Capítulo I: El Despertar De Un Milagro
-Tsubasa,
Tsubasa, despierta.
-¿Eh?
¿Qué pasa, mamá?
-Despierta.
Se te hará tarde para clases –dijo Natsuko, la madre del
joven.
-Está
bien –y el muchacho se levantó. Apenas contaba con quince
años, y un gran talento para el fútbol. Después
de lavarse bien la cara, se colocó su uniforme, arregló
parte de su habitación y bajó las escaleras. Natsuko
estaba preparando el desayuno, y Koudai, que en esos días se
encontraba en casa estaba leyendo el diario.
"Que
apacible... Cuando papá está en casa, todo parece ser
perfecto. No me puedo quejar." –a Tsubasa lo embargaba una gran
alegría y tranquilidad cuando veía a su familia
reunida. Se sentó a desayunar en silencio, el cual era
solamente roto por el sonido del periódico cuando se cambiaba
la página o por el ruido de los platos. Poco después el
joven se preparó para ir a la secundaria.
-¡Ya
me voy! ¡Adiós! –dijo al cambiarse de zapatos, tomar
su maletín, su almuerzo y su balón de fútbol, e
irse de la casa.
-Cuídate
mucho –dijeron su padre y su madre a coro.
Como
siempre, iba corriendo a la secundaria Nankatsu con el balón
en los pies. Desde muy chico había tenido un balón, ya
que el primero que le habían regalado le había salvado
la vida. En el camino se encontró con uno de sus mejores
amigos: Ishizaki Ryou.
-Hola
Tsubasa-kun -dijo el joven, que tenía gran parecido a un mono.
-¿Otra vez crees que vas a llegar tarde?
-¡Menos
charla y más velocidad! –exclamó el joven, corriendo
aún más rápido. Cuando chico había sido
bastante rápido, pero ahora su masa muscular le había
reducido su velocidad. Ryou a duras penas le seguía.
-¡Tsubasa,
ten cuidado con las escaleras! –gritó el joven. Tsubasa
aminoró la velocidad y bajó las escaleras con el balón
aún en los pies, pero de algún modo se le escapó
y fue a dar a un callejón.
-¡Mi
balón! Tengo que ir por él.
-¡No
hay tiempo, Tsubasa! Vamos ya.
-No
sin mi balón –y Tsubasa a toda velocidad fue por él.
Sin embargo, al llegar al frío callejón, una extraña
sensación lo llenó. Miró a todos lados, pero de
algún modo el ruido del tráfico se había
disipado. Podía ver a Ryou corriendo hacia donde estaba y
gritando, pero todo como si fuera en cámara lente y sin
sonido.
"¿Qué
está pasando aquí?" –se preguntó el joven
futbolista, mientras un fuerte escalofrío le recorría
la espalda.
Y
como si nada, el ruido del tráfico y los gritos de Ishizaki le
llenaron los oídos otra vez.
-¡Tsubasa-kun!
¿Que no me escuchabas? ¡Vámonos ya! –dijo Ryou,
halándole de la chaqueta. De inmediato ambos muchachos
comenzaron a correr hacia la escuela, y llegaron justo a tiempo.
-Por
poco y llegan tarde –dijo una chica cuando ambos llegaron.
–Agradézcanle al cielo que no llegaron tarde.
-Pues
casi llegamos tarde porque el tonto éste de Tsubasa falló
en el control del balón y le tocó ir a recogerlo a un
callejón, Sanae –dijo Ryou, sentándose en su lugar y
soltándose el cuello de su chaqueta.
-No
me convence esa historia –dijo Sanae. Era de cabello corto y
castaño oscuro, y antes, cuando era una niña, había
sido una chica muy dura y agresiva, pero ahora había cambiado
por completo, excepto por una cosa: Desde niña había
estado enamorada de Tsubasa.
-¿Ah,
no? Pues pregúntale a él, a ver qué te dice.
-Tsubasa,
¿es cierto lo que dijo Ishizaki?
-Eh,
sí. Me temo que es cierto lo que dijo Ishizaki-kun.
-¿Qué
te pasa? Estás distraído.
-No
pasa nada –dijo Tsubasa, desviando la mirada hacia otro lado. Lo
que tenía a Tsubasa tan distraído era lo que había
pasado en el callejón.
