Revisado por Ana Maria
18. El secreto de Hagrid
(15 abril 1996)
– Simplemente no entiendo que pasa con él – dijo Hermione, abriendo los brazos perplejamente. – Desde hace dos semanas se comporta de modo muy raro. Todo el tiempo está lúgubre, no es normal en Harry.
– Lo peor es que dejó de hablar con nosotros – añadió Ron. – Pues¿cómo podemos saber de que se trata?
Estaban sentados sobre un gran tronco, cerca a la pared de la cabaña de Hagrid. El sol templado de primavera les calentaba las caras, pero no podía dispersar su ansiedad. Se preocupaban por Harry. Sentían que Dumbledore le había dicho algo que ahora le atormentaba. Sin embargo, Harry se callaba como una piedra y no podían sacar de él ni una palabra sobre esta conversación misteriosa.
Por supuesto Hagrid también se preocupaba de los sufrimientos de Harry, pero no podía ocultar la alegría y el orgullo que le hinchaba el corazón en estos días. Cada uno que conocía a Hagrid podría comprender una razón, si hubiera dado un vistazo a una gruta de roca, construida por los alumnos.
Hace tres días las gárgolas salieron de los huevos. Ron y Hermione nunca habían estado tan sorprendidos cuando, al entrar a la gruta para cambiar la cama de paja, en lugar de una pila de los huevos de pierda encontraron una centena de pequeñas criaturas grises. Tenían alas membranosas y largos extremos finos y, con indiferencia para todo el mundo, se dedicaban a una actividad: con sus picos agudos sistemáticamente rompían pedazos de roca en polvo blanco.
Hagrid resplandecía de felicidad. Durante las lecciones mandaba a sus alumnos por suministro de piedras, por que las gárgolas comían minerales contenidos en la roca. Pero aunque habían traído algunos kilogramos de rocas, después de dos días la gruta comenzó a desmoronarse. Las criaturas estaban muy glotonas.
Hagrid estaba feliz de su buen apetito. Se enterneció al pensar como serían de grandes y bellas cuando crecieran. Los alumnos estaban un poco angustiados. Se dieron cuenta que no tenían idea del tamaño de una gárgola adulta. Hagrid les explicó que no serían más grandes de treinta centímetros, con la envergadura de las alas de dos metros. Hermione notó que podría ser difícil alimentar a una banda de las gárgolas tan glotonas. El guardabosque suspiró y comenzó a tirar de su barba negra. Era obvio que había pensado en este problema y que la solución no le gustaba.
– Pues – dijo por fin, mirando las criaturas con una ternura paternal. – Se las mandaré a Magnus. En Noruega tendrán muchas rocas para comer. Le voy a escribir una carta... –vaciló y de nuevo miró las gárgolas; sus ojos brillaron. – Pero me dejaré una... – murmuró.
Después de tres días del avivamiento las bestias crecieron y se pusieron más oscuras. Todo el tiempo tenían buen apetito. Hermione y Ron podían oír el ruido rítmico de sus picos.
Hagrid suspiró.
– ¿Qué puedo hacer para ayudaros con Harry? – preguntó. – Hablaré con él – propuso con entusiasmo, pero en seguida se confudió. – Sólo que... mañana me voy...
– ¿Sabes que pienso? – preguntó Hermione de improviso, observando a Hagrid atentamente. – El comportamiento de Harry tiene relación con Tú-Sabes-Quien.
– ¿Con él? – se sorprendió el guardabosque, pero Hermione notó un tono falso en su voz – Que te viene a la cabeza...
– Hermione tiene razón – dijo Ron. – No sólo Harry está de mal humor. Mirad a los maestros. Dumbledore parece preocupado desde hace semanas y todo el tiempo discute algo con la profesora Starlight. A Snape también le atormenta algo, nunca ha estado tan malicioso como ahora. ¿Y la historia con Malfoy? Algo se está preparando.
Hagrid murmuró indistintamente y comenzó a observar un caracol. Hermione y Ron se miraron significativamente.
– Si no pasa nada¿por qué cada mes vas a Asia para guardar los behemotes? -preguntaron a unísono.
Un terremoto junto con un ciclón no haría más grande impresión a Hagrid. Se puso pálido. Se levantó vehementemente. Echó en torno una mirada salvaje. Se sentó de nuevo. Sus manos temblaron.
– ¿Qué... sabéis? – susurró en voz ronca. – Dumbledore me matará...
Escondió la cara en sus manos y comenzó a balancearse adelante y atrás, gimiendo como un oso herido. Ron y Hermione no esperaban una reacción tan emocional.
– Hagrid, no te preocupes – Hermione trató de tranquilizarle. – Sólo nosotros sabemos la verdad.
– ¿Qué sabéis? – repitió el guardabosque sordamente, mirando a la chica con los ojos llenos de desesperación.
