Capítulo 3:

Sentía que lentamente mi piel se desgastaba, ya casi, permanecía inexistente, me deje caer comenzando a sentir bajo el palpitar de mis cansados pies, la tierra donde tantas muertes se habían suscitado, donde los cadáveres se mantenía momificados con la piel ennegrecida y recubriendo los escasos restos de los huesos calcinados por el sol que descansaban plácidos semihundidos en la arena.

Oí el murmurar de las voces de mis atacantes, esas risas carrasposas y llenas de maldad, sentía el sol comenzar a quebrantar mi rostro, varios puñales descargaban un silbido agudo en el ambiente, afilándose, preparándose seguramente para desgarrar mi propia carne.

Los buitres proporcionaban sombra a mis heridas al posarse cerca de mi en el cielo, esperando pronto conseguir alimento de lo que quede de mi, seguramente, guiados por el aroma de sangre y sudor que emanaba de mi cuerpo, cuerpo que pronto les proporcionaría el festín merecido.

Me dejé caer agotado oyendo esas molestas carcajadas de los hombres que pronto me quitaría la existencia, esperaba que se apuraran, el dolor carcomía mis entrañas y el ardor formaba una sensación uniforme sobre mi piel.

Repentinamente, comencé a oír mi nombre a gritos en la lejanía, esa voz que yo ya conocía ¿Era tan solo parte de ese eco que dicen oyes en tus recuerdos cuando falta poco para morir? No, esa era la voz que significaba mi salvación.

(POV de Joey)

Habían pasado los meses, quien sabe si años y el joven rubio se había acostumbrado a los trabajos matutinos, alimentar a los animales, ayudar en los trabajos de limpieza, e incluso, en la cocina, pronto, el resto de los sirvientes le tomaron especial cariño, su belleza era fruto de múltiples bromas por parte de los hombres y lujuria en las mujeres, quien a pesar de su corta edad, se veían deslumbradas con su atractivo, pronto, se vio como en una familia.

Y sin embargo, su amo, Akhenatón se había convertido en el hombre más intrigante para el, desaparecía largas horas y poco hablaba con sus sirvientes, tocaba de manera melodiosa el arpa y siempre parecía perdido, como hurgando en sus recuerdos, concentrado en un quien sabe que de su existencia.

Varias veces, había tenido la oportunidad de toparse con el en los pasillos que conformaban sus recamaras y verlo con su típica mirada perdida tocando sin cesar con un deje triste en su alma, desprendiendo ese extraño atractivo.

Era curioso, en las pocas oportunidades al día en lo que lo podía ver en toda la claridad siempre se veía afectado con un extraño sentimiento que se transformaba en ansias hasta que caía la noche y tenía nuevamente la oportunidad de apreciar su rostro.

Una mujer regordeta, de aspecto dulce y sonrisa bonachona lo había adoptado casi como a un hijo, y solía mencionarle, que su señor, era un hombre triste y bastante solo, raras veces traía invitados a casa y solía encerrarse en su habitación cuando tenía tiempo libre, como pudo aprender, era un hombre de armas realmente temido, pues constantemente era reclutado y se ausentaba por días, incluso, semanas, carecía de amorío alguno seguramente dada su frialdad con las demás personas, aunque cientos de mujeres en Egipto estarían bien dispuestas a entregarles su corazón a un hombre de inmensa gallardía exquisito porte y belleza bien conocida, este se mantenía renuente y distante, concentrándose solo en sus entrenamientos con el rubio y su vida solitaria.

Y así calló la noche, la tarde murió entre recuerdos y Joey se vio obligado a salir esperando llegar puntual a la reunión con su señor, quien sabía hervía en furia si llegaba a deshoras.

Tambaleó un rato al ver a su amo postrado en la arena esperando, sin embargo, al ver que este se levantaba y le indicaba un lugar a seguir sin darle ninguna reprimenda, supo de inmediato, no recibiría castigo, bueno, al menos eso creía.

