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La Unión

Así, pasaron dos días más sin tener noticias de Grindelwald por ningún lado, sólo falsas alarmas de lo que pudiera estar haciendo en esos momentos. Llego el día lunes como si hubieran adelantado los relojes, Aberforth, se encontraba en la oficina ya de por sí muy nervioso sin siquiera saber lo que tenía que hacer. Se paso toda la mañana consultando los apuntes con Matheo Jumpkins, el ex funcionario del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Pasaron las tres primeras horas, cuando a Aberforth le presentaron a un hombre con aspecto elegante y sonrisa muy detallada como si estuviera culpida con un fino cincel. Llevaba una túnica color turquesa y unos adornos dorados que parecían botones en cada broche de su chaqueta. Su nombre era Williams Sorbern, y era el jefe del Departamento, el cual compartía la oficina con Aberforth ahora que él reemplazo a Jumpkins.

El señor Sorbern, miraba con aires de desconfianza a Aberforth, mientras este permanecía en una sofa esperando alguna instrucción por parte de Sorbern. En ese instante el señor Sorbern se dirige donde él y le dice.

Bueno, supongo que tu estás aquí solo porque tu padre es un funcionario destacado y muy amigo de Wortiks, ¿no es cierto? – preguntó con una sonrisa malévola en la boca -.

Eso no es todo, tengo una experiencia muy cercana con ciertas criaturas que puede servirme para estar trabajando aquí – dijo con seguridad Aberforth -.

¡Ah, ya veo... entonces crees que si te mando ha hablar con Borg el Duende, podrás arreglar unos asuntos que debo acabar pronto, ¿no es así? – dijo Sorbern como si pudiera obtener una respuesta sensata -.

Si, lo haré con mucho gusto – dijo Aberforth -.

No me subestimes, Aberforth. Te crees superior todo porque tu padre trabaja aquí, pero te diré una cosa, a mi no me interesa lo que hagas o lo que digas, soy tu superior y me obedecerás en todo – gritó enojado Sorbern -.

Bueno, si eso es lo que quiere... pero ahora debo marcharme, tengo que liquidar el asunto en el que usted me asigno cordialmente – respondió con una sonrisita de satisfacción -.

Esta bien, pero no vuelvas hasta que consigas una respuesta digna – dijo con resignación Sorbern -.

El día se volvió más interesante para Aberforth, ya que tuvo que lidiar con Borg el Duende, con el que reconciliaría la hermandad para con los magos. Esto le costo mucho, ya que no esperaba encontrarse con ciertos peligros en el camino que lo dirigía a los bosques de Irlanda. En mas de alguna ocasión tuvo que pelear con Troles que amenazaban desde las cavernas, donde su objetivo era propinarle un buen azote con el garrote a Aberforth. Sin embargo, no contaban con que él sabía perfectamente como lidiar con ciertas criaturas, y de que sus hechizos siempre eran eficaces.

Después de varios peligros, llegó donde se encontraba Borg el Duende, estaba acompañado de al menos cincuenta duendes más con caras enojadas, como si su vida entera estuviera llena de odio. Aberforth sólo sabía que a los duendes no se les debe subestimar, sólo hay que aparentar una igualdad, ya que si le daban aires de grandeza, podría verse envuelto en un problema bastante serio con su Departamento y no quería que eso pasara en su primer día de trabajo. Al transcurrir la tarde hablando con Borg el Duende, se pudo llegar a un acuerdo temporal sólo porque al duende le simpatizo mucho Aberforth, cosa que las demás criaturas no compartían. Su regreso al Ministerio fue más fácil ya que los duendes le mostraron un atajo que valía la pena tomar. Este empezaba en un valle florido con hermosos colores que se dibujaban con el reflejo del sol, y los cuales cambiaban a un azul brillante por la noche. Caminar por esos lugares era como si flotara en el aire, sus pies pisaban el fino pastizal que había el cual servía como una especie de almohada para las plantas. Tardo menos de lo que le pareció a Aberforth, y cuando sólo quedaban tres horas para el término de su horario de trabajo, volvió con una sonrisa y una sensación maravillosa por haber echo las cosas bien en su primer día como funcionario del Ministerio.

