Capítulo 8: Retazos

De nuevo en Hogwarts y con pilas de tarea para hacer. Era increíble como en tan sólo unos días se le hubieran acumulado tantas cosas de todas las asignaturas, en especial Pociones. Por suerte, sus amigos le daban una mano cuando podían.

Pero no era el trabajo lo que preocupaba a Justin. El mismo día de la desastrosa excursión a Little Hangleton, les dieron la noticia. Bruce iba a ser internado. Había tenido una pesadilla mucho peor que cualquiera de las anteriores, y ni con una gran dosis de calmante habían podido frenarlo. Hasta había intentado hacerse daño. La doctora decidió que había que llevarlo a un lugar donde pudieran mantenerlo vigilado. De más está decir lo horrible que había sido para todos. Travis les dijo que tomaran conciencia de que Bruce no se iba a recuperar de un día para otro.

Justin había regresado a King's Cross la mañana siguiente, llegando al castillo para la hora de la cena. Sus amigos no le hicieron preguntas. Más tarde les explicó lo sucedido, omitiendo, claro está, lo de los sueños y la casa de los Riddle. Nada de cosas sobrenaturales para Justin. Ya estaba más que harto al respecto.

Si Sally o Ernie sospecharon algo, nada dijeron. Eran conscientes de su reticencia a hablar del tema y forzarlo sólo haría las cosas más difíciles. Decidieron que lo mejor sería esperar y observar. Pero los poderes de Justin no volvieron a manifestarse, dormía como tronco por las noches y no le sucedió nada que pudiera considerarse extraño. Ninguna comunicación telepática con su familia, a pesar de que su hermano seguía teniendo las mismas pesadillas. Pero, quizás, la larga distancia debilitaba las facultades de conexión o Justin se forzaba tanto en concentrarse en otras cosas que había nublado esa parte de su mente. Era imposible asegurarlo.

La vida siguió su curso normal, y otros asuntos ocuparon sus pensamientos. No se había olvidado de su hermano, pero una parte de sí se había resignado a la situación. Bruce estaba en un lugar donde lo cuidaban y estaba progresando (o así afirmó Travis) en el tratamiento. No había nada que él pudiera hacer, ¿verdad? Tenía que sacárselo de la cabeza.

Se había programado una visita a Hogsmeade y dudaba en invitar a Mandy. ¿Aceptaría? ¿O quedaría como un estúpido? Los días pasaban y no se atrevía a abrir la boca. Vamos, que no podía ser tan cobarde. No le iba a pasar nada malo por preguntarle si quería acompañarlo. Como amigos. Sí, claro. Eso no se lo tragaba ni él.

Y tendría que hacerlo de una vez. Se trataba de una cuestión de honor, de amor propio. Además, como siguiera así llegaría el día de graduación sin haberla invitado.

Después de una clase de Runas, decidió que era el momento. De forma tan casual como le fue posible, le preguntó a Mandy si iría con alguien a Hogsmeade. Y ella fue y le dijo, lo más campante:

- Voy a ir con Terry Boot. Seguro que sabes quién es. Se sienta atrás mío, es el chico de pelo rubio… ¿Y tú? ¿Con quién vas? ¿Con Sally-Anne?

Realmente humillante. Menos mal que a nadie le había contado sus intenciones de ir con ella. Habría sido horroroso que alguien intentara brindarle consuelo o aconsejarlo.

Llegó a la Sala Común casi sobre la hora de la cena: un interminable trabajo de Historia lo había retenido en la biblioteca. Vio a Sally haciéndole señas. En realidad, no tenía ganas de hablar, pero se acercó a ella de todos modos.

- Hola, Justin, siéntate. ¿Tuviste problemas con el informe de Binns?

- Más o menos, pero ya completé todos los pergaminos. No sé si está bien, pero tampoco me importa mucho. Tengo los ojos como huevos duros de tanto buscar en libros decrépitos algo de utilidad.

Sally asintió, con mirada ausente. Luego, con el tono más alegre que tenía, le preguntó qué había hablado con Mandy. Lo dijo con toda la naturalidad del mundo, su expresión afable sugería que no le importaba mucho la respuesta. Como quien pregunta sólo por decir algo. No obstante, Justin no pudo dejar de percibir lo rígida que estaba sentada, el tamborileo impaciente de los dedos y el hecho que no lo mirara en ningún momento. Algo raro le pasaba. Él estaba de parapsicología hasta las cejas, pero la que se volvía loca era ella. Bueno, nunca había sido muy normal.

Le contó sin rodeos lo que había pasado y por un instante le pareció que su amiga disimulaba una sonrisa. Sin embargo, tenía que habérselo imaginado, Sally no tenía expresión de contento cuando terminó de hablar.

