19

El nuevo Vasallo

A la mañana siguiente, todo era normal en el castillo. No habían sospechas de que algo malo podría suceder. Tom no les dijo cuando pensaba atacar a James, y por lo tanto tenían que estar muy atentos a las jugadas. Por mientras, ellos debían buscar la información de donde Rubeus guardaba a Aragog. Albus estaba dando clases en una de las aulas, y preparándose para ir a comer con los demás.

- ¿Cómo va todo? – le preguntó Dippet, quien entró en la sala para conversar con Albus -.

- No hay problemas, creo que el heredero se calmó y no piensa atacar – le respondió -.

Albus y Dippet salieron del aula para dirigirse al Gran Comedor. Mientras ellos comían en el castillo, en otro lugar, específicamente el Ministerio, Aberforth salía de su oficina para ir a ver a las Criaturas.

- ¿Vas hacia las montañas? – le preguntó un malhumorado Sorbern, quien se encontraba en su oficina, e iba saliendo -.

- Si, tengo que estar con ellos en constante alerta – le respondió Aberforth, quien ya no guardaba ninguna clase de rencor hacia su jefe -.

- Ten cuidado... no sabemos que fue lo que lo ataco y si vas solo deberías ir acompañado – le dijo Sorbern -.

Aberforth lo miró extrañado. Antes el no podía soportar la presencia de Aberforth, pero ahora se mostraba mas dócil. Sin duda que el trabajo de Aberforth era bueno, sino, no lo trataría de esa manera.

- ¿Te encuentras bien? – le preguntó Aberforth, como que no quiere la cosa -.

- Si, de maravillas, ahora voy a ver a Wortiks... bueno, nos vemos más tarde, quiero que me avises como te fue – le dijo Sorbern, cuando salía de la oficina al ascensor -.

Aberforth también salió, fue a los baños y luego se dirigió al ascensor para hacer lo que tenía que hacer. Él no iba a ir solo, Nicholas lo acompañaría por si alguna emergencia se presentaba. Nicholas lo esperaba en la casa, en el Valle Godric. Cuando Aberforth llegó allá, sacó algo para comer de la casa, y se pusieron en marcha. La señora Rigers, Pernelle y Minerva se encontraban en la casa conversando, simplemente, cosas de mujeres. En el despacho de Wortiks, se conversaban cosas más interesantes.

Sorbern entró al despacho. Vio que Wortiks no se encontraba, pero tuvo que esperarlo ya que lo citó de urgencias. No pasaron ni cinco minutos y Wortiks abre el despacho, sonriéndole a Sorbern de manera cordial.

- Hola Sorbern, deseaba que vinieras para hablar una cosa contigo – le dijo Wortiks mientras se sentaba y dejaba unos papeles en la mesa -.

- Bueno, ¿Qué quieres? – le preguntó extrañado Sorbern -.

- Quisiera saber, ¿Cómo va el trabajo de Aberforth? – le preguntó Wortiks a Sorbern -.

Sorbern se extraño por tal pregunta. Porque no citó mejor a Aberforth para que hablaran de su trabajo; pensó que como era él el jefe, podía evaluar el desempeño de su empleado a cargo.

- Bien... no hay ningún problema con él – respondió Sorbern -.

Wortiks arqueo las cejas en señal de aprobación. Simplemente Wortiks también se extraño que Sorbern dijera que Aberforth, el empleado que no soporto por muchos años, esta trabajando bien.

- ¿Seguro Sorbern? – le preguntó Wortiks mirándolo intensamente -.

Sorbern no tenía porque mentir.

- Si, seguro, está todo bien, y si me perdonas Wortiks podrías citar a Aberforth para que te diga que es lo que hace, yo solo estoy trabajando en lo mío – respondió severamente Sorbern -.

Wortiks extrañamente mostró una sonrisa. Miró fijamente a su acompañante y le dijo.

- Sorbern, ¿Tienes algo que hacer hoy en la noche? -.

Sorbern lo pensó.

- No, nada importante –.

- Entonces quiero que vayas a mi casa para que conversemos, hace mucho tiempo que no tengo visitas y bueno, te invito – le dijo Wortiks -.

Sorbern ya no sabía que le pasaba a Wortiks. Jamás lo había invitado siquiera a las reuniones importantes y ahora lo invitaba a la misma casa del Ministro. Miro al suelo, lo pensó, pero no veía nada malo en ir a la casa de Wortiks.

- Está bien – asintió Sorbern -.

-Te espero a las ocho de la noche – le dijo Wortiks -.