Se dirigió hacia la oficina, cuando vio al señor Wortiks que pasaba justo al lado de el ignorándolo por completo como si él formara parte de la estructura del piso. Aberforth pensó que podría pasar por el cansancio que aflige ser Ministro, y no te das cuenta de por donde vas ni siquiera por donde caminas después de un día largo y tedioso. Pensando cómo se comportaría él cuando el trabajo fuera más pesado, llegó a la oficina y se sentó en su escritorio tomando notas de lo hablado con el jefe de los duendes, lo cual completo dos pergaminos y con letra diminuta, ya que su conversación fue del todo exitosa.

¿Cómo te fue, Aberforth? – preguntó una persona con una voz cálida que estaba parada justo en la puerta -.

Bien papá, todo salió de maravillas – respondió él -.

Que bien, ¿y ya terminaste? – pregunto el señor Dumbledore -.

Si, ya lo hice, acabo de terminarlo, por cierto, ¿no notaste a Wortiks muy raro papá? – preguntó muy despreocupado -.

Bueno, no mucho, debe de ser el estrés, ya se le pasará, por lo pronto hay que aprovechar ya que no ha habido noticias de nada malo – agregó el señor Dumbledore -.

- Si, tienes razón, esperemos que siga así y que podamos obtener el poder suficiente para enfrentarnos a lo que se avecina – dijo Aberforth -.

Bueno hijo, vamos, tu madre nos debe estar esperando para la cena, me dijo que Albus no llegará porque tiene asuntos pendientes en Hogwarts, así que más comida para nosotros – dijo con una sonrisita el señor Dumbledore.

Bueno, vamos... – dijo Aberforth -.

Al llegar a casa, la señora Rigers estaba con su delantal puesto, viendo la comida en la cocina por si esta estaba lista, cuando se siente al señor Dumbledore y Aberforth que llegan justo a tiempo para cenar. Nicholas estaba en el comedor esperándolos, leyendo el libro favorito de Albus. Lo tenía puesto encima de la mesa, cuando aparece por la puerta que daba a la cocina, la señora Rigers con la comida lista y con un aroma que hizo que el estómago de los tres hombres resonara por todo el comedor. En unos instantes la mesa se encontraba con los platos y las ollas vacías, nada quedaba en absoluto, hasta la señora Rigers estaba muy rojita por comer tanto, a lo cual se levantó y dirigiendo su varita hacia la mesa, hizo desaparecer todos los utensilios y la mesa quedo como si tan sólo estuvieran comenzando una charla. Aberforth le contó a la señora Rigers y a Nicholas lo que realizó en su primer día de trabajo omitiendo lo que había pasado con el señor Sorbern. Se detuvo a propósito cuando les dijo que Borg el Duende le había dicho que le simpatizo mucho, para que ellos se sorprendieran de cómo había logrado tanto mérito.

Aberforth, ¿Crees que Borg acepte unirse a nosotros por lo que tu sabes? – dijo Nicholas, sintiendo la sensación de nerviosismo en la mesa -.

Bueno, eso es difícil, a ellos no le gusta compartir su amistad con los magos del Ministerio, dicen que son unos aprovechados y que no escuchan los acuerdos que imponen ellos, sólo se dejan llevar porque los ven inofensivos – dijo Aberforth -.

Es cierto Nicholas, allá en Francia puede existir esa alianza, pero desde que los del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas no aceptaron los acuerdos, ellos se ven notoriamente indiferentes a cualquier alianza – agregó el señor Dumbledore -.

Puede ser, pero dense cuenta que si no contamos con apoyo de las Criaturas Mágicas, podremos tenerlas como enemigas si Devil lo quiere – dijo Nicholas insistiendo -.

