Capítulo III

Caprichos

Llevaba horas ya sentado tras su enorme escritorio, con el sillón de Gerencia de medio lado, observando a la distancia una gama de impares edificios, muchos de ellos, diseñados y construidos por esta misma Compañía. La cabeza apoyada en el lado izquierdo del respaldo, medio acostado en el amplio sillón, se movía suavemente como si se encontrara meciendo, los ojos dorados extrañamente melancólicos, perdidos en algún paraje de su vida, que recurrentemente lo llevaban a evocar los luminosos ojos marrones, con los que se había encontrado, después de tantos años.

El día que la conoció, o quizás el día en que reparó en la presencia de ella, fue en su cumpleaños número veintiuno, durante una fiesta que su hermano Sesshomaru se empeñó en hacer, aludiendo al hecho de que debía comenzar a frecuentar a personas de su misma "clase social", así que nadie en aquella fiesta, era realmente amigo de él, por lo que luego de las felicitaciones de rigor, se escabulló, caminando por los jardines, con una noche estrellada maravillosa, aunque algo fría, lo que no le importó demasiado, con tal de salir de aquel ambiente en el que se sentía extraño, siempre percibió una falta de honestidad enorme, en las sonrisas de aquellos, que pertenecían a la elite de la sociedad, quizás por eso era que tenía afición de acercarse a quienes sentía le daban una sincera amistad, más allá de la absurda competencia de quién poseía el último modelo de automóvil, o la mejor residencia de vacaciones en alguna playa privada. Y ahí la encontró, sentada, sobre la hierba del jardín, admirando el vasto cielo, sosteniendo sus rodillas con los brazos, pacífica y hermosa.

-¿Por qué no estas adentro?- preguntó Inuyasha, casi con timidez, temiendo interrumpir algún privado momento de aquella muchacha, que le intrigó ciertamente, ya que no recordaba haberla visto en la fiesta, y estaba seguro de que Sesshomaru se había encargado de presentarle a cada una de las jóvenes que asistieron, ella se volteó, de inmediato ante la voz, joven, pero no por ello menos varonil.

Ella de largos cabellos tan oscuros como el cielo, bajo el que se encontraban, lo observó, reconociendo de inmediato los dorados ojos que ya había visto muchas veces antes, oculta en algún rincón.

-¿Puedo? – consultó el muchacho, que llevaba como siempre el cabello suelto y largo, indicando el lugar de la hierba junto a ella.

-Claro...- se limitó a contestar, mientras volvía a enfocar sus ojos en las estrellas que la venían acompañando ya un buen rato, intentando que él no notara el sonrojo que había cubierto sus mejillas, ya que ella, lo sentía vivaz, sentía cierta atracción por aquel joven, no podía negarlo, era como su amor platónico, así que tenerlo ahora, más cerca de lo que jamás creyó, la tenía temblando, de forma imperceptible para él.

-No me respondiste – exclamó observando también el cielo - ¿por qué no estas adentro?- su voz sonaba calma y segura, amable.

-Bueno...- hizo una pequeña pausa – no estaba invitada – dijo la chica, con voz suave y conciliadora, Inuyasha la observó cuando dijo aquello algo confundido.

-¿No? – la respuesta de la muchacha lo sorprendió, y arrugó un poco en ceño

-No- afirmó ella, intentando que él le quitará aquel sentido de alarma a algo tan simple

– ¿Quién eres? – consultó

-Kagome...- respondió apoyando su mano izquierda en la hierba, para ponerse de pie, una vez hecho, sacudió los restos de pasto de sus dedos, y dejó que una tenue sonrisa adornara su rostro, mirando por un instante los ojos dorados del muchacho, que se veían magníficos a la luz de la enorme luna que coronaba el cielo, para observar luego, como él también se ponía de pie, pasándola en estatura por bastante- y te daré tres razones, de por qué no estoy en tu fiesta – continuó , gatillando aún más la curiosidad del joven.

-Dime…- pidió con los ojos encendidos por la intriga

-Uno, no poseo un automóvil costoso, dos, no he visitado jamás Paris, aunque no debo negar que me encantaría – lo último lo dijo en un tono de ensoñación que captó por completo la atención de InuYasha, el que sonrió y respondió

-No conozco Paris – al decir aquello, Kagome se sonrojo, fervorosamente, comprendiendo que por un instante su imaginación la había llevado hasta la Torre Eiffel y el río Sena, pero la voz del muchacho sonó una vez más - soy...