Sorbern salió de la oficina cerrando la puerta. Wortiks debe de haber recibido una buena noticia para que invitara Sorbern a la casa; pero todos sabiamos que no era precisamente asi. Mientras, en el castillo, Albus se encontraba en el despacho de Dippet hablando de trivialidades.

- ...Espero que mi hermano este bien, hoy iba a ir a las montañas – le comentaba Albus a su amigo cuando estos dos fumaban en unas pipas largas y flacas -.

- No te preocupes, si fue con Nicholas estará todo bien, además, ellos saben defenderse – le decía Dippet -... de lo que debemos preocuparnos es sobre lo que pasa aquí adentro, ya que el supuesto heredero a dejado de atacar y eso no me tranquiliza para nada. Solo esta esperando el momento de hacerlo, como tenemos todo vigilado esta buscando como escabullirse -.

- Tienes razón, ¿Le avisaste a los demás profesores? – preguntó Albus -.

- Si, ya lo hice, y estuvieron de acuerdo, espero que el heredero sepa controlarse porque los profesores ya están autorizados para herir y aturdir al primero que encuentren cerca de esos lugares – le dijo Dippet -.

Albus sabía que las cosas no se estaban poniendo fáciles en el colegio. Si a eso se le sumaba lo de Grindelwald, esperaban que sucediera un milagro para que alguien derrotara a los dos magos que andaban poniendo problemas.

- ¿Tus padres como están? – le preguntó Dippet -.

- Bien, da la casualidad que Minerva se quedo con ellos, supuestamente esta de visita, pero le conté y me dijo que estaría complacida en ayudarnos sobre lo de Grindelwald. No deja a mi madre sola en ningún momento – le dijo Albus -.

- Acuérdate de la señora Flamel, ella también esta ahí -.

- Pernelle se ha mostrado muy amable con mi madre, siempre están hablando, ahora tendrán que incluir a una niña en las conversaciones de mujeres mayores – sonrió Albus a Dippet, cuando se refería a Minerva -.

- Vaya niña, es joven, pero es muy poderosa... realmente fue una buena alumna aquí en Hogwarts – dijo Dippet -.

- Es toda una mujer de armas tomar. Realmente no se como puedo... – pero Albus se cayo justo a tiempo, antes de hablar mas de la cuenta -.

Terminaron de charlar y Albus fue a su despacho. Empezó a recoger varios papeles que tenia en la mesa, revueltos y desordenados. Se afirmo su túnica y vio la hora, eran tan solo las ocho menos treinta. Para Albus era una hora común pero para alguien mas esa hora era la hora de la partida hacia un destino.

Sorbern se dirigía hacia la casa de Wortiks con paso sigiloso. Iba caminando despacio, puesto que todavía era temprano. Llego a las casas que eran de aspecto larguirucho, muy sombrías pero cuando estaba de día, irradiaban belleza natural.

- Aquí debe ser... – murmuraba Sorbern -.

Cuando ya se acercaba a la casa de Wortiks, sintió un escalofrió que le hizo mirar instintivamente hacia arriba. Sin duda pensaba que algo estaba sobrevolando el cielo y por eso atino a mirar hacia los cielos. Poso la mirada enfrente y se dirigió a la casa de Wortiks. Cuando llego, cruzo el jardín dispuesto a golpear la puerta principal.

- ¡Hola Sorbern, que puntual! – le dijo un Wortiks que sorpresivamente abrió la puerta como si hubiera adivinado que Sorbern ya llego -.

- ¿Cómo supiste que ya estaba aquí? – le pregunto desconcertado Sorbern -.

Wortiks arqueo las cejas, y le sonrió.

- Somos magos Sorbern, eso debes saberlo – cuando Wortiks le dijo esto, lo hizo pasar a la casa. Estaba todo en orden, nada de sospechas podrían crearse si uno entraba a esa casa. Sorbern se sentó en uno de los sofá y se acomodo, mientras que Wortiks servia whisky añejo en dos vasos.

- ¿Cuál es el motivo de la visita? – preguntó directamente Sorbern recibiendo el vaso y tomando un pequeño sorbo de la sustancia -.

- Solo quería hablar con alguien, y bueno, me pareció buena idea invitarte a ti – le sonrió Wortiks -.

- Claro... – Sorbern pensaba que eso no era todo -.

- ¿Quieres fumar? – le preguntó Wortiks acercándole una pipa -.

