¡Hola Alex Black Bird!
Me alegro de que te guste mí cuento. Pero tengo que decirte, que no soy americana, soy polaca :)
Revisado por Ana Maria
19. Las alas de la muerte
– ¿Qué está buscando allá? – se excitaba Vega, observando algo atentamente. - ¿Qué tiene que ver la cabaña de Hagrid con los teleportes?
– Nada con los teleportes – dio Remus. – Devilson mencionó que había traido algo para Hagrid.
Estaban sentados sobre una escarpada, descendiendo de los muros del castillo hacia el lago. Remus adivinó por qué Vega había elegido este puesto para su conversación. Desde aquí se extendía la vista perfecta para todo el terreno de la escuela. Y para Magnus Devilson. En cualquiera parte que hubiera ido, lo seguía una mirada vigilante de la aurora.
– Oye... - Remus miró a bruja de modo interrogativo. - ¿De qué se trata¿Por qué estás tan suspicaz en cuanto a Devilson? En el ministerio dijeron que no habías querido dejarle entrar en Hogwarts.
– Perdona, pero no puedo explicártelo, todavía no – dijo Vega. - Pero ten cuidado con él.
Remus la miró de modo escrutador pero no preguntó de nada. Sabía que sería inútil. De repente por la tierra pasó una gran sombra, como si la nube hubiera cubierto el sol. Remus levantó la cabeza.
– ¿Qué es esto? – preguntó, entornando los ojos y observando algo enorme y oscuro que circulaba encima del castillo y hacía acrobacias complicadas.
– Las gárgolas – explicó Vega sin quitar los ojos de Devilson, quien acabó una conversación con Ron y lentamente regresaba hacia Hogwarts. – Criadas por Hagrid. Las suelta cada día para que enderecen sus alitas.
– Ah, es verdad– se acordó Remus, siguiendo con interés las evoluciones de la banda. –Harry habló acerca de ellas en su carta. ¡Sí! – se golpeó en su frente - Magnus trajo un saco de cebo para las gárgolas.
– Muy amable de su parte... – murmuró Vega maliciosamente. – Pero si piensa que pueda engañarnos, se equivoca mucho. Su amistad con Hagrid me parece muy sospechosa. Ea, lo pondré en claro cuando Hagrid regrese. Y ahora – miró a Remus, - cuéntame que exactamente pasó con los teleportes.
– Pues, es una rara historia – comenzó Lupin. – Como lo sabes, el ministerio dispone de siete megaportes, situados en diferentes partes del país. Desde hace algunos meses los observábamos atentamente porque sospechábamos que los cazadores los usaban para transportar a Inglaterra los dragones robados en el Parque Nacional Escandinavo. Magnus propuso – al sonido de este nombre los ojos de Vega ardieron, - conectar todos los megaportes, los nuestros y los noruegos. De esta manera se puede orientarlos para que trasladen un cazador directamente al teleporte principal en el ministerio.
– Bien pensado – dijo Vega, pero su tono sugería que Magnus no podría considerarlo un cumplido.
– Hace dos días hicimos una prueba – continuó Remus. – Parecía que todo iba bien pero de repente algo se estropeó. Los megaportes dejaron de funcionar. Como si les hubieran separado la energía. Todo no duraba más que unos segundos, pero nos preocupó un poco. Los magos que trabajan en el ministerio desde hace muchos años dijeron que algo así nunca había ocurrido.
– De verdad, es extraño… – se ensimismó Vega. – Pero estoy segura de una cosa. El Sistema de la Defensa no pudo causar las perturbaciones así. Es una fábula inventada por Devilson.
– ¿Pero por qué? – suspiró Remus. – No entiendo...
– Eso no me extraña – gruñó una voz fría.
Vega se volvió vehementemente, aunque sabía bien quien había dicho estas palabras. No se equivocó. A algunos pasos de ellos estaba Snape y miraba a Lupin con verdadera antipatía.
– Ah, Severus – sonrió Remus, levantándose. – Me alegra verte.
