Revisado por Ana María


15. El Domador

(11 enero 1996)

Vega se despertó hacia el mediodía. Se sentía bastante bien, sin contar un dolor leve en su mano derecha. Se levantó de la cama y salió de la sala. El castillo parecía desierto. En el primer momento la sorprendió esto, pero después se dio cuenta, que este día tenía lugar un invernal partido de Quidditch – un acontecimiento excepcional en la historia de la escuela. Por este motivo, de camino a la oficina de Dumbledore Vega no encontró a ningún alumno.

Se detuvo cerca de la gárgola de piedra y dijo la contraseña. La escultura se movió con un bajo crujido y descubrió una escalera de caracol. Vega subió rápidamente y golpeó a la puerta.

– Entre – se oyó la voz de Dumbledore.

La aurora entró al despacho. No la sorprendió, que en una butaca frente al escritorio se encontrara sentado Snape.

– ¡Vega! – Dumbledore se puso de pie. - ¿Qué haces aquí? Debes estar en el hospital.

– Me siento bien – dijo la bruja. - Además, tenemos poco tiempo. Ya sabe¿qué pasó ayer?

Echó una mirada rápida a Snape. Dumbledore asintió con la cabeza.

– Sí, Severus me ha contado todo. He preguntado también a unos alumnos. Vega – se acercó a la mujer. – No quiero pensar que pudiera ocurrir. Es un milagro que estés viva.

Vega negó.

– No, es un milagro que Draco Malfoy esté vivo – dijo secamente. - Cuando escuché la fórmula de la Avada, reaccioné maquinalmente y si no me hubiera detenido en el último momento... – calló y movió la cabeza, como si desechara los malos pensamientos. – Pude matarlo...

Snape se estremeció. En sus ojos se dibujó primero una sorpresa, después un recelo. Miraba fijamente a la aurora, como si quisiera leer todo de su cara.

Dumbledore suspiró.

– Todos nos damos cuenta - dijo con voz cansada, - que el chico no lo hizo él solo.

– Claro que no – le secundó Vega. – Hasta si alguien le hubiera inspirado esta idea, Malfoy no habría sido capaz de ejecutar el Avada, ni siquiera en el nivel básico. Esta maldición es particularmente fuerte. Podría hacerlo bajo la influencia del Imperius, controlado por un mago poderoso.

–¿Lucius...? – Snape preguntó con recelo.

– No – Vega sonrió de modo desagradable, - alguien mucho más poderoso. El Imperius fue ejecutado durante las vacaciones invernales, pero nosotros no nos dimos cuenta de eso por más que una semana. En mi opinión – miró a Dumbledore de modo penetrante, - Draco fue controlado por Voldemort.

Se hizo silencio. El viejo mago comenzó a caminar a lo largo del escritorio, frotando su frente.

– Me temo que tienes razón – dijo por fin. – Severus nos avisó, que Voldemort preguntaba por ti y tramaba algo. Por cierto – suspiró – se le ocurrió una idea diabólica. Sólo él podría usar al niño.

– Estoy segura que no se arregló sin participación de Lucius Malfoy - gruñó Vega glacialmente. – ¡Ea, le ajustaré las cuentas! – sus ojos ardieron de modo vengativo. – Pero no es lo más inquietante en esta historia.

Snape y Dumbledore la miraron sorprendidos.

– ¿Entendéis, qué significa todo esto? – preguntó Vega. – Draco ejecutó la Avada Kedavra en la clase. Pero el SDAO no permite usar las Artes Oscuras en Hogwarts...

Los magos entendieron en un santiamén.

– Alguien engañó el sistema – dijo Snape lentamente.

Vega asintió.

– Probablemente – gruñó. – Como cada el sistema, el mío no es perfecto. Hay un modo para eludir las restricciones, dictadas por el SDAO. La maldición oscura puede ser ejecutada por un residente fijo de Hogwarts y eso significa un maestro ... o un alumno.

Sacó de su bolsillo una tabla negra, iluminada por miles líneas cruzadas.

– Es una Matriz de los Magos – explicó. – Cada conexión corresponde a una persona concreta que está en el castillo. El SDAO automáticamente imposibilita usar las Artes Oscuras a los extranjeros, pero en caso de los alumnos y los profesores se puede regular. A veces es necesario ejecutar un hechizo avanzado, por ejemplo durante una lección de la Defensa. Entonces puedo franquear temporalmente la restricción, para una o algunas personas.