Akhenatón: bien Joey hasta ahora te he tratado con prudencia, he hecho que entrenes tu equilibrio y velocidad.

Joey asintió con seguridad, recordando lo arduo de su entrenamiento.

(Flash Back)

Akhenatón: muy bien, para empezar quiero que vayas a lo alto de esa duna, y mantente de pie, camina tratando de bajar en círculos por ella, tu propósito es rodearla y atravesarla con una velocidad y agilidad suficiente de manera que tus pies no se hundan en la arena, no dormirás, comerás o beberás hasta que lo logres.

Joey lo miró azorado, esperaba algo más rudo para su inicio, escaló a la punta de la montaña, comenzó a descender con cuidado, sintiendo como la arena se deshacía ante sus pisadas, Akhenatón replicaba, intentó con mayor velocidad, pero esto tampoco funcionó, pues terminaba tropezándose al correr en círculos en una zona tan resbaladiza, optó por saltar lo más rápido posible, nada funcionó, akhenatón permanecía con la vista perdida reprimiéndolo, y así pasaron las horas, el sol comenzó a asomarse, se vio cansado, sus pies estaban ya incrustados con los granos de arena, nada funcionaba, no había forma, repentinamente el ojiazul dio un salto rápido, avanzó con agilidad y rapidez casi inhumanas hacia la duna más cercana y realizó su trabajo con una danza que lo dejó perplejo.

Sus pies casi no tocaban la arena, con el menor roce realizaba un impulso increíble, usaba su cuerpo para moverse y controlar el viento de manera de que pudiera bordear la duna con la mayor agilidad, su cabellos se confundía entre una humareda de polvo bajo sus pies, y tras unos pocos segundos imperceptibles llegó nuevamente a su sitio de reposo a esperar.

Akhenatón: cuando logres imitarme, pasaremos de nivel.

Joey asintió, admirado de la velocidad de su amo, él debía lograrlo, por aquel hombre, el quería llamarlo maestro, el quería, por alguna extraña razón, hacerlo sentir orgulloso.

(Fin del Flash back)

Akhenatón: pero ahora quiero que comiences a pelear, ¡Toma!

Akhenatón le lanzó a Joey una pequeña espada de madera, tallada, muy hermosa, de mango firme, muy poco conocidas, era lo más similar a un arma que Joey había empuñado en su vida. Akhenatón se paró frente a el, empuñando el también una espada similar, lo siguiente no sucedió, una oleada de viento lo recubrió y se hallaba en el suelo, fuertemente golpeado en uno de sus costados.

Akhenatón: mejor…comencemos con la defensa.

(POV de Joey)

Caminó por el palacio sonriente, dispuesto a presentarse en la celebración real por la coronación del nuevo Faraón Atemu, millones de doncellas se agazapaban ruidosas dando chillidos de emoción y esforzándose por resaltar su belleza, e incluso, crearla donde no la había.

Entró en la recamara donde ya desde hacía ya unos minutos los invitados habían comenzado a juntarse, una mano pálida se posó en uno de sus hombros, su compañero, Otogi le dedicaba una sonrisa, éste había cambiado sus galas a algunas más presentables, se sintió un tanto avergonzado pues solo llevaba su uniforme de guerrero, pero éste era mucho más simbólico e indicado, ya que ese día debía representar su cargo.

La sala era semiabierta, con una impactante vista a los jardines fielmente iluminados con antorchas proporcionándole una brisa fresca al recinto, impregnado de sutiles aromas que emanaban del incienso y las platas desbordantes de olores, la comida se veía impuesta sobre varias mesas alrededor del trono ubicado en el puesto real, se veía, sobrepuesto entre una escalinata blanca, de escalones cerrados y angostos, las bailarinas comenzaban a presentar sus suculentas curvas a algunos hombres que las admiraban con lujuria, el vino se veía brillante hasta el tope de las más finas jarras labradas, bandejas doradas, piedras preciosas, trajes encantadores, voces melodiosa y la música, Ahhhh esa música que endulzaba en ambiente.

