Capítulo XIII: El Incomprendido Osorezan Wataru
Sin
embargo, las cosas no iban a ser tan fáciles ahora. Rato
después Tsubasa estaba dormido, y como estaba haciendo frío
por la tormenta que había caído, tenía la
ventana cerrada. Natsuko también se había quedado
dormida, por lo que el silencio reinaba en la casa Ozora. Mientras
tanto Sanae estaba ocupada tejiendo la manilla para Taro. En su casa
Ryou estaba roncando a pierna suelta, ya que había llegado muy
cansado y para rematar tuvo que ayudar con el negocio familiar.
Entretanto, en Tokyo, Hyuga estaba terminando sus deberes mientras
Ken y Takeshi discutían como siempre por el pésimo
inglés de ése último y Kazuki estaba en su casa
leyendo El Código Da Vinci
.
Mientras tanto, en París, Taro y Azumi estaban en clase,
mientras tomaban una lección de física. Sin embargo, la
hora del almuerzo estaba cerca, y ya algunos estómagos estaban
rugiendo.
-Qué
aburrimiento… Y ya tengo mucha hambre –rezongó Azumi.
-Tranquilízate,
Azumi-san. Ya falta poco para ir a almorzar –respondió Taro,
tratando de ignorar el vacío que sentía en su estómago.
-Por
cierto, durante el descanso no te encontré. ¿Dónde
estabas?
Taro
palideció; Azumi no podía saber que él había
estado en Japón durante el descanso.
-Quería
estar solo, es todo. Por eso no me encontraste, Azumi.
-¿En
serio? Y tú que odias estar solo…
-Más
tarde terminamos de hablar, ¿te parece? No quiero reprobar
materias por estar hablando.
Aunque la verdad era que Taro nunca había reprobado una materia.
Más
tarde, a la hora del almuerzo, Taro y Azumi estaban conversando como
siempre. Sin embargo algo interrumpió su conversación.
Una banda de abusones estaba atacando a un muchacho que usaba
muletas.
-Otra
vez Etienne (sí, el mismo Etienne de siempre
)
y su pandilla. Esto decididamente no puede continuar.
-Sí,
pero involucrarnos en esto sería buscar problemas, Azumi-san.
-No
dije que nos íbamos a involucrar, Misaki-kun. Más bien
avisémosle a algún profesor.
Taro
dudó un instante, y recordó sus poderes. Esta era una
buena ocasión para usarlos por el bien de otros.
-Esperemos
a ver qué pasa –dijo él, sentándose. "Por
favor, que ellos dejen de molestar a ese muchacho, que comprendan el
error que están cometiendo…"
Aunque
no estaba seguro de si iba a funcionar, el dulce muchacho le rogó
al cielo que sus poderes funcionaran esta vez, porque bueno, hay que
recordar que es el Arcángel que más rápido
desarrolló sus niveles de energía.
Al
parecer la idea de Taro funcionó, pues todos dejaron de
molestar al muchacho discapacitado. De inmediato Taro y Azumi se
acercaron al muchacho, que se veía bastante lastimado.
-¿Te
encuentras bien? –preguntó Azumi en francés.
-Pues…
sí. Arigato.
-¿Cómo
sabes que somos japoneses?
-Los
rasgos. Además yo también soy japonés. Mi nombre
es Osorezan Wataru –respondió el chico de las muletas, que
al parecer tenía lentes de contacto, cabello negro como púas
de puercoespín y en ese instante un ojo morado.
-Hayakawa
Azumi.
-Misaki
Taro.
Al
escuchar aquel nombre la cara de Wataru se ensombreció
ligeramente.
-¿Pasa
algo, Osorezan-kun? –preguntó Azumi.
-No,
nada. Es que bueno, recordé que Misaki-san es parte del equipo
de fútbol, y a mí me da un poco de envidia el ver cómo
juega.
-¿Por
qué?
-Porque
sufro de parálisis cerebral; mis piernas están casi por
completo rígidas, por lo que se me dificulta caminar, y no
digamos jugar fútbol.