Severus miró la tabla con gran interés.

– Por fin entiendo, como pudimos usar los hechizos de ataque durante nuestro duelo – dijo fascinado.

Vega asintió. Sacó su varita y la aproximó a la matriz. Las líneas coloradas se levantaron por encima de la superficie, creando una tridimensional telaraña luminosa. La bruja buscó en el embrollo un haz de color verde y comenzó a mirar las fibras separadas. Por fin encontró lo que había buscado. Movió la varita y las líneas volvieron a su puesto en la superficie de la tabla, excepto una, oscura, que seguía temblando en el aire.

– Mirad – Vega indicó la fibra. – Es la línea de Draco Malfoy. Debe lucir de verde, como todas las líneas de los Slytherines. Pero fue desconectada. Eso significa, que para el SDAO Draco Malfoy no existe. Por eso el sistema no detectó el Imperius y el chico pudo ejecutar la Avada.

Dumbledore asintió con la cabeza.

– Entiendo... Creo¿qué no es fácil desconectar la línea?

– Eso depende – dijo la aurora. – No es nada extraordinario, si uno sabe, como hacerlo. La fibra puede ser desconectada a dos maneras: en la tabla o directamente en el sistema. La cosa es que sólo yo tengo autorizaciones para hacerlo... o, más bien, tenía – añadió lúgubremente.

– ¿Qué son las autorizaciones? – Snape no pudo ocultar la curiosidad.

Vega metió la tabla en su bolsillo.

– Para realizar modificación en la matriz, basta dar un hechizo activador – explicó. – Por desgracia, este hechizo no puede ser demasiado avanzado, para que no perturbe las conexiones. Eso excluye todos los hechizos identificados. Entonces, si la matriz cayera en las manos enemigas, no sería difícil ponerla en marcha. Por eso siempre la llevo conmigo. Si fuera necesario, podría destruirla enseguida.

– ¿Y el otro modo? – preguntó Dumbledore.

Vega se ensombreció.

– Como he dicho, se puede marcar los cambios directamente en el sistema – dijo. – Por supuesto, hay que hacerlo aquí, en Hogwarts. Lo que es más importante, primero hay que dar unos códigos del acceso. Son demasiado complicados para aprenderlos de memoria, pues tuvo que escribirlos... – miró a Dumbledore de modo penetrante. – Sospecho, que alguien los robó.

Se hizo un silencio. El fénix, que estaba durmiendo en la percha, abrió un ojo, miró alrededor y agitó las alas de oro. Una pluma bajó volando lentamente al suelo y cayó a los pies de Severus. El mago seguía su vuelo, sus ojos negros mostraron odio.

– ¡Devilson! – gruñó siniestramente.

Vega lo miró con atencción.

– Magnus Devilson...- repitió, observando la cara de Snape. – Es verdad, estuvo por aquí durante las vacacciones invernales, pero no es razón para formular acusaciones así.

Severus estaba callado, con la mirada fija en el suelo. En sus labios apareció una sonrisa desagradable, pero no pronunció palabra.

– Vega tiene razón, Severus – dijo Dumbledore. - Creo que tienes motivos para sospechar de Magnus. Sin embargo, tengo que admitir, que no lo comprendo – susurró. – Él nunca ha tenido nada que ver con Voldemort.

Snape comenzó a reírse, fríamente y lúgubremente. Levantó la cabeza y miró al director de Hogwarts con la mirada ardiente.

– Devilson fue mortífago! – casi escupió esta palabra. – Es cuando lo conocí.

Dumbledore frunció las cejas. Se veía, que las revelaciones de Snape le habían impresionado mucho.

– Magnus fue mortífago – susurró a si mismo. – Nunca sospecharía...

Vega golpeó la mesa con el puño.

– ¡Otro que se nos había escapado! – gruñó. – Y estoy segura, que no es el último. Temo que en el futuro tendremos mucho más sorpresas así. A pesar de eso, - añadió, clavando los ojos en Snape, - que Devilson fuera mortífago no significa, que sigue trabajando para Voldemort. Dicen que la gente cambia... ¿verdad, Severus? – sonrió con ironía.

Snape no reaccionó. Se aproximó a la ventana y clavó la vista en el cielo gris. En sus ojos fríos se dibujaba cansancio y resignación.

