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La Leyenda

Al otro día, en el Ministerio estaba Wortiks quien ya se había incorporado al trabajo diario, para no levantar mas sospechas por parte de los de la alianza. Aberforth en esos momentos estaba en su oficina hablando con otro empleado del Departamento al cual estaba asignado hace mas de cuatro años. Vio como Wortiks saludaba a sus mas cercanos con un estado de salud que de la noche a la mañana le devolvió las energías. Aberforth junto con su padre, Abiss, sospechaban de la manera en que Wortiks pudo recobrar sus energías, pero ninguna de la sospechas podría encajar de que él era uno de los mas importantes vasallos de Grindelwald.

¿Hay alguna poción para mejorarse automáticamente? – le preguntó Aberforth a su padre quien se encontraba en la oficina de su hijo hablando -.

Bueno... puede haber una... pero la enfermedad de Wortiks es muy rara... tendremos que saber que es lo que realmente le pasa, me temo que no es nada bueno – respondió el señor Dumbledore -.

A lo mejor existen los milagros – dijo Aberforth muy irónicamente, ya que su rabia por lo que había dicho Wortiks en El Profeta ya no cabía en su cuerpo -.

Al llegar a su oficina el señor Wortiks, estaba muy calmado, lo único que le preocupaba era sobre lo que había hablado con Grindelwald la noche anterior. Si todo lo que Grindelwald pensaba salía como estaba planeado, él se convertiría en el mayor cómplice de la muerte de los Dumbledore y también de la muerte del actual director de Hogwarts. Sus sentimientos eran apresados por la maldición Imperius y aunque quería resistirse a aquella maldición imperdonable, los poderes de Grindelwald no lo dejaban. El miedo de traicionar y ser asesinado, controlaba los esfuerzos de decirles a los de la alianza que él era uno de los aliados de su enemigo. Al actuar de manera diferente se arriesgaba con sus mayores cercanos dentro del Ministerio, Abiss ya no le tenía la confianza y la amistad que por años se había forjado entre ellos disminuía. La culpa lo comía por dentro, pero el placer de tener a todos los magos bajo sus pies lo hacían a parte del Ministro, el segundo mago más poderoso, porque Grindelwald, su amo era el primero. Sin embargo, la preocupación que demostraba por Albus, Aberforth y Nicholas era demasiada para unas personas que en el primer enfrentamiento con Grindelwald hace mas de diez años quedaron inconscientes en la primera ocasión. Los poderes de aquellos en esta época eran desconocidos, Wortiks estaba al tanto de que Albus y los otros fueron a entrenar a Francia a la casa de Nicholas, y que cuando llegaron su mirada era de mas seguridad y no daban pasos falsos al andar. Si sus presentimientos no fallaban, los mas peligrosos eran ellos, pero era eso lo que Grindelwald no entendía y como Wortiks no podía hacerle entender lo que pasaba, tendría que estar atento lo que hacen los otros. Asimilar tantas cosas lo hacía a veces perder la razón, razón que debía calmar porque alguien iba directo a su oficina.

Adelante – dijo Wortiks cuando golpeaban la puerta -.

Cuando el señor Dumbledore pasó, Wortiks no lo miro a los ojos como siempre lo hacía.

Aquí está lo que me pediste – el señor Dumbledore le tiró unos papeles en el escritorio -.

Gracias... ¿Creaste el formulario de los asiáticos sobre los Elefantes que quieren trasladar a Gran Bretaña? – preguntó Wortiks sin perder la cordura -.

Tengo todavía el plazo de una semana, y sino te gusta, desígnaselo a otra persona – le dijo el señor Dumbledore con un tono cortante en la cual Wortiks se digno a mirarlo a los ojos furiosamente, pero el señor Dumbledore tampoco se dejaba inquietar por la mirada fulminante de Wortiks -.

Puedes retirarte... – dijo el señor Wortiks levantándose de su asiento y abriendo la puerta de manera irónica -.

El señor Dumbledore se retiró con la frente en alto, no dándole la satisfacción a Wortiks de que se ríera o hiciera algún gesto de triunfo ante la cortada que le dio. Al salir de la oficina miraba de una manera asesina a cualquiera que acercara la vista hacia él. Sus pasos daban crujido en el piso y su rabia se irradiaba por donde él caminara. Llegó a su departamento y empezó a realizar el reportaje de los Elefantes asiáticos. Aberforth ya se había retirado para llegar a la casa, ya que su turno estaba libre por el día de hoy. Llego al Valle Godric y se quedo en la habitación junto con Nicholas para decirle lo de Wortiks.

