Capítulo XVIII: Akuji Tooru… El Helado Rey de los Videojuegos

Mientras tanto, Genzo ya estaba de regreso en su habitación en Alemania. Al parecer aún era muy temprano, por lo que decidió estudiar un poco. Debido a su apretado itinerario, Genzo no podía estudiar mucho, pero se esforzaba al máximo. Ya rato después…
-El desayuno está listo, joven –dijo la señora que ayudaba a mantener el apartamento donde el arquero residía.
-Gracias, Ingrid.
El joven se sentó a la mesa de la cocina y tomó una taza de café con leche y tostadas, como solía hacerlo casi todas las mañanas. Después de lo que había conversado con Tsubasa y el ligero mareo que le dio teletransportarse desde Shizuoka, Genzo tenía un ligero presentimiento de cosas por venir. Después de terminar su desayuno, salió a trotar. Era su costumbre; lloviera, nevara, tronara o relampagueara, siempre salía a trotar. Eso le hacía sentirse vivo. Desde que tenía unos doce años estaba acostumbrado a vivir sin sus padres, pero sólo hasta ahora estaba viviendo completamente solo. No le afectaba mucho el estar así, pero a veces ardía en deseos de tener a alguien que le hiciera compañía, aparte de la atenta pero silenciosa Ingrid.
Siguió trotando a través de la ciudad, respirando el aún frío aire matutino. Cada paso que daba le hacía sentirse cada vez más vivo, más consciente de que era Wakabayashi Genzo, hasta hacía unos días un muchacho que se preparaba para ser futbolista profesional y cumplir su sueño de ser el mejor guardameta del mundo. Sin embargo, aunque no dejaba de ser aquello, ahora era algo más. Era uno de los pocos que habían sido elegidos para decidir el destino de la Tierra, y en su caso, su decisión era a favor; no quería ver destruido el mundo, ni a su familia, ni a sus amigos, ni a lo que más adoraba en el mundo: el fútbol.

Siguió trotando, pero por un instante se le metió un poco de polvo en los ojos. Por estar frotándose los ojos, no notó que había chocado con un muchacho de cabello corto y ojos bastante pequeños.
-¡Lo siento, lo siento…! No podía ver por dónde iba –dijo Genzo en alemán, al fin viendo claramente.
-No te preocupes –respondió el joven con quien había chocado. Parecía tener unos dieciocho o diecinueve años, y se veía a leguas que era universitario… y vagamente familiar.
-Disculpa… ¿te conozco de algún lado?
-Creo que no. No pareces ser estudiante universitario.
-No… no lo soy; debería estar en la secundaria, pero en realidad juego para ser futbolista profesional.
-Ah, ya –respondió el joven, fríamente.
-Lo siento… Adiós –y Genzo comenzó a irse, pero el joven con quien había chocado le detuvo.
-Antes que nada, ¿cómo te llamas? –preguntó el muchacho en japonés.
-Ah, lo siento… Mi nombre es Wakabayashi Genzo –respondió el arquero, bastante sorprendido.
-Entiendo. Yo soy Akuji Tooru… Adiós –y el joven se marchó sin más.
-¿Sólo me detuvo para preguntarme mi nombre? –Genzo se veía realmente confundido esta vez. –Mejor me voy a casa.
Siguió trotando hacia su apartamento, cruzando varios puentes y parques. Pasó por el lugar donde se encontró con Taro, pasó frente a la Iglesia de San Miguel y llegó a casa. Pero al llegar a ella, se encontró con una agradable sorpresa.

-Hola, Genzo. ¿Estabas trotando por la ciudad, como siempre?
-Por supuesto, Herman. Me alegra verte.
-La señora que cuida de tu casa me dijo que te levantaste muy temprano, y que después del desayuno fuiste a trotar.
-Sí. Bah, tú ya sabes qué hago. Me aburro estando encerrado en casa.
-No me extraña. ¿Ya estudiaste para el examen de Biología del lunes?
La cara del japonés palideció. La biología no era precisamente su fuerte, y se le había olvidado por completo que había un examen.
-Herman, te juro que no lo recordaba. Se me había olvidado por completo que el lunes tenemos examen de biología.
-Y con lo mal que te va… Bueno, para eso me tienes a mí aquí. Para eso estamos los amigos.
-Corrección: los mejores amigos. Por favor, ayúdame…
Herman sabía que Genzo no solía pedir ayuda; más bien la daba, así que no le vio lo malo a ayudar a su mejor amigo. Entraron al apartamento, Genzo llevó sus libros a la mesa del comedor (que estaba casi sin estrenar) y se sentaron a estudiar.
-Comencemos por el principio: fósiles –explicó Herman pacientemente, lo que era raro para él. Genzo no había alardeado con aquello de que sabía escuchar; rara vez se le escapaba algo importante con sólo escucharla una vez… excepto cuando se trataba de algo de biología. Sin embargo, hizo su mayor esfuerzo por evitar que su mente se fuera a otros ámbitos.

