Duelo.
No podía existir algo diferente en toda Thundera y entre la mayoría de sus habitantes. El planeta había logrado asimilar en los 5 días de duelo anteriores las terribles noticias que significaron la muerte de su Emperatriz Ella y del Príncipe Imperial Löwe-O, la calamidad se hacía cuanto más espantosa al saberse de la muerte de prácticamente todos los Guerreros Thundercats.
Y aunque el estrecho control de medios imperial había hecho todo lo posible por no filtrar información, se había logrado descubrir que la causa detrás de la muerte de todos estos protagonistas primeros de la vida Thunderiana y del Imperio había sido causado no por un desastre natural, sino por un acto terrorista que hoy ponía al Imperio a temblar en sus propios cimientos.
Como los ritos lo exigían, la ciudad se había enlutado con símbolos de la Casa Imperial y de la Fuerza de Thundercats, también se habían perdido más vidas entre los soldados especiales elite de la flota Imperial. Miedo y duelo era lo que se respiraba en el aire, y la plural opinión Thunderiana se había dividido sobre el curso de acción a seguir.
Sumido en un dolor muy profundo como para poder decir nada, el Emperador Claudis se había entregado a éste, volviéndose inaccesible a todo contacto exterior. El pueblo, se sentía abandonado, y la seguridad en todas las ciudades, especialmente alrededor del imponente Palacio Imperial de Thundera se había reforzado.
Sin embargo, la guardia se hacía ocasionalmente a un lado al llegar el transporte de actos dignatarios o de representantes del Imperio que, por delegaciones, mandaban sus condolencias al Señor Claudis. El Quinto Día de Celebración Fúnebre marcaba, según el rito Thunderiano, el día en que los cuerpos de los muertos debían enterrarse.
Los pasos pesados de un Emperador en medio de un gran desastre resuenan con eco a través de los altos pasillos del Palacio Imperial.
"¡Ella, mi amor!" piensa por enésima ocasión durante estos días Claudis en el dulce rostro de la mujer que fuera su esposa. "Hijo mío… ¡Löwe!" exclama en la intimidad de su mente que no registra el camino andado a fuerzas durante años. "¿Porqué tuvo que ocurrirnos esto?" piensa.
Un panorama oscuro aparece delante de los ojos del Emperador que, había buscado una paz con los Mutantes al otorgarles derechos civiles que habían exigido dentro del Imperio con tanto ahínco. Cuando un par de siglos antes el Imperio Thunderiano fue fundado y alcanzara los confines del sistema solar vecino, las lunas del antiguo planeta Plun Darr fueron conquistadas como las fuentes más importantes de riquezas del Imperio.
Plun Darr.
Un lejano y oscuro planeta otrora rico, devastado por sus propias guerras intestinas y que era habitado por razas que estaban, comparativamente hablando a cualquier otra civilización, en plena etapa de desarrollo, era un planeta que había sufrido su propia dosis de dolor. Los habitantes de sus lunas, desarrollando tecnología suficientemente poderosa se habían lanzado a conquistar a estas razas de "mutantes", seres de vida aparentemente sencilla y que buscaban emerger para tomar su lugar en el concierto de razas del sistema solar binario.
Los habitantes de las Lunas de Plun Darr, los Lunataks, con sus extrañas cualidades desarrolladas por el entorno que les exigió evolucionar de manera distinta, lograron crear una Confederación que, finalmente se unió al final en un Reino unido de Lunas, que tenía por asiento el Palacio Real de Luna Tumba, y cuyo estricto control ahora recaía en manos de la Reina Luna.
Su longevidad y gran fortaleza hizo que los señores feudales Lunataks lograran esclavizar con sus habilidades tecnológicas y biológicas superiores, a los Mutantes. Durante siglos, los Mutantes no fueron sino objeto de discusión entre estos señores que se disputaban el control de porciones enormes de territorio en Plun Darr y sus habitantes, considerados siervos. El Reino Unido de Plun Darr era inestable igualmente, acostumbrados a guerrear de vez en cuando sin intervención ajena, incluso había logrado alcanzar un cierto grado de estabilidad en medio de sus cíclicas guerras.
Pero un día, seres extraños venidos de más allá, llegaron con una fuerza inusitada a plantar símbolos y declarar estas tierras propiedad de un poder tan grande, que ni todos los señores Lunataks lograron resistir. Sin embargo, Thundera, no tenía los recursos suficientes para mantener una presencia numérica en estas colonias y representativa suficientes. Para asegurarse una paz dentro de la conformación del Imperio, los Thunderianos ofrecieron parte de su tecnología y de sus avances en todas las áreas de desarrollo de filosofías y ciencias políticas para lograr que los Lunataks pudieran encontrar atractivo pagar un tributo y formar parte de la jerarquía imperial.
Esto apaciguó a muchos lados de la escala social del poder del Imperio en sobremanera. Los Lunataks se aseguraron para sí no perder sus privilegios a cambio de ceder algo de su poder, en cambio de aprender y poder asimilar un brinco tecnológico que les otorgaba una fuerza suficiente para poder seguir haciendo, dentro de todo, mucho de lo que les placía. En Thundera, este trato fue visto y celebrado, como un triunfo de la diplomacia del Imperio al asegurarse los recursos de millones de nuevos súbditos a la Corona Imperial Thunderiana y los recursos naturales de, no sólo el rico planeta Plun Darr, sino de sus lunas, que además, proporcionaban un tributo anual enorme a la corona.
Pero los Lunataks jamás pudieron dejar de resentir su cambio de condición de amos absolutos a intermediarios de poder, pero decidieron esperar, suyo era el tiempo y los conocimientos.
No así para los Mutantes, que prácticamente pasaron de ser siervos a esclavos de un Imperio que los ignoró tanto como los habían ignorado sus antiguos señores. Era cuestión de tiempo para que la segregada población Mutante comenzara a adquirir los conocimientos necesarios para salir adelante… los conocimientos tecnológicos pero también un inesperado poder que los elevó a alturas insospechadas.
Organizándose, una resistencia Mutante comenzó a hacer ruido exigiendo poderes políticos ciudadanos en el Imperio, les era claro que los Lunataks jamás accederían a tal, pero el Imperio Thunderiano, quizá sí. De los luchadores sociales y activistas políticos sencillos, comenzaron a formarse células que buscaban bajo cualquier precio la libertad Mutante, algunos ya no buscaban siquiera el grado de ciudadanía en un imperio, sino la conformación de un planeta-nación mutante, lejos del alcance Thunderiano y Lunatak.
