Capítulo VII: Tradiciones
Al
fin Sanae llegó a casa de los Ozora. Tocó a la puerta
tímidamente, y le abrió Natsuko.
-Hola,
Sanae. ¿Cómo estás?
-Bien
gracias, Sra. Ozora. ¿De casualidad estará Tsubasa?
-Sí.
Sigue si quieres.
-Se
lo agradezco.
Después
de quitarse sus zapatos, Sanae entró a la casa. Koudai ya se
había ido, por lo que sólo estaban madre e hijo en
casa. Poco después Tsubasa bajó las escaleras,
dispuesto a salir a trotar un rato, pero se sorprendió al ver
a Sanae en su casa.
-Hola,
Sanae –dijo éste, sorprendido.
-Hola,
Tsubasa-kun. Recibí tu razón. ¿Vas de salida?
-Pues
iba a ir a trotar, pero como veo que hay visitas…
-Si
quieres te puedo acompañar.
-Bueno
–y ambos muchachos salieron de la casa de Tsubasa. Rato después,
ambos iban por el parque, hablando tranquilamente, hasta que llegaron
a una banca en el parque.
-Sanae,
hay algo que tengo que narrarte. Me lo contó mi abuela, y ella
me pidió que te lo contara.
-¿Qué
tienes que contarme? ¿Y por qué? –preguntó
Sanae, confundida. De inmediato, sin omitir detalle alguno, Tsubasa
le relató la historia de sus antepasados, aquellos que habían
vivido la batalla por el destino de la tierra. Al terminar, Sanae
quedó atónita y más confundida que antes.
-Tsubasa-kun,
¿estás diciendo que tu abuela sabe lo del Tsukai?
-Me
temo que así es. Shiro se le apareció cuando estaba con
mucha fiebre, y según me contó mi madre, ella deliraba.
-Y
entonces, ¿lo que me cuentas…?
-También
me lo contó mi abuela, justamente ayer. Desde los tiempos de
ese ancestro las mujeres de la familia de mi abuela habían
guardado celosamente el secreto, junto a lo que puedo llamar sin
lugar a dudas 'el mayor tesoro.'
-¿Qué
era?
-Seis
fragmentos de los elementos en su estado más puro, incluyendo
al amor, una esfera de cristal, y una pluma de las alas del primer
Kami no Tsukai. Me sorprendí mucho al saber que ella
sabía de los Arcángeles, y al principio pensaba que yo
era un Arcángel. Pero cuando le dije que no era un Arcángel,
sus ojos se llenaron de lágrimas –dijo Tsubasa pensativo,
recordando lo de ayer, y su voz había adquirido un matiz de
afecto tal que conmovió a Sanae.
-Tú
quieres mucho a tu abuela, ¿verdad?
-Sí.
Así es, Sanae-chan. Después de que me explicó
todo, quiso verme como el Mensajero de los Dioses… Y además
quería una pluma de mis alas. ¿Cómo podía
negarme, si nos había dado algo de suma importancia? No dudé
un instante para hacer lo que me pidió, y me lo agradeció
en el alma.
-Es
un gesto muy hermoso por tu parte, Tsubasa-kun –dijo Sanae,
profundamente enternecida. –Sin embargo, ¿por qué te
pidió ella que me contaras eso si es una tradición de
la familia de tu abuela y como lo planteas eres el único
hombre que lo sabe?
-Mi
abuela no se lo contó a mi madre por temor a que ella no lo
creyera, si no que aguardó a que naciera para saber si podía
mantener la tradición, y ya se sabe el resultado. Pero como la
tradición tiene que seguir, mi abuela me pidió que te
contara esto… porque eres alguien de mucha confianza para mí
–mintió Tsubasa. –Además sabe que estás
involucrada en todo esto.
Sanae
al escuchar ello se sintió ligeramente decepcionada. Supuso
que nada se podría hacer, pero le parecía extraño
que ahora fuera partícipe de una tradición sin siquiera
ser parte de la familia Ozora.
