir. Tu madre y Remus estaban en la cocina, si quieres irlos a buscar...

-No te preocupes –replica, tranquila.- Sé el camino.

-Gracias por venir –repite.- Me alegro de que estés bien.

-Yo también me alegro de que estés bien –le dice ella, y se gira y lo examina, con una mirada de arriba a abajo y vuelta arriba.- ¿Te has reconciliado con el hecho de estarlo?

Harry la mira, haciendo como que no entiende.

-¿Reconciliarme?

-Bueno, estabas decidido a morir¿no?

Se envara. Está acercándose demasiado a la llaga.

-¿Quién lo dice? –le espeta.

-Remus. Y yo estoy de acuerdo. Y todos.

-Remus es un metomentodo –dice él, entre dientes.- Un metomentodo horroroso. No le hagas ni caso¿me oyes? No sabe nada.

Ginny asiente, y le dirige una mirada demasiado incrédula para su gusto, pero en la que no entra, por miedo a que se le escape todo.

Ginny está rara. Realmente, está rara. Hace mucho que no la ve, pero... es que no le ha sonreído sinceramente ni una sola vez. Parece agotada. Un poco... hasta indiferente.

Se preocupa.

-¿Estás bien, Gin...? –le dice, flojito, y le coge la mano.

Ella parpadea antes de mirarlo, y luego mira la mano que le ha cogido.

-Claro que estoy bien, Harry. Muy bien. Muy tranquila, ahora que ya está todo pasado.

-No –insiste él.- No estás bien. Mírate. Pareces... Estás apagada. Cansada. ¿Qué pasa, Ginny¿Qué?

-Ha sido un año largo –le recuerda ella, con una mueca.- Todos estamos cansados. Estoy harta de preocuparme por todo, pero ya está, sólo es eso. A partir de ahora todo irá mejor. –Le sonríe, diminutamente, pero lo hace mirándolo, y es una sonrisa más real que cualquier otra que le haya visto hoy.- Ya está todo pasado.

-Ya no tienes que preocuparte por nosotros –le dice él, con una sonrisa llena de afecto, y alarga la mano y le acaricia la cara, muy flojito.- Ya está. – Y sonríe más, una sonrisa un poco más grande.

Ella asiente, y se gira, hacia el otro lado, sin darle la espalda, pero sí lo suficiente como para no mirarlo directamente, para que sea cómodo mirar el paisaje, otra vez. No, no va bien. Nada va bien. Y él debería de irse ahora, antes de que intente arreglarlo, y se hagan más daño. Le haga más daño. La canse más, la desespere más... No desesperada, sino desesperanzada. Así le parece. Cansada, como si no tuviera esperanza. ¿Puede ser, o ve cosas¿Gin¿Qué te pasa, Gin?

Lo mejor es que se vaya. Se gira, aún sentado. Hace amago de levantarse, mira hacia el castillo, casi deseando estar ya allí, no tener que separarse, y luego vuelve a mirar a Ginny. Duda. Se muerde los labios, y piensa en cómo están, y en cómo querría estar. Tristes. Solos. Cansados, los dos. ¿Y cómo quiere estar¿Con ella? No la merece. No debería de molestarla más, nunca más. Debería de irse ahora, y no volverla a ver...

Claro que eso es complicado. Casi imposible. ¿No volverla a ver? No se va a meter en un agujero, así que será difícil que no coincidan, cuanto menos, de cuando en cuando. Y tampoco es tan fuerte. No puede proponerse evitarla por siempre jamás, y cumplirlo. Ni por asomo se cree capaz. No. Qué va.

¿Cómo quiere estar? El Harry cansado, triste, somnoliento y herido que se presentaba en su casa a cada descanso, ese Harry sin defensas, débil y necesitado, dependía horrores de ella, y se lo demostraba cada instante. La adoraba. Vivía por y para ella. Se sentía sencillamente genial, abrazado, escondido en ella.

Si dios quiere, ese Harry no habrá de volver. Si todo va bien, no habrá más amenazas, más malvados malvadísimos, más entrenamientos intensivos que lo dejen hecho compota. Ya está. Ya no depende de ella. O, por lo menos, ya no se lo demuestra. Y, como no la necesita, ella no se volverá solícita, atenta, tan dulce...