Al final terminaron de estudiar, y aún no era hora del almuerzo.
-Aaaaah… Qué aburrimiento. Ni siquiera es mediodía y estoy con ganas de hacer algo.
-¿Quieres ir a jugar videojuegos?
-Herman, sabes que no soy bueno para ellos.
-Al menos inténtalo, Genzo. Hace poco salió uno de fútbol.
-¿Y por qué no jugamos fútbol en la vida real?
-No… No quiero pensar en que mañana habrá entrenamiento intensivo.
-Buen punto… Está bien. Vayamos pues.
-Pero primero cámbiate de ropa. Tu sudadera está… sudada –dijo Herman, aguantando la risa.
-Eh, bueno –y Genzo corrió a su habitación a cambiarse de ropa. Al final se colocó un par de jeans oscuros, una camisa azul clara con las mangas enrolladas, y por debajo una camiseta blanca.
-¿Ya estás listo?
-Claro.
Genzo y Herman estaba por salir del apartamento, pero Ingrid le preguntó a dónde iba.
-Voy a salir con Herman un rato.
-Pero el almuerzo…
-No se preocupe, Ingrid. Llegaré a tiempo.
La señora que aseaba el apartamento del arquero japonés se encogió de hombros y siguió preparando el pescado que había comprado mientras los jóvenes habían estado estudiando.

Llegaron a los videojuegos, y se encontraron con alguien muy conocido para ellos.
-Hey, gusto en verlos.
-Hola Karl –dijo Herman, estrechando la mano del famoso 'Káiser,' quien era el mayor rival de Genzo.
-Hola, Karl –dijo Genzo, incómodo. -¿Cómo estás?
-Pues como lo ves, aprovechando mi tiempo en videojuegos. Ya sabemos cómo es nuestro itinerario, por lo que el tiempo libre hay que aprovecharlo como si fuera el último momento libre.
-Hey, eso fue muy filosófico de tu parte.
Karl se echó a reír divertido por el comentario de Kaltz. Genzo no pudo evitar contagiarse de la risa del 'Káiser,' y se echó a reír también.
-Ja, ja… Y eso que no soy tan bueno en filosofía…
-Sí, tienes razón. En el examen pasado casi no pasas.
-En fin… ¿Vinieron a ver el nuevo videojuego?
-Sí. Apuesto lo que sea a que ya te metiste de lleno en él, Karl.
-¿Qué comes que adivinas? Pues al menos me defiendo en él, pero hay un muchacho universitario que todavía no ha sido vencido en ese juego, y tal parece que es japonés, Genzo.
-¿Ah, sí?
-Su nombre es Akumi… Akuri… Ah, me rindo. Sólo sé que su nombre comienza con Aku.
-Akuji… Akuji Tooru –dijo de inmediato Genzo.
-¿Lo conoces? –preguntaron Karl y Kaltz a la vez.
-Digamos que lo conozco.

