Capítulo VII

Una extraña visitante

Cuando Miroku finalmente termino de recorrer el largo pasillo, se encontró con una mujer que inmediatamente calzó con la voz que llevaba en su tímpano, sonrió abiertamente, mientras que arreglaba un poco la postura de su chaqueta, más por capricho, que porque en realidad lo necesitara. Ella simplemente dejó que sus labios esbozaran un delineado cálido de bienvenida, como lo hacía con todos los que llegaban a este Departamento.

-Buenos días – dijo la mujer observando con tranquilidad los ojos de un tono azul profundo – mi nombre es Sango, ¿en qué le puedo ayudar? – consultó como era costumbre.

-Buenos días bella Sango, soy Miroku, para lo que se le antoje – respondió el hombre extendiendo su mano hacía ella, dejándola con una expresión visiblemente asombrada, estaba acostumbrada ya a tratar con un sin fin de personas que visitan estas oficinas, pero hasta este día ninguna, le había causado tal impresión. Aclaró un poco la garganta con el fin de darle seriedad a la situación.

-Usted dirá – pronunció con la voz calma, la recepcionista, pero obviando la sonrisa que hasta entonces adornaba su rostro, preguntándose ¿qué clase de chofer tenía el señor Taisho?

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Se encontraba Jakotzu, parado en la punta de sus pies, extendiendo el cuello en extremo, intentando observar por sobre las divisiones que existían en la parte central del Departamento de diseño, como buscando a la distancia a algo o alguien.

-No logro verlo Kagome…- decía con el auricular del teléfono pegado al oído - ¿estas segura que venía hacía acá? - insistía el joven, mientras que la mujer al otro lado del aparato le confirmaba con gran paciencia.

-Si Jakotzu, al menos eso fue lo que dijo, que tenía una junto con Kouga – confirmó la joven asistente, ya algo cansada de la desesperación del amanerado muchacho, pero igualmente sintiendo cierta culpabilidad, al recordar el incidente suscitado hace algunos días con InuYasha y sabiendo que Jakotzu confiaba en ella.

-No lo veo…- decía casi al borde de la histeria -…ay no, dónde esta mi adorado InuYasha…- continuaba lloriqueando el joven, hasta que su voz y su animo cambiaron, dando un casi grito en el auricular, que obligó a Kagome a retirarlo con rapidez de su oído - ¡ahí esta, ahí… mi lindo InuYasha…! – concluyó respirando al fin, escuchándose su tono embelesado y romántico.
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Llevaba ya los boletos que Miroku le trajera, en sus manos, eran asientos preferenciales en la parte alta de auditórium, sabía perfectamente que a Kagome le encantaban este tipo de eventos, y esta loca idea que había tenido, parecía una buena salida, para toda la tensión que parecía crecer mas y mas entre ellos, desde que hace algunos días se dejo llevar por la pasión que ella le genera prácticamente a toda hora, y es que a diferencia que en el pasado, Kagome era toda una mujer y vaya que mujer, sin contar con que él, ya no era un muchachito.

En cuanto entró a la oficina y la divisó sentada tras el escritorio, notó que cortaba el teléfono con cierta rapidez, lo que de alguna manera lo molesto, ya que de seguro estaría en alguna llamada romántica con ese hombre que al parecer compartía con ella más que una simple amistad, cerró la mano en un puño, y tensó la mandíbula buscando en su grueso vocabulario, alguna frase lo suficientemente molesta como para dejarle caer, pero reparó que aún seguía con los boletos del ópera en su mano y se apresuró a meterlos en el bolsillo de la chaqueta, soltando el aire e intentando contener sus celos, a fin de no terminar arruinándolo todo.

