Capítulo XVII: Cuentas por Saldar
-Vaya,
son los Arcángeles del Agua y del Viento… No me esperaba que
pudieras llamarlos, niña –dijo el Arcángel de la
Oscuridad.
-Pues
ya ves que sí. Evítate un problema y haznos un favor:
vete de aquí –dijo Genzo, apuntando al ser maligno con su
arco y flecha.
-¿Y
por qué me tengo que ir? Al fin y al cabo, ¡tengo que
destruirlos a todos ustedes! ¡Fuego Negro!
-¡Viento
Huracanado! –Genzo detuvo el ataque mientras Taro llevó a
Sanae a un lugar seguro.
-¿Te
encuentras bien, Sanae-san?
-Sí,
gracias a ustedes, Misaki-kun.
-Bien,
es hora de trabajar.
Sin
embargo, otro Arcángel Negro apareció. Genzo de
inmediato lo reconoció; era el Arcángel del Hielo.
-Llegas
tarde –le reclamó el Arcángel de la Oscuridad.
-Habría
llegado antes de no ser porque acabas de pedir ayuda. Tú
encárgate del Arcángel del Agua; tengo cuentas
pendientes con el Arcángel del Viento.
-Como
quieras –y mientras el Arcángel con la hoz volaba hacia
donde Sanae y Taro estaban, el Arcángel con la alabarda y el
Arcángel con el arco comenzaron su propia lucha. Luchaban
cuerpo a cuerpo, y aunque la alabarda le daba algo de ventaja al
Arcángel del Hielo, Genzo detenía sus ataques con su
arco, usándolo como una espada.
-Hoy
sí veré tu sangre en el suelo.
-Eso
crees.
Mientras
tanto…
-¡Fuego
Negro!
-¡Corriente
Marina!
Ambos
Arcángeles trataban de derrotar el uno al otro con sus
poderes. Sanae todavía no sabía qué hacer. Sin
embargo, con lo que no contaron ni ella, ni Taro, era que el Arcángel
de la Oscuridad lanzó otra llamarada negra, con su mano
izquierda. El ataque dio en Sanae, que cayó al suelo.
-¡Sanae!
-¡No
te preocupes por mí! –respondió ella, con una mano
sobre su estómago. Sin embargo, el ver cómo el Arcángel
de la Oscuridad podía atacar dos veces a la vez le dio una
excelente idea al Arcángel del Agua. Concentrándose,
buscó una respuesta en su corazón… hasta que la
encontró.
-¡Muralla
de Agua! –y lo que al principio era un chorro de agua circulando
alrededor de Sanae, se convirtió en una poderosa muralla de
agua cuando el Arcángel de la Oscuridad atacó. Taro
había descubierto otra habilidad. Así logró
evitar que Sanae fuera lastimada y siguió en su lucha contra
el Arcángel de la Oscuridad.
Entretanto,
Genzo y el Arcángel del Hielo luchaban con gran intensidad.
Ambos ya estaban bastante lastimados, pero el que se llevaba la peor
parte era obviamente el Arcángel del Viento. Su arco no era
precisamente un arma para la lucha frente a frente, y la alabarda del
Arcángel Negro era más poderosa que su arco. Sin
embargo, tuvo una excelente idea.
-Pero,
¿qué crees que haces? –dijo el Arcángel del
Hielo al ver que Genzo se alejaba, como huyendo. –Eres mucho ruido
y pocas nueces.
-Pues
yo tengo un refrán para ti: ¡Las apariencias engañan!
–y el arquero lanzó una flecha que se incrustó en una
de las alas del Arcángel Negro. Siguió disparando
flechas a una gran velocidad (como Legolas en Lord Of The Rings
)
Tenía una puntería inimaginable, e incluso él
mismo estaba sorprendido.
-Ja,
estas flechas no me hacen daño. ¡Ventisca Helada!
-¡Viento
Huracanado! –y al fin el Arcángel del Hielo desapareció
en un revuelo de plumas negras, furioso. De inmediato Genzo volteó
a ver a sus amigos, justo en el momento en que Taro logró
derrotar al Arcángel de la Oscuridad, con su Tridente en su
máximo poder.
"Rayos,
se me había olvidado aquello de liberar todo el poder de mi
arma" –pensó Genzo, chascando los dedos, pero vio con
alegría cómo su amigo dio el golpe final. Furiosa, la
perdedora desapareció.
