Capítulo 2 "Puede Sorprenderte"

Al día siguiente, Andreth amaneció bromeando con sus compañeros del embarcadero y ayudando en el trasiego de mercancías. Fardos élficos ocupaban ahora el lugar de los anteriores, que a su vez se habían distribuido por los flets. Al mediodía Andreth partió de nuevo a casa de su amigo, pero antes de recorrer la mitad del camino, se encontró a los dos elfos que avanzaban en dirección al muelle.

En el cordial saludo de los amigos no quedaban rastros del disgusto de la discusión de la víspera.

-Veníamos preguntándonos – le dijo Edrahil a Andreth –si los hombres tendrían una barca ligera que pudieran cedernos para emprender un viaje.

A Andreth no se le escapó la rareza de que los elfos de un pueblo a orillas de un río preguntaran por las barcas de los hombres, pero respondió en cambio burlonamente

-¿Preguntarle a un mercader si tiene una mercancía? Ciertamente podremos ofrecerle una modesta embarcación nuestra que lo satisfará.

-Es admirable –intervino Aikanar. –La chica no ha pasado por alto que queremos una barca de ellos en lugar de una élfica, y no ha intentado ocultarlo, pero tampoco ha preguntado por qué.

-Te dije que pocas cosas pasan desapercibidas para ella –replicó Edrahil. -¿Nos llevas al muelle con tu celebrada discreción, mi encantadora señora, y nos muestras las ventajosas ofertas mercantiles de tu gente?

Al llamado de Andreth, un hombre saltó desde una balsa a la rivera y saludó respetuosamente a los elfos.

-Éste es Arminas, hijo de Arthad- lo presentó Andreth- un amigo fiel y versado en nuestras rutas. Arminas¿tu barca es la mejor de nuestra flotilla, no es así¿Se la venderías a estos distinguidos señores?

-Nada de ceremonias, por favor –interrumpió Aikanar.-Señor, le rogamos nos muestre una embarcación modesta pero de buen navegar, que pueda trasladar rápida y sin despertar mucha atención a algunos soldados con unos pocos fardos. Satisfaremos el precio que usted le ponga.

Arminas asintió y los dirigió hacia una lancha de apariencia más que humilde.

-No os dejéis llevar por la impresión inmediata –les advirtió- El fondo y la quilla están hechos para navegar con rapidez por cualquier agua, por tumultuosa que esté, y los enemigos se sienten menos tentado por una presa que esconde hábilmente su mejor premio.

Edrahil, que iba examinando atentamente la chalupa, asintió:

-Es justo lo que necesitamos.

Después que acordaron la transacción, Edrahil se dirigió a Andreth.

-¿Te gustaría viajar con nosotros, amiga mía, y convencer a otro de tus compañeros para que nos acompañe asimismo¿Podrán los mercaderes prescindir de dos pilotos expertos, sin pedirnos un precio exorbitante?

-¿Por qué te gusta tanto bromear, amigo? Sabes que nada me gustaría más que ir con ustedes. En cuanto al segundo piloto, el propio Arminas puede acompañarnos ahora que el regreso de los demás será por un cauce tranquilo. Y no creo que le disguste acompañar una lancha que mucho le gusta, ni les cobre en demasía.

Arminas parecía totalmente satisfecho con el acuerdo, aunque los elfos no revelaron de inmediato el destino al que se dirigirían, y dispusieron la partida para el anochecer.

Poco antes de la caída del sol, los elfos y los hombres habían llevado el equipaje indispensable al lanchón, donde parecía mucho menor cantidad que la original. Ciertamente la embarcación estaba concebida, tal como lo había indicado su piloto, para el máximo provecho de los mercaderes en regiones no siempre amistosas y, por lo tanto, era rápida, maniobrable, su fondo ocultaba mercancías con facilidad y disimulaba exteriormente todas estas cualidades. Al partir, acordaron que Edrahil y Andreth conducirían durante las primeras horas, mientras los otros descansaban, y cambiarían a medianoche.

Conduciendo a favor de la corriente no tenían que realizar demasiado esfuerzo, pero se mantenían a propósito cerca de la orilla y procuraban mantener una pequeña velocidad y guardar silencio, hablando apenas en susurros.

-Discúlpame, amiga, por no revelarte todo lo que podría causarte curiosidad en estos momentos- le había dicho el elfo a la chica. – Por el momento he de abusar un poco más de tu discreción, que tanto agradezco.

-Lo dices como si a un elfo se le pudiera hacer revelar lo que no desea hacer saber. De todas maneras me siento dichosa de navegar contigo y tu amigo, que es un alto y sabio señor. Esto es evidente aunque no lo proclamen.

Edrahil estaba apenas menos risueño que ella en este trance, pues conocía de la agudeza de la mortal y de qué pocas cosas se le podían ocultar.

-Cierto es, que es noble entre los Noldor, y su corazón y sabiduría le hacen honor a la raza. Me lleva a acompañarlo a su misión y me honra con ello.

-¿Sólo a ti te lleva, hijo de Annadhril?

El elfo comprendió que la chica estaba herida, pues sólo lo llamaba así en esas ocasiones.