¡Y si es Grindelwald! – cuando Aberforth ya le había contado lo que pasó con Wortiks y que llegó con todos los ánimos renovados al Ministerio, dedujo esa posibilidad -.

No lo creo... – dijo Nicholas sin alterarse -.

Pero como que no crees... si sabemos ahora que Grindelwald es un metamórfomago – dijo Aberforth sorprendido de la actitud de su amigo -.

Por si no te diste cuenta Aberforth, si Grindelwald se transforma en alguien que conozco lo sentire y mi sentimiento me guiará adonde él se encuentre, ya sea en el mismo país, porque no creo que si estuviera en otro lugar podría sentirlo – le comentó Nicholas quien ya había descifrado el porque en San Mungo se dio cuenta de que no era el verdadero Wortiks -.

No me lo habías dicho – le dijo un poco molesto Aberforth -.

No te lo dije porque recién lo acabo de saber, estuve todo el día pensando en ese aspecto de lo que sucedió aquel día, y mi poder de la energía me hace sentir esas cosas cuando alguien engaña a otra persona por medio de apariencias, muy diferente de lo de Pernelle – dijo Nicholas -.

¡¿Pernelle también tiene ese poder! – preguntó Aberforth muy entusiasmado por la conversación -.

La verdad es que su poder es un poco parecido a la Legeremancia... aunque no puede crear pensamientos falsos para que la gente se confunda, pero puede presentir cuando están diciendo la verdad o la mentira de una manera impresionante – dijo Nicholas cuando Aberforth ya estaba sentado al lado de él con la boca abierta -.

¡Es genial esto de las energías! Porque si tienes conocimientos sobre la Oclumancia y Legeremancia como Albus, podrías incrementarlo de una manera sorprendente – le gritaba en el oído de Nicholas -.

Si, si ya lo creo, aunque sabemos que Albus es el único que tiene este poder entre nosotros, no se dio cuenta de que Grindelwald entró a San Mungo con una entidad falsa – objetó Nicholas -.

Tienes razón... por cierto, mi hermano ya llegó – dijo Aberforth, mientras abajo sonaban los pasos de Albus quien conversaba con la señora Rigers y Pernelle -.

¡Albus! – gritó bien fuerte Nicholas para que lo oyera y subiera al dormitorio -.

Albus los escuchó a la tercera vez de cuando lo llamaron, y se apareció en la habitación con un montón de libros de raros nombres. Al sentarse en una de las camas, Aberforth le contó sin esperar lo que había pasado con Wortiks en el Ministerio y lo que Nicholas dijo acerca de lo de que si podría ser Grindelwald transformado. Albus pensaba sobre lo contado, y ninguna respuesta o comentario le llegaba a la mente para saber que estaría pasando. Sin embargo, Albus todavía no le había contado a ellos sobre el sueño que tuvo y la posibilidad de que Grindelwald haya vuelto.

¡En serio soñaste eso! – comentó Nicholas sorprendido de que su amigo haya soñado algo real -.

Todavía no estamos seguro de que haya vuelto pero el sueño era muy real, había alguien conversando con él pero jamás le pude ver la cara, y otra persona también con voz femenina y después abrí los ojos – dijo Albus -.

¿Pero no viste ningún rostro? – preguntó Nicholas -.

El único que vi fue el de Grindelwald, los otros se ocultaban tras las sombras del sueño y sus voces tampoco pude reconocer – dijo Albus muy decepcionado de no dar información concreta -.

Pero el sueño a mi parecer es muy real, así que creo que Grindelwald pudo haber vuelto y sin duda ya recuperó su poder e incluso mas – dijo Aberforth, cuando terminaron de conversar, la señora Rigers los llamó porque el señor Dumbledore ya había llegado para cenar, en ese entonces bajaron los tres para disfrutar de la cocina y mano de la señora Dumbledore y Pernelle.

La información que Albus y los otros sabían, la divulgaron de inmediato en la cena. El señor Dumbledore no quería pensar en nada, y a la vez se mostraba preocupado por lo del regreso de Grindelwald. La señora Rigers y Pernelle discutían entre sí el asunto que afloro en la comida. Las ideas fluían como el agua que cae de una cascada, aclarando los pensamientos oscuros que embargaban la mente de los presentes.

¿Quieren mas? – preguntó Pernelle quien se paraba para servirle al señor Dumbledore que ya había terminado su plato -.