-Sanae-chan,
¿te encuentras bien? Estás muy pensativa.
-Ah,
no pasa nada, Tsubasa-kun. Es que pensaba algo.
-Veo.
También me pidió que te entregara esto –y colocó
entre las manos de la joven la esfera de cristal. En cuanto la esfera
tocó las manos de Sanae, dejó de ser transparente, pues
pareció llenarse de niebla blanca.
-¿Qué
es esto?
-Es
un talismán, un escudo, una llave y un oráculo. Es un
talismán porque tiene grandes poderes; es un escudo porque
protege a aquellos que sin ser Arcángeles están
involucrados en esta batalla; es una llave porque es la clave para
encontrar al último Arcángel, y es un oráculo
porque según se dice puede predecir lo que ocurrirá.
Sólo espero que con eso estés a salvo. No por nada eres
una de las personas más importantes para mí… Y bueno,
ya sabes que siempre me preocupo por mis amigos y mi familia.
Pero
justo en esas pasaron por ahí algunos amigos de Tsubasa:
Izawa, Kisugi, Taki y Takasugi.
-Vaya,
pero miren a los tortolitos… Los pillamos –dijo Izawa, burlón.
-No,
no es lo que creen –dijo Sanae, escondiendo la esfera de cristal.
–Sencillamente conversamos de algo de la escuela.
-¡Miren!
¡Tsubasa se sonrojó! –dijo Kisugi, señalando la
cara del capitán del equipo de fútbol. Y para mal del
muchacho, su cara estaba del mismo color de su saco.
-Ya
váyanse de aquí. No tiene nada de malo tener un amigo,
¿o sí?
-Pues
no, pero no es realmente común que un chico y una chica sean
amigos cercanos sin que alguno se enamore.
-Pues
no siempre tiene que pasar –y Sanae, entre enojada y entristecida
salió corriendo. Tsubasa intentó detenerla, pero no
pudo por culpa de los muchachos.
-Muchas
gracias –dijo el joven entre dientes, furioso. –Estábamos
conversando de algo que tenía que ver con la escuela y ustedes
llegan y lo arruinan.
-Pero
Tsubasa… -dijo Takasugi. –No fue nuestra intención…
Bueno, al menos yo no metí baza…
-Eso
lo sé, Takasugi-kun… Pero no se puede decir lo mismo de
Izawa, Kisugi y Taki, ¿no? –y Tsubasa se fue enfurecido. Los
del Shutetsu Trio, incluyendo al enorme defensa se miraron entre sí,
confundidos. Definitivamente Tsubasa había cambiado, y no
sabían si para bien o para mal. Mientras, Sanae dejó de
correr por el cansancio. Sacó del bolsillo de su chaqueta la
esfera que Tsubasa le había dado. La neblina blanca que había
por dentro tenía un efecto calmante sobre la joven.
-Tsubasa…-kun…
Algo dentro de mí me dice que posiblemente lo que siento no es
de un solo lado, pero no lo sé. Quisiera poder ayudarte en
algo, más que nunca, pero no sé realmente cómo
ayudarte. Esta esfera quizás pueda apoyarme en algo, pero si
hay algo que me impulsa a seguir ayudando a la causa que ahora
defiendes no es sólo el hecho de que son ustedes, mis amigos
los que están por sacrificar sus vidas por este planeta si no
porque mis sentimientos me dan las fuerzas para apoyarte, tanto en el
fútbol como en la vida… por una sencilla razón:
porque desde siempre te he amado.
Mientras,
Tsubasa había llegado a su casa. Natsuko no estaba, por lo que
el joven fue directamente a su habitación y se encerró.
Había estado tan cerca de decirle a Sanae sus sentimientos por
ella… pero no sólo había sido su cobardía lo
que no le había permitido confesarse, si no que sus compañeros
habían arruinado el momento.
