Revisado por Florence Rose
10. Indecisiones de Lucius
(13 diciembre 1995)
El ambiente de Navidad se sentía a cada paso. A lo largo del Callejón Diagon había una fila de los altos abetos, adornados con bolas coloradas, que cada momento cambiaban sus colores, estallando en haces de chispas. Entre los ramos bailaban fueguecitos bailarines, en el aire nocturno flotaban estrellas pequeñitas que canturreaban los villancicos en voz bajita.
Severus se abrió paso en la muchedumbre de brujas y magos, amontonados frenta la entrada de la bien alumbrada galería. De dentro se oía un incesante bullicio de voces, mezclado con los sonidos de rítmica música árabe. Encima de la puerta de oro había una inscripción: "SÉSAMO – el paraíso para cada uno".
Sin mirar al escaparate que tentaba con mil y uno regalos exóticos, Severus fue hacia la fachada blanca del Banco Gringott. Pero eso no era el objetivo de su visita de hoy. Pasando al lado de una pastelería, llena de niños gritando, Snape se paró y, al mirar a su alrededor, torció rápidamente en una estrecha calle oscura.
De un golpe todo el ruido calló y las luces del Callejón Diagon disminuyeron, como si los hubiera separado la espesa niebla gris. Sopló el viento glacial. Severus se echó la capucha y comenzó a descender abajo, hacía el corazón del Callejón Knockturn.
La callejuela parecía totalmente desierta. No se oía nada fuera de crujido de la nieve bajo las botas del Maestro de Pociones. Las tiendas estaban cerradas y sus ventanas eran negras, pero Snape estaba seguro que en las tinieblas se ocultaban y lo observaban ojos vigilantes y malévolos. Una vez le pareció que en la oscuridad se vislumbraba una encorvada silueta imprecisa, se quedó inmóvil por un momento como si observara al viajero solitario y después se desvaneció en la niebla.
Severus se detuvo frenta a la puerta de una tienda abandonada y golpeó, tres veces rápidamente y un vez despacio. Nadie contestó. Golpeó de nuevo, esta vez más fuertamente. El silencio. Maldijo y estaba a punto de sacar su varita, cuando oyó pasos vacilantes y alguien se paró al otro lado de la puerta.
¿Maestro Snape...? – susurró con recelo una voz chillona.
- Sí, soy yo - gruñó Snape ¡Abre, Goldfang!
La puerta chirrió y en una rendija estrecha apareció una calva cabeza de un hombre bajo y rugoso. En su mano nudosa había una lamparilla ahumada. Sus ojos entornados examinaban a Snape con distintiva desconfianza.
¿Cuánto tiempo me vas a tener al frío- se impacientó Snape.
Goldfang sonrió con compasión y se hizo a un lado, dejando entrar a Snape.
- Perdone, señor – dijo con una mueca lúgubre – pero ahora hay que tener cuidado a quien se abre la puerta.
¿Qué pasó? – preguntó Snape, quitandose la capucha y sacudiendo la nieve de sus zapatos.
¡Los Aurores! – Goldfang escupió con rabia – Unos aparecieron aquí hace una semana. Rebuscaron todo el local. Dijeron que me vigilarían.
¿Encontraron algo interesante? – preguntó Snape sin gran interés.
Goldfang sonrió maliciosamente.
¡Qué va! Yo dirijo un negocio legal, nada de Artes Oscuras – en la luz de la lamparilla sus ojos brillaron como los de un gato. – Pero con Borgin fue la otra historia. Requisaron unos objetos muy valiosos...– suspiró con compasión fingida.
Toda persona que frecuentaba el Callejón Knocturn sabía que Borgin y Goldfang eran enemigos desde hace años.
- Dicen – continuó Goldfang, contento de poder contar una historia tan fresca – que estos Aurors no tienen el apoyo del Ministerio. Pero saben bien que nadie de Knocturn irá a Fudge para protestar.
En vez de lamentarte, alégrate que no hayan encontrado nada en tu local – dijo Snape fríamente, bastante aburrido del parloteo del mago.
