Revisado por Ana Maria


21. Los peores recuerdos

Snape miraba con satisfacción una mixtura burbujeante. Todo ha ido mejor de que esperaba. Desde el principio se preocupaba, que la tarea más difícil en sus preparación del Morsanguis sería conseguir veneno de hidra. Las habitaciones de estos animales eran guardadas por el Ministerio de Magia. El veneno era un tóxico muy poderoso y era peligroso que pudiera caer en manos incompetentes. Ni siquiera Milagros quiso encargarse de la tarea tan arriesgada, aunque le había propuesto una tarifa duplicada.

A veces la solución aparece de modo inesperado... Quién pudiera prever que Albus Dumbledore mismo ordenaría una gran cantitad del veneno de hidra. Severus sonrió lúgubremente. ¡Que ironía...! Personalmente preparó una caldereta del elixir Vivimortis, debido a que salvaron la vida de Potter. Y, en esa ocasión, "cuidó" unas gotas del veneno que habían quedado en el fondo del vaso.

Severus quitó la mixtura del fuego, removió y sonrió con satisfacción. Estaba casi lista. Faltaba sólo un ingrediente...

ooo

Snape subía la escalera de la torre norte y contaba los escalones – una costumbre de sus tiempos escolares. Empujó la puerta de madera y salió a una terraza descubierta. Respiró profundamente. Siempre le había gustado mucho este lugar. Se pensaba bien aquí. Durante los últimos años, muchas veces pasaba la noche en la torre, sumergido en pensamientos y en recuerdos.

Algo crujió en las tinieblas y Severus se dio cuneta de que no estaba solo. Se volvió y notó una figura, apoyada en el muro. La reconoció en seguida.

- Vega... - dijo sorprendido, - no sabía que estabas aquí. Lo siento, ya me voy...

- Quédate – murmuró la aurora, contemplando un paisaje nocturno - No me molestas.

Severus vaciló y se aproximó al muro que rodeaba la terraza. Por unos minutos nadie dijo nada, se oía sólo un bajo susurro del viento. Por fin, Severus quitó los ojos de las oscuras aguas del lago y miró a Vega.

- Me gusta mucho esta torre – dijo en voz baja. – Siempre tengo la impresión de que desde aquí podría ver todo el mundo.

- Sí, la vista es maravillosa – contestó la mujer.

Severus cruzó la terraza y se paró cerca de ella.

- Te recuerdas ¿cuándo estuvimos aquí juntos por última vez? – preguntó con suavidad.

Vega se volvió vehementemente, sus ojos ardían.

- ¿Me preguntas si lo acuerdo? – silbó, mirando a Snape de hito en hito. ¿Cómo lo podría olvidar!

ooo

(30 junio 1978)

- Sev, no puedo imaginarme el próximo año en Hogwarts – dijo Vega con desesperación. – Sin ti, sin Sirius... Me aburriré como una ostra.

- No será tan malo – Snape sonrió de modo reconfortante. – Te dejaré el "Compendio de las Artes Oscuras"...aunque ya lo sabes al dedillo. Además, voy a escribirte.

- No es lo mismo – Vega estaba inconsolable. – ¿Cuál persona de mi clase pensaría en salir del dormitorio por la noche? O en estudiar los hechizos prohibidos...

Severus se puso serio.

- Vega, tienes que prometerme una cosa – dijo categóricamente y puso su mano al hombro de la chica. – No vas a tratar de rebotar la Avada. No uses ese maleficio, ni siquiera con arañas.

En sus ojos brilló la determinación. Vega lo miraba sin decir una palabra.

- Por ahora estoy harta de la Avada – dijo por fin. – Aunque sigo pensando que valía la pena arriesgar... para que convencerme...

Severus la miró lúgubremente, con un raro dolor.

- No sabes como me sentía esa noche – dijo sordamente, - cuando estabas sin moverte al suelo, toda cubierta de sangre. Pensaba que estabas muerta. Y por eso tienes que prometerme – añadió con fuerza, apretando su mano al brazo de Vega, - que no lo harás nunca.

En los ojos de Vega centelleó asombro y algo como ternura. Se volvió y miró encima de los muros.

- De acuerdo, Sev – dijo, - pero tú me prometerás algo en cambio. Júrame que cuando salgas de Hogwarts, no te unirás a los mortífagos.

Se hizo el silencio. Vega seguía mirando el mundo oscuro.

- ¿Qué te viene a la cabeza? – preguntó Snape en voz baja.

Vega sonrió con ironía.

- ¿Te extraña que te pida eso? – se volvió vehementemente y clavó su mirada ardiente en Snape. – Oí una conversación de Dumbledore. El año pasado más que diez Slytherin se unieron a Voldemort. Estoy segura que Malfoy es uno y él es tu camarada. Además, algunos de tu clase no ocultan lo que quieren hacer después de la escuela.

