Revisado por Ana María
16. El hechizo imperdonable(5 febrero 1996)
Un mes después de la memorable lección de Defensa contra las Artes Oscuras, todos seguían hablando sobre el ataque. A los alumnes les dijeron, que Draco actuó bajo la influenza del Imperius, pero no revelaron quién y por qué forzó al chico a atacar a la profesora Starlight.
Se hacía diversas conjeturas, en muchas de ellas se aparecía el nombre del Señor Tenebroso. Harry no tenía dudas. En su corazón se despertó el pavor antiguo, de nuevo comenzó a oír en sus sueños una risa cruel y diabólica. Le dieron escalofríos al pensar en lo que habría pasado, si Draco le hubiera apuntado a él. Sabía, que ya estaría muerto.
Ron y Hermione pensaban lo mismo, pues desde hacía un mes nunca dejaban a Harry a solas. Cada vez, cuando a lo lejos se aparecía un Slytherin, Hermione sacaba su varita y Ron apretaba en el puño bolitas de plata, llenas de elixir paralizante. Después de una semana Harry estaba harto de eso y aunque sabía, que sus amigos querían protegerlo, les prohibió categóricamente continuar esta actividad de guardia. Argumentó, que no él sino la profesora Starlight fue el objetivo de Malfoy.
Draco dejó el hospital después de cinco días, pero era difícil reconocer en él al chico arrogante y cínico que había sido antes. Se volvió callado, lúgubre y reflexivo. Dejó de pinchar a Harry y de mencionar a su padre. Durante las lecciones de defensa se sentaba en el último banco y evitaba mirar en los ojos de Vega. En cambio ella, con grand asombro de los Gryffindors, lo trataba como si no se hubiera pasado nada.
Hagrid regresó a Hogwarts a finales de enero y desde entonces quería oír cada día toda la historia. Durante la narración caminaba agitado por su cuarto, murmurando: "Imposible…", "Avada Kedavra!", "Algo así… ¡en Hogwarts!"
Este día pasó lo mismo. Harry, Ron y Hermione se sentaban frente a la chimenea, bebían té y esperaban hasta que Hagrid irradiara una dosis diaria de indignación. Fang dormía en su colchón de paja cerca de la puerta, con una pata apoyada a una piedra gris. Harry sospechaba, que era uno de los huevos de gárgola.
Hagrid se sentó impetuosamente a una silla de madera, que crujió y se tambaleó de modo muy peligroso.
–¡Qué historia! – jadeó. - ¡Todavía no lo puedo creer!
– Sí - asintió Hermione, que siempre era la narradora, - y entonces la profesora Starlight me mandó por Snape.
– Nada de extraño ... – murmuró Hagrid, moviendo la cabeza con comprensión.
En los ojos de Ron ardieron rayos de rabia.
–¡Y para mi es muy raro! – gruñó. – ¿Cómo se puede confiar en mortífago en el momento así?
Era una cuestión que preocupaba a Ron todo el tiempo. Hagrid lo miró con reprobación y estaba a punto de decir algo, pero Hermione fue primera.
– ¡Esto se hace aburrido! – estalló, poniéndose en pie y mirando a Ron con i ndignación. - ¡¿Por qué siempre sospechas al profesor Snape de todo lo peor!
Ya que antes Hermione misma tenía sospechas en cuanto al maestro de pociones, pero todas desaparecieron en el día del ataque de Malfoy. La chica creía que si su admirada profesora confiaba en él, no había razones para preocuparse.
–¡No lo sospecho por nada! – se aferró Ron. – Digo, que ...
–¡Ni hablar! – bufó furiosamente Hermione. –Que no te guste no significa, que es villano en esta historia.
– Hermione tiene razón – la apoyó Hagrid. – No busques a los enemigos donde no están, como dicen los sabios. No fue Snape que ejecutó el Imperius a Draco, sino...
Calló y miró rápidamente a Harry. El chico suspiró.
– Sabemos, quien está detrás de esto, Hagrid – dijo en voz baja. – Y quien le ayudó. No es secreto, que la profesora Starlight busca a Lucius Malfoy.
– Vale, es verdad – Hagrid asintió con la cabeza. – Si ya sabéis tanto, os diré, que hasta ahora es como buscar una aguja en un pajar. Vega mandó a los aurores a todas partes del país, pero no pueden descubrir el rastro de Malfoy. Está muy furiosa...
