12

El Regreso

La semana pasó en un abrir y cerrar de ojos, y Aberforth la paso muy mal. Cada vez que llegaba a su trabajo, los compañeros lo señalaban y trataban de sacarle información, algunos ni siquiera lo miraban pensando que él fue quien cometió los asesinatos y que podía sacar su varita en cualquier momento. Sorbern, quien era el jefe directo de Aberforth, lo trataba con repugnancia y prefería que su empleado saliera que quedarse cerca de él. Lo mismo estaba pasando en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional, en donde el padre de Albus y Aberforth, Abiss, no podía caminar tranquilo por aquellos pasillos desde el ascensor a su oficina. Con la información que había sacado el diario El Profeta, sus vidas en el Ministerio fueron desastrosas, a tal punto en que varios reporteros iban de un Departamento a otro en busca de información extra para recolectar. El primer día de aquella semana empezó todo, tanto así que ese mismo día Albus fue a ver a Aberforth junto con Nicholas y todos los reporteros de El Profeta que rondaban por ahí, los taparon a preguntas sobre su condición y de lo que sabían. Atravesaron muy deprisa el Departamento hasta llegar a la oficina de Aberforth. Esta estaba vacía, sin duda alguna él no se encontraba allí, y por lo que Albus decidió a esperarlo. Cuando perdían quince minutos en espera, apareció por esos lados el señor Dumbledore, quien desafiaba con su varita a cada persona que se le acercara.

¿Qué tal el día? – preguntó Nicholas -.

Pésimo... desde que salió lo de Arturo... – y se le notó una rabia en su voz -...tengo que lidiar con un montón de reporteros que no soporto -.

¿Y Wortiks? – preguntó esta vez Albus -.

Ese se ha pasado faltando al Ministerio por culpa de su salud... me temo que solo lo hace para que no lo descubran y no tenga problemas con la comunidad mágica – el señor Dumbledore se sirvió un poco de agua que había en una jarra, y comenzó a tomársela muy rápida -.

Deberías calmar los ánimos papá... porque ni siquiera sabemos que es lo que está pasando con Grindelwald y en eso debemos pensar – le dijo Albus, cuando el señor Dumbledore término de beber -.

Si... pero lo que más me temo es que ese canalla haya ido a recuperar sus poderes y nosotros en eso, no podemos hacer absolutamente nada – respondió el señor Dumbledore -.

Nicholas miraba a su amigo, temiendo que lo que decía el señor Dumbledore, fuera verdad. De ser así los únicos capaces de enfrentarse a él, serían Albus, Aberforth y él.

¡Miren quienes están aquí! – dijo alegremente Aberforth cuando llegaba a su oficina -.

¿Y esa alegría? – preguntó Nicholas cuando le devolvía su mirada -.

Es solo que tuve que ir a Francia y requisar a tu dragón Nicholas – le dijo él como si nada -.

¡¿Que! – preguntó alterado Nicholas -.

Aberforth se río.

Es mentira... es solo que esos reporteros no pueden decirme nada – agregó Aberforth -.

¿Por qué lo dices? – preguntó Albus -.

Es que tu hermano ayer se harto tanto de ellos, que con un simple hechizo los dejo durmiendo en pleno pasillo – dijo el señor Dumbledore mirando a Aberforth con reproche -.

Eso estuvo bien... – dijo Albus -.

Estuvo bien... pero si se hubiera limitado solo a los reporteros, porque el hechizo fue tan potente que durmió a todo el Departamento – y cuando terminaba, Sorbern entró en la oficina -.

¿Sin duda Abiss, tu les diste permiso a tus retoños para que desordenaran aquí no? – preguntó Sorbern fulminando con la mirada al señor Dumbledore -.

No empieces Sorbern, mira que en estos momentos no estoy tan compasivo y puedo librarme de ti cuando quiera – le respondió el señor Dumbledore y Sorbern le hizo un desprecio al momento en que dejaba ese sector de la oficina cerrando la puerta de su despacho -.

¿Y a que vinieron? – preguntó Aberforth cambiando de tema -.

