-Epílogo-

Dave Chalmers apretó el paso. No le gustaba nada tener que caminar por esa zona a las dos de la madrugada, pero no le quedaba otra. Trabajaba en la ciudad como barman en un boliche que recién cerraba a la una y media, si se le agregaba a eso los veinte minutos del viaje, se hacía, por cierto, bastante tarde.

Además, había que tener en cuenta que en Little Hangleton la gente se iba a dormir a las diez, casi sin excepciones, y las calles quedaban desiertas. Siempre le hacían acordar a esas viejas películas yanquis del Oeste, lo único que faltaba era la pelota de pasto seco rodando de aquí para allá.

Para colmo, debía pasar justo enfrente de la casa de los Riddle. Como a la mayoría de los lugareños, la mansión le provocaba escalofríos. Sobre todo después de la desaparición de esos chicos…El lugar estaba maldito, sin lugar a dudas.

Como de costumbre, cruzó la calle mirándose los zapatos, para evitar cualquier contacto visual innecesario con la casa. Pero en esta ocasión las cosas resultaron ser diferentes.

En un momento en el cual se había arrodillado para atarse los cordones, percibió un movimiento con el rabillo del ojo. Levantó la vista, y se quedó con la boca abierta.

La mansión de los Riddle, otrora la más señorial de la región, estaba derrumbándose antes sus ojos, en silencio total, como si no se estuviera viniendo abajo una enorme casa, sino un castillo de cartas. Fue la comparación más acertada que se le ocurrió en el momento. Otra que la caída de la casa Usher.

No hubo ruido de vidrios al quebrarse, no se escuchó a las vigas de madera caer ni entrechocarse con los ladrillos. Simplemente se desinfló, por decirlo de alguna manera.

De más está decir que Dave salió corriendo y que no paró hasta llegar a su casa.


Harry se despertó, empapado en sudor. Al principio, no reconoció el lugar donde estaba. Luego se acordó: estaba en la enfermería a causa de su tobillo dislocado.

Tanteó en la mesa de luz hasta dar con los anteojos, acto seguido se sirvió un vaso de agua de la jarra de metal que allí había.

Tenía que haber sido un sueño¿verdad? Un sueño muy real, pero sueño al fin¿no?

No. Realmente había pasado. Lo supo enseguida.

Todavía llevaba puesta la medalla de Bruce Finch-Fletchley.


Carolyn levantó la cabeza y parpadeó varias veces. Tenía las pestañas pegadas por las lagañas. Se las restregó y miró alrededor.

Estaba oscuro, pero entraba suficiente luz de luna por el tragaluz como para darse cuenta de dónde se encontraba.

Se había quedado dormida en la biblioteca. Genial. Y ni siquiera había terminado el trabajo práctico. Bueno, ahora eso no importaba. Lo primordial era volver al dormitorio sin que la pescara ningún celador.

Por la puerta cerrada no se hizo ningún drama. Para algo existían las horquillas de pelo.

Eso sí, no encontró su manual de Biología por ninguna parte.


Era un milagro, eso era. Un verdadero milagro, al lado del cual Lourdes no parecía nada.

La doctora Travis todavía no podía creerlo, tampoco la enfermera y los paramédicos. Pero era real, y tendría que llamar a los padres enseguida, una vez que terminara de hacerle todos los estudios, que hasta ahora estaban dando bien.

Bruce Finch-Fletchley había salido de un momento para otro del estado catatónico. Y si no se equivocaba, ya se encontraba por completo curado.

Jessica no pisaba una iglesia desde la muerte de sus padres, pero ese domingo iría. Era una decisión tomada.


Justin se levantó y empezó a dar vueltas por la Sala Común, tratando de desentume-cer sus piernas.

Lo habían logrado. Bruce había salido del cuarto azul. Gracias a la ayuda de Harry Potter, y de Lynn, claro. Justin sonrió al recordarlo.

Su hermana había aparecido sin previo aviso, justo cuando Justin se estaba por dar por vencido, todos sus intentos de mantener a Bruce despierto habían fallado.

Tenía un libro del colegio en la mano, con un pato dibujado en la tapa, y expresión de confusión total. Pero en cuestión de segundos se había hecho cargo de la situación.

- Bruce, despiértate. No me importa cuánto Valium te haya inyectado la Doc., tú tienes que mantener los ojos abiertos¿estamos?

Bastaron unos cuantos sacudones y la amenaza implícita de golpearlo con el libro para que Bruce le obedeciera. Se puso a jugar con el tren eléctrico, el que después sería destrozado al caerse el baúl repleto de juguetes.

No necesitó explicarle nada a su hermana. Ella, de algún modo, entendía. Miraba, al igual que Justin, cada tanto a la puerta por la que Harry había desaparecido. El silencio sólo era quebrado por los sonidos típicos del trencito.

De repente, ambos se habían llevado la mano al pecho y rodeado con los dedos su tercio de la moneda. Justin recordaba haber sentido un calor en los dedos, haber cerrado los ojos…

Y después, el chillido de Carolyn.