El descontento se hizo de manifiesto al atacarse instalaciones Lunatak, pero siempre respetando, a la representación Thunderiana, eran los únicos aliados con los que podían contar en un futuro, ya, al haber transcurrido un par de siglos de Imperio, la armada del Planeta Felino podía ocupar el planeta y ejercer un protectorado mientras que la incipiente nación Mutante se alzaba sobre sus pies.
El movimiento Mutante alcanzó a tener simpatizantes en el Imperio, el más prominente, sin lugar a dudas, el propio Emperador Claudis, quien comenzó a realizar gestiones entre los representantes mutantes para poder alcanzar un acuerdo político que, dejaría fuera de la jugada, a los Señores Lunataks, los cuáles, por otra parte jamás habían sido de su total simpatía. El intuía el creciente poder de los Lunataks y sabía que las Lunas podían volverse contra de Thundera en cualquier momento, sólo la creación de un poder intermedio y favorable a su Imperio podían contener la avaricia de estos. Pero, por supuesto, en el interior de su propio Imperio no todas las voces favorecían este cambio tan radical, ni compartían la visión de su Emperador.
Las facciones radicales conservadoras del Imperio veían esto como una cesión de poder y una pérdida más que una ganancia para la nación Imperial, invocaban al derecho y al honor de los pactos establecidos con los Lunataks, fieles aliados de su Imperio.
Claudis sabía que la paz no sería fácil, pero se empeñó en seguir su visión, una visión que se veía amenazada para siempre hoy por el terrible acto de terrorismo que señalaba a los mismos Mutantes como causantes.
"¡Libertad Mutante!"; "Mutantes… Ciudadanos ¡Ya!"; "¡No Más Sangre en las Manos de Nuestros Hijos!", eran algunas de las frases que podían leerse en las pancartas de algunos manifestantes thunderianos que se habían reunido fuera del Palacio Imperial.
Del otro lado, frases como "¡Castigo a la Basura Mutante!"; "¡Castigo y no Premio para los Terroristas!"; "Paz con Luna Tumba!" eran frases que rezaban y consignas que se gritaban en el otro lado de la turba. Manifestando lo dividido de la sociedad en este punto de vista, una división que se extendía por todos los estratos de su sociedad.
Ingresando en el Salón de Conferencias del Imperio, Claudis enfrenta una representación tan dividida como la que clama fuera del Palacio a su proyecto. Los analizó a todos: El Marqués Ira de grandes ojos oscuros y piel champaña, El Conde Wily de baja estatura pero de ingenio y vivacidad incuestionables, El Duque Cheet-Ah de brillante color amarillo y motas negras, espigado de figura estilizada y del otro lado, de imponente presencia, alto y de piel naranja y franjas negras, de gesto duro y poseedor de el mayor poder habido en Thundera después del emperador: El Gran Duque Tiger-A.
Los asistentes se ponen de pie al ingresar el Emperador Claudis-O. En las miradas de cada uno de ellos, reflejándose diferentes emociones y pensamientos. Ira y Wily bajan sus vistas en respetuoso saludo. La curiosidad se refleja en la vista del Duque Cheet-Ah, quien observa de reojo al Gran Duque Tiger-A, el cual, al ver al señor Imperial se pone de pie con gesto cansado.
"Su Majestad Imperial…" habla Wily, cuando Claudis pasa delante de él.
El Emperador mira con una sonrisa a Wily, una sonrisa amarga y apática.
"Lo sé, amigo mío, no digas más nada, por favor." Responde Claudis sin sostener del todo la mirada de simpatía que Wily le ofrece con genuino agradecimiento.
Wily baja la mirada y toma el asiento, mientras que el Emperador invita a todos a que se sienten con un gesto de su mano. Tras un prolongado silencio, en lo que Claudis toma su asiento en la cabeza de la gran mesa y permanece de pie con gesto sombrío y mirada gacha, en silencio, recargado sobre la mesa con sus dos fuertes brazos.
"Mis Honorables y Excelentes Camaradas, vengo ante ustedes hoy con un enorme pesar que inunda mi alma y llena de profundo dolor mi corazón." Dice respirando profundamente mientras se vuelve a ellos de manera valiente. "La Tragedia que ha sufrido mi familia, y toda Thundera no hace sino remarcar lo necesario de impulsar las reformas necesarias para otorgar a Los Mutantes, los derechos necesarios para adquirir la ciudadanía y una eventual libertad."
El silencio se hace en la habitación, mientras que todos observan, al Gran Duque A, cuya mirada se hace profunda demostrando molestia, al suspirar con ímpetu.
"Su Majestad, ¿es posible que usted persista en la locura que le está costando la paz de todo su Imperio?" pregunta sin más rodeos. Claudis mira al Gran Duque con decisión. "¡Señor! ¿Se da cuenta de lo terrible es que en estos momentos de ataque que sufrimos lejos de propiciar la unión de nuestro Imperio y de sus aliados, los Lunataks, usted persista en su idea fallida de premiar a esa raza de primitivos que merecen el desprecio de la sociedad Thunderiana y sus instituciones?"
"Tiger-A…" responde Claudis. "Yo soy el primero en darme cuenta y sufrir lo calamitoso de esta situación, he sido yo el que ha perdido sangre de su sangre… ¿te das cuenta que la sangre de todas esas vidas inocentes y leales, de los Thunderianos y soldados, también penden sobre de mí junto con todos los errores que hemos cometido en el pasado con los Mutantes? ¿De qué otra manera podía pagarse tanto dolor y sangre derramada desde la creación de las Colonias por mis antepasados que de esta forma?"
"¿Qué?" pregunta el Duque Ah acercándose sobre sus hombros recargado sobre la mesa. "Su majestad… ¡es totalmente inaudito que yo esté escuchando esto! Yo serví al Imperio desde los días de su padre como Emperador, y tales preocupaciones jamás nublaron su mente, la grandeza de Thundera era todo lo que importaba, y la grandeza del imperio se sustenta sobre las bases que su propio padre le dejara ¿viene hoy día a venir a desestabilizar estos cimientos aún a costa de haber pagado ése precio tan grande que nos ha recalcado como un reproche?"
"No fue un reproche, Duque Ah, fue le declaración que Nuestro Señor Imperial nos ha compartido… ¿qué más grande dolor quieres que él padezca? Y aún así, obsérvalo, su bondad y compasión siguen en pie, dispuestos a ofrecer una libertad que todo un pueblo esclavizado se ha ganado por siglos y siglos de sumisión absoluta…" agrega el Conde Wily. "¿No es legítima la búsqueda de la libertad y el goce de la grandeza de nuestro Imperio para todos sus habitantes? ¿Qué mayor gloria puede haber sino el reconocimiento de que nuestros errores pueden ser corregidos por nosotros mismos?"