– Os contaré una historia... – comenzó bajo, su voz parecía venir de un abismo profundo. – Una noche de verano, hace dieciséis años, unos mortífagos, cinco hombres y dos mujeres, se encontraron en el patio de una casa abandonada. Este día uno de ellos celebró su cumpleaños, entonces tuvieron motivo para hacer una fiesta. Se senatron al pie de un gran árbol, sacaron botellas de alcohol. Bebieron como si fuera agua. Sólo uno de ellos, llamado el Domador, no tocó las bebidas. Supo, que más tarde irían a divertirse de otra manera, y quiso estar sobrio. Siempre decía, que así podía sentir mejor el sabor de la muerte.

Calló como si fuera aplastado por peso de los recuerdos. Apoyó el hombro al vano de la ventana, apretó el puño.

– Se aparecieron en un pequeña ciudad en el sur de Ingleterra – continuó con la voz desprovista de emociones. – Eran las vacaciones, mucha gente con niños ... los muggles. Fue lo que buscaron los mortífagos.Se acercaron a la puerta de una vieja casa de huéspedes, situada en el bosque, a orillas de un lago a dos kilómetros de la ciudad. Los perros hicieron ruido, pero el Domador se dirigió a ellos y se callaron en seguida. Tenía un don extraordinario para domar animales... En la casa de huéspedes vivían unas familias y un grupo de alumnos de Londres. Los mortífagos estaban encantados. Se dispersaron por los pasillos, riéndo y llamándose con voces roncas. Sacaron a los muggles de las camas y los juntaron al borde del lago. No ejecutaron hechizos para silenciarlos. Nadie podría oír sus gritos desesperados, y sin los gritos todo no sería tan divertido...

Pegó la frente a la ventana. Abajo, en el patio del castillo, aparecieron los primeros grupos de alumnos que regresaban del partido de Quidditch.

– Comenzaron con "enseñanza de nadar" – dijo Snape. – Ejecutó a un muggle un hechizo paralizante, lo echaron al agua y contaron en alta voz cunatos segundos se matenería encima del agua. Después organizaron una "competición"¿el muggle de quién nadaría más tiempo? Uno de los chicos quiso ganar muchísimo...y exageró. El viejo dueño de la casa ya no salió a la superficie. Lo causó alegría. Los mortífagos estaban ya totalmente ebrios y se pusieron a echar maldiciones a los muggles. Sólo el Domador conservaba una calma olímpica – en la voz de Snape sonó un tono siniestro. – Él todavía proyectaba su mejor número...

Tras de la ventana aulló el viento y los primeros copos de nieve cayeron de las nubes oscuras.

– Se acercó a los alumnos, agachados bajo un árbol, y comenzó a hablarles sobre animales – continuó Severus. – Nadie sabía contar como él y aunque los niños tuvieron miedo, lo escuchaban fascinados. El Domador les describió costumbres de lobos: como cazaban, como seguían el rastro y como atacaban en toda la manada. Por fin les dijo, que hasta el perro más dócil tenía algo de una bestia salvaje... Silbó y del bosque salieron los perros del dueño. Sentían en el aire pavor y locura, pues corrían alrededor con agitación, mostrando los colmillos, no se sabía a quien: a nosotros, a si mismos o a los muggles, petrificados del terror. El Domador eligió un chcio del grupo, lo colocó en un tocón y sacó la varita. Los otros mortífagos lo observaban con curiosidad. El Domador se sonrió como un demonio y exclamó una fórmula. En un instante sobre el tacón no estaba el chico, sino un conejo blanco. El Domador silbó a los perros y les indicó el conejo de manera alentadora. Las bestias circulaban por un momento en torno al tacón y de repente, como a una voz de mando, atacaron. Se remolinaban entre aullidos y ladridos, que ensordecieron hasta los gritos de los muggles. Por fin los perros terminaron y se dispersaron por el borde del lago: morros manchados de sangre, ollares hinchados y venteados la nueva caza. Lo que dejaron del conejo fue una macha roja y unos mechones blancos. Los mortífagos se pusieron en pie, mirándose con recelo. Hasta ellos no esperaban algo así. Sólo el Domador estuvo en séptimo cielo. Reía y gritaba, que la carne fresca era más buena. Dirigió su varita hacia los niños y exclamó una fórmula oscura. De repente, sobre sus cuerpos se abrieron heridas sangrantes, en el aire flotaba olor de sudor y sangre. Los perros estaban locos. Con aullidos horribles circulaban en torno a los niños que gritaban, cinco grandes y negras sombras de la muerte. El Domador los observó con locos brillos en sus ojos. De un golpe gritó y dio un aullido animal. Como si recibieran una señal esperada, los perros se echaron sobre los niños...

