Capítulo 12: Hacia la luz
Justin se dejó caer en el sillón más cercano, y cerró los ojos. Tenía que concentrarse.
Cierra la puerta tras de sí, como todas las otras veces. Para que no entren los monstruos. Monstruos que, si Justin no se equivoca, se hacen llamar Death Eaters.
Su hermano juega con su tren, pero cada tanto echa miradas de soslayo a la puerta oculta. Ni siquiera ha notado su presencia.
- Bruce…
El niño gira rápidamente. Tiene semblante ansioso. Sin embargo, en cuanto ve a Justin su rostro se ilumina.
- Justin, que suerte que viniste- En ningún momento mueve los labios, no hace falta. En el cuarto azul se dice todo con los ojos, la voz es innecesaria.
- Verás, allí adentro, bajando las escaleras, hay una mujer.
- Arabella Figg.
- La misma. Necesita ayuda. Está…
Justin entiende sin necesidad de que termine la frase. Sabe lo que sucede y lo que debe hacer, aunque la idea no le guste nada.
En dos zancadas cruza la habitación, sus manos empiezan a tantear el empapelado, hasta que da con la ligera protuberancia que atestigua la presencia de una abertura.
Por un momento cree que no podrá abrirla¡si no tiene picaporte! Luego, recuerda que allí no hacen falta picaportes, así como tampoco se precisan las palabras.
La portezuela se abre, lenta y silenciosa, sin que Justin la tocara.
El interior se ve como un oscuro pozo ciego. A tientas, encuentra su pie el primer escalón. Echando una última mirada por sobre el hombro a Bruce ("No te muevas hasta que yo vuelva") comienza el descenso, sumiéndose en la negrura.
El aire es cada vez más viciado y al llegar abajo la atmósfera es opresiva. Sus ojos se acostumbran a la escasez de luminosidad y distingue una silla.
Atada a ella, se encuentra Arabella Figg. Su aspecto resulta casi lastimoso, pero eso no le impide mantener la cabeza erguida y su porte sigue emanando autoridad, algo que las torturas no han podido quitarle.
Ella lo ve. Sus ojos se abren de par en par. Justin trata de acercársele, pero tiene los pies clavados al piso. Allí se respira un aire de malignidad, las paredes desprenden un olor putrefacto y pavoroso, como en la casa de los Riddle.
Quizás no haya diferencia entre un lugar y otro. A lo mejor son lo mismo.
El silencio se quiebra de golpe. Los gritos. Sabe lo que significan.
Son Ellos.
Justin sube las escaleras a toda velocidad, sintiendo que le falta el aire y temiendo no llegar a tiempo. Los chillidos de Bruce son peores que nunca. Ponen los pelos de punta. Sabe que allá fuera…
…también se escuchan, y con toda potencia.
No hizo falta que Teresa utilizara el intercomunicador para que Jessica se despertara. Había escuchado los aullidos del pobre Bruce, que iban aumentando de volumen. Y ella que creía que la recuperación estaba a un paso.
Aquella era la peor crisis desde que lo internaran. Lo que más temía era que el chico llegara a hacerse daño, o que el horror de sus pesadillas le provocara un daño psíquico irreparable. Había que detenerlo de alguna forma.
Tomó una jeringa y la cargó con una buena dosis de calmante.
Se resbala, sus rodillas golpean contra los escalones. Justin se aferra al borde de madera, vuelve a levantarse. Los gritos crecen en intensidad, aunque ahora se le han sumado otros sonidos. Una puerta que se golpea, pasos apresurados… Desde donde se encuentra alcanza a atisbar el resplandor verde tan familiar. Siente crecer su pánico.
Si no llega a tiempo…si esta vez consiguen atrapar a su hermano…
Con un último jadeo, salta el tramo de escaleras que le queda y cubre en una zancada el vano de la puerta.
Allí reina el caos. Destellos verdes por todas partes, capas negras rozándose entre sí, figuras sin rostro…No consigue ver a su hermano.
Los latidos se aceleran. Siente mareos, las imágenes dan vueltas a su alrededor y lo confunden. Demasiadas visiones, demasiadas vibraciones que percibe a través de la piel. Horror, espanto, maldad. Odio. Y el pánico de Bruce.
De repente, lo ve. Encogido en un rincón, refugiado tras su baúl de juguetes. Justin olvida el miedo, desaparece su vértigo. Corre hacia él, esquivando por milagro las chispas que emanan las varitas. Lo abraza, arrodillado a su lado.