"Por
un momento el ruido desapareció y todo parecía ir en
cámara lenta. ¿Y ese escalofrío? No era un
escalofrío común y corriente. Más bien era como
una especie de... aviso. No lo entiendo."
-Tsubasa...
¿Qué te pasa? Anda, respóndeme –dijo Sanae,
pasando una mano cerca de la cara del joven.
-¿Eh?
Lo siento, Sanae-chan. Es que me pasó algo muy raro hoy.
-Pues
mejor concéntrate, porque ahí viene el maestro.
El
maestro entró, y las clases pasaron normalmente. Sin embargo,
el día se nubló y comenzó a caer un fuerte
aguacero.
-Ay,
rayos. Así no podremos entrenar hoy. La cancha está
llena de lodo –dijo Iwami Ken'ichi, uno de los miembros del
equipo de fútbol de Nankatsu.
-Ni
modo. Habrá que cancelar el entrenamiento de hoy –dijo
Furuoya, el entrenador. Resignados, los muchachos volvieron a
colocarse su uniforme de la secundaria y cada quién se fue a
casa. Tsubasa estaba a punto de salir cuando...
-Tsubasa,
¿puedo irme contigo? –preguntó Sanae.
-Sí,
claro, Sanae-chan.
Ambos
muchachos salieron, cada uno con un paraguas, y caminaron juntos,
aunque en silencio, ya que aunque cuando eran chicos de escuela
primaria Tsubasa veía a Sanae como una amiga, ahora la veía
con otros ojos. Pasaron frente al callejón donde Tsubasa había
sentido aquel escalofrío, pero esta vez había alguien
envuelto en una capa blanca.
-Tsubasa...
Tsubasa... –dijo aquella persona con una voz etérea,
imposible de saber si era de hombre o de mujer. El joven al escuchar
su nombre se detuvo y miró en todas partes.
-Tsubasa,
¿qué pasa?
-¿No
lo escuchaste, Sanae-chan?
-¿Qué?
Yo sólo escucho el ruido de la lluvia.
-Escuché
a alguien llamando mi nombre –Tsubasa volteó y notó a
aquel ser envuelto en la capa blanca.
-¿Quién
eres? ¿Por qué me llamas? –dijo el muchacho.
-Tsubasa,
¿qué te pasa? Allí no hay nada –dijo Sanae,
mirando al callejón.
-¿No
ves a esa persona envuelta en una capa blanca?
-¿Qué
dices? Allí no hay nada. Creo que te chiflaste.
-Sanae,
estoy seguro de que no estoy loco. Ahí hay una persona.
-Bah,
mejor me voy –dijo Sanae, con la intención de irse, pero de
inmediato aquel ser vestido de blanco se movió, y más
rápido que el rayo atrapó a la chica y salió
saltando de la vista.
-¡Sanae!
¡Sanae! –gritó Tsubasa, tratando de seguir a quien
había raptado a la joven. Corrió lo más rápido
que podía, pero parecía no avanzar, hasta que al fin
llegó a un templo, escondido en el corazón de Shizuoka.
-¿Sanae?
¿Dónde estás? ¡Respóndeme!
-Lamento
el haber tenido que llegar a estos extremos, pero era la única
manera de que llegaras aquí –dijo la misma voz etérea
que había llamado al joven antes. Tsubasa volteó a ver
de dónde venía la voz, y aquel ser vestido de blanco
estaba detrás de él.
-¡Tú!
¿Dónde está Sanae?
-Ella
está en buenas manos. Tuve que utilizar a la joven como
señuelo para que vinieras.
-¿Para
qué me hiciste venir aquí entonces? ¿Acaso
tienes que ver con lo que me pasó esta mañana?
-Me
temo que así es. Verás, eres el Kami no Tsukai,
y dentro de muy poco tendrás que enfrentarte a tu destino,
Ozora Tsubasa.
-¿Que
soy el Mensajero de los Dioses? No, esto no puede ser verdad. Yo sólo
quiero ser un futbolista.
-Si
quieres llegar a serlo y ganar la Copa Mundial, que es tu sueño,
tendrás que cumplir con tu destino.
-¿Y
si no?