"¿Llama a la Grandeza del pasado del Imperio un error?" pregunta el Marqués Ira al Conde Wily de manera directa. "¡El error sería mandar el mensaje de que la violencia consigue su propósito, Conde Wily!"
"En efecto…" ruge la voz del Gran Duque Tiger-A. "Un error que sólo provocaría un mayor derramamiento de sangre en el Imperio, Su Alteza Imperial…" dice mientras se vuelve a Claudis con porte regio. "¿Hoy usted se queja por esta pérdida de algunas vidas que ha sido para TODO el Imperio y no sólo para su Casa? Pues bien, negociar con estos terroristas sólo liberaría las correas de esa raza de salvajes a un derramamiento mayor, sangre verdaderamente inocente puesta en peligro de sus súbditos, a los cuáles les debemos la primera lealtad y que su esfuerzo ha erigido la grandeza de estos muros."
"Pero Gran Duque…" rebate con tono cansado Claudis. "¿Es que acaso la maquinaria del cambio es posible, es moral, detenerla? ¿Porqué no ganarnos el respeto y la admiración de la mayor minoría de nuestro Imperio? No es sólo el espíritu generoso lo que me mueve, y usted lo sabe, nuestros reportes de inteligencia nos señalan del poder creciente de Luna Tumba, mucho me temo que, si nosotros no ponemos de nuestro lado el total de súbditos que ellos tienen, podrían causar una verdadera fragmentación del Imperio, conservar a los Mutantes para Thundera es un asunto de seguridad Nacional… ¡no soy yo el que busca romper el pacto con Luna Tumba, son ellos mismos los que están persiguiéndolo, y cuando lo hagan, lanzarán a toda esa turba de Mutantes contra nosotros!"
"¡Yo no puedo creer eso!" exclama el Duque Ah con audacia. "Los Lunataks han sido valiosos aliados del Imperio… ¿si se busca dar libertad a futuros aliados, porqué no recompensar con mayor poder a los Lunataks para que ejerzan un mayor control sobre sus provincias en lugar de tratar de insertar a la fuerza, a un grupo de seres bestiales como lo son los sucios Mutantes?"
"¿Quiere acaso que la reputación de Thundera entre sus aliados se vea manchada por el signo de la traición, Su majestad Imperial?" pregunta Tiger-A a Claudis. "¿Qué clase de idealismo le hace pensar que el sólo hecho de otorgar esas libertades ganará de inmediato un aliado para Thundera? ¿Quiénes son los Mutantes, su Majestad? ¿Qué poder, más allá de su fuerza bruta fácilmente dominable, pueden otorgar al Imperio que nosotros no tengamos ya?" Mirando a Claudis, Tiger-A prosigue. "Usted habla de rencor por el pasado… ¿no se da cuenta que lo único que propiciará al premiar a esos malnacidos sólo servirá para avivar los fuegos de la división? ¡Los expondría a maltratos lejos de otorgarles un bien! ¡Nadie en Thundera les tratará como iguales, serán marginados! Los Mutantes son salvajes, ambiciosos… rencorosos, si usted cede ante sus presiones terroristas en lugar de perseguirlos y castigarlos de manera ejemplar, mandará el mensaje no sólo a ellos, sino a los Lunataks y a los propios sediciosos dentro de nuestro propio Imperio, que la violencia ¡es la respuesta!" Y concluyendo agrega. "Yo, en ese aspecto, concuerdo que la situación Mutante es asunto de Seguridad Nacional.
Claudis abre los ojos ante estos argumentos. La convicción y el carisma de el Gran Duque, aunado a su estado anímico casi lo convencen.
"Yo sin embargo…" agrega mirando de vuelta al Gran Duque. "… Pienso que siempre hay una respuesta. Si es el dar derechos un problema para ustedes para los Mutantes, el mío es no acotar más el poder de los Lunataks. Propongo que nos reunamos luego con nuevos informes sobre la situación, que nos iluminen un poco más sobre esta situación, sus argumentos, Gran Duque, los he escuchado con mucha atención, y los ponderaré, le pido…" agrega con tono enérgico. "… Que usted considere los míos como atención."
El Gran Duque baja la mirada saboreando la victoria del debate con respeto.
"Así será, Su Majestad Imperial." Responde con entusiasmo.
Claudis se arrastra fuera de la Sala con pesar. No debió haber atendido esta reunión, no en estos momentos que tan devastado se encontraba. Poco sabía que un evento catastrófico para el Imperio estaba a punto de llevarse a cabo. El paso lento del emperador se vio interrumpido por la presencia firme de Vargus, el primer ministro.
"¿Qué ocurre, Vargus?" preguntó Claudis con tono de fastidio.
"Su Majestad" replicó a la pregunta el primer ministro haciendo una pequeña reverencia con su cabeza. "El Thundercat Jaga le espera en el Salón Imperial."
"¿Jaga?" preguntó extrañado Vargus, desde la catástrofe, el General había sido imposible de localizar, conociendo sus sentimientos y la sensación de derrota, el Emperador no había insistido en consideración a este guerrero que enfrentaba además la difícil situación de haberse quedado sin compañeros. Dando un paso con determinación Vargus se llenó de fuerzas para encontrarse con el General, confiaba en él como una persona que resolvía problemas, no uno que le diera más, su confianza en él era plena.
Haciéndose a un lado sin levantar la cabeza, Vargus, permitió que su señor se alejara por el pasillo largo que lo llevaría al encuentro del General.
Planeta Plun-Darr. Colonia thunderiana.
El palacio de Luna Tumba era el sitio más odiado y más temido en todo el planeta. Erigido ahí desde hacía varios siglos, los Lunataks habían logrado hacerse del control del planeta alrededor del cual sus propias lunas giraban. Seres de gran poder e ingenio que además eran ambiciosos, un elemento que les había aglutinado sin ningún problema y que, en conjunto con sus recursos tecnológicos, lograron imponerse sobre la diversa población nativa del planeta.
