Revisado por Ana Maria
20. La amistad antigua
(26 mayo 1996)
Anocheció. Dumbledore circulaba por su despacho y segregaba pilas de papeles, colocadas sobre la mesa y las sillas. Durante decenas de años los acumuló, pero se orientaba muy bien entre el caos de documentos. Silbando una melodía melancólica, miraba sistemáticamente los papeles y los dirigía a las pilas adecuadas. Siempre le gustaba meditar mientras arreglaba.
Y había muchas cosas en que debía pensar. Harry seguía estando en el hospital. Sus heridas profundas se curaban bien y la señora Pomfrey aseguró, que dentro de un mes no quedaría de ellas más que las cicatrices. Sin embargo, Harry estaba agotado de todas las mixturas medicinales. Y, lo que era peor, no podía sacudirse del shock que fue el ataque de las gárgolas, de ordinario tan dóciles.
Por fortuna, Harry no estaba a solas. Hermione y Ron lo acompañaban todo el tiempo. También Sirius estaba en Hogwarts desde hacía tres semanas. Lo llamó Dumbledore pues creía que Harry necesitaba a alguien sirviendo de padres. Entonces el gran perro negro seguía al chico como una sombra, para la silenciosa, aunque evidente, ira de Snape.
Dumbledore dio un vistazo sobre el papel siguiente y se quedó inmóvil. Era una carta, o más bien dos cartas sujetadas. El mago las miraba pensativo por un rato como si despertaran tristes recuerdos. Suspiró, se sentó en la silla y comenzó a leer la primera:
"29.10.1973,
Estimado Director" escribió Rose Black. "Sumergida en gran tristeza, tengo que informarle a usted de una desgracia que sufrió mi familia. Ayer murió mi hermana gemela, Annie. Durante los últimos meses nos preocupábamos mucho de ella. Cada día estaba más débil y parecía tener miedo de algo, pero nadie esperaba lo que pasó. Escribí a mi hijo, Sirius. Sería mejor si él lo comunicaría a Vega. Le pido dispensarlos a los dos de la escuela para una semana. El funeral tendrá lugar el jueves."
Dumbledore suspiró y clavó la vista en el amanecer de color purpúreo y dorado. Annie Starlight... Del abismo de sus recuerdos apareció una imagen de una mujer joven, de largo pelo claro y pensativa, un poco triste la mirada de los ojos grises.
Cogió el segundo trozo del pergamino. Estaba muy arrugado, escrito con una letra ilegible, como si la autora lo hubiera escrito con gran prisa. El mago comenzó a leer:
" ¡Profesor Dumbledore! Le pido a usted que guarde a mi hija. Yo no puedo protegerla más. Le suplico que no permita..."
La última frase estaba completamente ilegible, terminada con una larga raya de tinta, como si Annie no hubiera podido sostener la pluma en la mano.
Dumbledore apartó las cartas y se frotó los ojos, en los que se dibujaba cansancio y amarga ironía.
– Perdona, Annie – suspiró, - pero tampoco puedo más...
o o o
Vega estaba apoyada al parapeto de la torre norte y miraba la oscuridad. El cielo estaba lleno de estrellas, de abajo llegaba el sonido del chapoteo del lago. La noche respiraba silencio y tranquilidad, pero Vega no era capaz de abandonarse en este ambiente. No ahora, cuando todos los signos predecían la tormenta amenazante. El maleficio de Draco Malfoy, el ataque a Harry, la desaparición de Devilson. Estaba segura que Voldemort embestiría pronto.
Desde hacía una semana los Destacamentos Especiales quedaban en estado de disposición. Mandaron una brigada adicional a Azkaban. Dumbledore no confiaba en los dementores y sospechaba que Voldemort quería libertar a sus sirvientes más fieles.
Se preocupaban hasta en el ministerio. Vega no podía creerle a sus ojos cuando hacía cuatro días había llegado a Hogwarts Cornelius Fudge en persona. Había estado muy nervioso y evidentemente dispuesto a olvidar todos los desacuerdos, con tal de que Vega mandara un destacamento para guardar el ministerio.
Quedaban las informaciones transmitidas por Snape. Voldemort no le decía mucho de sus planes, pero hasta de esas vagas menciones resultaba que el Señor Tenebroso se preparaba para el combate decisivo.
