Por una carta

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Tan cerca y tan lejos.

Te miro.

Me miras.

Te anhelo. Con toda mi alma.

Me gustaría tanto que supieras lo que siento, lo que me haces sentir en cada mirada.

Tus ojos irradian una fuerza que no soy capaz de doblegar, una fuerza que me posee, una fuerza que me hace estremecer.

Te busco por todos lados. Te busco mientras siento los latidos de mi corazón, golpeando en mi pecho, nerviosa. Te busco, como si fueras mi salvación, como si fueras el elixir de la vida que no tengo cuando no estás.

Te veo, siento que mi mundo tiembla, que todas las barreras se desploman, que vuelvo a respirar.

Eres la gota que calma mi sed, eres el deseo que encierra mi silencio, eres la imagen con la que sueño cada noche.

Es como te siento. Únicamente nos separan unos centímetros de pared y sin embargo es un abismo. Entre tú y yo hay un mundo que no puedo atravesar.

Me golpeo, una y otra vez, contra ese muro. Y caigo al suelo. Y caigo al abismo.

¿Por qué ese espacio tan grande en estas distancias tan cortas?

Estás en la misma aula y sin embargo, alzo la mano y no puedo alcanzarte, te escurres entre mis dedos, como el agua de la fuente de los deseos.

Nos separa algo contra lo que no puedo luchar. Eres más fuerte que yo. Tengo que reconocerlo. Puedes conmigo. Soy adicta a ti. Tus ojos son como una droga a la que me he vuelto adicta sin darme cuenta. Me levanto cada día deseando encontrarme con alguna de esas miradas que llegan hasta mí extraviadas del camino que deseaban seguir.

Camino, camino y pierdo el rumbo.

De nuevo estás allí. Me estás mirando, la gente está detrás mía pero no, tú me miras a mí, me miras y siento miedo, siento dolor y siento anhelo.

Siento un nudo en el pecho, que me aprieta y me duele, me duele, duele tanto, tenerte ahí, sé que estás y sé que no te puedo alcanzar.

Cada vez que esto ocurre me llevo conmigo parte de esos ojos, parte de esa mirada tímida que acabamos de compartir, siempre en la distancia. Y debería dejar de hacerlo porque sé que poco a poco me va a causar un daño categórico e irreparable.

Lloro detrás de la puerta, ahogando mi llanto mientras mi amiga me pregunta si estoy bien.

Estoy bien, solo un poco enamorada. Nada más.

Pero me es completamente imposible.

Podría intentar alcanzarte, pero te desvanecerías como humo entre mis dedos. Eres como intentar abrazar una nube, acariciar el aire o besar el agua. Tan inalcanzable que sin darme cuenta me derrumbo ante ti. Y ante tu mirada que se me clava en el alma como dagas afiladas. Y duele. Inimaginablemente duele. Más de lo que yo pensaba.

Lo sueño, despierta. Te veo, con tu gesto orgulloso, y dueles, tanto.

¿Qué sientes tú? ¿Qué sientes en cada una de nuestras miradas? ¿Qué sientes ahora mientras lees mis versos? ¿Qué sientes?

¿Cómo puedo penetrar en tu fría barrera de hielo? ¿Cómo puedo derretirla?

Tuyos son mis sueños.

Tuyos son cada uno de mis pensamientos.

Tuya soy, sin quererlo.

¿Es odio lo que siento?

¿Acaso te odio?

Probablemente sí. No es hacia nada ni hacia nadie… más que hacia a mí.

Me odio infinitamente por sentir esto, por ser tan vulnerable, por derrumbarme, por no saber seguir adelante, por mi tiempo perdido pensando en tus ojos, tus manos, tu boca… por mi obsesión y por supuesto por seguir con esto después de todo.

Hemos chocado esta mañana.

Me miraste y no pude alejar tus ojos de mí, en todo el día.

Mis amigos me decían que saliese a jugar con la nieve.

¿Cómo puedo jugar si temo que en cada rincón oscuro, tú te encuentres? Si tiemblo, pensando en verte y caer de nuevo, al precipicio.

Creí que con el paso del tiempo sería capaz de soportarlo. De acallar el dolor hasta hacerlo desaparecer. Pero no soy capaz y me odio por ello. Debería ser más fuerte, más fuerte que todo eso, más fuerte que tus ojos.

¿Por qué no me rindo de una vez? Sé que lo tengo todo perdido, que no hay nada que hacer… y sigo atrapada en tu mirada sin poder salir de allí.

A cada paso eres más imposible. Intento concienciarme pero mi corazón no quiere entenderlo. Es como decirle al Sol que deje de brillar.

Entre tú y yo no hay nada y nunca lo habrá. Sólo un encuentro fortuito en medio de miles de personas buscando un lugar en concreto. Una única vez en la que tus labios se dirigían a mí. Una primera y última vez en la que tus miradas eran exclusivas para mí. Pero nada más que eso…

Y sigues allí, al otro lado de la pared, lejos de mí escasos centímetros. Pero sin embargo te encuentras en otro tiempo, en otra inmensidad…

oooooooo

Fue valiente y cobarde, a la vez.

Valiente por arriesgarse y tentar, a pesar de que fuera peligroso, no importaba.

Cobarde por huir, escapar a afrontar lo que ocurriría después.

Para ella fue un alivio, aligerar el peso de su alma. Compartir al fin el secreto que poco a poco la estaba consumiendo en silencio.