Todo les había salido bien a los Lunataks, a pesar de haber devastado amplias regiones del planeta conquistado, el furor de los nativos era algo que ellos mismos jamás habían tomado en cuenta como un factor a sobreponerse, aún con todo, la situación fue resuelta y Plun-Darr pasó a ser una conquista Lunatak. Jamás imaginaron en su soberbia los habitantes lunares que algún día aquello que habían hecho padecer sería su propio sufrimiento cuando los Thunderianos alcanzaron ése sitio y les dominaran sin casi esforzarse. La reina de los Lunataks entonces concertó hábilmente un tratado que les permitió a los señores originales conservar una buena porción de poder, siempre y cuando juraran lealtad al nuevo poder imperial asentado en el lejano planeta Thundera.
Pero para Luna todo era cuestión de tiempo. Con el tiempo habían logrado conquistar éste planeta, y con el tiempo, la paciencia y el momento adecuado le llevaría a ser reina absoluta del fabuloso imperio de Thundera.
Y no era que la situación social también lo hiciera todo menos fácil, grupos insurgentes se habían levantado, mutantes insatisfechos de pasar de ser una propiedad de carácter feudal a una de propiedad imperial. Ante todo esto, los mutantes se encontraron con la alternativa imposible de haber perdido todavía más derechos, pues ahora eran habitantes esclavizados sin ninguna clase de reconocimiento. La vida diaria con la tecnología y el paso del tiempo llevó a evolucionar algunos conceptos, y varios grupos se levantaron buscando la respuesta para la situación mutante. Ante todo esto que se veía desde Thundera como un problema que debían de manejar los Lunataks, la reina Luna lo convirtió en un bastión y en un pretexto para conservar su propio poder. Manipulando de manera maestra la situación y apoyando una segregación más profunda entre las facciones de mutantes pacifistas y violentos, Luna era considerada como un factor que pocos cuestionaban, entre ellos, grandes poderes en el Imperio, aunque en los últimos años, el emperador había comenzado a ver con desconfianza a la reina Luna y había tenido la audacia de contactar a algunos grupos mutantes que vieron en su reconocimiento imperial la luz para quizá, algún día, emanciparse del poder Lunatak. El experto ojo de Luna lo contempló todo como si estuviera suspendida desde el cielo observándolo todo y meditando una manera de poner coto a estas expresiones alarmantes que amenazaban con acabar con su propio poder dentro de toda la jerarquía imperial.
Esta noche, reunidos en su palacio, los poderosos cuatro príncipes de las lunas se reunieron alrededor de Luna para discutir la situación de crisis que tanto Plun-Darr vivía en estos momentos, pero que parecía ofrecer una luz clara de debilitamiento con la caída de los temidos Thundercats y con la muerte del principal heredero imperial.
Sentada en su trono, una bella mujer de rostro azul blanquecino, largas orejas enmarcadas por una voluptuosa cabellera bicolor cana y azulada y un par de pequeños cuernos sobresalientes en su frente observó a todos apretando sus brillantes y grandes labios. Arracadas enormes de plata brillaron casi tan fuertemente como las miradas de los príncipes Lunataks reunidos a su alrededor.
Tug Mug, el príncipe de la Luna Gravital, de cuerpo grueso y denso, y músculos fuertes hechos por la increíble presión ejercida por su luna se revolvió en sus tres extremidades inferiores impaciente ante el silencio de su reina. Peinado con un mohawk y con cuernos más grandes que los del resto, ostentando la media luna creciente en su frente como todos los lunataks reales.
"Reina Luna" dijo con una voz opresiva. "¿Es esta reunión al fin en la que escucharemos lo que hemos estado esperando desde hace tanto tiempo? ¿La libertad al fin del odiado imperio Thundercat?"
Cerrando sus ojos, otro príncipe Lunatak, de aspecto más siniestro que el resto, si esto era posible, de frente y mollera clava, pero que dejaba caer sobre sus hombros el lacio cabello que crecía desde su nuca. Encorvado y portando un cetro lunar respondió.
"Mmm… no, no es así." Dijo mientras apretaba sus ojos como si estuviera intentando ver algo desde su mente con esfuerzo. "Aunque siento gran excitación de parte de la reina Luna esta noche."
La reina dejó de acariciar el cuello de un cachorro Lunatak de aspecto salvaje y bestial. Casi totalmente músculo y de extremidades grandes, aunque aún pequeño, se movió inquieto al percibir la molestia de su señora.
"Calma, Amuck." Ordenó la reina con tono frío, no demostrando impresión. Viendo hacia el hombre que revelara sus pensamientos, ella dijo. "Alluroe, ¡sabes bien cuánto me molesta que leas mi mente! Te ordeno que no lo hagas, estamos esperando a que lleguen los otros dos príncipes para poder hablar el asunto que me ha hecho reunirlos."
Alluroe sonrió con una mueca perversa, disfrutando poder molestar a la reina de los Lunataks.
"Lo siento, Luna." Respondió hipócritamente.
Un aire gélido recorrió el sitio y un resplando rojizo al salón mientras que las puertas del salón se abrían.
Una alta mujer de formas perfectas, vestida con el atuendo de gala de la Luna helada de Plun-Darr ingresó, haciendo volar su capa de piel de tigre, y mirando desde sus ojos pequeños y fijos a los reunidos.
"Parece que hemos llegado justo a tiempo para enfríar los ánimos." Dijo con sarcasmo poco refinado y sonriendo mientras de su boca escapó un aire gélido que enfrío en segundos la habitación.
"¡Chilla!" dijo el musculoso hombre que le acompañaba a su lado. "¡Deja de hacer eso, por favor!" dijo mientras se cubría sus protuberantes ojos rojos. "El calor de sus cuerpos aumenta y me hace molesto verles."
"Como digas." Respondió Chilla cubriéndose con su capa y caminando hacia su asiento designado. Redeye, por su parte, tomó asiento en el otro lado, Chilla le irritaba con sus poderes gélidos y su acento tan marcado en las "eses", pero lo que más le molestaba era su actitud de superioridad. Era una cuestión natural, la luna Helada de Chilla resultaba un sitio demasiado brillante para Redeye, que provenía de la Luna Oscura de Plun Darr y que le había hecho desarrollar, a sus moradores, la habilidad de ver en la oscuridad a través del infrarrojo.
"Bien, Luna…" volvió a hablar Tug Mug volviendo sus ojos hacia Luna. "¡Ya estamos todos reunidos! ¿Qué tienes que decirnos? ¿Qué ha llegado el momento de liberarnos del Imperio Thundercat y recuperar el poder total en Plun Darr?"
"Sí, Tug Mug, los he reúnido para decirles que los tiempos se están aproximando." Respondió Luna tranquilamente, palabras que causaron alboroto entre los reunidos.