-Vaya
golpe final, Misaki-kun. Espero que a ése Arcángel no
le dé por volver a molestar a Sanae.
-Eso
mismo pienso yo, pero hay algo que me enoja –dijo Taro, con una
mirada de gran dureza. –Si Tsubasa e Ishizaki viven aquí,
¿por qué no vinieron en cuanto Sanae pidió
ayuda?
-Pues
en eso tienes razón. Habrá que exigirles una
explicación.
-Y
Hyuga tampoco vino, pero tiene una excusa: Vive en Tokyo y hasta
donde sé, tiene que compartir su habitación, así
que sería muy complicado para él el venir.
-En
todo caso, gracias, chicos. Me salvaron la vida –dijo Sanae, con
una mano sobre su herida.
-Estás
herida, Anego.
-Ya
te dije que no me digas así.
-Espera
un momento. Te curaré –dijo Misaki, acercando una de sus
manos a la herida de la joven. Concentrándose, hizo que la
herida de Sanae desapareciera sin dejar rastro, y después de
despedirse, regresó a Francia.
-Anego,
digo, Sanae, por favor dile a Tsubasa que tendrá que rendirme
cuentas por no haberte salvado de ésta.
-Está
bien, Wakabayashi-kun –y el arquero desapareció. Sanae
siguió caminando a casa y llegó. Miró la hora en
el reloj de la sala, y quedó atónita; era medianoche.
-Qué
bueno que mis padres no están, pero no quisiera estar sola.
Después de lo que me pasó, creo que tengo que admitir
que tengo miedo.
Sin
embargo, escuchó un pequeño golpeteo en la ventana de
su cuarto. Corrió a su habitación y vio al gato
blanquinegro con la mancha dorada en su espalda. Sanae, dolida,
recordó que Tsubasa no había ido a rescatarla del
ataque del Arcángel de la Oscuridad.
-Por
favor, Sanae, ¡ábreme! ¡Necesito hablar contigo!
–exclamó el gato, desesperado.
-Vete.
-No
pude llegar a tiempo por culpa del Arcángel del Trueno. Sí
recibí tu llamada de auxilio, pero el Arcángel del
Trueno me atacó y te aseguro que casi no logro ganar.
Sanae
quería creerle, pero no sabía si el joven le estaba
diciendo la verdad.
-No
te creo.
-¡Créeme,
por favor! ¡Quería llegar a tiempo! ¡Quería
evitar que te lastimaran, pero no pude! ¡Si pudiera haber
estado ahí, no me habría importado morir sólo
por salvarte, Sanae!
La
verdad resultaba cómico ver al gato parado en el alféizar
de la ventana gritando desesperado. Pero el joven no estaba
consciente de lo que decía, y Sanae no daba crédito a
sus ojos ni a sus oídos.
-Debo
estar muy cansada. Te hablo en la mañana –y sin más
la joven cerró la cortina, se cambió de ropa y se
acostó. Tsubasa, enfadado por la actitud de la chica, regresó
a su casa, se cambió de ropa y se fue a dormir, molesto.
Durmió poco y mal, pensando sobre todo en la confesión
que Kumi le hizo, la angustia que tuvo mientras luchaba con el
Arcángel del Trueno, y el resentimiento de Sanae.
"Sanae,
por favor, créeme" –fue lo último que pensó
antes de quedar profundamente dormido. Sin embargo, tenía
entrenamiento de fútbol, y se le hizo tarde.
-Tsubasa,
hijo, ¿acaso no tienes entrenamiento de fútbol hoy?
-¿Eh?...
¡Ay, es cierto! –y raudo como flecha se arregló y se
fue sin desayunar. Natsuko estuvo a punto de decirle aquello, pero no
tuvo tiempo.
Ya
al llegar…
-Llegas
tarde –le recriminó Sanae, aplicando la ley de hielo.
-Lo
lamento –respondió Tsubasa, compungido y corriendo a
cambiarse de ropa. Definitivamente le dolía la indiferencia de
la chica, y ya era la segunda vez que pasaba.
Siguió
el entrenamiento, y obviamente Tsubasa se veía afligido.
Ishizaki, preocupado por el estado de ánimo de su amigo lo
arrinconó mientras descansaban.
-¿Qué
pasó anoche entre tú y Sanae como para que estés
así, eh?
-No
la pude rescatar del ataque del Arcángel de la Oscuridad.
-¿Cómo
así?