Albus, Aberforth y Nicholas dijeron que no y se pararon dejándolos a ellos en la mesa. Se dirigieron al jardín para conversar de muchas cosas.

¿Cómo van los sueños? – ese tema era precisamente el que Albus no quería hablar y su amigo se lo preguntó -.

Bueno... ayer tuve uno, pero no paso a mayores – dijo Albus -.

¿Sobre el niño? – preguntó esta vez Aberforth -.

No... bueno si... solo vi lo del piso negro y eso del niño con la cicatriz en forma de rayo de su frente, nada mas que eso – respondió -.

Aberforth y Nicholas se miraron. Nicholas tenía un plan que podría funcionar para que la mente captara mas ideas.

¿Te puedo decir algo Albus? – preguntó Nicholas -.

Si dime... -.

Porque no probamos con el Orientismo Mental – le dijo Nicholas cuando Albus lo miró impresionado por las palabras -.

¡Estas loco, si hay algo que no quiero es saber mas de estos sueños, y tu quieres que lo sepa todo – dijo Albus -.

Es para que sepamos de una vez que es lo que te esta pasando... – le comentó Aberforth -.

Antes muerto que esperar a que ustedes hurguen en mi mente y sepan las entidades de esos magos y ese niño – dijo Albus -. Dejemos que esto se pase solo, prefiero tenerlos de manera cautelosa y despacio, pero si ustedes prueban el Orientismo Mental, será demasiado peligroso -.

Lo que tu digas Albus, pero no te quejes después... – dijo Nicholas -.

Entraron a la casa y se dispusieron a dormir. Albus en la mañana muy temprano llegó a Hogwarts para empezar las clases.

Sus alumnos lo esperaban para seguir con los hechizos que practicaban. Albus no paso por el despacho de los profesores, ya que sabía lo que tenía que hacer en las clases para los de sexto año. Llego a la sala esperando que los alumnos no se impacientarán tanto porque Albus se atrasó diez minutos de lo debido.

¡Hola Alumnos! – dijo Albus mientras entraba a la sala, dejaba unos libros sobre su mesa y con la varita hizo aparecer unos apuntes en la pizarra -.

¿Qué es eso profesor? – preguntó un alumno de Slytherin llamado Lardet -.

Hoy día veremos la transformación de los humanos en criaturas o animales, copien esos apuntes y después les mostrare como se hace – dijo Albus -.

Todos los alumnos copiaban afanosamente los apuntes, tardando lo menos posible para que el profesor les contará o les hiciera una práctica de las transformaciones humanas. Cuando pasaron quince minutos de la clase, Albus vio que ya todos habían copiado los apuntes e hizo desaparecerlos de la pizarra.

Bien hecho, ahora les mostrare como se puede transformar a una persona en animal, ¿Algún voluntario? – preguntó Albus cuando vio que la única persona que levanto la mano fue uno de sus alumnos mas inteligente y sobresaliente de la clase, Tom Ryddle -. ¿Si Tom? – preguntó -.

Profesor, yo me ofrezco como voluntario, pero si después de demostrar la transformación, me permite hacerle una pregunta – dijo el muchacho mirando directamente a los ojos de Albus -.

Esta bien – contesto éste -.

Tom pasó hacia delante, y se puso al lado de Albus. Cuando los alumnos miraban entusiasmados lo que podría pasar, Albus alzó la varita y convirtió a Tom en una pequeña salamandra que revoloteaba en el suelo. Varios de los alumnos soltaron gritos de exclamación y maravillados le pidieron por favor a Albus que lo transformara otra vez. Esta vez Tom pasó a ser un horrible jabalí que miraba amenazadoramente a sus compañeros. Luego Albus lo regresó a la normalidad y Tom se sentó en su lugar.

¡Profesor puedo hacerle la pregunta, antes de que explique! – le comentó Tom -.

De acuerdo, ¿Qué deseas saber? – preguntó Albus -.

He averiguado que entre los cuatro magos que fundaron Hogwarts, uno de ellos se enemistó con otro de sus compañeros, y se fue del colegio... lo que quiero saber – y Tom miraba intensamente a Albus -. ¿Ese mago, es cierto que construyó La Cámara de los Secretos? – terminó -.

Albus no daba crédito a lo preguntado por Tom, pero tenía que responder.

¿Y que es lo que quieres saber de La Cámara de los Secretos? – le preguntó a Tom -.

Todo... la historia completa – dijo Tom -.