- Pero me asustaron a los clientes – gemió Goldfang. – Además, usted verá.
Llevó a Snape a la trastienda, toda cargada de grandes cajas de madera. Sorteándolas se acercó a la pared opuesta, cubierta por una espesa capa de polvo y de telarañas. Sacó la varita, tocó un ladrillo y murmurró unas palabras en voz baja. Sin ruido la pared desapareció, mostrando una puerta maciza.
¡Bienvenido! – por primera vez esa tarde Goldfang sonrió tan ampliamente que descubrió los dientes torcidos y entre ellos un afilado colmillo de oro.
Abrió la puerta y el aire pesado brotó en la cara de Snape. La sala grande estaba oscura, solo tres lamparillas, pendiendo del techo, ardiendo lentamente. Bajo las paredes había mesas largas de madera, a ellas estaban fijadas unas vagas figuras, a solas o en grupos. Detrás de un gran mostrador estaba una corpulenta bruja sonrosada que miraba orgullosamente la sala. De vez en cuado gritaba algo en voz ronca a uno de los clientes y entonces un cuervo, que dormía en su hombro, levantaba la cabeza y le acompañaba chillando.
Severus bajó la escalera de tres peldaños y se fue hacía una mesa escondida en el rincón más oscuro de la sala. Sobre el banco de madera estaba sentado un hombre, envuelto en un abrigo gris. Snape le echó una mirada fría y sin decir una palabra se sentó al lado opuesto de la mesa. La bruja sonrosada se movió hacía el nuevo cliente, pero Snape la despidió con una señal con la mano.
La persona frente a Snape levantó la cabeza. Era una vieja bruja de enmarañado pelo blanco y largo, entrelazado con cintas descoloridas. Al ver a Severus soltó una carcajada chillona y le apretó la mano. Sus palmas tenían uñas largas, pintadas de color negro.
¡Has venido, cariño! – gorjeó obsequiosamente, mostrando encías casí desdentatdas. – Hiciste esperar mucho tiempo a tu Milagros. Pero yo podría esperarte hasta el fin del mundo...- puso los ojos en blanco, tremoló las pestañas artificiales y clavó las garras aún más fuertamente en la mano de Snape. – Mí chico guapo...
¿Lo tienes? – Snape le interrumpió brutalmente, arrancando la palma de su apretón feroz.
Milagros frunció los labios como una moza indignada y bajó la vista.
- Tal vez lo tenga, tal vez no – dijo y comenzó a observar atentamente una araña corriendo por la mesa.
Sacó una de sus uñas largas y con fuerza atravesó el cuerpo velloso. La araña tembló unas veces convulsivamente y se quedó inmóvil. La bruja cogió de su bolsa una pequeña cajita. Abrió la tapadera y echó la araña adentro.
¿Lo tienes? – repitió Snape, los rayos mortíferos brillaron en sus ojos negros.
Eres malo con la pobre Milagros, cariño – murmuró la bruja, lanzándole una mirada lúgubre. – Esto no fue fácil. Tuve que ir muy lejos, arriesgué mucho...
¡Es por lo que te pago! – cortó Snape secamente y del bolsillo de su abrigo sacó una gran talega – Como hemos fijado, tres miles galeones.
Tiró el dinero sobre la mesa. Los ojos de Milagros centellearon como dos monedas. Sacó las manos codiciosamente.
- Muéstralo – gruñó Snape, apartando la talega.
Sin quitar la vista de la bolsa con dinero la bruja se agachó y de debajo de la mesa cogió un pequeño paquete, envuleto en un trapo viejo y manchado. Los ojos negros de Snape brillaron de triunfo. Milagros quitó el trapo y sobre la mesa puso un frasco, lleno de una emulsión azúl. Severus sacó la varita, susurró:Lumos y acercó la punta luminosa al recipiente. En un instante el liquido destelló como un cristal, enseñando un objeto sumergido adentro.
¿Estás contento, cariño? – preguntó Milagros agradablemente y, lentamente aproximó sus garras a la bolsa. – El corazón de una mantícora jovencita. Fresco, ha acabado de palpitar hace apenas unas horas...- se sonrió de manera soñadora ante este recuerdo.