"¿Entonces al fin nos liberaremos de esos insufribles felinos y volveremos a ser los dueños únicos de PlunDarr?" preguntó ansioso Redeye al pensar en la cantidad de recursos a los que sería capaz de echarle mano una vez más.
Alluroe incrédulo miró hacia la reina y dijo.
"Sin la necesidad de leer tu mente, Luna, he notado muy bien que aunque tus palabras nos parecen prometer la llegada de un momento que hemos esperado hace mucho, también nos indican que no es éste el momento ¿no es cierto?"
Los otros tres Lunataks miraron hacia la reina esperando una respuesta.
"Eres muy inteligente, Alluroe, u observador. En efecto, eso es lo que quise decir."
"¿Qué?" preguntó Chilla indignada. "¿Quieres decir que nos hiciste viajar desde nuestras Lunas para decirnos que todo seguirá exactamente igual? ¿Qué clase de reunión absurda es esta?" Vaho gélido escapó de sus labios azulados mostrando el brillo de un par de colmillos afilados que lucían amenazantes.
"¡Es la clase de reunión que sirve para ampliar sus radios de visión, partida de tontos!" exclamó enojada Luna poniéndose de pie y tomando un látigo que usara cariñosamente con su mascota Amuck.
"¿Qué has dicho?" preguntó indignado Tug Mug. "¿Qué somos tontos? ¡La tonta eres tú al no reconocer que en estos momentos, cuando el imperio Thunderiano está más débil es el momento de atacar! Podemos dar el golpe de gracia y permanecer en nuestro planeta por cientos de años más sin que nadie nos moleste…"
"¡Imbéciles!" exclamó Luna molesta azotando el fuete en la mesa y haciéndoles callar, aunque logrando una reacción adversa hacia ella. "¿Porqué es que nos quitaron el poder esos malditos felinos espaciales? ¿Porqué?" gritó una vez más haciendo resonar su chillona voz por las paredes cóncavas de Lunatumba. Ninguno fue capaz de responder. "Lo sabía, ¡ni siquiera han sido capaces de pensar en ello tras todos estos años!"
Poniéndose de pie indignada, Chilla exclamó.
"¡No he venido a ser insultada, será mejor que me retire!"
"¡Tú tomas tu lugar en éste mismo instante!" ordenó gritando Luna a la mujer de piel azulada que le miró de reojo molesta.
"¿Y si no qué, Luna?" preguntó ella dirigiendo su aire helado a Luna con un soplo potente. La reina Luna se echó hacia atrás de manera ágil y el aire fue detenido eficientemente por un par de manazas grandes y fuertes que se interpusieron entre la reina y el aliento de la princesa Lunatak. "¡Amuck!" exclamó en su mente Chilla molesta. Sacudiendo sus manos con torpeza, el cachorro logró deshacerse del hielo con eficacia.
"¿Quizá prefieras que sea Amuck el que te ofrezca el asiento, Chilla?" preguntó Luna con mirada penetrante a la otra mujer. Algo en su mirada parecía decir que esperaba con todas las ansias una afirmación como respuesta a su pregunta. Adivinando esto, Chilla ejercitó la mejor parte del valor: desistir.
"¡Te escucharé, Luna!"
"¿Y qué harás con los demás si no queremos escucharte, Luna?" preguntó Redeye molesto y desafiante. "¿Hacer que Amuck te defienda? ¡No podría con todos nosotros, y lo sabes!"
"Soy una mujer de muchos recursos, Redeye… ¿quieres ponerme a prueba?" una vez más sonrió con esa expresión ansiosa por un sí. Desde su lugar, Tug Mug observaba todo con ánimos de aplastar a esa mujer y tomar el poder para sí, pero no, aún no, pensó, no hasta que se haya resuelto el problema de los Thunderianos. Alluroe por su parte, recargado en sus manos miraba todo divertido.
"Te escucharé." Replicó Redeye sin oponer más resistencia.
Luna sonrió casi desilusionada mientras que acariciaba a Amuck y le hacía caminar a su lado jalando de la cadena que tenía sujeta a su cuello.
"Quiero que noten que aquí estamos simplemente cometiendo el error de discutir entre nosotros cuando fue nuestra unión la que siempre fue nuestra verdadera fuerza, Lunataks." Dijo Luna decidida. "No es tiempo de dividirnos por discusiones tontas y sin sentido que pondrían en riesgo todo lo que hemos estado esperando para nosotros y que está tan cerca."
Alluroe tosió desde su lugar y se volvió hacia Luna.
"Reina Luna, me parece que ya esto nos ha quedado claro, la situación es una tensa, y con todo el respeto, pero me parece que mis compañeros están en lo correcto al querer atacar en este preciso momento a los Thundercats, sobre todo, con ése alejamiento entre el Emperador y nosotros que me parece alarmante. ¡Reina Luna, ataquemos ahora y preguntemos después!"
Mirando a Alluroe con seriedad, Luna negó con su cabeza.
"¡Qué decepción, Alluroe! ¿Tú también?"
"¿Eh?" preguntó el Lunatak aludido confundido.
"Lunataks." Reinició la reina su discurso. "Gracias a la paciencia que hemos tenido es que hemos podido llegar hasta éste punto ¿porqué desesperarse por pequeñas complicaciones naturales que, por otra parte, jamás dejé de prever? La estupidez de Claudis es una que pagará con su vida, se los puedo asegurar."
Interesados ante esta respuesta de la Reina Luna, los Lunataks se miraron entre sí.
"¿Piensas matar al Emperador Claudis?" preguntó Chilla ansiosa.
Luna sonrió ahora enigmáticamente desde su sitio antes de responder.
"Digamos que tengo éste fuerte presentimiento de que ésta crisis en Thundera no hace sino marcarnos el tiempo de que una era está acabando para los Felinos y que el amanecer de la nuestra está aproximándose."
"Y con la muerte de Claudis…" comenzó a decir Redeye con una sonrisa.
"¡Recuperaremos Plun Darr!" concluyó Tug Mug con alegría evidente. "¡Una vez más seremos amos y señores y podremos aplastar a los mutantes!"
Suspirando fuertemente, Luna dejó caer el fuete que sostenía sobre la mesa, haciendo resonar un choque sónico que hizo que los príncipes Lunataks la miraran asombrados.
"Tug Mug… dime una cosa." Dijo la mujer de mirada penetrante e inteligente. "¿Porqué conformarse con un planeta cuando un Imperio estará listo para ser arrancado por quien tenga la decisión de hacerlo?"
La pregunta planteada con tono bajo resonó mucho más fuerte en los oídos de los príncipes Lunataks que el sonido del fuete de hacía unos instantes.
