Capítulo 5: La tierra de Nunca Jamás
- No lo olvides, Justin, mañana a las ocho.
¿Cómo podría olvidarse? La advertencia le pareció estúpida, pero asintió cortésmente. Después de todo, no era la culpa de la profesora Sprout.
Entró a la Sala Común, ajeno a lo que había a su alrededor, directo al asiento más alejado del bullicio general. Pero no se movió lo bastante rápido.
- Eh, Justin, ¿por qué quería hablar contigo Sprout? ¿Te mandaste alguna?
No respondió a la pregunta de Denzel. No quería hablar de ello todavía.
- Justin, ¿qué…- No terminó la frase, ya que Osvald le indicó que se callara, cosa que era de agradecer.
Se dejó caer en un sillón de desgastado tapizado amarillo, en un rincón apartado. No sentía ánimos para hablar con nadie. El tiempo pasó, y él siguió allí sentado, tratando de mantener la mente en blanco, pero constantemente era asaltado por horribles pensamientos. "Sufrió un grave accidente…", "…tuvo que ser hospitalizado de urgencia…", "Nos gustaría que le diera permiso…"
Era inútil. Por más que lo intentara, no podría evitar recordar. "…un grave accidente…"
Alguien acercó un sillón al suyo. Justin no levantó la vista. Sabía quién era. Aquellas zapatillas las reconocería en cualquier parte.
- Sally, realmente no tengo ganas de hablar.
- Ya lo sé- respondió ella en voz baja- Sólo vine para… Bueno, para darte apoyo moral, lo que sea que haya pasado.
- Gracias- Su voz pareció un graznido, tal vez a causa del nudo que sentía en la garganta.
Se quedaron en silencio. Sally en ningún momento volvió a preguntarle nada, pero a Justin le bastaba saber que estaba allí dándole "apoyo moral" para hacerle sentir un poco mejor.
Ernie y Hannah se sentaron junto a ellos, pero no le hicieron preguntas a Justin. Empezaron a hablar de otras cosas y aunque no participó mucho de la conversación, le sirvió para distraerse durante un rato de sus problemas.
Llegó la hora de la cena y sus amigos no dejaron de darse cuenta de su falta de apetito. Lo miraron, preocupados, pero no dijeron nada al respecto. De vuelta a la Sala Común, Justin decidió que tendría que contarles. Ahora o nunca, pensó.
- La profesora Sprout me llevó a hablar con Dumbledore…
Sally iba a decir algo, pero Hannah se llevó un dedo a los labios.
- Había recibido una carta de mis padres, pidiéndole permiso para que fuera unos días a casa.
Lo miraron, sorprendidos. No era que esperaran la expulsión, pero aquella posibilidad ni se les había cruzado por la cabeza.
- ¿Por qué querían que fueras a tu casa?- preguntó Sally, sin poder contenerse.
- Resulta que… Bruce, mi hermano… tuvo un accidente. Un accidente grave. Tuvieron que internarlo.
- Ay, mierda.
Ernie dirigió a Sally una mirada no muy feliz por su comentario.
- Lo siento mucho, Justin- dijo Hannah con sinceridad.
- Nosotros también- murmuró Ernie.
- ¿Sabes qué le pasó?
Esta vez, fue Hannah quien la miró con cara de pocos amigos. Sally la ignoró.
- No, ni idea- admitió Justin- No lo decía en la carta.
Se hizo un silencio incómodo. Al cabo de un momento, Sally se atrevió a preguntar si Dumbledore le había dado el permiso. Justin respondió que sí, se iría a la mañana siguiente en el tren de las ocho de la mañana que iba de Hogsmeade a Londres. Allí le estarían esperando sus padres.
- ¿Y cuánto tiempo estarás fuera?
- Ni idea.
Cambió de tema rápidamente. En verdad, prefería no pensar en lo que ocurriría cuando llegara a su casa. Si antes le había parecido que las cosas iban mal… ¿Qué tan mal estaría Bruce? El hecho que sus padres no lo mencionaran al escribir era preocupante. Además, no habrían pedido que fuera por una nimiedad. Sabían que Hogwarts quedaba lejos y que tan largos eran los viajes. No, debía ser algo grave de verdad. Imágenes de E.R (o tal vez fuera Chicago Hope, siempre los confundía) empezaron a cruzar por su mente. Se le hizo un nudo en el estómago.