Al abrir los ojos, se había encontrado con que el ambiente de la pieza había cambiado. La luz había desaparecido, volvía a sentirse un olor a podrido en el aire.

Los Death Eaters habían regresado, pero no se quedaron mucho tiempo. Ante el asombro de Lynn y, sobre todo, de Justin, Bruce se enfrentó a ellos y, produciendo un estallido de luz blanca similar al que Harry había provocado antes, los espantó.

En ese momento fue cuando el lugar comenzó a caerse abajo. Afortunadamente Harry no tardó en regresar, pero estaba débil, Lynn (quien había tenido que arrojar su manual para tener las manos libres) y Justin habían tenido que ayudarlo.

De milagro habían logrado salir de allí sanos y salvos. Y Bruce se había curado. En definitiva, eso era lo importante.

Bostezó. Ahora sí que le había entrado sueño. Bueno, no era de extrañarse: era las dos de la madrugada.


- Vas a escribirme¿verdad?

- Sí, Sally, una carta bien larga, te lo prometo.

Ambos arrastraban sendos baúles. Era el primer día de vacaciones, y debían esperar a los carruajes en la entrada del castillo.

Ya casi habían llegado, cuando alguien golpeó en la espalda a Justin.

Era Harry Potter. Tenía el pelo aun más revuelto de lo habitual y la cara roja por la carrera. Antes de decir nada, puso algo en la mano de Justin. Éste miró y descubrió el colgante de Bruce.

- Devuélveselo a tu hermano y dale las gracias.

- De nada.

- Ah, y que tengas una feliz Navidad.

- Igualmente.

Justin estuvo a punto de preguntarle qué había sucedido con Arabella Figg, pero se contuvo. No era asunto suyo. Las cosas tenían que ser así.

Harry se despidió, y Justin supo que iba camino a la biblioteca a terminar un trabajo para Snape. Fue la última vez que Justin presintió algo en concreto. Nunca más volverían a manifestarse sus poderes parapsicológicos. Aquello había acabado para él.


En la estación se despidió de Sally, tras volver a asegurarle que le escribiría. Al atravesar la barrera se encontró con su padre, pero su aspecto había cambiado mucho desde la última vez. Parecía diez años más joven.

Durante todo el trayecto a su casa hablaron hasta por los codos de los preparativos de Navidad. Sus tíos, primos y abuelos lo pasarían con ellos y prometía ser muy divertido. Según el señor Finch-Fletchley, Jimmy, el hijo de la tía Miranda, había comprado toda una batería de fuegos artificiales a escondidas de su madre.

- Claro que es probable que tu madre no le permita usar los más ruidosos. Bruce todavía es algo sensible a los ruidos fuertes.

Bruce había salido de la clínica dos días atrás, ya curado aunque Travis dijera que todavía debía hacer reposo. Sin duda, aquella Navidad sería el niño mimado de toda la familia y estaría bien. Después de todo lo que había pasado…

Lynn les abrió la puerta, con un ridículo sombrero de Papá Noel caído sobre una oreja.

- Hola a todo el mundo- exclamó, aunque allí sólo estaban Justin y su padre para escucharla. Nunca dejaría su tono teatral- Mamá está en la cocina, insultando al horno como de costumbre.

Allí fue Justin a saludarla (después que los tres consiguieran entrar a la rastra el maldito baúl), y ella le enharinó la cara. Parecía bastante feliz a pesar del horno defectuoso, pero cuando Justin intentó pasar los dedos por el bol con restos de dulce, ella le golpeó la mano con la espátula.

- Hasta mañana, eso no se toca. Ahora, ve a saludar a tu hermano y piérdete de mi vista.

Sonrió, pero Justin decidió no probar su paciencia otra vez. A la carrera subió las escaleras. Lynn lo siguió. Entraron al dormitorio, que por cierto no tenía una sola cosa de color azul.

Bruce estaba en la cama, con varios almohadones tras la espalda, jugando con el Gameboy. Al parecer, iba perdiendo, porque no tuvo ningún reparo en apagarlo.

Después del consabido saludo, Justin tuvo ocasión de fijarse en los cambios de su hermano. Estaba más flaco y algo pálido, los últimos vestigios de enfermedad que conservaba. En cambio, sus ojos estaban más brillantes de lo que recordaba que eran, y parecía más alto. Otro cambio era que parecía reírse más y hasta hablaba.

- ¿Qué tal si jugamos al Scrabble?- propuso Lynn.

- De acuerdo, pero yo juego con Justin porque si no, nos ganas seguro.

Carolyn aceptó la condición y Justin fue a buscar el juego a su habitación. Al regresar, se los encontró a ambos riéndose por una broma que Bruce había hecho sobre el sombrero de ella.

Mientras desplegaba el tablero sobre la cama, Justin pensó que las cosas eran exactamente como tenían que ser.