"¿Thundera?" preguntó al fin incrédula Chilla dejando escapar humo blanco de su boca. Sintiendo las miradas fijas de los demás sobre ella, Luna sonrío satisfecha mientras asintió en silencio. Y cuando vio sus rostros perplejos no pudo evitar reírse en una fuerte carcajada que pronto se contagió a los demás asistentes a éste cónclave.
Cuando las puertas se abrieron en el enorme salón del trono en el palacio real de Thundera un enorme sonido ahuecado pareció imitar el sonido del trueno a lo lejos cuando una tormenta se aproxima.
Dentro, esperando, el General Jaga, examinaba el acabado en una de las exquisitas estatuas del Salón Imperial. Volviéndose hacia las puertas, pudo observar como su emperador ingresaba. La pena lo embargó, el hecho de haberle fallado era lo que le había llevado a tomar esta decisión. Aproximándose hasta éste, Jaga se arrodilló.
"¡Mí Señor!" exclamó contrito, encerrando en esa frase todo su dolor y toda su humillación. Claudis le miró ahí, arrodillado, lleno de una piedad infinita. Jamás sintió que le hubiera fallado, la muerte de casi toda la orden de Thundercats era demostración de la fidelidad de estos guerreros, y por encima de todos ellos, Jaga era el mejor, sin lugar a dudas.
"Jaga, es un día triste para el Imperio sin lugar a dudas, pero mi corazón encuentra un poco de consuelo al saber que sigues entre nosotros, valiente guerrero." Replicó Claudis.
"Su Majestad, sus palabras por el contrario llenan de más vergüenza a mi alma y me hacen pensar que esta tragedia que hoy ha recaído sobre usted es más culpa mía… aún escucho los gritos de mis hermanos Thundercats y no dejo de reprocharme el no haber estado junto con ellos entregando mi vida a la causa del Imperio, quizá salvando la vida de la Emperatriz y el Príncipe."
Claudis volvió su mirada hacia un lado con tristeza al escuchar estas palabras, la pérdida de su hijo mayor y de su esposa eran más significativas para el Imperio que para él mismo, aparentemente, y sin embargo, con qué gusto renunciaría a todo su poder si eso prometiera que los problemas se acabarían.
"No digas eso, Jaga, tu lealtad y entereza como guerrero queda sin cuestionamientos, actuaste como debías, y simplemente ocurrió lo que parecía que estaba predestinado a ocurrir."
"Mí Señor…" dijo Jaga con voz apesadumbrada. "Su generosidad y su bondad son evidentes al descargarme de la culpa de mis acciones, pero yo en mi interior conozco hasta donde he llegado, es por ello que he tomado una decisión."
Estas palabras cimbraron al monarca al escucharlas y lo llenaron de inseguridad.
"¿Qué decisión, Jaga?" preguntó haciendo acopio de todo su valor.
Mirándolo de frente y sosteniendo sus miradas tristes, el guerrero habló.
"He venido a renunciar a los Thundercats y ponerme a disposición de su autoridad para que se me castigue por mi grave falta que desembocó en lo que ya sabemos." Concluyó valientemente Jaga.
Un silencio siguió a estas palabras. ¿Acaso Claudis había escuchado correctamente? ¿Su mejor y más confiable guerrero estaba renunciando en estos momentos?
"¿Qué dices, Jaga?" preguntó Claudis bordeando en la incredulidad y la desesperación. "¿Qué renuncias?"
"Mis acciones no sólo tuvieron por consecuencia la tragedia familiar que usted vive hoy, mi Señor, sino que también desembocó en la muerte de los guerreros Thundercats… ¡no soy digno de ser el jefe de esta orden!"
"¡No lo acepto!" respondió rápidamente Claudis de manera firme.
"¡Pero su Majestad!"
"¡Calla!" ordenó Claudis al asombrado Jaga. "No sé como interpretar este acto francamente, Jaga, si uno que debiera de conmoverme o de uno que debiera indignarme." El aire regio y propio de el Emperador había vuelto de pronto a su voz y a su cuerpo. "¡Hoy que es cuando el Imperio más te está necesitando vienes aquí a decirme precisamente esto! ¡Únicamente en consideración a que te conozco y a tus servicios como Thundercat puedo pasar esto como una manifestación de tu pesar y tu vergüenza, pero prefiero pensar que es sólo producto de ello y que no quieres decir verdaderamente lo que estás diciendo!"
Más avergonzado, Jaga bajó su cabeza. Era verdad lo que su Emperador le decía. ¡Tenía que encontrar la fuerza para sobreponerse como éste hombre estaba dando el ejemplo!
"¡Su Majestad, le ofrezco sinceramente una disculpa!" dijo Jaga reaccionando inmediatamente. "¡De ninguna manera quiero dejarle sólo a usted ni a el Imperio, mis palabras se desprendieron de otro acto de cobardía imperdonable!" La voz de Jaga se quebró. Claudis escuchó a Jaga sonriendo paternalmente. Poniendo sus manos sobre los hombros de el guerrero, Claudis sonrió haciendo que el Thundercat volteara a verle.
"Amigo, no debes de reprocharte el ser un hombre, todos sentimos por momentos que las fuerzas nos flaquean, pero sin embargo, todo tiene que continuar. Es una situación desesperada para el Imperio, pero aún hay esperanzas, Jaga, no nos dejemos vencer por la desesperación."
"Sí, Su Majestad." Replicó Jaga presto.
"El Imperio seguirá contando contigo, mi hijo Lion-O, heredero al trono, también cuenta contigo, así como lo hago yo, sé que no nos defraudarás."
Jaga observó el gesto noble del Emperador y sonrió tranquilo y aliviado.
"Sí, Su Majestad." Repitió Jaga una vez más bajando la vista.
Tomando asiento en el trono, Claudis habló una vez más después de unos momentos.
"Estoy seguro que para estas alturas, Jaga, ya habrás pensado en los guerreros dignos para ser Thundercats ¿no es cierto?" preguntó el Emperador. Jaga escuchó estas palabras para responder.
"Señor, he estudiado algunos casos, pero por el momento, me parece tener a una gran alternativa y una en la que confío plenamente."
"Dímela entonces, guerrero." Ordenó Claudis amablemente.
"Señor, el guerrero Grune es uno que tiene poder y honor, me honro con que me diga su amigo y me parece un buen momento para traerle."
"¿Grune dices?" preguntó Claudis sorprendido.