Bueno, eso es verdad, mientras Grindelwald siga con sus intenciones en secreto, tenemos que tener en cuenta todas las posibilidades – dijo la señora Rigers, impresionando a los que estaban con ella -.

Pero... querida... pronunciaste el nombre de Devil – dijo aterrado el señor Dumbledore -.

- ¡OH! Basta Abiss, sabes que Devil no es el verdadero nombre, y nosotros que luchamos con él debemos nombrarlo por el nombre que tiene – dijo la señora Rigers -.

Aberforth y Nicholas se miraban atónitos por lo sucedido. Nicholas había dicho Devil por respeto a los padres de Aberforth, que no pronunciaban ese nombre, pero al ver la reacción de la señora Rigers, este se sorprendió y soltó una risa a Aberforth.

Bueno, entonces, será mejor que todos quedemos de acuerdo en eso, ¿bueno? – dijo Aberforth -.

Esta bien – dijo el señor Dumbledore -.

Al terminar la conversación, todos se fueron a sus respectivos dormitorios para descansar de una día largo y agotador por el trabajo. Así transcurrieron las dos primeras semanas con el trabajo de Aberforth, que para él no era ningún problema, puesto que le encantaba salir de la oficina y lidiar con Troles, huir de Dragones furiosos y miles de cosas que un funcionario del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas puede realizar. Con el señor Sorbern surgieron nuevas diferencias lo que casi le cuesta a Aberforth el empleo al levantar la varita contra el señor Sorbern, cuando Wortiks iba entrando a la oficina. Al siguiente día se encontró con la sorpresa de que tanto Sorbern como todo el Departamento, estaba en su contra, los demás funcionarios que estaban en otras oficinas lo miraban con desprecio, no admitían a Aberforth como empleado y compañero de labores. Sus dos primeras semanas fueron realmente agotadoras porque las verdaderas Criaturas eran los del Ministerio, sólo los Dragones eran de igual de peligroso, y hacían que los Troles fueran perritos falderos al lado de ellos. Las ojeras que tenía Aberforth por el trabajo, no se comparaban con el estado del señor Wortiks, que lucía mas demacrado conforme pasaban los días, su aspecto era de extrañarse, ya que el siempre se presentaba alegre en la oficina y como si estuviera hecho de madera maciza de roble. Pero sin embargo, ahora la madera se estaba pudriendo por dentro, y es como si toda la energía del señor Wortiks se la estuvieran absorbiendo.

A la tercera semana de trabajo de Aberforth, se propuso a ir a la oficina del señor Wortiks para ver si necesitaba algo, cuando se encontró con él lo vio en su asiento un poco mejor que antes, ya no tenía las ojeras prominentes, sólo su aspecto se limitaba a estar cansado.

¿Te encuentras bien Wortiks? – preguntó un vacilante Aberforth -.

¡Eh, ah... si, si me siento bien, sólo es un poco de cansancio, tendría que pedir vacaciones pero no puedo ahora que tengo muchas cosas que resolver en este trabajo – respondió el señor Wortiks -.

De acuerdo... otra cosa, no has sabido nada de Grindelwald – dijo Aberforth cuando sintió al señor Wortiks retorcerse sin saber porque, ya que el nombre de Grindelwald a él no le asustaba -.

- ¡No, y creo que no se sabrá nada de él por mucho tiempo... – terminó de decir el señor Wortiks -.

Si lo ves de esa forma, esperemos que se cumpla, pero no cree que Grin... – pero no se atrevió cuando otra vez el señor Wortiks se estremeció - ... quiero decir Devil no se quedará tranquilo hasta que acabe con todos nosotros – terminó Aberforth -.

Ja.. – se rió el señor Wortiks - ... si tu piensas eso, bueno ten por seguro que Devil podrá hacerlo pero no creo que sea tan estúpido para limitarse a esos objetivos – dijo el señor Wortiks -.

Esta bien, yo me voy, hasta luego... – dijo Aberforth y se marchó -.

