Peregrino.
Seré un Discípulo Blanco. Para eso nací. Para eso me criaron. Eso es lo que mi madre hubiera querido.
Aquí, frente a su tumba, juré que lo haría. Pero ahora… ¿en realidad debo hacerlo? El día de mi iniciación se acerca. Aunque sólo es una formalidad, una ceremonia. Casi todos los jóvenes de la ciudad entraron al seminario, incluso el hijo del herrero. Eso significa que la herrería y el negocio de armas será propiedad de la Orden en un futuro no muy lejano. No sé, pero no creo que eso sirva de mucho… después de todo, es raro que vengan viajeros por aquí, y ellos son los únicos que compran las armaduras rojas sagradas de Devota.
Pronto tendré mi armadura roja. Durante tres lunas llenas he vertido mi sangre en una vasija. Esta noche estará llena, y al amanecer lavará mi armadura con ella, la llevará ante el Obispo y seré nombrado Emisario de Berruga.
… y si decido seguir con esto hasta el final… enfrentaré la prueba final y seré un Discípulo Blanco, y llevaré mi armadura bajo la túnica.
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Ya está hecho. Esta armadura corriente se ha elevado. Y sin embargo… a mí me parece igual, sólo que ahora me provoca una cierta… ¿repulsión? Ha perdido todo su brillo, y, además, la sangre no está distribuida uniformemente. Esto es asqueroso, pero… al obispo le ha gustado, y me ha investido Emisario. Ahora comienza mi viaje, predicando las palabras de Berruga. Iré a Lhasa, un pequeño pueblo en el Tíbet.
Camino a Lhasa, me siento incómodo con esta armadura. Sé que su poder no viene de mi sangre, pero sí viene de ella ese olor que atrae a las bestias hambrientas del bosque y aleja a cualquier presa que pudiera capturar. La carne de lobo es repugnante y dura… más bien chiclosa. Pero comiendo lobos me estoy convirtiendo en uno, y cada vez menos de ellos me atacan. Al contrario, van conmigo, como si fueran perros. Quizá fue así que fueron domesticados…
De vez en cuando encuentro grupos nómadas. Algunos son amistosos; otros, suspicaces. Pero doquiera que voy comunico el mensaje de Berruga, y hay quienes lo acogen y quienes se burlan, diciendo que si nos dedicamos a recordar los logros de otro, quiere decir que no hemos logrado hacer nada nosotros mismos.
Cuando escuché eso, me quedé impactado. No he vuelto a predicar desde entonces, y evito a los nómadas. Son pueblos muy extraños… no pertenecen a ningún lugar y, sin embargo, pareciera que cada zona que visitan los recibiera con gusto, sin importar si es un desierto.
Pero los nómadas no me importan ya. Tengo que seguir hacia Lhasa. Allí escucharán y apreciarán la palabra de Berruga. Sólo me queda una montaña por escalar. Cuando descienda, estaré en Lhasa.