– Pues – Hermione no pudo ocultar una sonrisa contenta, – en enero tuvimos una lección sobre los behemotes. Preparando un ensayo, consulté el "Bestiario" y leí, que su golosina es una bulba de azucena. Me acordé en seguida, que en otoño habías arrancado muchas.
– ¡Fui tan descuidado! – gimió Hagrid, jalándose los pelos de la cabeza. – Como podré mirarle a la cara...
– De verdad, no es culpa tuya – le aseguró Ron. – Además, lo habríamos adivinado a pesar de todo. El mes pasado encontramos en tu cabaña copos plateados.
Si la intención de Ron fue consolar a Hagrid, no lo logró. El guardabosque escondió la cabeza entre sus rodillas y comenzó a sollozar.
– Hagrid, cálmate – dijo Hermione con preocupación. – Vamos adentro, tomemos té.
Hagrid se levantó y le permitió llevarle a la cabaña. Ron lo sentó en su silla preferida, mientras Hermione encendió el fuego bajo la caldereta. Después de algunos minutos sintieron una fragancia aromática. Hagrid se avivó un poco. Se secó las lágrimas y sacó su taza grande.
– Buen té – dijo, – rojo, chino... – calló de improviso y gimió con desesperación.
Exacto... – murmuró Hermione. – ¿desde cuándo bebes té chino?
Pasaron diez minutos antes Hagrid se calmara un poco. Ron y Hermione tuvieron que jurar que nunca dirían a nadie sobre los behemotes.
– Tenéis que entender que es importante – dijo el guardabosque. – Dumbledore teme que Tú-Sabes-Quien querrá usar los behemotes en el combate. La resistencia de magia, entendéis. Por eso les visito una vez al mes para controlar si están seguros. Son criaturas maravillosas – se puso a soñar y una risa bondadosa brilló en sus ojos negros. – Nos hemos hecho amigos. Si otro mago hubiera aparecido allá, me lo habrían dicho. Los soborno con las azucenas – añadió de modo jactancioso. – Magnus me sugirió esta idea...
– ¿Magnus! – gritaron Ron y Hermione a unísono. – ¿Le dijiste a Devilson sobre los behemotes?
– Claro que no – se indignó Hagrid. – Le pregunté, teóricamente, qué haría si tuviera que domar a un behemot. E inventó lo de las bulbas de azucenas. Conoce los animales...
Sus visitantes cambiaron las miradas angustiadas. Estaban seguros que Devilson adivinó la verdad tras las ingenuas preguntas de Hagrid. Pero¿cómo podía usarlo? A decir verdad, no sabían mucho de él. Fuera de la historia misteriosa con Snape y menciones vagas de Sirius, no tenían razón para sospechar nada. Por otro lado, no se les escapó que desde la Navidad Magnus Devilson no había regresado a Hogwarts, aunque el "Diario El profeta" informaba a menudo de las visitas de los expertos noruegos. ¿Qué había en eso¿Y si estaba relacionado con el ataque contra la profesora Starlight?
No tenían idea, pero estaban seguros de una cosa. Se habrían sentido mucho más tranquilos, si Magnus Devilson no hubiera sabido que Dumbledore guardaba atentamente la única manada de behemotes.
(1 mayo 1996)
Vega andaba de un lado a otro por el despacho de Dumbledore y golpeaba con rabia los pesados objetos.
– ¡No podemos aceparlo! – silbó. – ¡Devilson no atravesará el umbral de la escuela!
Dumbledore suspiró y movió la cabeza con resignación.
– Sabes bien que esta vez eso no depende de mi – dijo en la voz cansada. – Es un encargo del ministro. Si me niego, cerrará Hogwarts en seguida. No puedo permitirlo. Sobre todo ahora...
– ¿Piensa este tonto qué los problemas con megaportes están relacionados con nuestro sistema de la defensa? – bufó Vega. – Es una tontería. Nadie en el departamento de teleportaciones lo cree. Pero nuestro querido ministro trata como santidad cada palabra dicha por el "eminente experto noruego" – en su voz sonaron los tonos maliciosos. – Es lo que quiere Devilson. Inventó esta hipótesis para entrar en Hogwarts. ¡Está claro!
– Tienes razón – asintió Dumbledore. – Pienso que Magnus perfectamente se da cuenta por que se le prohibió entrada en la escuela después de los acontecimientos de enero. Sabe que sospechamos de él.
Vega se detuvo y clavó los ojos ardientes en el mago.
– ¡Exactamente! – gruñó. – Pero sigue haciendo su juego con nosotros. Arriesga mucho... – se entregó a sus pensamientos. –Quisiera saber por qué.
Dumbledore entrelazó los dedos.
– Eso me preocupa también – suspiró. – Presiento que pronto ocurrirá algo muy malo. Tenemos que guardar vigilancia.
– De todos modos, yo no quitaré los ojos de Devilson – dijo Vega.
