El Destino de un Dragón

Por: MissIntelligence

Capitulo 3:El Medallón.

Rating: PG-13 (Puede contener escenas de violencia y/o insinuaciones sexuales de parte de los personajes.)

Disclaimer: Todos los personajes de esta historia pertenecen a JKRowling, solo la trama de la historia es mía

Este capitulo va dedicado a mi querida amiga Coto, una persona excepcional. ¡Te quiero loca!

Nota de autor:Si sé, si sé... años sin actualizar, lo siento, falta de inspiración, pero ya estoy de vuelta y prometo actualizar una vez por semana sino que me parta un rayo. Quien descubra la conexión entre personajes en este capitulo se lleva una galletita! Wii! xD REVIEW!


El día había llegado al fin. Draco estaba listo, o al menos eso creía. Sus materiales estaban bien guardados en su baúl y su lechuza asegurada en su jaula. Pero mientras se arreglaba frente al espejo no pudo evitar sentir que algo le faltaba, se sentía incómodo e inseguro. Tenía elementos mágicos de su parte que otros ni en sus pensamientos más atrevidos se imaginarían, pero a pesar de eso no pudo evitar sentir miedo. Debía partir a Hogwarts a cumplir órdenes, su educación había quedado en segundo plano, ya no cabía duda de que luego que se completara el plan no podría seguir estudiando.

"¿Listo?" llamó su padre desde la puerta impacientemente, "Necesito una palabra contigo antes de partir."

Draco no lo miró, "Listo." Dijo terminando de abrochar su túnica y dándose media vuelta para enfrentar a su padre. "Soy todo oídos."

Su padre parecía arder de rabia al ver las constantes faltas de respeto de su hijo, pero al parecer lo que tenía que decirle era más importante y decidió hacer caso omiso de su indiferencia. Se acercó a él y con una mano apuntó a su cama para que tomara asiento. Draco obedeció pues no era el momento de rebeldías. De su bolsillo sacó una bolsa de un género aterciopelado marrón. Lucius Malfoy sostuvo la bolsa en sus manos, fascinado por ella y sin despegar sus ojos de su superficie. "Yo sé que no eres capaz de cumplir con lo que se ha encomendado, al menos no tú solo. Así es que he encontrado algo que no te dejará fallar aunque quieras."

Los ojos de Draco se fijaron en la bolsa de terciopelo mientras su padre introducía sus dedos dentro de ella. "Esto ha estado en la familia por siglos." Dijo, revelando un medallón de plata en forma de serpiente. Draco dejó de respirar. Los ojos de la serpiente que se enroscaba al fina de la cadena, parecían brillar como si estuvieran llenos de vida y por un momento Draco pensó que vio como la cola de la víbora se movía.

"¿Cómo se supone que un medallón me ayude?" preguntó Draco, recuperando el aliento pero sin despegar sus ojos del reptil.

"Nadie conoce todos los secretos que esconde este objeto, pues muy pocas personas lo han usado, pero ya irás descubriéndolos, poco a poco. Todo a su tiempo, Draco." Respondió su padre. Draco nunca antes lo había visto tan absorto en algo, sus ojos estaban desorbitados de fascinación. Su padre puso el medallón en sus manos. "Vamos, cuélgatelo."

Mirando con desaprobación el medallón en las manos de su padre, Draco lo tomó en las suyas y se lo colgó al cuello. Al instante, sintió como si lo estuviesen succionando desde el mismismo centro de su ser, como si hubiesen dividido su alma en dos. Su vista se nubló y su temperatura corporal bajó repentinamente. Draco comenzó a respirar rápidamente, su pulso se aceleraba con cada segundo que pasaba y sentía como si se fuese a desmayar. Justo cuando se sentía al borde de desvanecerse, volvió a sentir todo lo que había sentido anteriormente pero en reversa. Sintió como si algo estuviera llenando su cuerpo de tal forma que se sentía más fuerte, su vista nunca había estado mejor y su temperatura había vuelto a la normalidad. Lo único que no había vuelto a ser como antes era su pulso, por alguna extraña razón su corazón ya no latía tan fuerte como antes. "¿Qué…?" aventuró Draco pero su padre no le permitió seguir hablando.