La voz de Snape se convirtió en susurro ronco. Calló y apretó las manos sobre el antepecho de piedra. Respiró con dificultad.

– Los muggles se echaron a huir del pánico – continuó, ya tranquilamente. – Nadie les persiguió. Los mortífagos miraban la masacre bajo el arból como si estuvieran hipnotizados. Cada momento sobre la hierba caían huesos y desgarrados trozos de carne. El ladrido de los perros se mezclaba con los gritos de los asesinados y con la risa loca del Domador. Y de repente, sin decir una palabra, los mortífagos se desaparecieron, uno tras otro. Con tal que se encontraran lejos de este jaleo infernal y olor de la sangre...

Las últimas palabras se dispersaron en un silencio sepulcral. Nadie se movió. Tras la ventana se desencadenó la tormenta y el despacho se sumió en las tinieblas lúgubres. Pasaron los minutos, medidos con tictac del viejo reloj. Por fin Dumbledore se levantó con dificultad de su sillón y se acercó a la chimenea. Saltaron las llamas. En su luz centelleante la cara del viejo mago se maracron años y preocupaciones.

– Horroroso...- dijo en voz sorda. – Magnus Devislon... Y yo siempre confié en este hombre...Le dio tarabajo en Hogwarts – movió la cabeza con recelo.

Snape tembló.

– Cuando lo vio aquí, entre estos niños... – susurró. – Recordé todo. Le mandé irse de Hogwarts...y obedeció. Tenía demasiado que perder – en su voz apagada sonó un tono de fría ironía.

– Entonces por eso renunció a su empleo – gruñó Dumbledore.

– ¿Pero cómo es posible – preguntó Vega, hasta ahora silenciosa, - que nadie nunca sospechara de los mortífagos en este crimen?

Severus suspiró con dificultad.

– Cunado todo se hubo acabado, el Domador capturó a los muggles sobrevivientes y modificó sus memorias. Siempre exacto y dominado, del principio al fin... Después depusieron, que los niños fueron mordidos hasta la muerte por los perros del dueño de la casa, el que luego se suicidió. En el lago encontraron su cuerpo. Los perros eran de una raza muy peligrosa. Todo parecía correcto.

De nuevo se hizo el silencio. Dumbledore miraba a Snape con dolor en sus ojos.

– Severus – preguntó en voz baja. - ¿Por qué nunca me dijiste esto¿Por qué por todos los años ocultaste, que Devilson había cometido el crimen tan abominable?

Severus se volvió de la ventana. Tenía aspecto horroroso. Su cara estaba gris, como si toda la sangre hubiera salido de su cuerpo. Los ojos parecían dos simas de la muerte. Miró a Dumbledore.

– Porque yo fui mortífago, que ahogó este pobre hombre – dijo sordamente.

Severus estaba sentado en las tinieblas, sumergido en pensamientos lúgubres. No sentía nada, ni alivio, ni rabia, ni tristeza. Sólo un vacío – frío, paralizante, infinito.

"Es lo que deben sentir los presos de Azkaban" pensó, pero reflexionó en seguida. "No, ellos tienen su pavor y su desesperación. Yo no tengo nada..."

Alguien llamó a la puerta. Severus no reaccionó. La llamada repitió, esta vez más fuerte. El mago quedaba inmóvil, pero el visitante nocturno parecía determinado a entrar. Murmuró algo en voz baja y la puerta se abrió. Esto atrajo la atención de Snape, por qué había bloquedado la puerta con un hechizo poderoso. Miró al hombre que entró.

Era Albus Dumbledore. La luz de su varita alumbró el despacho: Snape sentado en su sillón y un gran cofre de viaje sobre el suelo. En la cara de Dumbledore se dibujó asombro.

–¿Qué significa esta maleta, Severus? – preguntó con ansiedad, cerrando la puerta.

– Me voy – Snape anunció secamente. – Renuncio a mi empleo del meastro.

Dumbledore lo miró sorprendido.

– Por Barba de Merlín¿de qué hablas? – exclamó.