-…InuYasha, sí lo sé – dijo ella con tranquilidad, ante la mirada interrogante de él, que se quedó con la boca abierta sin poder decir palabra, sonriendo luego al comprender que a cada momento la hermosa joven que encontró en su jardín en lugar de despejar sus dudas, las acrecentaba más, rodeándose de un misterio que le encantaba – debo irme – continuó

-¿Y la tercera? – Dijo él, con la sola intención de retenerla un poco más

-¿Tercera?...- consultó Kagome algo confusa.

-Si, dijiste que me darías tres razones para no estar en mi fiesta – reclamó suavemente, sin dejar de mirar aquellos ojos marrones que parecían tintinear al igual que las estrellas – solo me haz dado dos…

Kagome se sonrió mientras tomaba su cabello y lo acomodaba sobre su hombro derecho, perdiendo su mirada en las luces de la residencia Taisho, imponente y exquisitamente clásica, a un costado de él, para volver a enfocar los dorados de InuYasha, sin entender, cómo, lograba sentirse tan cómoda en su compañía, siendo que hasta hace poco, creía imposible cruzar una palabra con él.

-La tercera… pues mi madre te prepara el almuerzo…de hecho esta en este momento, en la cocina y me espera - siempre consideró que de seguro él también sufría el síndrome del "niño rico", que se repetía en los lugares en los que había trabajado su progenitora.
InuYasha, comprendiendo el significado de sus palabras, ya que Kagome percibía a la perfección el ambiente en el cual su hermano Sesshomaru insistía en insertarlo y que tanto detestaba, se quedo observándola unos momentos más y notó que estaba mordiendo levemente su labio, como si deseara decir algo sin atreverse, pero de pronto InuYasha sintió que una de las manos de ella se posaba abierta sobre su pecho y estirando bastante su cuerpo, llegó con sus cálidos labios, hasta la mejilla algo fría por la temperatura.

-Feliz cumpleaños – dijo, sonriendo nerviosamente, mientras retrocedía un par de pasos, para girarse con rapidez y caminar hacía uno de los costados de la residencia.

Se había quedado ahí por varios minutos, intentado comprender la actitud tan simple de Kagome, que sin siquiera conocerlo, le había dado el mejor saludo que recibió en años, la sensación de los labios de ella, contra su mejilla, fue algo que permaneció por horas, y el bienestar de aquello, por días

De pronto el sonido del teléfono de interno, lo trajo de vuelta a la actualidad, pestañeando, como si estuviera despertando de algún sueño, oprimió el botón del aparato y habló sin levantar el auricular.

-¿Si? – consultó, con la voz ronca y seca, tragando algo de saliva, como si incluso a él le doliese la garganta de lo rudo que sonaba.

-Señor Taisho, su llamada de China – avisó su asistente, cuidando cada palabra, para que su jefe, no fuera a molestarse con ella nuevamente, aunque debía de reconocer que había llegado extraño después de su visita al piso veinticinco.

-Pásamela – ordenó cortando, para tomar esta vez el auricular y responder – Hola, cómo estas...

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Había sido un largo día, prácticamente, no había tenido mucho que hacer, hasta que llegó la tarde, momento en el que finalmente Ayame, había buscado el tiempo para explicarle algunas cosas que debía hacer, agradeciendo el buen animo de la joven de cabellos rojizos, y que las labores encomendadas no le habían costado nada. Esa noche llegó a casa y cuando logro echarse sobre la cama para descansar, no pudo conciliar el sueño, hasta muy avanzada la madrugada, lo menos que esperaba era el encontrase con Inuyasha, ¿acaso no estaba él en China, pues no, eso era evidente.