-Lo
que oyes. Ella iba a su casa y el Arcángel de la Oscuridad la
atacó. Ella mandó un mensaje de auxilio y yo intenté
ir a salvarla, pero de buenas a primeras el Arcángel del
Trueno me detuvo y tuve que luchar con él. Después de
que logré derrotarlo intenté llegar, pero ella ya no
estaba. Incluso fui hasta el alféizar de su ventana y le dije
por qué no pude llegar, pero ella no me creyó.
-Como
quien dice, está dolida contigo. Sólo se me ocurre una
cosa que puedes hacer, y es buscar la manera de que ella te perdone.
-Lo
dudo. Si hasta le dije que no me importaría morir con tal de
salvarla, ¿crees que habrá algo que la convenza de que
le dije la verdad?
-¿Que
le dijiste QUÉ? –exclamó Ryou, atónito.
-Creo
que no fui muy consciente de lo que dije, pero eso fue lo que dije.
-Hombre,
Tsubasa, lo tuyo ya es patológico. Donde te alcance a escuchar
uno de los Arcángeles Negros, va a creer que Sanae es tu punto
débil.
-¿Y
acaso Yukari no es el tuyo?
Esa
fue una respuesta bastante hábil por parte del Kami no
Tsukai, porque dejó a Ishizaki sin saber qué decir
y más rojo que una remolacha.
Le
hizo bien a Tsubasa desahogarse, pero se le clavaba una espina en el
corazón cada vez que veía a Sanae. Ésta, por su
parte, le dolía actuar con indiferencia con Tsubasa, pero
también el hecho de que él no había ido a
rescatarla.
-Sanae-chan,
¿qué te pasa? –dijo Yukari, mientras ellas alistaban
unas toallas.
-Nada,
Yukari. Estoy exhausta. Eso es todo –respondió la chica
secamente, quizás un poco más de lo que quería.
-Amaneciste
del lado equivocado de la cama. Primero noto que le aplicas la ley de
hielo a Tsubasa y ahora estás muy seca. ¿Estás
segura de que no te pasó nada?
-Ya
te dije que estoy exhausta. Llegué a medianoche a casa, y no
tengo ganas de hablar.
-Bueno,
entiendo por qué estás tan seca conmigo y no te culpo,
pero ¿por qué estás tan fría con Tsubasa?
¿Acaso te hizo algo malo?
-Sí
y no. Y es algo personal.
-Pues
si yo fuera tú, Sanae, no le haría ese daño a
Tsubasa –dijo Kumi, muy seria.
-Lo
dices porque también estás enamorada de él.
-No
precisamente; lo digo porque a él le duele tu actitud. Se le
nota en la cara.
-¿Cómo
así que le duele la actitud que tengo con él?
-Sanae,
¿no lo entiendes? Tsubasa te quiere, y más de lo que te
imaginas. No lo lastimes más con tu indiferencia, porque
créeme, uno no sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.
"Tsubasa
te quiere, y más de lo que te imaginas…" –eso se repitió
como una letanía en la mente de Sanae. ¿Acaso Kumi
estaba diciendo la verdad?
-¿Y
cómo es que lo sabes? –preguntó Yukari, extrañada.
-Porque
anoche le confesé a Tsubasa lo que sentía por él,
y me dijo que sólo me veía como una buena amiga. Además
de eso me confesó que él estaba perdidamente enamorado
de otra chica. Más específicamente, de ti, Sanae. Por
eso dije lo que dije.
Nakasawa
Sanae estaba más que atónita. No podía creer que
el hombre a quien amaba le correspondía.
-Sin
embargo, no le digas que ya lo sabes. No quiero que diga que soy una
chismosa.
-Sí,
claro, Kumi –y se fueron a sentar a la banca a ver el partidillo de
práctica que estaban jugando los muchachos. Sanae y Yukari se
dieron cuenta del porqué del comentario de Kumi. Tsubasa
jugaba como siempre, pero no se veía tan animado, y sus ojos
tenían una profunda tristeza.
"Creo
que fui muy dura con él. Nunca me ha mentido, pero no le creí
cuando me dijo que había tenido una lucha con el Arcángel
del Trueno. Pero, ¿será verdad lo que dijo Kumi? Pueda
que sí; ella estaba muy seria cuando nos lo dijo y además
no nos lo habría dicho si no fuera con buenas intenciones. O
al menos eso creo."