Snape estaba con una sonrisa irónica en sus labios y abrió la boca para decir algo malicioso, cuando Vega se sumó.
– ¿Qué quieres? – preguntó secamente. – Si no es nada urgente, te aconsejo regresar a tus propios asuntos.
La sonrisa burlona se evaporó de la cara de Snape.
– Dumbledore quiere hablar contigo, Lupin – gruñó.
Remus asintió con la cabeza y se dirigió a Vega.
– Espero que mis informaciones sobre los teleportes sean útiles. Si... – calló de repente y clavó los ojos en algún punto en el cielo. – ¿Qué hacen ellas...? – en sus ojos ambarinos centelleó ansiedad.
Vega y Severus siguieron su vista. La banda de las gárgolas circulaba encima de la cabaña de Hagrid, haciendo raros movimientos. Y de improviso, sin advertencia, se lanzó abajo como una gran flecha negra.
– ¡Potter! – gritó Snape que primero notó quien era el objetivo de las gárgolas.
Harry no tuvo tiempo para entender que pasaba. De repente lo rodeó una gris multitud chillante, las alas membranosas golepaban su cara. Sintió una picadura. Un pico, agudo como un puñal, se clavó en su pierna. Un segundo después lo atacó la gárgola siguiente, luego la siguiente y la siguiente... Sobre todo su cuerpo sentía las picaduras penetrantes que desgarraban músculos y llegaban hasta los huesos. Cubrió su cara con las manos, incapaz de moverse, incapaz de emitir sonido. Lo último que recordó fue centenas de ávidos ojos rojos, rodeándolo por todas partes, más y más cerca...
Antes de que dejara de sonar el grito de Snape, Vega se transformó en azor y voló rápidamente hacia la masa de las alas. Remus y Severus la siguieron.
En el mismo momento Ron y Hermione salieron corriendo de la cabaña, acompañados por un asustado Fang. Al ver la manada enloquecida se quedaron clavados en su sitio, con horror reflejado en sus rostros.
– ¡Harry!- gritó chillando Hermione, lanzándose desesperadamente hacia las gárgolas.
De repente la agarró una mano y tiró atrás.
– ¡Vete de aquí! – gritó Vega en tono imperativo, dirigiendo su varita a los pájaros. – ¡Los dos, adentro!
Hermione quiso protestar, pero al encontrar una mirada dura de la bruja, asintió obedientemente y, arrastrando a un estupefacto Ron, desapareció detrás de la puerta de la cabaña.
Vega levantó su varita.
– ¡Impedimenta! – llamó.
Unas gárgolas se quedaron inmóviles y cayeron sin fuerza a la tierra, pero el hechizo no fue capaz penetrar la masa compacta de los cuerpecitos grises.
– ¡Immobilarius! – gritó Vega.
Esta vez el efecto fue semejante. La aurora soltó un juramento. Sonaron los pasos rápidos y corrieron sofocados Remus y Snape.
– Un hechizo congelando ... – bufó Severus, respirando con dificultad. – Hielo destruye hasta la roca...
– ¡Claro! – Vega se golpeó en su frente. - ¡Ataquemos juntos! En este modo aumentaremos la fuerza del hechizo. ¡Ahora!
– ¡Glaciari! – gritaron al unísono.
De tres varitas lanzaron tres rayos azules y golpearon la manada, rodeándola de una fina superficie del hielo. Y mientras el hechizo penetraba más y más profundamente, las gárgolas se quedaban inmóviles y caían al suelo, rompiéndose en miles de trozos pequeños.
– ¡Harry! – llamó Remus y se echó hacia el montón de los pedazos de hielo, que comenzaron a teñirse de rojo.
Apartó de prisa la masa fría y casi gritó. Sobre la hierba mojada había un gran bloque de hielo y en su interior, inmovilizado en una convulsión, estaba el mutilado cuerpo de Harry.
Remus lo miraba, pálido como la muerte. Lentamente, como si no se diera cuenta que hacía, sacó la varita.
– ¡Espera! – la voz ronca de Vega parecía llegar de un pozo profundo – Si vive... si vivía en el momento del golpe del hechizo... es mejor no descongelarlo.