-Si
no hubiese sido por Izawa y los demás… Bueno, en otra
ocasión será. Sin embargo, es verdad que me sonrojé
con fuerza. Tengo que aprender a controlar mis emociones o terminaré
peor que Hyuga (en algún lugar de Tokyo… Alguien estornudó
con fuerza)
El
joven recordó entonces que debía entregarle el
fragmento de Fuego al irascible capitán del Toho. Aprovechando
que su madre no estaba, salió de la casa y se teletransportó
a Tokyo. Se había concentrado especialmente en situarse cerca
del instituto, y por suerte así fue. Caminó hacia el
portón de la escuela, pero sólo estaba por ahí
Sawada Takeshi, uno de los pocos amigos de Hyuga. El muchachito notó
a Tsubasa y se acercó al portón de la escuela.
-Tsubasa…
¿Qué haces aquí en Tokyo? –preguntó
Takeshi, asombrado.
-Vine
en tren –mintió el aparecido tranquilamente.
-Entiendo.
Oh, oh, ahí viene el capitán. Será mejor que no
te vea; está de pésimo humor hoy.
-De
hecho vine porque necesito hablar con Hyuga-kun.
Justo
en esas se acercó Hyuga, que claramente no estaba de buenas.
-Ah,
con que eres tú, Tsubasa. ¿Qué haces aquí
en Tokyo?
-Vine
en tren. Necesito hablar contigo. A solas.
-¿Y
eso como que por qué?
-Es
algo personal –Tsubasa trataba de convencer a Hyuga de que
necesitaba hablar a solas con él como fuera.
-Takeshi,
por favor ve con los demás. Yo tengo que hablar con Tsubasa.
-Pero,
pero…
-Anda,
vete ya –y Hyuga empujó levemente a Takeshi para que se
fuera. Una vez que se fue, dejó de fruncir el ceño y se
dirigió a Tsubasa.
-¿Pasó
algo ahora? ¿A qué viniste?
-A
entregarte algo que quizás pueda salvarte la vida, Hyuga-kun
–y Tsubasa le entregó a Hyuga la piedrecilla roja. El moreno
jugador enarcó una ceja en señal de confusión.
-Mi
abuela sabía de todo este embrollo, y por tradición de
su familia custodiaba estas piedras, que son fragmentos de los
elementos en su más puro estado. Sin embargo, fue Ishizaki-kun
quien se dio cuenta de para qué son. Cuando vuelvas a
enfrentarte a un Arcángel Negro, fíjate en tus dagas;
verás que las gemas de tus armas están atadas, como
restringiendo todo el poder. Si te encuentras en una situación
demasiado crítica, libera las gemas con lo que te entregué;
quizás sea la única manera de que puedas salvarte.
-Vaya
historia más rara, pero no tengo más remedio que
creerte. Bah, ¿a quién engaño? No lo puedo creer
aún, y eso que ya logré desarrollar mi poder hasta
donde ustedes estaban, pero además, me di cuenta de que soy
capaz de leer mentes.
-¿Lees
mentes? Eso sí que es nuevo. Pongámoslo a prueba.
-Como
quieras –Hyuga se concentró en ser capaz de saber qué
pensaba Tsubasa. –Estás pensando en que quizás sería
muy útil poder leer las mentes para todo este embrollo.
-En
efecto, Hyuga-kun. Eso sí podría ser una ventaja, y
quizás así podamos descubrir a los Arcángeles
que nos faltan.
-O
a los Negros.
-Sí.
Bueno, no te quito más tiempo. Suerte –y Tsubasa
desapareció, mientras Hyuga observaba aquella piedrecilla.
"Definitivamente
esto es cada vez más confuso" –pensó el 'Tigre,'
y se fue a las habitaciones de los becados a seguir con la
conversación que habían estado sosteniendo. Al llegar,
todos se sorprendieron por el cambio de actitud de Hyuga.
-Hyuga-kun,
¿te pasó algo? Ya no estás enfadado –dijo
Takeshi.
-Sí,
supongo. Creo que el conversar con Tsubasa ayudó.
-¿Con
Tsubasa? ¿Te refieres a Ozora Tsubasa? –dijo uno de los
delanteros del equipo, Sorimachi Kazuki. -¿Qué está
haciendo aquí en Tokyo?