¿O sí¿Todo aquello era por él, o por la situación¿La quiere, o sólo la necesitaba entonces¿La quiere mucho, mucho, tanto que estar sin ella hace que le cueste respirar, o, según parecen indicar los últimos días, es sólo una amiga, sin la que sigue adelante con normalidad, sabe estar solo, aguanta bien?

Inspirando profundamente, se levanta. Le da la espalda. Luego gira sobre sí mismo y se arrodilla ante ella, los brazos apoyados en sus rodillas. Acorralada, tiene que mirarlo, cosa que hace no sin reticencia. Desde abajo, él le devuelve la mirada, medio interrogativo. Qué guapa. O sea, no, no, no lo sabe, pero la encuentra justo a su medida. No la merece. La ha echado de su vida, le ha hecho daño a sabiendas, conscientemente, con regodeo, y encima con Cho, con Cho, como si no hubiera tenido bastante con todo el daño que le hizo cuando aún estaban en el colegio. Es un estúpido. Pero le sonríe, tímido, y la mira, enamorado, y los remordimientos siguen ahí, sí, pero se desdibuja su importancia. No la merece. Debería de irse. Y, si se fuera, se perderían para siempre. No es que no sea una opción. No es que no sea posible, incluso hasta deseable. Lo que debería hacer. Pero está vivo, aunque no quiera del todo, aunque, mucho, no se lo crea, y no puede irse sin más. ¿Cómo lo arreglará, si huye ahora? De alguna manera, es el momento definitivo, donde se lo juega todo. Si se da la vuelta y se va, Ginny sabrá que se rinde. Que le da igual. Que no había nada, tal y como él ha estado intentando hacerle creer. Que no es que crea que a ella le va a importar. Por lo que sabe, por lo que sería lógico, Ginny cree precisamente eso. Es probable que sea ya demasiado tarde. Que ya no pueda arreglarlo. Pero… pero tiene que luchar¿no¡Ni que sea por no tener que escuchar luego a Remus, insistiendo e insistiendo en lo cobarde y estúpido es!

Mueve las manos, y le acaricia las rodillas, cálido. Una sonrisa más grande. Ella se la responde, aunque no lo esconde, no tiene muchas ganas. Quiéreme mucho, Gin, se imagina diciéndole. Quiéreme mucho, porque yo te quiero tanto que me duele todo el tiempo que hemos pasado separados. Qué tonto soy. Qué rematadamente tonto soy, y cómo me voy a esforzar porque me perdones…

La quiere. No era la necesidad. No era el sueño, ni la tontería, ni el cansancio. Ríe, sintiéndose tonto, y la mira, y sabe que no era nada de eso. Que entonces no es que sintiera lo que no era, sino que sólo lo demostraba. Se lo demostraba. Pero... lo sigue sintiendo. Y, aunque no ha estado mal, en Hogwarts, aunque no ha sido horrible la separación... la sigue necesitando. No. La sigue queriendo. Quiere cuidarla mucho, mucho.

Ginny, ajena a todo, lo mira, molesta. Suspira. Frunce el ceño. Enfurruñada y gruñona, cómo está hoy. Le gira la cara, y mira a lo lejos. Evitándolo.

-Dímelo –le pide él, de repente, mirándola fijamente, aunque ella no lo mire a él.- Dime.

-¿El qué? –pregunta ella, evidentemente sin comprenderle.

-Lo que te hace enfadar ahora. No lo que he hecho, porque he hecho mucho, y todo mal –admite, tras una inspiración larga.- ¿Por qué, entre todos mis errores, estás así hoy?

Ella sacude la cabeza, y lo mira con extrañeza.

-No estoy de ninguna manera –le asegura, sin convicción.- Estoy bien. Y, en todo caso, no sería por ti. No has hecho nada. Y no estoy enfadada. –Una pausa, y vuelve a abrir la boca, como si hubiera recapacitado sobre lo dicho por él.- ¿Errores¿Qué errores?

-Mis errores –repite él.- Todo lo que he hecho mal, contigo, con los que más me importaban. Todo lo que he hecho al revés.