-Kagome, ven a mi oficina, necesito que veamos un asunto – ordeno, con la voz ronca y exquisitamente sensual, según pensó Kagome, mientras que pasaba frente a su escritorio, con la espalda recta y el cabello, cepillado de esa forma que tanto le gustaba, listo para que sus dedos se deslizaran por el, los ojos fijos en el camino, el paso seguro y varonil, dejando el aire impregnado de aquel inconfundible perfume, recordando la firmeza de sus brazos al contenerla contra la puerta días antes, de aquella forma tan fiera que le hablaba del hombre en que se había convertido, sin poder evitar imaginarlo con alguna mujer, de seguro una de tantas a las que había tenido en el lecho. de pronto un suspiro se le escapó – Kagome… - insistió el hombre ya en la puerta de su oficina, con el ceño arrugado y preguntándose si la llamada que la mujer recibió había sido tan fascinadora, para que ni siquiera lo escuchaba.

Kagome se puso de pie, permitiéndole ver las extensas piernas, que hoy, como el primer día en que piso, Shikkon Company, se dejaban observar, bajo una falda del largo perfecto, los tacones medianos, que le ayudaban a definir la pantorrilla con delicadeza y una blusa levemente ceñida a la cintura, un rizo travieso cayendo sobre su pecho derecho, siguiendo la curva de éste. Salió de su trance, solo cuando la tuvo de pie frente a él, "maldición", le oyó decir a su mente, ante la cercanía de escasos centímetros, unida a que sabía perfectamente que ella era como una droga, de la que se volvería adicto si permitía que recorriera su interior otra vez.

Una vez que ambos estuvieron sentados a cada lado del amplio escritorio de InuYasha, él tomó una carpeta de color marrón, y la abrió , dejando una serie de documentos a la vista de Kagome, que como su asistente, debía estar relativamente al tanto de cómo estaban funcionando las cosas dentro de la Compañía, después de todo su labor no era menor, todo lo contrario.

-Como estarás enterada – comenzó su diálogo el hombre, con la vista baja y puesta en los papeles frente a él, chequeando algunos, en busca de algo en particular – estamos a punto de firmar una sociedad, en la que se han invertido gran cantidad de recursos y tiempo – cuando finalmente dio con el objeto que buscaba, una fotografía, tomada hace algunos días en su viaje a China, la extendió en dirección a las manos de Kagome, que la recibió, percibiendo el suave toque de los dedos de InuYasha, que la miró fijamente y con sorpresa al igual que ella, aquel había sido un roce completamente involuntario, el primero, luego de la cercanía que compartieran junto a la puerta de esta misma oficina.

-¿Quienes son? – consultó, restándole importancia a la inconsciente caricia que la había hecho estremecer, fijando la mirada en las figuras que aparecían en la imagen, notando de inmediato algo que le apretó el estómago en un segundo.

-Es parte de los ejecutivos de Shinidama-chuu Company, al menos una rama de ellos, los cinco que vez a tu derecha en la fotografía, serán nuestros invitados en los próximos días, por lo que necesitaré de tu ayuda, de forma completa – aclaró el hombre, mientras cruzaba sus manos bajo el mentón, sirviéndoles de apoyo, observando al igual que ella la imagen.

-¿A qué te refieres con "de forma completa"?- consultó algo distraída, pero lo cierto es que toda su atención estaba puesta en una bellísima mujer de largos y lisos cabellos negros, con una mirada misteriosa, y los brazos de InuYasha rodeando sus hombros, demasiado inclinado hacía ella, al menos para su gusto.

-Pues que habrá una serie de reuniones y eventos, en los que necesito de tu asistencia – dijo, notando la seriedad con que Kagome analizaba la fotografía, no pudiendo resistir una sonrisa arrogante – los que incluyen una cena que durará probablemente hasta muy avanzada la noche. Kagome entonces lo observó, como organizando las ideas en su cabeza.

-Entonces debo… esta bien…- dijo, dudando, después de todo a InuYasha no debían importarle sus obligaciones fuera de la Compañía, ni lo que ella dejara de lado, por cumplir con su trabajo.

-Estamos de acuerdo entonces – concluyó, mientras que se disponía a cerrar la carpeta, observando como Kagome volvía a fijar la mirada en la imagen que continuaba e sus manos – me la devuelves – le dijo, extendiendo la mano esperando la fotografía, Kagome se la entregó, en el momento en que ambos escucharon el timbre del contestador que daba a la puerta principal. Kagome se dirigió hasta el, y al responderlo, la voz, profunda y femenina se escuchó.