Eso
creó un remolino de confusiones en la mente de la joven. No
sabía qué decir, ni qué pensar, pero sí
sabía qué debía hacer. Ella debía
perdonar a Tsubasa.
Más
tarde, cada quien se iba a casa. Sanae seguía bastante
pensativa, y por lo visto Tsubasa también. Desde que éste
había llegado al entrenamiento y ella le había regañado
no se habían hablado. El muchacho caminaba, rumiando su
tristeza, y no notó que Kumi se le acercó.
-Tsubasa-senpai,
¿qué te pasa? Estás como… deprimido.
-¿Eh?
No, no pasa nada, Kumi. Sencillamente no tengo muchos ánimos
de nada hoy.
-Eso
es estar deprimido.
-Sí,
supongo –y se escuchó rugir al estómago del muchacho,
que de inmediato enrojeció de vergüenza.
-¿No
será que estás más bien hambriento?
-Creo
que un poco de los dos.
-Bueno,
entonces apresúrate a llegar a casa y comer algo. Apuesto lo
que sea a que te sentirás mejor cuando tengas el estómago
lleno. Adiós –y Kumi se fue por su lado.
"Kumi…
Aunque tiene el corazón roto por mi culpa, es una buena amiga.
Bueno, sé que puedo contar con ella, pero la verdad dudo que
pueda salir de esta mala racha."
Llegó
a casa, y Natsuko le estaba esperando con un suculento almuerzo.
Tsubasa le contó lo sucedido la noche anterior y lo sucedido
en el entrenamiento, aunque omitiendo lo que él no quería
revelar.
-Ay,
hijo… Si no pudiste salvar a Sanae, y ella te lo recrimina, es
porque ella esperaba que tú fueras el primero que la fuera a
rescatar. Sin embargo, no fue tu culpa, y no podrías haber
hecho mucho contra dos Arcángeles Negros, ¿verdad?
-Mamá,
si luchar con uno solo es muy agotador, entre dos Arcángeles
Negros me habrían vuelto polvo.
Terminaron
de almorzar, y Tsubasa decidió lavar los platos mientras
Natsuko se retiró a tomar una siesta. Trató de mantener
su mente ocupada para evitar pensar en el rencor de Sanae. Por estar
pensando en lo que fuera, no escuchó los pasos que se
acercaban, y obviamente cuando sintió que alguien le tocaba el
hombro para que él se volteara se asustó y lanzó
la consabida ola de energía. De inmediato se escuchó a
alguien caer sobre el suelo; por obvias razones debía de ser
un Arcángel del bando del Kami no Tsukai.
-¿Quién
está ahí…? –Tsubasa se volteó, quedando
sorprendido.
-Ya
veo por qué dicen que no hay que aparecer sin previo aviso…
-refunfuñó Genzo, frotándose la espalda.
-Wakabayashi-kun…
¿Cómo estás? –preguntó el joven que
había estado lavando los platos, pero se quedó callado
al ver la dureza de los ojos de su amigo. Y sin previo aviso, o razón
justificada, Genzo le dio tal bofetada a Tsubasa que lo mandó
contra el lavaplatos.
-¿A
qué viene eso?
-¿Por
qué no fuiste a salvar a Anego, digo, Sanae anoche? ¡Tú
eras el que más cerca estaba y el Arcángel de la
Oscuridad casi la mata de no ser porque Misaki-kun y yo la salvamos a
tiempo!
-Yo
también tuve que luchar con un Arcángel Negro. Si no
hubiera sido porque el Arcángel del Trueno me bloqueó
el camino, habría ido de inmediato a salvar a Sanae.
-No
me veas la cara de mentiroso, Ozora Tsubasa.
-¡No
estoy mintiendo! ¡Sería capaz hasta de morir porque a
Sanae no le pase nada! ¡No sólo Sanae no me cree, si no
ahora tú! ¡No suelo mentir, pero nadie me cree! –exclamó
el Mensajero de los Dioses, realmente furioso, haciendo que una ola
de energía más fuerte que la que había dejado
escapar por el susto.
Wakabayashi
volvió a caer al suelo. Sin embargo, su furia se convirtió
en miedo al ver a Tsubasa tan furioso.
"Se
nota en su cara que quiere que le crean. La verdad fui un tonto al no
creer en él."
-Oye,
cuando te refieres a que eres capaz de morir porque a Sanae no le
pase nada, ¿por qué lo dices?