-Debes comprender, amiga entrañable. Debemos pasar como viajeros sencillos, humanos preferiblemente, pues sabemos que el enemigo se mueve, y espía, y sospecha. Aikanar mismo no les ha hecho a ustedes ninguna promesa o solicitud, aparte de la de conducirnos por estas corrientes. Cuando el peligro sea excesivo, posiblemente les pida que regresen a su pueblo. Yo no dudo de tu sinceridad y leo el valor en tu interior, pero todavía debemos esperar el momento en que necesitaremos a todos los tuyos. Y también hay sabiduría en tu mirada, que debe entender y esperar.

A pesar de la voz casi suplicante del elfo, apenas cambiaron más palabras hasta que despertaron a los compañeros y cambiaron puestos con ellos.

Después de recorrida cierta distancia, tanto Arminas como Aikanar pudieron apreciar que ambos eran duchos en la navegación. Se entendían perfectamente y la barca se deslizaba por el río suave y velozmente. En los momentos en que no necesitaban atender a la barca conversaban plácidamente. Aikanar apreció que Arminas era tan discreto como Andreth, si bien menos profundo.

Sintiéndose confortable, el elfo extrajo una cantimplora y unas lembas. El hombre saboreó con gusto el pan élfico, pero el vino le causó un carraspeo en la garganta y tomó solo unos pequeños sorbos.

-Había probado antes vuestra bebida, -confesó- pero esta es más intensa que la que conocía.

De todas maneras el calorcillo lo había relajado y se sentía comunicativo, así que le empezó a contar a Aikanar algunas historias que le vinieron a la mente.

-Andreth es una mujer extraordinaria –contó.-Cuando no era más que una pequeña niña aprendió mucho de Adanel, tenida entre nosotros como una de las mujeres más sabias del pueblo de Marach. Aún ahora, entre viaje y viaje se hospeda en su casa y algunos piensan que será tan sabia como su parienta.

"Ese pueblo ha sufrido muchos ataques de los orcos, y han pasado largas temporadas escondidos entre los bosques de Brethil. Los elfos y los hombres allí no se tenían mucha estima mutuamente hasta que descubrieron que combatían al mismo enemigo. Como la mejor comunicación era la que además servía para intercambiar mercancías, nos dispusimos a facilitar este movimiento en la región de una manera beneficiosa para todos. Lo que no esperábamos era lo que nos ocurrió la noche en que se quedó dormido nuestro vigía.

"En aquel entonces teníamos menos embarcaciones, pero todas se hubieran hundido en unos traicioneros cañones si una pequeña criatura no se lanza desde la orilla y nos alcanza. Habíamos entrado accidentalmente en unos brazos del Teiglin, que no conocíamos, y nos costó varios días regresar al curso regular que recorríamos. Andreth nos salvó a todos, así de pequeña –y señaló con la mano la estatura de un niño no muy alto. –Nos dijo que siempre había querido viajar y que la lleváramos, pues deseaba conocer a los elfos.

"Con permiso de sus familiares, empezó a viajar con nosotros y a aprender lo que podíamos enseñarle, así como a enseñarnos lo que ella sabe. Es una chica muy hábil, y valiente y sabia.

Aikanar seguía cortésmente la conversación del hombre y al cabo de unas horas, cuando aquel se durmió, se quedó sentado meditando y mirando las estrellas palidecer mientras amanecía. En cierto momento se descubrió mirando el rostro de Andreth, y se percató que, al hacerlo, lo invadía un cálido sentimiento y agradables memorias de los tiempos en que vivían en Valinor. Se imaginó como sería platicar con ella, y era como si ella le contara su niñez y él a ella la suya, tan distintas y lejanas. Le pasó por la mente que ella pudiera estar asimismo conversando con él, desde su sueño, y la idea lo perturbó. Los durmientes empezaron a pestañear y Aikanar enderezó el rumbo hacia la orilla.

Los viajeros estiraron sus pies unos momentos en tierra y Arminas pidió unos minutos para buscar unas hierbas medicinales, pues no se sentía bien. Mientras lo esperaban oyeron un silbido que los puso en guardia.

-Un orco sí confundiría eso con un ave- advirtió Aikanar-, pero es humano.

-Mi compañero está en problemas –dijo Andreth tomando el arco. –Ésa es nuestra señal.

Nadie pensó en pedirle que se quedara atrás. Por el contrario, se separaron unos pasos y avanzaron en abanico, tan agazapados que solo ellos podían distinguirse y comunicarse por señas.

El segundo silbido era ya una llamada abierta y pronto escucharon la carrera de Arminas. Andreth le chifló y aquel supo encontrar el rumbo de los compañeros. Pisándole los talones venían corriendo un trío de orcos que duraron pocos segundos frente a las espadas de los elfos. Pero Arminas no estaba bien.

Andreth sostenía su cabeza mientras él yacía en el suelo. La respiración agitada se iba apagando paulatinamente.

-¡Resiste, amigo!-Andreth contenía el llanto.

-No tiene más que unos rasguños- dijo Aikanar después de un rápido reconocimiento -se pondrá bien.