La mañana siguiente la descubrió, con un extraño animo, caminaba las pocas calles que le quedaban para llegar hasta su nuevo trabajo, este día se había pasado varios minutos extras, inspeccionando su figura frente al espejo que mantenía en su habitación, procurando causar el menos ruido posible, para no molestar, incluso Houjo, notó lo hermosa que se veía, y se lo hizo saber a través de un piropo de aquellos que siempre le entregaba y que le daban la mayor parte del tiempo un impulso necesario para salir cada día. Sus largas y estilizadas piernas, hoy iban ocultas en una larga falda que se abotonaba a un costado, permitiendo la visión de su piel algunos centímetros sobre la rodilla, cada vez que deba un paso, este día en particular llevaba puesto un abrigo, las mañana ya estaban haciéndose cada día más frías, el invierno no tardaría en llegar, aunque para el equinoccio, faltaba aún.

-Buenos días Ayumi – dijo con suavidad, aquella que caracterizaba su voz, aunque las mariposas en su estómago no dejaban de aletear ante la sola idea de encontrase nuevamente con Inuyasha, pero en cuanto llegaba aquel pensamiento, se auto convencía de que era muy difícil, él trabajaba, según lo que Jakotzu le comentó, en la Gerencia, en el piso cuarenta, no, lo más probable era que no se lo encontrara con frecuencia, y si era precavida se seguro, nunca.

-Buenos días – respondió la recepcionista, con su sonrisa intachable y calida.

Caminó hasta los ascensores, agradeciendo que había uno que estaba ya en el primer piso, apresuró un poco su paso y lo alcanzó, encontrándose de frente, con aquella sonrisa implacable del Gerente de Marketing.

-Buenos días Srta. Higurashi – dijo con aquel mismo tono desvergonzado que usara el día anterior, para referirse a sus piernas, y Kagome instintivamente, unió su abrigo en su pecho, a fin de cubrir la abertura de su falda, fue entonces que divisó a Ayame, que se encontraba a un costado de Kouga.

-Buenos días Señor Satoichi – respondió con solemnidad – buenos días Ayame – la muchacha le sonrió de un modo extraño.

-No necesitas decirme Señor, Kagome, me agrada un ambiente más calido, llámame Kouga – Kagome notó una mueca en el rostro de la joven que acompañaba a Kouga, y sus ojos esmeralda, parecieron brillar, pero no precisamente de alegría, fue entonces que comprendió que había algo más que una relación laboral entre esos dos.

Se limitó a sonreír ante la petición del hombre que vestía un elegante traje de color marrón, el cabello recogido de la misma forma que el día anterior y los ojos clavados en ella.

Se acomodó de medio lado, esperando que no se hicieron los veinticinco pisos que había que subir, demasiado incómodos, aunque lo dudaba, de hecho, se abría bajado de ser posible, pero en cuanto se abrieron las puertas del ascensor y el aire se coló por ellas, sintió un enorme alivio.

Kagome dejó su cartera sobre el escritorio y comenzó a quitarse el abrigo que tenía algunas aplicaciones bordadas en la solapa y las mangas, cuando escuchó acercarse, la voz, escandalosa de Jakotzu, con quién debía trabajar en conjunto a fin de restarle obligaciones a Ayame, lo que finalmente la iría convirtiendo en una segunda asistente para Kouga, lo único que suplicaba, era no tener que tratar con el hombre aquel a solas, no es que fuera demasiado temerosa, pero las insinuaciones de ese tipo, la incomodaban, ya había tenido que poner en su lugar a uno de sus maestros cuando estaba estudiando, concluyendo que los hombres no lograban ver a una mujer de su edad, sin esposo, sin imaginar que eran unas "come hombres".

-Kagome preciosa, que bueno que ya estas aquí – exclamó el "joven", acercándose a la mujer, para detenerse a solo unos pasos de ella, la observó de pies a cabeza – te ves realmente sensacional, divina – ella solo sonrió, pensando que después de todo, el desastre que había dejado sobre su cama escogiendo el mejor atuendo para este simple día de trabajo, no había sido en vano, pero que aunque no fuera la opinión de un hombre realmente, era una imparcial.

-Gracias Jakotzu, a ti también se te ve muy bien esa corbata de lunares rosas – respondió intentando no reír ante su propio comentario, y el rostro satisfecho de su compañero, y no era que la corbata estuviera mal, es solo que era un "detalle", tan propio de Jakotzu, que sonrió con sus labios, en este día en particular, con una tenue pincelada de brillo y Kagome se detuve a observar con detención aquello -¿llevas labial? – preguntó casi sin pensar, en realidad era como su hubiera pensado en voz alta.