"Agarra tus cosas que nos vamos a la estación." Y sin otra palabra, se marchó por la puerta.


Al aparecer con su padre en la familiar plataforma mágica de la estación King's Cross, Draco comprendió que ya no había vuelta atrás, estaba atrapado. Debía cumplir o morir, así de simple, Lord Voldemort no daba segundas oportunidades. Sentía que había vendido su alma. Había soñado con una oportunidad de demostrarle al mundo entero de lo que era capaz y ahora la oportunidad se había presentado, Draco tuvo que tomarla.

Su padre miró su reloj de pulsera, "Tienes cinco minutos." Dijo pasándole la jaula de su lechuza, "Draco, no pienses, no hables, no sientas, sólo hazlo."

Draco asintió, resignado a su destino. Tomó sus cosas y se dirigió el vagón de equipaje del Hogwarts Express, ahí reconoció el equipaje de Potter. Por un momento se sintió determinado a poner en práctica el plan en ese momento, pero un segundo pensamiento lo llamó a la paciencia y a la tranquilidad. El tiempo y el momento indicado ya llegarían. El tren dio un silbido de advertencia y Draco apuró el paso y se subió al último vagón de pasajeros. Se estiró las túnicas y emprendió su camino, buscando la cabina de los prefectos.

"Ah, Señor Malfoy, muy gentil de usted el querer acompañarnos," dijo la profesora McGonagall, al verlo llegar, con un tono sarcástico, "Asiento, por favor." El único puesto que quedaba libre era uno que de haber estado en otro lugar no hubiese aceptado nunca. "Granger." Saludó obligadamente bajo la mirada de McGonagall. Hermione lo ignoró.

"No hay mucho que decir que ya no sepan. Las rondas nocturnas de los prefectos han sido limitadas a una hora y media por cuestiones de seguridad y los desvíos de las rutas predeterminadas están absolutamente prohibidos. Me gustaría, también, que le destacaran a los de primer año algunas de las nuevas reglas que hemos implementado, las cuales están especificadas en este comunicado," dijo repartiendo los informes a todos los presentes, "Les recuerdo que el ser prefectos no significa que sean inmunes a las reglas, el reglamento de Hogwarts se aplica a todos sus habitantes, incluso a los profesores –claro que a otra escala. ¿Está claro?"

Todos asintieron pero Draco se limitó a doblar en cuatro el informativo y a meterlo en su bolsillo. Se dio cuenta que Granger lo miraba con ojos sospechosos pero con cautela, él le levantó las cejas cuestionando su mirada y ella levantó su mentón fervientemente al mismo tiempo que fijaba su vista en otra cosa.

"Bien, con todo dicho y claro les ruego que se retiren." Terminó McGonagall señalando hacia la puerta del cubículo.

"Al fin." Murmuró Draco pasando una mano cuidadosamente por su cabello y decidido a dormir el resto del viaje, pero eso no significaba que no se pudiera divertir un poco primero. Draco sonrió malévolamente mirando a Weasley caminando junto a Granger en frente de él. Apurando el paso y sacando a quien estuviese en frente de él alcanzó a Weasley y pasó por su lado pegándole en el hombro.

"¡Cuál es tu problema, Malfoy!" exclamó Weasley, sacando su varita como por impulso, Granger lo tomó del brazo y le susurró algo al oído.

Draco sonrió, "¿Mi problema? Gente como tú, Granger y Potter, ese es mi problema."

"Ron, ignóralo, vamos a buscar a Harry." Dijo Granger sin quitarle los ojos de encima a Draco. "Nunca ha valido la pena."

