El cuerno de plata

La batalla que libró Boromir justo antes de partir al Concilio de Gondor

Todos los personajes principales pertenecen a JRR Tolkien. Los personajes secundarios inventados para este fanfic tienen nombres tomados del Silmarilion

Capítulo 3 "En el pantano"

Boromir tuvo que hacer un alto para dar descanso al animal. Ya había perdido de vista a los orcos hacía una o dos horas. En la carrera Boromir había creído oír trompetazos de respuesta a los de él, y supo que sus hombres lo seguían.

Con grandes precauciones caminó semiagazapado, retrocediendo, tratando de oír y ver en el silencio y la oscuridad. Al rato se percató de la proximidad de un grupo de orcos que habían acampado también y se acercó a ellos.

Los orcos discutían. Algunos querían seguir, pero en la oscuridad no podían rastrear a Boromir y mantenerlo a la vez separado de la escolta. Éste, observando los orcos de cerca, distingue un emblema que se desconocía hasta el momento y no sabe a qué atribuir: una mano blanca.

Intentó rodear el campamento e infiltrarse en silencio. De pronto sintió un ruido atrás de él. Un orco se le abalanzó, pero Boromir lo decapitó con la espada. El ruido provocó el movimiento de los demás y tuvo que volverse. El campamento orco se revolvió y finalmente todos se quedaron velando, haciendo imposible de este modo nuevas tentativas de infiltración por parte de Boromir, que se aleja de mala gana.

Después de un descansar unas escasas horas parte, cuando todavía es de noche. En el pantano no podía avanzar muy rápido ni hacer maniobras de escapatoria y se limitó entonces a intentar alejarse. No obstante los orcos también salieron temprano y Boromir notó pronto que le seguían.

La persecución continuó todo ese día. El terreno no traía cambios y la situación del día anterior, por lo tanto, se mantuvo. Boromir empieza a sentir hambre y sed; en un arroyo un poco más limpio encontró un poco de agua. Sabía que los orcos lo seguían en tres grupos, uno detrás y dos por los flancos. Durante el resto del día se afanó tratando de llegar a lugares más altos y firmes pero por el momento el terreno pantanoso no daba señales de terminar.

Al caer la noche las cosas no habían variado mucho. Boromir solo desmonta cuando ha pasado más de una hora de que es noche cerrada y ya prácticamente nadie puede avanzar. Entonces, en vez de tirarse a descansar o acercarse a los enemigos, cortó una rama y empezó a tantear el terreno en derredor de él. En un momento se arrancó una tira de tela de la capa y la deja amarrada a una raíz. Se incorpora de golpe y saca la espada al oír que alguien se acerca, pero abandona la posición defensiva cuando ve quién es.

¡Nealeth¿Qué haces aquí¡Los orcos podrían atraparte!

Señor, usted se expuso a un peligro mortal, por segunda vez, para salvarnos…Una vez que vi el rumbo que usted tomó, me propuse seguirlo y ayudarlo en cuanto dejara mi familia a salvo. El pequeño servicio que le pueda prestar, por favor acéptelo. Quizás le sea útil la ayuda de un arco certero y, por el momento, presumo que no debe haber encontrado comida.

¡Gracias! –Boromir comenzó a devorar lo que Nealeth le había alcanzado, un pan con un relleno que le supo excelente. -¿Cómo has hecho para encontrarme sin que los orcos te capturen?

Conozco esta zona muy bien y puedo desplazarme por ella muy rápido, y pasar desapercibido además. Sus hombres también le siguen, pero no pueden sobrepasar a los orcos, que van dejando sucesivas emboscadas.

¡Mis hombres las atravesarían como la espada surca la niebla!

Así hacen, pero les consumen tiempo. La contrapartida es que el número de enemigos se reduce.

¿Has visto tú alguno de esos combates¿Caen también nuestros hombres?

En el encuentro que vi más de cerca, apenas sufrían alguna contusión.

Pues ya va siendo hora entonces de que nos unamos a los amigos. He estado tanteando el terreno.

Lo he visto. Si me dispensa, no se ha hundido de pura suerte.

Pues yo no creía que lo estuviera haciendo tan mal–. Boromir estaba un poco picado, pero reconoció: –En fin, tú conoces el terreno. ¿Cómo podemos aprovecharlo para burlar a los orcos?

Boromir y Nealeth pasaron las siguientes horas recorriendo el pantano a la débil luz de una luna menguante y ocasionales fuegos fatuos. Boromir tuvo la oportunidad de admirar el ligero paso de su compañero entre los traicioneros fanguizales que a él le costaba tanto trabajo atravesar. Dejaron varias marcas discretamente colocadas en distintos puntos. Ya cerca el amanecer, descansaron apenas una hora.

Luego de tan breve reposo, se incorporaron, todavía a oscuras, y se dirigieron en silencio hacia donde debían estar los orcos. Encontraron pronto el campamento de un grupo y observaron cuatro altos centinelas. Boromir se encaminó al más cercano, procurando no ser visto todavía hasta no estar lo más cerca posible.

El orco, un sujeto alto y corpulento, distinguió de pronto el olor, distinto a los vapores del pantano. En un primer impulso fue a buscar entre los matorrales, pero cambió enseguida de idea y retrocedió varios pasos. Iba a llamar a otro centinela, pero una flecha le atravesó la garganta y cayó con una tos seca.