-Quiero ver a InuYasha, soy Tsubaki – Kagome arrugó el ceño, quien diablos se creía esta mujer, mire que venir a darle ordenes sin el respectivo saludo.

-Buenos días, espere aquí un momento – dijo cordialmente Kagome, sin que se notara un ápice de malestar en ella, a pesar de que sentía un profundo malestar frente a aquella mujer, pero antes de recorrer la mitad del camino en dirección a la amplia puerta de ébano, la figura de la visitante, envuelta en un largo abrigo de piel, lo que acentuaba aún más el desagrado de Kagome, paso junto a ella, casi haciéndola a un lado, para empujar con su mano una de las puertas, era obvio que conocía muy bien el camino.

-Como siempre te ves estupendo tras ese escritorio – dijo desde la puerta la mujer de cabello oscuro, con algunos toques grises, los tacones altísimos, y la mirada segura y coqueta, tanto, que a Kagome pareció hervirle la sangre. InuYasha se hecho hacía atrás en el cómodo sillón Gerencial, como si estuviera escrutando descaradamente la figura de la mujer, y a ella no parecía molestarle, para luego indicarle, con una sonrisa arrogante y satisfecha, la silla que se encontraba frente a él -¿me extrañaste? – consultó, mientras que Kagome seguía de pie en la puerta.

-¿Quieres un café o algo? – consultó InuYasha muy cortes a su invitada.

-No, solo dile que nos deje solos – pidió la mujer con aquel mismo tono sensual y coqueto, pero a la vez tan despectivo para con ella, ¿es que acaso no era este tipo de personas las que InuYasha detestaba?

-No queremos nada Kagome, puedes retirarte – dijo el hombre, apenas dirigiéndole una mirada a la mujer en al puerta – y que no nos interrumpa nadie.

-Si Señor – respondió con seriedad y la voz segura, cerrando al salir completamente de la oficina, apretando los puños con fuerza, al caminar por el pasillo hasta su escritorio, estaba tan molesta, y lo peor era que no podía quitar de su mente los ojos dorados de InuYasha posados en la figura de la mujer que entró como una antigua conocida pasando por sobre ella como si no existiera – que rabia – dijo, mientras se sentaba, con la voz lo suficientemente cargada como para descargar en algo su malestar, pero en un tono leve, para que nadie la escuchara.

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Tenía algunos papeles sobre el escritorio, la pantalla del computador abierta en una hoja de trabajo, el lápiz entre los dedos, con un vaivén que cada tanto, golpeaba sobre los papeles, el reloj en la pared, marcando las 13:45 hrs., solo le faltaban quince minutos para ir a su descanso y almorzar, pero no era aquello lo que la tenía observando la hora a cada momento, más bien el hecho de que InuYasha contaba con una hora y veinticinco minutos dentro de su oficina con la tal Tsubaki, y su mentecilla no dejaba de maquinar algo para poder sacarlos de ahí, ¿Qué demonios estarían haciendo?. Entonces fue que el teléfono sonó, dejándola oír la melodiosa voz de Jakotzu, quién al enterarse de con que su "lindo" InuYasha estaba con esa mujer.

-¡Qué!...- gritó en el teléfono el joven casi a punto de caer desmayado -… ¿cómo permites que se queden a solas? – consultaba, como si ella tuviera que saber algo.

-¿Por qué lo dices? – preguntó con exigencia Kagome - ¿ella es algo de InuY… de señor Taisho? – continuó algo atropelladamente debido a su urgencia por una respuesta.

-¿Qué si tiene algo?...ufff, niña, creo que a ti te falta por vivir – respondió Jakotzu, mientras que Kagome arrugaba el ceño al otro lado de la línea, intentando descifrar a lo que se refería – esa mujer ha hecho de todo por modificar su estado civil y pasar a ser socialmente la flamante esposa de InuYasha Taisho, y creeré, tras esa puerta de seguro ya lo ha hecho todo. El aparato le dio a la asistente de cabello azabache, que alguien más intentaba comunicarse.

-Tengo que cortar Jakotzu, estan llamando – dicho aquello, cortó la línea y respondió con la voz lo más calmada posible – Buenas tardes, Gerencia General.