Azumi
sentía compasión por aquel incomprendido, pero Taro no
sabía si confiar o desconfiar. Una parte de él le decía
que no había problema, que sólo era un incomprendido
con una discapacidad, pero otra parte de él, su instinto, le
decía que ese muchacho era peligroso.
-¿Y
por qué usas lentes de contacto? –pregunto el muchacho.
-Por
dos razones, y es por esto que la gente me rechaza. Uno: prefiero
usar lentes de contacto a gafas porque no es mucho el aumento que
necesito. Y dos: si se dan cuenta son coloreados porque… -el
muchacho sacó el estuche de sus lentes, se los quitó y
los guardó. –Me pasa casi lo mismo que a algunos perros
siberianos: Tengo ojos disparejos.
Azumi
se quedó muda del asombro. Taro también quedó
atónito. Ese muchacho tenía un ojo castaño
oscuro, y el otro de un azul tan intenso como el cielo. Nunca había
visto un tono igual en los ojos de alguien (yo sí, y eso fue
hace años).
-¿Y
por qué te molestaban esos abusones?
-¿Por
qué molestan los matones? –preguntó Wataru,
sonriendo. –Porque sólo saben molestar.
-Azumi-san,
ya vengo. Necesito ir por algo que dejé en el salón.
-Misaki-kun…
-No
te preocupes. Yo vuelvo –y se fue, dejando a Azumi y Wataru solos.
En cuanto creyó estar fuera de la vista de su amiga se echó
a correr hacia el salón y se sentó en su lugar, sin
duda alguna guiado por su instinto.
-Estoy
seguro de que he visto esos ojos antes… O al menos eso creo. Ese
chico no me da buena espina. No me preocupa que Azumi se haga amiga
de él, pero lo que soy yo, prefiero mantener mi distancia; mi
instinto y mis presentimientos me están diciendo que no debo
meterme mucho con él.
Estaba
visiblemente aterrado. Nunca antes había sentido tanta
desconfianza hacia alguien. Siempre había sido un muchacho con
el don de hacer amistades, incluso con gente tan seria como
Wakabayashi o tan temperamental como Hyuga, pero Osorezan Wataru, a
pesar de sus discapacidades y aparente afabilidad, exudaba un aire de
resentimiento, de odio tan profundo que le ponía la carne de
gallina.
Después
de calmarse regresó a donde Azumi estaba, terminando su
almuerzo, ya frío.
-¿Y
Osorezan?
-Se
fue. Dijo que tenía que hacer algo al respecto con su ojo
morado.
-Azumi-san,
¿no lo sentiste?
-¿Qué?
-¿No
sentiste como un aire de resentimiento alrededor de él?
-Para
nada. Yo creo que te está volviendo loco, Misaki-kun.
"Quizás
sea así…" –pensó Taro. -Bueno, terminemos de
almorzar y vayamos al salón, porque no nos queda mucho tiempo.
-Me
parece bien –y terminaron de almorzar. –Misaki-kun, ¿por
qué te fuiste al salón?
-Digamos
que me sentí un poco indispuesto y estar al sol no ayuda.
-Parecía
como si huyeras de Wataru. Primero dices que sentiste un aura de odio
alrededor de él y ahora pareciera que le tienes miedo. ¿Qué
te pasa?
-Si
quieres que te sea franco, mi instinto me dice que no debo
involucrarme mucho con él…
-Tu
instinto muy rara vez falla. Pero creo que esta vez falló.
Wataru es un chico que no tiene muchos amigos pero es muy amable.
-En
todo caso, no siento que pueda hacerme amigo de él.
-Ay,
Misaki-kun… -y sonó el timbre para entrar a clase. Entraron
al salón, tomaron las últimas clases del día y
era hora del entrenamiento de fútbol. Azumi se fue por su lado
a casa. Misaki practicaba tranquilamente con el equipo. Sin embargo,
de buenas a primeras sintió un escalofrío y erró
el pase.