Grune, un thunderiano mestizo habitante de las regiones marginadas. Su fuerza era legendaria y no había podido ingresar en la orden por su condición mestiza, la cruza de un thunderiano y una mutante planetaria. Este guerrero tenía el aspecto terrible de un león salvaje, mirada inteligente y una faz que mostraba un enorme colmillo que recorría su bocaza de arriba abajo.
"¿Lo acepta usted, Majestad?" preguntó Jaga al monarca.
"En estas circunstancias, Jaga, creo que no tengo más alternativa, sin embargo, me parece que si Grune cuenta con tu confianza es algo que tomaré en consideración para esto. Jaga ¡tráeme a Grune para ordenarle!"
"Sí, Su Majestad Imperial."
Claudis meditó en este asunto. Y pensó que quizá era un signo alentador y evidente que se incluyera a un mestizo en la orden Thundercat, que mostraría sus intenciones de traer condiciones más justas a sus súbditos y que quizá, aplacaría las tensiones sociales que llevaron a esta situación entre los grupos radicales y conservadores de mutantes.
Plun-Darr. Luna Tumba.
Un numeroso contingente mutante se aproximó en silencio a la entrada de el palacio Lunatak. Encabezado por un mutante de aspecto simiesco, los mutantes que le acompañaban, de todo tipo, mostraban una resolución en sus miradas que mostraban su coraje y valor. Las manifestaciones, aún pacíficas como las que encabezaba el idealista Mandral, generalmente concluían en represión por parte de las autoridades thunderianas y lunataks. El silencio apenas roto por el movimiento de un ciento de personas reunidas con pancartas exigiendo el reconocimiento Lunatak a ellos, los trabajadores de la colonia.
Desde una de las ventanas del palacio, Chilla y Alluroe lo observaban todo con desdén.
"¡Observa a esas almas desdichadas! Vienen aquí envalentonadas por el gesto aprobatorio de el emperador de Thundera a ellos… ¡malditos Thunderianos! Sus fuerzas ni siquiera hacen nada por ahuyentarles, sólo los observan… ¡mira!" Exclamó indignado Alluroe.
"En otros tiempos, este atrevimiento hubiera sido impensable… ¡debemos deshacernos de los malditos gatos para poder así gobernar con mano de hierro a estas masas de ganado!" Agregó Chilla. "¡Sí yo fuera reina esta afrenta a nuestra autoridad no seria tolerada!"
Alluroe sonrió.
"Son intrascendentes ¿qué pueden hacer?"
"¡Lo que están haciendo!" exclamó Chilla. "Burlándose de nosotros a las puertas mismas de nuestro símbolo de poder!"
Mirando hacia el salón real de Luna Chilla cerró sus manos enojada mientras dejaba escapar su aliento frío.
"¡A veces me dan unas ganas de…!"
"Terminar con Luna." Completó en su pensamiento Alluroe la frase de la Princesa Chilla leyéndolo claramente en su mente. Chilla era una mujer fascinante, descarada en su hambre de poder, pero poco confiable por lo mismo, pensó Alluroe.
El silencio afuera de pronto fue roto por gritos y un gran resplandor que echó hacia atrás violentamente a los dos Lunataks. Una explosión cimbró el palacio.
"¿Qué está ocurriendo?" preguntó Chilla mientras caía. Alluroe intentó hacer sentido a los pensamientos caóticos que venían desde afuera de manera inútil, sólo sintió muerte, desolación.
Luna se puso de pie y se asomó una vez más para hallar restos carbonizados y gritos agonizantes de los manifestantes, en medio de un ir y venir frenético de guardias thunderianos y lunataks.
"¿Quién pudo haber hecho esto?" preguntó Chilla asombrada.
Poniéndose de pie y comprendiendo el aislamiento de Luna, Alluroe dijo.
"Me parece que la Reina Luna no está sentada impasivamente viendo los acontecimientos, Chilla." Dijo. "¿No te parece extraño que no hayamos obtenido de parte de ella una reacción más enérgica delante de nosotros?"
Chilla miró hacia fuera los restos de hombres, mujeres, niños y ancianos retorcidos de dolor o muertos, y sonrió. Se lo habían buscado después de todo.
En uno de los barrios más pobres de la misma ciudad donde Luna Tumba se encontraba, al otro lado de la misma, un grupo de mutantes recibieron la noticia del éxito del atentado. La fracción del Ejército de Liberación Mutante comandada por Rataro estalló en sonrisas y carcajadas al tener noticia del éxito en su atentado contra el grupo pacifista de Mandral.
Sonriendo satisfecho y siniestramente, un gordo mutante de aspecto de roedor sonrió. De enormes bigotes alrededor de un prominente y angosto hocico que remataba en dos enormes incisivos frontales se puso de pie.
"La muerte de Rataro atraerá más simpatizantes a nuestra causa… por desesperación ¡o por temor!" exclamó el mutante con voz chillona. "Sólo hasta que los mutantes estén todos reunidos bajo mi mandato será posible obtener una victoria contra los malditos Lunataks y luego contra esos Thunderianos!"
Los mutantes que le escucharon celebraron sus palabras asintiendo de manera firme a su aseveración. Un joven mutante de aspecto reptiloide se acerca hasta él.
"¿Cree que con esto entonces nuestro grupo se hará más poderoso, señor Rataro?"
El líder mutante se vuelve hacia el miembro de su cruzada y sonríe poniéndole una mano en el hombro.
"Ah, mi joven guerrero…" dice mientras comienza a caminar junto con él por entre la gente. "¡Es una buena pregunta la que has hecho, y aunque el exterminio de nuestros enemigos es parte de mi estrategia para poder lograr nuestro cometido, también estoy tomando otras medidas!"
Asombrado por el acto deferente de abrazarle, el encantado reptil camina junto con Rataro hacia la puerta que lleva a la parte posterior de la miserable vivienda.
"¿Quieres conocerlas?" pregunta Rataro con un aire audaz al joven y mirándolo a los ojos inspirando confianza.
"¿Podría hacerlo yo, señor Rataro?" pregunta el joven comenzando a descubrir que su futuro en la armada del Ejército de Liberación Mutante brilla promisorio ante esta demostración de afecto de parte del gran líder del mismo.
"Por supuesto…" agrega Rataro sonriendo. "Si no creyera en que al revelártelo ayudaría a poner en camino esta estrategia, no lo ofrecería."
"¿Yo?" pregunta el joven mirando a su alrededor orgulloso. "¡Señor, puede contar con mi vida para eso! ¡Serviré a la causa hasta mi último aliento!"
Rataro sonríe ante estas palabras mirando a todos los demás, que están expectantes y que observan, algunos, con gesto envidioso.