Vega se ensimismó. Snape... Últimamente pensaba mucho en él. Sabía cuanto arriesgaba haciendo su doble juego. Lo apreciaba. Siempre estimaba a la gente con coraje y fuerza de voluntad, le impresionó cuando había resuelto la enigma del raro comportamiento de las gárgolas.
Sí, Remus tenía razón, los había unido mucho. Y no eran sólo los mismos intereses. Fue algo más, que dio comienzo a su amistad...
o o o o o
(25 diciembre 1973)
La mañana de Navidad nació fría y bella. En el cielo azul no había ni una nube. La nieve había cubierto todo el césped y los árboles del Bosque Prohibido y centelleaba a la luz del sol.
En el Gran Comedor, a la gran mesa, se sentaban maestros y alumnos, que habían decidido pasar la Navidad en Hogwarts. Eran ocho personas. Al lado del profesor Dumbledore estaba Minerva McGonagall, vestía un traje de color esmeralda. A su izquierda Hagrid llenaba una gran copa de una bebida dorada. Tres alumnos del sexto año eran de Ravenclaw. Sumergidos en una conversación no prestaban atención a los más jóvenes participantes del desayuno.
A la derecha de Dumbledore sentaba Vega Starlight. Estaba muy pálida y parecía totalmente ausente. Escarbaba en su flan con el tenedor, aunque no había comido ni un pedazo. Dumbledore trataba de hablar con ella, pero Vega respondía con monosílabos, sin levantar la mirada, pues por fin la dejó en paz.
Enfrente a la muchacha sentaba un chico delgado, de largo pelo negro y engrasado. De vez en cuando la mirada de sus ojos penetrantes se fijaba en Vega y entonces brillaba en ellos algo como compasión.
El desayuno pasaba en atmósfera amable y familiar. Cuando todos ya habían comido, Dumbledore les deseó la Feliz Navidad y dio una señal que la parte oficial estaba terminada. Los tres de Ravenclaw salieron corriendo de la sala y después de unos minutos sus risas llegaron desde el patio.
Dumbledore sonrió al chico de pelo negro, que también estaba a punto de dejar el comedor.
– ¿Cuáles planes tienes para un día tan bello, Severus? – lo preguntó cordialmente. – No me digas que lo vas a pasar en la biblioteca.
– Es lo que quiero hacer – contestó el chico seriamente.
Saludó a los profesores, echó una rápida mirada a Vega, sumergida en lúgubres pensamientos, y fue hacia la puerta. Dumbledore también miró a la chica y en su cara se dibujó la expresión de preocupación. De un modo delicado puso su mano en su hombre.
– ¿Vega, vamos a pasearnos a Hogsmead? – preguntó.
Vega movió la cabeza sin quitar la vista de su plato.
– Si quieres, podemos ver unicornios jóvenes – propuso Hagrid con entusiasmo. – ¡Son bonitos!
Vega levantó la cabeza bruscamente. Por primera vez en sus ojos grises ardió una sensación: rabia, contenida con dificultad.
– Iré a mi dormitorio – dijo en voz baja, se levantó y salió de la sala.
La profesora McGonagall la siguió con la mirada y suspiró profundamente.
– Me preocupo mucho por ella, Albus – dijo. – No quiere hablar con nadie. Sirius dice que puede pasar horas delante de la chimenea, mirando el fuego.
– No sé, cómo acercarme a ella – dijo con tristeza Dumbledore. – Todo lo ahoga en su interior, no permite ayudarle. Vale, el tiempo cura las heridas. Esperemos que Vega encontrará consuelo.
o o o
Al salir del Gran Comdeor, Vega fue al dormitorio de Gryffindor. El fuego en la chimenea ardía alegremente, llenando la habitación de calda luz amarilla. Sobre una mesita redonda estaban algunos platos, llenos de pasteles apetitosos.
Vega se sentó en una silla profunda y suspiró. De su bolsillo sacó un sobre blanco, lo abrió y comenzó a leer la carta. La tía Rose le deseaba Feliz Navidad y repetía, que cada momento podían llevarla de Hogwarts. En una hoja separada reconocía los garrapatos de Sirius. Con una sonrisa amarga la chica apartó las cartas y clavó los ojos en el fuego. No necesitaba compañía. Quería estar a solas.