Severus se aproximó al viejo mago y le miró a la cara.

– Lo he engañado a usted por la segunda vez, director – dijo en voz baja. – Por tantos años no le revelé la verdad... la verdad de mí. Usted creía, que aunque era mortífago, nunca había matado a nadie – por su cara pálida pasó la sombra de profunda tristeza. – Y yo... ¡no soy mejor que Devilson!

En los ojos azules de Dumbledore centelleó la compasión.

– Severus – dijo con suavidad, - confié en ti hace años, porque creí, que eras un buen hombre. No me equivoqué, muchas veces diste pruebas de tu lealtad. Cada persona merece una oportunidad para enmendarse, pero no todos son capaces de aprovecharla. Tú lo has logrado, Severus – dijo con fuerza. – Te confiaría mi vida.

Miraba a Snape con gravedad, sus ojos brillaban. El maestro de pociones levantó la cabeza.

– Gracias... – dijo sordamente.

Dumbledore se serenó.

– Bueno, no volvamos más a esto – declaró con sonrisa. - ¡Y encendamos la luz!

Movió su varita y empezaron a arder candelas, inundando el cuarto de un cálido brillo amarillo. Dumbledore se acomodó en el sillón de Snape.

– Vega acaba de regresar de la mansión de Malfoy – informó al maestro de pociones. – Como lo sospechamos, nuestro querido Lucius desapareció. Su esposa no tiene idea de que pudiera pasar con él. Se sorprendió, de modo muy desagradable, cuando el Destacamento Especial rodeó la casa. Estoy seguro que recordó todos los escondites, en cuales Lucius guardaba objetos prohibidos. Cuando se enteró de lo que había hecho Draco, casi se desmaya. Vega le explicó con cortesía, que su esposo estaba implicado en ejecutar el Imperius a su hijo – se sonrió con ironía. – Creo que nadie se atrevió llamar a Lucius Malfoy por el nombre, que lo llamó su esposa. Estaba furiosa. Si yo fuera Lucius, no regresaría pronto a casa... Y lo que es más importante, Narcisa se acordó, que durante las vacaciones invernales Lucius llevó su hijo a una larga excursión. Cuando regresaron, Draco estaba muy cansado y un poco raro, pero la mañana siguiente se comportó normalmente.

– Una visita a Voldemort...- murmuró Snape.

Dumbledore asintió con la cabeza.

– ¿Y cómo está Draco? – preguntó Severus. - ¿Ya recuperó el conocimiento?

– Sí. Lo visitó su madre. Vega no quiso permitirlo, pero cedió a mi ruego. Está furiosa por que Malfoy escapó.

– ¿Cómo se siente? – preguntó Snape en voz baja.

Dumbledore lo miró atentamente por encima de las gafas.

– Bastante bien – contestó. – Todavía no puede mover hábilmente la mano derecha, pero estará bien. Cuando pienso en esto... – de repente, su voz se hizo muy seria. – Sólo Vega pudo salir incólumne de un aprieto así.

Snape asintió en silencio. En sus ojos negros se reflejó la luz del fuego.

– ¿Me perdonará algún día? – preguntó a las llamas bailando.

Las llamas silbaron pero no le dieron la respuesta. En cambio, le contestó Dumbledore.

– Vega confía en ti, Severus.

Snape lo miró sorprendido, como si por un momento hubiera olvidado, que otra persona estaba en el despacho.

– Confía... – repitió con duda. – No, no creo... De una vez para siempre dejó de confiar en mi esta noche en la casa de Lupin.

– No tienes razón – dijo Dumbledore con leve sonrisa. – Vega, la aprendiz de Alastor Moody, la más suspicaz aurora que conozco, no te habría encomendado la seguridad de Hogwarts, si no estuviera segura que podía confiar en ti. Pudo llamar a McGonagall, a Fitwick, pero mandó a llamarte a ti. ¿Sabes, por qué? – sus ojos azules ardieron. – Porque Vega sabe, que a pesar de todo que ocurrió en el pasado, tú nunca la traicionarás.

Severus observaba las llamas claras sin decir una palabra. El reloj crujió y comenzó a sonar la medianoche. Expiró el último gong y se hizo el sielncio.

– Confía... – por fin susurró Snape. – Tal vez... Pero¿me perdonará?

Las llamas estaban calladas. Dumbledore suspiró y clavó la vista en el fuego.