Solo pasamos a avisarte que Kirin se mejora, ya su cicatriz disminuyo seis centímetros y esperamos que en pocos días haya desaparecido por completo. También que mañana tenemos que hacer un banquete por que mamá quiere que nosotros preparemos algo rico a Pernelle que si los cálculos no fallan llega mañana – Albus lo había dicho tan rápido que su hermano capto las ideas centrales de lo dicho -.

Que bien... sin duda nuestro querido amigo Nicholas esta triste – Aberforth y Albus ríeron lo que provocó que su amigo se ruborizara -.

Ese día no tuvo mayores problemas, con lo que se dio paso al siguiente.

Esa mañana estuvo muy agitada preparando todo para recibir a Pernelle, que llegaba en la tarde. Nicholas estaba sentado, sin hacer nada, ya que sus ansias de estar con ella lo llevaban a que los músculos no respondieran. La señora Rigers y el señor Dumbledore, no se encontraban en la casa y no dejaron avisado donde irían, por lo cual los hermanos Dumbledore tenían que arreglárselas solos para ver que cocinar. El día estaba radiante, un sol grande se posaba en el centro del inmenso cielo ayudando a que las flores crecieran y se nutrieran de sus brillos. No había señales de ningún viento que se haya colado por la cocina que avisara que Pernelle ya había llegado al Valle Godric.

¿Ayudo en algo? – preguntó Nicholas, quien era de los tres el que más se manejaba con la comida -.

¡Sí! – gritó alegremente Aberforth quien se daba por vencido y le daba el puesto a Nicholas -.

Jamás me he manejado con hechizos domésticos, me temo que si viviera solo, mi casa sería un desastre – les dijo a Nicholas y Albus que se batían a duelos con las pastas que preparaban -.

Creo que si nuestra madre fuera inteligente, ella hubiera hecho la comida y no marcharse para llegar justo a tiempo para comer – murmuraba Albus que se batía con una especie de tortilla, a la cual Nicholas la miró con cara de asco -.

Déjame Albus, yo término – le dijo Nicholas y Albus no la pensó dos veces y se marcho para sentarse junto con su hermano -.

No pasaron ni diez minutos, y Nicholas ya tenía todo listo para comer. Sus hechizos domésticos eran muy efectivos, algo que los hermanos Dumbledore envidiaban demasiado. En el momento en que Nicholas les iba a avisar que ya la comida estaba lista y preparada, un viento de imaginables proporciones empezó a sacudir la casa fuertemente, pero no la invadía, solo se sentía afuera.

¡Es ella! – Nicholas gritó desesperado, abrió la puerta principal de la casa, al momento en que sus amigos lo seguían, en eso vieron una especie de remolino justo enfrente de la casa de Albus. El remolino empezó a disminuir de intensidad en el que apareció una mujer con un cabello rubio incandescente y muy largo, ojos violetas y una mirada cálida que les sonreía a los presentes -.

¡Pernelle, llegaste! – Pernelle sujetaba en sus manos la lechuza de Albus, Orus -.

¿Cómo están? – preguntó amablemente ella, cuando dejaba una especie de maleta suspendida en el aire, dirigiéndola con su varita y en la otra mano traía afirmada en su antebrazo a Orus quien empezó a ulular y despegó para batir sus alas después de un largo viaje sin hacerlo. Pernelle pasó a la casa de los amigos de su esposo, dejando la maleta cerca de la puerta de entrada y sentándose con sus amigos que conoció en su estadía en Francia, en la cual tuvieron una relación muy acogedora.

Así que esta es la casa de los Dumbledore – dijo Pernelle que con sus ojos recorría la sala de estar completa -.

Es acogedora, pronto te acostumbrarás – le comentó Nicholas mientras que la miraba con ojos desorbitados -.

Golpearon la puerta y Albus fue a ver quien era, y para su sorpresa sus padres ya habían llegado. Pasaron y la señora Rigers captó la presencia de alguien mas por las maletas que estaban al lado de la puerta.

¿Esta Pernelle? – le susurró a su hijo -.