-Y hablando del Rey de Roma, y el que se asoma… -dijo Karl, mirando de reojo la consola donde estaban jugando. –Ahí está tratando de romper su propio récord.
-¿Vamos y observamos? –dijo Herman, picado por la curiosidad.
El alemán y el japonés aceptaron y fueron a ver cómo jugaba Tooru. Ya llevaba catorce goles, y todavía no terminaba el primer tiempo. Su cara, de por sí inexpresiva, demostraba la absoluta concentración que tenía el joven. Sus manos se movían con suma rapidez. Su contrincante no llevaba un solo gol, y se veía desesperado.
-Definitivamente es muy bueno –dijo Herman, asombrado. Genzo dejó escapar un silbido de asombro.
-Se los dije. Pareciera que sólo viviera para jugar videojuegos.
-Entonces sería un otaku –dijo Genzo automáticamente, observando la pantalla.
-¿Otaku? ¿Acaso no se le denomina así a los fanáticos del manga o el anime? –preguntó Herman.
-En realidad los otaku son las personas que se la pasan encerradas en su casa coleccionando cosas de manga, anime, jugando juegos de rol o videojuegos. Es algo bastante negativo en realidad. Es aquí, y en otros países donde distorsionan el significado.
-Genzo, cada día me dejas más perplejo –dijo Herman, confundido.
-Kaltz, me temo que opino lo mismo –dijo Karl, con el mismo gesto que tenía el mejor amigo del joven arquero japonés.

Genzo se encogió de hombros, y estuvo a punto de marcharse de ahí, pero una voz fría que dijo su nombre le detuvo.
-Akuji-san… Hola.
-Hola, Wakabayashi. No pensé en volverte a ver.
-Eh, sí… Es que vine con un amigo.
-De eso me doy cuenta.
-Oye, momento, momento, al menos preséntanos bien –dijo Herman. –Disculpa a Genzo. Es a veces un poco seco. Yo soy Herman Kaltz, su mejor amigo. Y él es Karl Heinz Schneider.
Karl había estado tratando de irse también, pero cuando escuchó que Kaltz dijo su nombre, se quedó ahí, paralizado.
-Mucho gusto.
-Eh, sí, mucho gusto.
-A ustedes los conozco… Son del equipo juvenil del Hamburgo.
-Sí, así es. Genzo es nuestro mejor arquero, yo soy mediocampista, y Karl es delantero y nuestro goleador.
-Ajá. ¿Alguno de ustedes quiere jugar?
-No, gracias. Ya notamos que eres el rey de este juego –dijo Genzo.
-¿Acaso no aceptan los retos? ¿Son cobardes?
Eso de inmediato enojó a Genzo y a Karl.
-Aceptaría el reto de no ser porque no sé jugar –respondió el temperamental arquero japonés.
-Yo acepto el reto –dijo Schneider, sus fríos ojos azules centelleando.

Claro, de inmediato se corrió la voz de que Akuji Tooru, el temido rey de los videojuegos había retado a alguien, más específicamente al ídolo del momento: el 'Káiser' Karl Heinz Schneider. Una vez que había circulado el rumor, todos los que estaban presentes en el establecimiento hicieron corro alrededor de Tooru y Karl.
-¡Por aquí sus apuestas! ¡Por aquí sus apuestas! ¿Quién apuesta por el campeón defensor, Akuji Tooru? Ya recibí cinco euros por aquí… Eso es bastante, chico –Herman no dejaba de aprovechar la oportunidad.
-¡Herman! –exclamó Genzo, entre indignado y divertido.
-¿Alguien apuesta por el gran Karl Heinz Schneider? ¿Nadie apuesta?
-¡Herman! –exclamaron más duro Genzo y Karl, ya enojados.
-Hey, hey, era una broma –respondió el muchacho, devolviendo los cinco euros que le habían dado.
-Fue una pésima broma –le espetó Genzo, molesto. U
Y así el partido comenzó. Karl se las veía más que negras para evitar que Tooru le anotara un gol. Éste, por otro lado, se veía tan concentrado como antes, sin desperdiciar movimiento alguno. Por desgracia llegó muy pronto el primer gol de Tooru, que de hecho estaba jugando con el equipo más débil del juego. Karl se veía completamente impotente ante la gran destreza del universitario.
-Yo gané –dijo Tooru al final del primer tiempo. Había anotado veinte goles, y Karl no había logrado hacer nada.

