Capítulo 7: La verdad está ahí afuera

El micro se detuvo y Lynn tiró de su manga.

- Vamos, apúrate- ordenó, al tiempo que lo arrastraba a la puerta. A diferencia de los autobuses de la ciudad, éste iba casi vacío. ¿Quién iba a querer ir a una aldea como Little Hangleton en un día de semana? A esa hora por lo general la gente viajaba en dirección contraria, a la ciudad para ir a trabajar, no al revés.

Después de despedirse de la chófer y los pocos pasajeros (en el pueblo era forzoso saludar hasta a los desconocidos), bajaron en la terminal. No tenían equipaje, salvo que se tuviera en cuenta a la mochila de Carolyn. Justin no tenía idea de que llevaba allí. ¿Alguien podía saber algo cuando se trataba de su hermana? Tan sólo el día anterior él había asegurado que sería imposible obtener el permiso de sus padres para irse de casa y ahora estaban en Little Hangleton. Sólo Dios sabía cómo se las había ingeniado para convencerlos.

Ella lo arrastró hasta el teléfono público. Tenían que llamar para avisar que ningún loco había puesto una bomba en el micro, al estilo de Máxima Velocidad.

- Bueno- dijo al colgar el tubo- ahora ya somos libres de hacer lo que se nos dé la gana. ¿Qué prefieres, ir primero al cementerio o a la casa?

Justin hubiera preferido que las opciones fueran el cine o el McDonald's, pero no iba a poder ser. Su hermana tenía la decisión de visitar los lugares más turísticos (en sentido irónico, se entiende) de la zona y nadie iba a hacerla cambiar de opinión. Socorro, sálvese quien pueda, pensó. Como si no tuviera bastantes problemas, como para encima agregarle otros. Y él que creía que Lynn había superado la etapa de jugar al Inspector Gadget.

Se decidieron empezar por el cementerio. Tuvieron que cruzar medio pueblo para llegar a él. Cuando entraron, la gente los miraba de forma rara, tal vez porque no traían flores, ni se comportaban como si estuvieran de luto. En realidad, se estaban riendo disimuladamente (o eso pretendían) de los ridículos nombres de las lápidas, por no hablar de las dedicatorias. La mayoría eran muy poco originales, pero había algunas bastante cómicas. Una decía "Me despido de ti, esperando que estés en el Cielo, aunque sinceramente no lo creo" Al parecer el muerto no era muy querido.

Aparte de eso, no había nada de interés en esa parte del cementerio. Era la nueva y se notaba: la hierba verde estaba bien cortada, las cruces y lápidas eran todas blancas y más o menos del mismo tamaño, y estaban colocadas muy ordenadamente. Había pocos ornamentos en ellas y ninguna sobresalía de las demás. Al mirarlas, uno pensaba que era cierto eso de que en la muerte somos todos iguales. En conjunto, el lugar hasta parecía aséptico. No daba la impresión que los deudos se atrevieran a llorar demasiado alto cuando visitaban a sus seres queridos. Germeiner, el guardián del cementerio, se ocupaba de ello. Su abuela les había contado el escándalo que se había armado cuando una vez echó a una mujer porque se había desmayado en el funeral de su marido, aplastando las begonias. Si no lo despidieron fue por el poco tiempo que faltaba para su jubilación.

- Este sitio no tiene el menor encanto- dijo Carolyn, con aire aburrido.

Pronto dejaron atrás todo esto y llegaron a la zona más antigua. Era otro mundo. El pasto les llegaba a las rodillas, los caminos estaban llenos de piedras y las lápidas, en su mayoría torcidas, tenían la loza resquebrajada con mil grietas. Al parecer, Germeiner no se daba una vuelta por allí desde hacía un rato largo. Parecía sacado de un película de terror.

- Huyamos de aquí mientras sea posible- murmuró Justin.

Su hermana resopló, fastidiada.

- Tú cállate y sígueme.

Al ver su expresión, Lynn se disculpó.

- Creo que estoy algo psicótica hoy. Quiero decir, más de lo habitual.

Justin hizo un gesto con la mano y le restó importancia. Él tampoco estaba en su día.