-Oye,
Taro, concéntrate –le dijo su compañero.
-Sí,
lo siento –respondió él, pero de algún modo
sabía el porqué del escalofrío, aunque no lo
vio: Wataru estaba cerca observándolo.
Al
fin tomaron un descanso, y uno de los defensas del equipo notó
al muchacho que observaba apoyado en sus muletas.
-Ahí
va el tullido de los ojos raros –dijo, burlándose.
-Sí,
ese chico siempre nos observa. ¿Qué le habrá
pasado para que esté así?
-Tiene
parálisis cerebral –respondió Misaki
inconscientemente.
Todos
se le quedaron mirando.
-¿Tú
hablas con él? –preguntó un compañero.
-No
precisamente; hoy a la hora del almuerzo, Etienne de la Rue y sus
compinches lo atacaron y Azumi y yo lo ayudamos después. Azumi
se puso a preguntarle un montón de cosas y él las
respondió. Y es más bien amable, aunque no tenga
amigos.
-Qué
extraño… ¿Y por qué se la pasa observándonos
cada vez que entrenamos?
-Porque
él quisiera poder jugar fútbol, pero su problema no se
lo permite.
-Pues
lo dices con un tono de desconfianza –dijo el muchacho que se había
burlado de Wataru.
-Ese
muchacho la verdad me da mala espina.
-Y
para que te dé mala espina es porque presentiste algo malo, ¿o
no?
-Pues…
-En
fin. Sigamos entrenando –y todos volvieron a la cancha. El
entrenamiento continuó, y al fin terminó. Taro se
cambió de ropa y se dirigió a su casa. Todavía
no lograba sacarse aquella incómoda sensación. Pero fue
más pronunciada cuando de pronto vio caer una piedra tan
afilada como una navaja de afeitar.
"Y
cuando las cosas parecen que no pueden ser peor, empeoran…" –Taro
hizo aparecer la barrera, alzó el vuelo empuñando su
Tridente y escudriñó con la mirada el cielo. Sin
embargo, el Arcángel del Odio estaba debajo de él,
sujetando su mazo. Por un momento pensó que e realidad Wataru
era el Arcángel del Odio, pero al ver que el cabello de aquel
ser maligno no era negro si no más bien castaño oscuro,
no tenía heridas en la cara y estaba de pie sin problema
alguno desechó la idea. Pero los ojos eran exactamente los
mismos y también aquel aire de resentimiento
-¡Anda,
ríndete de una vez por todas! –gritó el Arcángel
Negro, atacando al Arcángel del Agua con su mazo.
-No
–respondió Taro, deteniendo el ataque con su tridente. Ambos
se separaron, jadeando por el esfuerzo. De inmediato Taro bajó
al suelo, visiblemente cansado, pero el Arcángel Negro se
lanzó en picado.
"¿Qué
está intentando hacer?" –pensó Taro en una fracción
de segundo, apartándose rápidamente, mientras el mazo
de su rival abría una brecha en el suelo. Pero la acción
todavía no cesaba, ya que el Arcángel Negro logró
sacar su arma del agujero y se lanzó como una flecha hacia el
muchacho, que no pudo hacer mucho por detenerlo.
-Je,
la verdad es que para ser un debilucho me hiciste sudar, pero al fin
podré destruirte… Y después destruiremos al mundo.
-No…
No lo podemos permitir. Este mundo es demasiado hermoso como para que
lo destruyan… ¡Corriente Marina!
-Tú
nunca aprendes. ¡Ráfaga de Desprecio!
Los
dos ataques explotaron, mandando a los dos enemigos al suelo. Sin
embargo, Taro supo qué hacer en ese instante. Tomó la
piedrecilla azul que Tsubasa le había dado y liberó
toda la energía del Tridente.
