Revisado por Ana María

13. La sombra del pasado

Harry no pudo conciliar el sueño. Se daba las vueltas de un lado al otro lado, bajo los párpados seguía viendo las fotografías de sus parientes. Por fin encendió la luz y por quinta vez en este día cogió el álbum. Sus padres le hicieron señales con las manos, pero Perseus Potter no levantó la cabeza.

Harry sintió hambriento. Se levantó y sin hacer ruido, para no despertar a Hedwig, salió del cuarto. Se acercaba la medianoche. El pasillo en el primer piso estaba oscuro, pero en la biblioteca de abajo la luz estaba encendida. Harry pensó que Vega trabajaba por la noche, entonces trataba de bajar la escalera silenciosamente. Ya en la cocina, sacó de la refrigeradora dos panecillos y una botella de agua. Estaba a punto de regresar a su habitación cuando oyó las voces de dos personas, llegando desde la biblioteca.

Harry vaciló, pero lo venció la curiosidad. Se aproximó de puntillas a la puerta entrecerrada y miró adentro por una rendija. Al lado de la chimenea notó dos siluetas oscuras.

– Vega, no puedes siempre vivir con el pasado... – dijo alguien blandamente.

Harry reconoció la voz de Remus. La aurora se movió vehementemente

– ¿Quieres que olvide? – preguntó con ironía. – ¿Que finja que no pasó nada y que Severus Snape nunca fue mortífago?

– No se debe olvidar para perdonar – dijo Remus suavemente.

– Se debe - gruñó Vega. – La memoria es como una herida.

Con cada palabra escuchada Harry se sentía más y más incómodo. Era obvio que era testigo de una conversación muy personal y aunque quería saber los pecados de Snape, no se sentía bien espiando. El problema fue que no pudo retirarse. Cualquier movimiento habría revelado su presencia.

Remus se sentó en el borde del sillón y miró a Vega.

– Os unían tantas cosas... – dijo blandamente – No lo borres. Cada uno puede cometer errores y cado uno merece una oportunidad de repararlos.

– ¡Hablas como Dumbledore! – Vega bufó con rabia. – Me repite todo el tiempo lo mismo: que perdone a Snape. Pero yo no puedo...

– Yo lo perdoné...

Los ojos de Vega brillaron como dos estrellas.

– Y por eso yo también debo ser tan generosa – gruñó fríamente. – Porque le perdonaste TÚ, aunque se trataba de TUS padres.

Remus estaba callando. Vega dio un paso hacia él.

– No pensaste nunca – preguntó en voz baja – ¿que a pesar de todo tu situación era más fácil¡No lo recuerdas! – casi gritó – Y yo, cada vez que les miro – indicó con desesperación la fotografía en la cornisa – ¡veo todo como si hubiera sido ayer!

Se volvió vehementemente hacia la chimenea. Remus la miraba en silencio, con una gran ternura. Se acercó a la mujer y la abrazó.

– Vega ... – susurró, acariciando delicadamente su pelo negro. – No lo contengas dentro de ti. Te atormenta y yo no puedo mirar como sufres.

Uno de los leños cadentes en la chimenea crepitó. En un santimén Harry se puso en pie y corrió de puntillas hacia la escalera. Por unos segundos aguzaba el oído, pero la casa estaba sumergida en el silencio. Respiró con alivio, subió al segundo piso y chocó con Sirius, que casi dejó caer una fina plica de papeles.

– Harry – se asombró Black - ¿Qué haces aquí¿No puedes dormir?

– Yhm...- murmuró Harry, contento en su interior que Sirius no pudiera ver su cara confundida. – Tenía hambre y he ido a la cocina para comer algo –le enseñó los dos panecillos.

Sirius lo dio una palamadita en el hombro.

– Entonces ¡buen provecho y buenas noches! – dijo con una sonrisa y desapareció detrás de la puerta de su cuarto.

––

Vega estaba cerca de la ventana, observando con mirada vaga el cielo negro. En sus orejas seguían sonando las palabras de Remus: "Lo amaste...". Se sentó en el ancho antepecho y apoyó la cabeza a la ventana. El viento mecía rítmicamente los ramos de un alto álamo. Vega fijo los ojos en el ondeante árbol y, sin saber cuando, se durmió.

––

(25 julio 1980)

El fuego en la chimenea silbó y saltó con una llama viva. Vega levantó la cabeza de encima de un grueso volumen negro, titulado: "Las Artes Oscuras – como lucharles (el tomo 3 – Escudos y Protectores)" y se puso en pie, agarrando su varita. De entre las llamas le miraron los ojos fríos de Lucius Malfoy, una risa cruel desfiguró su rostro.

– Starlight – silbó – si fuera tú, no me sentaría ahora con tanta calma bajo un manual de auror.

– �¿Qué!

– ¡Estamos a punto de comenzar una caza de licántropos! – rió terriblemenete la cabeza.

– Malfoy, tú canalla¿qué significa todo esto? – gritó Vega y se echó hacia la chimenea, pero la cabeza de Malfoy desapareció.