Se excusó diciendo que tenía que ordenar algunas cosas para el día siguiente (lo que se iba a llevar y eso) y se fue hacia el dormitorio. Sally lo siguió con la vista.
- Es extraño- comentó a los otros.
- ¿Qué es extraño?- inquirió Hannah.
Sally parecía pensativa.
- Bueno, ayer a la noche tuvo una pesadilla donde aparecía Bruce, ¿verdad, Ernie?
Éste asintió, preguntándose a dónde quería llegar la chica.
- Y hoy se entera que él tuvo un accidente.
- Ajá…
- Es demasiada casualidad.
- ¿A qué te refieres exactamente?
Sally lo pensó un momento antes de responder.
- ¿Alguna vez oyeron hablar de la serie esa de Fox, Sentidos ocultos?
Al ver las expresiones de los otros dos, se dio cuenta que acababa de decir algo muy estúpido.
Justin miraba por la ventanilla del tren con aire ausente. El vagón estaba prácticamente vacío, sólo lo compartía con una anciana y con un hombre de mediana edad que leía con avidez el periódico y se atusaba el bigote. Nada que lo distrajera o le sirviera de entretenimiento, a menos que como tal contara la tarea de Pociones. Suspiró, mientras se acomodaba en el asiento. Iba a ser un viaje muy largo.
Por cierto que no sucedió nada que le hiciera el trayecto más corto. En un momento, la bruja le dio conversación, pero no pasó mucho tiempo antes de que se quedara dormida. Justin también pensó en echarse una siesta, pero cada vez que cerraba los ojos veía extraños puntos y formas de colores, que por algún motivo le impedían conciliar el sueño. Así que se mantuvo despierto, mirando pasar las poblaciones muggles a medida que el paisaje campestre iba quedando atrás. Hasta que, al fin, el tren se detuvo. Habían llegado a King's Cross.
Al pasar la barrera vio a su padre, solo. Justin no daba crédito a sus ojos. Había envejecido muchísimo desde la última vez que lo viera. Ahora en sus sienes habían salido unas cuantas canas y tenía ojeras. Cuando llegó a su lado, le dio un abrazo, pero no dijo nada, algo aun más increíble. Justin había sacado de él la costumbre, cuando había momentos de tensión, de llenar los silencios con palabras, cualquier cosa que se le fuera a la mente, por más tonta que fuera. Pero ahora estaba callado y se limitó a darle una palmada en la espalda. Justin tampoco abrió la boca. Aquello era más grave de lo que había pensado en un principio. Mucho más grave.
Se dirigieron al auto, salieron del estacionamiento y todavía ninguno de los dos había pronunciado palabra. Recién cuando frenaron en el primer semáforo Justin preguntó:
- ¿Qué fue exactamente lo que le pasó a Bruce?
Tardó un rato en responderle, como si no pudiera encontrar las palabras adecuadas para hacerlo.
- ¿Recuerdas que a tu hermano le dejamos pasar un fin de semana en Little Hangleton?
Sí, lo recordaba. Por algún motivo, en el colegio de Bruce el lunes no había habido clases y él había pedido permiso para pasar el fin de semana en casa de sus abuelos. ¿Se moría de impaciencia de ver a los Moretti? En realidad no. Quería ir allí a ver a Billy Harrison y los demás chicos de los que se había hecho amigo en el verano. Según lo que Lynn le había contado, Bruce no se llevaba del todo bien con sus nuevos compañeros de clase. Su hermana también le había dicho en su última carta que sus padres no habían querido dejarlo ir en un primer momento. Pero la abuela, al enterarse, llamó por teléfono, muy indignada porque le prohibían a su nieto ir a verla. Al final, tanto insistieron Bruce, la abuela y Carolyn (que quería sacarse a su hermano menor de encima) que terminaron dándole permiso para que fuera. Hasta ahí era lo que Justin sabía.
- Me acuerdo. ¿Qué sucedió?
Notó que su padre aferraba el volante con demasiada fuerza, hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
- Bruce se escapó de la casa de la abuela.
- ¿Qué?
- Como lo escuchaste- Ahora en su voz había un deje de irritación- Cuando a la mañana lo fue a levantar tu abuelo, la cama estaba vacía.
Justin estaba anonadado. Su hermano se había escapado, nomás. Podía imaginarse perfectamente la escena, Bruce bajando por la ventana con una sábana anudada y acomodando un montón de almohadas en la cama, como en las películas.
- ¿Cómo hizo?