Genzo y Kaltz estaban más que atónitos. ¿Acaso era alguien capaz de vencer a aquel muchacho tan frío como el hielo?
-Ya veo que Iceman volvió a destrozar a un novato. Definitivamente nadie podrá ganarle, jamás –escucharon decir a un estudiante universitario. Acto seguido decidieron llevarse de ahí a Karl, que estaba en shock. Una vez fuera del establecimiento, Karl recuperó el habla.
-Ese hombre es el diablo –dijo finalmente.
-¿Por qué lo dices?
-No puede ser que con el equipo más débil haya metido tantos goles. No pude hacer absolutamente nada.
-Ya ves, tú mismo lo dijiste. Akuji tiene un invicto –dijo Genzo, entre comprensivo y resignado. Por curiosidad miró la hora, y de inmediato salió corriendo a casa: ya era la hora del almuerzo.
-¿Y a éste qué bicho le picó? –dijo Schneider, sorprendido al ver la velocidad del muchacho.
-El bicho de la hora del almuerzo –dijo Kaltz. –Bueno, nos veremos después, y no dejes que esto te marque.
-¡Oye! No soy tan mal perdedor.
-Sí, claro –y Kaltz se fue de ahí, a sabiendas de qué le podía pasar si se quedaba un instante más.
-No sé qué me saca más de quicio: el no poder vencer aún a Genzo, o las bromas de Kaltz –y Karl se fue a su casa, con las manos en los bolsillos.

Por otro lado, en París, Taro estaba en su habitación, dibujando sin prisas, cuando Ichiro le dijo que bajara.
-¿Pasa algo, papá?
-Sí; es hora de almorzar, hijo.
Taro bajó tranquilamente las escaleras, y se sentó a almorzar con su padre. Ambos comieron en silencio, sin duda pensando cada uno en varias cosas, pero fue Ichiro quien rompió el silencio.
-Hijo, hace días te noto bastante extraño.
-Es simplemente cansancio, papá. No te preocupes.
-No es eso. La vez pasada que llegaste con Azumi te noté de mal humor.
-Ah, fue por algo que discutimos. No es importante.
-No me engañas. Desde que conocieron a ese muchacho del que me contaste estás muy ceñudo.
-Entonces debes recordar que dije que tenía un mal presentimiento con respecto a ese muchacho, papá –dijo Taro, mirando su plato.
-Pero, ¿por qué?
-No sé. Desde el primer momento tuve un mal presentimiento, y mi instinto me dice que no debo meterme mucho con él. Sin embargo, Azumi vive diciéndome que lo estoy prejuzgando.
-Dudo que lo estés prejuzgando.
-Gracias por creerme, papá, pero también me temo algo. Me temo que Azumi se enamoró de él, y algo me dice que debo evitar que eso pase.
Ichiro al escuchar eso se echó a reír.
-¿No será que te enamoraste tú de Azumi, Taro?
-No, papá –y en la mirada de Taro se notaba que hablaba muy en serio.

Rato después, Taro salió a caminar para aliviar la pesadez que tenía después del almuerzo y la tensa conversación. Se encontró con algunos de sus compañeros del equipo de fútbol, pero después, cerca de la fuente del parque vio a Azumi, quien parecía esperar a alguien.
"¿Mis poderes funcionarán desde lejos?" –se preguntó el muchacho, preocupado por su amiga. Sin embargo, no logró leer la mente de Azumi. Decidió correr a algún oscuro callejón y se transformó en una simple mosquita. Revoloteó por ahí, acercándose con cuidado a Azumi sin molestarla. Se posó en la fuente, evitando el agua que caía, y vio con creciente temor que Wataru andaba por ahí.
-¡Hola, Wataru! –dijo Azumi, saludándolo.
-Hola, Azumi-chan. ¿Cómo estás? –preguntó afablemente el muchacho discapacitado.
-Bien… -y ambos se sentaron cerca de la fuente. Conversaron al principio de cosas cotidianas, pero Taro pudo notar que ambos estaban bastante nerviosos. Sin embargo, no pudo seguir observando, ya que una libélula comenzó a perseguirlo. Bastante asustado, se transformó en libélula y volvió a su lugar. Probablemente se perdió de algo importante, porque notó que Azumi estaba colorada.
-…pues, yo también, Wataru… La verdad es que no sé qué decir.
-Entonces, ¿qué dices?
Taro se temía aquel momento. No quería leer la mente de Azumi, no quería enterarse de qué habían hablando mientras él había tratado de salvar su pellejo, pero no quería que su amiga corriera peligro alguno.
-Sí, Wataru. Sí quiero –dijo la chica, sonriendo.
Sin embargo, a pesar de todos sus presentimientos, Taro no pudo dejar de sentir alegría porque su amiga fuera feliz. Wataru podría ser alguien lleno de resentimiento, y hasta peligroso, pero Azumi no quería pensar en ello.