- Esta bien... – Albus se sentó y se dio cuenta que todos los alumnos le prestaban atención, así que continuó -. Veamos... la Cámara de los Secretos... Todos ustedes saben, naturalmente, que Hog­warts fue fundado hace unos mil años (no sabemos con cer­teza la fecha exacta) por los cuatro brujos más importantes de la época. Las cuatro casas del colegio reciben su nombre de ellos: Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin. Los cuatro juntos construyeron este cas­tillo, lejos de las miradas indiscretas de los muggles, dado que aquélla era una época en que la gente tenía miedo a la magia, y los magos y las brujas sufrían persecución. Durante algunos años, los fundadores trabajaron con­juntamente en armonía, buscando jóvenes que dieran mues­tras de aptitud para la magia y trayéndolos al castillo para educarlos. Pero luego surgieron desacuerdos entre ellos y se produjo una ruptura entre Slytherin y los demás. Slytherin deseaba ser más selectivo con los estudiantes que se admi­tían en Hogwarts. Pensaba que la enseñanza de la magia de­bería reservarse para las familias de magos. Lo desagradaba tener alumnos de familia muggle, porque no los creía dignos de confianza. Un día se produjo una seria disputa al respecto entre Slytherin y Gryffindor, y Slytherin abandonó el colegio -.

Albus se detuvo y frunció la boca.

- Esto es lo que nos dicen las fuentes históricas fidedig­nas – dijo -. Y también sobre la leyenda de la Cámara de los Secretos. La leyenda nos dice que Slytherin había construido en el casti­llo una cámara oculta, de la que no sabían nada los otros fun­dadores -.

- Slytherin, según la leyenda, selló la Cámara de los Se­cretos para que nadie la pudiera abrir hasta que llegara al colegio su auténtico heredero. Sólo el heredero podría abrir la Cámara de los Secretos, desencadenar el horror que contiene y usarlo para librar al colegio de todos los que no tie­nen derecho a aprender magia -.

Cuando Albus termino de decir todo, sus alumnos no cabían en el entendimiento, lo miraban con ojos grandes desorbitados, porque jamás desde que llegaron a Hogwarts se le había contado lo de la leyenda de la Cámara de los Secretos.

- ¿Profesor, cual es el horror que usted dice? – preguntó Tom, mostrando una sonrisa por sacar tal información -.

- Se cree que es una Criatura a la cual todos temen... y que terminará con los alumnos de padres muggles – respondió Albus quien ya no quería forzar el tema, porque era lo único que podía decir -.

La clase termino un rato después, donde los alumnos comentaban lo sucedido. Varios de ellos decían que sus padres les comentaron alguna vez lo que pasó entre Slytherin y Gryffindor, pero que jamás mencionaron lo de La Cámara de los Secretos. Sin embargo, había alguien que lo sabía, y desde antes, solo que lo quiso rectificar, y ese era Tom.

Iba pensando en lo que Albus había dicho, meneaba la cabeza de un lado para el otro como si alguna de las ideas estaba escondida en un rincón de ella. Su mirada estaba clavada en el piso, llegando por inercia a la sala común de Slytherin. Dijo la contraseña, entró y vio a un par de alumnos que se encontraban en un sofá.

- ¿Qué pasa Ryddle? – dijo uno de los que estaba sentado -.

- Que te importa... – dijo Tom, cuando el joven se levantó del sofá alzó su varita, pero Tom ya lo apuntaba con ella en el cuello -. Ni te atrevas a intentarlo, o te juro que por hacerte lo que estoy pensando, me expulsan – le dijo un Tom que nadie conocía, el Tom bueno no existía esa vez, solo había cólera e ira en su corazón -.

- Bueno amigos míos... debemos descubrir una característica de Salazar Slytherin que era única, y así sabré quien es el verdadero heredero de Slytherin – dijo Tom, cuando los otros lo vitoreaban en una especie de señal de alabanza -.

Las horas pasaban, y Albus todavía seguía preocupado por lo de su clase, a la actitud que tomó Tom al chantajear de tal manera a un profesor. Sin duda en estos tres años, el muchacho cariñoso y bondadoso del que todos admiraban había cambiado, su corazón se inundaba de frialdad, y eso no era un buen presagio. Cada vez que Albus se lo encontraba en los pasillos o en sus clases, una puntada en su corazón le impedía mirarlo a los ojos como a todos los alumnos. Y aunque Albus era un experto en lo que es la Legeremancia se prometió a no usarla con ningún alumno, salvo que la ocasión lo ameritara, pero con Tom, era imposible si cada vez que lo miraba su sensación de angustia lo llenaba por completo.