- Bueno... – ambos se pusieron a conversar del Ministerio y después pasaron a temas de sus vidas. Sorbern estaba solo, su mujer había muerto hace veinte años y desde ese entonces su casa se ha vuelto un mar de soledad. Wortiks le contó la pelea que tuvo con su mujer (obviamente no contando la razón) y después ambos empezaron a consolarse mutuamente. Wortiks puso la radio mágica, en volumen bajo y pasaron a la pequeña biblioteca que tenía él -.

- ¿Te gustan los libros? – le pregunto Wortiks -.

- Si, podrías prestarme este... o este – decía un admirado Sorbern, ya que Wortiks sabía que él era fanático de la lectura -.

- Si, te prestaría los libros, pero antes me tienes que hacer un favor – le dijo Wortiks mirándolo fijamente -.

- ¿Qué clase de favor? – pregunto Sorbern, no sabiendo que detrás de él estaba apareciendo otra persona -.

- Que no grites tanto cuando te lancen el Imperius... – Wortiks le señalo por su hombro y Sorbern se dio vuelta no sabiendo a lo que se refería su amigo -.

En ese mismo instante sus ojos no podían creer lo que estaban viendo. Un mago alto y viejo con una gran barba blanca y ojos pálidos, le sonreía con la varita alzada.

- Imperius – gritó Grindelwald y el rayo salió dirigido justamente a Sorbern. Este se retorcía para no caer en manos de dicha maldición, pero los esfuerzos al igual que los de Wortiks, fueron en vano -.

- Levántate – le dijo Wortiks, cuando Sorbern estaba tirado en el suelo. Este se levanto acomodándose en uno de los lugares de aquella estancia -.

- ¿Cómo te encuentras Sorbern? – preguntó un sonriente Grindelwald -.

- Bien mi señor... – absolutamente controlado, Sorbern ya estaba en manos de ellos dos -.

Grindelwald se río fríamente.

- Espero que ahora me cuentes muchas cosas de las cuales podré regocijarme de la emoción -.

- ¿Qué desea saber? – le preguntó Sorbern quien se sentaba justo al lado de él -.

- Bueno, son tantas cosas las que tengo que preguntarte, pero esperaremos a que llegue mi querida amiga Celeno – dijo Grindelwald mirando hacia la ventana -.

Sorbern estaba medio perdido. No sabía a lo que Grindelwald se refería, lo que si es que Wortiks estaba ahí para decirle. Se acerco con cuidado y simulando que estaba viendo los libros le pregunto.

- ¿Quién es Celeno? -.

- Una pequeña amiga de nuestro señor – le dijo Wortiks -.

- ¿Es una bruja? -.

- No, es una Criatura Mágica antigua y poderosa. Viene del país Grecia, y es jefa de todas las Criaturas que están a cargo de Grindelwald – le respondió -.

Sorbern no lo podía creer. Aunque estuviera bajo la maldición Imperius, se le notaba un poco nervioso. Esto aumento, cuando vio justo en la ventana, una Criatura alada que esperaba entrar al interior.

- ¡¡¡¿Qué es eso! – preguntó muy asustado Sorbern -.

Grindelwald lo miro sonriendo.

- No le digas "eso" a mi linda amiga Celeno... – tal como dijo Grindelwald, Celeno entro y empujo furiosamente a Sorbern al suelo en donde le puso su garra en el cuello casi asfixiándole -.

- Perdón, no fue mi intención, señorita – le rogaba Sorbern -.

Celeno acerco su rostro y le dijo.

- Ten mas cuidado para la otra vez, que sino te arranco la cabeza -.

Celeno le quito la pata, y Sorbern se paro para alejarse lo mas posible de tal Criatura. Wortiks y Grindelwald no cabían en la risa que tenían.

- ¿Qué me traes? – le pregunto Grindelwald a Celeno -.

- Aberforth sigue yendo a las montañas, no he podido convencer a los Gigantes mi señor. Me temo que tenemos que desistir de aquello – le dijo Celeno haciendo una reverencia -.

- Si tú lo dices mi amiga, tendremos que hacerlo así, solo nos tenemos que basar en los planes que tenemos en cuestión. ¿Wortiks, vas bien con lo de Abiss? – le preguntó Grindelwald -.

- Si mi señor, ya estoy convenciéndolo de que las cosas ya han cambiado, espero que algún día me invite a su casa para que yo pueda hacer lo que usted me pida – le dijo Wortiks -.

- ¿Qué es lo que le pidió mi señor? – pregunto tímidamente Sorbern -.

