Elecciones

Por Edeiël Snape-Black

Capítulo 26

Un nuevo día se abría ante los ojos del joven moreno. Un día sin la maldición que Voldemort le había puesto asegurando que no podría librarse de ella jamás. Equivocándose.

Harry se alegró por el hecho de que su maldición si tuviera solución... pero esta no fue todo lo satisfactoria que habrían deseado. Dumbledore la había acogido en sí y ahora estaba destinado a una muerte cruel... solo... como él había temido estar.

Draco le estrechó entre sus brazos y él respondió al abrazo. Apoyó en el muro cercano la muleta que le ayudaba a mantener el equilibrio cuando su pareja no estaba y le besó.

- ¿Qué te preocupa? - preguntó el rubio, hundiendo la cara en su cuello.

- Que no sé cómo acabará todo esto... Dumbledore ha desaparecido con mi maldición, seguramente esté enfrentándose a ese bastardo - siseó - Y yo no puedo hacer nada. Me siento inútil... - Draco levantó la cabeza y miró a Harry con ternura y comprensión.

- Confía en Dumbledore, él sabe lo que se hace - dijo, acariciándole - No le des más vueltas, no te martirices por algo que no puedes solucionar.

- Cuando fui a la mansión de Voldemort metí la pata, nunca debí moverme de aquí...

- De nada vale lamentarse ahora, Harry, lo hecho, hecho está... - el moreno asintió. Miraron hacia el bosque, el sol ocultándose tras los árboles y Harry sintió en su frente el latigazo de la furia de Voldemort.


- ¡Estás haciéndote viejo, Dumbledore¡Tantos años de sillón de director han hecho estragos en tu forma física! - siseó Voldemort sobre la cara del director.

- Estoy en perfecta forma, Tom - respondió Dumbledore con calma - Te estoy dando ventaja, estoy dejando que te canses - Voldemort rió, no con alegría, ni siquiera con sarcasmo ni ironía, simplemente emitió una serie de carcajadas huecas, desprovistas de toda emoción y que tan sólo lo hacían más temible de lo que ya era.

- Pues entonces tendrás que esperar mucho, yo no me canso fácilmente... - se lanzaron mutuamente maleficios y maldiciones, esquivándolas magistralmente, moviéndose con agilidad como bailarines sobre un escenario, las túnicas revoloteando alrededor de sus piernas, los colores de los hechizos entrelazándose y anulándose unos a otros.

- Todos nos cansamos, Tom, todos nos cansamos... - con una floritura de la varita, le lanzó un hechizo que Voldemort esquivó sin dificultad.

- ¡Deja de llamarme Tom! - gritó, furioso - ¡Yo no soy Tom, soy Lord Voldemort! - lanzó una andanada de hechizos que Dumbledore pudo evitar.

- Me da igual lo que digas, Tom, te conocí como Tom Riddle y como Tom Riddle morirás. Jamás serás ese invento de tu mente, Voldemort es solo el disfraz del muchacho solitario que fuiste siempre.

- Basta... - escupió con furia - ¡Basta ya¡¡Cállate, viejo estúpido, no tienes ni idea de nada!

- Sé más de ti de lo que piensas... Y estoy dispuesto a ofrecerte un apoyo si deseas cambiar tu actitud... Sólo tienes que desear quitarte el disfraz y volver a ser Tom Riddle para el resto del mundo.

- ¡Muérete! - otro hechizo voló hacia el viejo director.


Recogió lo que consideraba más importante y lo guardó en su viejo baúl de viaje. Miró a su alrededor y dejó escapar un suspiro. Había pasado demasiados años entre aquellas paredes, dejándose llevar por los acontecimientos y la gente que le rodeaba. Ya iba siendo año de que tomara sus propias decisiones.

Se volvió hacia la puerta cuando ésta se abrió y el rubio entró en la estancia. Sonrió. Había tomado la decisión por él. Porque lo amaba demasiado como para dejar que volvieran a quitárselo.

- ¿Estás seguro de esto, Severus? - preguntó Lucius - No tienes por qué... - el moreno le calló con un beso dulce y lleno de sentimiento.

- Completamente seguro, Lucius. No voy a dejarte escapar de nuevo - Malfoy suspiró.

- Pero Dumbledore...

- Dumbledore ya no puede influir más en mí. Quiero tomar mis decisiones, arriesgarme de nuevo eligiendo lo contrario de lo que la gente espera.

- Te la estás jugando por mí - Severus sonrió y a Lucius le pareció lo más hermoso que había visto en los últimos años.

- Sí... por nosotros. No quiero estar solo de nuevo, no quiero que tú acabes encerrado en esa prisión de mala muerte, ya has pagado por tus pecados, ahora vivamos lo que antes no nos dejaron.

- Severus...

- No hay marcha atrás, Lucius, la decisión está tomada. No voy a cambiarla - el otro hombre le abrazó - Vamos, aún hay cosas que hacer.


Minerva McGonagall. Profesora de Transformaciones desde los veintisiete años, siempre había estado trabajando en el mismo colegio. Lo que en un principio había considerado una labor difícil (controlar a los críos, evitar que por accidente se convirtieran a sí mismos en tejones y cosas por el estilo) pronto se convirtió en una forma de satisfacer su deseo frustrado de ser madre. Cuidaba de los chiquillos como una madre, estricta, pero con cariño.

En ese momento no podía sentirse peor. El hombre al que más admiraba, por el que habría dado todo, el hombre de quien podría haberse enamorado de haber sido él más joven, estaba muerto. No muerto en el sentido estricto, no aún, no que ella supiera. Muerto en cuanto a que nunca podría volver a tener contacto con otro ser humano.

Ahogó un sollozo en su pañuelo y se apoyó en el escritorio de Dumbledore, mientras rezaba porque el director no sufriera.

Los viejos directores del colegio, mirando desde sus cuadros, suspiraron y trataron de animar a la mujer con palabras de aliento que, aunque no sirvieran de mucho, al menos la hacían sentir acompañada.