- Fácil- contestó el señor Finch-Fletchley, mientras el semáforo se ponía verde y volvía a arrancar- Le habían dado la habitación de tus tíos. La que está en la planta baja.
Elemental, mi querido Watson. No hacía falta haber estudiado a Sherlock Holmes en la escuela primaria para deducir eso.
- Parece que se fue con su grupo de amigos, con los que jugaba a la pelota. Y entonces...
Su voz se apagó y los labios se le pusieron blancos, y el coche giró a la derecha más bruscamente de lo necesario.
- ¿Qué... qué le pasó?
Su padre apartó un momento la vista de la calle y lo miró directamente. A Justin le llamó la atención la falta de expresión de sus ojos, que habían perdido el brillo y parecían extrañamente vacíos. Cuando volvió a hablar, el tono era monótono.
- No lo sabemos.
- ¿Cómo?
Ahora sí que la cosa se había puesto fea. No lo sabían. ¿Cómo podían no saber lo que le había pasado? Parecía obvio que Bruce no había querido o no había podido contar lo ocurrido. ¿Qué enfermedades eran tan graves que el paciente no podía hablar? ¿El coma cuatro, por ejemplo? ¿Amnesia? ¿Qué otra había?
- Cuando se dieron cuenta que no estaba, tus abuelos despertaron a todo el pueblo. Ahí se enteraron que los otros también habían desaparecido.
Habían llegado a la casa y su padre había estacionado, pero ninguno de los dos hizo un amague para salir.
- Se juntaron todos para ir a buscarlos- prosiguió, después de carraspear- A tu hermano lo encontraron- Volvió a carraspear- Estaba en esa casa... la caseta del jardinero ese... el que supuestamente mató a esa familia para la que trabajaba.
La casa de los Riddle. Otra vez . ¿Qué pasaba con ese lugar? ¿Estaba poseído o qué? Se acordó entonces de Bruce y nuevamente prestó atención a la conversación.
- Estaba solo y...
- ¿Solo? ¿Y dónde se suponía que estaban sus amigos cuando tuvo ese... ese accidente?- exclamó Justin, indignado. Encima que los muy idiotas convencían a Bruce para que se escapara, a hacer quién sabe qué, lo dejan en banda. Lindos amigos, por cierto- ¿Dónde los encontraron a ellos?
Paul Finch-Fletchley se puso más serio que nunca, sus dedos habían dejado de tamborilear sobre el tablero del auto. El silencio se hizo pesado, tenso. O al menos así le pareció a Justin, que jamás lo había visto de esa forma.
- No los encontraron, Justin. No los encontraron. ¿Comprendes? Nadie sabe dónde están. No sabemos si se escaparon o si... o si les pasó algo, ¿entiendes? Simplemente... simplemente se desvanecieron en el aire. Hasta salió en el diario de Big Hangleton. Es horrible. Y Bruce... no nos puede decir nada.
Justin tragó saliva. Todo parecía sacado de una película de terror de clase B. Igual a Blair Witch. Tres estudiantes desaparecidos en un bosque... Un grupo de adolescentes perdido en una casa embrujada...
Eso le hizo a acordar a otra cosa. No corras hacia la casa. ¿De dónde había salido eso? Del sueño, claro. Ya casi se había olvidado de él. El sueño. Recién en ese momento le llamaron la atención las coincidencias entre su pesadilla y la realidad. La casa de los Riddle... su hermano. Su hermano.
- ¿Qué es lo que tiene Bruce?
- Los médicos dicen que... bueno, que está atravesando una crisis emocional... lo que sea que signifique. Está como... como si fuera un... un autista. Esos chicos que no hablan, que no se mueven, que no... bueno, que no parecen respirar.
- ¿Bruce... Bruce está así?
- No... bueno, sí. Dicen que se le va a pasar pronto, que es temporal. Que por el shock... Todavía no sabemos lo que pasó ni lo que vio. Lo único que sabemos es que lo afectó mucho... pero ya lo verás tú mismo.
- ¿Está en casa?
- Sí, está en casa. La doctora Travis (la psiquiatra que lo atiende) dice que necesita un ambiente familiar. Si no mejora pronto, lo internará en una clínica especial.
- ¿Especial?- Esa palabra no le gustaba nada.
- Sí, especial. Para chicos con... con...
No terminó la frase. Bajó la cabeza y se pasó una mano por los ojos. Justin le apoyó una mano en el brazo. Su padre carraspeó, y sacó un pañuelo de papel del bolsillo, con el que se sonó la nariz ruidosamente.
