Mensajero.

¡Lhasa!

Maldita la hora en que llegué a ella. Malditos sean sus blasfemos moradores. Malditos sean sus monjes. Y, sobre todo, maldito su Lord Kumari. Ese hombre… se ha atrevido a decir que todo lo que Berruga hizo es una mentira. ¡Hereje!

Al llegar, lo reconozco, los admiré. Aprovechaban todo. Todo lo que encontraban en su camino era para crecer. Incluso me parecieron sabios sus conocimientos de astronomía y del cuerpo humano. Ciertamente, iban más allá de lo que esperaba. Quizá la Orden Blanca podría aprender de ellos…

Y, entonces, cometí el mayor error. Pedí que me llevaran ante el más sabio de entre ellos. Y me llevaron con Lord Kumari.

¡Él también me engañó al principio! Tenía una apariencia demasiado joven. A lo mucho tendría treinta años. Pero cuando habló… me recordó al obispo. Pero era distinto. Lord Kumari… él…

¡No! No puedo permitirme creer nada de lo que ha dicho. Si él es su líder, y ha rechazado la palabra de Berruga, dudo mucho que alguien más acepte mis enseñanzas. Debería irme, pero… Lord Kumari me invitó a quedarme por lo menos una noche. Y yo, estúpidamente, acepté. ¿Porqué hice eso? No tiene el más mínimo sentido que me quede. ¿Cómo logró convencerme? En fin. Sólo dormiré aquí y mañana, a primera hora, partiré. Quizás no debería darme por vencido tan fácilmente, pero… se ven tan convencidos de sus creencias… qué envidia me dan. Tal vez sí debiera quedarme una temporada; aunque no logre convertir a nadie, por lo menos aprenderé a creer.

-· /-·-/ ·-

Uno de los monjes ha venido a despertarme, diciendo que Lord Kumari deseaba verme. A pesar de lo intempestivo de la hora y el frío que seguramente hacía afuera, acepté. Lord Kumari está en el "lugar de la muerte" de Lhasa, mirando el firmamento. No hablo. La nieve amortigua el sonido de mis pasos. Sin embargo, él sabe que estoy aquí.

—Es el olor de la sangre lo que te identifica.

—¿U… usted… puede leer la mente?

—No precisamente. Pero todos los seres en esta Tierra, e incluso los elementos, estamos conectados por un vínculo especial con un ser supremo.

—…

—Berruga no es un dios.

—¡Pero…!

—Los dioses no existen.

—Entonces, este "Ser Supremo"…

—Es la Tierra misma. O, mejor dicho, su alma. Se llama Gaia.

—Mf.

—Tu vínculo con los lobos… no se debió a que te adueñaras de su esencia, sino a que jugaron el mismo juego. Actuabas como un lobo, por tanto, eras uno de ellos.

—Eso ya lo había descubierto, gracias a las enseñanzas de Berruga.

—¿Por qué tratas de engañarte?

—¿Eh?

—Sabes bien que Berruga era un científico que se especializó en ingeniería genética aplicada a los humanos. No existe la más mínima posibilidad de que haya estudiado el comportamiento de los lobos.

—Pero Berruga…

—Tenía una mente brillante, pero débil. No era más que un vasallo.

—¿De quién?

—Eso, me temo, deberás descubrirlo tú mismo.

—…

—Puedes quedarte aquí, dejar de fingir lo que no eres y limpiar esa armadura. No tienes que ser el emisario ni el discípulo de alguien a quien no conoces. A cambio de eso, puedes ser uno con Gaia y apreciar los regalos que tiene para ti. Alégrate.

Maldita seas, Lhasa, por obligarme a tener que huir de ti como un ladrón. Ahora que te dejo atrás, sé que no quiero volver a verte. Quiero olvidar todo.

Quiero que Lord Kumari nunca haya existido, y yo nunca lo haya escuchado.

Lo único que me llevo de Lhasa es un gran alivio.

Devota no es el Infierno.

El Infierno soy yo.