¿Irás a tu casa? – le preguntó Dippet cuando estaban en el Gran Comedor, disfrutando de la comida -.

No, hoy me quedo aquí... pienso que será mejor que de un paseo por el colegio – lo dijo sin pensar -.

¿Paseo? – preguntó extrañado Dippet -.

Si... caminar y pensar – le dijo Albus sin ponerse nervioso -.

La comida fluyó muy rápido, y Albus ya se encontraba con los de tercero para realizarles las clases. Muchos de los alumnos comentaban lo que un tipo de sexto les dijo sobre la leyenda, pero Albus lo negó todo, y con un simple hechizo hizo que toda la clase se olvidara del tema. No quería que lo que él encontraba cierto, se difundiera por todo Hogwarts, y tampoco que si en realidad alguien la encuentra no sea el heredero de Slytherin porque ahí si que tendrían un problema mas del cual preocuparse ese año. La tarde fue muy corta, Albus se paseo por los terrenos de Hogwarts, tuvo un tiempo libre para ir a Hosgmeade, para comprar una pluma y llegó justo a la cena. Quedaban solo diez o quince minutos para que Albus se pusiera en marcha por lo que tenía planeado. Su objetivo era que nadie, pero nadie supiera donde estaba, solo Aberforth y él la descubrieron, la entrada.

Salió del Gran Comedor cautelosamente, procurando que nadie se enterará de donde iba. Paso varios pasillos, dejo de lado su despacho y caminaba sin pensar en lo que hacía. Cuando caminaba, pensaba en como iba lograr pasar la entrada, como iba lograr llegar hacia el interior, le asustaba mucho sentir y pensar como lo hizo hace muchos años, cuando junto con su hermano descubrieron una habilidad muy particular que Albus sentía y podía utilizar.

¡Profesor! – Albus casi se cae de la impresión, cuando un alumno iba corriendo apurado hacia él -.

Para sorpresa de Albus, y era lo único que no quería, era Tom.

¿Si Tom, que pasa? – preguntó como quien no quiere la cosa -.

Deseaba preguntarle si usted mañana me permitirá faltar por que iré hablar con mi padre en la tarde – le comentó Tom a su profesor -.

Si, yo te dejare, ya lo hable con Dippet y no hay problema – le dijo Albus quien ya quería terminar de conversar y dirigirse a su destino -.

Tom lo miraba penetrándolo y Albus no se quedaba atrás. Ambos se miraron por un rato, hasta que Tom le dio las gracias y se marchaba lentamente. Albus siguió el camino y lo reanudó doblando por otro pasillo. Iba caminando por el último pasillo que él encontró, y llegó sin tardarse mucho, al baño de las alumnas. Entró, sabiendo de antemano que nadie se encontraba en ese baño, ya que si alguien hubiera estado, Albus habría sentido su presencia. Entró, diviso los lavatorios, y camino hacia ellos sigilosamente dejando los pasos muy lentamente, como si nada lo apurara, como si su tiempo no existiera, hasta que se posó en frente de la pila de lavatorios.

Tanto tiempo sin venir acá – murmuraba Albus -. Hace mucho tiempo tuve la oportunidad de entrar en tu cámara Salazar, pero jamás me dejaste, ¿Es eso cierto? – preguntó Albus, cuando cerraba los ojos y una voz lo inundaba -.

Así es Dumbledore... ¿que te trae por aquí? – preguntó una voz fría como la piedra -.

He venido a cerciorarme de que nadie ha pasado inadvertida la entrada, Salazar – dijo Albus -.

Su cuerpo se empezaba a poner muy frío.

Tu no puedes abrirla Albus... lo intentaste hace mucho y tan solo conseguiste una marca en tu pecho – la voz comenzó a reírse -.

Claro que puedo Salazar... pero no quiero ser yo él que la abra, dejare que el heredero tuyo lo haga, en su debido momento -.

Pues no esperaras mucho... – y antes de que la voz terminara, un balde sonó como si se hubiese caído, y Albus salió del baño, asomándose, pero no encontró a nadie.