Cuando iba toda prisa a su oficina, se dirigió a la chimenea que se encontraba sin un fuego acogedor, solo demostraba que no había sido utilizada en mucho tiempo. Agarró un pote que había encima de una repisa, tomo un puño de un polvo plomizo, y lo tiro con fuerza a la chimenea a la misma vez que ingresaba a ella y gritaba fuerte; "DESPACHO DE PHINEAS NIGELLUS", y desapareció. Avanzaba por un bulto de chimeneas por todos lados, donde se veían comedores llenos de gente, o estudios vacíos y un montón de salitas que tenían una chimenea en su estructura. Había llegado al despacho del señor Nigellus, cuando lo vio, estaba sentado en su silla, y a su lado al profesor Dippet, los cuales hablaban de manera preocupante.

¡Hola, Aberforth, ¿Qué se te ofrece? – preguntó el señor Nigellus -.

Bueno solo he venido, para comentarle lo del señor... – pero antes de que él terminará, una voz dijo...

...Wortiks, ¿O no Aberforth? – preguntó Albus -.

Si, eso es... ¿Pero como lo sabes? – preguntó Aberforth, sorprendido de que su hermano supiera algo que sólo los del Ministerio se podían dar cuenta -.

Yo visite a Wortiks hace unos días y me di cuenta de que estaba muy mal, al parecer, debe ser por lo de Grindelwald, pero todos sabemos que ese mago no se ha aparecido hace mucho tiempo y nada ha pasado – digo el señor Nigellus.

Si, tienes razón, pero es demasiado raro, será mejor que lo visitemos a su casa, para hacerle compañía, porque me enteré de que su esposa lo abandonó – agregó el señor Dippet -.

Entonces, le avisaré para que uno de estos días vayamos a su casa -. Dijo el señor Nigellus -.

Por cierto... ya que estoy aquí... ¿No han sabido nada de Grindelwald? – preguntó Aberforth -.

Me temo que no, y eso es lo que más me preocupa, se que él esta tramando algo, pero sino sabemos que, ¿Cómo podemos combatirlo? – preguntó Dippet -.

Lo único que podemos hacer, es tratar de leerle la mente y pensar como él, saber a conciencia los objetivos que pretende realizar – dijo Albus -.

¿Pero cómo? – preguntó desesperado Aberforth, quien ya estaba acomodado en un sofá del despacho -.

Primero – dijo Albus – tenemos que saber que el objetivo principal es acabar con nosotros, pero la verdad es que nose cómo lo hará, ya que su poder no esta por completo sanado, por lo mismo no tenemos noticias de él – dijo Albus -. Lo segundo es que atacará el Ministerio, pero tampoco de eso podemos estar seguros. Su manera de pensar comparada con la de antes no es la misma – sentenció Albus -.

Albus, de verás serías muy buen Auror – dijo Dippet tratando de suavizar la conversación -.

Jeje... no creo, al menos no me gusta la violencia, la utilizó con propósitos, así que mejor seguiré siendo Profesor – agregó Albus -.

Esta bien, sólo era una sugerencia... y a ti Aberforth ¿Cómo te ha ido? – preguntó Dippet -.

Bien. De maravillas, excepto por problemas con el señor Sorbern, y los demás funcionarios del Departamento que parece que no les simpatizo mucho – dijo con una sonrisita Aberforth -.

Eso era de suponerse, Aberforth, a Sorbern le gusta ser así con los nuevos. Yo conozco a ese viejo, y es un gruñón por todo – dijo Nigellus -.

Si, puede ser, pero lo hace desde que lo conozco y ya llevo bastante tiempo – dijo Aberforth -. Bueno será mejor que me vaya, ya que me vine sin avisar – agregó Aberforth -.

Hasta Luego, Aberforth – dijo Albus, cuando vio a su hermano marcharse por el mismo medio del cual él había aparecido -.

Bueno, ahora iré a preparar mis clases – dijo Albus -. Si no les importa me marcho – agregó -.

