Capítulo XIII: La Advertencia de Shiro
De
camino a la Secundaria, Tsubasa pasó por el callejón
donde había visto por primera vez a Shiro. Como todavía
no le había pasado el dolor de cabeza trató de no
pensar en los constantes regaños que aquel misterioso
personaje le daba. Pero por desgracia ahí estaba. Tsubasa
intentó ignorar a Shiro, sin resultado alguno, porque el ser
de la capa blanca dio un salto impresionante y se paró frente
a él.
-No
trates de pasarte de listo, Tsukai.
-No
lo hago porque quiera, Shiro. Tengo que llegar a la Secundaria y
además tengo una jaqueca de mil demonios.
-En
todo caso, ¿no supiste que ayer hubo una batalla en París?
-No;
esta vez no sentí nada.
-Pues
el Arcángel del Agua peleó otra vez, y créeme,
ha desarrollado sus poderes en menos de lo que canta un gallo.
-Qué
bien. Me alegro por Misaki-kun. ¿Ahora me dejas ir, por favor?
No quiero llegar tarde –y Tsubasa al intentar pasar por el lado de
Shiro por accidente sacó la pluma negra del bolsillo de su
pantalón.
-Hey,
momento, ¡momento! ¿Qué es eso, Tsukai?
-Una
pluma que encontré esta mañana en el suelo de mi
habitación. Creo que puede ser una pluma de alguna ave
nocturna.
-Parece
más bien una pluma de Arcángel Negro.
-Bueno,
¿yo qué sé? Ahora mismo no distingo nada. No
eres tú quien se muere del dolor de cabeza.
-Ven
con el Arcángel de la Tierra y con Sanae al templo hoy en la
tarde. También avísenle al Arcángel del Fuego y
del Agua. Si no, habrá problemas. Y… ten cuidado.
-Siempre
lo tengo. Ahora, con permiso –y al fin Tsubasa se pudo ir, después
de guardar la pluma en su bolsillo.
-Tsukai,
definitivamente eres un caos a veces… -y Shiro se fue también.
Tsubasa
llegó a la Secundaria temprano a pesar del tiempo que Shiro
usó hablando con él. Se encontró con uno o dos
de sus compañeros y simplemente se sentó en su
escritorio, aún con la jaqueca latente. Poco después
llegaron Kumi y Yukari. La primera estaba como siempre: contenta,
mientras que la segunda le dio una mirada de reproche a Tsubasa.
-Buenos
días –dijeron ambas chicas, con tonos muy diferentes.
-Días
–respondió lacónicamente el muchacho.
-¿Qué
te pasa, Tsubasa-senpai? –preguntó Kumi, preocupada.
-Tengo
una jaqueca atroz, Kumi.
-Mejor
ni le hables. Probablemente hará que le duela más la
cabeza, Kumi –dijo Yukari, que se veía enfadada con Tsubasa
sin un motivo aparente.
-Yukari,
¿qué te pasa?
-A
mí nada. A la que le pasa algo es a Sanae. ¿Le hiciste
algo?
-No…
Fue ella la que hizo algo –respondió Tsubasa resentido.
-Sí,
cómo no –y Yukari salió del salón. Kumi la
siguió, en busca de respuestas, mientras Tsubasa se recostó
sobre su escritorio, sintiéndose más miserable que
nunca. Poco después llegó Ishizaki, y le preguntó
qué le pasaba.
-Dolor
de cabeza –fue lo único que recibió como respuesta.
Sin embargo, Tsubasa decidió escribir en un trozo de papel "No
me hablen; tengo dolor de cabeza" y pegárselo en su espalda
para que lo dejaran en paz. Claro, llegó Sanae, vio el aviso,
y se lo tomó muy a pecho.
Ya
en el descanso Tsubasa acudió a la enfermería. La
enfermera le dio otra pastilla, y le dijo que era mejor que se
tranquilizara.
-Lo
tendré en cuenta –y Tsubasa salió de la enfermería.
Justo en el pasillo se encontró con quien quería
hablar.
-Sanae-chan,
¡eh, Sanae! Necesito hablar contigo de algo importante.
-¿Ah,
sí? ¿De qué? –respondió la joven,
molesta.