-No lo dices en serio –ríe ella, y la sorna, en su boca, es desconcertante.- Eres el héroe del momento. El salvador del mundo. ¿Qué has podido hacer mal, a ver?

Ser un cobarde, piensa, mientras la mira, con una media sonrisa, remanente de la de antes. Ser un cobarde siempre, cuando más importaba. Decidiendo morir. Dejándola sola. Apartándola.

Se da cuenta de que es su momento. De que ahora, justo ahora, que la tiene delante, que resulta que va a vivir, puede enmendarlo todo. O seguir siendo cobarde. La vida se hace día a día, pero la conducen las decisiones tomadas en momentos como ése.

Y la presión es… increíble. Como para dejarlo sin respiración un momento. Está… está tonto¿vale? Porque está claro que no puede cagarla ahora. Ahora ya no. Pero cuando lleva tanto tiempo cagándola, con un historial tal…

Vale, va. Sigamos, se dice. Se lo va a decir todo, lo va a hacer todo, y si es tarde, pues nada, pero no será por no intentarlo.

-He hecho muchas cosas mal. Y te he hecho mucho daño –le susurra, mientras le alarga la mano, hasta rozarle la mejilla.

¿Tarde? No la conmueve, para nada, que la toque. No se aparta, pero tampoco da muestras de haberlo notado.

-Harry, va, anda –suspira ella, con hastío.- No sé a qué viene todo esto, pero ¿qué daño me has hecho?

-Bueno –admite,- el daño que te he hecho, no lo sé, porque depende mucho de ti, de cómo te afectan las cosas. Y eres fuerte, y muy lista, y sabes muy bien cómo vivir tu vida. No sé qué daño te he hecho –razona- pero sí sé que cómo me he comportado. Y no te he tenido en cuenta para nada.

Ginny se muerde los labios, arquea las cejas, lo mira, desconcertada. Abre la boca para protestar, pero él no la deja. No. Se sabe lo que pueda decir. Ginny se coge a lo mínimo que él dice, y lo gira, para distraerlo y, supone, evitar el conflicto abierto.

-Sé cómo me he comportado –repite, más vehemente- y sé que no he sido coherente con lo que siento. –Lo admite. Y ya era hora, por cierto. Vuelve a su pregunta de antes, cambiando sólo un poco la forma:- Entre todo lo que he hecho mal, mentirte, evitarte, no venir a verte, no decirte cómo te quiero, dime, Gin¿por qué estás enfadada, hoy?

El humor de Ginny se dispara, claramente, por sus palabras. Primero lo mira, sin saber qué decir, impactada por su primera confesión. La quiere. La quiere. Pero enseguida recupera la compostura, para pasar a enfadarse. Se le tensa el arco de la nariz. Frunce el ceño. Se envara.

-No sé de qué estás hablando. Qué tontería. ¡No estoy enfadada!

-No –le da él la razón, sin evitar reír, suavemente.- Qué vas a estar enfadada.

La risa se le amplía un poco, sin dejar de mirarla a los ojos, y a Ginny se le contagia, un poco, a su pesar. Hace como que no, pero se le curvan las comisuras, y los puentes entre ellos, la comunicación perdida en todo ese tiempo, se restablece, rápido, familiar.

-No lo estoy –insiste, ofendida porque la haga reír.- ¡Estoy bien, Harry, no seas pesado!

-Tengo mucho que explicarte –cambia él de tema, aceptando la aseveración de ella con una mueca poco crédula.- Estos meses han sido una locura.

-Me lo imagino –responde ella, y el malhumor se le deshace, distraído.- Ahora ya está.

-Gracias al cielo –asiente él, y le sonríe, grande, enorme.- Ha sido una locura.

-Naciste para esto –le dice ella, sin entonación.- Tenías que hacerlo.

-Lo he hecho –repite él, y la mira, con las cejas alzadas.- ¿Mi vida ya no tiene sentido?

Ella se ofende un poco por la pregunta.

-Eso depende única y exclusivamente de ti. ¿Qué me preguntas, a mí?

