Hechizo de Amor...
Por: Karonte.
Capítulo 1v: El privilegio de amarte. (
El iluminado pasillo del corredor que lleva hasta el quirófano principal, el intenso olor del formol siempre tan familiar, los pasos apresurados de médicos y enfermeras jalando una camilla, las paredes blancas que siempre le parecieron cálidas, ahora se apreciaban totalmente mortuorias y frías, se sentía dentro de un mausoleo, frío, en silencio, pues mientras corría hacia el lugar no podía escuchar nada, la creciente angustia de su alma, ese miedo intenso que apuñala su corazón, bien dicen que la incertidumbre es aquello que puede llevar a una mujer enamorada por el camino de la locura, y en esos precisos momentos Candy estaba al límite.
- Necesitamos dos unidades más de sangre!—gritaba uno de los médicos - Ya se mandaron pedir al banco Dr. - Apresúrelos Srita. o este hombre no verá la luz mañana- - -Rápido, necesito entubar!- - gritaba otro médico - Aplique de agua salina sobre la herido no puedo ver nada- - ordenaba el primero -Necesito que canalicen a este hombre.... usted, la rubia , no se quede parada y venga a ayudar!! – gritó el Dr. Mills a Candy, que se había quedado paralizada al ver la escena. -Será mejor que salgas de aquí Candy, no eres de gran ayuda en estos momentos—ordenó la jefa de enfermeras de urgencias sacando a la chica a empujones -Yo...- - alcanzó a balbucear -Descuida, te mantendré informada, estás tan pálida que creo que no resistirás más, no puedes actuar como enfermera cuando eres una mujer Candy- -concluyó la enfermera cerrando la puerta del quirófano en las narices de la rubia que no daba crédito a lo que veía como una horrible pesadilla.
El piso se fue abriendo bajo sus pies y se sintió caer en lo más profundo del oscuro abismo, como si de repente le hubieran arrancado el alma y en su lugar hubieran plantado espinos.
- Srita Candy- - llamó una voz familiar -¡¡George!! – grito al ver al hombre y corrió a sus brazos soltando en amargo llanto -- ¿qué le han hecho? ¿quién ha sido el miserable que lo ha lastimado? Juro por mi vida que si algo le ocurre a Albert... – decía entre el sofoco del llanto -Primero debe calmarse Srita. Candy, ya he llamado a su primo, no tardará en llegar- - dijo tratando de tranquilizar a la joven mientras acariciaba su mejilla cual padre consolando a su pequeña hija.
Cuatro horas han pasado y aún nadie sabe que pasa dentro del quirófano, en dónde todo mundo entra, pero nadie sale. Todos los que conocen a la dulce enfermera saben que el hombre que se debate entre la vida y la muerte es muy importante para ella, saben que si algo le sucede, su compañera y amiga sufriría, y nadie desea que eso pase. Las horas pasan y se hacen eternos los minutos, cada uno de ellos parece irse dolorosamente lentos, los dos hombres que esperan están serios, nadie se ha atrevido a preguntar nada, las caras largas y pálidas, marcadas por el esfuerzo supremo de ahogar la desesperación para no alarmar más a la joven que llora en silencio mientras aprieta con sus manos un rosario y reza con el alma en las manos. Sus ojos están hinchados, sus rizados cabellos desordenados, sin embargo en su oración existe la suplica y la esperanza de que todo saldrá bien...
- Tengo fe en ti Dios mío, mi vida por la de él si es necesario... – sus labios rezan en pequeños susurros que no logran ser ahogados por las lágrimas.
La puerta se abre y del lugar sale la mujer que antes sacara a Candy a empujones, su rostro es grave, sin embargo en sus ojos brilla la esperanza.
- Betty, dime ¿cómo está? – pregunta Candy corriendo al encuentro de la mujer, quien le toma las manos y la mira a los ojos. -No voy a mentirte Candy, Albert salió bien de la operación, sabes que los médicos han hecho todo lo que han podido, sin embargo hay pocas probabilidades de que pase la noche si la fiebre no cede puede haber un daño cerebral, perdió mucha sangre... - Yo le cuidaré, yo estaré a su lado toda la noche si es necesario...- - interrumpió -pero Candy ayer doblaste turno- - trató de persuadir Archie que estaba parado tras ella, sin embargo sabía que no lo lograría. -Estoy bien Archie, ahora el que importa es Albert...
