Capítulo 1 "El Encuentro"
El muelle era una cómoda estancia para fondear en un remanso del río. Andreth midió la distancia y en el momento adecuado lanzó la cuerda. Las manos del elfo la atraparon y aseguraron firmemente la primera de las tres almadías.
Los hombres aseguraron las otras embarcaciones y saltaron a tierra. El jefe se dirigió al capitán elfo que los aguardaba e intercambiaron los saludos tradicionales. Los restantes hombres estiraron sus músculos caminando sobre la firme superficie de madera y luego comenzaron la descarga de las mercancías.
Andreth se alejó pronto de la agitada actividad. Aunque podía cargar pesados fardos como cualquiera de los comerciantes hombres, éstos le permitían a la joven esquivar esos menesteres. Había pasado la noche de guardia en la dirección del convoy, ahora le apetecían un poco de comida y bebida élficas y un breve sueño, y sabía en qué flet podía encontrarlos.
Al despertar, se encontró con su anfitrión en un plácido atardecer. Desde este árbol, como desde la mayoría de las demás viviendas élficas, se podía ver alguna parte del río, aunque el intenso dinamismo del canje de mercancías quedaba disimulado por el follaje.
-La pequeña Andreth se ha vuelto una hermosa mujer –le dijo el elfo- En la última expedición que recuerdo, no había más que una pequeña niña que quería saltar de la balsa cuando todavía estaba tan lejos que era seguro que caería en el agua.
-Y el galante Edrahil la atrapaba en el aire para ponerla a salvo-respondió aquella. –Pero el olvidadizo elfo ha estado mucho tiempo guerreando y han pasado otros dos viajes desde esa expedición que él recuerda. Aún ahora llegó tarde, cuando los viajeros repuestos casi tienen que partir.
Se unieron en un abrazo fraternal.
-Sé que no partiréis hasta pasado mañana. Yo, en cambio, no puedo demorar tanto mi partida. Pero me place ver que no has olvidado que esta casa se siente afortunada de ser tuya cada vez que pases por ella.
-Yo soy la afortunada. Pero cuéntame de las noticias del norte.
Andreth y Edrahil continuaron su conversación lentamente. El elfo evocó para ella las ásperas laderas del extremo septentrional de Dorthonion, sus agrestes terrenos y la actividad febril de los elfos que encaraban la gran llanura de Ard-Galen. Andreth no se cansaba de oír las historias del pueblo de los Eldar; especialmente aquellas que transcurrían en la lejana época en que los Noldor moraban en la bendita Valinor, pero también las más recientes de gloriosa y dramática guerra.
-¿Ya conocías esto, no es así?
-Cuando la caravana regrese, mi destino será el hogar de Adanel, esposa de mi pariente Belemir. Ella es una de las mujeres sabias del pueblo de los hombres, y me ha instruido mucho en los sucesos de Arda. Pero me gusta como lo narras tú.
El elfo no mostró la impresión que le causaba la facilidad con que Andreth hablaba de Arda. Continuaron su plática sin apuros durante algún rato más, y luego el elfo le entregó un paquete.
-La pequeña Andreth era muy aficionada a este ejercicio. Quizá no haya olvidado el placer de la cacería
-¡Edrahil! Esto es… ¡un arco élfico¡Muchas gracias!
El elfo asintió al deseo manifiesto de la chica y le alcanzó un puñado de flechas. Andreth descendió rápidamente y se internó en el bosque.
&&&&&&&&&
Los oídos del elfo no lo engañaban: había orcos cerca. Se esforzó por penetrar la espesura con la mirada. Sintió deseos de maldecir su imprudencia: había viajado tomando poco cuidado en disimular su rastro, convencido de la seguridad en el territorio amigo. Sin embargo, lejos del pueblo élfico del río, tenía la certidumbre de ser el objetivo de una patrulla enemiga. Con silenciosos movimientos trepó a un alto árbol para ganar visibilidad. Después de un atento análisis divisó al enemigo y se formó un plan. Entonó un silbido que sabía llegaría a los obtusos oídos orcos y esperó.
-¿Eso es un pájaro? –le preguntó uno de los orcos al jefe.
-Solo una rata asquerosa lo podría confundir con un pájaro. El elfito se ha quedado ronco de tanto correr. ¡Andemos!
Los orcos aceleraron el paso dirigiéndose aproximadamente hacia el árbol del elfo, pero el terreno no era sencillo, así que algunos se adelantaron y otros quedaron retrasados del grupo principal.
El primer orco de la tropa tuvo como última visión de su vida una cuchilla que salía de ninguna parte y se hundía en su garganta. El siguiente saltó sobre el cuerpo decapitado, pero la espada se hundió igualmente en su carne. Los dos siguientes intentaron inútilmente abrumarle desde lados opuestos, pero, con movimientos relampagueantes, el inmortal los acuchilló y se escabulló de nuevo.
El quinto orco era el jefe, y al primer mandoble rodó por el suelo. A su espalda venían ahora los últimos cinco enemigos y el elfo se giró a enfrentarlos. Los tenía casi arriba cuando oyó una confusa combinación de ruidos, silbidos y chasquidos tras él. Prudentemente saltó a la rama más próxima de un árbol en un lateral y cayó de nuevo en el suelo por el lado contrario, de frente a todo el escenario, empuñando la espada. Pero de pronto se encontró sin enemigos.
El jefe de los orcos yacía en un lugar distinto a donde él lo había dejado y con una flecha clavada entre los ojos. Cuatro saetas sobresalían de los cuerpos de otros tantos enemigos. El quinto corría haciendo zigzag entre la vegetación, hasta que un último proyectil lo alcanzó inexorablemente.