-No
sólo no lograrás tu sueño, si no que el mundo
morirá.
-¿Que
el mundo... morirá? No, no puede ser verdad. Yo solo no
podría...
-El
destino del mundo está en tus manos... Y si no eres tú
el que lo logra, nadie más lo hará.
-Pero,
yo sólo soy un futbolista. Ni siquiera tengo poderes o algo
por el estilo... Esto es una completa locura. Creo que Sanae está
en lo cierto.
-No
es una locura. Es la realidad –dijo aquel ser, levantando un poco
su capa, dejando caer a Sanae, que estaba inconsciente.
-¡Sanae!
–Tsubasa corrió hasta donde ella estaba y la tomó
entre sus brazos. –Sanae, despierta...
-A
menos que aceptes tu destino, ella no despertará.
-¿No
despertará? ¡Eres un chantajista! ¡Haz que
despierte!
-No
lo hará a menos que aceptes tu destino.
-¡Haz
que despierte ahora mismo! –y de repente una ola de energía
atacó al ser, que aunque no cayó, sí dio un
traspié.
-Has
comenzado a darte cuenta de tus poderes. Ya no hay vuelta atrás.
O aceptas tu destino –dijo éste, lanzando una ola de energía
más fuerte que la que Tsubasa había causado y haciendo
que el muchacho, con Sanae en sus brazos, chocara contra un pilar de
piedra. –O no sólo perderás al ser que amas, si no
que todos morirán.
"Creo
que no tengo más opción, pero, ¿seré el
mismo de siempre? ¿Qué pasará?"
-No
tengo más opción... Tendré que aceptar mi
destino –dijo al fin Tsubasa. –Sólo hago esto por que
despierte Sanae.
-¿Mmm...
Tsubasa? ¿Qué pasa... ? –Sanae había
despertado.
-¡Sanae-chan!
Al fin despertaste... Estaba muy preocupado.
-¿Qué
pasa aquí? ¿Dónde estamos? Sólo recuerdo
que iba a intentar irme cuando estábamos cerca de ese
callejón...
-Es
muy largo de explicar, Sanae-chan. ¿Qué es lo que tengo
que hacer?
-Deberás
encontrar a los Cinco Arcángeles. Son los únicos que
podrán ayudarte.
-Los
Cinco...Arcángeles... No lo entiendo.
-Según
la religión católica, los arcángeles son los
ángeles de mayor rango y poder entre los sirvientes de Dios.
Pero hasta donde sé, son cuatro –dijo Sanae, confundida.
-Sabes
demasiado, jovencita. No puedo permitir que personas que no están
involucradas en este asunto sepan más –y aquella persona
vestida de blanco intentó atacar a Sanae, pero Tsubasa de
inmediato se interpuso.
-Si
te metes con Sanae, te metes conmigo, quien quiera que seas –dijo
el muchacho, quien parecía irradiar una fuerza aún
mayor que antes. Sanae de algún modo logró sentir la
energía de Tsubasa, pero en vez de estar sorprendida, se
hallaba en un estado de suprema tranquilidad.
"Tsubasa..."
-Está
bien, pero ella no deberá hablar de esto jamás con otra
persona excepto contigo.
-Tienes
mi palabra de que ella no dirá una sola palabra al respecto. Y
por cierto, dime quién eres de una buena vez.
-Yo
fui antes conocido como un mensajero sin nombre de los dioses, pero
mi situación es diferente. Yo fui enviado por ellos a
encontrarte... Después fui conocida como Karen, y ahora
simplemente me llaman Shiro.
-Primero
fuiste conocido, después conocida... ¿has sido hombre y
mujer a la vez? –dijo Sanae.
-Así
es. Ahora mismo soy un ser andrógino.
-Esto
definitivamente es muy extraño... Sobre todo por lo que sentí
esta mañana. Era una especie de aviso, ¿verdad?
-Así
es... Y ya que has decidido aceptar tu destino, Ozora Tsubasa, ¡es
hora de que despiertes!
Shiro,
aquel extraño personaje de blanco hizo brillar un extraño
símbolo alrededor de Tsubasa, y como si hubieran aplicado un
poderoso choque eléctrico, Tsubasa gritó de dolor, sus
ojos en blanco.
