Revisado por Ana Maria


22. La batalla de Azkaban

(1 junio 1996)

Harry masticaba los últimos bocados del pastel sumergido en lúgubres pensamientos. Hermione lo observaba con preocupación, suspirando a cada momento. Ron machacaba gelatina con un tenedor. Nadia hablaba. Nadie sonreía. Hasta los gemelos Weasley se comportaban tranquilamente.

No sólo los Gryffindors estaban deprimidos. La ansiedad se contagió a todos y el Gran Comedor estaba silencioso. Algo normal desde hace cinco días, cuando Dumbledore había informado a los alumnos del gran peligro, que había amenazado a Hogwarts. Algunos padres decidieron llevarse a sus hijos de la escuela, pero la mayoría pensaba, que a pesar de todo Hogwarts seguía siendo el lugar más seguro del mundo.

Sin embargo, ni el más grande optimista podía quedarse tranquillo. Lo más, difícil sería buscar el consuelo entre los maestros. Dumbledore estaba ensimismado, cada vez echando una ojeada triste a los estudiantes. Vega Starlight no quitaba los ojos de sus papeles hasta durante las comidas. Estaba pálida y tenía ojeras, como si no hubiera dormido desde algunos días. Snape se comportaba de modo raro. Harry notó, que de vez en cuando la cara del maestro de pociones se desfiguraba en una mueca ni de dolor, ni de rabia. En estos momentos apretaba su mano en la cadenita, escondida bajo su túnica, y echaba miradas oscuras a Dumbledore. A veces miraba a Vega y en sus ojos centellaba la tristeza.

Hagrid estaba sumergido en la desesperación. La desaparición de los behemotes fue un golpe a su corazón. No podía perdonarse su ingenuidad. No tenía dudas que Magnus Devilson era responsable de todo. Se sentía traicionado y engañado por el hombre que había considerado su amigo.

Harry suspiró profundamente y echó su chuleta al gran perro negro, que estaba tumbado en el pasillo entre las mesas. El animal chascó sus dientes y meneó el rabo.

– ¿Vamos? – preguntó Ron con esperanza. Estaba harto de la atmósfera en el Gran Comedor.

De repente, la puerta se abrió con estruendo y en la sala entró corriendo un hombre joven de pelo bermejo.

– ¡Bill! – llamó sorprendido Ron.

Bill Weasley no miró a su hermano. Alcanzó corriendo la mesa de los profesores y se apoyó en el tablero.

– Azkaban... – balbuceó en voz ronca. – Han atacado...Azkaban...

Vega se puso en pie en un salto.

– ¿Cuántos! – gritó. - ¿Qué hicieron los dementores!

Bill abrió la boca, pero no pudo emitir la voz.

– Toma el agua, hijo – dijo Dumbledore y le acercó un vaso de cristal. – Y cuéntanos todo paso a paso.

Bill vació el vaso en un trago y respiró.

– Ha comenzado hace veinte minutos – dijo con dificultad. – Han aparecido de improviso, cerca de treinta mortífagos enmascarados. Se han parado al lado de la puerta de Azkaban y han exigido la liberación de los presos. Han declarado que venían en nombre del Lord Voldemort.

La gente tembló con terror, sonaron gritos de espanto.

– Nuestro destacamento contaba sólo con diez aurores – continuó Bill, - pero detrás de los muros podríamos rechazar un ataque de enemigos más numerosos. Además, estaban los dementores... – calló y se frotó los ojos. – Edgar Higgs ha salido para hablar con los mortífagos y les ha ordenado marcharse. Ellos han comenzado a reírse. Y en este momento ha aparecido Él – en los ojos de Bill brilló el pavor. – El Tú-Sabes-Quien, renacido y poderoso.

Ahora la mayoría de los alumnos estaban espantados. Harry escuchaba, petrificado.

– El Tú-Sabes-Quien se ha dirigido a los dementores – dijo Bill en voz sepulcral. – Les ha prometido poder, botines, cautivos. Y ellos... – movió la cabeza – se han dirigido contra nosotros.