-Pues
vino en tren a visitar a una amiga y justo pasó por aquí.
Takeshi fue quien lo vio.
-Pues
sí, pero…¿una amiga?
-Sí.
Resulta que él y esa chica del Musashi, Yayoi son amigos. No
sé más, pero eso fue lo que me dijo él, y la
verdad no estoy interesado en escuchar esas cosas tan cursis. En fin.
-Bueno,
la verdad es que no nos debería importa lo que haga o no haga
un rival –dijo el arquero del equipo, que además era el
mejor amigo de Hyuga: Wakashimadzu Ken.
-En
eso tienes razón, Ken. Y aunque sea un muchacho más
bien amable, no deja de ser mi rival.
"La
verdad es que aunque sea mi rival, ahora mismo es alguien que posee
una carga muy grande para ser alguien que tiene quince años. Y
soy una de las pocas personas que lo debe ayudar. Como quien dice, no
tengo escapatoria: tengo que ayudar a mi mayor rival a salvar este
mundo."
Mientras
tanto, Tsubasa ya estaba de regreso en su casa, y poco después
de que llegó de Tokyo llegó su madre, con unas pesadas
bolsas.
-Hola,
mamá. ¿Fuiste de compras?
-Sí.
Ya estábamos bajos de provisiones, por lo que tuve que ir a
comprar mucha comida. A duras penas somos dos y la comida casi no
rinde.
-Pueeees…
-Tsubasa desvió su mirada. Desde pequeño comía
mucho, aunque el fútbol no le permitía engordar mucho
(fíjense bien y verán que Tsubasa es más bien
robusto)
-¿Y
cómo te fue con Sanae?
-Simplemente
conversamos, mamá.
-Entiendo.
Ayúdame a guardar las compras, por favor.
-Claro,
mamá.
Tsubasa
y Natsuko guardaron todas las compras en silencio. O bien Natsuko
estaba un poco triste porque su esposo se había ido (cosa que
no me extraña), o bien Tsubasa no estaba realmente con ánimos
de hablar de Sanae (como ahora todo el mundo está empeñado
en ello…) Más tarde, Tsubasa se puso a hacer los deberes que
le faltaban y Natsuko remendó algunas camisetas. Ella se
sentía especialmente preocupada por Tsubasa desde hacía
algunos días pero no sabía exactamente por qué.
Desde hacía unos días Tsubasa actuaba de manera muy
extraña. Se enojaba cuando alguien mencionaba a Sanae, parecía
ocultar algo, se notaba a leguas que estaba muy cansado, y
últimamente se le veía a menudo con Ishizaki y Sanae,
aparte de la extraña actitud de éste con su abuela. Si
él la quería mucho antes de la visita del día
anterior, ahora el muchacho la quería mucho más.
Y era tan distante con ella, Ozora Natsuko, su madre…
Se
puso de pie y se dirigió a la habitación de Tsubasa. Él
estaba enfrascado en un problema de álgebra, por lo que no
notó cuando su madre entró.
-Hijo,
tenemos que hablar –dijo Natsuko firmemente, asustando a Tsubasa.
Como cada vez que lo asustaban, el pobre dejó escapar una ola
de energía que hizo que uno de sus afiches se cayera al suelo.
-¿Qué
fue eso? ¡Si la ventana está cerrada!
"No
tengo escapatoria. Sólo puedo decirle la verdad ahora…"
–Tsubasa, sin mirar a su madre, se levantó de su silla, tomó
el afiche y lo puso encima de su cama. Aparte de que sin querer le
leyó la mente a su madre.
-Mamá,
sé que sospechas de mí desde hace unos días. Sé
que he estado actuando extraño, pero tengo mis razones.
-Hijo…
¿Cómo lo sabes?
-Para
que entiendas cómo lo sé, tendré que contártelo
todo desde el principio, mamá. Podrá sonar realmente
extraño, hasta absurdo, pero todo lo que te voy a contar es
verdad. Y si te lo cuento, es con una condición.