La sangre de Draco empezó a hervir, "Weasley, algún día te darás cuenta el daño que le haces a tu sangre estando con gente como ella. Es despreciable."

La cara de Weasley había pasado de un color rojo a morado en segundos, Granger aún lo sujetaba del brazo impidiéndole que usara su varita. Disfrutando el momento, Draco dio media vuelta y se fue. Weasley era un chiste, saltaba al primer insulto, eso era lo que divertía más a Draco, ver el efecto que sus palabras podían tener en ellos. Recordó el medallón en su cuello y lo sacó un momento para observarlo. Al sostenerlo en sus manos podía sentir como si el animal se arrastrara por sus dedos, era fascinante lo poderoso que lo hacía sentir, era intoxicante.


El Gran Hall estaba lleno de sobreros negros en punta. Las cuatros mesas largas de cada una de las casas llenas de estudiantes conversando animadamente, lo que provocaba un zumbido de voces que resonaban por todo el comedor. El sorteo de los de primer año acababa de terminar y el profesor Flitwick salía llevando en sus manos el famoso Sombrero Seleccionador, que cada año parecía más viejo y más gastado que el anterior.

Draco estaba sentado con la mirada fija en el infinito, haciéndose de paciencia para aguantar los chillidos de Pansy Parkinson y compañía. Cada vez se le hacía más difícil soportar a gente tan inútil como ellos. De repente sintió que alguien lo estaba observando, dirigió su mirada a la mesa de Hufflepuff y vio que Justin Finch-Fletchey lo estaba mirando con ojos de sospecha, pero al ver que Draco se había dado cuenta dejó de mirar. Draco no se pudo explicar el por qué, pero lo alejó de sus pensamientos. Dumbledore se había parado y el Gran Hall había quedado en silencio. Draco desearía poder dejar de escuchar.

"¡Bienvenidos! Dijo maravillado de ver a sus estudiantes, "¡Bienvenidos a un nuevo año en Hogwarts! Solo unas pocas palabras para cumplir con el protocolo: El Señor Filch me ha pedido recordarle que cualquier elemento que pudiera poner en riesgo la ruptura de alguna regla está prohibido, el bosque que se encuentra en las fronteras está fuera de límites para cualquier estudiante y las caminatas nocturnas serán sancionadas. Ahora¡A comer!"

Albus Dumbledore le causaba nauseas. Draco no lo soportaba, lo encontraba hipócrita.

Delante de cada alumno apareció mágicamente la cena. Draco comió sin ganas, cumpliendo la orden de mantener todo en la normalidad y luego se retiró guiando el montón de niños y niñas de primer año a la sala común de Slytherin. Una vez ahí les dio las órdenes indicadas en el informativo que McGonagall les había entregado y se dispuso a hacer su ronda nocturna por los pasillos del colegio.


Cegado por el sueño, Draco a penas se mantenía en pie. Se sentía muy cansado, como si hubiese corrido varios kilómetros sin parar varias veces en el día, pero lo único que había hecho era estar sentado en el tren y en el Gran Hall. Además, tenía un dolor en el pecho que iba en aumento. Sabía que no podía enfermarse, menos ahora que tenía cosas importantes que atender.

Al dar vuelta una esquina se encontró con la persona que menos quería ver en ese momento, "Granger, que agrado." Dijo Draco, escupiendo la última palabra.

Ella no le respondió, pero Draco pudo sentir que, por alguna razón, estaba asustada, su cara se había puesto de un color morado y no le quitaba los ojos de encima. "No tenemos permitido perder el tiempo en las rondas nocturnas, Malfoy." Dijo después de unos segundos, llevándose una mano a la boca y mordiéndose una uña.

"Tranquila, Granger… los cuadros no nos van a delatar." Murmuró Draco con desprecio, encaminándose en la dirección opuesta, dejándola sola una vez más, sin preguntarse el por qué de la reacción de Granger.