– Sabía que eso terminaría así – dijo Dumbledore lúgubremente. – Por fortuna, colocamos en Alzkaban un destacamento de aurores.

– Exactamente – asintió Bill. – Apenas hubo comenzado, me mandaron para acá para que informara a la comandante Starlight. Mary debe traer la "gamma" y la "alfa", y Tom la "delta".

– Vale, vamos dentro de cinco minutos – dijo Vega.

Saltó encima de la mesa y salió corriendo de la sala. Bill la siguió. Snape les miraba lúgubremente, después fijó la mirada en Dumbledore.

– Daría mucho por poder ir con ellos – susurró.

Dumbledore movió tristemente la cabeza.

– Sabes bien, Severus, que no es posible – suspiró. – No puedes revelarte. Todavía no...

– Lo sé...- dijo Snape sordamente.

– Vamos – Dumbledore puso la mano en su hombro. – Los despediremos.

Salieron de la sala. A los pies de la escalera se encontraron con Bill, que circulaba nerviosamente por el pasillo.

– ¿Habéis avisado a Moody? – preguntó Dumbledore.

– Sí – murmuró Bill. – Arabella Figg le hará saber.

En la escalera sonaron pasos y descendió Vega, poniéndose lustrosos guantes negros con herrajes de metal.

– ¡Vamos! – llamó a Bill con la mano.

Se acercó a Dumbledore.

– El SDAO va a resistir – dijo rápidamente. – Ahora es posible controlarlo sólo desde el nivel de la matriz. Aquí está – le entregó la placa negra. – Si algo me ocurriera, sabe usted, como funciona. Hasta la vista... tal vez... – sonrío lúgubremente y fue hacía la puerta.

– ¡Espera! – Severus la agarró el hombro.

La aurora se volvió y clavó en él sus ojos grises.

– Vega – dijo Snape en voz baja. – Ten cuidado. Y acuérdate, cualquier cosa que pasara, nunca me dirigiré contra ti...

La bruja lo miró por un momento. Por fin asintió con la cabeza y corrió detrás de Bill, que estaba a punto de volar en su escoba. Se transformó en el azor y se elevó al cielo.

ooo

Se aparecieron en una escarpada arenosa y en seguida les golpeó un aullido ensordecedor que hacía temblar la tierra.

– ¿Qué es esto? – gritó Vega a Bill.

El hombre movió la cabeza. La aurora se aproximó al borde de la escarpada y miró abajo. Al fondo en una llanura valle se elevaban altos y gruesos muros de la fortaleza más poderosa: Azkaban, el horror de los mortífagos, el lugar maldito y espantoso, lleno de desesperación.

– ¿Qué diablo...! – murmuró Vega, mirando atentamente la valle.

En torno de los muros de Azkaban se movía algo. A lo largo de su contorno se agitaban unas enormes criaturas grises y rugían de modo penetrante. Vega contó dieciocho animales.

– Behemotes – susurró. - ¡Maldito Devilson! Pues para eso los necesitaba. ¡Bill! – se volvió al adepto. – Espera aquí por los Destacamentos Especiales. Voy a orientarme un poco en la situación.

Se transformó y voló como una flecha hacia Azkaban.

ooo

En la escarpada se reunieron unas docenas de brujas y magos. Estaban silenciosos, escondidos en las tinieblas, esperando una orden de ataque.

Vega llamó a los comandantes.

– La situación no es buena – dijo en voz baja. – Tienen dieciocho behemotes, controlados por nuestro querido Magnus. Sus rugidos destruyen los muros mejor que los bombos de los muggles. Si no lo impedimos, dentro de una hora Azkaban será una gran ruina.

– ¿Dónde se los procuraron? – preguntó Rupert Rail.

– Los teleportes – contestó Vega brevemente. – Tuvieron que transportar los animales del Tibet, por medio de los acoplados megaportes del ministerio. Eso explicaría porque recientemente teníamos tantos problemas con ellos.