- Vamos- murmuró con voz ronca- Nos están esperando.
Bajaron del auto y se dirigieron a la casa. Los canteros que estaban a ambos lados del sendero de entrada se veían descuidados. Aun si nadie le hubiera dicho nada sobre lo que había pasado, se habría dado cuenta por este detalle que algo andaba muy mal. Letizia Finch-Fletchley solía decir que su marido sólo se olvidaría de regar las plantas cuando estallara la Tercera Guerra Mundial.
Al entrar vieron a Carolyn, sentada en las escaleras. Aunque la habitación estaba en penumbras, con las persianas bajas, no era difícil notar que tenía los ojos enrojecidos. Ella se levantó a saludarlos, en el mismo tono monocorde que usaba su padre.
- ¿Cómo está? ¿La doctora dijo algo?- preguntó ansioso el señor Finch-Fletchley.
Lynn negó con la cabeza.
- Sigue igual. Exactamente igual. Ni cambió de posición.
Él no respondió, sino que subió los escalones de dos en dos. Lynn lo observó un momento, luego se dirigió a Justin:
- La Doc. dice que está estable. ¡Estable! Podrías pegarle una trompada en plena nariz que no pestañaría, te juro- Dio un bufido de indignación, después del cual se calmó- ¿Y tú? ¿Qué tal estás? Sacando todo esto, claro.
- Más o menos.
Su hermana asintió.
- Todos estamos más o menos. Y Bruce... nunca fue un chico muy expresivo, pero ahora... Subamos, mamá va a querer verte.
Cuando llegaron al segundo piso, delante del cuarto de Bruce (que tenía la puerta cerrada) vieron a su madre. Justin se quedó algo desconcertado al verla.
Aunque se ignoraran las ojeras y la palidez de su rostro, su aspecto habría seguido siendo lastimoso. El cabello negro estaba enmarañado y sujetado de cualquier manera con una hebilla y la blusa que llevaba daba la impresión de que había dormido con ella (lo cual, según sospechó él, no estaba muy lejos de la verdad). Pero lo más llamativo no era su aspecto físico. A Justin le había sorprendido ver a su hermana con los ojos rojos, porque no era de llorar a menudo (o por lo menos no lo admitía) y por cierto que estaba abatida y se notaba, pero seguía siendo la misma Carolyn de siempre: la cabeza erguida, la expresión de suficiencia, de "yo todo lo puedo" y la impasibilidad que demostraba siempre en un momento de tensión. Su madre no. Tenía la cabeza gacha, los hombros caídos y los brazos cruzados sobre el pecho que le daban la imagen de una niña indefensa, que trata de protegerse de algo que no puede entender. Había perdido su aire de seguridad y la confianza. Lo de Bruce no estaba en ningún plan, era algo que jamás se le había ocurrido que pudiera pasarle a uno de sus hijos, era algo para lo que no estaba preparada, algo en lo que no había pensado nunca y que no podía aceptar. Probablemente haya pocos padres que puedan hacerse a la idea de que tienen un hijo postrado en la cama, que no habla ni tiene expresión o gesto alguno. Un chico que antes jugaba, que antes miraba la tele, que protestaba por tener que irse a dormir temprano o reclamaba que le compraran algo, que se portaba bien, se portaba mal, a veces se lavaba los dientes y otras no hacía la tarea. En fin: un chico que vivía, convertido en un autista.
Abrazó a Justin con torpeza y éste recordó la despedida en la estación. Parecía que hubiera sido siglos atrás.
- Me alegro que hayas podido venir- murmuró en su oído- Me alegro.
Tampoco su voz parecía la misma, tan débil y cansada. ¿La había visto alguna vez así?
- Ahora no vas a poder verlo: la doctora dijo que tiene que descansar. Tal vez, más tarde... A lo mejor tenemos suerte y te reconoce.
Ahora su tono sonó resignado. Justin sintió un escalofrío. Su hermano no había reconocido a sus padres, a su hermana, a nadie. Tampoco lo reconocería a él. Ni se movería cuando el entrara a la habitación. No hablaría. Su rostro no tendría expresión. Todavía no se acostumbraba a la idea.
Su padre salió del baño y se acercó a ellos. Rodeó con un brazo los hombros de su mujer.
- Lets, ¿por qué no te vas a dormir un rato? Si pasa algo, te llamo, ¿sí?