El sonido del arpa que tan bien conocía lo llenaba de nostalgia, cortinas de algodón real (N/A: la más fina tela egipcia de tono transparente) se alzaban ante la brisa del la noche, las pelucas se veían extravagantes y hermosas, llenas de deliciosos peinados, y estilos peculiares, envueltos en conos de incienso que se iban disolviendo con rapidez, todos demostraba su alto rango portando esas sandalias algunas de juncos de lino, otras como él de cuero, o portando sus cinturones de oro llenos de incrustaciones de cornalillas, amatistas, lapislázuli y turquesas, a demás de sus múltiples amuletos de oro para la buena suerte, las mujeres, luciendo trajes provocadores, los hombres, también, el pudor estaba extinto, las gruesas capas de maquillaje se alzaban vigorosas en los rostros de todos, hombres y mujeres con sus pieles enmarcadas en aceites tallando su piel con los tintes verdes provenientes de las malaquitas, el kohl negro para los ojos procedentes de la galena, y los labios tornados de ese hermoso rojo carmesí obtenido del tinte sacado del óxido del hierro.

El ambiente gritaba a una posible bacanal, el oficial admiraba todo con radiante júbilo y admiración, cuando, los murmullos cesaron, un silencio general recorrió los labios de todos, y el por un impulso repentino, imitó el gesto del resto de los presentes, el faraón Atemu había entrado en el recinto, avanzó a paso lento, dirigiéndole miradas a todos a su alrededor, caminó seguro, todos, le abrieron camino hacia el trono, Joey optó por ponerse en pose recta y seria, Atemu avanzó directo, con su seriedad, se sentó sin perder el aire imponente y con un gesto de su mano indicó a los músicos siguiesen adornando el paisaje, los murmullos cantos y risas volvieron a surgir, Joey en realidad no se vio tan impactado por la belleza del faraón, sus telas blancas ondeaban entre la luz, se veía serio, y sin embargo mostraba una ligera impaciencia por algo seguramente no apto para sus odios, pudo ver como un par de veces le dirigió miradas de reojo, pero prefirió obviarlas con riesgos de herir a su nuevo monarca.

Y así la velada transcurrió como parecía, las gargantas se llenaban de vinos y manjares, la vista no bastaba para contemplar tanta belleza, las bailarinas extasiaban a su ya bastante ebrios clientes, moviendo sus caderas en una danza cada vez más provocadora, Otogi había sido llamado por el Faraón, suponía Joey para alguna clase de capricho repentino, se vio solo entonces, rodeado de aquella multitud ajetreadota, las horas comenzaron a morir lentamente una tras otras, y se vio rodeado de nuevos conocidos sacando a relucir su típica simpatía, justo en ese instante, se vio con una bella mujer en brazos que le hacía mimos dulzones y cantos armónicos.

De repente una extraña presencia lo hizo salir de su ensoñación, se interrumpió a si mismo con brusquedad y con un deje de rudeza se deshizo de las jóvenes que lo rodeaban, volteó a su alrededor como buscando al dueño de aquel aura tan penetrante, se levantó y pudo ver como la multitud le habría paso a una figura indescriptible, la siguió con el presentimiento de haber encontrado al dueño de aquella presencia, pudo ver sus ropas plagadas de encajes en los bordes, millones de pliegues se sumían en el, empujaba y trastabillaba nada, aquella extraña sensación de que alguien lo observaba había desaparecido, le dio una nueva mirada a Otogi que se hallaba sentado a los pies del hijo de los dioses, y entonces su mirada y la de un extraño hombre que se sentaba a la derecha del Faraón, se cruzaron.

Una mezcla de extraños sentimientos se vieron envuelto en el ambiente, su mirada se había cruzado con aquellos ojos penetrantes, se hallaba a pocos pasos del trono, como guiado por aquella expresión penetrante, el asombro colapsaba en su cuerpo, y admiró cada palmo de su piel.