Remus levantó la cabeza y miró a la bruja. En sus ojos se dibujaba la desesperación sincera.
– ¿Por qué...? – susurró. - ¿Por qué lo hicieron?
– Vamos a pensarlo más tarde – le interrumpió Snape. – Ahora hay que llevar Potter al hospital.
– Tienes razón – dijo Remus duramente. – Lo haré.
Movió la varita y el bloque de hielo se levantó en el aire sin ruido. El mago la señaló y fue rápidamente hacia el castillo, acompañado por Ron y Hermione, que tenían aspecto como si hace un rato hubieran encontrado a Lord Voldemort.
En medio camino toparon con una muchedumbre de alumnos, retenidos por los maestros. Minerva McGonagall se aproximó corriendo a Remus. Su sombrero azul se le deslizó de la cabeza, pero la bruja no le prestó atención.
– ¿Qué pasó? – preguntó febrilmente.
Sin pararse Remus indicó al congelado Harry. La profesora McGonagall gimió y habría caído, si no la hubiera soportado Magnus Devilson. La bruja lo miró con la mirada perdida, arregló mecánicamente sus gafas y de repente, como si se hubiera dado cuenta de lo que había pasado, corrió detrás de Remus.
Magnus la seguía con la mirada impenetrable, se volvió y fue rápidamente en otra dirección. A la distancia veía a Vega y a Severus, agachados encima de los trozos de las gárgolas. En los ojos grises de Magnus brillaron rayos odiosos, que no eran convenientes a su cara delicada, pero tanto más espantosos.
Al oír los pasos, los magos levantaron las cabezas y se pusieron en pie, sacando sus varitas. La furia desfiguró la cara de Snape y Vega miraba a Devilson como si quisiera tratarlo con el Cruciatus.
Sin hacer caso de ellos Magnus se aproximó a la masa de hielo. Se agachó y cogió uno de los trozos. Mientras el agua fría se le iba de entre las manos, la tristeza en sus ojos se convirtió en furia impulsiva.
– ¡Bárbaros! – silbó, clavando los ojos ardientes en Vega y Severus. – Cómo pudisteis matar tan bestialmente tantas criaturas inocentes!
Los magos se quedaron estupefactos. Snape rechinó los dientes.
– Por si no lo has notado– dijo glacialmente, - estas criaturas inocentes acaban de atacar a un alumno.
– ¡No es una razón para matarlas! – gritó Maguns con un brillo endemoniado en sus ojos. – ¡Pero cuánto vale la vida de las gárgolas cuando se trata de famoso Harry Potter!
– No sólo de Potter – dijo Vega. – Si en su sitio hubiera sido otra persona, hubiéramos hecho lo mismo. Pero me alegra que lo hayas mencionado... – se sonrió siniestramente. – Me intriga mucho por qué las gárgolas atacaron exactamente a Harry. Y por qué pasó en el día de tu sospechosa visita en Hogwarts.
Esta vez Magnus pareció sorprendido.
– ¿De qué hablas? – preguntó en modo hostil. – ¿Pensáis que ordené a las gárgolas atacar a Potter?
– Vamos a ver... – dijo Vega prolongadamente. – Vas a beber el Veritaserum y nos contarás todo.
– ¡No tienes derecho! – gruñó Devilson, un poco ansioso.
– ¿No tengo? – silbó la aurora, sacando su varita.
– ¡Espera!
Todos miraron a la misma dirección. A algunos pasos de ellos estaba Albus Dumbledore.
– ¡Director! – llamó Vega. – Creo que hace falta...
– No, profesora Starlight – Dumbledore movió la cabeza. – Nadie va a dictar los juicios y indicar a los culpables antes que sepamos que pasó de verdad.
– Por fin alguien razonable – murmuró Devilson.
En el rostro de Vega se dibujó rabia. Quiso protestar, pero Dumbledore le ordenó guardar silencio.
– Magnus – dijo secamente, mirando al mago de modo penetrante. – Me parece que ya has arreglado todos tus asuntos en Hogwarts.
