Justo cuando se creía que las oportunidades habían derrotado a las coincidencias...
Dedicado especialmente a Patricia González Ponce.
Porque la realidad a veces puede hacerse historia…
Y las escenas se ven mejor cuando han sucedido…
Aparte inicial – Un espiral de muerte
Grissom se encargó de hacer las fotografías desde todos los ángulos. La cama revuelta y la desnudez del cuerpo de la mujer revelaban que hubo actividad sexual previa. Aunque las observaciones y las conclusiones siempre estaban sujetas a evidencias físicas, no a conjeturas. De recolectar lo necesario para empezar a seguir la pista se encargarían sus pupilos que, tras órdenes, habían esperado afuera, junto con el personal uniformado de la policía de Las Vegas que se movía aprisa interrogando testigos y alejando curiosos.
El criminalista más joven del séquito de Grissom, Greg Sanders, hubiese pasado perfectamente en el último grupo por su pinta estrafalaria. Sin embargo, estaba del otro lado de la cinta, con la suficiente madurez para encarar un caso anodino en la historia de la muerte en la ciudad del pecado. Con el ímpetu suficiente para esperar a que su jefe, supervisor, mentor y sobre todo, modelo, dejara la escena y le permitiera entrar.
Sofía Curtis, una mujer con mucho más experiencia que Sanders en el campo, estaba molesta, cruzando de un lado para el otro. No podía entender las razones que la llevaron a acudir a aquel llamado. El turno estaba a punto de terminar, y un caso como ese no iba a hacerle ascender en su nivel. Ni mucho menos, volver a ganarse lo necesario para obtener la capitanía de alguno de los dos turnos del laboratorio de criminalística. El ser la "nana" de Gil Grissom, nunca le había venido en gracia, y menos en momentos como ese en el que el famoso entomólogo se apañó el crédito encerrándose a solas con el cadáver para entablar la clásica charla con la muerte.
Momentos después, la puerta se abrió y el renombrado criminalista asomó la cabeza seguida de su torso y piernas. Con una de sus manos, se peinó la barba cada vez más cubierta del tono neblina de los hilos plateados que representaban su edad. No dijo nada, como siempre, y con un paso adusto, se encaminó hasta su coche desde donde le dijo a Greg –Te encargas de la cama.
El joven criminalista asintió con la cabeza echando a la mano su caja de trabajo y penetró en la habitación.
Sofía se quedó esperando en vano una indicación hacia ella. Pero el supervisor desapareció con su cámara llena de unas cuantas fotografías del lugar. Si ese era el momento, no le quedaba ninguna duda.
-Maldición – dijo rechinando sus dientes y se enroscó su rubio cabello en una desordenada coleta antes de penetrar. Si era una buena criminalista sabía que si a Greg le había tocado la habitación. Un mugroso y maloliente sanitario la estaría esperando.
Al otro lado de los recuerdos
Había acabado de hacer su maleta; no necesitaba llevar mucho consigo; aunque se iría, no estaría tan lejos, no le importaba si tenía que volver a medio tiempo, al final, incluso esperaba y anhelaba aquella posibilidad.
Ya había pasado tiempo, y aunque no podía encontrar el lugar que tenía que ocupar y seguía a la deriva; al menos ya podía dejar escapar las lágrimas cuando en realidad necesitaban salir.
Quizá esas fueron las razones que la impulsaron a alejarse.
Mientras depositaba sus últimos artilugios en un bolso de mano, alguien llamó al timbre. Extrañada, se acercó al visor pero no vio a nadie afuera, y al no encontrar respuesta con su voz, se detuvo antes de abrir la puerta.
Aunque su curiosidad pudo más.
En el suelo yacía un juguete, un pequeño pato vestido con un delantal de laboratorio que la miraba mientras batía sus alas mecánicamente con un sonido de feria. Había sido suyo alguna vez.
Su primera reacción fue de sobresalto. Un recuerdo vivo cruzó por su mente. Ella no había cambiado; al menos no lo notaba, aunque no podía verse desde afuera desde hacía tiempo.
Sonrió al imaginar quien estaba tras todo esto y luego, mirando hacia un pasillo aparentemente desierto dijo – Vaya, es un poco tarde para almorzar no te parece?
Detrás de una planta de sombra que ella mismo había plantado cerca de su pórtico, salió una silueta que también esbozaba una sonrisa. Tal como ella podía recordarla antes.
– Si, han pasado 8 años, 9 meses y 15 días1 – le dijo Nicole Caine caminando para levantar el juguete que había terminado su espectáculo. Con el pato en la mano, lo echó a su bolsillo y volvió a decirle – Te gustan los números, yo todavía los aborrezco, pero hice un esfuerzo para saludarte.