-Mira
lo que encontré esta mañana en mi cuarto –y Tsubasa
le dio la pluma a la chica. Sanae se puso a examinarla con cuidado, y
dejó escapar un bufido.
-Creo
que es de algún pájaro nocturno, pero algo me dice que
quizás no lo sea…
-No
lo sé… -Sanae siguió revisando cuidadosamente la
pluma. –A mí me da la impresión de que es una pluma
de Arcángel Negro.
-Lo
mismo dijo Shiro.
-Quizás
alguno de ellos estuvo en tu cuarto y quiso matarte pero tu madre
abrió la puerta y no tuvo más remedio que escapar.
-Quién
sabe, Sanae-chan. Quién sabe.
Después
de ello parecía que ambos habían dejado atrás la
discusión del día anterior—ya no había
resentimiento en la voz de Sanae ni en la de Tsubasa.
-Por
cierto, Shiro me dijo que teníamos que ir al templo hoy con
Ishizaki.
-¿Y
eso?
-No
sé. Dijo que si no íbamos, habría problemas.
-Pues
en tal caso, sería bueno avisarle a Hyuga y a Misaki para que
vengan también.
-también
me dijo que les avisáramos. Vamos al salón entonces.
Llegaron
al salón, donde Ryou estaba con la silla inclinada hacia atrás
leyendo un manga. Tsubasa captó la atención del
muchacho y le explicó lo que Shiro le había dicho.
-¿Otra
vez? Qué flojera.
-Ni
modo. Además hace mucho que no vamos allá. Sanae va a
contactar a Hyuga y a Misaki-kun para que de una vez por todas vean
quién fue quien nos metió en todo este lío.
-Bueno,
está bien. Aunque insisto en que da mucha flojera tener que ir
a ese lugar. Me da escalofríos de sólo pensar en que
tenemos que ver a Shiro.
-¿Y
eso? –dijo Sanae.
-Como
siempre anda de blanco y tiene una cara tan pálida, a veces
pienso que parece un fantasma.
-No
lo había pensado de esa manera. Shiro parece un fantasma,
ahora que lo pienso.
-No
digas esas cosas… Sabes que no me agradan los fantasmas,
Tsubasa-kun.
"Pues
para información de todos ustedes soy en parte un fantasma y
en parte no" –respondió la voz de Shiro en sus mentes. "Si
no logro hacer que se salve esta tierra, los dioses me van a enviar a
la nada."
-Pues
qué egoísta –replicó Ryou.
-No
me parece que sea egoísta. Está mostrándonos el
camino para salvar este mundo, y su única recompensa es el
descanso eterno.
-Sí
y sólo si evitamos que los Arcángeles Negros y el Kage
no Tsukai destruyan este planeta –completó Tsubasa, que
ni siquiera pensaba… El dolor de cabeza había amainado, pero
no lo suficiente.
Sonó
el timbre y los demás entraron al salón. Ishizaki
enderezó su silla mientras Tsubasa, Sanae y los demás
tomaban asiento. La clase empezó y terminó sin problema
alguno, pero la cabeza de Tsubasa no dejaba de doler. Ya estaba
desesperado.
Terminaron
las clases, pero comenzó un fuerte chaparrón, que poco
a poco se convirtió en una tormenta. Tanto así que
gracias a que se había cancelado el entrenamiento los tres
iban al templo. Mientras Tsubasa e Ishizaki conversaban de fútbol,
Sanae estaba concentrada en avisarles a los otros dos Arcángeles
sobre la reunión.
Un
relámpago cruzó el cielo, asustando a Sanae, quien por
puro miedo se agarró del brazo de Tsubasa. A éste le
sorprendió mucho cuando la joven lo tomó del brazo,
pero al ver el miedo en la cara de ella lo comprendió.
-Es
sólo un rayo, Sanae-chan –dijo él, sonrojado.
-Ah,
eh, yo… ¡Lo siento! Soy una miedosa –respondió la
chica, soltándolo en menos de lo que canta un gallo.
-No
te preocupes. Hay varias personas a las que les dan miedo los rayos.
-Je,
pues a mí me recuerdan al tonto del Arcángel del Trueno
–dijo una voz detrás de ellos.
Tsubasa,
Sanae e Ishizaki se voltearon, para ver que Hyuga estaba ahí,
sosteniendo un paraguas negro.
