Capítulo 3 "Entre Ella y Todo Mal"
Por el camino, Edrahil caminó discretamente apartado. Los otros dos se tendían la mano con timidez para ayudarse a rebasar algún que otro obstáculo. El gesto era prácticamente simbólico, pues la chica era buena andarina, y los elfos estaban en su elemento. Al final de la jornada habían avanzado varias leguas.
Escogieron un apretado anillo de árboles, dentro del cual se podía encender un pequeño fuego que pasara casi inadvertido. Edrahil se adormeció rápidamente, pero Aikanar y Andreth se apartaron algo del fuego para estar a solas.
Se acercaron lenta, pero resueltamente. Se estrecharon, primero las manos, luego los antebrazos y las frentes, se besaron y se pegaron hasta sentir cada uno el calor de la piel del otro en todo el cuerpo. El elfo creyó por unos instantes levantada la maldición de los Noldor. Ella dejó de sentir su propia persona para unirse con él.
Andreth lo abrazaba con una pasión que le sorprendía. Aikanar sentía que le bebían los labios; Andreth lo absorbía, lo apretaba contra sí. El elfo sentía que era fundido en una entidad adonde la mortal lo arrastraba consigo misma. No conseguía explicarse qué sentía y cómo ella podía provocarle tales sensaciones, pero no quería dejar de sentirlas. Por una vez lo invadió un sentimiento tan intenso, que se preguntó espantado si de pronto se estaba volviendo mortal. Ella notó el involuntario erizamiento de los vellos de su deliciosa piel y relajó con besos la relampagueante tensión. No se separaron en toda la noche.
La mañana siguiente Edrahil los despertó suavemente. Ellos no dejaron de sonreírse los breves instantes que les llevó reemprender el camino. Habían caminado sólo unos pasos cuando ella se percató que dejaba algo atrás. En lo que la esperaban, Aikanar sintió la necesidad de decirle a Edrahil, ante la mirada acongojada de aquel:
-La veo, la acaricio y ¿sabes qué? No puedo explicártelo satisfactoriamente. Es un sentimiento sobrecogedor. Te extasía, y a la vez te produce una pesadumbre tal… La fragilidad de su vida te abruma. Te descubres a ti mismo ansiando interponerte entre ella y todo mal que pueda acercársele. Y merecer entonces su amor… Nunca había sentido tal angustia, ni siquiera cuando la luz de los árboles de Yavanna fue devorada en Valinor.
-Amigo mío, qué cosas tan asombrosas me cuentas. Pero en lo que dices está expuesto el mismo peligro, pues sabes que en poco tiempo la flor se marchitará entre tus manos. Estás tan maravillado con el aroma y la belleza de hoy, que no puedes concebir el dolor desgarrador que te causará mañana su pérdida. ¿No será mejor que intentes abandonar una empresa más imposible que la de nuestro terrible juramento, intentar unirte a un ser que, por la misma naturaleza que nos otorgó Iluvatar, está destinado a no pertenecerte mucho tiempo¿Has pensado cómo será el momento fatal en que constates el fin de la dicha, el fin de la esperanza?
- Pues será… algo increíblemente difícil de explicar. Habrá cuando más dos o tres formas de experiencias extraordinarias en Arda, que el más feliz de sus habitantes podrá vivir tan sólo una vez. Ser elegido para una de ellas es una dicha extremadamente rara, y no ocurre sin algún motivo. No sé cuál es; sé que hay en ello tanta felicidad como desgracia. Pues si es cierto que se vive experiencia de tal belleza, es cierto también que, al constatar la irremediable pérdida, se sentirá el peso de su pérdida y este peso constituirá un dolor inconmensurable. El recuerdo será a la vez caricia grata y pena desgarradora. Pero sé que sentimientos tan intensos solo le están reservados a seres muy afortunados y bendigo mi fortuna.
Edrahil no respondió y cuando ella se incorporó, reanudaron el camino, por el que llegaron rápidamente a un campamento élfico.