Sí, esta en la sala con nosotros – respondió él -.

La señora Rigers se apresuró a recibir a su invitada y cuando llegó a la sala de estar, la vio ahí radiante.

¡Pernelle, mucho gusto! – gritó la señora Rigers -.

¡El gusto es mío! –respondió ella cuando se dieron un beso en la mejilla y un abrazo muy cálido -.

El señor Dumbledore también había llegado a la sala y todos empezaron a conversar. La comida la sirvió la señora Rigers cuando todos ya estaban hambrientos. Se pasaron todo el día conversando de cómo la señora Flamel, llegó al Valle Godric, y que era lo que se sabía en Francia sobre Grindelwald, pero ella solo respondía que los únicos que sabían la verdad eran su esposo y ella. Cuando llegaba el momento de acostarse, Nicholas ya no dormiría en la habitación de sus amigos, sino que se mudaría a otra habitación de la casa para estar con su esposa.

¿No se molestan? – preguntó un poco cohibido Nicholas -.

Claro que no Nicholas, como te vamos a obligar a que duermas aquí – le dijo Aberforth quien ya se encontraba en su cama mirando al techo de las respuestas -.

Albus roncaba ya que al otro día empezaba el año escolar en Hogwarts y tendría que irse muy temprano. Sin embargo, esta vez se iba a ir con los alumnos en el Expreso de Hogwarts en la estación King Cross, andén nueve y tres cuartos. Aberforth no quería volver mas al Ministerio y enfrentarse a los reporteros que lo tenían muy acabado.

¡No quiero, no quiero! – decía como un bebé Aberforth cuando se empezaba a acostar -.

Cállate... – murmuraba Albus quien no quería perder el sueño que ya se lo estaba llevando al mundo de la imaginación, rezando por no tener sueños indebidos o sueños que lo perturben.

El cielo demostraba felicidad. Cuando Albus llegó al anden nueve y tres cuartos, los alumnos rebosaban de alegría al ver que volvían a su colegio para aprender cosas interesantes. Albus se paseaba para hablar con algunos padres, de aquellos alumnos que lo tiraban de un brazo para presentárselos. Iba subiendo al tren cuando un alumno enorme y muy amable lo llamaba.

¡Profesor Dumbledore! – gritó para que Albus lo pudiera ver -.

Hola Rubeus... ¿Cómo estas? – preguntó amablemente -.

Bien... mmm... quisiera saber si...¿Puedo irme con usted en el tren? – preguntó tímidamente Rubeus -.

Claro... subamos – le respondió Albus. Subieron a uno de los vagones y se sentaron para platicar de cómo la había pasado en las vacaciones -.

¿Usted sabe lo que pasó? – Rubeus hizo la pregunta medio en silencio, y con voz muy triste -.

Si... tú padre era muy buena persona, pero será mejor persona allá arriba cuidándote – las palabras de Albus tocaron el corazón de Rubeus, el cual empezó a sollozar -.

Era muy bueno... lo extraño – decía Rubeus -.

No te preocupes, me tienes a mi, yo te cuidare – con esto al joven Rubeus se le iluminaron sus ojos negros que reflejaban infinita bondad. El tren comenzó a andar y Albus con su alumno hablaban de las asignaturas, cuando se abre la puerta en donde ellos estaban sentados y aparece un muchacho con el pelo bien negro, mirada fría, con una insignia de prefecto en su perchero, junto con la serpiente de Slytherin -.

Un gusto viajar con usted, profesor Dumbledore... – aquellas palabras eran arrastradas por la voz de Tom, y una de sus manos pasaba por la insignia con una P gigante -.

¿Así que te nombraron prefecto? – preguntó Albus, mirándolo directamente a los ojos -.

Si profesor – contestó Tom -. Y ruego me disculpe, pero voy a ir donde mis amigos – cuando dijo aquella frase, recalcó la palabra amigos y mirando a Rubeus se fue. Este se sintió pésimo porque como todos sabían, él no tenía amigos en Hogwarts -.