Por unos minutos pensó en los tiempos antiguos y felices, pero el recuerdo de su madre era tan doloroso que se forzó a pensar en otra cosa. Se le ocurrió que podría hacer sus deberes. Tenía que escribir un ensayo sobre las mixturas insensibilizantes. Decidió irse a la biblioteca.
Después de diez minutos empujó la puerta maciza y se paró, sorprendida. No esperaba a encontrar a alguien aquí. Hasta la señora Prince, la bruja que vigilaba la biblioteca había salido. Mientras que a una mesa al lado de ventana se sentaba Severus Snape. Delante de él estaba un libro enorme, evidentemente muy viejo, encuadernado en cuero negro.
Al oír el sonido de la puerta, el chico levantó la cabeza y clavó en Vega la mirada penetrante. La chica lo ignoró y se aproximó a un alto estanle en la sección de los elixires. Sacó un volumen de "Las mixturas insensibilizantes" y se retiró a una mesita en un rincón de la sala. De su sitio no podía ver a Snape y estaba muy contenta por este motivo.
Comenzó a estudiar un capítulo, dedicado a los elixires que ahogaban el pavor. Las recetas eran compuestas y la preparación de las mixturas le parecía muy complicada. Sumergida en la lectura, no oyó los pasos que se aproximaban y casi saltó, cuando alguno de improviso puso sobre el tablero de su mesa un libro enorme. Sorprendida, Vega levantó la vista y vio a Snape. El chico tabaleaba en el volumen grueso, con una sonrisa misteriosa en sus labios.
– ¿Qué quieres? – preguntó Vega con hostilidad, en voz impaciente.
No tenía ganas de charlar, sobre todo con este Slytherin, el más grande enemigo de Sirius.
Severus seguía sonriendo. Echó una ojeada al volumen de Vega.
– Los elixires insensibilizantes – dijo. – Bueno libro. Dicen que los más interesantes no los enseñan en Hogwarts. Demasiadas artes oscuras – añadió significativamente.
En los ojos de Vega brilló el interés.
– ¿De dónde lo sabes? – preguntó, tratando sonar de modo indiferente.
Severus se acercó una silla y se sentó al otro lado de la mesa.
– Me intereso un poco por las artes oscuras – dijo lentamente.
Vega lo miraba con creciente curiosidad. Snape era conocido por su fascinación de las más oscuras partes de la magia. Ya al primer curso sabía maleficios y hechizos, que estudiaban en Hogwarts sólo los alumnos del séptimo año, con permiso especial de Dumbledore. Vega pensaba que Snape había aprendido todo esto en casa. Sin embargo, nadie sabía nada de su familia excepto que sus padres eran magos. Entonces quedaba un misterio, quién y por qué proveyó al chico de trece años en tan rico arsenal de los hechizos oscuros.
Severus comenzó hojear su libro grueso.
– He leído algo sobre los insensibilizantes – murmuró. – ¡Oh, aquí! – indicó una página. – Muchos son las artes oscuras avanzadas. Por supuesto, no dan ninguna receta.
– ¿Qué libro es? – preguntó Vega y se inclinó con curiosidad sobre la mesa.
– "Compendio de las Artes Oscuras" – dijo Snape con orgullo. – Todo lo que sé sobre ellas me enteré en este libro. Es sabiduría verdadera, no estas tonterías que nos enseñan en Hogwarts – bufó con desdén.
– ¿Describen los hechizos? – Vega miraba el libro como si estuviera hipnotizada.
– Sólo los más fáciles, pero hasta ellos no los encontrarías en la escuela – sonrió misteriosamente. - Algunos son muy interesantes.
– ¿Puedes ejecutarlos? – preguntó Vega en voz baja.
Snape asintió con la cabeza y sus ojos negros brillaron.
– No sólo estos. Vi unos libros en que describían los hechizos mucho más poderosos. La mayoría era muy difícil, pero logré dominar algunos. Si quieres – miró a Vega de modo penetrante, - puedo enseñarte.