Los guardias le dieron la bienvenida y los invitaron a pasar. Los elfos no parecían notar el embeleso que unía a Aikanar y Andreth en todo momento, y los enamorados no se separaban un instante. Los viajeros fueron llevados con reverencia ante los líderes del pueblo, que los saludaron con cortesía y los invitaron a descansar y reponer sus fuerzas.
A Andreth le comunicaron que podía encontrar un hombre de su pueblo, asimismo de paso por el campamento con su hijo, a los que ya les habían avisado de su llegada.
-¡Bregor! –gritó ella, viéndolo venir.
-¡Mi hermanita! –el hombre la abrazó y cargó y giró varias veces con ella en sus brazos riendo ambos. Un joven salió de entre los árboles y saludó a Andreth, que besó cariñosamente al chico
-¡Barahir, qué manera de crecer!
Bregor insistió en llevarlos a todos al flet donde estaba parando y allí pasaron algunas horas con los anfitriones.
Al rato, Edrahil comunicó a su amiga que iban a reunirse de nuevo con los líderes del pueblo. Aikanar la invitó cortésmente a acompañarles, pero Andreth sintió que era una invitación formal, y la discreción le exigía abstenerse en esta ocasión. Además, tenía muchas ganas de conversar con su hermano y su sobrino.Se despidió de Aikanar con un cálido beso.
Barahir parecía urgir a su padre para que dijera algo, pero éste le dio unas cariñosas palmadas y le dijo a Andreth
-Este jovencillo está impresionado con lo que ha visto en la corte de Finrod en Nargothrond. Anda y búscale a tu tía alguna baratija del rey.
Entonces Barahir pareció aún más asombrado, pero se dominó. Sonrió y sacó de un fardo una joya élfica, que le tendió a Andreth, que se sonrojó mientras se la probaba, y luego la guardó.
Edrahil y Aikanar volvieron contrariados de su entrevista y discutieron entre todos los próximos planes. Andreth protestó cuando Edrahil le indicó que tenían que separarse. Edrahil iba a decirle algo, pero Aikanar se sentó delante de ella y la miró fijamente.
-Amor, no de otra manera podemos hacer llegar a todos el mensaje tan urgente que debe ser entregado. Algunos príncipes elfos están renuentes a atacar bajo las órdenes de Fingolfin. Cada día que pasa, es una tregua que se le concede al enemigo para labrar nuestra perdición en las pérfidas mazmorras del norte. En la entrevista de hoy pudimos apreciar que la posibilidad de obrar de conjunto, única esperanza que conservamos de lograr nuestra victoria, pende de un hilo. Todos debemos partir ahora en diferentes direcciones y reclamar a los jefes que conocemos y en los que podemos influir, ya el cumplimiento del juramento de Feanor, ya el acatamiento de los votos de amistad y alianza. Si no se alcanza un mínimo consenso inmediato, las fuerzas se dispersarán de manera irremediable y la perdición se extenderá sobre toda la Tierra Media. Mi corazón conocerá la angustia de la muerte durante el tiempo que tarde en reencontrarme contigo, pero te ruego que esperes tú también. Te prometo que, tan pronto sea posible, te buscaré.
-No esperaré tranquila, amor, a que me busques. Si todos tenemos que partir en direcciones distintas a una misión fundamental de la que tanto depende, iré, aunque pensando cada instante en volver a tu encuentro. Sé que esperarás que hayan pasado los peores momentos y el peligro se haya disipado. Pero en esos instantes precisamente cuando deseo estar a tu lado.
El elfo la miró y la vio en la grandiosa y terrible magnitud que podía alcanzar una reina de los hombres: hermosa, triste pero sin abatirse, resuelta a enfrentar hasta cuando ya no quedaran esperanzas lo que fuera necesario por su amor. Su mirada se desvió por un momento y encontró el regalo de Bregor sobre su bolsa; lo recogió y lo engarzó suavemente en los rizos de ella.