– Nada extraño – murmuró Harry. – Malfoy es uno de los más fanáticos partidarios de Voldemort.
Hagrid tembló al oír el nombre maldito. Miró rápidamente la ventana y se inclinó hacia la chimenea.
– No se trata sólo de esto – dijo en voz baja. – Sabéis...Vega Starlight y Lucius Malfoy son enemigos jurados. Ya se odiaban cuando eran alumnos en Hogwarts. Muchas veces produjeron alborotos. Por lo común, se acaba con maldiciones pérfidas y la intervención de algún maestro, pero una vez...- hizo una pausa dramática. - a causa de Malfoy, Vega se metió en un gran lío.
–¿Un lío? – repitieron a unísono Harry, Ron y Hermione.
Hagrid, contento, que sus palabras excitaron el interés, apoyó las piernas a la pared de la chimenea.
– No lo vi con mis propios ojos – comenzó, - pero conozco cada detalle, como si hubiera estado allá. Sirius me contó una parte, Vega la otra. De todos modos, la historia comienza con...
(17 abril 1977)
James Potter fue el héroe del día. Su acción espléndida; después de que cogió el Snitch frente a un sorprendido Nott, el buscador de Slytherin, terminó el partido de Quidditch en el momento, cuando la ventaja del equipo verde-blanco alcanzó noventa puntos. Entonces, no era nada de extraño, que en la mesa de Gryffindor reinara la alegría y la excitación.
La situación fue diferente a la mesa de Slytherin. Nadie reía allá. El equipo de Quidditch estaba sentado con caras lúgubres, mirando con el ceño fruncido a un desesperado Adrián Nott, el autor de la derrota infame. El capitán del equipo, Lucius Malfoy, era el más furioso. Ese año tenía la última posibilidad para ganar la Copa de Quidditch para su casa y esta posibilidad se le iba de las manos. Cada estallido de risa a la mesa de Gryffindor causaba un paroxismo de rabia en la pálida cara de Malfoy y sus ojos fríos se clavaban en James con verdadero odio.
Dentro de poco los Slytherins comenzaron a marcharse a la chita callando del Gran Comedor. Vega, al notar a Malfoy saliendo, no pudo privarse de derrotar su enemigo jurado.
– ¡Malfoy! – llamó. - ¿Ya sales? ¿O tal vez os entrenéis por la noche? Eso explicaría, porque vuestro buscador jugaba como si no hubiera visto nada.
Los Gryffindors estallaron de risa. Malfoy se volvió, sus ojos ardieron con rayos mortíferos. Hizo un movimiento como si quisiera sacar su varita, pero decidió que sería mejor no arriesgarse a la vista de los profesores. Se aproximó lentamente a la mesa y se detuvo unos pasos de Vega. Algunos Slytherins, incluso Snape, estaban detrás de el.
– Veo que estás de buen humor, Starlight – gruñó glacialmente. – Alégrate, mientras puedas. Tienes poco tiempo...
El rumor de las voces comenzó a bajar, algunos alumnos del primer año miraron a Lucius con ansiedad.
–¿Con qué me amenazas, Malfoy? – preguntó Vega irónicamente - ¿Habrás decidido hacerte mortífago?
Se hizo un silencio siniestro. Los ojos de Malfoy ardieron con odio. Sacó su varita. Vega se puso en pie en un santiamén.
–¿Algún problema? – preguntó una tranquila voz.
El profesor Randall se aproximó a la mesa. Midió a todos con una mirada que decía que el maestro sabía muy bien que estaba pasando.
– Creo que ya es hora para marcharos a los dormitorios – dijo con una sonrisa significativa.
Los alumnos más jóvenes comenzaron a salir con alivio. El terror a Voldemort y a sus mortífagos se había extendido entre la comunidad mágica y las amenazas de Malfoy les asustaron un poco.
Ni Lucius, ni Vega dejaron sus sitios. Seguían mirándose con odio y antipatía, preparados para sacar sus varitas en cada momento.
Eso concierne a todos – dijo Randall, esta vez más categóricamente.
Sirius tiró a Vega de la manga.
– Vamos, no vale la pena hablar con él – dijo, echando una mirada despectiva a Malfoy.