-¡Tsubasa!
¡No! –Sanae al ver eso intentó acercarse, pero Shiro
no se lo permitió.
Entonces,
sin poder hacer nada, la joven notó que del cuerpo del joven
salían tres cosas: un magatama blanco, un brazalete, y
quizás lo más extraño de todo: una daga
delicadamente adornada, cuya joya era de color blanco iridiscente. A
pesar de que aquellas tres cosas salían dolorosamente del
cuerpo de Tsubasa, ninguna tenía una sola gota de sangre
encima. En cuanto salieron aquellos objetos, se situaron cada uno en
su lugar: El magatama colgando del cuello por una cadenilla
casi invisible; el brazalete en su mano derecha, justo donde estaba
la manilla que siempre le regalaba Sanae y la daga... ¡La daga
iba como si fuera un tatuaje en la espalda!
-Ha
despertado el Kami no Tsukai... Ahora el destino de la tierra
está en sus manos –y Shiro desapareció como si nada.
En cuanto eso pasó, Tsubasa cayó al suelo pesadamente.
-¡Tsubasa!
¿Estás bien?
-Eso
creo. Nunca había sentido tanto dolor, pero al menos estoy
vivo, Sanae-chan –dijo él, sonriendo.
-Tsubasa...
Mejor vámonos de aquí. Creo que debe ser muy tarde
–dijo Sanae, mientras bajaban las escaleras del templo. Sin
embargo, cuando llegaron a la calle, notaron que el tiempo parecía
haberse detenido mientras había sucedido todo aquello pues no
había oscurecido aún.
-Disculpe
señor, ¿qué horas son? –preguntó la
chica a un transeúnte.
-Son
las 5:23 de la tarde, señorita.
-Muchas
gracias –sin embargo, Sanae estaba pálida.
-¿Qué
pasa, Sanae-chan?
-Tsubasa,
el tiempo no pasó mientras estábamos en aquel templo.
Cuando comenzó todo este incidente eran las 5:23 de la tarde.
-No
puede ser. ¿Y cuando corrí hasta aquí para poder
salvarte?
-No
lo sé... Pero mejor vámonos de aquí, que no
quiero llegar tarde.
-Lo
mismo digo –dijo Tsubasa, caminando junto a la chica que en secreto
amaba. Al llegar a casa, ni su madre, ni su padre estaban.
"Qué
extraño. ¿Dónde podrán estar? Quizás
salieron a caminar" –sin embargo, otro pensamiento cruzó
por su mente.
"¿Y
qué le voy a decir a mamá sobre el tatuaje de la daga?
¡Ella detesta esas cosas! Definitivamente salgo de un lío
sólo para meterme en otro, a menos que le diga que es un
tatuaje temporal, porque creo que no podré decirles lo que
pasó."
Hizo
sus deberes (bastantes), escribió un par de cartas para sus
mejores amigos y bajó a la cocina a prepararse un bocadillo.
Se
preparó un simple emparedado junto a un vaso de leche y subió
las escaleras. Después de terminado su emparedado, escuchó
la puerta de la casa abrirse y bajó las escaleras no sólo
para dejar los platos en la cocina si no para saber quién
había llegado. ¡Habían entrado un par de
ladrones!
-Por
suerte hay un teléfono en el cuarto de mamá –se dijo
el joven, subiendo las escaleras lo más sigilosamente posible.
Llegó a la habitación de su madre, tomó el
teléfono y marcó a la policía. En susurros le
dio la dirección de la casa a la operadora, y después
decidió hacer algo muy arriesgado: cerrar con llave la puerta
principal. Pero, ¿cómo lo haría sin ser visto?
"Necesito
de algún modo poder cerrar la puerta sin ser visto..." –y
de algún modo sintió que se encogía. Cayó
sobre sus rodillas y manos haciéndose cada vez más
pequeño, hasta que dejó de encogerse. Sin embargo, se
sentía muy ágil y rápido.
"¿Qué
está pasando?" –de un salto Tsubasa se subió al
tocador de su madre, y casi se desmaya de la sorpresa al ver que se
había convertido en un gato blanquinegro.
-¡Miau!