-¿Cuál
condición?
-No
puedes decirle a nadie sobre esto –y Tsubasa comenzó a
relatarle todo lo sucedido, desde la vez que entró en el
callejón. A medida que continuaba su relato, Natsuko estaba
cada vez más conmocionada. Al final, cuando Tsubasa le relató
lo sucedido en Tokyo, Natsuko estaba casi por llorar.
-¿Por
qué no me lo dijiste, hijo? ¿Por qué no
confiaste en mí?
-No
quería involucrar a más personas de las que ya estamos
en esto.
-Si
lo hubiera sabido antes… Si tan sólo tu abuela no hubiese
tenido miedo de contármelo…
-No
es sólo eso, mamá. De hecho ni siquiera debería
habértelo contado, pero ya lo hecho, hecho está. Sé
que cada vez que pasa todo esto corro el riesgo de morir, pero es mi
destino.
-¿Y
sólo por eso me ocultabas la verdad?
-No
andemos con eufemismos, mamá. Sé que te mentía,
pero no quería preocuparte. Perdóname por haberte
mentido, pero como ya lo dije, no quería involucrar a más
vidas en este asunto, y no quería que te preocuparas.
-Tsubasa…
-No
es fácil para mí aceptar que soy lo que soy, mamá.
Aún no puedo creer que en casi una semana he tenido que
enfrentarme a seres poderosos, controlar un poder que ni siquiera
sabía que tenía, tener que encontrar a otros que quizás
estén mas cerca de lo que imagino, ocultar esta situación
a los demás…
-Y
entonces, si Sanae no es uno de los Arcángeles, ¿por
qué está involucrada en todo esto?
-Ya
te lo expliqué, la persona que nos ayuda raptó a Sanae
y tuve que aceptar mi destino para que despertara. Sin embargo ella
escuchó todo lo sucedido, y juró no decirle a nadie
sobre esto. Desde entonces nos ayuda con información y brinda
buenas soluciones.
-Entiendo.
Pero, hazme un favor, Tsubasa.
-¿Cuál?
–Tsubasa estaba tentado a leer la mente de su madre otra vez, pero
se abstuvo de hacerlo.
-Muéstrame
la identidad que ocultas.
-Está
bien, pero recuerda: No puedes comentarle esto a nadie. Y
además no cambio mucho mi apariencia.
Tsubasa
concentró su poder, y tal como sucediera en la casa de los
abuelos, Tsubasa le mostró a Natsuko su verdadera identidad.
Ella quedó asombrada al ver a su hijo resplandecer como el
sol, con alas como las de un ángel, aquel brazalete que creía
que era de Sanae y esa espada. Después de esos momentos,
Tsubasa volvió a la normalidad, agotado. Natsuko se había
quedado muda. Ver a su hijo así había sido lo más
hermoso que ella había visto en su vida. Sin dudarlo se
levantó y abrazó a Tsubasa, que no rechazó el
abrazo de su madre. Quizás llevado más por la vergüenza
que por otra cosa él correspondió al abrazo de su
madre, quien lloraba.
-Por
favor, no llores, mamá. Sé que me enfrento a la muerte
cuando tengo que combatir, pero aún no puedo morir.
-Es
que saber que tú guardas un secreto así, y ver cómo
eres ahora me conmueve, Tsubasa. Por favor, prométeme que
saldrás bien de esta.
-Te
lo prometo, mamá –dijo Tsubasa, cayendo rendido sobre su
cama.
-¿Qué
pasa?
-Es
que controlar mis poderes, y más cuando me asustan es difícil.
Viste que cuando me asustaste se cayó el afiche que tengo del
mundial, pero eso fue por el susto que me causaste; siempre que pasa
eso una ola de mi energía sale disparada, aunque sólo
afecta a los que poseen poderes como los míos. De resto, sólo
afecta a algunos objetos.
-Entiendo.
Bueno, iré a preparar la cena, hijo. ¿Qué te
gustaría comer?