Vega dirigió la última sonrisa burlona a Malfoy y fue hacia la puerta, pero cuando pasaba al Slytherin, este se volvió bruscamente.
–¡Cuídate, Starlight! – silbó en voz temblando de rabia. – Me vas a pagar por esto. Después de los sangre sucia llegará el tiempo de los bastardos como eres tú.
–¡Malfoy! – exclamó Randall con indignación.
Vega se detuvo a medio paso.
–¡Sí! – Lucius rió irónicamente, perdiendo el dominio de sí mismo. – Te falta mucho para la sangre pura. ¡Tu madre debe de haber estado con un muggle!
–¡Cállate, Lucius! – dijo severamente Dumbledore, levantándose de su sitio a la mesa de profesores.
Vega estaba petrificada y sentía que la agarraba una ola de ira violenta. Apretó los puños. En su mente sonaron las palabras de Malfoy. Se llenó de odio y sed de matar, sacó la varita y se volvió vehementemente, apuntando al Slytherin. Estaba pálida, sus labios se le torcieron de un modo cruel. Sus ojos tomaron un color de hierro.
–¡Crucio! – chilló agudamente.
Lucius cayó al suelo, aullando de dolor. Algunas personas gritaron. Sirius quedó inmóvil, totalmente estupefacto. Snape miró a Vega con recelo.
No sólo los alumnos fueron conmovidos. McGonagall sentaba sin moverse, pálida como una pared, mirando a chico con horror. El profesor Green parecía como si hubiera visto su propia muerte. Otros maestros cambiaron miradas asustadas.
–¡Vega, acaba ya! – ordenó Dumbledore con dureza.
Sin resultado.
Randall salió del shock, sacó la varita y la dirigió hacia Vega.
–¡Expelliarmus! – exclamó.
La mano de Vega tembló, pero la chica no soltó la varita. Parecía ignorar de hecho, que alguien ejecutó un hechizo.
–¡Expelliarmus! – gritó Randall con creciente ansiedad.
Esta vez la varita de Vega le movió más poderosamente, pero no llegó a escapar de mano. Malfoy se retorcío de dolor, pálido como la muerte.
–¡Apartaos! – ordenó una voz severa.
Dumbledore pasó rápidamente a los alumnos, sus ojos brillaron encima de las gafas.
– No soy capaz de desarmarla... – dijo nervioso Randall.
– Expelliarmus! – exclamó Dumbledore imperativamente.
Una gran fuerza tiró a Vega. La chica se tambaleó, pero no soltó la varita, a lo largo de que comenzaron a saltar chispas azules. Dumbledore parecía estupefacto.
– Extraordinario... – murmuró. – un poder excepcional... No queda más que... ¡Stupefy! – exclamó.
Un rayo rojo disparó hacia Vega. La chica cayó inconsciente al suelo. Dumbledore se inclinó rápidamente y levantó su varita. La miró atentamente y la escondió en el bolsillo de su vestido. Luego se acercó a Malfoy, que ya dejó de gritar y estaba tumbado sin moverse, respirando con dificultad.
– Llevadlo al hospital – se dirigió a los conmovidos Slytherins. –Estará bien – añadió de manera tranquilizante.
Los amigos de Malfoy le ayudaron a levantarse y le sacaron de la sala. Lucius estaba temblando y tenía la mirada ofuscada. Dumbledore les seguía con la vista. Notó que Severus Snape se fue con ellos con desgana, mirando a Vega con inquietud.
– Es terrible... – oyó la voz temblorosa de Randall. – La maldición imperdonable... en Hogwarts...
Dumbledore se volvió y miró a Vega con gran preocupación.
En el silencio sonaron pasos rápidos. De la mesa de maestros corría Minerva McGonagall. Se detuvo delante de Dumbledore,
– Albus - dijo débilmente. - ¿Qué hacemos ahora? Ellos llegarán en seguida.
– Sobre todo, guardemos la calma – dijo Dumbledore con voz dominada. – Pido a todos que regresen a sus dormitorios.
Los alumnos se apresuraron a la salida.
– Profesor – Sirius estaba claramente nervioso. – Eso significa... ¿No la llevarán a Azkaban?