-Todavía me gustan muchas cosas que solíamos hacer – dijo ella con una mueca que de inmediato fue comprendida por Nicole
– Te dije que no debías esperar nada, traté de mostrártelo, pero no quisiste verlo.
-Ya no hay spaghetti – gruñó ella para evitar otra retórica – Se terminó hace mucho tiempo.
-Sabía que debía prever esto – dijo Nicole sonriendo como si nada hubiese sucedido.
Hubo un momento de tenso silencio hasta que ella optó por dejarla entrar – Adentro! – le dijo casi como un dictamen y abrió completamente la puerta.
Nicole pasó gustosa a aquella máquina del tiempo, era como verla de nuevo en su pequeña habitación del campus. Aunque fuera un departamento, ahí estaba todo lo que podía recordar, incluso esa mirada triste que vio cuando se dio cuenta de que se estaba quedando sola.
Antes de que el mismo pasado la atacara con imágenes, prefirió echarle mano a lo más visible de la sala, la maleta.
-Cómo, te vas? – le preguntó
-No siempre tú serás la de la vida secreta – contestó sonriendo – Pero de todas formas me queda algo de tiempo para un bocadillo, qué opinas?
Sara Sidle y Nicole Caine se habían conocido tiempo atrás en Berckley, aunque no eran colegas directas, sus carreras eran afines lo que les daba tiempo para aprender la una de la otra. Así, solían compartir sus labores y aficiones. Para Sara, Nicole era un refugio, alguien con quien podía contar y con quien solía ser espontánea. Nicole sabía del "amor platónico" de Sara hacia su tutor y hoy supervisor, y no se tardó en hacerle el reclamo particular.
-Cómo es posible que dejaras un prometedor futuro en San Francisco porque él te lo pide. No tienes remedio, siempre harás todo por complacerlo. Y él permanece ausente sin darse cuenta de lo que vales.
-Yo valgo por mí misma no por los demás, eso no tienes porque repetirlo; además, sabes que me gusta hacer esto. Por cierto, aún te tienen esclavizadas tus partículas?
-Son parte de mi vida, pero no mi vida entera, tú conoces como manejo mis asuntos.
-Demasiado – dijo Sara bajando la cabeza.
-Oye, ya habíamos hablado de eso, no tienes porque recalcarlo en cada oportunidad que se presenta.
-Pero tú no puedes aparecer de la nada y con una sonrisa como si todo fuera un juego. Nicole creí que podías entenderlo.
-Yo creí falsamente eso – le dijo Nicole – Pero cuando te vi corriendo para no cruzarte con mi cara y ofenderte porque no participaba de tus planes, entonces, me di cuenta que esperabas demasiado de alguien que no puede dar nada.
-Me diste tiempo, algo que muy poca gente hace. Y te preocupaste por mí cuando yo necesitaba que se preocuparan. Claro, de un momento a otro todo eso dejó de importar, porque como todo el mundo dice, las cosas que vienen, tienen que irse alguna vez.
-Sabes que eso jamás salió de mi boca y que tus versiones son diferentes a las mías.
-Lo único que sé es que mi vuelo sale en menos de dos horas – dijo Sara en tono cortante.
-Bien, muy bien, fue grato volver a verte Sara – le dijo Nicole sacando de su bolsillo el juguete y una invitación – Esto es tuyo – de ese modo, se dio media vuelta y salió de la casa de Sara y de su vida.
Preeliminares
-Hemorragia petequial – dijo Robbins observando las pupilas de la víctima – Hay marcas de cuerda alrededor de su cuello lo que concuerda que la asfixia fue provocada cuando su cuerpo soportó todo su peso sobre la viga. No hay signos de violencia sexual aunque la penetración no se hizo por vía natural, sino, con un instrumento desconocido que le provocó un espasmo de la pared uterina.
Grissom levantó una ceja tratando de comprender – Hay algo más en el cuerpo Al?
-Una marquilla, quizá una herida que se hizo al colgarse del techo, pero conociéndote, quisiera que me des una opinión al respecto.
Grissom tomó la lupa y se acercó hacia el abdomen de la víctima; en efecto, había una minúscula herida de la cual no alcanzó a brotar más que un hilillo de sangre formando un halo. Luego de observarla y palparla detenidamente se atrevió a decir – Es demasiado regular para ser una herida accidental, parece tallada.
Ahora era Robbins el desconcertado, nadie que pretenda colgarse iba a hacerse una herida por su propia cuenta, suficiente era el hecho de ver como te ahogas mientras tu cerebro se adormece.
-Imposible – dijo finalmente – Sigo considerando que ella debió tropezar con algo que la lastimó.