Caminaron un rato largo, o así le pareció. Tuvo la certeza de que se habían perdido. No hacía falta que Carolyn frunciera el entrecejo y gruñera para darse cuenta. No era que caminaran en círculos, pero era evidente que su hermana ni idea tenía de qué dirección seguir. Después de todo, hacía años que no pisaban ese lugar.

Justin sabía que ella era demasiado orgullosa para admitir esto, pero él no pensaba pasarse el día dando vueltas en el cementerio. Con la excusa de atarse los cordones, se detuvo un momento. Cerró los ojos. Vamos, concéntrate. Tan difícil no podía ser. No era la primera vez que lo hacía. Piensa.

Lynn supo, aun sin darse vuelta para verlo, que no se estaba atando los cordones. Algo raro pasaba y estaba segura que tenía que ver con el sexto sentido de su hermano. Estaba buscando la forma de encontrar las tumbas de los Riddle. Le habría sido imposible explicar cómo lo sabía. Tal vez ella también tuviera una percepción mayor que los demás. Tal vez Justin la estaba contagiando. O simplemente lo conocía demasiado bien.

Éste se levantó, con expresión satisfecha aunque cansada.

- Es por allí- dijo, señalando hacia la izquierda.

En efecto, no tardaron en encontrar las lápidas. Aun de lejos se leían los nombres. Lynn se lanzó hacia delante, impaciente como siempre, pero Justin la sujetó del brazo.

- No vayas.

Ahora estaba blanco y parecía sentirse mal. Ella se asustó. A lo mejor había sido mala idea ir allí. Una muy mala idea.

Le preguntó si quería regresar o pasar por casa de la abuela. No le gustaba nada su cara. Si algo le pasaba, la culpa sería suya. Siempre, desde que eran chicos, había sido igual. A ella se le metían ideas raras en la cabeza y arrastraba a su hermano a meterse en problemas. Siempre era ella quien tenía la culpa. No le costaba admitirlo, porque sabía que era cierto. Carolyn era la problemática de la familia, la rebelde, la loca. Por eso nunca lo había querido mucho a Bruce. El chico manso, dócil, tranquilo. Que no daba problemas, no provocaba discusiones. En realidad, ella había estado un poco celosa de eso. Tantos comentarios de su madre y la familia en general: "Es tan bueno", "Tan educado". Tan distinto de ella.

Sacudió la cabeza. No era hora de reflexionar sobre sus traumas infantiles. Justin estaba enfermo, o se parecía.

- Justin, ¿qué te pasa?

Él no respondió. Sus ojos se cerraron como antes y comenzó a avanzar, como sonámbulo, hacia las tumbas. Lynn lo siguió, intrigada. Al llegar frente a la lápida de Tom Riddle (si ella no recordaba mal, el hijo del matrimonio), Justin se inclinó y la rozó con los dedos. Sólo un instante. Más no resistió.

Saltó hacia atrás, como impulsado por la onda expansiva de una bomba. Cayó al suelo, respirando entre jadeos. Lynn, aterrada, se arrodilló a su lado. Comenzó a sacudirlo por los hombros.

- Despierta, por favor, despierta.

Por un momento pensó que se había muerto. Claro que era una estupidez. Los muertos no tosen, por más verde que tengan la piel. Y él tosía, como si fuera a escupir los pulmones. Abrió los ojos.

- Los mataron a todos, Lynn. Todos. Y a ella… a ella se la llevaron, no sé a donde. Creo que la torturaban. No sé… No quiero saber, ¿entiendes? ¡No quiero meterme en esto!

- Tranquilo, tranquilo- le dijo, en su mejor imitación de la doctora Travis, aunque no se dio cuenta. Estaba asustada. Aquello se le estaba saliendo de las manos.

Los ojos de Justin se desenfocaron un instante, para volver a la normalidad.

- ¿Eh?

Miró en derredor, confundido, hasta que pareció comprender dónde estaba. Trató de incorporarse, pero parecía que estuviera borracho y su hermana tuvo que ayudarlo.