George y Archie no pudieron persuadir a Candy de que por lo menos tomara una taza de café, apenas Albert fue llevado a recuperación, Candy se instaló junto a su cama, con intenciones de que nada ni nadie la sacara de ese sitio, hasta que la fiebre cediera.
- No he querido preguntarte nada por Candy, pero dime ¿qué fue lo que ocurrió?—pregunta Archie un poco más calmado, pero con su hermoso rostro tenso. - Realmente ni yo mismo lo he sabido muy bien, usted sabe que el Sr. Andrey es un pacifista y que odia la violencia, también sabe que su condición de hombre de negocios y cabeza de familia le ha traído muchos enemigos, aún si él no los ganó a pulso- - comenzó a explicar George sentado frente al joven de ojos color avellana. - No me has contestado George... -La verdad es que el Sr. Andrey fue herido en un asalto, aunque yo creo que ha sido un atentado muy bien planeado... – decía George ante los ojos incrédulos de Archie -¿a qué te refieres? – -A que el asaltante sabía muy bien que el Sr. Andrey no llevaba escolta, pues iba a montar a caballo, a que estaba en un lugar al que sólo puede entrar gente muy distinguida, y sobre todo al hecho de que cuando el empleado de los establos lo encontró no parecía faltarle nada de valor, hecho que yo mismo corroboré cuando me llamaron – explicó el hombre -¿pero quien se hubiera atrevido a intentar matar a mi tío en un lugar público?- -Alguien que no lo planeó muy bien – contestó George -O alguien que no tenía nada que perder – agregó Archie --¿No se estará refiriendo a su primo?- - -No lo dije yo..., no nos engañemos George, sabes que desde que mi tío anuló su compromiso con Candy, su familia juró venganza, y ahora que han quedado en banca rota... -Debe tener cuidado al hacer una acusación así... - Lo sé George, lo sé... - Lo importante ahora es que el Sr. Andrey mejore. -Candy no debe de saberlo, sería capaz de culparse por esto, ella ya está sufriendo demasiado... -No se preocupe por eso Sr. Cronwell, yo me encargaré de que la señorita Candy no lo sepa hasta que sea necesario.- - concluyó George.
Mientras tanto en el cuarto de recuperación Candy cambiaba con amoroso fervor los paños de agua helada en la frente de Albert, suplicando, rogando, implorando al cielo porque la fiebre cediera. Así pasó la noche entera, a ratos rezando, a ratos llorando y otros tantos aplicando las compresas frías en la frente del hombre o cambiando las ropas bañadas de sudor...
La esperanza es lo último que muere y ella lo sabía, apenas hacía unos cuantos segundos la fiebre había bajado unos cuantos grados, pero no podía confiarse, lo había vistos cientos de veces, la experiencia la ayudaba en ese momento, no podía bajar la guardia, pues en cualquier momento volvería a dispararse el termómetro, cada diez minutos tomaba el pulso, cada cinco retiraba las compresas y volvía a sumergirlas en el agua helada...
- Tienes que vivir, no puedes abandonarme...
Asomaban los tenues rayos del sol por el horizonte, hacía unos cuantos minutos que Albert había dejado de delirar, en los que se encontraba sumergido en un sueño apacible, las dos rosetas que se habían formado en sus mejillas se habían desvanecido dando paso a una palidez casi mortal; el ceño ya no está fruncido, los grandes ojos azul cielo están cerrados y se ahonda más la sombra de las ojeras violáceas bajo las espesas pestañas, los labios resecos y sus dorados cabellos húmedos y pegados en su frente, de una u otra forma la visión del hombre que se debate entre la vida y la muerte sobre el lecho era lastimera y a la vez lo encontraba más hermoso, jamás lo había notado, pero aún en ese estado le encontraba como el rostro más hermoso que ella pudiera haber visto alguna vez en un hombre; sus ideales, su compasión, su increíble y eterna bondad resaltaban en su ser como nunca antes. Ese era el hombre a quien le había entregado su alma, aquel que siempre había estado a su lado, sosteniéndola en la caída; ahora él la necesitaba y estaba dispuesta a todo por salvarlo...