-No será así, amigo mío –intervino Edrahil –, y Andreth va tomando conciencia de ello. No son las heridas las que se lo llevan. En él la edad es avanzada, para un ser humano, y esa es la fuerza que lo está derribando.

Aikanar observó azorado el rostro del hombre, descubriendo en su palidez la cercanía de la muerte. Se extrañó, como siempre le ocurría a los elfos al constatar el peso de los años sobre los hombres, tan breves a los ojos de los inmortales y tan definitivos.

Entonces miró a los ojos de Andreth y adquirió conciencia de que ella, también, estaba muriendo. Con cada minuto que pasaba se aproximaba a su fin; por más joven que pareciera su cuerpo, los fugitivos años de los humanos hacían mella en éste indetenible e irremediablemente y lo conducían al inevitable final, poco menos que inmediato. El peso lo agobió y se sintió casi como al escuchar la maldición de Mandos.

-¡Vamos! –Edrahil apuraba a los compañeros- ¡puede haber más enemigos y en todo caso ya nos hemos puesto en evidencia!

El cuerpo sin vida del humano fue enterrado rápidamente. Con unos rápidos hechizos de Edrahil la tierra lo pareció recibirlo y acomodarlo. Luego de cubrirlo, sobre la tumba se extendió una capa de una hiedra verdegrís.

Los tres compañeros reemprendieron el viaje sin decir palabra, y tan rápidamente como podían. En los dos días siguientes no descendieron a tierra y navegaron la mayor parte del tiempo en silencio. Sólo al anochecer del segundo día Andreth entonó en voz baja una canción. Aikanar escuchó el canto y adivinó que la tonada de los mercaderes acudía a una alegría aparentemente superficial, para sobrellevar mejor las durezas del camino. Recordó el diálogo imaginario sostenido con Andreth escasas noches atrás. Se preguntó cuántas veces más lo iba a impresionar algo de los seres humanos y cuántas cosas le faltarían por conocer.

-¡Descendamos a tierra! –dijo a la mañana siguiente- pues desde aquí, luego de un breve descanso, podemos seguir a pie.

En tierra, Edrahil decidió efectuar una exploración preliminar. Andreth cayó en un profundo sueño, pues llevaba un par de jornadas apenas sin cerrar los ojos. Los elfos sustituían el sueño con sus contemplativas meditaciones, pero ella estaba necesitada de un descanso más terrenal.

Al cabo de unos minutos Aikanar la observaba de nuevo. Edrahil se demoraba y el elfo perdió la noción del tiempo por unos instantes. Recordó la canción de la joven horas antes y lo volvió a invadir un sentimiento de ternura cálido y arrobador. Sin saber lo que hacía, recogió unas flores al azar y se acercó a Andreth.

Meditaba sobre en qué lugar dejárselas. Se sentía en parte avergonzado y creyó que su gesto podía ser tomado como una debilidad, ante lo que retrocedió. Se percató que no tenía sentido sentir miedo. Avanzó.

De los pocos humanos que había visto hasta el momento, en ninguna mujer había encontrado una belleza que lo fascinara de tal manera. De pronto, descubrió que la fragilidad de unos seres sentenciados a morir tendría que provocar una intensidad extraordinaria de sentimientos, sentimientos que pujaban por manifestarse en los breves instantes que el cuerpo era capaz de portarlos. Sintió el flujo de emociones: el miedo, el dolor, pero también la alegría, el coraje y la esperanza, tan distinta de las suyas y tan similares.

Los ojos de ella se abrieron y encontraron al elfo a pocos centímetros. La expresión del rostro de él era luminosa y dulce. En su sueño, ella lo había visto cantar a la vida y lo había abrazado. Ahora sólo se preguntaba cómo había podido dejar que se alejara tanto. Así que levantó una mano y recorrió su mejilla con las yemas, sintiendo el palpitar de las sienes del elfo.

Entre los hombres, Andreth había conocido un par de chicos interesantes tiempo atrás, pero no había llegado a sentir nada profundo por ellos. Edrahil había sido una especie de tutor, de mentor. Aikanar era diferente.

La belleza del elfo la había impactado desde el primer momento. Los sentimientos de sus canciones la habían atraído aún más. Y las veces que el elfo había manifestado reservas ante las habilidades bélicas de los hombres la habían hecho sentir el desafío de demostrarle que los elfos no eran la única raza valerosa en Arda. ¿O quizás era la necesidad de destacarse frente a él? Ahora tenía su rostro a poca distancia del suyo y de pronto se aferró a él y lo besó. Él le devolvió el beso durante unos instantes en los que ambos sintieron detenerse a toda Arda.

La llegada de Edrahil les pasó inadvertida.

-Ejem, me disculpan la interrupción. El camino está despejado.

Se separaron como pequeños atrapados en una maldad y enrojecidos hasta las orejas, redondas o puntiagudas según el caso. Recogieron los fardos, aseguraron y escondieron la embarcación y se internaron tierra adentro. Edrahil leyó la pregunta en los ojos de Aikanar y le susurró en un momento en que ella no los oía.

-Amigo mío, te advertí que ella te iba a causar una profunda impresión.

TBC...