Si, te gusta, por aquí lo tengo...- respondió de lo más normal su compañero, mientras se metía una mano al bolsillo de la chaqueta.

No, gracias – exclamó presurosa y algo confusa, no había tratado jamás tan de cerca con alguien que asumiera su condición homosexual tan abiertamente, era extraño, pero lo considero después de todo correcto, mucho mejor que todos aquellos hombres que andan por la vida ocultando sus reales tendencias- ¿comencemos? – consultó, para iniciar su segundo día laboral en esta Compañía.

Oh, si cariño, Ayame ya me indicó lo que necesitaba, ven conmigo, te mostraré - Kagome siguió a Jakotzu por el amplio pasillo central, dispuesta a poner en práctica su capacidad.

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Tomó el ascensor que lo llevaría directo al piso cuarenta, el traje era nuevamente oscuro, eran de los que abundaban en su armario, la corbata de un rojo tradicional, solo en lo que calculaba debían ser dos metros cuadrados de espejos y metal, se miró en uno de los laterales, y acomodó con algo de distracción el nudo en su cuello, aunque el nudo real lo llevaba dentro de la garganta, le había costado mucho conciliar el sueño, rememorando un sin fin de hechos, que por mucho que le costara reconocer, habían marcado su vida y su forma de llevarla, hace aproximadamente seis años, el tiempo que había transcurrido desde la última vez que vio a Kagome. Las puertas del ascensor se abrieron y salió al pasillo, entró en el piso y notó que la estúpida chiquilla esa que habían contratado como su asistente, no se encontraba en su escritorio.

Megumi! – exclamó, con algo menos de exaltación que el día anterior que dijo su nombre, pero los minutos transcurrían y la muchachita no ponía un pie en la oficina aún, estaba completamente solo, en la mitad del piso cuarenta, y ciertamente no le importaba.

Oprimió el botón del alta voz de su teléfono en interno, intentando marcar algún anexo, pero ciertamente no sabía a cual marcar, cortó, conocía de memoria solo algunos y los que no, le solicitaba la comunicación a su asistente, que en este caso en particular no le sería de utilidad, recordó que el de Kouga era el veinticinco, veinte y el de la recepcionista de piso, veinticinco, cero, cero. Volvió a oprimir el botón que encendía una luz roja en el aparato, y con lentitud marco el veinticinco, para luego terminar, por azar con el quince, el tono de espera alcanzó a sonar solo dos veces, antes de oír una voz estrepitosa de un delicado joven.

¿Si?...departamento de diseño... ¿si?...conteste...

Se escuchaba la voz molesta al otro lado, y entonces cortó, dejando caer pesadamente la espalda en el sillón de la Gerencia, comprendiendo que no daría con ella al azar, además si lo hacía, ¿qué caso podía tener, se puso de pie, intentando despejar su mente, ya casi alcanzaba el medio día y su asistente al parecer no tenía pensado venir el día de hoy, así que se encaminó nuevamente a los ascensores, para bajar al Departamento de Recursos Humanos y tomar cartas en el asunto, o le conseguían una persona eficiente para el puesto, o más de alguna cabeza iba a rodar en aquella alfombra.

Subió y en cuanto estuvo dentro de aquel mismo espacio rodeado de los espejos, oprimió el botón del piso al que se dirigía, las puertas se cerraron y metió las manos a los bolsillos del pantalón, bajó la mirada y se quedó observando con una paciencia perdida en el tiempo, su calzado, perfectamente lustroso, el ascensor se detuvo y sus ojos se clavaron en la pantalla de cristal líquido en el que se marcaba en piso en el cual se había detenido, ya que encontró demasiado corto el viaje haber retrocedido los treinta y tres pisos que lo separaban del Departamento de Recursos Humanos, pero sus orbes doradas se abrieron de forma descomunal, al comprobar que estaba nada más y nada menos que en el mentado piso veinticinco.