La chica lo observaba con asombro. Esperaba que Snape se echaría a reír, pero él parecía muy serio.
– Pero tienes que jurar, que no lo dirás a nadie – dijo categóricamente. – Dumbledore me prohibió usar las artes oscuras en Hogwarts. Me permitió traer este libro bajo la condición, que sería guardado en la biblioteca.
Vega lo miraba y no podía creer sus orejas.
– Acuérdate, no lo digas a nadie, - repitió Severus acentuando. - Sobre todo a tu hermano. Nos encontramos a medianoche, en la clase de hechizos. – Miró a Vega y sonrió de modo desagradable. - ¿Tal vez tengas miedo de caminar por el castillo por la noche? – preguntó venenosamente.
En los ojos de Vega ardieron los rayos duros.
– No – dijo resueltamente. – Vendré sin duda.
– Entonces, nos veremos después de la cena – dijo Severus, cerró el "Compendios de las Artes Oscuras" y fue hacia la salida.
o o o
Por la décima vez esta noche Vega miró el reloj. Eran las 23.30. La chica estaba sentada delante de la chimenea e impacientemente contaba los minutos hasta el encuentro con Snape. ¿Había hablado seriamente¿Le va a enseñar artes oscuras? Y si es verdad¿por qué?
La última pregunta la preocupaba más. No sabía que debería pensar en esta situación. Hasta ahora conocía a Snape sólo como un enemigo de Sirius. Oyó mucho sobre él de su hermano y por supuesto no eran opiniones elogiosas. Vale¿que podría esperar de un Slytherin?
Pero hoy Severus la había sorprendido completamente. ¿Qué le guiaba? Vega hacía diversas conjeturas. En primer lugar, podría ser una broma. Vendrá a medianoche a la clase de los hechizos y no encontrará a nadie allá o, lo que sería peor, se toparía con la profesora McGonagall. No tenía dudas, que Snape sería capaz de inventar un plan tan pérfido para vengarse de Sirius por medio de Vega.
En segundo lugar, Snape quería conocer el secreto de Remus. Cada mes, cuando el chico disparaba para dos días, Severus venteaba por el castillo, tratando de enterarse algo sobre él. Hasta ahora, no logró nada. Tal vez esperara que podría sacar de ella la respuesta.
Y por fin quedaba una posibilidad, que Snape de verdad quería enseñarle las artes oscuras. Pero, de nuevo¿por qué? No podía explicarlo.
– Vale, todo se va a aclarar pronto – murmuró, mirando el reloj.
Eran las 23.45. Vega cogió su varita, apagó la luz y se aproximó sin ruido a la puerta. La Señora Gorda dormía. Vega se escabulló al pasillo y bloqueó la puerta con un libro para no despertar a la guardiana en medio de la noche. Fue cautamente por los pasillos oscuros. No esperaba dificultades, pero varias escapadas nocturnas con Sirius la habían enseñado la vigilancia.
Al llegar al corredor apriopiado, Vega retardó la marcha y comenzó a escuchar atentamente. Si Snape planeara una trampa, aquí era el lugar más adecuado. Sin embargo, alrededor reinaba el silencio. La chica se acercó a la puerta de la clase y cautamente apretó el picaporte. La puerta se abrió sin ruido. Al echar la última ojeada al vacío pasillo, se deslizó adentró.
– Pues has venido – dijo una voz baja.
Vega clavó los ojos en la oscuridad, tratando de ver a Snape, pero la noche era sin luna y la clase estaba sumergida en las tinieblas impenetrables. Estaba a punto de sacar la varita, cuando la misma voz susurró: "Lumos" y algunos pasos de ella ardió una luz fina. Sobre la mesa del profesor Green se sentaba Severus y miraba escrutando a la chica.
– Pues has venido - repitió. – No estaba seguro si llegarías... si se atreverías.
En los ojos de Vega brillaron los rayos de hierro.
– ¿Por qué debería de no atreverme? – bufó. – No estaba segura, de que se trataba de verdad, pero decidí arriesgarme. A lo más, podrías dejarme plantada o denunciarme a un profesor.
Snape sonrió son una rara satisfacción.
– Podría – dijo lentamente. – Fue lo que esperabas¿verdad? Y sin embargo has venido.