Con una mezcla de sentimientos encontrados, la libélula voló al callejón donde se había escondido y se convirtió otra vez en humano, probablemente asustando a algún gato por ahí .
Pasó cerca de la fuente donde Azumi y Wataru estaban hablando, ya tomados de la mano. Fue la chica quien notó a Taro caminando por ahí, y lo saludó efusivamente.
-Ah, hola Azumi-san, hola, Osorezan-san –dijo él, tratando de parecer sorprendido. -¿Cómo están?
-Bien, gracias –respondió el joven discapacitado amablemente. –Qué casualidad que hayas pasado por aquí.
-Pues sí. Aunque supongo que no es pecado caminar por el parque y encontrarse a un par de amigos míos.
-Pueeeees… -dijo Azumi, mirando en otra dirección que no fuera a los ojos de su amigo. –Queremos que seas el primero que sepa.
-¿Qué quieren que sepa?
-Que Wataru y yo ya no somos amigos.
-Es decir que…
-Acepté ser novia de él.
La noticia no cayó como baldado de agua fría sobre Taro, pero trató de parecer sorprendido.
-Los felicito –dijo con mucho esfuerzo. No le dolía, ni le daban celos, pero su instinto estaba completamente alerta. –Que sean felices juntos.
Y se fue, dejando a Azumi confundida y a Wataru dichoso.

Al llegar a casa, Taro no se sentía ni molesto, ni enfadado. Una extraña calma se había apoderado de él. Más bien, era la clase de débil tolerancia que adoramos llamar resignación. Aunque había intentado proteger a su amiga, ya no podía hacer nada, y no era porque estuviera enamorado. Él siempre había atesorado cada amistad que había hecho a lo largo de sus casi dieciséis años.
-Bueno, intenté proteger a Azumi lo más que pude, pero ya no puedo hacer más. Que sea feliz con Wataru si eso es lo que ella quiere.
Su padre le preguntó que pasó cuando Taro llegó, y él le explicó brevemente lo pasado, obviamente omitiendo ciertas partes. Acto seguido entró a su habitación y encendió su grabadora. Antes de irse a Europa, había conseguido un CD con varias canciones en japonés, y los controles de la grabadora estaban puestos en aleatorio. Justo comenzó a sonar una canción bastante romántica, a la que Taro no le había puesto mucha atención: Love You de Hiro.
-Vaya, pareciera que hoy todo está acorde con lo que pasó con Azumi. Y ahora que lo pienso, quizás me da un poco de envidia el ver que ella tiene a alguien a su lado.
Y quizás inspirado por el momento, o por la música, sacó su material de dibujo, y por alguna extraña razón, comenzó a dibujar un boceto de manga. Sin embargo, él sólo actuaba como autor, porque al terminar el boceto, se dio cuenta de que había dibujado la historia de Tsubasa y Sanae.
-Más romanticismo… A este paso voy a terminar siendo autor de un shojo manga.

Mientras todo esto sucedía en Europa, en Japón las cosas no habían sucedido como uno creía. Tsubasa, a pesar de los consejos de sus amigos y de tener toda la buena intención del mundo, no se atrevió a buscar a Sanae para confesarle sus sentimientos. La bofetada que Genzo le había dado había dejado su cara un poco hinchada, y Natsuko le preguntó qué había pasado. Sin embargo, Tsubasa no le contó la verdad esta vez.
-Por accidente me golpeé la cara, mamá. No te preocupes.
-Pues pareciera que te doliera mucho.
-Antes sí me dolía. Ahora sólo tengo la hinchazón.
Natsuko fingió que le creía a su hijo. Sabía que últimamente había tenido problemas—muchos problemas, y no quería causar más.
-Por cierto, gracias por lavar los platos del almuerzo, Tsubasa.
-De nada, mamá. Al fin y al cabo, en algo tengo que ayudar.
-Pues en eso me alegra darte la razón.
Tsubasa y Natsuko se echaron a reír por ese comentario.
-Hijo, respóndeme una cosa… ¿Qué piensas hacer al respecto con lo de Sanae? –preguntó Natsuko, más preocupada que inocente.
-Mamá, eso es algo que en teoría sé, pero que no puedo hacer.
-¿Por qué?
-Porque no me atrevo a confesarle a Sanae que estoy perdido por ella.