Sus cabellos, se veían libres de decoraciones se mostraban rígidos envueltos en un pequeño velo transparente, su rostro de tez pálida suave y sedosa a la vista, tentándolo a tocarla, obligándolo, imponiéndole, labios carnosos ojos de un precioso azul profundo, llevaban una expresión de dominio total, como poseyéndolo en aquel instante, una mirada fría pero atrayente, llenándolo de deseo, sus labios se mantenían rígidos, sus manos una sobre su propio regazo, la otra enmarcando su barbilla, su cuerpo cubierto por una hermosa túnica vinotinto, de color uniforme, plagada de encajes en los bordes y las mangas, llena de pliegues incesantes, que caían por debajo del suelo, la elegancia, la frescura y el porte de ese ser, que seguramente era el más bello de Egipto lo tuvieron anonadado, jamás vio cosa semejante, o ser que se le igualara, aquella figura que lo penetraba con la mirada carcomiéndolo incitándolo, su garganta se lleno de palabras que no salían, su mente de recuerdos, las imágenes bordearon su memoria, los nombres acudieron, los pensamientos, todo se acumulaba todo se revolvía, la música dejó de tocar, la brisa de soplar, las risas de oírse, el canto se apagó, la luz se extinguió y repentinamente, sus miradas se separaron y todo volvió a la normalidad.

Otogi lo miraba sorprendido, usualmente era una gran pena acercarse tanto al trono sin previa autorización del Faraón, Joey se sonrojo ante su falta inclinándose ante el faraón que había interrumpido su plática con el sacerdote mirando impresionado la intromisión repentina del rubio, era todo un acto de algarabía acercarse al trono sin su permiso, mucho más portando armas.

Atemu: ¿Con que permiso se ha acercado tantos pasos al trono?

Joey no respondió, se mantuvo cabizbajo postrado ante el faraón, conocía por consejos de su antiguo maestro que a los monarcas jamás hay que mirarlos directamente cuando se les está imponiendo un castigo pues sonaría a desafío.

Atemu: Te estoy hablando.

Pronto los invitados se concentraron en la discusión, algunos músicos incluso dejaron de tocar, otros se agazaparon para enterarse de lo acontecido.

Otogi: perdónelo señor, el oficial no quería herirlo en absoluto no ha sido su falta, yo le he aconsejado que buscase un momento en el que lo viese desocupado para comentarle sus dudas, ha sido mi falta.

Atemu esta vez miró azorado a Otogi, susurró algo en el oido del antes nombrado quien solo expandió su mirada y asintió un tanto nervioso.

Atemu: bien, ¿en que puedo ayudarlo oficial?

Joey: mi señor, quería preguntarle…en que horarios se nombrarían a los nuevos generales del ejército, tengo una cita pendiente y debo saber si estoy en la necesidad de cancelarla.

Repentinamente el hombre de cabellos caoba le señaló al Faraón el uniforme del rubio, a lo que este, promulgó una amplia carcajada como si hubiese recibido la mayor de las sorpresas.

Atemu: ¡Entonces eres la leyenda que he mandado a traer de entre las fronteras persas, el general Jounouchi de la segunda infantería!

Atemu: entonces, comprendo la falta de Otogi, no te preocupes, no me siento ofendido, por el contrario te agradezco hayas venido aquí, curiosamente estaba preguntándole a Seth sobre tus hazañas, es una suerte que puedas contárnoslas en persona.

Joey miró de Reojo al ojiazul quien lo miraba con sublimes aires de superioridad, se enfrascaron en un extraño duelo ¿Por qué esa mirada le incomodaba tanto? Se sentó junto a Otogi donde el Faraón le indicaba, el hombre de cabellos castaños seguía inerte, taciturno pero con su mirada fija en el, quien sabe por qué, proporcionándole ojeadas severas, y con algo que solo podía describirse, como rabia.

Joey: con gusto, mi señor…