-¡Sea! Antes del combate nos encontraremos, y en su momento más álgido blandiré mi espada a tu lado. Tu arco hará una música dulce a mis oídos y feroz para el enemigo. Y llevarás en la frente esa joya élfica, que tendrá al reflejarte los mejores destellos que haya producido. Por los poderes del artífice que la hizo, que no deje de traernos el uno al otro una vez más, y que el recuerdo de esta imagen quede grabado siempre en nuestros ojos y no nos veamos de otra manera que con el amor que nos guardamos hoy. Pero no partas en mi busca hasta que yo te de envíe la señal, pues de no saber dónde encontrarme pasarás un tiempo irremediable vagando entre los reinos élficos.
La despedida de los viajeros fue breve. Bregor y su hijo partirían con Andreth por el río durante parte del viaje que ella realizaría a su pueblo de Marach. Edrahil y Aikanar partirían a su vez en distintas direcciones, buscando los caminos de otros reinos élficos, con algunos camaradas que se ofrecieron a acompañarlos.
Los hombres y la mujer partieron silenciosos en la barca de la ida, que encontraron en su escondite. Se deslizaron con rapidez por la corriente y el viaje transcurrió sin incidencias, hasta que llegaron a un pueblo ribereño de hombres, donde ella se separaría de sus parientes para partir hacia la casa de Hador Lórindol, señor del pueblo de Marach.
Hador la recibiría tan pronto supiera de su llegada, le aseguró su parienta y amiga Adanel, que la recibió con gran alegría. Por haberlo acordado con los elfos, Andreth no le contó de inmediato toda la historia, y Adanel había sido su maestra en cuanto a discreción. Para la entrevista con Hador, le previno que no guardara muchas ilusiones. A pesar de ello la preparó y engalanó y, cuando vio la joya élfica, insistió particularmente en que la luciera.
La conversación transcurrió tranquilamente. A pesar de todas las exhortaciones de Andreth, sin embargo, el rey estaba muy reticente a partir a una guerra de Fingolfin, en la que ni los mismos elfos lograban ponerse de acuerdo en un esfuerzo conjunto. Cuando ella se retiraba, algo le encendió la curiosidad y le pidió que le enseñara la joya.
-¿Algún elfo te regaló este rico presente?
-Élfico es, y ciertamente alguien de esa raza vertió una bendición sobre él. Pero es un regalo de mi hermano Bregor.
El rey meditó unos instantes en los que el salón guardó silencio.
-Iríamos a la guerra. Pero los reyes elfos han de dar una señal más explícita de su decisión.
En el camino a las habitaciones de Adanel, Andreth le preguntó a ésta qué había querido decir el rey. Adanel suspiró
-Querida, esa joya que tienes es de una naturaleza tal, que sólo puede haberla hecho un miembro de la familia de Feanor. Y sólo su artífice puede verter sobre ella una bendición. Entonces algunos elfos quieren atacar, pero otros no; el creador de esta maravilla te regala un hechizo que la acompaña, pero la gema no vino de él; hay demasiadas contradicciones y un rey no debe obrar imprudentemente.
Ahora bien, en el pueblo de Marach, como en varios otros lugares, se infiltraban los espías del enemigo y un paje, corrompido por el vil servidor de Melkor, Sauron, intervino de manera que pareciera casual, pero cargada de veneno.
-Creo reconocer la mano que talló esa piedra. No debe ser otro que el insigne Aegnor, también llamado Aikanar, hijo de Finarfin, hijo de Finwe. No hay otro príncipe elfo más noble y distinguido, y motivos de la más alta importancia deben haberlo motivado.
Adanel con la profundidad de su alma, notó la sombra que extendían las palabras del servidor de Sauron, pues indirectamente indicaba segundas intenciones en la actitud de Aikanar. Andreth no notó enseguida el daño que ésas palabras irían horadando en su interior, pero Adanel despidió fríamente al criado. Cuando se viró hacia Andreth, la notó pálida y descubrió los sentimientos de amor y dolor que la habían avasallado. La compasión invadió entonces su alma, llena de afecto por su joven parienta, y le acompaño a la morada, y la consoló en la medida en que le era posible.
TBC...