Albus lo notó, pero cambio el tema para que su alumno continuará conversando de otra cosa. El ánimo de Rubeus poco a poco fue aumentando, cuando pasaron por Hosgmeade y el Expreso de Hogwarts se detuvo, era la señal de que habían llegado a su destino.

Un montón de alumnos se bajaba del tren, al mismo tiempo en que corrían para formar filas. Los prefectos, incluido Tom, imponían el orden entre los alumnos. Tuk quien era el encargado de llevar a los de primer año a los botes para que cruzaran el río, los ordenaba en grupos de cuatro. Los carros inmensos, esperaban a los otros para dirigirse al castillo. Albus y Rubeus se subieron en uno juntos, en compañía de mas alumnos que miraban a este último con desprecio.

¡Hola profesor! – un niño muy arrogante saludó a Albus, fulminando a Rubeus con la mirada -.

Hola Pucy... espero que todo este bien – Albus le devolvió la mirada y este se tranquilizó -.

Sujétense – alcanzó a decirles Albus, cuando los carros empezaron a moverse muy bruscamente en dirección al castillo -.

Llegaron al castillo, cuando los alumnos dejaban sus cosas en la recepción y se disponían para ir al Gran Comedor a disfrutar de una rica cena. Albus se dispuso a hacer lo mismo que sus alumnos para comer.

¿Cómo estas Albus? – preguntó Dippet quien se acercaba a él -.

Hola, bueno estoy bien ¿Y tú? – preguntó Albus, tratando de que Dippet no respondiera un: mal -.

Bien, ¿Vamos al Gran Comedor? – preguntó éste cuando Albus asintió de manera cordial -.

Los alumnos de las distintas casas estaban en sus mesas esperando la tan ansiosa selección de los de primero y también el delicioso banquete que se aproximaba. Tuk llegó con los alumnos de primero, tímidos y reacios a decir una sola palabra, pero maravillados por la dimensión del castillo y el techo que dibujaba el cielo enorme que estaba afuera. Sus caras asustadas se confundían con la risa y el llanto de algunos nerviosos que se colaban. Albus se colocó con la lista de los alumnos nuevos, y empezó a llamarlos uno por uno para que el Sombrero Seleccionador los pudiera elegir. Cuando término la selección, Albus se sentó y Dippet al contrario de él, se levantó para dirigirse a los alumnos.

¡Bienvenidos a un año mas a Hogwarts, y los nuevos, bienvenidos al colegio, espero que su conducta sea una virtud de sus corazones y que respeten las reglas del colegio. Primero, el Bosque Prohibido esta estrictamente desautorizado para cualquier alumno que quiera entrar en el! – Dippet miró de reojos a Rubeus y le guiñó un ojo, a lo cual éste se sintió seguro de que a él se le daba esa autorización -... También las reglas sobre los artículos de broma que se venden en cualquier tienda, y por último, disfruten del banquete! – al decir esto, los platos se llenaron de comida sabrosa que se abarrotaba. Ninguno lo pensó para darse un lujo, comiendo de todo lo que había en tan maravillosas bandejas de oro y plata -.

Espero que este año sea como los últimos tres, sereno y sin preocupaciones – le comentó Dippet a Albus cuando comían tranquilos -.

Esperamos todo que pase eso... al igual que tú, pero las posibilidades del ataque tan esperado se acrecentan a cada minuto que pasa – respondió Albus -.

La verdad es que me temo que este año, habrá mas de una cosa que nos preocupe – dijo Dippet -.

¿A que te refieres? – preguntó muy desconcertado Albus -.

No lo sé, es un presentimiento que tengo... – objetó Dippet y calló, para tomar una bandeja llena de patatas, y poner una cantidad considerable en su plato -.

Espero que te equivoques Dippet... no quiero pensar que además de Grindelwald, tengamos a otro mago poderoso y malvado – le dijo Albus, como sintiendo en su corazón la maldad de la gente -.