Vega observaba las llamas con la mirada perdida, docenas de las ideas se remolinaban en su mente.

– ¿La caza de licántropos...? – pensó con agitación – De qué se trata...

De repente, se petrificó de pavor. Por la ventana abierta entró el rayo de la luz pálida. La luna llena asomó detrás de la torre del norte del Ministerio de Magia.

– Remus – susurró, apretando los dedos en el borde de la mesa. - ¡Quieren matar a Remus!

Vega se echó hacia la puerta y salió del cuarto. Corrió a toda prisa cincuenta metros y sin llamar apretó el picaporte de la puerta, sobre la que estaba escrito: "Sigismund Lupin, Auror. El entrenamiento de los alumnos". Desgraciadamente, la puerta estaba cerrada. Vega golepó la pared con rabia impotente.

– ¡Ya ha salido! – pensó - ¡Regresará a la casa y caerá en las manos de los mortífagos! Tengo que ir allí en seguida, tal vez llegaré antes que ellos...

Se dio cuenta que había dejado la varita en la biblioteca y corrió de vuelta. Le pasó por su mente que debiera avisar a Sirius y a James, pero renunció rápidamente a esta idea. No tenía un segundo de perder. Cogió su varita, pronunció el encantamiento y desapareció.

Encima de la casa de los Lupin flotaba una gran y lívida calavera: la Marca Negra, el signo de la muerte. Alrededor, reinaba el silencio.

– ¡No llegué al tiempo! – pensó Vega con horror, corriendo por el jardín que rodeaba la casa.

A la pálida luz de la luna, el patio de flores y arbustos exóticos, orgullo de Asalia Lupin, tenía un aspecto raro y extraño. Algunos arbustos sugerían la idea de gnomos agachados; otros, de monstruos con largos tentáculos. Un árbol cercano a la pared se parecía a una figura encapuchada.

¡Stupefy!

En el silencio nocturno el grito sonó como un tiro. Vega se echó a tierra, el hechizo voló encima de su cabeza y golpeó en el muro. Con el rabillo del ojo notó un movimiento cercano a la pared de la casa y apuntó a este lugar, gritando:

¡Glans igneus!

Su varita disparó una bala de fuego y alguien aulló de dolor.

– ¡Alcanzado! – pensó Vega con satisfacción y levantándose con precaución.

Se acercó corriendo a las ventanas de la casa. El hombre tumbado contra la pared tenía una máscara blanca, que a la altura de la boca se teñía lentamente de rojo. Sus manos inmóviles estaban apretadas sobre el pecho, sobre una herida profunda.

– Un mortífago menos – silbó Vega y en sus ojos ardieron rayos de hierro.

Se acercó con precaución a la puerta y la empujó. El pasillo estaba oscuro, sólo del comedor del fondo se percibía una débil. Vega se aproximó sin ruido a la puerta entreabierta, miró dentro de la habitación y quedó pasmada. Cinco mortífagos rodeaban en semicírculo a una persona agachada. Era Sigismund Lupin: de rodillas, con la ropa ensangrentada, con su cabeza apoyada casi en el suelo. Contra la pared estaba el cuerpo maltratado de su esposa.

Vega comenzó a temblar y su desesperación se convirtió en rabia y sed de matar. Sin pensar lo que hacía entró corriendo al cuarto, gritando "Avada Kedavra" y apuntando al mortífago más próximo. En el mismo momento una voz fría y cruel llamó: "Epelliarmus" y la varita de Vega se le soltó de la mano. Antes que pudiera volverse, otra voz, burlona y llena de satisfacción, dijo expresivamente : "Crucio" y Vega sintió un dolor creciente y penetrando todo su cuerpo. Cayó al suelo, retorciéndose en la tormenta y apretando los dientes para no gritar. De repente, el hombre que le había arrancado la varita dijo rudamente: "¡Basta!" y el dolor cesó. Vega oyó los pasos, alguien se inclinó por encima de ella, la cogió por el abrigo y la levantó en alto. La chica miró los glaciales ojos rojos de Lord Voldemort.

– No me has frustrado – dijo en voz baja y una risa irónica desfiguró su cara. – Como lo esperaba, has venido en socorro de tu amigo. ¡Una actitud admirable! – rió con crueldad. – Me permití organizar este encuentro – continuó – porque desde hace mucho tiempo quería presentarte personalmente una propuesta. Creo que adivinas ¿qué quiero decir?

Los ojos de Vega tomaron del color de hierro. Tiró con fuerza de su abrigo y se agarró de la mano de Voldemort.

– ¡Quieres que me haga mortífaga! – gruñó – Tus servidores ya me lo habían propuesto. ¿Te acuerdas qué les contesté?

Los ojos del Señor Tenebroso ardieron.

– Sí, me acuerdo... Pero ahora manifiesto mi generosidad y repito la proposición.

– ¡Nunca seré mortífaga! – gritó Vega. - ¡Aunque me mates!