En el pasillo sonaron pasos rápidos y alguien abrió la puerta sin golpear. Vega se volvió y vio a Snape.
– Ya ha llegado – informó brevemente. – No está a solas. Le acompaña Remus Lupin.
Cuando Severus mencionó el último nombre, en sus ojos negros brilló una antipatía. En la punta de la lengua tuvo un comentario mordaz, pero al mirar a Vega no dijo nada.
– ¡Oh, perfectamente! – se alegró la aurora. – Vamos a enterarnos qué pasó en realidad con los megaportes.
– ¿Desde cuándo Lupin es experto de teleportación? – no se contuvo Snape.
Vega lo miró fríamente y salió del despacho sin decir una palabra.
Está mañana Hogwarts parecía más el Callejón Diagon que la escuela. En espacio de trescientos metros en dos filas estabán puestos llenos de productos diferentes. Entre ellos se apretaba una muchedumbre de alumnos, felices pues como no habían podido visitar Hogsmead, Hogsmead los había visitado a ellos.
Remus Lupin vio a Harry al lado de un puesto con dulces. Le saludó, pero el chico no lo notó. Mientras Hermione y Ron rellenaban los bolsillos de golosinas, Harry miraba un punto lejano con la mirada perdida. En la cara de Remus se dibujó preocupación. Suspiró y comenzó a abrirse paso entre los grupos de alumnos. Algunos reconocieron el anterior maestro de la defensa y lo saludaron cordialmente. Otros, sobre todo los Slytherin, al ver al mago comenzaron a susurrar entre ellos. Remus oyó las palabras como "licántropo" y "peligroso". Muchas caras expresaban una gran ansiedad.
Lupin trataba de no hacer caso de esto. Pasó la caseta de la señora Rosmerta y se acercó al puesto con dulces, cuando Hermione se volvió y lo reconoció.
– ¡Profesor Lupin! – exclamó sorprendida.
Harry se sacudió de sí la reflexión.
–¡Remus! – llamó. - ¿Qué haces en Hogwarts?
Remus sonrió.
– Estoy aquí de servicio – explicó. – Sabéis, trabajo en el ministerio, en el departamento de teleportaciones. Últimamente tuvimos algunos problemas con megaportes. Maguns piensa que pueden ser resultado de perturbaciones, causadas por el SDAO. Pero no me preguntéis los detalles. No soy experto. El ministro me mandó con Magnus, porque nuestro especialista había caído enfermo.
– ¿Devilson está en Hogwarts? – gritaron Hermione y Ron.
– Sí – Remus les miró un poco asombrado. – Controla la actividad de todo nuestro grupo. Oh, está allá – indicó hacia el castillo. – Habla con la profesora Starlight.
Todos los tres miraron en la misma dirección. Al pie de la escalera estaban Vega y Magnus y discutían encarnizadamente. Juzgando por su gesticulación fuerte, cada momento podría venir a las manos. Remus se movió con agitación.
– Vega no está contenta por esta visita – murmuró. – Y decir la verdad, no comprendo, cómo los teleportes pueden estar relacionados con el sistema de la defensa... Vale, pero quería hablar de otra cosa. Harry¿qué pasa? – preguntó al chico. – Veo que algo te atormenta. Tus últimas cartas no eran optimistas. ¿Que pasó?
Harry bajó la vista. Quería mucho compartir con alguien todo que se le había echado encima: la conciencia de quién es y el miedo que le infunde eso. Pero sabía que no podía hacerlo. Tenía que soportar a solas este peso. Su herencia oscura.
– Todo va bien – dijo por fin. – Soy un poco cansado. Tenemos mucho estudio.
Remus lo miró con una mirada escrutadora.
– Harry, acuérdate que siempre puedes contar con Sirius y conmigo – dijo seriamente. – Sirius quiso venir, pero hoy sería demasiado peligroso. Te traje algo de él.
Sacó de su bolsillo un sobre amarillo y lo dio a Harry.
– Ahora perdona, pero me tengo que ir – sonrió como excusa. – Quería hablar con Vega. Pero nos veremos antes de que salga. ¿Estarás cerca?
– Claro – aseguró Harry. – Voy a esperarte.
– Pues, hasta luego – dijo Remus y fue rápidamente hacia el castillo.
– ¿Qué escribe Sirius? – preguntó Hermione en voz baja, indicando significativamente la carta.
– Vamos a ver – el chico abrió el sobre y se puso a leer. – Está bien... Lamenta que no podía venir... Oh, dice que... – comenzó, pero de repente calló y estornudó.
– ¡Jesús! – tronó Lee Jordan que estaba pasando al lado.
– Grac... – dijo Harry y estornudó de nuevo.
– Vámonos de aquí – ordenó Hermione. – Es por los inciensos indios que tienen en le puesto de enfrente. Odio este olor.
Y los tres fueron hacia la cabaña de Hagrid para alimentar Fang.