-Gracias
por avisarme que estaba lloviendo, Sanae. Definitivamente eres de
mucha ayuda.
-Es
mi deber, Hyuga.
-Por
cierto, ¿dónde queda ese susodicho templo?
-Vamos
para allá –respondió Ishizaki, fastidiado. Aunque no
le tenía miedo a Hyuga, siempre le había fastidiado la
arrogante actitud de éste (aunque Ishizaki no es un dechado de
humildad)
-¿Entonces
puedo ir con ustedes? –dijo otra voz conocida para todos. Tsubasa
se volteó, y aunque la había visto hacía pocos
días, nunca dejaba de alegrarle ver a su mejor amigo.
-De
hecho no podemos llegar sin ti –respondió el Kami no
Tsukai sonriendo. Los cinco jóvenes, bajo la tormenta
corrieron hacia el templo donde no transcurría el tiempo.
-Misaki-kun,
¿no deberías estar en clase? –preguntó Sanae,
curiosa.
-De
hecho cuando me enviaste el mensaje, estaba por salir a descanso.
Espero que la reunión no se demore mucho.
-Sí,
eso mismo pienso yo. No quiero que me regañen después
por llegar tarde.
-Despreocúpense
los dos; el tiempo no pasa en el lugar a donde vamos –dijo
Ishizaki.
-Eso
espero.
Llegaron
al templo, donde Shiro los esperaba. Hyuga y Misaki quedaron
asombrados al ver la tétrica majestuosidad del lugar, aparte
de que ambos sufrieron un escalofrío.
-¿Éste
es el lugar donde está Shiro? –dijo Hyuga, visiblemente
incómodo.
-Pues
sí, aquí estoy –respondió el ser de blanco.
La
repentina aparición de Shiro hizo volar cuatro olas de
energía, y todos menos Sanae cayeron al suelo.
-Shiro,
no nos asustes así, por favor –replicó Tsubasa,
frotándose la cabeza, que aparte de que aún le dolía,
ahora tenía un chichón. Ishizaki y Hyuga también
reclamaron a su manera el golpe, mientras que Taro sencillamente se
puso de pie y se sacudió el polvo de la ropa.
-De
todos modos ya se sabía el resultado de mi aparición
–respondió lacónicamente el semifantasma.
-¿Para
qué nos hiciste venir? –dijo Hyuga.
-Necesito
advertirles algo importante.
-Dínoslo
entonces, por favor –dijo Misaki tranquilamente.
-Como
deben saber, los Arcángeles Negros están próximos
a encontrar a los dos Arcángeles que faltan, y si no los
encuentran rápido los van a matar.
-Eso
ya lo sabemos.
-Pues
les doy un ejemplo: el Arcángel del Odio descubrió
quién era el Arcángel del Agua y estaba dispuesto a
matarlo.
-Pero
Tsubasa supo que estaban atacando a Misaki-kun y pudimos ir a
rescatarlo –respondió Ishizaki.
-Sin
embargo, un minuto más y podría haber muerto –dijo
Misaki, quien parecía ser el único que comprendía
a Shiro.
-Exactamente.
Al fin alguien sensato que escucha y entiende.
Si
Shiro pudiera demostrar lo que sentía en ese instante, habría
abrazado al dulce muchacho, pero todo el tiempo que había
estado a solas y el hecho de haber sido hombre y mujer en ocasiones
anteriores había borrado sus demás sentimientos.
-Pues,
si al menos es de utilidad, yo tengo sospechas de quién puede
ser uno de los Arcángeles que faltan –dijo Tsubasa.
-¿Quién?
–preguntaron los demás.
-Wakabayashi-kun.
-¿Wakabayashi?
¿Por qué? –preguntó Hyuga, cruzado de brazos.
-Porque
en una carta que me envió me contó que estaba soñando
una y otra vez con una batalla entre seres de alas blancas y alas
negras.
-Tal
como yo lo soñé… -dijo Misaki, cayendo en cuenta.
–Entonces debemos evitar que los Arcángeles intenten
atacarlo.
-Sin
embargo, faltaría un Arcángel por descubrir si se da el
caso –dijo Sanae. –Shiro, ¿tienes alguna idea de cómo
se podría descubrir?
-No.