- Yo sigo sin saber qué le ves a esa- dijo, con el tono agrio que usaba por lo general cuando hablaba de o con Mandy. Había desaparecido de su rostro toda afabilidad.

Justin le lanzó una mirada de advertencia, antes de que ella comenzara a despotricar contra la otra. No entendía por qué no le caía bien, Mandy siempre era muy amable con ella. Pero una vez que se lo había planteado, Sally había respondido, obstinada, que la chica no era amable, sino condescendiente.

- Bueno, igual eso no tiene importancia.

- ¿A qué te refieres?- inquirió, de mal humor.

- Me refiero- replicó ella- a que la visita a Hogsmeade se suspendió. Razones de seguridad. Parece que hubo otro ataque de Death Eaters.

Otro ataque, esta vez en Hogsmeade. Diez personas habían perdido la vida. Lo peor era que no parecía haber ningún motivo, salvo aumentar el pánico en la comunidad mágica. Y si de eso se trataba, por cierto que lo habían conseguido. Las excursiones al pueblo habían sido suspendidas por tiempo indefinido. Nadie podía estar fuera del castillo después del anochecer, por lo cual las prácticas de Quidditch ahora estaban limitadas a los fines de semana por la mañana. La atmósfera se estaba volviendo asfixiante. Los alumnos habían empezado a temer la llegada del correo, al mirar las lechuzas entrar al Gran Salón se preguntaban si una de ellas no les notificaría la muerte de sus familias. Y en medio de todo eso, dentro del castillo la gente seguía tratando de actuar con normalidad. ¿Qué otra opción les quedaba? Sólo podían aferrarse a la esperanza, aunque está menguaba a medida que se sucedían los ataques.

Incluso a Harry le costaba creer aun que, mientras estuviera Dumbledore con ellos, estaban a salvo. Parecía poco lo que el director podía hacer contra el mago más poderoso de todos los tiempos. Y constantemente se acordaba de la profecía de Trelawney. Más grande y más terrible que nunca…

Y Arabella Figg seguía desaparecida. Ninguno de los espías de Dumbledore tenía idea de dónde se encontraba o de si ya había pasado a mejor vida. Probablemente, sólo uno o dos Death Eaters lo supieran, y quizás ni siquiera eso. La mujer era la única que podía tener una pista sobre la Antorcha Verde, que constituía su única esperanza, y Voldemort querría ocuparse del asunto personalmente. Ron, cuyo padre era un ferviente defensor de los muggles y estaba enemistado con Lucius Malfoy, leía con ansiedad las cartas que le enviaba su madre. Hermione, suponía Harry, debía estar preocupada por sus padres, que eran muggles. Ella misma era un blanco perfecto si Voldemort retomaba su limpieza de sangre. Harry no quería pensar en eso. Si atacaban a Hermione… sería más de lo que podía llegar a soportar. Su mejor amiga. Últimamente pensaba mucho en ella, aunque no lo habría admitido ni bajo el maleficio Cruciatus. Era la única persona que parecía comprender el sentimiento de culpa que lo embargaba cada vez que tenía noticias de un nuevo ataque, la única que podía levantarle un poco el ánimo. Y había cambiado tanto en los últimos dos años. Se había vuelto menos exigente y más flexible, pese a la insignia de prefecto que ostentaba y su sueño de ser Premio Anual. Y aunque Harry no tenía modo de saberlo, ella también pensaba mucho en él. Le dolía ver su palidez enfermiza, se estrujaba la cabeza para dar con una forma de calmarlo, de convencerlo de que no era su culpa lo que pasaba y más de una noche había permanecido despierta, preocupada por él. Era un chico fuerte, eso ella lo sabía mejor que nadie, pero a veces parecía tan frágil, tan solo. Como si no tuviera ningún lugar donde aferrarse para no caer. Y probablemente fuera así. Su familia no era un apoyo, por cierto; Sirius seguía prófugo; Remus, bueno, él ya tenía bastante con su licantropía; Dumbledore estaba concentrado en el Enemigo; y Ron era un buen amigo, sin duda, pero le faltaba tacto y no sabía cómo manejar a Harry cuando estaba deprimido. Hermione deseaba ser ese apoyo, ser el hombro donde pudiera recostar su cabeza cuando necesitaba llorar, quería que él confiara en ella. Pero a veces parecía imposible. Harry no era muy dado a expresar sus emociones. Tendría que conformarse con la poca ayuda que podía brindarle desde su lugar de amiga y no aspirar a sueños irrealizables. Él nunca la miraría de esa manera…