- ¿Ahora te sientes un poco mejor?- le preguntó. Justin, como respuesta, tuvo que inclinarse y empezó a vomitar detrás de una lápida torcida.

- Evidentemente no- suspiró, mientras lo ayudaba a levantarse de nuevo.

Justin estaba tirado en el sillón, cual trapo de piso, mientras Lynn y su abuela discutían en la cocina. A saber qué historia fantástica estaría inventando para explicar su inesperada visita. Por lo pronto, él se sentía demasiado mal para preocuparse por eso. Todo el tiempo se le cruzaban imágenes sobre lo que había visto al tocar la lápida. Trató de ordenar un poco sus pensamientos al respecto.

Le había parecido sentir que lo zarandeaban, sujetándolo de los cabellos, de un lado a otro, al tiempo que se escuchaban las risas alrededor. Luego vio la escena desde afuera y ya no era él a quien sacudían, era una anciana.

- ¿Así que no me dirás dónde está?

Una voz fría y cruel, que encajaba con el nombre T.M Riddle y su extraño diario.

- Ya me encargaré de hacerte hablar. Crucio!

La pobre mujer empezó a retorcerse, pero mantenía los dientes apretados y de ella no salió el más leve quejido. Entonces, levantó un segundo la cabeza y sus ojos se cruzaron con los de Justin. Ayúdame. Pero él no podía hacer nada. Y en ese momento sintió el dolor, lo peor que le había pasado nunca, aunque no era más que una sombra de lo que padecía ella. La agonía duró unos instantes, hasta que se despertó en el suelo, con Lynn al lado.

Cuando se recuperó, fueron a lo de la abuela, y allí estaban en ese momento. Él estaba cansado y tenía entumecidos los músculos. Los párpados se le cerraban…

En cuanto abrió los ojos, supo que algo andaba mal. Con cierta dificultad, se levantó del sillón y fue a buscar a la abuela, que seguía en la cocina. Lynn no estaba con ella.

- Abue, ¿dónde se metió Carolyn?

- Fue al kiosco. Dijo que tenía que abastecerse de chicles.

Como si no la conociera, pensó, divertido. Ella siempre llevaba los bolsillos llenos de chicles. Un momento. Esa mañana, ella había salido de la casa con ellos, Justin le había visto guardarse los paquetes en la campera de jean.

No corras hacia la casa

Mierda. Ahora sabía dónde se había metido. Esa maldita costumbre de hacerse la detective.

Masculló algo entre dientes y se fue de allí antes de que la señora Moretti pudiera darse la vuelta. Corrió todo el trayecto hasta la mansión de los Riddle. Estaba aun más decrépita que el verano anterior. Justin pasó el seto por un agujero que habrían hecho los niños de la aldea. Se detuvo un momento antes la caseta del jardinero. ¿Debía entrar? No, primero tenía que encontrar a Carolyn. Fue a la puerta trasera, que estaba abierta de par en par. Tuvo que esperar a que sus ojos se adaptaran a la oscuridad antes de pasar la cocina.

No se quedó mucho en el piso de abajo. Tenía la corazonada de que ella estaba arriba. En efecto, la vio recorriendo el pasillo con una linterna, de espaldas a él. Se acercó a grandes zancadas y la agarró del brazo. Su hermana dio un grito que retumbó en toda la casa.

- ¡Me diste el susto de mi vida!

- Y tú el mío. ¿Se puede saber qué estás haciendo, jugando a ser Scully?

- Esto es importante, Justin. Aquí está la clave de lo que pasó a Bruce.

- ¿Es que no te das cuenta? Hay algo podrido con los Riddle, en especial con la casa. Aun Bruce, siendo perseguido y estando aterrorizado no quiso venir hasta acá. Eso significa algo, ¿no crees?

No esperó su respuesta. Tirando de su brazo, la arrastró escaleras abajo hacia la salida. No permanecería allí dentro un minuto más de lo necesario, no importaba cuantas veces Lynn clavara los pies en el piso y chillara que debían investigar. En lo que a él concernía, ese lugar podía prenderse fuego.