–exclamó el, sorprendido. Volteó a ver su lomo, y la
marca de la daga estaba como pintada sobre su lomo manchado, como una
mancha de pelaje dorado. Sin embargo, eso le dio una idea.
"Es
hora de encerrar a estas ratas."
Tsubasa
bajó como un rayo las escaleras, llegó a la puerta
principal y de un salto se colgó de la llave principal. Ésta
se cerró y el muchacho convertido en gato volvió a
saltar y se llevó las llaves. Cargándolas en el hocico
subió a su habitación y esperó tranquilamente a
que llegara la policía.
"Necesito
volver a la normalidad" –y la metamorfosis que había
sufrido comenzó otra vez, pero esta vez aumentaba de tamaño.
Su pelaje desapareció para dar cabida a su uniforme y el
"tatuaje" que tenía ahora en la espalda el mediocampista.
"Si
este es uno de los poderes que tengo ahora, definitivamente será
el más útil."
-¡POLICÍA!
¡SALGA CON LAS MANOS EN ALTO! –escuchó el joven fuera
de la casa. Esa era la señal. Tsubasa bajó corriendo
las escaleras, y se encontró cara a cara con los ladrones.
-¡Pensábamos
que la casa estaba completamente vacía! –dijo uno de los
ladrones, sorprendido al ver a Tsubasa ahí.
-¡Arriba
las manos, muchacho, o te volaré la tapa de los sesos! –dijo
el otro ladrón, empuñando un revólver. Tsubasa
levantó las manos, y poco a poco se acercaba a la puerta. Y
rápido como una flecha, sin dar tiempo al ladrón a
reaccionar, quitó el seguro principal de la puerta con la
llave y dejó entrar a la policía a su casa.
-¡Están
arrestados por hurto en primer grado! –exclamó un fornido
agente, apuntando con un revólver aún mayor a los
rateros.
-¡Me
rindo! ¡Me rindo! –dijo el ladrón sin revólver,
sin duda muerto de miedo. El otro ladrón al verse acorralado
no tuvo más opción que rendirse. Después de eso,
el agente que había entrado de primeras a la casa felicitó
a Tsubasa por haber llamado a la estación.
-Sin
embargo, ¿cómo es que estaba puesto el seguro?
-Supongo
que podría haber sido culpa de alguno de ellos, o algo por el
estilo.
-En
todo caso, gracias por tu colaboración –y el agente se fue.
Tsubasa después miró hacia la sala; todo estaba hecho
un desastre, y las cosas que los ladrones querían robar
estaban en un mugriento saco.
-Será
mejor arreglar esto, y rápido antes de que mamá llegue
–y se puso a arreglar la sala. Poco después de que terminó,
sonó el timbre de la casa. Eran Natsuko y Koudai.
-Papá,
mamá... ¿Dónde habían estado? –preguntó
Tsubasa, preocupado.
-Fuimos
a cenar los dos. Perdona si no te dejamos una nota –dijo Koudai.
–Pero después de llegar a casa no había tenido la
oportunidad de salir con tu madre, hijo.
-Veo...
Me alegra que hayan estado contentos.
-Tsubasa,
¿qué es ese brazalete que tienes en la mano? –preguntó
Natsuko, observando el brazalete del Mensajero.
-¿Esto?
Es sólo un brazalete que Sanae me encargó que le
cuidara. Se me olvidó quitármelo.
-Pues
parece ser muy fino. ¡Por Dios, si es de oro puro! –dijo
Natsuko, tomando la mano de su hijo y examinando el brazalete con
cuidado, hasta que soltó la mano de su hijo repentinamente.
-¿Qué
pasó? –preguntó Koudai.
-Sentí
un chispazo de corriente. En fin. ¿Ya cenaste, hijo?
-Pues
me preparé un emparedado, mamá. Creo que mejor me voy a
dormir. Buenas noches.
-Que
descanses, hijo –dijo Koudai.
-Que
descanses –dijo Natsuko, aún sorprendida por la corriente
que había pasado por su cuerpo. Tsubasa subió las
escaleras, entró a su habitación, se quitó el
brazalete y la cadenilla con el magatama, se colocó su
pijama y se metió entre las cobijas. A pesar de todo lo
sucedido aquel día, el joven durmió tan profundamente
que no recordó lo que soñó.