– Haré todo lo que pueda para no permitirlo – dijo el director categóricamente. – Pero esta vez tu hermana tiene grandes problemas. Y ahora ya ve…
– Pero... – Sirius quiso protestar.
La mirada severa de Dumbledore cortó la discusión. El chico fue hacia la salida de mala gana.
Apenas la puerta se hubo cerrado detrás de Sirius, Dumbledore sacó su varita y la dirigió hacia Vega, diciendo: "Enervate". La chica abrió los ojos y miró a su alrededor con inseguridad. De repente, como si hubiera recordado todo, se puso en pie de un salto, mirando a Dumbledore con espanto.
– Que he hecho... – balbuceó. – No he querido... pero cuando el dijo... - sus ojos grises brillaron de odio a la sola mención.
– Entiendo – dijo Dumbledore con calma, sin quitar su mirada penetrante de Vega. – Pero ahora quiero saber una cosa: ¿dónde aprendiste la maldición imperdonable?
La chica estaba callada, con la cabeza bajada.
–¿Aprendiste este hechizo del lord Voldemort? – preguntó el director severamente.
Vega levantó la cabeza vehementemente, en su cara se dibujaba recelo e indignación.
–¡No! – protestó con fuerza, aunque su voz temblaba un poco. - ¡No tengo nada que ver con él! ¡Tiene que creerme! Todo esto estaba en el libro...
Se interrumpió, como si de repente se hubiera dado cuenta, que dijo una palabra más de lo que debía.
Demasiado tarde.
–¿Qué libro es? – preguntó Dumbledore en seguida.
Vega sabía que no le quedaba más que decir la verdad.
– Sobre las Artes Oscuras avanzadas – susurró, con la vista clavada en tierra.
–¿Dónde lo tienes?
Vega pensaba intensamente. Snape trajo el libro en secreto y todo el año habían estudiado poderosos hechizos de Artes Oscuras, pero no pudo decírselo a Dumbledore. No quería que Severus tuviera problemas a causa de ella.
– Lo compré durante las vacaciones – dijo, tratando de sonar creíble. – En el Callejón Knocturn. A un mago extranjero.
– Quiero verlo – declaró Dumbledore.
Un tono de su voz demostraba que quería hacerlo en seguida.
– No lo tengo – Vega afirmó con celo. – Es decir, no lo tengo ya. Cuando había aprendido todo, lo quemé.
Sobre la página del título se veía un sello, presentando una araña negra. Vega estaba segura que Dumbledore conocía esta señal y reconocería a su verdadero propietario.
Sin embargo, el profesor no parecía convencido.
– Chica – dijo con voz cansada. – Dentro de un rato llegarán los aurores. Sin duda registrarán todas tus cosas. Si encuentran algo...
–¡Le juro! ¡Lo quemé! – gimió Vega, claramente asustada a la mención de los aurores.
Prefería no pensar en lo que habría pasado si la semana anterior no hubiera devuelto el libro a Severus.
De repente, la puerta se abrió con estruendo y entró un sofocado Hagrid. Cuando vio la extraña asamblea, puso los ojos platos, pero evidentemente se le había ocurrido algo más raro, porque corrió a Dumbledore.
– Profesor – jadeó, - vienen aquí tres hombres del Ministerio. Uno es Alastor Moody.
– Les espero, Rubeus – dijo Dumbledore con calma. – Invítales a mi despacho – puso la mano sobre el hombro de Vega. – Vamos.
Salieron del Gran Comedor. Cuando cruzaron el pasillo, Vega sintió una mirada aguda. Miró a su alrededor y notó a Severus, oculto detrás de un pilar. Les observaba con gran angustia.
Llegaron a la oficina del director. Dumbledore indicó la silla a Vega y se sentó al otro lado del escritorio, con los ojos clavados en la puerta. No pasaron más que cinco minutos, cuando en la escalera sonaron pasos rápidos y alguien golpeó. Vega se quedó inmóvil.
– Entre – dijo Dumbledore, levantándose.
Tres personas entraron al cuarto, dos hombres y una mujer. Todos parecían muy serios.
– Albus, ¿qué diablos pasó? – comenzó la bruja. Tenía cerca de cuarenta años y estaba muy nerviosa. – Recibimos una señal de que en Hogwarts usaron una maldición imperdonable. No quise creerlo.