- Yo te acompaño Albus, tengo que ir a mi despacho – dijo Dippet, cuando los dos se dirigían a la salida. Al momento en que bajaban, varios alumnos caminaban por los pasillos del Colegio. Los fantasmas revoloteaban por las esquinas y Peeves empezaba a tramar su siguiente travesura. Cuando Albus llegó a su despacho se encontró con el alumno Tom Ryddle que lo esperaba ansiosamente en el despacho.

¿Si, Tom, que desea? – preguntó amablemente Albus -.

Profesor, necesito que hable con mi padre por como se comporta conmigo. Usted sabe que él es muggle y no acepta que yo estudie aquí, todas las veces va al orfanato muggle a insultarme en vez de visitarme – dijo Tom con los ojos llenos de lagrimas -.

Eso Tom, yo no lo puedo hacer, tendría que decirle al director Nigellus que asista donde vive tu padre y comentarle todo – respondió Albus -.

Pero profesor, yo le tengo más confianza a usted – dijo Tom -.

Lo sé Tom... ven acá – y tomo de los hombros a Tom y lo apreto bien fuerte -.

¿De verdad quieres que te alejemos del único pariente que se digna a visitarte, Tom? – preguntó Albus -.

Pero si lo único que hace es decirme que soy un pobre inútil, que como fenómeno no alcanzare las metas que él alcanzó alguna vez – dijo Tom -.

Si esto te dice, sólo ignóralo, no dejes que sus ambiciones te sometan a hacer algo que tu no quieres, déjame decirte que todos me aconsejaron alguna vez ser Ministro de Magia, y que si podía lo hubiera alcanzado, pero mi decisión fue de ser profesor y alguna vez ser Director de Hogwarts, sólo las decisiones hacen que seamos diferentes a los demás – dijo Albus -.

Tiene razón profesor, pero usted es muy poderoso, tiene tanto poder, algún día me gustaría ser como usted – dijo con unos ojos esperanzados -.

Si tienes perseverancia, porque tus estudios van muy bien, eres el mejor alumno que he visto hasta el momento – dijo Albus -.

Gracias, profesor – dijo Tom al mismo tiempo que se ruborizaba -.

Ahora, tengo que hacer algunas cosas, así que te pediré que... – iba a terminar la frase cuando entró Rogers Tuk, el Guardián de las llaves y del Bosque Prohibido de Hogwarts -.

¿Qué pasa Rogers? – preguntó Albus, cuando dejaba a Tom en la puerta para que se retirará.

El señor Tuk, espero a que Tom abandonara el despacho, cuando se dirigió a Albus con una mirada asustada. Se sentó en la silla más próxima y miró casi penetrando a Albus con la mirada.

¿Qué te ocurre, Tuk? – preguntó Albus impaciente -.

Lo que pasa es que me mandaron a darle un aviso importante – dijo Tuk que no dejaba de mirar a Albus -.

¿Y cual es ese asuntito tan importante? – Volvió a preguntar Albus -.

Bueno... se trata de Kirin – dijo Tuk y está vez aparto la mirada de Albus, y la dirigió directamente a la ventana donde lucía un sol radiante -.

Mmm... ya veo y que quiere el jefe de los Centauros – respondió Albus tan calmado como si se tratara de un asunto de todos los días -.

Lo que quiere, es que estés a medianoche en el claro del bosque donde se sitúan ellos, porque quieren hablar contigo. Como no está Aberforth, piensan que sería lo mismo que con su hermano ya que tu también simpatizas con ellos – respondió Tuk -.

¿Y para que querían hablar con mi hermano? – preguntó Albus -.

Eso no lo sé, sólo me dijeron que querían hablar con Aberfoth, yo les dije que ya no estaba aquí, entonces me preguntaron por ti y les dije que estabas dando clases, a lo que Kirin me mando a decirte que estuvieras a la medianoche en el claro del Bosque, eso es todo lo que sé – sentenció Tuk -.

Es muy raro todo lo que me dices... déjame pensarlo – dijo Albus -.