Devilson se puso pálido, su cara se retorció de furia impotente.
– ¡Me vais a pagar por eso! –indicó la mancha sucia en la hierba. Sus ojos ardían con odio. - ¡ Me vais a pagar, lo juro!
Escupió a los pies de Snape y sin despedirse, sin volverse atrás, fue hacia la puerta.
oooooooooooo
– ¿Cómo está ahora? – preguntó Dumbledore en voz baja, mirando con cuidado a Harry, envuelto en vendas.
La señora Pomfrey suspiró y se secó las lágrimas.
– Duerme, pobrecito... – sollozó. – Después de tan grande dosis de Vivimortis recobrará las fuerzas dentro de largo tiempo. Es horrible... – se le quebró la voz.
– Poppy, lo más importante es que vive – dijo Dumbledore con convicción. – Cuando lo vi después de la descongelación, todo cubierto por heridas...- tembló sólo del recuerdo. - Pensé que era demasiado tarde, que por fin Él lo había alcanzado...
– ¡Él? – en los ojos de la señora Pomfrey se dibujó el terror.- Quiere decir, que... ¿Tú-Sabes-Quien...?
Dumbledore asintió lúgubremente.
– ¿Quién otro odia tanto a este chico? – suspiró.
Miró a Harry por última vez y sin ruido salió de la sala. Los pasillos estaban sumergidas en tinieblas, pero Dumbledore no sacó su varita. No necesitaba la luz, nadie conocía el viejo castillo tan bien como él. Recorría los pasillos, abismado en los pensamientos. Sabía, por qué Voldemort había querido matar a Harry. Le preocupaba: cómo.
Se detuvo delante de la puerta del despacho de Snape y golpeó.
– ¡Entra!
Dumbledore abrió la puerta. Adentro Severus y Vega se inclinaban encima de la mesa, llena de aparatos complicados. En algunos vasos de vidrio, unidas por medio de sistema de los tubitos finos, borbollaban mixturas. Algunas eran espesas y turbias, otras parecían más gas colorado que líquido. El vaso mas grande estaba en un soporte de metal, bajo el que ardía el fuego. Sobre la silla estaba el vestido de Harry, agujereado como un cedazo por los picos agudos de las gárgolas.
– ¿Algo nuevo? – preguntó Dumbledore y se aproximó a la mesa.
– Esto – dijo Snape con triunfo, levantando cautamente una pequeña ampolla de vidrio. En el fondo se posó polvo claro.
– Es calcita – explicó Severus. – El mineral popular, pero no aparece en los alrededores de Hogwarts. Mientras esto – indicó la ampolla, - lo encontramos sobre el vestido de Potter.
– Y lo que aún más interesante – añadió Vega, - la calcita es una golosina de las gárgolas. Para adquirirla pueden reducir a cenizas hasta las rocas más duras.
En los ojos de Dumbledore brilló entendimiento.
– Alguien cubrió a Harry con este polvo para que las gárgolas lo atacaran. Y no se equivocó... – murmuró. – Pero¿quién puede usar métodos así?
– Devilson - silbó Snape. – Hoy ha traído un saco de la calcita para Hagrid. Ha hablado con Potter, Weasley y Granger. En sus vestidos también encontramos un poco del polvo.
– Creo qué ahora tenemos razones suficientes para interrogar a Devilson – dijo Vega.
Por unos segundos Dumbledore se quedó sin decir nada, por fin asintió con la cabeza.
– Sí, ahora las tenemos. Te dejo las manos libres.
Los ojos de la aurora ardieron. En el mismo momento alguien llamó a la puerta. Los magos se miraron sorprendidos, porque no habían esperado a nadie.
– Entra – dijo Snape.
En el umbral apareció Minerva McGonagall, vestida de su bata famosa de cuadros escocés.
– Aquí estás, Albus – respiró con alivio. – Perdonad que os moleste, pero acabe de llegar una noticia urgente del Ministerio. ¡Imaginaos! – miró alrededor con seriedad. - ¡Magnus Devilson desapareció!