"Por
favor, quiero ser uno con el Tridente, quiero ser capaz de derrotar a
este ser maligno con todas mis fuerzas…" –y atacó al
Arcángel Negro que acababa de ponerse en pie. Al fin había
terminado la batalla; el Arcángel Negro, más muerto que
vivo desapareció, no sin antes jurar que iba a destruir al
Arcángel del Agua.
-Creí
que nunca iba a terminar… -susurró Taro para sí,
completamente exhausto. Hizo desaparecer todo, tomó su maletín
y se dirigió a su casa. Al llegar, su padre le preguntó
por qué estaba tan lastimado.
-Unos
matones me emboscaron –mintió Taro.
-¿Cómo
así? ¿Por qué?
-¿Por
qué molestan los matones? –y después de una pausa…
-Porque sólo saben molestar.
Sin
embargo, Taro se mordió el labio al darse cuenta de lo que
había dicho; había sido lo mismo que aquel muchacho,
Osorezan Wataru, le había dicho a él y a Azumi.
-De
todos modos, estás bastante lastimado, hijo. Mírate
–dijo Ichiro, señalando al espejo que había en la
entrada.
Taro
miró su reflejo, y comprendió de inmediato el porqué
de la preocupación de su padre; su cara estaba algo raspada,
la ropa de él tenía una que otra rasgadura y se veía
muy cansado.
-Fue
muy difícil escaparme de ellos; aunque sabes cuánto
odio hacerlo, tuve que pelear mi escapatoria, papá.
-Espero
que esto no se repita.
-No
sé si pueda prometértelo. No depende de mí, si
no de otras personas –y Taro subió las escaleras y entró
a su habitación. Sin embargo, cuando entró a su
habitación lo acometió un dolor impresionante, tal como
a Tsubasa. Sin embargo, no era un aviso o la falta de control de sus
poderes; era el dolor de los golpes sufridos y de algo que estaba por
sucederle.
En
medio de aquel doloroso momento pudo notar cómo su ropa estaba
cambiando. De tener su chaqueta favorita, jeans casi blancos y una
camiseta blanca, su ropa cambiaba a lo que parecía una túnica
corta del color del cielo, pantalones algo anchos de un tono un poco
más oscuro, un cinturón anudado, un peto de algún
metal que el muchacho no lograba precisar, unas hombreras del mismo
metal, un par de placas que cubrían sus empeines ahora
descalzos, su brazalete, un protector del dorso de su mano izquierda,
y una cinta dorada en su cabeza. El metal relucía, las telas
se movían como si fueran agitadas por una ligera brisa, y el
muchacho al fin dejó de sentir aquel horrible dolor.
"Al
menos sé qué siente Tsubasa-kun cuando nos descubre,
pero, ¿los demás habrán pasado por esto también?
Si es así, espero que estén mejor que yo…" –la
verdad era que los demás arcángeles y el Kami no
Tsukai estaban profundamente dormidos, pero inconscientemente les
había sucedido. "Que estos ropajes desaparezcan y vuelva a
estar con lo que tenía puesto…"
Funcionó,
no sin dificultad. Poco a poco aquel extraño traje
desapareció, dando paso a la ropa que el muchacho había
tenido puesta en su pelea, y que tenía algunas pequeñas
rasgaduras.
-Papá,
voy a darme un baño. No me demoraré.
-Está
bien.
Taro
tomó su yukata y entró al baño. Debido al
alto costo del agua en Europa no se podían dar baños
seguidos ni muy largos, pero ya los Misaki se habían vuelto
muy duchos en darse baños rápidos, sobre todo Taro.
Rato después salió de la ducha, con el cabello empapado
y oliendo a limpio
.
Entró a su habitación y como ya casi era la hora de la
cena decidió sencillamente tener la yukata puesta por
el resto de la tarde-noche.
Mientras
tanto, en otra casa, pero en la misma ciudad, Azumi estaba acostada
en su cama, escribiendo en su diario. Aún no podía
olvidar la amabilidad del muchacho de las muletas, aunque le
molestaba que Taro no confiara en él.