– Oh, lentamente... – rió Voldemort. – Siempre podemos cumplir tu deseo, pero sería una lástima desperdiciar un talento como el tuyo. Sigo observándote desde hace algún tiempo. Tus capacidades son extraordinarias; la inteligencia y el carácter son las aptitudes de una bruja muy buena. Quieren hacer de ti una aurora, pero tu lugar es conmigo. ¡Júntate a los mortífagos y ganarás más poder que el que alguna vez soñaste!

Vega rió con ironía.

– Deja estas fábulas para los tontos que te sirven – gruñó. – No me comprarás. Nunca me pasaré a tu bando – y se retiró contra la pared.

– Nunca es mucho tiempo – dijo Voldemort abismado. – No hay que hacer promesas de tanta duración. Estoy seguro que tarde o temprano te convenceré...

De repente, del sótano llegó un aullido animal, después un grito. Unos minutos más tarde sonaron los pasos en la escalera. Vega observaba la puerta con terror en los ojos. Sabía bien que vería dentro de un rato. Un hombre enmascarado entró en la habitación, tirando el cuerpo de un gran lobo. Lo echó a los pies de Voldemort, miró a la chica contra la pared y por un breve momento se quedó inmóvil, pero se dominó rápidamente y tomó su sitio en el semicírculo, rodeando a Sigismund Lupin.

Voldemort sonrió con crueldad.

– He aquí a tu amigo Remus – dijo de modo viperino y tocó el lobo con la pierna.

El animal gemió. Vega aflojó los puños apretados. "Vive, todavía hay esperanzas" pensó con alivio.

Voldemort, como si hubiera leído en sus pensamientos, rió fríamente.

– Claro que vive, no lo necesitaría muerto.

De nuevo Vega fue sobrecogida por la rabia. Podría acometer al Lord con las manos vacías.

– ?Qué quieres de mí! – gritó.

– Únete a mí y le salvarás la vida – dijo glacialmente. – A él y a su padre.

Vega lo miró con los ojos muy abiertos.

– No puedes... – la voz llegó con dificultad de su garganta. – No me fuerces...

Voldemort la observaba con una cruel curiosidad, sus ojos rojos ardían. De repente, se sonrió como un demonio.

– Claro que no - dijo con calma, dirigió su varita hacia Sigismund Lupin y exclamó – ¡Avada Kedavra!

El cuerpo inerte del auror cayó al suelo. Vega ahogó un gemido. Los ojos del Señor Tenebroso se clavaron en su cara.

– No me ilusionaba que de esta manera lograría forzarte para cooperar – dijo lentamente Voldemort. – Hay mejores posibilidades. Ejecutaré en ti el Imperius. Es un modo fácil y eficaz. Y ellos – indicó con negligencia a los padres de Remus – son la diversión para mis mortífagos.

Vega miraba Voldemort y no pudo moverse.

"Es el fin, ejecutará el Imperius y yo haré todo que me ordene" pensó con desesperación. "Es demasiado poderoso para que pueda dominar su maldición. Si me manda matar a Dumbeldore..."

Mientras tanto Voldemort dirigió la varita hacia la chcica, pero de un golpe, como si hubiera recordado algo, se volvió a los mortífagos y dijo a este que había arrastrado el licántropo.

– ¡Mátalo!

El mortífago tembló, como si le hubiera caído un balde de agua fría. Lentamente, con vacilación, levantó la varita y indicó a Remus Lupin.

– ¡Qué esperas! – en los ojos de Voldemort brillaron los rayos peligrosos. – ¡Te digo que lo mates!

El mortífago se estremeció y apretó la varita más fuertemente. En el silencio, lleno de tensión, se oía su respiración difícil y irregular.

– ¡ Avada...! – comenzó el encantación, pero las palabras se le atragantaron.

Al oír esta voz Vega tembló y clavó los ojos ardientes en el mago. Esta altura... esta presencia... – tenía que ser él

– ¡Snape, tú canalla! – chilló y, sobrecogida por una impulsiva furia, se echó sobre el mortífago, lo derribó al suelo y apretó las manos alrededor de su cuello. - ¡Traidor! – aulló. – ¡Sabía que te habías pasado a su bando¡Te mataré!

La mirada de ella cayó en la varita sobre el suelo. Lo agarró y la dirigió a un estupefacto Voldemort. En ese mismo instante un mortífago chilló : "Avada Kedavra". Brilló un rayo verde. Gritó otra persona y una gran fuerza echó a Vega contra la pared. Oyó el corres de muchas piernas y un grito: "¡Los aurores!" y perdió el conocimiento.

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Vega se despertó bañada en sudor frío y miró alrededor con una mirada vaga. El viento cesó, la luna creciente navegaba por el cielo.

Vega encendió una candela. De un cofre de viaje sacó una pequeña cajita, tocó la cerradura con su varita y susurró la fórmula. La tapa se levantó con un leve crujido. Adentro había una tabla negra del tamaño de una tableta de chocolate. Su superficie estaba cubierta con un laberinto de líneas finas y centelleantes, de diversos colores e intensidad. La bruja puso la tabla sobre la mesa y comenzó a examinarla con atención. Estaba preocupada por la noticia, que Magnus Devilson visitó Hogwarts.