- Todo va a estar bien. Tienes que calmarte. Ellos sólo están en tu cabeza, no pueden lastimarte…
Pero el argumento suena débil a sus propios oídos. Ellos son reales, muy reales.
Su hermanito tiembla incontrolablemente y sus dientes castañetean. No hay forma de tranquilizarlo.
- Mike, Kev, sujétenlo.
Su voz ya no es la del Ratoncito Tímido, sino que suena firme y autoritaria. Los paramédicos la obedecen al instante. Si Lynn la hubiese visto, su opinión sobre la Doc. habría cambiado notablemente. Imposible saber si para mejor o para peor, pero sin duda habría cambiado.
- ¿Estás segura?- titubeó Teresa- Es una dosis muy fuerte…
Los ojos de la médica chispearon.
- Hay que frenarlo de alguna manera. Si sigue sacudiéndose así, se va a matar.
En cuanto lograron mantenerlo quieto dos segundos, ella aplicó la inyección.
- Ahora sólo queda esperar a que haga efecto.
Su voz sonó tan segura como antes. Sin embargo, dentro de ella crecía la inquietud. La dosis era realmente muy fuerte para un chico de esa edad. Un refrán de su abuela Fanny le vino a la mente: "A veces, resulta peor el remedio que la enfermedad"
Las sombras se ciernen sobre los dos, a medida que Ellos se acercan. Justin nunca se ha sentido tan indefenso. Su mente vuelve una y otra vez a su varita, olvidada en la mesita de luz. Si hubiese sabido…
Bruce se apretuja contra él, y Justin cierra los ojos, resignado a lo peor.
Siente sus respiraciones agitadas, inhumanas, cada vez más cercanas. Ya deben de haber levantado sus varitas, listos para lanzar su maleficio fatal. Justin se prepara para el dolor que marcará el final.
Pero el dolor no llega. El final tampoco.
Un resplandor blanco que traspasa sus párpados inunda la habitación. Justin escucha un extraño ruido, muy leve, parecido al que hacen las burbujas de jabón cuando estallan. También siente como si le hubieran sacado una cadena que le aprisionaba el pecho, impidiéndole respirar.
Inhala una gran bocanada de aire, que vuelve a ser límpido. Recién entonces se atreve a abrir los ojos.
La pieza ya no está a oscuras, pero la luminosidad es tan potente, los objetos brillan tanto, que debe parpadear varias veces. Alcanza a distinguir una sombra delante suyo, alta y alargada. Vuelve a parpadear y se da cuenta de qué se trata. Mejor dicho, de quién.
Harry Potter, aun vistiendo el piyama que le han dado en la enfermería, está frente a ellos. Pero no parece él. Su piel está demasiado blanca para ser natural, sus ojos brillan como dos reflectores estilo Hollywood, él mismo parece irradiar una extraña luz. No da la impresión de estar realmente allí, su aspecto es demasiado etéreo y se ve como difuminado, como si alguien hubiese borroneado los bordes.
Está imagen se mantiene durante un instante, luego se desvanece. Cuando Harry a arrodilla para preguntarles si se encuentran bien, vuelve a ser una persona normal, corpórea. Sus pupilas, antes demasiado dilatadas, han vuelto a su tamaño corriente.
Tanto Justin como Bruce asienten con la cabeza. Todavía no se sienten lo bastante recuperados como para articular palabra.
Los ojos de Justin se encuentran con los de Harry. Éstos hacen una pregunta muda.
¿Dónde está?
Justin, con un gesto de la cabeza, señala la portezuela, que ha quedado abierta y semeja una gran boca sin dientes.
Harry asiente y se encamina hacia allí, pero la manita de Bruce lo detiene.
- Espera- murmura, mientras rebusca debajo del piyama.
Finalmente, saca un cordel negro con un dije y con un destello plateado se lo pasa a Harry. Justin se queda con la boca abierta al reconocer el colgante.
Se trata de una de esas monedas, cuyos trozos se reparten entre varias personas. Ésta en especial se encuentra partida en tres partes: una para Carolyn, otra para Bruce y otra suya. Su padre se las compró hace mil años, en una feria. ¿Cómo era posible que Bruce aun la conservara?
Su sorpresa es aun mayor cuando descubre que él también lleva colgado su tercio de la moneda. ¡Si hace siglos que lo perdió¿O no?
El cuarto azul está lleno de sorpresas.
Arabella parpadeó varias veces. ¿Fue una alucinación¿Realmente vio a un muchacho de cabellos ensortijados bajar las escaleras¿O se lo imaginó todo?