"Wataru
es muy simpático, y para decir que en cierto modo admira a
Misaki-kun… Además los ojos de él son muy raros, pero
en su ojo azul tiene un tono que nunca había visto en mi
vida…"
-Azumi,
hija, la cena está lista.
-Sí,
ya voy –dando pequeños brincos de alegría, la chica
fue al comedor.
-Estás
muy contenta. ¿Qué pasó, hija?
-Conocí
un chico muy amable, aunque extraño.
-¿Y
eso? ¿A qué te refieres con que es extraño?
-Usa
muletas porque tiene parálisis cerebral, la gente no lo
comprende por su discapacidad, y tiene un ojo azul y uno castaño.
Se llama Osorezan Wataru.
-Vaya.
¿Y qué pasó con Misaki Taro?
-Ay,
mamá, él es otra historia… -aunque la cara de Azumi
se ensombreció un poco. –Él dijo que Wataru tenía
un aire de resentimiento a su alrededor, y que presentía que
era peligroso.
-Me
parece muy extraño que él siendo como es diga esas
cosas.
-Sí,
lo mismo digo yo. Además Wataru dijo que le daba un poco de
envidia la habilidad que Misaki-kun tenía para jugar fútbol.
-Bueno,
no puedes obligar a alguien a que le agrade otra persona.
-Sí…
-y fue cuando Azumi se dio cuenta que lo que le había pasado
era amor a primera vista.
Pero
por otro lado, de regreso en Shizuoka, cuatro de los Cinco Arcángeles
Negros estaban en su lugar preferido de reunión: Un oscuro
callejón.
-¿Y
qué diablos estará haciendo Jin? Últimamente se
ha demorado en venir y es la que vive aquí –dijo el Arcángel
del Trueno.
-Insisto
en que gallo que no canta tiene algo en la garganta. Se comporta de
manera sospechosa –dijo el Arcángel adepto a los refranes.
-Déjalo
ser, Rai. Al fin que es su manera de ser –dijo el Arcángel
del Odio, estirando los brazos.
-¿Y
tú qué tienes que estás tan contento?
-Digamos
que estuve casi a punto de acabar con el Arcángel del Agua.
-¿Casi?
Los casi no valen y lo sabes, Wa.
-Bueno,
además de eso, conocí a una chica.
Dos
de los otros tres se echaron a reír, pero el Arcángel
de la cola de caballo ni siquiera reaccionó.
-Recuerden
que no podemos involucrarnos con nadie. Como nuestro destino es
destruir la Tierra para que haya un nuevo Génesis bajo el
manto de la oscuridad, todo el mundo morirá.
-Excepto
nosotros, ¿o no? Pero, ¿acaso uno no puede hacer aunque
sea un amigo o amiga antes de que muera? La verdad no me parece
justo.
-¿Estás
cuestionando a las leyes del destino, Wa?
-No…
Sólo decía –y en esas se escuchó el revoloteo
de unas alas. El Arcángel de la Oscuridad había
llegado.
-Que
conste que avisé que iba a volar por ahí. De algún
modo tengo que sacarme la frustración de no poder vencer al
Kami no Tsukai y a sus secuaces.
-¿Avisaste?
¿A quién le dijiste? –preguntó el Arcángel
de cabello corto, ojos pequeños y gran sabiduría sobre
refranes.
-A
Shi. ¿O no?
-Así
es. Ahora sí, tenemos que hablar, todos.
Rato
después, cada quien se fue para su respectiva ciudad de
residencia. Sin embargo, en París, el Arcángel del Odio
ubicó la casa de Azumi, y al ver con alegría que estaba
la ventana abierta, se convirtió en una mosca y entró.
Se posó en la almohada de la chica, que ya estaba
profundamente dormida.
"Ay,
Azumi… Qué lástima que morirás tarde o
temprano… No me parece justo que no pueda al menos hacerme amigo
tuyo, y tú siendo de las pocas personas que han sido amables
conmigo. Aunque bueno, lamento que no puedas saber en realidad quién
soy: un Arcángel Negro. Sin embargo, es mi secreto, así
como ahora tengo otro: Creo en el amor a primera vista, y eso es
porque tú me demostraste eso."