La habitación estaba en completo silencio, sobre la cabecera de la cama se hallaba un crucifijo grande de madera, en la mesa de noche estaba el recipiente con agua y vinagre con los paños húmedos que hubiera usado para aplacar la fiebre. Sentada a un lado de la cama, miraba con detenimiento el rostro del hombre con una expresión de infinita ternura, mientras daba vueltas al anillo de brillantes que usaba en su mano izquierda de manera nerviosa y hasta compulsiva. Ahora él descansa, su respiración se ha vuelto más acompasada. Como para aliviar la ansiedad de su corazón comenzó a hablarle, aún si él no podía escucharle, pensaba que era una forma de hacerle sentir que ella estaba cerca.
-Hace ya más de un mes que me pediste matrimonio querido Albert, ese día el portal de las rosas estaba especialmente hermoso, las Dulce Candy acababan de abrir y todo parecía ser nuevo ante mis ojos- - decía en voz baja al hombre dormido mientras tomaba su mano, evidentemente más grande que las suyas. -Lo siento como si hubiera sido ayer, estabas tan guapo en ese traje marrón, con ese porte de caballero escocés, tu cabello estaba corto y en tus ojos se asomaba esa luz que siempre me hizo y aún logra conmoverme... estabas nervioso... nunca en todos los años que tengo de conocerte, había visto alguna señal de inseguridad en ti, pero ese día fue especial... - - dijo mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios -Te acercaste... miraste a mis ojos... y con manos temblorosas tomaste mi rostro y... - - agregó mientras llevaba la mano de Albert a la mejilla húmeda y la acariciaba. -Me besaste como nadie lo había hecho, con ternura, con suavidad, con ese dulce sabor que tiene el amor... borrando todo vestigio de dolor y pena que había en mi corazón... - - agregó - - Todo y nada a la vez... por primera vez en mucho tiempo volvía a tener un alma, volvía a nacer, como si tus besos hubieran sido la medicina que yo necesitaba tanto, ese antídoto que disipó el veneno de mi ser y que me devolvió a la vida... Ese día mi querido Albert...
-Ese día yo volví a amar...
Las imágenes volvieron a la mente de Candy, tan vívidas, tan brillantes, como ese día de mayo en que las Dulces Candy volvían a brindar su belleza al mundo.
"Todo era como lo recordaba, hacía tanto tiempo que no regresaba a la mansión de Lakewood que le resultó divertido el regreso, como el hijo pródigo que regresa a casa después del largo viaje en el que descubrió el mundo...
El portal de las rosas de Anthony estaba más hermoso que antes, el viejo jardinero después de muerto había dejado a cargo a su sobrino, un hombre que sabía del arte del cultivo y que amaba tanto las flores como lo habían hecho los antiguos cuidadores del lugar. Candy había regresado, no muy convencida, pues a pesar de que vivió los momentos más felices de su niñez, también había recuerdos enterrados que jamás hubiera querido revivir, pero era imposible no sentir nostalgia al caminar entre las flores, al respirar ese dulce aroma que la remontaba a tiempos encantados, llenos de las risas de esos tres jóvenes que la habían salvado de un destino horrible, cada rincón de la mansión estaba plagada de recuerdos, de las locuras de un despistado inventor, de las galanterías de un elegante caballero, de las miradas llenas de un amor inocente, arrebatado de la vida trágicamente...
- Mi querido Anthony... Stear, mi amigo incondicional... - - suspiró mientras se sentaba en una banca y admiraba las flores.
Había pasado mucho tiempo desde aquellos días, las heridas habían ido sanando poco a poco... El tiempo, siempre era el que todo lo sabía y todo lo cambiaba, ahora todos habían permutado, hasta la tía abuela Elroy había empezado a quererla, o por lo menos le demostraba un afecto que ella sabía nunca había existido. Archie se había convertido en un abogado prominente; bajo la supervisión de Albert y George se había introducido en los negocios de la familia y le había encontrado el gusto, ahora estaba recién casado con una chica igualmente independiente y de iniciativa en los negocios.
