Kitajima observó a Kurama con algo de congoja, nunca lo había olvidado, nunca había olvidado su amor, aunque había aprendido a fingir. Conocía los sentimientos del chico, y estaba dispuesta a dejarlo ser feliz con aquella otra persona que hacía que se iluminaran sus verdes orbes.

Nunca había pensado en ello como en un sacrificio, había pensado más bien que era una especie de agradecimiento, una manera de expresar su gratitud; Dejaría que Kurama fuera feliz, aunque eso lo alejara de ella. Algún día ella también encontraría un amor correspondido que hiciera de sus días una nube de placidez simplemente embriagadora.

Sonrió para sus adentros, esperaba demasiado de la vida. Pero estaba totalmente segura de que todo saldría bien al final... O, por lo menos eso intentaba creer.

Siguió contemplando a Kurama, quien a su vez miraba por la ventana; seguramente buscándolo a él...

Él... Al principio intentó odiarlo, odiarlo con toda su alma, por robar al que sospechaba, solo en sus esporádicos momentos de debilidad y desaliento, sería su primer y último amor. Pero no pudo. Veía al objeto de sus delirios tan feliz, tan abierto, lo veía tan distinto, que secretamente no podía hacer más que agradecerle internamente, había ayudado a Kurama a salir de esa oscuridad que tenía tan incorporada.

...Kurama sonreía, seguramente tan conectado estaba con esa persona, que podía escucharlo ahora mismo dentro de su mente. Que envidia le daba a veces.

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Sonó el timbre de salida, Kitajima tomó sus cosas con cuidado y caminó hacia la salida; tanto pensar le había dejado un terrible dolor de cabeza, además de una secreta congoja, en parte ya disminuida, que iba acompañada también de una secreta alegría, que era ligeramente mayor.

Salió de la institución y respiró dulcemente el aire fresco...

Kurama caminaba al lado de él, sonreía, y despedía un aura de paz, un aura de profunda paz arrebatadora.

Se sintió feliz, totalmente, no solo por la felicidad del pelirrojo, también por la posibilidad de ver aquello que los demás no veían, amor... mucho amor, amor que sería eterno, amor que realmente sobreviviría a todo aquello se avecinase. Amor de cuento de Hadas.

Caminó a su casa, radiante, con el viento revolviéndole los cabellos con insólita dulzura, cómo si entendiera todo lo que sentía. Se sintió extrañamente agradecida...

... Después de todo, la vida era bella.