– No avisaste, que intentarías mostrar el Cruciatus a los alumnos - añadió uno de los hombres.
El tercero de los recién llegados no dijo nada, sino que bufó con burla. Fijó los ojos, fríos y penetrantes, en Vega, como si supiera bien porque estaba allí. Dumbledore lo notó.
– El instinto de auror no te engaña, Alastor – dijo. – Es Vega Starlight, quien ejecutó la maldición imperdonable.
En los claros ojos de auror brillaron rayos malignos, a la vista de los cuales Vega se agachó en la silla. Los demás la observaban con asombro.
–¿Ella ejecutó el Cruciatus? – preguntó la bruja con recelo. – No creo que una chica de dieciséis años sea capaz de hacer un hechizo tan avanzado.
– Es verdad, Arabella – dijo Dumbledore con un suspiro. - Aunque, créeme, daría mucho por que tuvieras razón. Por desgracia, la señorita Stralight es muy talentosa y logró dominar la maldición imperdonable.
Los labios de Moody se torcieron en una mueca desagradable.
–¿Entonces, eres mortífaga? – preguntó de mal augurio. - ¿Voldemort te enseñó atormentar a la gente?
–¡No! – gritó Vega, poniéndose en pie. Apretó los puños, sus ojos ardieron. - ¡No soy mortífaga!
–¡Cada uno lo dice, cuando lo cogemos! – Moody rió lúgubremente.
– Yo creo a Vega, Alastor – declaró Dumbledore. – La conozco y sé, que no miente. Cuéntanos todo que me has dicho – se dirigió a la chica.
Vega respiró y comenzó a hablar. Los magos la escuchaban atentamente. Cuando hubo terminado, Moody bufó con rabia.
–¿Quieres que te crea? – se mofó. - ¿Dices, que compraste este libro oscuro de un extranjero y después lo quemaste? ¡Una tontería!
–¡Calma, calma, Alastor! – dijo el mago del ministerio. – Exageras un poco. En cuanto a mí, no veo razones para que no creer a la señorita Starlight. Sobre todo, que Albus responde por ella.
Moody le miró con hostilidad.
– Aun si es verdad, Willis, ¿quién estudia hoy las Artes Oscuras, si no intenta unirse a Voldemort? Si esta chica no es todavía mortífaga, seguramente quiere hacerse una.
–¡No! – Vega protestó rudamente. – Le he dicho que estudiaba estas maldiciones por curiosidad.
Moody no estaba convencido. Su mirada glacial no dejaba lugar a dudas.
– Entonces, tienes intereses peculiares – dijo venenosamente. – Y arriesgados...
– Déjalo, Moody – dijo Willis en tono impaciente. – Como siempre, buscas a los enemigos en todas partes. Estoy seguro, que esta chica no tiene nada que ver con los mortífagos.
– Estoy de acuerdo con John – le apoyó Arabella.
Moody bufó con enfado.
– Lo que no cambia el hecho – continuó la bruja, - de que la maldición fue ejecutada. Albus, sabes bien, qué pena es obligatoria.
Dumbledore asintió con la cabeza.
– Lo sé – dijo seriamente, - pero en este caso hay que tomar en cuenta las circunstancias atenuantes. Vega no usó la maldición para atacar a alguien con premeditación. Fue provocada, en modo abominable, y perdió el dominio de sí misma. Además, es una alumna excelente, la prefecta de Gryffindor y tengo gran confianza en ella.
Vega tuvo la impresión que Dumbledore pronunció la palabra "gran" con acento excepcional, echándole una mirada penetrante.
– Cruciatus es Cruciatus – gruñó Moody. – Cada uno sabe, que por la maldición imperdonable se va directamente a Azkaban. Tenemos que defender nuestra comunidad de esos que son capaces de servirse de estos hechizos peligrosos. Son capaces de hacerlo y lo hacen – añadió acentuando sus palabras.
– El derecho debe ser severo, pero no cruel – dijo Dumbledore con fuerza. – Vega actuó mal, pero no la pongáis al mismo nivel que esos de Azkaban.
Arabella comenzó a caminar nerviosamente de un lado a otro, con cada vuelta echando una mirada cansada a la chica.