Sus queridas madres y el hogar de Pony también habían sufrido cambios para bien, la hermana María se había convertido en la directora del Hogar, con la experiencia y ayuda de la Srita. Pony, que ya por la edad no podía hacerse cargo de algunas cosas administrativas; ahora el hogar albergaba a más de 100 niños, en instalaciones completamente renovadas y agrandadas, en dónde se les brindaba no sólo educación, sino también un gran torrencial de amor de parte de esas dos santas mujeres que parecían nunca acabar sus reservas de cariño para quien lo necesitara.
Sus inolvidables amigos también habían cambiado, Tom, había logrado hacer fortuna con ganado, el mejor benefactor del hogar después de la Familia Andrey, se había casado con una maestra del hogar y vivían felizmente al lado de sus gemelos Michael y Nicholas. Por otro lado, Patty había vuelto de Florida para radicar definitivamente en Chicago con su abuela Martha, con quien fundó la Institución Allistear Cronwell, escuela para niños super dotados y de educación especial, de donde era la directora y benefactora de muchas familias que no podían pagar una educación apropiada para sus hijos especiales. Y Anne, su querida hermana, había sufrido tanto el rompimiento de su compromiso con Archie, él había decidido que lo mejor para ambos era no seguir engañándose, así que dio por terminado el compromiso en cuanto regresó de la escuela de leyes para cumplir su palabra de matrimonio, el golpe fue muy duro para la morena, que terminó por exiliarse voluntariamente en una hacienda de los Britter en Texas, viviendo con unos amigos muy cercanos a la familia sin perder nunca el contacto con su querida hermana..
Y sólo quedaba ella, Candy, la irreverente, la rebelde que se había negado a regresar a la casa paterna para vivir como una "dama de alta sociedad", era una mujer independiente, que disfrutaba como nadie de su trabajo, que conocía el placer de gastar el dinero que ella misma ganaba, y la libertad de saberse dueña de sí misma. Después de que Albert se había descubierto como la cabeza de familia, que la había salvado de un matrimonio forzado con Neal, pasaba sus días libres a su lado, en días de campo, en escapadas para jugarse carreras a caballo, en tranquilos paseos por el zoológico, o simplemente disfrutando de su mutua compañía...
Sí aunque lo negara le encantaba la idea de estar al lado de su ¿protector?, no Albert era más que eso, no se lo podía explicar pero él era esa persona que nunca dejaba de relucir en alguna conversación, que siempre aparecía cuando lo llamaba el pensamiento, que amanecía con su sonrisa como su sol y se acostaba con la luz de sus ojos como cobija, él era esa persona que le había enseñado a ser ella misma, que le había enseñado a luchar sin palabras por lo que quería, por lo que creía y sobre todo, que le había enseñado a vivir una ilusión y a sobrevivir el desengaño.
Estaba algo inquieta, Albert nunca la citaba en la mansión, sabía que le traía demasiados recuerdos, pero si él había insistido que se vieran ahí era porque debía ser importante...
- Candy!!- - gritó Albert vestido extrañamente de manera bastante más formal que la acostumbrada con su traje marrón -Albert! ¿qué ocurre?- - preguntó Candy cuando el hombre llegó hasta ella y le vio extrañamente nervioso -Candy no digas nada, porque no sé si hago lo correcto, pero necesito arriesgarme, no puedo seguir con esto, siento que me voy a quemar en el mismo infierno si no te lo digo... – dijo mientras la miraba a los ojos, tratando de que ella le sacara del apuro, jamás en su vida había estado tan nervioso, nunca había sentido esa incertidumbre. -¿qué pasa?, me estás asustando, sabes que puedes decirme lo que quieras Albert- - contestó la rubia mientras le miraba interrogante. - Candy... yo... yo – no pudo terminar la frase, tomó su rostro con ambas manos y la besó sin importarle ya nada
Aquella chiquilla que le había robado el corazón en la colina de Pony hace ya tantos años, aquella niña a la que había salvado de ahogarse en la cascada, aquella adolescente que se escapaba del colegio para ir a verle, aquella joven que le cuidara sin importarle el qué dirán, esa misma mujer que tenía en sus brazos estaba correspondiendo sus besos de manera tímida y suave, pero tan llenos de amor, que poco a poco se fueron intensificando mientras ella rodeaba su cuello con ambas manos, le decían que era correspondido, que las dudas estaban despejadas, que el tiempo había logrado su cometido poniendo tierra entre ella y su antiguo amor. Aún así tenía que asegurarse.