Sólo sé que él, o ella, es el Arcángel
más poderoso de nuestro bando y que sólo aparecerá
cuando los otros cuatro Arcángeles hayan despertado.
-Es
decir que hasta que no despierte el Arcángel del Viento no
habrá manera de encontrar al último Arcángel, ¿o
me equivoco? –dijo Ishizaki en un repentino arranque de sensatez.
-Tal
parece que así pasará, Ishizaki-kun –respondió
Tsubasa, preocupado.
Poco
después los muchachos y la joven salieron del templo. Tal como
Ishizaki les había dicho, el tiempo no había
transcurrido mientras habían estado en aquel misterioso lugar.
-Como
que Shiro es un ser propenso a regañar demasiado, ¿no?
–dijo Hyuga escuetamente.
-Ni
que lo digas. Siempre me regaña a MÍ –dijo Tsubasa,
desanimado, pero algo se prendió en su adolorida cabeza.
–Chicos, necesito su opinión.
-¿Para
qué, Tsubasa-kun? –preguntó Misaki.
-Verán,
esta mañana encontré esta pluma en mi habitación.
La mayoría de opiniones que he obtenido, que son las de Shiro
y Sanae dicen que puede ser una pluma de Arcángel Negro. ¿Qué
dicen ustedes?
Tsubasa
le pasó la pluma a Misaki, que se la pasó a Hyuga y
éste a Ishizaki.
-Estoy
de acuerdo con Sanae; tiene toda la pinta de ser una pluma de
Arcángel negro –dijo Ishizaki.
-Eso
mismo opino yo –dijo Hyuga.
-Yo
también.
-Pues
me parece muy extraño. ¿Cómo habría
llegado hasta allí?
-Hasta
donde sé, por cada lugar donde hay un Arcángel, hay un
Arcángel Negro, para mantener el equilibrio. Yo creo que
podría haber sido el Arcángel de la Oscuridad –dijo
Sanae.
-¿Y
eso qué?
-Que
quizás fue hasta la habitación de Tsubasa con la
intención de destruirlo, pero por alguna razón ajena a
nosotros no lo hizo.
-Quién
sabe.
Pero
a Sanae se le ocurrió algo que quiso desechar de inmediato
pero no pudo por la rabia que le daba.
-¿Y
si el Arcángel de la Oscuridad se enamoró de Tsubasa?
–dijo ella, agachando la cabeza. –Al fin y al cabo, aunque sea un
ser maligno, es una chica, y calculo que quizás sea de nuestra
misma edad.
-Pues
yo creo que es una chica aunque no lo parezca del todo. Sin embargo,
¿es posible que alguien de esa calaña sea capaz de
sentir?
-Uno
de tantos misterios sin resolver –dijo Misaki, que al revisar la
hora se teletransportó a París en un parpadeo.
-Vaya,
en mis tiempos se decía adiós –dijo Ishizaki.
Sin
embargo, no fue el único. Hyuga también revisó
la hora y regresó a Tokyo.
-Bueno,
al menos estamos advertidos. Pienso yo que es mejor que cada quien se
vaya a su casa.
-Sí;
nos vemos, Tsubasa-kun –e Ishizaki se dirigió hacia su casa.
-Bueno,
yo también me voy –dijo Sanae, tomando su rumbo, pero una
llamarada negra la detuvo.
-No
irás a ningún lado.
El
Arcángel de la Oscuridad estaba ahí.
Tsubasa
de inmediato formó la consabida barrera, pero un error de
cálculo, o más bien de corazón hizo que Sanae
quedara dentro y no fuera.
-Fuiste
tú quién entró a mi habitación ayer, ¿no
es cierto?
-¿De
qué rayos hablas? Si lo hiciera, ¡lo haría sólo
para destruirte! ¡Fuego Negro!
-¡Grito
de los Dioses! –Tsubasa contrarrestó el ataque, tratando de
evitar que Sanae saliera lastimada. Pero no pudo evitar la segunda
ráfaga del Fuego Negro y cayó al suelo,
semiinconsciente.
-¡Tsukai!
¡No! –Sanae corrió hacia donde había caído
el muchacho, quien aún no había usado sus alas.
-Qué
ternura… La niña desvalida corriendo hacia donde está
su príncipe azul… Me dan ganas de vomitar –y el Arcángel
de la Oscuridad lanzó otra vez su Fuego Negro. El ataque
parecía que iba a destruir a la chica de un solo golpe, pero
un rayo de luz protegió a Sanae; el talismán había
detenido el ataque.