– ¿Cómo podemos impedirlo? – preguntó concretamente Arabella Figg. – Los behemotes son resistentes a la magia.

– No es nuestro más grande problema – dijo Vega lúgubremente. - He visto a cerca de cincuenta mortífagos. Voldemort no estaba entre ellos, probablemente controle el combate a una distancia segura. En cambio, todos los dementores se pusieron de su parte. El destacamento de Edgar está rodeado en la torre del oeste. No pueden desaparecerse de Azkaban...

– ¡Qué diablos! – Moody soltó un juramento. - En su grupo la mayor parte son los adeptos.

– Exactamente – murmuró Vega. – Tenemos que atacar. En seguida. Así absorberemos a los soldados de Voldemort. No podemos permitir – dijo acentuando las palabras –que un solo preso escape de Azkaban.

– ¿Y los behemotes? – insistió Arabella.

Vega sonrió siniestramente.

– Vamos a inventar algo.

ooo

Los aurores atacaron de improviso, como siniestros ángeles de venganza. Los mortífagos, demasiado absortos en la actividad de los behemotes, se dejaron sorprender y el primer golpe les rechazó hacia los muros de la fortaleza. Cercados entre las bestias enloquecidas y los aurores, hacían esfuerzos para detener el ataque de los Destacamentos Especiales.

Vega rebotó un disco glacial y gritó: "¡Unda Mortis!". Una onda de presión se lanzó en dirección de los mortífagos. Clavó en la tierra a los que no consiguieron echarse a un lado, pasó los behemotes sin hacerles daño y se esparció sobre el muro con un brillo deslumbrante. Algunos ladrillos cayeron al suelo.

– ¡"Delta", hacia la puerta! – Vega movió la mano, tratando de gritar más fuerte que el rugido de las criaturas grises.

Quince aurores salieron de la fila y corrieron en dirección del portón del castillo, tirando hechizos de ataque a diestra y a siniestra. En el mismo momento los otros destacamentos arremetieron con furia a los enemigos para empujarlos al camino de la "delta".

Sin embargo, no era fácil. Cuando hubo pasado la primera sorpresa, los mortífagos mostraron, que Lord Voldemort había cuidado bien de la preparación de sus soldados. Disponían de un arsenal de los hechizos poderosos, luchaban con bravura y saña. No pensaban perder.

Hacia "delta" tiró un rayo claro y alcanzó a una joven adepta, que demasiado tarde había exclamado la fórmula de un escudo. De su cuerpo, temblando de modo convulsivo, saltaron rayos blancos y con un silbido se lanzaron a otra gente.

– ¡Escudos¡Rápido! – aulló Arabella Figg.

En torno a los aurores centellearon finas claridades. Los rayos se reflejaron en ellas y tiraron al cielo. Parecía que todos lo lograron, pero de repente un mago cayó de rodillas, escupiendo sangre que salía también de su garganta reventada.

– ¡Mierda! – juró Arabella y se inclinó encima del auror; una mueca dolorosa le desfiguró el rostro. - ¡Nos retiramos! – ordenó.

– ¡No podemos dejarle aquí! – gimió un joven de pelo rubio y se arrodilló cerca de su ensangrentado compañero.

– ¡Déjalo! – gritó Arabella de tono imperativo, tirando del adepto. - ¡Ya no le ayudarás!

La "delta" comenzó a retirarse hacia los otros aurores.

– ¡No han conseguido! – gruño Moody, mirando atentamente el destacamento de Arabella. - ¡Qué diablo! Higgs no aguantará más.

En realidad, la situación de la "beta", rodeada en la torre, no era buena. De los diez miembros del destacamento, seis eran adeptos que, aunque habían terminado su entrenamiento, no tenían experiencia en combate verdadero. Lo peor era que tenían que medirse con los dementores, que serían adversarios difíciles hasta para un auror versado.