-Qué voz tan dulce tienes al teléfono Kagome – fue lo que escuchó como respuesta la mujer, reconociendo de inmediato de quien se trataba.

-Señor Satoichi, en que puedo ayudarle – consultó, sabiendo que según lo descarado que el tipo parecía, podía solicitar cualquier cosa, pero al parecer no estaba solo, ya que se limitó a pedirle que le avisara a InuYasha que estaba listo para el almuerzo que tendrían juntos este día.

Kagome encontró en ello la excusa perfecta, ya que sabía bien que este almuerzo lo había acordado con varios días de anticipación InuYasha y Kouga y si ella no cumplía con su labor de informarle a su jefe, este podría molestarse. Retuvo por un instante el auricular en su mano, con el fin de dirigirse a él vía telefónica, pero luego otra idea cruzó por su mente, más allá de si estaba bien o no, ella tenía que saber lo que estaba sucediendo en la oficina que llevaba ya demasiado tiempo cerrada. Caminó a paso decidido, por la alfombra del lugar y una vez que estivo frente a la puerta, tomó la milla con su mano derecha y con la izquierda dio apenas dos golpes y rápidamente abrió.

-Disculpe…- dijo, abriendo sorprendida los ojos al ver a Tsubaki, sin su abrigo, sentada sobre el escritorio, casi frente al sillón Gerencial y a InuYasha de pie a centímetros de ella, acomodando su camisa dentro del pantalón.

-Pedí que nadie nos molestara – exclamó el hombre en un tono serio, y con aquella voz ronca que tenía cuando una orden de é no era respetada.

-El señor Satoichi, dice que lo espera para su almuerzo – continuó irguiendo el cuello, logrando que se viera más extenso y su postura elegante, siendo notada de reojo por Tsubaki, la que reparó en que los ojos dorados se quedaron fijos en los marrones de la asistente.

-Esta bien – respondió, asegurándose de dar un paso seguro en su salida del lugar, caminando de forma elegante y tranquila, aunque el corazón le latía de forma desbocada, Jakotzu tenía razón, cómo podía InuYasha ser tan descarado de estar, aggggrrrr, de solo pensarlo gruñía molesta en su mente, suspiró tranquila y le respondió a Kouga, luego de ello, salió con su cartera y se fue a su descanso, faltaban cinco minutos para las dos, de la tarde, pero no le importó, necesitaba aire fresco, incluso el que había en medio de la ciudad le serviría.

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Cuando volvió de su almuerzo, alrededor de las cuatro de la tarde, Kagome estaba de pie frente al ventanal, bebiéndose una taza de café, InuYasha la observó caminando con lentitud hacía ella, con el fin de contemplarla un poco, su figura esbelta, con aquella falda ceñida que le llegaba justo bajo la rodilla, estilizándola aún más, los tacones este día eran algo más altos, la blusa holgada el cabello libre por la espalda, sentía deseos de asirla por la cintura y pegarla con fervor contra su pecho, para poder llenarse del aroma que desprendía su negra cabellera, besarla y empaparse en la miel de su amor, pero se limitó a ponerse de pie junto a ella y mirar el paisaje.

-¿El barrio en el que vives es tranquilo? – consultó, quizás como una forma de buscar un tema de conversación.

-Si lo es – fue toda la respuesta que recibió, la voz sonaba calma, pero ligeramente afilada, mientras que Kagome, se llevaba la taza nuevamente a los labios. InuYasha se sonrió de forma leve y arrogante, recordaba esa actitud en ella, era la misma que había adoptado el día que Sesshomaru trajo a una hermosa chica de unos dieciocho años, hija de un importante empresario, Kana, tenía intenciones de que se casarlos, sabiendo que con ello estaría acrecentando el patrimonio de la familia.