La risa llegó a sus oídos de entre las hojas y se sintió profundamente mortificado. La risa y su poseedor eran humanos y el estupor alcanzó entonces la magnitud de su enfado.
Andreth no había visto nunca un elfo molesto, y el rostro de Aikanar le resultó irremediablemente gracioso. Con dificultad se serenó, pero la risa pugnaba aún por brotar.
-Risueña mortal, tienes una habilidad notable. Quizá pueda felicitarte adicionalmente por el arco que usas, que no es un arma cualquiera, sino un fino instrumento élfico.
-Puedo apreciar que sois un noble señor. Dispensad el placer que me ha causado el pequeño éxito de mi cacería con un arma que conocéis bien. Es un presente de uno de vuestra raza, que condesciende a estimarme un poco.
-Mi nombre es Aikanar. Permitidme echar un vistazo de cerca de vuestra arma, pues si no me engaña mi memoria, ese suave entallado… no cabe duda. ¿El bravo Edrahil es aquel al que te refieres?
- Regalo suyo es, y me honra llamarme su amiga. Desde pequeña me mostró bondad en las ocasiones en que erraba entre los de su pueblo y el mío.
- Si así es, me placería rogaros vuestra compañía hasta su hogar. Puede haber más enemigos en la floresta y dos compañeros se defienden mejor que uno, sobre todo cuando uno de ellos posee una pequeña habilidad con la espada y el otro una milagrosa puntería.
A la joven Andreth no le pasó desapercibida la intención del elfo en la conversación que mantuvieron durante el regreso: el inmortal estaba desesperado ante la posibilidad de que la chica pudiera creer que le había salvado la vida, e intentaba sondearla suavemente.
-La del arco se interpuso innecesariamente. Mera media decena de oponentes estaban condenados de antemano ante hoja tan letal como la que observé, y el truco de hacerse el muerto del orco mayor era patéticamente inefectivo.
El rostro del elfo no reveló aún nada, excepto quizá un mayor esfuerzo por penetrar en los pensamientos de la chica. Caminaban en silencio por el sendero hasta que la situación se hizo demasiado evidente.
-Perdón- dijo el elfo finalmente, desarmado por la candidez de Andreth.- Nunca había imaginado que un humano pudiera dejarme tan atónito.-Andreth a su vez volvió a liberar la risa.
El elfo parecía sorprendido de las continuadas expresiones de júbilo de la chica. En su rostro severo aparecieron finalmente signos de relajación.
-Tenéis una cálida alegría, que ofrece descanso al atribulado y conforta el oído.-le confesó. –No me abstendré de felicitar a mi amigo por su maravillosa compañía humana.
En el hogar de Edrahil, los compañeros se abrazaron estrechamente.
Esa noche, Edrahil pidió a Aikanar que cantara. El viajero no opuso objeción alguna y dio un par de pasos hasta quedar satisfecho con la perspectiva que contemplaba, con la luna a la vista. Entonó entonces una letra suave e intensa, de amor y de búsquedas entre el peligro y la esperanza. Pero el final estaba muy dirigido.
-Entonces¿habrá guerra pronto? –preguntó Edrahil, apesadumbrado.
-Fingolfin quiere atacar. Sabe que demasiada prosperidad puede hacer olvidar a algunos el objeto de nuestro viaje.
-Por eso viniste.
Aikanar asintió.
-Eres un prestigioso capitán. Los guerreros apreciarán tenerte a su lado.
Andreth miraba asombrada a los elfos. Aikanar parecía reticente a extenderse demasiado en su presencia, pero Edrahil intervino:
-Mira esos ojos, Llama Afilada. La lealtad y la bravura no escasearán nunca en los humanos, si todos miraran así. Iré contigo, si tal es el destino que nos espera.
-¡Y yo iré también! –Andreth imploraba, más que afirmar.
Le respondió primero Edrahil:
-No tomes decisiones precipitadas, amiga mía. Tu pueblo también será convocado debidamente por el Rey de los Noldor.
-Pequeña Andreth –le dijo Aikanar –las batallas que nos aguardan no son escaramuzas de floresta.
-¡No les temo!
-Pues haces mal.-le dijo Edrahil. -Aquel cuyo nombre es detestado guarda horrores en sus mazmorras que erizan la piel de los más bravos. No solo orcos, que nos consta que no te asustan, sino criaturas mucho más terribles y letales.
-Veo que vos tampoco apreciáis en mucho el corazón de los hombres. En todos los años que habíamos pasado juntos, el cortés Edrahil no me había mostrado este desdén.
La chica abandonó la estancia. Los elfos permanecieron en silencio.
-Tiene razón.- dijo Edrahil. –Me exalté quizás demasiado. La expectativa me ha puesto el espíritu algo tenso y ella lo ha sentido.
-¿Tanta sensibilidad tiene?
-Más de la que ella misma imagina. Pero no permanecerá molesta por mucho tiempo: la conozco.
Aikanar parecía incómodo.
-Edrahil¿cómo es que has desarrollado tanta amistad con un mortal¿No has pensado en la brevedad de sus vidas, que pronto pasan y te dejarían con un doloroso recuerdo si te compenetras demasiado?
-Lo he pensado, mucho tiempo. Pero estoy seguro que si hubieras sido tú el que hubiera tenido las experiencias con ella que yo he tenido, hoy quizás te estaría yo haciendo esa pregunta.
La respuesta provocó la risa de Aikanar. Edrahil también sonrió.
- Desde que llegaste habías estado sombrío como esta noche antes de que saliera la luna. Por fin parece despejarte tu espíritu.
TBC...