Edgar Higgs secó sudor de su frente y encima de las vagas siluetas de los Patronus miró el campo detrás de los muros de Azkaban.

– Si no logran de abrirse paso – susurró a sí mismo, - tendremos problemas.

Vega compartía su opinión. Sabía que para ayudar a los compañeros tenían que jugar el todo por el todo.

– ¡Adelante! – gritó y dio señal de ataque.

Los aurores fueron.

– ¡Eruptio! – llamó alguien de detrás.

Vega maquinalmente se cubrió con un escudo, pero Bill Weasley, que corría a sus espaldas, se tambaleó y tropezó. Su cuerpo se estremeció de convulsiones y de repente una explosión poderosa lo reventó en pedazos. En el mismo momento una pared de fuego rodeó a algunos aurores y en su lugar dejó ceniza gris.

Vega estaba como petrificada, secando la sangre de Bill de su cara. Apretó los puños y se volvió lentamente, como si luchara con una fuerza invisible. A algunos pasos de ella estaba Rupert Rail, con su varita en la mano, y reía como un loco. Algunos magos de su destacamento seguían atacando de detrás a los aurores sorprendidos.

– ¡Traidor! – chilló Vega y dirigió su varita hacia Rail, que en el mismo momento gritó:

– ¡Eruptio!

En un santíamen la bruja lanzó la varita a la otra mano.

– ¡Cancellio! – aulló,

El hechizo de Rail desapareció y antes que el mago pudiera comprender que pasaba, Vega dijo: "Immobilarius". Rupert quedó inmóvil. La única parte móvil de su cuerpo eran los ojos, ampliados en pánico creciente y clavados en Vega.

La aurora se acercó a Rail, su cara pálida se torció en una expresión de desprecio y odio.

– ¿Por qué? – preguntó en tono siniestro, sin quitar sus vista de los ojos verdes de su ex-amigo.

Rupert parpadeó para darle señal que quería hablar. Vega disminuyó un poco la fuerza del hechizo.

– ¡Me forzó! – susurró Rail en la voz chillona. – ¡Te juro¡Me forzó¡Amenazó que mataría a toda mi familia!

En los ojos de Vega no había ni huella de compasión.

– Te has divertido muy bien para una persona forzada a atacar a traición a sus compañeros – dijo glacialmente.

Rupert se puso pálido.

– No... – balbuceó, tratando de evitar la mirada de Vega. – No es verdad... No quería...

– ¡Dices mentiras! – chilló la aurora. – ¡Eres mortífago! Y vas a terminar como ellos. ¡Avada Kedavra!

De la punta de su varita tiró un rayo verde y atravesó a Rail, que cayó inerte sobre la tierra. Vega lo miró con repugnancia, sus ojo grises estaban fríos y despiadados.

– ¿Estás bien? – llamó Moody que se aproximaba a paso rápido. - ¡Maldito traidor! – gruñó al ver al mago muerto. – Es el sexto. Sospecho que él era el jefe.

Vega asintió lúgubremente.

– El ataque ha fracasado – añadió Moody. – Por este hijo de puta perdimos una óptima ocasión. Ahora no podremos abrirnos paso...

Resonó un estruendo horrible, como si una tormenta se hubiera desatado encima de Azkaban. La tierra tembló. Vega miró la fortaleza. La torre de oeste cayó, levantando una espesa polvadera. Trozos de piedra caían hasta fuera de los muros y sembraban el pánico entre los behemotes.

– Edgar... – susurró Vega.

La sacudida cumplió la obra comenzada por las bestias grises. Los muros de la fortaleza temblaron y cayeron. Los mortífagos gritaron con su triunfo. Sabían que Azkaban pertenecía a ellos.

Después de un minuto les respondieron otros gritos. En la puerta destruida aparecieron los presos, llevados por los dementores. En su mayoría eran mortífagos, aprisionados después de la caída de Voldemort. Ahora regresaban al mundo que no habían esperado ver más. Estaban sedientos de venganza y sangre, preparados hacer todo para el Señor Tenebroso.