Maldición – masculló entre dientes, cuando las puertas se abrieron, comprendiendo que su deseo había sido más rápido que su razón, se quedó unos segundos aún con la espalda apoyada, para luego tomar el impulso necesario y oprimir nuevamente el botón, esta vez del piso siete, cuando las puertas comenzaban ya a cerrarse, pero en lugar de aquello, el símbolo de abrir, fue el que se iluminó, y salió hasta el pasillo, caminando con un paso calmo y arrogante, como un león que se pasea en medio de la manada, sabiendo que el resto debía rendirle honores. Cuando Sango lo vio, le saludo con una amable sonrisa, por un momento pensó en que haría bien en llevarse a esta chica hasta su piso y suplir con ella el lugar que obviamente quedaría vacante. Cuando paso frente a uno de los escritorios, que reconoció perfectamente como el que ocupaba Kagome el día anterior, no pudo evitar dar una mirada fugaz al interior, notando que ella no se encontraba, apretando la mandíbula en señal de desaprobación. Para luego de algunos pasos más llegar hasta la oficina de Kouga, y sin mucho reparo irrumpir en ella.

Buenos días – dijo, con la voz, tranquila, pero igualmente ronca e imponente, cada palabra salida de su boca, parecía una orden, aunque intentara una suplica, probablemente jamás la conseguiría.

Bueno días- respondió Ayame, poniéndose de pie, comprendiendo que debía dejar a ambos hombre a solas, así que cerró al puerta e silencio tras ella.

Inuyasha...- dijo Kouga, descansando en su sillón, mientras observaba a su amigo con una curiosa sonrisa - ¿tú por acá dos días seguidos?.

Kouga, tenemos que hablar...

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Kagome se quedó observando extrañada a su compañero de trabajo, que entró con ambas tazas de café, en las manos, como ido, y sin emitir el más mínimo sonido, ninguno de aquellos ruidosos saludos o apreciaciones.

¿Qué sucede Jakotzu? – preguntó, tomando las tazas que el joven traía, a fin de ponerlas sobre uno de los escritorios.

He tenido una visión sublime – dijo, sacando de entre sus ropas un pañuelo impecablemente blanco, con una de sus esquinas bordadas, para secarse, el inexistente sudor de su frente, mientras que palpaba una silla, a fin de sentarse antes de desfallecer.

¿Qué haz visto? – consultó, creyendo que el pobre de seguro estaba consumiendo demasiada cafeína.

Al hombre más maravillosamente hermoso que existe – continuó, hablando con una convicción tan absoluta que Kagome no pudo poner en duda su estado de embeleso - ...a Inuyasha Taisho...ah...- dejó escapar un suspiro, ante la mirada incrédula de la mujer.

Tú estas enamorado de él...- afirmó ella, con los ojos abiertos de par en par.

Con toda mi alma...

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Una vez más la conversación entre estos dos amigos, terminaba en un golpe sobre el macizo escritorio de madera de Kouga.

¡Por qué esa obsesión por ella! – exclamaba a viva voz Kouga, en el instante en que dejaba caer un nuevo golpe y mostraba un aspecto tan feroz, que parecía que en cualquier momento mordería a InuYasha.

¡No es una obsesión! - se defendía el hombre, enfocando sus ojos furiosos. En los celeste de el joven al otro lado del escritorio. – y pareces un estúpido lobo en celo, mirandole las piernas en el pasillo.

¡Y tú, una bestia celosa – InuYasha, reprimió un nuevo golpe sobre el escritorio, aquellas palabras le habían molestado más de lo que estaba dispuesto a aceptar

Se dio la vuelta para marcharse, no sin antes dejar que sus ojos dorados se clavaran a fuego en los de Kouga, dejándole en claro que podía tener razón, pero que él ya tenía una decisión tomada.

Esta decidido desde mañana, esa chica trabaja como mi asistente.

Minutos más tarde, Ayame se encaminó hacia el departe maneto de diseño, lugar en el que se encontraba Kagome, junto a un aún extenuado Jakotzu.

Kagome...- dijo con un tono que incluso llegó a asustar a la muchacha, pues perecía que le iba a informar sobre la muerte de alguien, de sí misma.

¿Si? – consultó sin salir de la impresión que le dejara la forma pausada en que Ayame se dirigía a ella.

El Señor Taisho, te ha pedido como asistente – Kagome abrió los ojos casi, con espanto – desde mañana trabajaras en el piso cuarenta...

Continuara...

N/A: Pufff, soy pésima, para estas notitas, y ya me estoy cayendo de sueño...

Besitos

Anyara