Capítulo 3: Días oscuros

Varios meses pasaron desde el primer día de clases y por cierto que las cosas cambiaron mucho en el hogar de los Finch-Fletchley. Justin, a causa de la distancia, se enteraba de los detalles por las cartas de Carolyn, quien lo veía todo en vivo y en directo. Si bien su escuela también era un internado, tenía la diferencia de que los alumnos regresaban a sus casas en el fin de semana y así era como estaba en medio del campo de batalla, por decirlo de alguna manera.

El eje de todo, por una vez en la vida, era Bruce. Después de la suspensión en el primer día de clase, no volvió a repetir ninguna cosa de ese tipo, pero su conducta cambió radicalmente. Antes sus notas no pasaban de ocho, pero ahora habían caído en picada. No daba problemas en clase, aunque tampoco se podía decir que fuera un alumno ejemplar. Según sus profesores, se pasaba la mayor parte del tiempo mirando por la ventana, ajeno a lo que sucediese a su alrededor. Y por lo que dejaba traslucir Lynn, Bruce había pasado de ser un chico tímido pero educado a ser taciturno y huraño.

La situación llegó a tal punto que la psicóloga de Eton sugirió que sería mejor para Bruce que lo cambiaran a un colegio menos exigente. No hace falta explicar la reacción de Letizia Finch-Fletchley. Finalmente, su marido la convenció y Bruce empezó a ir a un secundario cerca de su casa, que no era internado. Al parecer, esto lo favoreció, ya que sus notas mejoraron… algo.

Su madre le había escrito, contándole muy poco de todo esto y en palabras tan escuetas que Justin se dio cuenta que no quería pensar mucho en ello. No, definitivamente las cosas en su casa no marchaban bien.

Afortunadamente, en Hogwarts no era así. Si bien recién había pasado Halloween, ya corrían rumores sobre los preparativos para Navidad. Gran parte de los alumnos se quedaría, sus padres parecían creer que el colegio era más seguro que sus casas. Al parecer, los festejos estaban planeados para levantar un poco los ánimos de todos, opacados por la realidad que estaban pasando. Aunque fuera cierto que en el castillo para muchos era más difícil creer en lo que ocurría allá afuera, más de uno tenía parientes o conocidos que habían padecido bajo el poder del Señor Oscuro, y había familias destrozadas. Ya se sentía el clima de desconfianza y angustia de quince años atrás. La experiencia era nueva para ellos, por lo tanto más difícil de soportar, y cada vez que alguien recibía El Profeta Diario en su correspondencia, sus compañeros se abalanzaban para leer las noticias. No eran muy alegres. Sin embargo, intuían que la cosa todavía no era tan grave. El día que no aparecieran noticias en el periódico (o directamente dejara de publicarse), sabrían que había comenzado el verdadero terror.

A pesar de esto, la gente trataba de mantener la moral más o menos alta. Tal vez porque eran jóvenes lo lograban la mayoría de las veces. Algo curioso era que los pasillos jamás estaban en silencio. Siempre había charlas y risas, aunque estas últimas sonaran falsas. Nadie lo decía, pero era un hecho que ninguno sentía que pudiera soportar el vacío del silencio, por lo que se la pasaban hablando todo el rato, más no fuera porque el sonido de sus voces los tranquilizaba.

Había algunos (pocos, por suerte) que hasta parecían satisfechos con la situación y no era una actitud fingida. Uno de los ejemplos más claros era, sin lugar a dudas, Draco Malfoy. Justin siempre arqueaba una ceja al verlo pasar, con alguna cabeza hueca (como solía llamarlas Sally, muy acertadamente) colgada al cuello y riéndose tontamente, la mayoría de las veces Pansy Parkinson. La única persona que le caía peor que Malfoy era Blaise Zabini, otro Slytherin, vaya coincidencia. La verdad era que a ese no lo soportaban ni sus propios compañeros. Era un idiota total. Solía sentarse detrás de Justin, en clase de Encantamientos, y decir cosas del estilo "Eh, cabeza de estropajo¿se te olvidó peinarte hoy?". Nadie se reía de sus chistes y cuanto más le decían que cerrara la boca, más insoportable se ponía. Sin ir más lejos, una vez Malfoy ordenó a sus guardaespaldas (Justin nunca se acordaba de los nombres) que lo hicieran callar. No pregunten cómo. Probablemente, ésa fue la única vez que Justin estuvo de acuerdo con algo que hiciera o dijera Malfoy. A Hannah, Zabini le daba lástima… y con eso está dicho todo.