- De veras que estas no muy bien informado, bueno, lo que pasa es que tengo que matar a todos los que lucharon por primera vez conmigo para recolectar el poder completo de mi esencia, y ya con eso puedo vengarme de ese maldito de Dippet – le dijo Grindelwald -.

Sorben no alcanzo a digerir todo cuando pregunto.

- ¿Qué es lo que Dippet pinta en todo esto? -.

- Lo que pasa mi querido amigo Sorbern, es que Dippet es el único que conoce la forma de matarme, pero todavía no lo sabe, por si no lo sabías tengo una debilidad muy abierta que se ve a través de mi cuerpo y es que no puedo recibir una maldición de alguien que tenga el corazón tan puro -.

- Pero mi señor usted es invencible… – le dijo Wortiks -.

- Lamentablemente Wortiks, no tengo todo el poder para ser invencible, de veras que si pasa eso me podrá derrotar fácilmente. Solo conozco a dos personas con el corazón tan puro para derrotarme y ellos son Armando Dippet y Gregory Wyvern – les dijo Grindelwald -.

- Pero el señor Wyvern esta muerto... – le dijo Sorbern -.

- Así es, cuando estuvo en San Mungo estaba desecho y por eso pude matarlo sin preocupaciones, pero Dippet sigue vivo y sano, y además tiene muchos magos a su favor que pueden ser peligrosos -.

- Se refiere al profesor de transformaciones, a Aberforth y también a un tipo llamado Flamel – dijo Sorbern -.

- El más peligroso de ellos es Albus Dumbledore, tengo la leve sospecha de que tiene mas poder del que representa, y eso no es un buen presagio. Por lo tanto, quiero matar a los Dumbledore por dos razones – dijo Grindelwald -.

- ¿Cuáles? -.

- Una por lo que te mencione, y la otra sería para que Albus y su hermano tengan baja la moral por la muerte de sus padres, así ellos no podrán luchar con todos sus poderes – le dijo Grindelwald -.

- Ya veo... aunque es muy buen plan, no creo que ellos se den por aludidos cuando usted entre al Valle Godric – le dijo Sorbern -.

- ¿Por qué lo dices? – preguntó amablemente Grindelwald -.

- Porque la casa de los Dumbledore es muy reconocida en todo el Valle, y además que al lado de ellos viven magos poderosos – dijo Sorbern -.

Grindelwald lo miro.

- Hay Sorben, te falta mucho por aprender. Ellos no sabrán nada de lo que pasa, será con magia, muy antigua como voy a entrar a la casa, y los que están dentro morirán. Ellos no sabrán que voy por el Valle Godric, a menos que sepan sentir las presencias de los magos, pero eso también lo tengo controlado – le dijo Grindelwald -.

- Perdone mi señor, no fue mi intención incomodarlo – le dijo Sorbern muy arrepentido -.

- Bueno, ahora me temo que tengo que interrogarte a ti, porque quiero saber muchas cosas acerca de tu Departamento – le dijo Grindelwald -.

Sorbern lo miro extrañado.

- ¿Qué cosas? -.

Al otro día en el Ministerio, Aberforth llegaba a su oficina para empezar el día. Corría desesperado al quedarse dormido y no quería llegar ni un minuto después. Cuando se asomo por la oficina, se dio cuenta de que su jefe, Sorbern no se encontraba en su puesto. Fue algo que agradeció a todos los dioses, porque si Sorbern estaba como simpático con él, no era para perdonarle la puntualidad. Sin embargo, apareció con su mirada asesina de siempre, aunque con los ojos más desgastados que otras veces.

- Buenos días – lo saludo cordialmente Aberforth -.

- Que tienen de buenos. Será mejor que te pongas a trabajar y de inmediato... – le dijo Sorbern quien ni siquiera lo miro para hablarle. Algo raro le pasó para cambiar esa actitud tan de prisa -.

- Bueno, como tú digas... – y Aberforth comenzó a trabajar en lo suyo. Como ese día no tenía que ir hacia las montañas, se quedo en su puesto -.

Al mediodía las tareas que debía hacer Aberforth se ponían más engorrosas en cuanto pasaba el tiempo. Llenar pergaminos no es de lo más entretenido para nadie, y en ese momento para Aberforth tampoco. No sabía que era lo que le ocurría a Sorbern, que en tiempos pasados estaba aprendiendo a comportarse como caballero.

- ¿Molesto? – preguntó una voz, que era de Abiss, el padre de Aberforth -.

- No, no hay problema – le respondió Aberforth -.

- ¿Qué haces? -.