-Por
una razón que tú todavía no comprendes,
Wakabayashi-kun –respondió Tsubasa, calmándose.
-Al
menos dímela, y si no la entiendo, al menos puedo guardar el
secreto. Al fin y al cabo, creo que soy tu amigo, ¿no?
-La
razón es… que estoy enamorado de Sanae. Sé que ella
también siente lo mismo, pero yo no soy capaz de decirle a
ella que quiero que sea mi novia.
Genzo
enarcó una ceja.
-La
verdad me sorprende que seas tan ciego, Tsubasa. Sanae te quiere
desde que éramos chiquillos de escuela primaria, y tú
ni cuenta te diste hasta ser adolescente.
-Gracias
por recordármelo –dijo Tsubasa, molesto
-¿Y
cómo es que sabes sobre los sentimientos de Sanae?
-Porque
una chica que también es asistente del equipo, Kumi, también
estaba… enamorada de mí, y me confesó sus
sentimientos. Ya debes saber el resultado, y después de ello
me dijo que me apresurara en confesarle a Sanae mis sentimientos.
-Pero
eres muy tímido en esas cuestiones.
-Sí.
Pero, una cosa… ¿por qué hablas como si fueras todo
un experto en la materia? Si hasta eres menor que yo, y nunca he
sabido si te gusta alguien o no.
-¿Cómo
decirlo? Quizás nunca me he enamorado, y no he tenido ni la
experiencia ni la suerte que tú tienes, pero observo lo que
pasa a mi alrededor, y más que nada, sé escuchar.
Esa
fue una brillante respuesta por parte del Arcángel del Viento.
-Por
cierto, si yo fuera tú, aprovecharía que Sanae está
en el parque.
-¿Cómo
lo sabes?
-Por
suerte hoy no tengo entrenamiento, y son las seis de la mañana
en Hamburgo. No pude dormir más, y decidí venir no sólo
a hablar contigo, si no a dar una vuelta por el viejo vecindario.
-Pero…
Si te ven los muchachos…
-No
seas tonto, Ozora Tsubasa. Andaba por ahí convertido en
cuervo. Bueno, ya me voy –y Wakabayashi desapareció. Tsubasa
se veía confundido, pero de inmediato decidió seguir el
consejo de su amigo. Sin embargo, otra persona apareció al
frente de él, aunque esta vez no se asustó.
-Tsubasa…
-y Misaki se veía dispuesto a darle un golpe ()
a su amigo, pero Tsubasa le leyó el pensamiento y le detuvo.
-Hey,
no me golpees en esa mejilla. Ya Wakabayashi-kun me golpeó
ahí. Si vas a golpearme, emparéjame la cara.
Ese
comentario hizo que el aparente mal humor de Taro se disipara y el
dulce muchacho se echara a reír.
-Ay,
Tsubasa-kun… Esta vez sí hiciste que me desternillara de
risa… -dijo el muchacho, sosteniéndose el plano abdomen,
muerto de risa.
-Pues
ahora que lo pienso… Tienes razón –y ambos muchachos se
echaron a reír como cuando Taro vivía en Nankatsu.
Después
de la larga sesión de risa, Taro y Tsubasa tuvieron la misma
conversación que éste último tuvo con Genzo. Por
suerte Misaki no volvió a pensar en abofetear a su amigo (y
por consiguiente, nunca más lo hará
)
-…
y créeme, me hubiera gustado llegar a tiempo, pero no pude.
-¿Y
eso ya se lo dijiste a Sanae?
-¿Qué
crees tú?
-Que
sí. Sin embargo, ten en cuenta que Sanae es una chica más
bien sensible.
-Eso
ya lo sé.
-Trata
de hablar con ella, pero calmadamente. Y si te lo preguntas –dijo
Taro, entornando sus ojos del color del chocolate derretido. –Ella
sigue en el parque.
-No
me digas que también me leíste la mente.
-Ah,
sí. Kojiro-kun me enseñó cómo hacerlo.
Como debes saber, es bastante temprano en París, y no pude
dormir mucho, así que decidí volar un rato por
Nankatsu, y vi a Sanae en una banca del parque, bastante pensativa.
-¿De
qué ibas transformado?
-Al
principio pensé en ir como una gaviota, pero mi sentido común
pudo más y estuve transformado en paloma.
-Eso
fue muy sensato.
-Sí,
lo sé. Bueno, ya mi cuenta está saldada. Nos vemos –y
Taro se evaporó en ese instante.