-Cualquier
cosa que tú prepares está bien por mí, mamá
–y al escuchar eso Natsuko no pudo evitar dejar escapar una lágrima
de alegría.
Más
tarde, ambos cenaban tranquilamente. Sin saber realmente por qué,
Tsubasa se sentía aliviado. Quizá era por que ya no
tenía que ocultarle por completo la verdad a su madre: que era
el Kami no Tsukai. Después el muchacho se encargó
de lavar, secar y guardar los platos, y regresó a su
habitación. Se cambió de ropa y ya entre las cobijas se
puso a reflexionar sobre lo que había hecho.
"Apuesto
mi balón a que Shiro no se va a alegrar de esto…"
"Pues
en eso tienes razón, Tsubasa. Creí que tenías
perfectamente claro que nadie fuera de los Arcángeles y de
Sanae podía saber de esto."
-¿Y
mi abuela qué? ¿Acaso no se lo dijiste tú? –ese
fue un golpe maestro. –La verdad ya estaba harto de tener que
mentirle a mi madre, y sé que ella guardará el secreto
muy bien.
"Si
tú lo dices… Pero escúchame bien: Nadie más
puede saber de esto a excepción de los Arcángeles. O si
no te enfrentarás a mi furia."
-Sé
que eres mucho más fuerte que yo, Shiro, así que
despreocúpate –y sin más Tsubasa cerró los
ojos y se fue a dormir. Mientras tanto, Natsuko, aún sin
dormir, rezó porque su hijo estuviera bien.
La
noche pasó tranquilamente en Shizuoka, pero en otro lado de la
ciudad, una joven, junto a otros cuatro muchachos estaban reunidos,
vestidos de negro… Aunque la joven no podía dejar de pensar
en aquella persona que debía morir para que el mundo se
destruyera y hubiese un nuevo Génesis.
-Anda,
Jin, ¿qué te pasa? ¿Te comieron la lengua los
ratones? –dijo uno de los muchachos a la joven.
-No,
no es eso, Rai. Sencillamente estoy pensando en que no quiero
regresar a la escuela.
-No
podemos. Recuerda que tenemos que disimular –dijo otro muchacho,
que tenía el cabello negro atado en una cola de caballo y
tenía lentes. –Al fin y al cabo, si queremos lograr nuestro
objetivo, tendremos que tener paciencia.
-Pero
Shi… -dijo la joven, desesperada. –Odio tener que ir allí,
odio tener que vivir en este mundo. Nadie tiene respeto por las
mentes superiores… Bueno, casi nadie.
-La
paciencia es un árbol de raíces muy amargas, pero cuyo
fruto es el más dulce –respondió lacónicamente
otro chico, que tenía el cabello corto y ojos pequeños.
-No
comiences con tus refranes, Too –dijo exasperadamente otro de los
muchachos, que tenía el cabello como púas de
puercoespín y extrañamente un ojos castaño y
otro azul.
-Es
mi costumbre, Wa. Si no te gusta, ignóralo entonces. En todo
caso, a cada uno le toca llevar una vida doble, y no es fácil.
Odio tener que ir a la escuela también, Jin, pero no tenemos
más opción. Y por cierto, ¿a qué te
referías cuando aclaraste que casi nadie respeta las mentes
superiores?
-No…
Lo dije porque choqué con un muchacho de otra escuela, y fue
la primera vez que alguien aparte de ustedes me habló
amablemente –respondió la joven, desviando su resentida
mirada.
-Sin
embargo, no olvides que en cuanto logremos derrotar al Kami no
Tsukai, ese muchacho morirá, así que ni se te
ocurra enamorarte –dijo Rai, quien tenía el cabello con
varios mechones pintados de rubio.
-Eso
lo sé, cabeza hueca… Y si lo dices para que salga contigo,
estás muy equivocado.
-Bueno,
es hora de separarnos. No olviden que nosotros al fin venceremos.
-¡Por
la Pluma Negra! –y cada uno de los jóvenes desapareció.