Volvió
a alzar el vuelo, pero de improviso la mano de Azumi cayó
sobre él.
"Ay,
no… Es muy pesada y no puedo volver a mi forma original porque eso
la despertaría. ¿Qué voy a hacer…? Ay, pero
qué bruto soy" –y se teletransportó a su casa. Ya a
salvo en su casa, cambió de ropajes con sus poderes, y se
acostó con dificultad. Cuando tomaba por completo la identidad
del Arcángel del Odio, no tenía problemas para moverse,
pero ahora que no, se demoraba un poco.
-Buenas
noches, mi querida Azumi –y se quedó dormido.
En
Japón amaneció, pero no de una manera muy normal para
nuestros amigos. Tsubasa aún estaba adormilado cuando se
levantó e intentó quitarse su pijama. Sin embargo sus
dedos chocaron con metal.
"Qué
raro… ¿Metal?" –y ahí sí se despertó
por completo. -¡¿QUÉ RAYOS…!
Su
pijama no estaba. En cambio, tenía puesto un traje muy
parecido a su uniforme de secundaria, pero blanco como la nieve, con
algunos intrincados detalles dorados, un peto de un metal que no supo
cuál era, su brazalete había aparecido, y tenía
como Taro, unos extraños protectores dorados en sus empeines,
y una hombrera.
-¿Cómo
rayos pude dormir con esto puesto? Debí estar muy profundo
cuando me pasó… Aunque ahora que lo recuerdo, soñé
que me daba un ataque, y parecía tan real que hasta sentí
el dolor. ¿Podría haber sido eso?
Sin
decir más, el Kami no Tsukai hizo desparecer ese
extraño atuendo, y se puso su verdadero uniforme de
secundaria. Bajó las escaleras y se sentó a la mesa,
pensativo. Natsuko a duras penas se estaba levantando, por lo que le
sorprendió ligeramente que su hijo estuviera despierto y listo
tan temprano.
-Buenos
días… ¿Por qué gritaste ten duro?
-Eh,
es que me pasó algo en el transcurso de la noche… No te
preocupes, mamá –respondió él, nervioso.
-Bueno…
Ni modo –y Natsuko se puso a hacer el desayuno para los dos y el
almuerzo de Tsubasa.
Rato
después, Tsubasa se encontró con Ishizaki por el
camino, y después con Sanae.
-…y
cuando me di cuenta, tenía un traje muy extraño.
-Je,
no fuiste el único, Tsubasa-kun. Cuando me desperté,
tenía como una túnica toda rara, unos pantalones
anchos, mejor dicho, hasta con armadura desperté.
-Vaya…
-dijo Sanae, pensativa. –Me pregunto si los demás también
habrán pasado por ello.
-Yo
creo que sí… Pero el único que habría estado
despierto cuando pasó sería Misaki-kun. De resto, todos
estábamos dormidos –respondió Ishizaki.
-En
todo caso, fue una verdadera sorpresa.
Llegaron
a la Secundaria y esperaron a que dieran comienzo las clases. Kumi y
Yukari llegaron después.
-¿Cómo
están, chicas? –preguntó Sanae.
-Bien
–contestaron ambas a la vez. –Queríamos preguntarles si
quieren ir con nosotras a Vitalis mañana, que es
Viernes.
-La
verdad sigo antojado con esa soda con helado de la vez pasada, así
que inclúyanme en el plan –dijo Ishizaki inmediatamente.
-No
puedo; prometí ir con mi mamá a hacer las compras –dijo
Tsubasa.
-Y
yo tengo que cuidar de Atsushi –agregó Sanae.
-Bueno,
ustedes se lo pierden. Sin embargo, si cambian de opinión, no
hay problema.
-Bueno,
hablemos más tarde, que ya viene el profesor –dijo Tsubasa,
sentándose.