El centinela más cercano escuchó el ruido y, al no ver a su compañero, se agazapó llamando a los otros dos. Estos acudieron prestamente, pero ninguno llegó. Uno cayó bajo un mandoble de Boromir y el otro recibió la segunda flecha de Nealeth. Ahora el campamento comenzó a revolverse con los aullidos que el centinela logró emitir antes de enfrentar a Boromir.

Se abalanzó sobre él con su inmensa alabarda, pero Boromir esquivó el feroz golpe y le hundió la espada en el pecho. Aún se acercó más al campamento y de dos mandobles derribó otros tantos enemigos, antes de virar la espalda y emprender la carrera. Nealeth, que había realizado entretanto varios disparos con mortíferos resultados, lo esperaba y ambos subieron a sus cabalgaduras. Antes de emprender un trote pausado, Boromir emitió el potente y orgulloso sonido de su cuerno.

Viendo la codiciada y provocadora presa casi al alcance, los orcos se apresuraban en la persecución. Cuando los primeros caían en los oscuros charcos a los que los llevaba su precipitación, los de atrás los pisoteaban, usándolos de puente, para caer más adelante en otras arenas movedizas, entre nuevas maldiciones y aullidos de angustia. Les costaba trabajo seguir a Boromir y su compañero, que parecían seguir una caprichosa trayectoria dando zigzags pero, cada vez que pretendían acercárseles por un camino más directo caían en nuevas tembladeras. Boromir hacía sonar su cuerno a intervalos y Nealeth hacía algunos letales disparos que los orcos no podían responder por la precipitación de su carrera y la rapidez con que los hombres entraban y salían de su vista entre los matorrales.

Los caballeros de la persecución, entretanto, aceleraban el paso. Ya se habían puesto en marcha cuando oyeron los trompetazos de Boromir y ahora se animaban e intentaban avanzar tan rápido como les era posible. Los orcos más retrasados empezaban a sentir la furia de sus espadas y a dispersarse, cuando no a emprender una huída franca.

Los orcos de la delantera, en cambio, vieron a Boromir y Nealeth tan cerca que se abalanzaron en masa sobre ellos. Sin embargo, éstos emprendieron un rápido galope por un estrecho corredor hacia el este, más propio de camino firme que del pantano, dejando muy atrás a los enemigos. En cierto momento giraron hacia el norte y se alejaron en esta dirección, antes de volverse de frente al oeste y cabalgar de nuevo en esa ruta. Pocos orcos había en este otro corredor, y los que no se arrojaron a los costados fueron muertos por los guerreros. El cuerpo principal de orcos, viendo la inutilidad de intentar salirles al paso por las tembladeras que se interponían en esa dirección, se dividió entonces en dos cuerpos, para realizar un movimiento envolvente.

El grupo que retrocedió no llegó muy lejos. Los sonidos del cuerno de Boromir indicaban claramente la dirección que llevaba a los caballeros de su escolta, que embistieron a los orcos, matando y dispersando a los que se interponían entre ellos y Boromir, quien pronto se les unió entre el ardor de la batalla y el regocijo de la victoria. Los orcos sobrevivientes se dispersaron, huyendo en distintas direcciones.

Los hombres tenían solo heridas de menor cuantía, y fueron curadas rápidamente por los que tenían habilidades en este menester. A continuación debatieron sobre el rumbo a tomar.

El ejército no ha debido detenerse-señaló Boromir. -¿Cómo podríamos reunirnos inmediatamente a él?

Hacia el sur no hay paso, señor. Deberíamos retroceder al menos un par de jornadas para poder dirigirnos hacia el camino que ustedes seguían.-informó Nealeth.

Con el riesgo de encontrarnos más orcos y un atraso enorme. ¿Hay camino hacia adelante?

Queda poco del pantano. Luego se puede atravesar las montañas de Emyn Muil por ciertos senderos y llegar al mismo Morannon.

Adelantándonos y sorprendiendo al astuto Curumir- remarcó Boromir. –Si todos están de acuerdo, tomaremos esa ruta.

El ejército de Faramir había corrido su campamento hacia una posición más replegada. Allí no podían ser cercados, a causa de las malas condiciones del terreno a los flancos y a su retaguardia tenían un camino por el cual, si bien una retirada sería extremadamente riesgosa, podían llegar los amigos si eran avisados oportunamente y si Faramir resistía el tiempo suficiente. Los soldados observaban atentamente el terreno por el cual se acercaría el enemigo.

Delante del valladar que protegía el campamento, se extendía una estrecha llanura que se ensanchaba paulatinamente. Estaba flanqueada por pequeñas colinas al norte; detrás de estas ondulaciones, sobrepasándolas mucho en altura, pero separadas por valles intermedios, montañas mayores. Al sur se alzaban las feroces montañas de la frontera de Mordor.

Los guardias avisaron del acercamiento del enemigo. Los arqueros se aprestaron y, a la orden de su capitán, dispararon causando confusión y muertes en las filas enemigas, que se replegaron parcialmente.

A continuación empezaron a caer sobre los hombres de Gondor proyectiles de ingenios arrojadizos. La caballería hizo una salida. Incursionando entre las filas enemigas, destruyeron un par de catapultas. El combate trabado en campo abierto era, no obstante, desfavorable para los eorlingas y Faramir ordenó la retirada.

En el campamento vieron el resto de las malas noticias, en el cuerpo del malherido corcel que había llevado el primer mensajero hacia Ithilien y ni rastros del jinete. Pocos sabían del envío del segundo mensajero, y Faramir mismo dudaba de la utilidad de su acción. Los guerrreros volvieron a encarar el ataque desde la empalizada.