Calló por un momento, sin quitar sus ojos de Vega. De repente saltó de la mesa, sacó de su bolsillo una pequeña lamparilla y murmuró: "Incendio". La mecha llameó. Severus puso la lamparilla sobre un banco y levantó la varita.
– Te mostraré el maleficio más fácil, una debilitación temporal. Por unos minutos quita todas las fuerzas, un hombre atacado se siente totalmente agotado. Además, te convencerás tu misma.
– ¿Quieres echarlo en mí? – preguntó Vega, más asombrada que preocupada.
– ¿Ves aquí otra persona? Es obvio que no te mostraré su actuación en mí – rió Snape irónicamente. – Ten cuidado. Infirmio! - gritó y movió su varita.
Vega sintió que se le flaqueaban las piernas. Cayó de rodillas, respiraba con dificultad. Estaba terriblemente cansada, le temblaban todos los músculos, no podía levantar la mano. Delante de los ojos veía manchas rojas.
De repente, todo cesó. De nuevo podía moverse normalmente. Levantó la cabeza y miró a Severus. El chico sonreía.
– No es nada agradable¿verdad? – dijo. – Pero es uno de los maleficios más suaves.
Vega se levantó del suelo, frotando el sudor de su frente.
– Nada de extraño que no los enseñen en la escuela. Son los hechizos peligrosos.
– Claro que sí, son las artes oscuras – dijo Snape con satisfacción. – Además, son muy difíciles. Necesitan una gran concentración y fuerza de voluntad. Cualquiera no puede dominarlos.
Miró a Vega como si apreciara sus capacidades.
– Vale, es tu turno. ¿Te acuerdas de la fórmula?
Vega asintió.
– Ahora, mira el movimiento de la varita.
Movió la mano. La chica seguía cada gesto.
– Bueno. Ahora, trata de echar el maleficio en mí – ordenó Severus.
Vaga vaciló sólo por un segundo. Levantó la varita y, concentrándose en el hechizo, llamó: "¡Infirmio!".
Snape se tambaleó, como después de un golpe, y apoyó su mano en un banco. En sus ojos negros dibujaba estupefacción.
– No está mal – murmuró, tratando de calmar su respiración. – Lo has logrado en seguida, pero tienes que aumentar la fuerza del hechizo. Hazlo de nuevo.
Esta vez Vega vaciló obviamente. Severus lo notó y sus labios torcieron en una mueca burlona.
– ¡Sigue¡ No ten miedo! Me sostendré.
– Como quieras – bufó la chica. - ¡Infirmio!
Snape se puso pálido y se deslizó al suelo. Vega bajó inmediatamente la varita y corrió al chico.
– ¿Estás bien? – preguntó con ansiedad.
Severus se movió y se levantó con dificultad de rodillas.
– Muy bien – dijo, respirando con esfuerzo. – Aprendes rápidamente. La próxima vez traeré arañas y practicaremos con ellas. ¿O tal vez quieres retirarte? – preguntó y miró a Vega de modo penetrante.
– Nunca – contestó categóricamente, sus ojos ardían. - ¡Es tan fascinante! Oye¿podría leer tu libro grueso? – su voz temblaba con emoción.
Severus sonrió vagamente.
– De ordinario está en la sección de los Libros Prohibidos. Pero hasta el fin de las vacaciones lo tendré conmigo. Puedes leer en la biblioteca para no inspirar sospechas.
Cogió la lamparilla y la apagó. A tientas se aproximaron a la puerta y salieron atentamente al corredor. El castillo parecía sumergido en el sueño. Llegaron hasta la escalera principal.
– Hasta mañana – dijo Severus y ya estaba a punto de irse, cuando Vega le atajó el paso.
– Quería preguntarte algo – dijo con determinación. - ¿Por qué lo haces¿Por qué me enseñas las artes oscuras?
Ningún músculo tembló en la pálida cara de Snape, pero en fondo de sus ojos negros centelleó la tristeza. Miró a Vega, se vaciló.
– Porque sé como es, cuando no se tiene madre – dijo en voz baja y se fue bajo la escalera.
o o o o o
Vega suspiró. Los unía tanto...
– ¿Por qué lo destruiste, Severus...? – susurró.