Mandó a una lechuza para que se la entregara. En el sombre no había nada escrito, sólo en el interior, abajo, a pie de página, su nombre: Hermione Granger.

Regresó a su sala común e intentó hacer vida normal. Todo lo normal posible.

Era imposible. Sólo tenía sus ojos en su mente. Los ojos más hermosos que había visto nunca, la perseguían hasta despierta. Creía que moriría si la obsesión continuaba.

A la noche, se peinó el espeso cabello y se miró al espejo del baño mientras sus compañeras cerraban la puerta de la habitación y se disponían a dormir.

No estaba cansada, ni siquiera tenía necesidad de sueño. Seguía muriendo por dentro, no podía soportar la incertidumbre.

¿Habría leído la carta? ¿Qué pensaría? El nudo en su estómago seguía retorciéndose, era peor la duda que el propio saber.

Se sentó en un sillón cualquiera y observó el fuego, encogida en sí misma.

Estuvo gran parte de la noche en la misma postura, sintiendo nervios y angustia, junto con el mismo dolor en su corazón.

Entonces, a las seis, algo picó la ventana.

Miró asustada a la vidriera y ahogó un grito al ver dos ojos negros a través del cristal.

Sólo al serenarse, comprendió.

Abrió, casi temblando, el cierre de la ventana. Una lechuza orgullosa entró, extendiendo sus alas y se posó en el borde de la mesa. En su pico llevaba un sobre de color crema.

Lo tendió a la Gryffindor, después de revisarla con sus enormes ojos y, casi al instante que la carta cayó en su mano, alzando el vuelo, se marchó por el mismo sitio del que había venido.

Hermione ni siquiera cerró la ventana, a pesar del frío que por ella se colaba.

Tan sólo podía mirar el sobre, casi sin respirar, sintiendo sus dedos sobre ella y el latir de la esperanza.

Con los dedos trémulos, abrió el sobre por una punta y tirando de ella, la carta quedó al descubierto. Suspiró y la tomó delicadamente.

Cerró los ojos, cerciorándose que aquello no era un sueño, no, aquello era real. Muy real.

Al fin, armada de valor, sabiendo que aquella carta decidía su destino, separó la hoja exquisitamente doblada y observó una esmerada caligrafía con tinta china.

"Mi tiempo es la fantasía. Mi fantasía es mi válvula de escape.

Tus ojos son la paz. Nuestras miradas son el descanso que necesita mi alma corrompida por el dolor y la maldad.

¿Cómo puedes quererme? ¿Cómo puedes querer al ser despreciable en que me he convertido? ¿Cómo tú, sí, tú, puede hablarme de amor cuando jamás lo he conocido?

Dudas de mi verdad, anhelas un imposible, eres una bohemia. Por eso te quiero.

No sabes lo que me cuesta decírtelo, no sabes las reglas que he roto por ti.

Por eso te odio, Hermione Granger, porque te amo. "

Una lágrima se deslizó por sus ojos y un sollozo largo se abrió camino entre sus labios.

Era un sueño, no podía ser cierto.

Era demasiado bonito para ser real.

ooooo

La siguiente carta fue muy ambigua. Le contó sentimientos que nadie podía imaginar que sintiese. Situaciones y emociones que jamás había sido capaz de describir a nadie.

Él le respondió, con una carta llena de fuerza, le confesó sus miedos y sus pasiones.

Ella lloró mientras sonreía, emocionada.

Las cartas se repitieron a lo largo de toda la semana.

Hermione y Draco nunca habían sido tan felices. Cómplices, el juego de sus miradas continuaba a los ojos ajenos de los demás. Pero ellos sabían que compartían un secreto, su secreto.

Y entonces, un día, cruzaron sin mentiras, pisando los prejuicios, un camino vallado, superando las barreras.

Acabaron las cartas pero le siguieron las conversaciones. Conversaciones hasta altas horas de la noche, incluso de la madrugada.

Anhelos porque el día comenzase de nuevo para continuar aquella conversación pendiente.

Llegó el día en que se sentían parte del otro como de sí mismo.

Y subieron el último escalón que los separaba.

Una noche nevada, se besaron envueltos por copos de nieve, en un abrazo deseado y un sentimiento demasiado grande para ocultarlo.

- ¿Eres feliz? - le preguntó él mientras la miraba fijamente.

- Mucho. - sonrió ella.

- ¿Por qué?

- Porque mi sueño se ha hecho realidad.

- ¿Yo soy tu sueño?

- Tú eres mi verdad.

Se besaron, en el murmullo de la navidad, que blanca y dulce, llenaba de amor dos corazones unidos por una confesión. Por una carta.

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Wola mis niñas! ¡Feliz Navidad!

Esta petición es un regalo para Suiris, para mí más conocida como Marina. Los fragmentos en cursiva en la parte de Hermione, son de su propiedad. Esta historia, o algo parecido, le ocurrió a ella y ahora es feliz junto a su novio.

He intentado poner en ella todas mis ganas, hacerlo lo mejor posible.

¡Mil besos, preciosa! Gracias por confiar en mí, ya sabes que tienes una amiga cuando la necesites, en mí. ¡Qué te quiero muchísimo!

El siguiente capítulo lo cuelgo a continuación y allí contesto a vuestros reviews, ¿ok?

Os quiero!!

Lira Garbo

Haz lo necesario para lograr

tu más ardiente deseo,

y acabarás lográndolo.

Ludwig van Beethoven