Los aurores los observaban con rabia impotente. No eran capaces de impedirlo. Sin embargo, no querían rendirse. Mientras tanto los mortífagos liberados no podían participar en el combate. Aunque los Destacamentos Especiales eran diezmados, sabían que había que luchar.

Moody tomó el mando de los sobrevivientes de "gamma" y "beta" y los aurores atacaron por última vez. Hacia los mortífagos lanzaron hechizos y maleficios. Los subordinados de Arabella unieron sus varitas y gritaron al unísono: "¡Evaporate!" Encima de sus cabezas se materializó una esfera transparente que giraba con velocidad vertiginosa y de repente se lanzó hacia los adversarios. Los que habían sido tocados comenzaron a aullar de dolor mientras cada centímetro cúbico de agua se evaporaba de sus cuerpos. Después de algunos segundos quedaban sólo restos secos de ellos, que se hicieron polvo con una ráfaga de viento.

Los mortífagos pagaban con la misma moneda. Con el maleficio Implosión exterminaron a unos aurores de la "alpha". A los pies de Vega cayó una bruja con la cara quemada a los huesos con una esfera del fuego. Un disco glacial casi cortó la cabeza de Arabella. Moody cayó al suelo cuando una poderosa onda de presión rompió su escudo y lo echó diez metros atrás.

Vega vaciló pero no tenía tiempo para controlar si el Ojo-Loco estaba vivo. Mató a dos mortífagos con un movimiento de su varita y estaba a punto de echar una Onda de la Muerte a los mortífagos concentrados cerca de los teleportes, cuando una voz conocida, fría y llena del odio, llamó:

– ¡Crucio!

Vega se echó a la tierra y el maleficio voló encima de ella. Se puso en pie y clavó los ojos ardientes en Lucius Malfoy, que sonreía de modo demoníaco.

– Sólo un cobarde ataca por detrás – gruñó, mirándolo con odio.

En los ojos claros de Lucius brillaron rayos mortíferos.

– Por fin nos medimos, Starlight – dijo siniestramente. – Esperaba este momento desde hace años. Lo soñaba. Y por fin está hecho... – miraba a la aurora de hito en hito. – Vamos a ver, quien es mejor. Me pagarás todo.

Vega lo observaba con la mirada fría y lentamente en sus labios apareció una sonrisa cruel.

– Como quieras – se encogió de hombros. – Si es la muerte que habías elegido...

– ¡Avada Kedavra! – aulló Malfoy.

– ¡Reflectio!

En la cara de Lucius dibujó el asombro indecible. La última cosa que vio fue un deslumbrante rayo verde.

ooo

Alguien ejecutó un hechizo incendiario. Tres mortífagos en seguida estallaron en llamas. Aullando del dolor, trataban de arrancar la ropa ardiente, pero se les pegó al cuerpo y el fuego comenzó a penetrar su piel. Los mortífagos se retorcían en agonía. De repente una bruja de largo pelo rubio se puso en pie y, enloquecida de dolor y de espanto, corrió entre la manada de los behemotes, que Maguns intentaba de hacer entrar en los teleportes. En un santiamén el fuego saltó a espesos pelos grises de los animales. Los behemotes se movieron con agitación, venteando el humo. De repente, sintieron dolor. Sus pelos ardían. Los animales rugieron estridentemente y se dispersaron por el valle, aplastando a cada uno a su camino. Algunos corrieron hacia los teleportes, los tumbaron y pisotearon a los presos. Escapó sólo una docena de los mortífagos, liberados de Azkaban.

Magnus, pálido como un cadáver, miraba con terrible desesperación los behemotes ardientes. Sentía su tortura como propia, con cada nervio de su cuerpo. ¡Él los había llevado aquí¡Sufrían por él! Furia y remordimiento llenaba su corazón. ¿Por qué ! Ellos no tenían la culpa. No habían merecido el final tan horroroso.