Ella estaba segura de lo que había visto. Un adolescente había descendido hasta su prisión, la había mirado unos instantes…y luego se había desvanecido. A lo mejor simplemente había Desaparecido. Quizás había ido a buscar ayuda. Tal vez…
Trató de apartar ese pensamiento de su mente. No servía de nada hacerse falsas esperanzas. Ya nadie debía de estar buscándola. ¿Para qué? Si sólo era una vieja achacosa. No valía nada para nadie, salvo para sus amigos, pero ellos evidentemente no habían podido dar con ella hasta el momento y no había motivos para creer que podrían encontrarla. Era mejor resignarse.
¡Nunca! No antes de que pasara la información. Si ella moría sin decírselo a nadie, no podrían hallar la Antorcha, y sin ella no podrían vencer a Voldemort. Era su única esperanza.
¿Era cosa de su hiperactiva imaginación o volvía a escuchar pasos descendiendo los escalones?
- No dejes que se duerma- dice Harry, antes de irse.
No hace falta dar explicaciones. La cuestión es muy simple. Ellos están metidos, vaya uno a saber cómo, dentro de la mente de Bruce. Y si Bruce se llega a dormir, están en un serio problema.
Todos esto Justin lo sabe sin necesidad de que nadie se lo explique, pero decirlo es más fácil que hacerlo. Apenas Harry atraviesa la puerta, su hermano empieza a bostezar y a dar cabezadas. Justin lo sacude.
- Vamos, Bruce. Mantén los ojos abiertos.
- No puedo- responde, con su vocecita infantil- Se me cierran solos. Y me duele el brazo.
- ¿Cuál?
- Éste- dice, y levanta el derecho.
Justin comprende lo que sucede cuando la marca roja, de pinchazo, en su minúsculo bracito. Ahora sí que la han hecho buena.
La Doc. lo ha drogado.
Arabella, con los ojos entrecerrados para ver mejor, escudriñaba el último escalón. Las pisadas sonaban cada vez más cercanas.
Por fin vio un pie, descalzo, seguido luego de su compañero. Después distinguió las piernas enfundadas en un pantalón de piyama, la cintura, el torso. Contuvo la respiración.
Un adolescente, con pelo oscuro todo revuelto, miraba en derredor suyo. Hasta que la vio a ella, que lo reconoció al instante. ¿Cómo no hacerlo, si lo había cuidado todos estos años cuando sus tíos (mejor no hablar de ellos) salían a cualquier parte?
Harry, los ojos abiertos de par en par, se acercó a ella. Se inclinó para desatar las cuerdas que la sujetaban, pero escucharon un ruido que los sobresaltó a ambos. Pasos, pero que no provenían de la escalera, sino de atrás de su silla. Del lugar por el cual siempre entraba Voldemort.
Se miraron horrorizados un instante, luego ella recuperó el aplomo.
- ¡Rápido! No hay tiempo. Acércate un segundo, luego corre todo lo que puedas.
Harry se inclinó, para que Arabella pudiera susurrarle algo al oído. Asintió.
Dudó un momento antes de apartarse de ella, no podía dejarla allí. Pero la anciana lo apremió.
- Debes irte. Ya. Ahora eres el único que conoce el secreto. Te toca pasarlo.
Harry comprende a lo que se refiere y se aleja.
Demasiado tarde.
Una puerta escondida (otra) en la pared se abre, rebotando contra la pared. No necesita mirar para saber quién está allí. Lo siente. En la cicatriz, que empieza a escocerle.
- A ver si ahora está dispuesta a hablar, Figg.
¡No lo ha visto! Tiene que irse. Es su oportunidad.
Pero no puede evitar mirar por última vez a la mujer que lo cuidó todos estos años. Sabe que va a presenciar su asesinato, pero igual mira.
Ella también lo mira…y guiña un ojo, casi imperceptiblemente. Acto seguido, deja caer la cabeza sobre el pecho. Está muerta. Murió en silencio, sin dolor. Harry no puede explicar cómo lo sabe, pero hay muchas cosas que no tienen explicación.
Quien no se ha dado cuenta de lo que acaba de ocurrir es Lord Voldemort. Perplejo, atónito, la sacude por los hombros. A su entender, ella no puede estar muerta. Precisamente, se cuidó bien de mantenerla con vida hasta que hablara. No puede ser que haya muerto. Él se ocupó de que tal cosa no sucediese hasta que fuera conveniente.
Su furia estalla, y Harry la padece. Suelta un grito que por milagro Voldemort no oye. No, no es un milagro, está pasando lo mismo que en los sueños, él no puede ver ni oír a Harry. Ahora. Tiene que irse.