Cada alumno no hablaba, solo se oían murmullos por lo lleno de sus bocas. Los alumnos nuevos, no fueron muy tímidos con la comida, cuando devoraban cada plato para saciarse con otro. Walfric, el celador, estaba en la puerta vigilándola y que no ocurriera nada fuera de lo normal. Cada una de las bandejas que esperaba ser vaciada, ahora se encontraban en ese estado, ya que la comida poco a poco se iba acabando. Sin embargo, Albus todavía llenaba su plato de mas y mas comida porque su hambre no podía mas.

Vas a terminar explotando – le sonrío Smith, quien se encontraba a su otro lado -.

Es que la verdad, no hay como la comida de Hogwarts, a excepción de la de mi madre – objetó Albus -.

Ya lo creo... la comida hecha en casa es exquisita sin duda alguna – dijo Smith -. Por cierto, ¿Cómo esta Abiss? – preguntó Smith quien había estado en la misma época de Abiss pero él era de Hufflepuff -.

Muy bien... su trabajo ha estado complicado pero la verdad que esta todavía dentro de sus cabales – respondió Albus -.

¿Lo dices por lo de El Profeta? – preguntó Smith nuevamente -.

Sí, la verdad que sí – respondió Albus cuando su plato ya comenzaba a desaparecer -.

Los alumnos ya terminaban su cena junto con los profesores. Dippet se levantó y les dijo a todos que se dirigieran a sus respectivas salas. Los prefectos acompañaban a los de primero y en filas salían del Gran Comedor. A esa misma hora, a varios kilómetros de distancia, un hombre se encontraba en su casa temblando por su estado de salud.

Se había servido una poción muy efectiva para los malestares musculares, y se preparaba para sentarse cuando siente un ruido muy extraño en el techo de la casa.

¡Maldición, que habrá sido! – dijo muy malhumorado Wortiks, cuando subía por las escaleras -.

Cuando llegó a su dormitorio, quedo helado de la impresión, por estar viendo al hombre que estaba sentado en su cama.

¡Mi Señor! – dijo tiritando de pies a cabeza -.

Hola Arturo... te he tenido muy solo últimamente, hace tres años que salí para perfeccionarme y no te he mandado ninguna noticia – dijo aquel hombre que ahora demostraba ser mas imponente y poderoso como la primera vez que llegó a Gran Bretaña -.

¿Cómo... como le fue? – pregunto un tímido Wortiks -.

Excelente... he recuperado mis fuerzas y ahora estoy dispuesto a enfrentarme a los pocos que van quedando de los que lucharon en contra mío hace tiempo – respondió Grindelwald -.

Wortiks se sentó en una silla que se encontraba a su lado izquierdo y empezó a sentirse muy mal, por tener la presencia de Grindelwald en su propia casa.

No te ves bien – le dijo Grindelwald, al mismo tiempo en que alzaba su varita y decía muy rápidamente - ¡Lepidus! – el cuerpo de Wortiks comenzó a sentir una especie de cosquilla la cual iba regenerando su condición y lo hacía mas fuerte -.

¡¿Qué es esto! – preguntó muy sorprendido de cómo se sentía ahora Wortiks -.

Es un hechizo que transmite un poco de mi fuerza a tu cuerpo y te hace estar mas fuerte; No esta muy terminado pero creo que por algunos días te tendrá bastante bien – le dijo Grindelwald mirando hacia la ventana y blandiendo una sonrisa paterna -.

Wortiks se percató de la situación y decidió mirar, cuando lo que vio lo dejo atónito. Cientos de Criaturas iguales a Celeno, la fiel sirviente de Grindelwald, patrullaban el área a una velocidad increíble, aleteando como murciélagos y cambiando de rumbo como una mosca en pleno vuelo.

¡Mi Amo... la gente se dará cuenta! – le dijo Wortiks -.

No te preocupes... ellas están bajo un encantamiento de ocultismo, no serán detectadas a menos que se alejen lo suficiente de mí para que el encantamiento deje de funcionar – respondió muy alegre Grindelwald -.

Wortiks no sabía si alegrarse o no, pero tenía unas ganas enormes de preguntarle a su amo, que es lo que pretendía.

¿Qué ocurre Arturo? – preguntó Grindelwald -.