Al terminar la ronda, Draco no pudo más. El dolor en el pecho había aumentado y sus músculos gritaban por un poco de descanso. Subió las escaleras a su dormitorio y, sin desvestirse, se recostó en su cama, sin hacerle caso a los comentarios de Goyle y cayó en un profundo sueño.

"Cada vez que está cerca… no sé, es como si estuviera un dementor al lado mío."

Draco se escondió detrás de una puerta para escuchar mejor. Acababa de terminar de desayunar y en su camino a la sala de Historia de la Magia se encontró a Granger, Potter y Weasley hablando de él. Granger les había relatado a sus amigos lo que sentía cada vez que estaba cerca de él.

"¿Malfoy, un dementor? Estás delirando, Hermione." Rió Weasley, haciendo que uno de sus libros se cayera al suelo.

Granger frunció el ceño y dijo con voz de desesperación, "No estoy diciendo que Malfoy sea un dementor, Ronald. Estoy diciendo que lo que siento cuando se acerca es parecido a lo que se siente al tener a un dementor cerca. Es horrible."

Potter pareció meditar lo que su amiga le decía, "Lo único que podemos hacer es mantenerlo vigilado, pero no puedo pensar en nada que te haga sentir así, Hermione."

Ella lo miró con exasperación, "Tienes razón, Harry."

Draco salió de su escondite y siguió su camino a su primera clase de la mañana. No era que no le gustara que Granger se sintiera horrible alrededor suyo, pero era la manera como lo había dicho y la necesidad que tuvo de contárselo a Weasley y a Potter lo que lo había dejado helado. Además de las insólitas miradas de miedo y horror que le había dado últimamente. Realmente estaba estupefacto y eso, en él, era mucho decir.


La clase de Historia de la Magia estuvo empalagosa, como de costumbre y Draco de nuevo comenzó a sentirse fatigado. El dolor en el pecho no había cesado durante la noche, por lo que tampoco había podido dormir bien. No podía flaquear ahora.

"Pueden retirarse," dijo el profesor Binns al darse cuenta que la campana que indicaba el cambio de hora había sonado.

Draco hizo el esfuerzo de no arrastrar los pies, a pesar de sentirse muy cansado. Crabbe y Goyle caminaban a sus costados como de costumbre, pero Draco estaba tan acostumbrado a ignorarlos que no se había dado cuenta. Le dolía tanto la cabeza, que por un momento pensó escuchar voces dentro de ella, regañándolo por no hacer el esfuerzo de aparentar completo bienestar, gritándole y chillando incontrolablemente. Seguro estaba delirando. Resignándose, decidió que lo mejor era pasar por la enfermería para que Madam Pomfrey le diera algo para sus malestares. Draco sabía que la enfermera no hacía preguntas.

Tal como lo había esperado la señora Pomfrey no hizo más que mirarlo y darle un analgésico que alivió su dolor de cabeza pero no el dolor en el pecho. Sintiéndose un poco mejor, Draco salió de la enfermería con un pase para saltarse todas las clases de la mañana y para ir a descansar. Al salir se econtró rodeado por tres personas que lo miraban con horror.

Parados a menos de tres metros estaban Colin Creevey, Justin Finch-Fletchey y Hermione Granger. Todos estaban saliendo de sus clases y por alguna razón se habían quedado petrificados al verlo. Sus ojos estaban muy abiertos, sus bocas entreabiertas y sus caras amoratadas. Pareciera como si alguien les hubiese sacado el aire del cuerpo de un solo golpe al estómago. Draco, al no saber que hacer, tomó unos pasos hacia atrás y se fue en dirección contraria. Miró hacia atrás para ver si seguían en la misma posición. Finch-Fletchey estaba asistiendo a Creevey quien se había caído al suelo mientras Granger corría a buscar a la enfermera.

Algo muy raro estaba pasando.