- Estoy terminando unos pergaminos que me dejo amablemente Sorbern – puso cara de sarcástico. El señor Dumbledore le saco a Aberforth lo de Sorbern. Este no puso cara de sorpresa ya que sabía que era un viejo mañoso -.

- No te preocupes, que ya las cosas están bien aquí, y también no tienes que ir a las montañas, que eso en verdad me preocupa – le dijo su padre -.

- ¿Por qué lo dices? – preguntó -.

- Te lo digo porque no me gusta que solo vayas con Nicholas, deberías dejarme acompañarte – le dijo el señor Dumbledore -.

- No seas sentimental padre, que ya las cosas no están para eso – le dijo Aberforth -.

- Por cierto, creo que es hora de que nos juntemos otra vez todos los de la Alianza – le dijo el señor Dumbledore a su hijo -.

- Me parece... ya es hora de ver como vamos a buscar a Grindelwald, tal vez mi hermano sepa la respuesta -.

En esos momentos, Sorbern salía de su oficina en dirección al ascensor.

- ¿Qué haces aquí Abiss? – preguntó Sorbern muy enojado -.

- Estoy solamente conversando en nuestro horario libre – le respondió bastante molesto el señor Dumbledore -.

- Esta bien, pero deja trabajar tranquilo a mis empleados, sino quieres que se lo diga a Wortiks -.

Cuando Sorbern salió ellos siguieron conversando acerca de la reunión propuesta por el señor Dumbledore. En ese momento, en otro lugar en el cual se encontraban los alumnos de una casa, específicamente Slytherin, ocurrían sucesos extraños. Se encontraban en la sala común hablando acerca de lo que Tom les comentaba. Cada uno de los presentes, se mantenía atento, expectante a las palabras que Tom les decía. Lardet fue el único que después de veinte minutos levanto la mano para decir algo.

- Si – dijo Tom -.

- Bueno, todos sabemos que James esta vigilando hasta mañana la parte del baño de las mujeres, pero también sabemos que siempre anda un profesor por esos lados – le comentó Lardet -.

- Muy bien pensado Lardet – le dijo Tom, y Lardet infló el pecho en señal de orgullo -... pero todos sabemos que no podemos atacar al anochecer y eso lo dije hace poco menos de un minuto, así que si no pones atención nuevamente a algo que yo estoy diciendo, tendrás que ir arrastrándote a tu cama – y le enseño la varita -.

Todos miraron a Lardet que se encontraba rojo de la vergüenza. Devian le había dicho que no hablara pero este no le hizo caso y sufrió la consecuencia de ser pisoteado por Tom.

- Ahora, todos ustedes tendrán que cubrirme la espalda – les dijo Tom -.

- ¿Estaremos en las gradas o solo vigilando? – preguntó Mordat -.

- Tú y Devian estarán vigilando abajo mientras que ustedes dos – y señalo a los otros dos del grupo – Lardet y Alfrad, vigilaran a los profesores -.

- ¿Pero como los vigilaremos? – preguntó Alfrad -.

- Bueno, solo cuando vean que uno de ellos se para, van directamente a verme al baño de las mujeres – dijo Tom -.

- Entonces, yo, cuando pasen diez minutos distraigo a James y lo llevo cerca del Despacho del profesor Dumbledore, y ahí lo atacas – le dijo Mordat a Tom -.

- Así es Mordat, parece que eres el único que ha captado todo -.

- Gracias – Mordat se había sonrojado -.

- Entonces, repasemos. Cuando empiece el partido entre Hufflepuff y Gryffindor ustedes dos van y se sientan cerca de los profesores. Devian y Mordat, ustedes dos se quedan cerca del estadio pero no suben a las gradas. Ahora, cuando pasen los diez minutos, los prefectos llegaran al estadio pero tú (señalo a Mordat) le dirás a James, que tienes una emergencia y lo llevas cerca del despacho del profesor. Cuando hayas echo esto, Devian ya me habrá avisado de eso, y yo sacare al Basilisco y asesinaremos a James y nadie sabrá que fuimos nosotros – Tom soltó una carcajada que hizo estremecer a los demás -.

- ¿Crees que resultara? – pregunto un tímido Alfrad -.

- Sino resulta... me temo que los tendré que asesinar a ustedes – y Tom los miro a los demás de una manera asesina, fulminándolos con la mirada -.

Todo iba a ocurrir al siguiente día, parece que por fin los planes de Tom se iban a cumplir. Albus debía saberlo, debía saber lo que pasaba, aunque ya era...demasiado tarde.