- ¿Y entonces? – se indignó Severus. – Esto no significa que seguiré su ejemplo. Además, estudiaba las artes oscuras contigo, no con ellos. Tú usaste un maleficio imperdonable contra Lucius. Pues, yo podría preguntarte, si quieres unirte a los mortífagos.

La ira desfiguró la cara de Vega. Se echó atrás del muro y comenzó a caminar con enfado por la terraza, de vez en cuando mirando lúgubremente a Severus.

- Si quieres saber – dijo secamente, - no encuentro ni una razón para incorporarme a filas del Lord Voldemort. ¿Por poder, por fuerza? No necesito ningún maestro para conseguirlos. Me fascinan las artes oscuras por ellas mismas, porque son bellas, difíciles, necesitan fuerza de voluntad, obstinación, coraje. Las dominaré sin ayuda de Voldemort y, quien sabe, tal vez un día seré tan poderosa como él.

Se paró bruscamente. Snape la miraba encantado, con una expresión de asombro y admiración en su cara.

- No me extrañaría si ocurriera así – dijo por fin. – Sé muy bien que tienes gran talento. No riñamos más – añadió de modo conciliatorio. – Es la última noche.

- ¿Prometes? – preguntó Vega con obstinación, aunque la mirada de sus ojos grises ya era más bondadosa.

Severus sonrió.

- Vega, no sabes ¿qué haría todo para ti? – se aproximó a la chica y la abrazó. - Prometo – dijo en voz baja.

ooo

- Es cuanto valen tus promesas – gruñó la aurora con una ironía glacial. – Aquí, en este lugar, juraste que nunca te harías mortífago. ¿Y qué hiciste! – cogió el brazo de Snape y subió bruscamente la manga de su vestido. – ¡Es una prueba de cuanto valen tus palabras!

Severus se puso pálido y retiró su mano. Nunca había visto tanto odio y desprecio en los ojos de Vega. ¿Qué podría decirle? No podía cambiar el pasado.

- Me decían que te perdonara – la voz baja de Vega era fría como una ráfaga de muerte. – Habías traicionado a Voldemort, habías regresado a nuestro lado - se rió lúgubremente. - Mereces una segunda oportunidad...

Se volvió y miró el cielo sembrado de estrellas. Severus estaba callado.

- Podría perdonarte muchas cosas, Sev – susurró Vega. - El servicio para el Señor Tenebroso, las torturas, la muerte de aquellos muggles. ¡Por las barbas de Merlín! – gritó con desesperación. - ¡Te perdonaría que aquella noche hayas estado en casa de Remus! Él te perdonó, tal vez yo debía hacer lo mismo. Pero nunca te perdonaré – se volvió y sus ojos se clavaron en Snape como dos filos de hierro, - que te convertiste en mortífago, aunque me habías jurado que no lo harías.

Severus la miraba sin decir una palabra, pálido y rígido. Y cuando pasaban los segundos, en su cara tiesa se dibujaba la expresión de resignación.

- Te lo juré, es verdad – dijo en voz apagada. – Creía, como tú, que nunca faltaría a mi palabra. Sin embargo, a pesar de todo me hice mortífago... – suspiró y miró a la bruja con la mirada llena de tristeza. – Nunca me preguntaste por qué...

- ¿Tiene eso importancia? – gruñó Vega, aunque vio algo en los ojos de Snape que le dio un escalofrío. – Eras mortífago, es lo que me interesa.

Severus sonrió lúgubremente.

- Tal vez eso no tenga ninguna importancia – dijo secamente. – Pero voy a decírtelo. Quiero que lo sepas. Tal vez entonces...seas capaz de perdonarme.

Vega parecía sorprendida, pero no dijo nada.

- Como recuerdas, salimos de Hogwarts un día después de nuestro encuentro – comenzó Snape en voz desapasionada. – La misma noche llegué a casa. El viejo castillo lúgubre – suspiró profundamente – pero era mi casa. Cuando me hube aparecido en el patio, me di cuenta del silencio innatural. No cantaba ningún ave del paraíso de las que criaba mi madre, no se oían aullidos de ghules. Como si todo el mundo hubiera muerto, esperando algo horrible... – tembló. – Miré alrededor y mi corazón dejó de latir. El patio estaba devastado. En todas partes había rocas rotas, muebles quebrados y muchos otros objetos, evidentemente echados por las ventanas del primer piso. En medio del patio se extinguía un gran hogar. Se acerqué y vi lomos quemados de libros, todo lo que había quedado de la magnífica colección de mis antecesores. Lleno de pavor y de los perores presentimientos, entré corriendo a la habitación de mi madre. Estaba allí... – se le quebró la voz. – Estaba tumbada en una mancha de sangre, ensuciada con zapatos embarrados. No podía creerle a mis ojos. Me aproximé a ella y... y entendí, como había muerto. Vi una estaca de madera, clavada en su corazón... – calló y apretó los puños.

Vega lo miraba enmudecida del horror.

- No tenía dudas de quien había matado a mi madre – continuó Snape. – Sólo un muggle podía pensar en usar una estaca. Los muggles creen que es el modo para matar a un vampiro – en su rostro se dibujó el desprecio.