Se las ingenió para salir de allí y llegar a casa de sus abuelos, justo cuando el señor Moretti guardaba el auto en el garage. Lo saludó y Justin de inmediato le pidió que los llevara a casa. Carolyn no se atrevió a contradecirlo. Nunca lo había visto así.

Después de despedirse de la abuela y de dar algunas explicaciones, partieron hacia la ciudad. No habían salido de Little Hangleton cuando Justin volvió a dormirse.

Estaba en un lugar confortable, cálido. Seguro. No podía ver bien, pero tuvo la impresión de que todo era color azul.

Había alguien más allí, pero no alcanzaba a distinguirlo bien. La escena estaba envuelta en sombras. Escuchó una vocecita aguda y extrañamente familiar:

- ¿Justin? ¿Eres tú?

Era Bruce, aunque esa no era su voz. Era demasiado débil e infantil para ser la suya.

- Sí, soy yo.

Hubo un silencio vasto, que parecía tener peso sobre ellos.

- ¿Y estás…estás solo? ¿No te ha seguido nadie?

- No- contestó Justin, perplejo.

- Por un momento temí…

Pero lo interrumpió el estruendo que hizo la puerta (Justin no se había dado cuenta que había una, de color blanco) al rebotar contra la pared.

Hombres sin rostro, negros de la cabeza hasta los pies, espectros, demonios. Cualquier cosa menos humanos.

Miedo, confusión. Lo envolvieron como una capa oscura y asfixiante. Escuchó gritos, los gritos de Bruce y las voces de los otros. Hablaban en un idioma ajeno al inglés, y las palabras no se comprendían, pero algo en la cadencia de los sonidos le hizo acordar… La memoria se le escapó un segundo, cuando volvió a fijar la atención en otra cosa. Destellos verdes, como los que había visto la otra noche. Los monstruos levantaban uno de los brazos y lo agitaban, produciendo un chasquido. Tuvo la certeza de que iban a matarlo, que iban a matarlos a ambos. No había lugar dónde esconderse, a dónde huir. Se suponía que aquel era un refugio seguro, a salvo, pero ahora los monstruos habían conseguido entrar. ¿Qué harían?

- Tranquilo, Bruce, por favor cálmate, corazón. Yo te ayudaré.

¿Iban a morir y le pedían que se tranquilizara? Debía de ser Travis. Sólo ella hablaba así. ¿Y cómo iba a ayudarlos? Ella estaba afuera, en el mundo de la luz, y ellos, perdidos en la Tierra de Nunca Jamás. Estaba demasiado lejos para poder ayudar.

Los chillidos de Bruce fueron aumentando la intensidad, hasta casi dejarlo sordo. Tuvo que cubrirse la cabeza con los brazos. ¿Los otros no tenían los tímpanos destrozados? ¿No podían irse de una buena vez?

Unos de ellos se acercó a él. Justin retrocedió, pero chocó contra una pared. No había escapatoria. Todo había terminado.

Entonces vio una luz, y los demonios huyeron despavoridos. Volvió el silencio, y la luz se apagó, dejando sólo oscuridad, pero una oscuridad agradable. No tuvo más miedo.

- Justin, despierta. Ya llegamos.

Se restregó los ojos. Estaban delante de su casa. Su abuelo lo sacudía por los hombros.

Carolyn lo miraba con los ojos muy abiertos. Tenía la impresión de saber de qué trataba el sueño…

Harry despertó bruscamente. Se había dormido en una butaca cerca del fuego. Se frotó las sienes. Ya le estaba dando otro dolor de cabeza, sin embargo, no era la cicatriz. Por suerte. Había tenido un sueño, del que no podía recordar nada, salvo unos ojos oscuros, que ya había visto antes. ¿Dónde?

Su memoria se activó. En la pesadilla, la del cementerio. Eran los ojos de unos de los muggles, el más pequeño de ellos. El único que había visto con claridad y que no parecía borracho. Sí, era él. Inconfundible la expresión de terror que en sus ojos había.

Sacudió la cabeza. Mejor no pensar en eso. Tomó el pesado libro de Adivinación. Tenía un montón de tarea para hacer.