Es que... bueno... Kirin está allá abajo esperando la respuesta Albus, dice que entre mas pronto mejor – respondió Tuk -.

Ya veo – dijo Albus -. Dile que estaré a la medianoche en el claro y que por favor me despeje el camino no quiero atrasarme con Criaturas por donde vaya yo, ¿De acuerdo? – dijo Albus -.

Esta bien, pero no se te olvide, tu sabes como es Kirin, es capaz de venir a buscarte personalmente si faltas – agregó Tuk -.

Iré, no te preocupes, yo no falto a ningún compromiso – dijo Albus -.

Bueno, me retiró para ir a avisarle a Kirin y terminar de hacer algunos pendientes que tengo por ahí – dijo Tuk cuando iba saliendo del despacho de Albus más tranquilo que al principio -.

Cuando ya eran las doce menos treinta, Albus salió de su despacho dejando todo lo extraño en la mesa, porque sabía perfectamente que los Centauros eran muy desconfiados de los magos. Sólo iba con su varita guardada bien firmemente en su túnica. Atravesó los terrenos del colegio, cuando pasó por la cabaña de Tuk, a lo que este miraba por la ventana haciéndole señas de que estaba todo listo. Albus entró muy seguro hacia el bosque, donde la luz de la luna no se divisaba y la oscuridad era total, como si varios Dementores anduvieran por ahí divagando. El camino se hacía más difícil conforme avanzaba lentamente hacia el corazón del Bosque Prohibido, sus manos sudaban mucho, sentía correr varias gotas de sudor por su rostro, pero se sentía extraño y a la vez confiado. Cuando entraba mas y más en el Bosque, dio gracias por haber entrado anteriormente en él en su estadía en el colegio, ya que de no ser así se habría perdido al dar el primer paso. Al pasar quince minutos de la preciada media hora que necesitaba para llegar, ocurrió algo muy sospechoso, por primera vez desde que había entrado al Bosque sintió como si lo vinieran acechando desde las sombras. Una sensación que hizo que alzara su varita y dijera; Lumos; y la punta de la varita resplandeció en aquella oscuridad que tenía a solo pocos centimetros de enfrente. Se alejó de las malezas y los arbustos y prosiguió su camino por una zona despejada y que pretendía ser un camino que no se había usado en varios años.

Cuando las cosas no podían ir nada mejor, ocurrió lo que Albus temía. Algo salió a gran velocidad de un arbusto cercano y se dirigió hacia Albus con un paso muy veloz. Este sin pensarlo dos veces gritó; ¡Impedimenta!, la sombra cayó inconsciente al suelo que sonó como si estuviera resquebrajándose la tierra. Albus se acercó a la criatura y vio que se trataba de un Centauro, al cual el conocía perfectamente.

¿Procne? – preguntó Albus, tratando de levantar al Centauro que yacía inconsciente en el suelo -.

Pensé que habías perdido tus habilidades... – respondió este con una voz débil -.

¿Pero porque lo hiciste Procne? – preguntó Albus -.

Sólo para probar que eras tú... y que no se trataba de una visita inesperada – respondió él -.

¿Por qué lo dices, ¿Acaso alguien más ha estado en el Bosque Prohibido que no sea bienvenido? – preguntó nuevamente Albus -.

Sólo hemos notado cosas muy raras en las montañas – dijo Procne -.

¿A que cosas te refieres? – dijo Albus, pero antes de que le respondieran su pregunta un segundo Centauro llegó al lugar y se acercó donde estaban ellos -.

Mi querido amigo Albus, ¿Cómo Estás? – preguntó el Centauro que acababa de llegar -.

- En lo que se puede decir bien Kirin – respondió Albus -.