Ella pareció pensarlo un momento.
- Apenas pase algo, me avisas de inmediato, ¿de acuerdo?
Después de asegurarle que lo haría, aceptó irse a la cama. Cuando se fue, el señor Finch-Fletchley les preguntó si querían comer algo. Ambos negaron con la cabeza, pero él igual insistió en que prepararía alguna cosa por si después les daba hambre y bajó a la cocina. Daba la impresión de que quería hacer cualquier cosa para no tener que pensar en lo que pasaba.
Lynn le hizo una seña para que la siguiera a su habitación. La iluminación de ésta contrastaba con el oscuro corredor. Allí estaban las ventanas abiertas de par en par, a pesar del frío, y las luces encendidas. Ella se tiró sobre la cama y le señaló la silla a Justin.
- ¿Llegaste ayer?
Ella negó con la cabeza.
- Yo ya estaba aquí ayer, ¿recuerdas? En los colegios muggles el lunes no había clases.
La verdad era que no se acordaba, pero eso no tenía mucha importancia. En cambio, le preguntó si sabía algo más de lo que le habían dicho a él. Carolyn, como era natural en ella, sabía todo. O todo lo que se podía saber. Le contó todo desde que sus abuelos llamaran para avisar que Bruce estaba en el hospital hasta cinco minutos antes que él llegara.
- Ahora está ahí adentro, con la Doc. Tienes que verla. Puede que sea muy buena como psiquiatra, pero habla como si fuera una completa imbécil. O como si uno fuera el imbécil. ¿Sabes lo que me dijo a mí?
Por supuesto que él no tenía forma de saberlo, pero no importaba porque Lynn le contaría todo aunque lo hubiera sabido. Parecía tranquilizarla el hablar. Se notaba que no la habían dejado abrir mucho la boca, con el tema que había que hacer silencio para no molestar a Bruce y ya debía estar a punto de estallar.
- Bueno, la tipa va y me dice que lo que tiene Bruce (cuyo nombre científico es "estado catatónico", cosa que yo sabía de antes) es algo así como si estuviera en la Tierra de Nunca Jamás, al mejor estilo Peter Pan.
- ¿Qué?- Esa no se le hubiera pasado por la cabeza nunca. O nunca jamás, por así decirlo.
- Te repito sus palabras textuales. Así me lo explicó a mí. ¡Pero ni aunque fuera retrasada!
- ¿Y qué es realmente lo que tiene Bruce?
- Está catatónico, ya te dije.
- Disculpa que sea tan ignorante, pero no sé qué es eso.
Su hermana hizo un gesto de impaciencia, como siempre que él no entendía lo que ella decía.
- Un catatónico es alguien que, por algún trauma que tuvo, se encierra en sí mismo. O sea que no habla ni reacciona a ningún estímulo. Como los autistas. La diferencia es que, con un tratamiento, el estado catatónico se va. La mayoría de las veces, creo.
- ¿No siempre se cura?- se alarmó Justin.
- Bueno, no sé. Yo lo leí en una novela de Stephen King. Ahí la protagonista se recuperaba. De ahí a que pase siempre, ni idea. La Doc. curó a varios chicos con ese problema, así que no veo porqué no va a ser lo mismo con Bruce. Ella también me contó que los chicos que se curaban decían haber estado en algún lugar muy agradable. A veces era un túnel, un bosque o una caverna, pero ¿a quién le va a gustar estar en una caverna? Supongo que será cuestión de gustos. Pero yo elegiría un shopping. O una cancha de fútbol.
Justin sacudió la cabeza, pensando que su hermana era incurable. Podría caérseles el techo encima que ella tendría un comentario para hacer.
- Bueno, el caso es que no me apreció una mujer con muchas luces mentales. Claro que hablé con ella sólo diez minutos. Y debe tener alma de maestra de jardín de infantes o algo así. O tal vez todos los psicólogos son de esa forma.
Tal vez alguna verdad hubiera en las duras palabras de Carolyn. Jessica Travis, al haber trabajado desde que se recibiera con niños autistas o catatónicos, no estaba acostumbrada a tratar con chicos normales, mucho menos adolescentes. Había creído conveniente hablarle de esa forma a la hermana del paciente, para tranquilizarla. Poco podía saber la pobre mujer que el carácter de Lynn no era del tipo que aceptan las palmaditas en la cabeza ni mucho menos.