- Pero... ¿por qué? – susurró Vega.

Severus suspiró.

- Mi madre se ocupaba de las artes oscuras – dijo. - A menudo necesitaba la sangre... No, no la sangre humana – añadió rápidamente, al notar la expresión de la cara de Vega. – La sangre animal era suficiente. De los pastos desaparecían vacas y ovejas... Por supuesto, los habitantes del pueblo estaban convencidos de que en el Nido del Diablo residían los vampiros. No sé, que era un motivo directo de su acción – dijo con tristeza, - pero un día decidieron suprimir a los habitantes del castillo.

Sopló el viento, del este llegaron las nubes y cubrieron las estrellas.

- Sabía, dónde podría encontrar a los asesinos – los ojos negros de Snape brillaron odiosamente. – Me aparecí en el pueblo e interrogué a los hombres que habían matado al vampiro. Tres muggles borrachos salieron torpemente de la taberna. Sobre sus zapatos había barro y sangre. Saqué la varita y... – sonrió de modo espantoso. – El día siguiente visité a Lucius Malfoy y declaré, que quería ser mortífago. Ya sabes todo – concluyó, mirando a Vega.

La bruja estaba petrificada, sus ojos grises se clavaban en Snape como si quisieran penetrarle de parte a parte.

- Sev... – dijo sordamente. - ¿Por qué nunca me dijiste...?

Snape callaba, mirando el suelo.

- ¿Por qué! – gritó Vega, agarrando su hombro y remeciéndolo con furia. – Si hubiera sabido... ¡Lo habría comprendido¡Yo también perdí a mi madre!

Severus no estaba seguro, si en su voz había más de rabia que de desesperación.

- Quería... – susurró. – Créeme, deseaba con toda mi alma compartir este peso con alguien tan íntimo como tú...

- Entonces¿por qué no lo hiciste? – la voz de Vega tembló.

Severus sonrió con tristeza.

- Muchas veces comenzaba a escribir una carta – dijo en voz baja. – Pero siempre llegaba a la conclusión de que no tenía derecho para encargarte de mis problemas. Y después... – suspiró. – Ya era demasiado tarde. Me cegaba el odio a los muggles, creía en la misión histórica de Lord Voldemort. Quería ponerte de nuestro lado, con tu talento llegarías lejos – torció el gesto lúgubre. – Pero tú decidiste hacerte aurora y cuando supiste que era mortífago... Pensé que tiramos cada cual por su camino, que nunca estaríamos juntos – suspiró profundamente. – Pasaron dos años. Estaba más y más alto en jerarquía, más y más cerca a Voldemort. Esa noche, cuando fuimos a casa de Lupin, no sabía dónde íbamos y por qué. Solamente cuando apareció Sigismund Lupin, comprendí. Nunca me gustó Remus, pero en la misma habitación con el cuerpo de su madre y padre masacrado, me sentía incómodo. Apareció Lord Voldemort. Preguntó si un visitante ya había llegado. No sabía, de quien hablaba... Era la luna llena. Remus era licántropo. El Señor me ordenó que lo trajera del sótano. Descendí, los muros gruesos apagaban los sonidos, entonces no sabía, qué pasaba arriba. Cuando hube regresado, te vi. Me quedé inmóvil. Algo estalló dentro de mí. Nos mirabas con tan inmenso odio ... – calló y se frotó los ojos. – Tres semanas después aparecí en la oficina de Dumbledore y le dije, que quería hacerme su espía.

Sentía, que los dedos de Vega se clavaban más y más fuertemente en su hombro, pero no hizo nada para impedirlo. Ahora, cuando desembuchó todo que había ahogado por años, se sintió libre y eximido. Respiró profundamente y miró a la bruja. En sus ojos negros, siempre tan fríos, centelló la ternura.

De repente, encima de la torre pasó un gran ave de color rojo y sonó un pitido estridente. Los magos levantaron sus cabezas.

- Es Fawkes – dijo Vega, mirando el fénix con creciente preocupación. – Dumbledore nos llama. Habrá pasado algo.

Subieron corriendo la escalera torcida y fueron al despacho del director. Lo encontraron caminando nerviosamente por la oficina, con su mirada clavada en un gran mapa.

- Acabo de hablar con el ministro – les informó en seguida. – Todos les megaportes dejaron de funcionar. Les cortaron toda la energía. Esta vez no parece una avería temporal...

- ¿Qué significa esto? - Snape expresó una pregunta que se hacían todos.

En la escalera resonaron pasos y la puerta del despacho golpeó con estruendo la pared. En el umbral estaba Hagrid, pálido y tembloroso.

- Los behemotes... – balbuceó, respirando con dificultad y mirando con espanto a su alrededor. - ¡Los behemotes desaparecieron!

Los magos cambiaron las miradas.

- ¡Entonces ha comenzado! – dijo Dumbledore sordamente. – Voldemort puede atacar en cualquier momento.