Pero no puede. La ira de Voldemort es tal que Harry siente su cabeza a punto de explotar. Su cicatriz arde como si le hubieran apoyado un tizón encendido. El mago maldice, y Harry se da cuenta que sus piernas no lo sostendrán mucho más.
Cae de rodillas, y tiene que apoyar las manos para no darse la cara contra el suelo. Tiene que irse, tiene que irse ya. Pero todo da vueltas a su alrededor, se siente igual que se ha sentido Justin al estar rodeado de Death Eaters. No es sólo el dolor lo cual le paraliza, también influye todo el lugar. El aire de aquel sótano polvoriento es imposible de respirar, la humedad impregna sus ropas, haciéndolas más pesadas de lo que ya le parecen, y el olor a encierro, mezclado con algo peor, lo marea. Es como si estuviera inhalando un humo tóxico en vez de oxígeno.
Empieza a toser, mientras se arrastra hacia la escalera. Sólo contemplar hacia arriba le da vértigo. Le parece una tarea hercúlea subir siquiera el primer escalón. No va a poder hacerlo, no se cree capaz.
Hasta la temperatura aparenta haber descendido unos cuantos grados bajo cero. Harry tiembla, pero las manos le sudan y la madera de los peldaños se le resbala. Intenta ponerse de pie, una punzada de dolor en la frente lo hace caer.
Cuando ya se ha resignado, siente un calor en el pecho, primero tenue, luego lo bastante intenso como para hacer que deje de temblar. El dolor se mitiga apenas, pero puede abrir los ojos y aunque los escalones aun se obstinan en sacudirse bajo sus pies logra levantarse. Sube un escalón, luego el siguiente.
En un momento dado, siente menguar sus ya de por sí escasas fuerzas. Lleva una mano al pecho, de donde proviene el calor. Sus dedos tocan un metal extrañamente cálido. La medalla de Bruce. Una corriente de energía sube por su brazo y recorre su cuerpo. Sigue ascendiendo, a media caminando, a medias escalando.
Todo a su alrededor se tambalea, pero ve luz allá arriba. Sacando las últimas fuerzas de la moneda que lleva colgada al cuello, llega hasta el final.
Entra al dormitorio a los tropezones. Está por desfallecer. El dolor vuelve con todo su antiguo ardor. No puede dar un paso más.
- ¡Lynn, ayúdame! No puede caminar.
No reconoce la voz. Siente que alguien le pasa los brazos por la cintura y lo ayuda a levantarse. Lenta, muy lentamente, empieza a andar.
Tal vez sea por el estado en que se encuentra, pero tiene la impresión de que todo se derrumba a su alrededor.
Entre Carolyn y Justin consiguen levantar a Harry y hacerlo caminar. Su aspecto da miedo. Pálido como un muerto, aun más que antes; la cicatriz brillando con una luz extraña y su cuerpo, que parece estar volviéndose transparente.
El cuarto azul se está cayendo a pedazos. Las paredes se resquebrajan, mientras que el empapelado se raja de arriba abajo. La alfombra se despega del suelo y se encoge, cae yeso del cielo raso, los cuadros y estantes se rompen contra el suelo, el baúl se ha volcado, aplastando al tren eléctrico. La habitación de Bruce está destruyéndose a sí misma, y si no salen pronto ellos van a acabar chatos como panqueques.
El piso se sacude como si hubiese un terremoto y la puerta, que ahora tiene la pintura descascarada, se ha salido de sus goznes. En el umbral está Bruce.
- ¡Vamos, apúrense!- exclama- Tenemos que irnos. Hay que salir.
Sus ojos están resplandecientes y su voz ha adquirido un tono vivaz, aunque apremiante, que Justin nunca le escuchó.
A los tropezones, logran salir. Apenas pone un pie afuera, Harry parece recuperarse un poco, los suficiente para caminar a un paso más rápido. Lynn y Justin prácticamente lo arrastran, corriendo todo lo que pueden. A pesar de que el corredor está a oscuras y la única luz es apenas un punto allá lejos, saben que también éste se está derrumbando. Bruce tiene razón: más les vale apurarse. El chico está a varios metros por delante de ellos, y mantiene su vista fija en la luz. Está hipnotizado por ella.
El círculo blanco se agranda, hasta llegar a ser una abertura lo bastante grande para que puedan pasar. Los cuatro llegan hasta allí y salvan la distancia que les queda con un salto.
Están fuera.