Snape escondió el frasco rápidamente y se levantó de la mesa.
- Parece bueno – dijo secamente – Pero si me has vendido un falsificado...
La bruja movió las pestañas, esta vez con expresión del recelo.
- Cariño¿cómo podría engañarte? – graznó – Milagros haría todo por ti...- descubrió las encías en una parodia de sonrisa tentadora. ¿Tienes otro pedido?
- Ya te lo haré saber – dijo Snape brevemnte y se fue hacía la salida.
Estaba en la mitad de la sala, cuando un hombre sentando en la mesa próxima volvió la cabeza para llamar a la camarera.
¿Severus! – Lucius Malfoy lo miró asombrado. En su mano tenía una jarra vacía ¿Qué haces aquí?
Snape, también sorprendido, se sentó a la misma mesa.
- Tuve que despachar algo – dijo de modo evasivo.
Malfoy sostuvo su mirada, comprendió, asintió con la cabeza.
- El trabajo es así - murmuró.
Se apareció la dueña sonrosada, aportando una copa para Snape y una jarra con vino. Lo puso todo en la mesa, saludó con respecto a Malfoy y se retiró a su puesto detrás del mostrador.
Lucius llenó su copa sin decir una palabra y lo bebió de un trago.
- Me llamó ayer – susurró en voz ronca, extendiendo su mano por la jarra.
Unas gotas chorrearon sobre la mesa.
- Requiere mucho de mi ... – continuó susurrando, su mirada era apagada y perdida.
Snape lo observaba con atención. Nunca había visto a Lucius, siempre tan dominado y orgulloso, en un estado así. Y en un lugar como ésto. Pero sabía también que no tenía sentido preguntarlo. Igual que él mismo, Malfoy no era un hombre que se confiaba a alguien.
El viejo cuervo gritó. Lucius se estremeció como si lo hubieran regado con un chorro de agua fría. Agitó la cabeza y apartó la copa.
- Sabes ¿de quién me preguntó ayer? – miró a Snape con una mirada penetrante y ya consiente. – De esta víbora, Starlight.
Snape se encogió los hombros.
- No es nada de extraño – dijo con indiferencia – Desde que regresó, aparecieron problemas. El SDAO, los Aurores...
¡No se trata de esto! – le interrumpió Malfoy. – Nuestro Señor esta preocupado por otra cosa – se agachó por encima de la mesa de modo conspirativo.
Snape lo miraba atentamente, sus ojos brillaban.
- Ya hace años corrían rumores – continuó Malfoy en voz baja - de que Starlight experimentaba con la Avada. Nuestro Señor quiere saber si es verdad – fijó sus frios ojos grises en la pálida cara de Snape. – Tú la sabes bien – pronunció despacio – Vuestra rara familiaridad...
- No sé más que tú – cortó Severus, reponiendo la copa con riudo – Y también he oído los rumores. Pues, puede ser verdad. A Vega le gustan los retos. Pero en este caso todo es inútil. Hasta un niño sabe que no existe el contrahechizo contra Avada.
- Quien sabe...- Malfoy se ensimismó en sus pensamientos ¿Te acuerdas como murió Rosier? Y lo que dijo Madcap durante su proceso...antes que se volviera totalmente loco. Juró que Rosier fue muerto por su propia Avada, rebotada por Starlight.
¡Madcap! – bufó Snape con desprecio – Recibió un golpe en la cabeza al principio de la lucha. Los Aurores lo encontraron inconsciente.
- A decir verdad, tampoco nunca creí en sus relatos – admitió Malfoy. – Siempre le gustaba fantasear.
Se calló y fijó le vista en un punto detrás de Snape. La sala se había quedado desierta. La dueña dormitaba, apoyada en el mostardor, el cuervo mojó su pico en una destaponada botella de tequila.
- Es imposible – susurró Malfoy de repente. Cogió la copa en gesto desesperado y lo bebió. – Pero El quiere saber...Y es sólo hay un modo para convencerse...Sólo uno...