Claro que había cosas más alegres en qué pensar, por supuesto. Como Mandy Brocklehurst, por citar un ejemplo.

Mandy iba a Ravenclaw y compartía con Justin las clases de, ajj, Pociones y de Runas Antiguas. Se habían hecho amigos durante un trabajo en parejas (de Runas), a finales del año anterior, y él se había quedado prendado de su sonrisa. Era una chica muy bonita, quizás no tanto como Padma Patil, su mejor amiga, pero infinitamente más simpática y alegre. Siempre parecía estar riéndose. A Justin se le hacía difícil concentrarse en Pociones teniéndola a sólo tres calderos de distancia. Pero nunca le había ido muy bien en esa materia, así que no le importaba mucho.

Por algún extraño motivo, a Sally no le caía bien. Cuando Mandy se acercaba a hablar con él después de una clase, ella siempre fruncía la nariz y se marchaba apenas la chica llegaba junto a ellos. Eso, si no se le ocurría a tiempo un comentario sarcástico para hacer. Si Justin le preguntaba qué le pasaba, ella se mordía el labio inferior y murmuraba "nada, sólo me parece una estirada, como esa Padma Patil". Él ya había desistido de decirle que Mandy era en realidad una chica muy agradable, nada que ver con su amiga. Sally, sencillamente, no quería escuchar. Tenía que ser tan terca.

En el fondo, Justin se alegraba cuando Sally los dejaba solos en los momentos que Mandy iba a hablar con él. Eran tan pocos…


Tenía que tener cuidado. Mucho cuidado.

Arabella Figg se frotó las sienes, tratando de quitarse ese incipiente dolor de cabeza. Ya se había tomado una poción para quitárselo, pero como nunca había sido muy buena en Pociones….

Volvió a mirar los pergaminos desparramados sobre la mesa y los revisó uno por uno, buscando algo que pudiera serle útil. Algo que diera una pista sobre su paradero, pero no conseguía concentrarse. Las letras danzaban ante sus ojos. Necesitaba dormir.

Pero no podía hacerlo. No hasta que descubriera la verdad. De eso dependían muchas cosas, lo sabía muy bien. Aunque no pareciera obtener ningún resultado satisfactorio. Había enviado a su sobrina, Constance Carrol (una Auror, como lo había sido la propia Arabella en su juventud) y a Remus Lupin, para que consiguieran toda la información disponible y se la trajeran. Y por cierto que habían obtenido bastante, tanto de los documentos y escritos disponibles como los que estaban a buen recaudo en el Ministerio. Por cierto, a Consy no le faltaban métodos.

Y aun así, todo había sido en vano. No había allí nada que sirviera para algo. Sólo una vieja leyenda, contada una y otra vez de distintas formas. Nada que indicara dónde se encontraba la Antorcha de Llama Verde.

Para la mayoría de la gente, la Antorcha no era más que un mito, un cuento contado por la abuela a la hora de dormir. Pero la Orden del Fénix, el grupo de resistencia contra Voldemort comandado por Dumbledore, sabía que no era así. La Antorcha de Llama Verde no sólo era real, sino que era su única esperanza de derrotar a Voldemort. El fuego de la Antorcha quemaba la maldad, dejando intacto lo bueno y lo inocente. Éste lo sabía y por eso también la buscaba, para destruirla. Ellos tenían que evitarlo, encontrándola primero.

Leyó minuciosamente los escritos por undécima vez. Y entonces lo vio. Lo que estaba buscando. Se quedó con el pergamino a escasos centímetros de sus ojos, sin atreverse a creerlo. Y había estado todo el tiempo bajo su nariz, sólo que ella lo había pasado por alto.

Enrolló el documento y, guardándoselo en el bolsillo, se levantó del sillón. Tenía que darse prisa. Pero sobre todo, tenía que tener cuidado. Mucho cuidado.