"¡Eso es lo que hace falta a la causa! En premio a tu dedicación y entrega, te mostraré mis planes, muchacho."
"Lizardo, Señor Rataro, mi nombre es Lizardo." Interrumpe el joven las palabras del líder mientras caminan fuera de la vivienda.
"Sí… ah sí, joven Lizardo." Concluye Rataro quien sigue caminando. Entre la oscuridad del estrecho callejón detrás de la madriguera de Rataro, otra vivienda de aspecto derruido, pero guardado por dos mutantes encapuchados en negro en sus puertas se revela.
"Aquí dentro… está la respuesta que estás esperando, y el secreto que confiaré con tu vida." Dice Rataro mirando al joven con una sonrisa.
"¡Sí, señor!" responde el joven sonriendo.
La puerta del edificio se abre, mostrando a otro mutante encapuchado de aspecto alto y vestido de negro. Levantando su rostro, Lizardo logra observar entre la capucha, el fulgor de dos ojos amarillos de aspecto casi canino.
"¿Es a quién has elegido, Rataro?" pregunta el misterioso encapuchado.
"Así es, Chacalo." Responde el gordo mutante con una sonrisa satisfecha. "Él mismo se ofreció para ello."
Desde la oscuridad de la capucha, Chacalo miró fijamente al joven.
"¿En verdad? ¡Cuánto mejor! Así el sacrificio será mucho más efectivo."
La sangre helada del mutante reptiloide pareció detenerse definitivamente a la mención de las palabras de Chacalo.
"¿Sacrificio?" preguntó inseguro. "¿Cuál sacrificio?"
Rataro mirando de vuelta a el joven dijo sonriente.
"El tuyo por supuesto, mi joven guerrero…" dijo carcajeándose, mientras que los guardias encapuchados se volvían para tomarle de los brazos fuertemente para ingresarle a la casa de Chacalo, quien se había introducido tras sus últimas palabras.
"¡No! ¡No!" gritó el reptiloide, con unas súplicas que llegaron hasta el interior de la madriguera de Rataro, donde los asistentes escucharon todo llenos de temor, demasiado miedosos como para siquiera asomarse.
Rataro suspiró sonriéndose mientras movía su cabeza.
"¿No me dijo que estaba dispuesto a dar su vida de ser necesario por la causa? Sólo estoy tomándole la palabra." Dijo mientras se introducía a la vivienda y cerraba las puertas mientras que comenzaba a escuchar la voz de Chacalo que comenzaba a invocar el rito.
"Antiguos Espíritus del Mal…"
La noche había caído en el palacio Imperial de Thundera. Claudis observó a su hijo Lion-O dormir tranquilo en su cama. Snarf le miraba cuestionante desde uno de los extremos de la cámara del príncipe.
"¿Su Majestad?" preguntó finalmente en voz baja sintética proveniente del aparato colgado a su cuello.
"Estoy bien, Snarf, sólo que miraba a mi hijo y me preguntaba si acaso estoy haciendo lo correcto. ¿Qué clase de problemas le heredaré?"
El joven Snarf se aproximó al Emperador con algo parecido a una sonrisa y miró al monarca.
"¿Porqué se angustia cuando tiene la llave de las respuestas al alcance de su mano, Su Majestad?" Claudis lo miró sin entender sus palabras, permaneciendo en silencio intentando adivinar lo que estas realmente significaban. "¡El Ojo de Thundera, Excelencia!" Concluyó Snarf. "¡Use La Espada del Augurio!"
Tras escuchar estas palabras, Claudis se arrodilló hasta estar a la altura de Snarf.
"Amigo mío, tus palabras hacen honor a tu sabiduría, y justifican mi fe en que harás de mi hijo un mejor monarca que yo."
"Su Majestad…" replicó Snarf modestamente. "Sólo cumplo con mi deber."
Sonriendo ante las palabras de Snarf, Claudis se puso de pie y salió de la habitación.
"Cuida del pequeño Príncipe, Snarf, es la esperanza del Imperio."
"Sí, Su Majestad." Respondió el felino haciendo una reverencia.
Claudis caminó hacia su habitación. Al ingresar, un aire nostálgico le recorrió y su mirada se llenó de tristeza al observar el dormitorio que compartiera con el amor de su vida, Ella, ahora ida.
"¡Ella!" exclamó conteniendo las lágrimas.
Pero no había tiempo de llorar más, ahora era necesario usar el don de La Espada del Augurio para poder estar preparado a las posibles eventualidades que pudieran presentarse. Tomando con decisión la empuñadura de lo que asemejaba ser un puñal de manufactura elegante, de color plateado y enmarcando una enorme joya de color rojizo en la base de la hoja. Suspirando y rogando que en esta ocasión la consulta fuera más efectiva que en la última vez, Claudis habló.
"¡Espada del Augurio… permíteme ver más allá de lo evidente!" al tiempo que ponía la empuñadora de la espada sobre su rostro y esta, por prodigio brilló, cubriendo las órbitas de sus ojos. La joya central comenzó a moverse prodigiosamente y como si de un ojo se tratara, esta se iluminó. Los ojos de Claudis brillaron al tiempo que El Ojo de Thundera, mientras que su percepción se abría para alcanzar más allá de los límites de los sentidos normales.
En su visión, Claudis logró observar el espacio infinito, tachonado de estrellas, el espacio que comprendía la vastedad del Imperio Thunderiano, en su propio sistema solar y el que alcanzaba a Plun Darr.
"¿Mi imperio?" preguntó Claudis en su mente. "¿Qué tengo que ver? ¡Espada del Augurio, concédeme la gracia de saber lo que quieres decir!"
Los vellos del cuerpo de Claudis entonces se erizaron sintiendo una presencia totalmente negativa, maligna que se extendía por los espacios infinitos de las estrellas y los planetas de su Imperio, y con horror observó un par de esferas rojas que parecían posarse sobre el Imperio con una extraña fijación que pronto pareció volverse hacia su propia mirada cuando le ubicara, ¡la presencia lo estaba mirando desde más allá de todo!
"¿Qué eres?" preguntó Claudis en su mente con temor y con enojo. "¿Quién eres?"
Los ojos lo miraron fijamente y parecieron entrecerrarse en lo que asemejaba una sonrisa macabra, y de pronto, un sonido que retumbó en la mente de Claudis y que le estremeció hasta lo más profundo de su alma se escuchó.
"Mumm… Ra… ¡Mumm Ra!"
Fue lo único que logró entender en medio de su confusión y más profundo horror…
Continúa…