-Había un círculo tallado con sus prendas – dijo Grissom sin importar la opinión de su amigo – Nada empieza ni termina, todos los círculos tienen una frecuencia y periodo, y cuando se unen, todo vuelve a ser. – con estas palabras, esbozó una sonrisa y le dio las gracias al doctor caminando hasta la puerta, no sin antes cerciorarse que el cadáver recibiría la mejor de las atenciones, en tóxicos, huellas, marcas, y sobre todo, historia.
-Divirtiéndote? – le preguntó Hodges a Sofía quien estaba clavada sobre la pantalla del ordenador con señas de estar demasiado fatigada.
-Si no tienes nada en concreto, es mejor que desaparezcas de mi vista – le dijo ella sin levantar la mirada.
-Me pagan por trabajar, así sea con ustedes – respondió Hodges en tono irónico mientras le estiraba una carpeta con unos resultados – Tu prueba de absorción – dijo – El polvo extraño que encontraste en la bañera resultó ser asbesto.
Sofía levantó la cabeza para mirar de frente a su interlocutor con un rostro de sorpresa – Asbesto?
-Prohibido en la mayoría de los estados, provoca cáncer por su exposición continua, las construcciones deben ser de una antigüedad de más o menos 20 o 30 años para tener aún vestigios de asbesto.
Sofía quedó pasmada al escuchar aquellas palabras. Por más desagradable que haya sido. Aquel motel de carretera no podía tener más de 10 años encima.
-He elaborado una lista de las construcciones más cercanas al motel que se encuentran en ese rango – prosiguió Hodges haciendo que se dibujara una sonrisa en Sofía – También están en la carpeta, al igual que los usos alternos y las últimas ventas de asbesto hechas en el transcurso de esta semana.
-Y eso a cambio de? – le dijo ella al ver la "molestia innecesaria" que se había tomado el encargado de rastros.
-Una cita – dijo él y, sin darle tiempo para que respondiese, prosiguió – Mañana, tienes libre, yo también, así que es un trato.
Sofía intentó replicar, pero ya era demasiado tarde, porque Hodges ya se había esfumado de su presencia con una gran sonrisa.
Lo había encontrado bajo la cama, tenía todo lo que su ingenio podía proporcionarle. Una funda de madera de roble totalmente tallada, demasiado elegante, y lo mejor, repleta de DNA. Lo corrió personalmente en el CODIS sin obtener nada. Lo único que pudo determinar, fue, que al igual que el 73 de los vestigios que encontró en la cama, eran XX. Probablemente de aquella desafortunada Jane.
Aunque la forma como estaban revueltas las sábanas y una caja de preservativos sin abrir abrían la posibilidad de que la fiesta no haya sido tan privada como parecía.
Si bien existían muchas evidencias que procesar y clasificar encontradas en toda la habitación. Lo único que captaba la atención del joven criminalista era ese artilugio tallado. El mismo que había servido para provocarle placer a una mujer que estaba a punto de colgarse.
-Demasiado largo para que lo haya usado sola – se dijo mientras seguía hipnotizado por las figuras geométricas que sobresalían dándole una forma adorable. –Demasiado impropio para ella – se atrevió a concluir pensando en la seda con la que debía hacer juego y que ahora retiraban hilo a hilo de la garganta de la mujer.
Se llamaba Charisma, Charisma Spender, de 31 años, soltera, residente de New Jersey. Abogada litigante desde hacía 7 años. Había venido sola a Las Vegas. Y se había colgado de una viga luego de tener relaciones con un bastón de madera.
Jim Brass trataba de imaginar lo que pasaba por la mente de esa mujer para hacer semejante cosa. Aunque los exámenes no estaban listos todavía a él no le cabía ni la menor duda. Estaba drogada. O loca como una cabra.
En la pantalla de su ordenador yacía el historial limpio de la hoja de vida de la mujer. Ni arrestos previos, ni problemas con la justicia. Nada.
En su mano reposaba el informe levantado por sus oficiales de homicidios. Teniendo en cuenta la declaración del encargado de la recepción del motel, ella había llegado a las 05:10. Acompañada. El perfil del hombre que había llegado con ella no era de mucha ayuda para una identificación. De mediana edad, mediana estatura, no habló, ni se registró. La habitación la había pagado ella. Y lo mejor, la cámara de la recepción no era más que un foco viejo que espantaba a los ladrones con un intermitente rojo. En otras palabras, podía haber llegado con el mismísimo alcalde y el encargado no se habría inmutado, siempre y cuando los billetes fuesen de calidad.
Ya había notificado a New Jersey para que reconocieran el cadáver e hicieran en muerte por aquella desdichada, algo que no pudieron hacer en vida. Darle tiempo.
1 Un juego de números donde 8 y 9 son meses y 8 y 15 son días