En los ojos grises de Magnus centellearon lágrimas. Levantó la varita. Sabía quien era responsable por este crimen. Todos los aurores y los mortífagos, para ellos la vida de un behemot no tenía ninguna importancia.

De repente, cerca del muro sonó un bajo chillido. Magnus se volvió y clavo los ojos en la oscuridad. Algo se movió, chilló de nuevo y de la sombra salió un animal overo, de tamaño de una vaca. Era un joven behemot.

– Gunnar... – llamó Magnus melodiosamente. – Gunnar... soy yo... ven aquí.

El behemot pequeño movió sus ollares y aguzó sus orejitas.

– Gunnar... ven – atrajo Devilson.

El chiquitín fue con inseguridad hacia el mago, venteando y mirando a su alrededor con agitación. Por fin reconoció a Magnus, se acercó a él sin miedo y lo dio un empujón con su cabeza.

– Gunnar – susurró Devilon y raspó el behemot bajo su barbilla. – Ven, vamos a regresar a casa.

Lo tiró de la oreja y el animal lo siguió a paso cortito. Magnus lo llevaba al único teleporte salvado. Tenían que pasar unos cientos de metros, pero los magos combatían en otra parte del campo y nadie prestaba atención a ellos.

El behemot iba tranquilamente. Sólo cuando pasaban los restos quemados de sus primos, se puso nervioso y Magnus tuvo que tenerlo con todas sus fuerzas. Le dijo algunas palabras y al oír su voz, el animal se calmó.

Al teleporte quedaban quince metros. De repente, de detrás del muro salió corriendo un grupo de mortífagos, perseguido por los aurores. Magnus forzó a Gunnar para que fuera al trote. La salvación estaba tan cercana...

– ¡Unda Mortis! – gritó Arabella Figg.

La maldición borró de la faz de tierra a los soldados de Voldemort y avanzó hacia el teleporte. Magnus estimó la distancia. Si comenzara a correr, lograría escapar. Tiró la oreja del behemot, pero el pequeño no podía ir más rápidamente.

– ¡Gunnar! – gritó el mago. - ¡Gunnar, ven!

Sólo cinco metros los separaba del teleporte. La Onda de le Muerte estaba muy cerca. Magnus comprendió que el behemot no alcanzaría salvarse. Lo miró con desesperación. De repente, sacó su varita.

– ¡Reducto! – llamó.

El hechizo apartó el animal de la tierra y lo tiró al teleporte. Desapareció un segundo antes que lo destruyera la Onda de la Muerte y aplastó a Magnus Devilson.

ooo

Fue paradójico que los behemotes, que rompieron los muros de Azkaban, contribuyeron también a la derrota de los mortífagos. Aplastaron sobre todo a los soldados de Voldemort, que habían estado más cerca. Los aurores aprovecharon la confusión y empujaron a los mortífagos a la defensiva. Algunos desaparecieron, pero la mayoría combatía hasta el final. Lo sabían bien, como el Señor Tenebroso castigaría a los cobardes.

La gran batalla se terminó. Vega vigilaba la teleportación de los aurores heridos durante el combate. Los megaportes del ministerio funcionaban de nuevo, pues los mandaba al Hospital de las Lesiones Magicas. Por desgracia, no eran muchos los que sobrevivieron. De los sesenta aurores de los Destacamentos Especiales, se salvaron sólo diecisiete. Entre ellos, sólo cuatro podían tenerse de pie. Ojo-Loco Moody sobrevivió, pero había perdido su segunda pierna y tres dedos de la mano izquierda. Arabella Figg quedó ciega. Ninguno se había librado de recibir alguna herida.

Vega arregló un vendaje en su mejilla quemada y recogió lo que había quedado de su largo pelo negro. El último auror acabó de desaparecerse. La bruja echó su mirada oscura al campo de la batalla, se transformó en el azor y voló a Hogwarts.