– Hay sólo una solución – dijo por fin, parándose cerca de la chimenea. – Consideremos, que fue una maldición involuntaria. Porque tuvo lugar en el campo de la escuela, depende de la jurisdicción de Dumbledore. Albus, castígala como juzgues conveniente.
John Willis aceptó esta proposición con alivio.
– Estoy de acuerdo – declaró y suspiró profundamente.
–¿Alastor? – preguntó la bruja.
Moody parecía furioso y lo expresó en seguida.
–¡Vuestra indulgencia es lamentable! – gruñó. – Pero tú decides, Arabella. Y tú – se dirigió a Vega y en sus ojos brillaron rayos peligrosos, - Cuídate... Te vigilaré. Si me das una razón para sospechar de ti, ni siquiera Dumbledore te salvará.
Vega sintió escalofríos, pero sostuvo con determinación la mirada del auror. Moody sonrió diabólicamente, saludó al director de Hogwarts y salió del despacho.
– Ya nos vamos – dijo Willis. – Hasta luego, Albus.
Apenas la puerta se hubo cerrado, Dumbledore cogió una garrafa, llenó una copa pequeña con un líquido transparente y lo bebió de un trago. Apartó la garrafa y miró a Vega con gran preocupación.
–¿Te das cuenta – preguntó en voz cansada – qué te amenazaba? Ellos tenían derecho de mandarte a Azkaban.
Vega estaba con la cabeza bajada. Ahora, después del encuentro con los aurores, se dio cuenta de lo espantoso de la situación.
– No quise hacerlo, juro... - susurró.
Dumbledore se acercó a ella y le puso la mano por el hombro.
– Lo sé – dijo suavemente.
Vega levantó la cabeza. En sus ojos se dibujaba arrepentimiento y desesperación.
– Profesor – comenzó en voz temblorose, - ahora... me echará de Hogwarts?
–¡Qué dices! – se indignó Dumbledore. – Claro que no.
– Pero – Vega no pudo creerlo – después de lo que hice...
Dumbledore sonrió con tristeza.
– Si fuera sólo tu culpa, realmente no vacilaría ni un segundo. Pero, en primer lugar, sé bien como sucedió. Y en segundo lugar, yo mismo soy un poco culpable.
La chica lo miró asombrada.
– Sí – continuó Dumbledore. – Me reprocho que no sabía, que hacías en el tiempo libre. Y debo saberlo... Sospechaba que con Severus estudiabais las Artes Oscuras, pero no creía, que fuisteis tan lejos... No os aprecié.
Vega estaba tan aturdida con las palabras de Dumbledore, que en el primer momento no se dio cuenta que el director usó plural. Cuando lo comprendió, se puso pálida y miró al mago con la mirada confusa. Dumbledore sonrió levemente.
– Sí, sí, sé sobre Severus – dijo. – Os observaba desde hace años. Desde el tiempo cuando comenzó vuestra amistad - algo muy raro entre los alumnos de Gryffindor y Slytherin. Lo interpretaba como intereses comunes... y no me equivoqué. Este libro fatal... pertenece a Severus, ¿verdad? Y no lo quemaste.
Vega estaba callada. No se atrevió a mentirle a Dumbledore, pero si confirmaba sus suposiciones, se sentiría como una traidora. Sin embargo, el mago pareció comprender bien sus indecisiones y no esperó la respuesta.
– Sé que querías proteger a Severus – dijo seriamente, - pero es un juego arriesgado mentir a un auror. Moody tenía derecho forzarte a beber Veritaserum, un elixir de la verdad. Y si te cogiera en una mentira... - paró de hablar.
Vega seguía mirando el suelo.
– Esto no se puede repetir nunca – dijo el mago categóricamente. – Vega, te prohíbo estudiar Artes Oscuras. Lo mismo se refiere a Severus... además hablaré con él mañana. Te repito una vez más – miró al chica severamente, - ningunas maldiciones prohibidas mientras estés en Hogwarts. ¿Entiendes?
Vega asintió lúgubremente.
– Bueno – dijo Dumbledore, ya con voz mucho más suave. – Y ahora ve a tu dormitorio. Es media noche. Vamos, te acompañaré.
Salieron del despacho y se dirigieron hacia los cuartos de Gryffindor. Cuando pasaban la escalera principal, le pareció a Vega que en el piso bajo, una figura se ocultó rápidamente detrás de la pared.