Qué horriblemente suavón, y fácil, sería decirle que ella es el sentido de su vida. Se la imagina hasta mirándolo mal, poniéndole los ojos en blanco. Oh, no. Nunca ha sido tan cursi, y le quedaría fatal empezar ahora.

-Bueno, no sé –le replica, a la defensiva.- Lo has dicho como si lo que he hecho –curioso, que nunca le llamen por su nombre- fuera lo único que voy a poder hacer en toda mi vida. Como si fuera... lo último.

Ella alza las cejas, y sonríe, con sorna.

-Bueno, si tenemos que juzgarte por cómo te lo habías planteado...

-Pero he sobrevivido –la interrumpe, brusco.- He sobrevivido, me guste o no.

-No te gusta –pregunta Ginny, sin entonación, pero basta su mirada.

-Me encanta –confiesa él, y es el primer sorprendido por cómo de cierto es.- Nunca me he alegrado más de estar equivocado.

Ginny suspira, y mueve las piernas. Las cruza. Lo separa, al cruzarlas, sin decirle ni palabra, sólo porque no puede acercarse tanto. Y él, que capta la indirecta, se levanta, de rodillas a agachado, y se la queda mirando.

-He sobrevivido. Y tengo mucho que arreglar.

Ella asiente, y también cruza los brazos. Si no habla, se da cuenta él, no tiene dónde cogerse. No tiene por dónde seguir. No sabe... abrir sus puertas. Y tal y como está ella... sí que van bien. Sí que van bien.

-Ginny –insiste.- Gin, lo siento. Lo siento. Tienes que entender...

No tiene por qué hacerlo. ¿Por qué debería?

-Debí de explicártelo –admite, sacudiendo la cabeza.- Lo he hecho todo mal, todo mal... Debí de decirte lo que pasaba. Pero no me hubieras dejado... Los dos sabemos que hubieras intentado... ¡no sé, convencerme! Hubieras reaccionado como Remus, diciéndome a cada momento lo mal que lo estaba haciendo... Te hubieras puesto en peligro, a pesar de todo... No... no podía venir... Ni dejar que pensaras que... –Una pausa, la mira, ella lo mira a él, no dice nada, no cambia su expresión- que te quería. Que te quiero.

Inspira, profundamente, y la observa. No parece impresionada. No parece ni estar escuchándolo. El silencio se hace largo, entre ellos, sin dejar de mirarse. Y, al final, él se levanta.

-No te diré que no sea justo –murmura, con una sonrisa triste.- Quería morir, y te eché de mi vida, sin explicaciones. Te he mentido mucho. Mucho. Y ahora pretendo deshacerlo todo, y seguir como si nada. Estúpido¿eh? Es normal que estés así. Es... justo. Pero... perdóname, Gin. Perdona todo lo que te he hecho. He sido un tonto.

Y se inclina, y la besa, flojito, en la mejilla. La abraza, inocentemente. Le sonríe, contra la mejilla, y ella sigue desganada, y fría, y lejana, pero lo abraza también. Y, cuando él ya se separa, cuando ya se ha hecho a la idea, y se medio rinde, por ahora, y se va a ir, habla, alza los ojos hacia él, frunce el ceño, no enfadada, no hostil, sino intentando entenderle. Lo llama. Le extiende los brazos. Para que la abrace, otra vez. Y, al oído, le responde.

-No has venido, en todo este tiempo –susurra, con la cara escondida en el cuello de él.- Creía tanto que vendrías, una vez pasado todo... No podía esperar... Por eso... por eso estaba... enfadada.

Él sonríe, muy flojito, y se sienta a su lado, sin dejar de abrazarla.

-Lo siento. Lo siento, Gin. Estaba hecho un lío. Estoy hecho un lío. No quería ni pensar en ti, mucho menos verte. Todo era tan... doloroso, haber estado mal contigo, para al final no servir de nada...

-Lo siento –repite ella.- Lo siento. Es que ha sido tan difícil. ¡Y ver que no acababa! Esperaba tanto que volvieras ya...

-¿Y perdonarme¿Me hubieras perdonado¿A pesar de todo?

Ella se separa un poco, y le sonríe, con expresión triste.

-Supongo que sí. Ya... ya sabía lo que estabas haciendo. Más o menos.