La psiquiatra tenía treinta y cinco años y se había criado como la niña mimada de una familia acomodada. Tenía ojos azules, cabellos rubios y pecas sobre la nariz, que le daban un aspecto ingenuo. Era una persona amable, dulce y considerada, al punto que sus amigos le llamaban Santa Jessica. La verdad era que su personalidad y su manera de pensar no podrían haber sido más distintas a las de Carolyn.
Pero era buena en su trabajo y había ayudado a salir del trance a todos sus pacientes. Por cierto que a los Finch-Fletchley les había hablado de forma más realista que a Lynn. Les había explicado que la recuperación pdría llevar muchas semanas e incluso meses, sobre todo si no sabían qué era lo que le había causado el trauma, y debían tener paciencia. Tal vez fue aquello lo que terminara de desmoronar a Letizia Finch-Fletchley: la desoladora perspectiva de su hijo menor, ajeno a todo lo que sucediera a su alrededor, como muerto en vida.
Más tarde, permitieron a Justin ver a su hermano por unos minutos. La doctora le explicó que Bruce veía y oía perfectamente, por lo que tenía que hablarle de forma normal. Que lo dijera ella, quien se comportaba como si él tuviera dos años, tenía su gracia. Pero ella era la profesional y sabía lo que hacía. Al menos, así lo pensó hasta que entró en el dormitorio y lo vio.
Mucho era lo que le habían dicho sobre su estado, pero poco le hubiera servido para prepararlo. Bruce estaba sentado en una silla, de cara contra la pared, en una posición demasiado rígida para parecer natural. Tenía los brazos apoyados sobre el regazo, tal como su madre se los había acomodado dos horas antes. La cabeza estaba caída sobre el pecho y los ojos miraban sin ver un punto imaginario en el suelo. Justin, tomándolo de la barbilla, le levantó la cabeza con suavidad y la apoyó contra el alto respaldo del asiento. En ningún momento su hermano parpadeó o hizo el menor gesto. Chasqueó los dedos delante sus ojos. Tampoco reaccionó esta vez. Lynn tenía razón. Podría empujarlo por la ventana que seguiría con la misma expresión.
Empezó a hablarle. Del colegio, de sus amigos, de cualquier cosa. Nunca había tenido muchos problemas para hablar (siempre había tenido la lengua larga, según su madre) pero esto era diferente. Hablarle a la pared habría tenido más sentido.
Unos golpes en la puerta le avisaron que había terminado el horario de visitas. El hecho de que lo agarrara en mitad de una frase no tenía ninguna importancia: Bruce no se daría cuenta. Su madre y la doctora entraron en la pieza, para darle de comer a su hermano. Esto era en sentido literal. Justin, de pie en el umbral, vio como le colocaban la servilleta alrededor del cuello y su madre le llevaba el tenedor a la boca, mientras Travis le hablaba como a un niño pequeño. Por sorprendente que sea, el chico no había perdido todavía la capacidad de masticar y tragar correctamente, aunque aquellos fueran los únicos movimientos que hiciera. Justin nunca había visto nada tan lastimoso como esa escena, Bruce con un hilo de baba corriendo por la barbilla, como un bebé o un anciano con mal de Alzheimer, las dos mujeres tratando de actuar con naturalidad, en una situación que no era normal ni lógica.
Cuando se fue a dormir esa noche, se puso a pensar en Bruce, con su cara de nada y su mirada perdida. Encerrado en su propia mente, una prisión de la que no podía escapar. Qué cosa tan espantosa.
Una cosa tan espantosa. ¿Qué era esa cosa tan espantosa, tan horrible, que lo había aterrado a su hermano al punto de llegar a ese estado? La doctora Travis había dicho que Bruce estaba encerrado en algún lugar agradable, una especie de refugio contra el trauma que había padecido. ¿Cuál era ese trauma? ¿Tan fuerte había sido?
No corras hacia la casa. Esa frase... la misma del sueño. ¿Qué quería decir? Trató de recordar la pesadilla. Lo único que le venía a la mente era la imagen de alguien corriendo, escapando de algo.
T.M Riddle. Un nombre, que por algún motivo le daba escalofríos. ¿Por qué le afectaba tanto? Era sólo un nombre.
La verdad, tenía demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Tal vez, al día siguiente hablaría con Carolyn. A lo mejor a ella se le ocurría algo. Él se sentía demasiado soñoliento para pensar. Los ojos se le cerraban...
Y en menos de cinco minutos, ya se había dormido.