Kirin le señaló el camino y los tres caminaron hacia el claro donde los centauros vivían. Era un sitio eriazo que sólo contenía un tocón de un árbol imponente en el suelo, que sin lugar a dudas era el lugar donde los Centauros se reunían para arreglar asuntos importantes. Estas eran de las pocas Criaturas que vivían en el Bosque que se mostraban amistosas con los magos, pero hasta cierto punto, porque cuando Albus penetró al claro, los demás Centauros lo miraban como si fuera un bicho raro en medio de tanta normalidad. Albus se precipitó sólo a caminar hacia una parte que estaba reservada para él. Alzo su varita y pronunció un hechizo que hizo aparecer de la nada una silla reluciente en la cual se sentó.

¿Cual es el motivo por el cual me citaste Kirin? – preguntó amablemente Albus -.

Lo hice... porque quisiera decirte que estamos completamente de acuerdo todos – y miró con una mirada fulminante a los demás Centauros que si hubiera sido por ellos se irían de ese lugar – que es mejor una alianza entre Magos y Centauros para lidiar con males que se avecinan – dijo Kirin -.

Albus estaba sorprendido por lo recién dicho de parte de Kirin. Sabía que los Centauros no soportaban ayudar a los humanos porque se sentían inferiores a ellos, y que sin lugar a dudas eso se había mantenido por varios años. Miró a los demás que estaban apostados en las cercanías de donde se encontraba él y Kirin. Cuando vio que la multitud se había calmado un poco, preguntó.

¿Crees que se avecina algo muy grande Kirin? – preguntó Albus -.

Mira, sólo nosotros vemos lo que las estrellas nos indican, y si ellas dicen que tendremos varios años de tragedias y muertes es porque nos incumbe a nosotros también, puesto que muestran que los Centauros, o sea nosotros, estaremos involucrados en una pelea muy grande con Criaturas que no se como describirlas – dijo apresurándose Kirin -.

Mmm... bueno eso quiere decir que tu piensas... bueno... ¿Qué deberíamos luchar juntos? – al decir estas palabras un Centauro de aspecto imponente y atemorizante se acercó a Albus muy furioso -.

Mira humano, sólo porque Kirin es nuestro jefe acataremos las ordenes, pero ni creas que uniremos fuerzas, sólo salvaremos nuestra propia raza, y si vemos algunos de tus amigos en peligro no lo ayudaremos, porque los Centauros no se limitan a ayudar a simples humanos – dijo el Centauro alzando sus patas delantera se levantó y dio un golpe en el suelo muy enojado -.

¡Cálmate Erac! – dijo Kirin -. Sólo tendremos una alianza temporal, hasta que acabe la guerra, sólo eso – se limitó a explicarle al Centauro que cada vez daba mas miedo -.

Albus no hizo ningún gesto de nerviosismo y temor, sólo miró fijamente a Erac y esté como si estuviera recibiendo ordenes de Albus se calmó y se dirigió donde se encontraba anteriormente.

La verdad Kirin, es que te agradezco tu ayuda, pero veo que tu gente no desea lo mismo – dijo Albus -.

Lo deseará, porque estamos metidos en el mismo problema que ustedes – respondió Kirin -. Bueno Albus, ¿Aceptas que unamos fuerzas si se avecina una guerra? – preguntó Kirin -.

Sí, obvio que acepto, si unimos fuerzas – y miró a los demás Centauros – podremos dejar este mundo limpio de maldad y hasta que acabe la guerra quisiera mantener contacto con ustedes, así que cualquier Centauro que desee hablar conmigo, se puede dirigir a Hogwarts sin ningún problema – dijo Albus -.

Cuando Albus llegó a su despacho, se sintió orgulloso de que su Alianza con los Centauros resultará exitosa. Esas Criaturas son muy poderosas y contar con ellas hacía más poderosa la seguridad del colegio y por supuesto de los alumnos que tanto hay que cuidar de las amenazas. Una leve sonrisa se abrió paso por sus labios cuando soltó unas breves palabras antes de dirigirse a su habitación...

Si supiera Aberforth lo que acabó de lograr, se moriría de la envidia – y cerró su despacho con un hechizo mientras subía las escaleras hacia la torre Sur -.