Harry arruga la nariz, la besa otra vez en la mejilla, y pone los ojos en blanco.

-Me encanta. ¿Sabías qué planeaba...? Tanto rollo¡para nada¡Si lo sé, te lo explico!

Ginny ríe y mira hacia el castillo.

-¿Te parece que vayamos? –le dice, con un gesto.- Mamá y Remus deben de estar preguntándose qué tal vamos...

-Sí –suspira.- Vamos, anda. –Pero, antes, se vuelve a acercar a ella, y la mira a los ojos, fijamente.- Perdona no haber venido enseguida. No es que no me importes. De verdad. Te lo prometo. Nada me importa tanto como tú. –Y la vuelve a besar en la mejilla.

-No pasa nada –cede ella, con una sonrisa tímida.- Me alegro de que hayas decidido quedarte con nosotros, y no morirte.

Y se levantan, y él le pasa un brazo por los hombros, y caminan, muy despacio, hacia el castillo, en silencio, pero cómodos, un poco apoyados el uno en el otro.

-Gin –acaba por llamarla él, mientras contempla el umbral de la puerta, que están a punto de cruzar.- ¿Crees, entonces, que podríamos empezar de nuevo¿Hacerlo bien?

Ella lo mira, y sonríe, y luego mira hacia la puerta, que él observa.

-No lo sé. Supongo que podemos, si queremos.

-Y ¿quieres?

-Me gustaría –dice, en voz baja, y su sonrisa se hace más amplia.

Y Harry, feliz, asiente, y la mira. Sigue hecho un lío. Sigue siendo el que quería morir, y el que lo hizo todo al revés, y el que la dejó tirada. Pero... pero está vivo. Y, mirándola, viéndola sonreír, no con todo olvidado, pero sí perdonado, viéndola a su lado, tocándola, la posibilidad de una segunda oportunidad le parece que lo sobrepasa. Que podría hacerlo estallar. Que es feliz, feliz, feliz...

Y, sin avisarla, sin darle tiempo ni a registrar sus movimientos, que para algo tenían que servirle los reflejos de seeker, se gira, la estira hacia sí y, a la vez, a un lado, hacia la pared. Y antes de que choquen contra ella, pero en el mismo movimiento, la rodea por la cintura, pone un pie entre los suyos, para dirigirla mejor, y la besa en los labios, incómoda, desacostumbradamente al principio, en los momentos que ella tarda en reaccionar, y luego, sencillamente, con ganas, con muchas ganas, con todas las ganas acumuladas de meses, años, una vida. Y ella ríe, cuando su mano abandona su espalda, y él ríe, en respuesta, y sus besos se vuelven explícitos con el deseo, y, por alguna razón, estar besándose, así, en terrenos de Hogwarts, le parece, de repente, gracioso, e irónico, y ella se contagia, y acaban riendo, abrazados, apoyada ella en la pared, y él, muy apretado, contra ella.

-Te quiero –le dice él, entre inspiraciones cortadas, cuando la risa cede, mirándola fijamente.- Y es increíble que, después de todo, seas mi recompensa.

-¿Increíble porque te lo mereces, o porque no? –pregunta ella, juguetona.

-No lo sé –admite él.- ¿Te merezco?

Ella sacude la cabeza.

-Eso no importa –le dice, y lo besa, corto, sonriente,- porque te engañas: la recompensa eres tú, para mí.

-¿Y me quieres como recompensa¿A mí¡Puedes hacerlo mucho mejor, Gin! –le asegura, sincero, pero riendo.

-Lo sé –concede ella, serena, sin entrar en el tono de broma de él- pero te quiero a ti.

-¿Me quieres? –repite él, serio, y sin respiración.

-Te quiero.

Y lo vuelve a besar. Y él... flipa, porque que le haya salido bien, después de todo...

Pero tiene muy poco tiempo para ceder a la sorpresa, antes de que ella se haga con todos sus sentidos y todos sus pensamientos, quizás para siempre.

Es la mejor sensación del mundo, notarla, sentirla, olerla, respirarla, besarla y tocarla.

Es estar vivo. Estar vivo. Y ¡vaya si lo está!

Fin