-No
pienso permitir que mates al Mensajero de los Dioses –dijo Sanae,
con la esfera de cristal en la mano. –Si quieres destruirlo,
tendrás que matarme a mí primero.
-Sanae-chan…
¡Sanae, no lo hagas! –exclamó Tsubasa, levantándose.
-Como
quieras… ¡Fuego Negro! –y otra vez atacó la joven
poseída por el odio y la oscuridad.
-¡No
lo pienso permitir! –y de algún modo Sanae logró que
la esfera de cristal detuviera el ataque y lo revirtiera. El Fuego
Negro dio en el Arcángel de la Oscuridad, que quedó
herida pero aún estaba de pie.
-Sanae,
déjame esto a mí. ¡Grito de los Dioses! –y el
último ataque de Tsubasa hizo que el Arcángel de la
Oscuridad cayera al suelo.
En
silencio desapareció el Arcángel Negro, mientras
Tsubasa hizo desaparecer todo y cayó al suelo, rendido. Sanae
se apresuró a ayudarle.
-Tsubasa-kun,
¿te encuentras bien?
-Sólo
estoy algo cansado, Sanae –respondió el muchacho, poniéndose
de pie.
-Me
alegra.
-Sin
embargo, no debiste enfrentarte al Arcángel de la Oscuridad.
Podría haberte matado.
-No
estaba dispuesta a permitir que te matara de manera injusta… -pero
Sanae no pudo continuar la frase; Tsubasa la abrazó con
fuerza, dejando muda a la joven.
-No
vuelvas a arriesgar tu vida, por favor. Sé que eres nuestra
aliada, pero podrías haber muerto, y no quiero que eso pase.
Tuve mucho miedo cuando ella te atacó.
-Tsubasa…
-aunque Sanae se sentía como en un sueño en ese
instante, algo le hizo volver a la tierra. –Tsubasa, me estás
pisando.
Avergonzado,
Tsubasa la soltó y se apartó. Sanae movió los
dedos del pie que había estado bajo el pie del futbolista.
-Lo,
lo siento, Sanae-chan… No fue mi intención.
-No
te preocupes. Cualquiera puede cometer un error, Tsubasa-kun
–respondió la chica sonriendo.
Tsubasa
se quedó sin aliento al ver a Sanae así: bajo la lluvia
(obviamente con un paraguas), y sonriendo. Aunque el muchacho estaba
casi cegado por el fútbol y lo que más le gustaba era
ver un buen golazo, en ese instante ver así a la chica que
amaba le pareció una de las visiones más hermosas que
había visto en su vida.
Más
tarde Tsubasa llegó a la casa. Natsuko había estado
bastante preocupada por la tormenta. Le preguntó a su hijo
dónde había estado, bajo una tormenta tan fuerte.
-No
te preocupes. Tuve que ir donde está Shiro.
-¿Quién
es?
-Creo
que ya te lo expliqué, mamá. Es quien nos metió
a todos en todo este lío.
-Ah,
ya.
-¿Qué
hay de cenar?
-Albóndigas
de pulpo.
-¿Qué?
¿En serio? –a Tsubasa le encantaban.
-Sí
que sí.
El
muchacho corrió a su habitación, hizo sus deberes en un
decir Jesús, se cambió de ropa y bajó las
escaleras otra vez.
-Definitivamente
no sé qué hacer contigo, Tsubasa. Comes todo lo que se
te pone a tiro.
-Tampoco
es para tanto, mamá. Como, pero no trago… Como Ishizaki (en
otro punto de la ciudad se escuchó a alguien estornudar)
-Él
está fuera de concurso –respondió Natsuko, divertida.
Tsubasa no pudo contener su risa gracias al comentario de su madre.
-Tienes
razón, mamá… Él es peor que todo el mundo…
-Y
por cierto, ¿cómo siguió tu cabeza?
Tsubasa
no se había dado cuenta de cuándo se le había
quitado la jaqueca.
-Hey,
ya no me duele la cabeza… Al fin.
-Me
alegra, hijo. Porque aparte de que se te quitó el dolor de
cabeza, también se fue tu mal humor.