Muy desconcertado por si alguien lo hubiera oído, salió del baño de las mujeres, y se dirigió muy calmado a su despacho. Pensaba que si lo que había oído era solo producto de un accidente, pero le salía en su mente de que alguien pudo haberlo escuchado. La situación no podía ser despreocupada, ya que sería muy peligroso que un alumno encontrara la entrada hacia la Cámara de los Secretos y que además del problema de Grindelwald, este el heredero de Salazar Slytherin formando el terror entre todos los alumnos de padres muggles. Sin duda Albus llegó a la conclusión que si el heredero de Salazar estuviera ahora entre los alumnos o profesores, tendría que ser uno de los sangre limpia, como se llamaban ellos, ya que Salazar siempre odió a los sangre sucia, la gente que tenía padres muggles, medio magos como eran llamado antiguamente. Aberforth siempre le dijo a su hermano que tuviera cuidado con eso, desde que supo que Albus quería impartir clases en Hogwarts y mas aún cuando Albus estuvo a punto de abrir la entrada ya que cuando el estaba en el colegio, junto con su hermano buscaron la entrada hasta encontrarla y cuando él entro en trance y habló con Salazar Slytherin, o al menos su reflejo que dejo en la entrada hacia la Cámara de los Secretos, no lo dejo pasar.

- ¿Ocurre algo? – preguntó Dippet entrando al despacho de Albus, y sentándose en una de los asientos que estaba mas cerca de Albus -.

- La verdad es que hace poco un alumno de sexto... – y no supo porque no quiso decirle el nombre -... me pregunto sobre la Cámara de los Secretos -.

Dippet lo miro asombrado, y le pregunto.

- ¿Qué le dijiste? -.

- Todo, la verdad de los hechos, pero oculte lo relacionado conmigo – dijo él agachando la mirada -.

- Menos mal, no quiero que los alumnos se enteren de que tu sabes lo de la entrada y puedan descubrirla, aparte de que esta en el baño de las alumnas y sin duda ellas se asustarían mucho – le comentó Dippet -.

- Por cierto, no creo que venías a saber como andaba – le dijo Albus sarcásticamente -.

Dippet río.

- La verdad te venía a avisar que Aberforth estuvo en mi despacho, y como no te encontré me dijo que te dijera que mañana irá a donde Sandal para hablar, y que por cierto, vieras como sigue Kirin – decía Dippet -.

- Nicholas vendrá en la tarde y te acompañara, yo no puedo puesto que estoy ocupado, así que para que veas como siguen y si han notado algo raro -.

- Iré a verlos con Nicholas, mientras que mi hermano hace lo suyo, ojala todo este bien y no haya tragedias que lamentar por parte de los Duendes – dijo Albus -.

Dippet se despidió de Albus, y dejo el despacho habiendo dicho lo que tenía que decirle a su amigo.

El cielo estaba nublado, ninguna estrella asomaba su brillo, y la luna escondía su hermosura atrás de ellas. Pasos que asomaban por las calles, inundaban el silencio de aquella desolada noche. La frialdad embargaba los mas recónditos rincones y llamaba a la luz para hacerla perderse en medio del negro suelo. Un hombre caminaba derecho, vagando por las malezas, cada pisada crujía y hacía retumbar los árboles circundantes. En un par de segundos, alzó la varita y dando otros dos pasos mas se acercó a la silueta de otra persona, de un cabello largo y rubio que lo esperaba.

- Te esperaba... – dijo aquel hombre -.

- Llegue un poco tarde, pero estoy listo, el que pierda se irá y lo hará para siempre – dijo el hombre oscuro, que no mostraba su rostro por la capucha que lo cubría -.

Ambos se acercaron con sus varitas alzadas, se dieron la espalda y caminaron veinte pasos a lados contrarios. Se escucharon dos hechizos y la escena cambió. Ahora estaba de día, Albus estaba en una casa sombría, mas específicamente en un cuarto en donde el hombre tenebroso que tantos pesadillas le había provocado, retaba de manera furiosa a un hombre arrodillado.

- Mira quien tenemos aquí, mi fiel vasallo – y el hombre arrodillado se dio vuelta mirando fijamente a Albus, penetrándolo con los ojos. Albus se quedó paralizado, no podía moverse, entonces el hombre de la capucha alzó su varita y pronunció: ¡Avada Kedavra!, y el destello verde de la maldición iba directa hacia él... -.

¡NOOOOO! – gritó Albus levantándose bruscamente y dándose cuenta que jamás había estado en ese lugar. Que todo el tiempo se encontró en su despacho, durmiendo, que todo solo había sido una pesadilla -... ¡Tendré que aceptar, que me estoy volviendo loco! – diciendo estas palabras, Albus se quedó dormido nuevamente -.