-Kagome, por favor, cuantas veces tengo que decirte que no hay compromiso entre Kana y yo…- llevaba un buen rato, persiguiendo a la muchacha por los jardines de la residencia, lugar que se había convertido en su punto de reunión, desde que hacía ya siete meses, desde que luego de la fiesta de su cumpleaños, InuYasha logró que Kagome aceptara una invitación al cine, la película, "Drácula, el amor nunca muere", una extraña película para una primera cita, pero que sin embargo los llenó a ambos de un hermoso sentimiento de que a pesar de la adversidad el amor permanecía y era capaz de perdonar todo y purificarlo también.

-No tienes nada que explicarme, tú y yo, tenemos una relación sin nombre, por lo tanto, no soy nada tuyo y no hay nada que explicar, puedes hacer lo que desees…- le respondió ya por tercera vez, mirando hacía un lado, sin enfrentarlo directamente, con el mentón en alto y la voz orgullosa, y es que en parte tenía razón, jamás se preocuparon de "bautizar" su relación de alguna manera, no le había pedido nunca que fuera su novia, simplemente el amor avanzó.

-Si lo sé… jamás te he pedido que seas mi novia…- dijo con la voz algo apagada, ella entonces lo miró, y fue ahí que InuYasha comprobó el brillo de las lagrimas en los ojos de Kagome, la tomó por las mangas de la blusa que vestía y la atrajo hacía él, aferrándola con fuerza a su cuerpo, besándola en el cabello – esta ya no será más una relación sin nombre…desde ahora eres mi novia, por que te prometo Kagome, que en poco tiempo más, cuando pueda independizarme económicamente de Sesshomaru, nos casaremos, y te llevaré a Paris…- la separó unos centímetros de él.

-InuYasha…- musitó ella con algo de incredulidad, era extraño, pero el corazón se le embargaba de amor, sabía que eran jóvenes, pero al estar entre sus brazos, el mundo era pequeño para ellos.

-Lo sé, ¿y el anillo?...- metió su mano en uno de los bolsillos de su pantalón, y formando un anillo imaginario entre sus dedos, lo acercó a la mano de Kagome que mantenía tomada, introduciendo el invisible objeto en su dedo anular – este vale más que uno real, esta hecho con mi amor, por ti…

-¿Quieres un café? – consultó su asistente, sacándolo de forma abrupta del recuerdo que tenía matices felices y dolorosos, tantos recuerdos que estas últimas semanas en compañía de Kagome, poblaban su mente invadiéndolo incluso.

-No gracias – respondió

-Bien – dijo ella con la voz armoniosamente seca, como si cortara el aire con sus palabras.

-Kagome, verás…- hizo una pausa, sintiendo vértigo al tener que formular la pregunta - … tengo unos boletos para una obra esta noche y me preguntaba…

-No gracias – respondió ella antes de que él intentará invitarla, luego de su respuesta tan abrupta, cerró los ojos, pensando que tal vez solo estaba haciendo el ridículo al comportarse como una novia celosa – lo siento…- dijo ya más calma.

-Es una ópera, "La Bohéme" – continuó, omitiendo la negativa que ella había puesto primeramente – sé que te gustará, tómalo como una disculpa por mi conducta.

-No sé…- dijo por un momento la mujer, pensando en que InuYasha podía parecer un caballero, y lo cierto es que moría por él, pero ¿confiar?

-Te prometo que me comportaré – Kagome suspiro, sin poder evitar ver en los ojos dorados de InuYasha la suplica de un niño.

-Esta bien…-

Sonrió complacido, mientras caminaba hasta la puerta de su oficina, no sabía muy bien que lo había motivado a comprar aquellos boletos, ni que era lo que realmente buscaba al salir así con ella, en esta especie de cita, lo único que tenía muy es que esta debía de ser una noche especial. Se apoyó en el umbral y observó la figura de aquella mujer, con el cabello azabache cayendo con los rizos formándose justo sobre la cintura, no pudo evitar cierto cosquilleo en sus dedos al sentir la hebras recorrerlos, cuando acarició la espalda desnuda, antes de llegar a ellos, aquella única vez, pero quizás no la última…

Continuará…

UHF, este si ha sido un capítulo maratónico, escrito casi dos veces, ha sido un caos, espero que les guste y que dejen mensajitos, a propósito Keren, me encantan tus mensajes… y gracias a todos por su apoyo.

Besitos

Anyara