¿Quisiera saber que trama? – le devolvió la respuesta en forma de pregunta -.

Muy simple... ya que acabe con Wyvern y ese tal Nigellus, mis objetivos se centran en los Dumbledore padres, y finalmente ocuparme de Dippet – respondió cuando se sentaba nuevamente en la cama -.

¿Y que ahí de Albus, Aberforth y Nicholas? – preguntó Wortiks -.

¡TE DIJE QUE ELLOS NO SON RIVALES PARA MI! – gritó encolerizado Grindelwald -. Por cierto... ¿Qué noticias ahí acerca de mis queridos amigos? -.

Bueno, tras el asesinato de Wyvern y Nigellus me ocupé como usted dijo, de que todos sospecharán de los que se encontraban en ese lugar – Wortiks soltó una risita -.

Muy inteligente... creo que ahora podemos ocuparnos de planear el asesinato de los Dumbledore, sin que nadie se entere de que yo soy el que anda en esos pasos; por mientras sospecharán de la gente común – dijo Grindelwald -. ¿Y Dippet, donde esta ahora? -.

Él es el director de Hogwarts, y lo va a tener por varios años en ese puesto – respondió Wortiks -.

¡Ah, esa es una fabulosa noticia Arturo... y pensar que seguramente si lo hubiera matado antes, jamás hubiera sido director de ese inmundo colegio – dijo Grindelwald -.

Hubo un silencio que lleno la habitación, incluyendo un frío característico de cuando se estaba al lado de Grindelwald. El emanaba algo que muy pocas personas percibían, y que era el gran poder que acumulaba dentro. Las Criaturas que se encontraban surcando el cielo, empezaron a emitir un fuerte chillido, y una de ellas atravesó la ventana quedando de pie enfrente de Grindelwald.

Esta todo despejado mi señor, estamos listas para marcharnos hacia el este – dijo la Criatura que se hacía llamar Celeno -.

Muy bien, muy bien – murmuraba Grindelwald -. Creo que nos dividiremos en dos grupos por si el encantamiento se debilita durante el viaje, por lo pronto, Wortiks estará planeando alguna forma de llegar al Valle Godric para hablar con unos viejos amigos – Grindelwald se río tan fuerte, que la casa crujía a cada carcajada -.

¿No estará pensando ir...? – Wortiks no término la frase porque Celeno lo hizo callar -.

Me dirijo donde habíamos quedado Wortiks, tengo que hacerlo para que todo vaya según el plan – respondió Grindelwald -.

Grindelwald se subió al regazo de Celeno y salió volando desde la ventana de Wortiks, cuando el centenar de Criaturas formaron dos grupos y tomaron caminos distintos. Aquella noche el cielo era cubierto por nubes que anunciaban una lluvia inesperada; la cual también se reflejaba por la ventana en donde Albus se quedaba para dormir en Hogwarts. Este se agitaba fuertemente en la cama, sudando a montones, y con la respiración agitada. Las sabanas lo tenían enredado y colgando de una orilla de la cama, sus pies descalzos traspasaban el limite de la madera y ya estaba a punto de terminar en el suelo.

¡No puede ser! – Albus había despertado muy agitado, poniéndose una bata y dirigiéndose al despacho de Dippet; Caminaba rápidamente, como si quisiera lo antes posible cerrar un trato de negocios... sus pies no se veían cuando corría hacia la gárgola, gritando la contraseña y entrando al despacho -.

¡Dippet! – gritó Albus... lo intento tres veces mas y Dippet salió de una puerta. Lo veía con cara de sorprendido que estuviera con bata a esas alturas de la noche -.

¿Qué ocurre Albus? – preguntó -.

Estuve soñando algo muy real y me temo que tendré que darte una pésima noticia – Albus lo miró a los ojos fijamente -.

No te calles mas... dímela – le ordenó Dippet -.

Ha llegado... Grindelwald esta de vuelta – con estas palabras Dippet cayó en su silla al escuchar lo que había temido y esperado hace mucho tiempo, la venganza estaba próxima -.