- Candy, mi dulce y pequeña Candy, dime con palabras lo que tus besos acaban de confesarme- - rogó Albert mientras la miraba a los ojos y se perdía en ellos -Te quiero Albert, te quiero más que a mi propia vida- - contestó la chica y volvió a posesionarse de los labios del hombre tomándolo por completa sorpresa, sin embargo no se quejó. - Aún así me gustaría saber si él...- - volvió a decir cuando se hubieron separado -Si aún amo a Terry?- - interrumpió la rubia al ver que Albert no se atrevía a mencionarlo, a lo que sólo asintió como respuesta
Candy lo soltó y con el rostro serio le dio la espalda, el corazón de Albert pareció detenerse en ese instante, reteniendo la respiración de su ser hasta escuchar lo que la dueña de su alma tenía que decir. Candy volvió a mirarle y sonrió. - Sí Albert, aún amo a Terry... lo amo y lo recuerdo como lo que fue- - dijo Candy mirando los claros ojos del chico que claramente describían su estado de ánimo a punto del colapso. -Lo sabía... sabía que... -Un viejo amor- - interrumpió al ver que Albert malinterpretaba sus palabras - - Terry siempre ocupará un lugar en mi corazón, pero ya no puedo decir que es su dueño.- - concluyó la idea que logró que Albert por fin respirara. -Entonces tú... -Sí, él es mi pasado, pero tú eres mi presente y serás mi futuro- -dijo la joven con renovada alegría mientras se colgaba al cuello de Albert, quien gustosamente la recibió y entre risas dio vueltas con ella mientras volvía a besarla. -Bien, en ese caso- - decía mientras ponía a Candy de nuevo en el suelo.
Albert adoptó una seriedad que ella jamás había visto, sin embargo lo delataba la franca felicidad que irradiaban sus ojos, se arrodilló frente a la esbelta figura de Candy y sacó del bolsillo de su chaqueta una cajita de madera finamente labrada, en la parte superior tenía el escudo de la familia Andrey y en una de las esquinas el nombre de la joven, que al verla no pudo evitar regalarle una de sus más amplias sonrisas.
- Candice White Andrey... me harías inmensamente feliz, si aceptarás a éste tu humilde esclavo, como tu ferviente esposo... - - declaró mientras abría la cajita, que en su interior contenía una Dulce Candy abierta, y en el centro de la flor un anillo de brillantes.
Los ojos de Candy no pudieron evitar llenarse de lágrimas, frente a ella se encontraba el hombre que le había enseñado a vivir, que la aceptaba como era, que nunca le había reprochado su conducta libre y desinteresada, pero sobre todas las cosas que la había enseñado a jamás arrepentirse del camino que había escogido, impulsándola a seguir en él. Más como un impulso se lanzó a los brazos del hombre que amaba con todas sus fuerzas, ¿qué importaba su si vestido blanco se manchaba de tierra?¿qué importaba si después la tía abuela la reñía por su conducta inapropiada?¿qué más daba si realmente lo amaba?. Había logrado romper las cadenas que la ataban a un pasado y que le daban la llave para la puerta de su felicidad.
- Sí, sí, sí y mil veces sí... - - decía llorando y como si en eso le fuera la vida se aferraba al cuello de Albert, que no pudo más que estrecharla contra su cuerpo y volverla a besar. -Hoy y siempre mi amada Candy, te juró que jamás volverás a estar sola - - le dijo mientras deslizaba el anillo en el anular de la muchacha que temblaba de felicidad. - Hoy y siempre Albert, mi amor, mi único y verdadero amor...
Una pareja entre las rosas, un anillo, una promesa y una bendición estaban uniendo las almas de dos personas que por fin habían logrado cosechar el amor que desde niños se había sembrado entre ellos."
- Hoy y siempre Albert. . – decía Candy mientras aferraba la mano de Albert entre las suyas y lloraba con el sentimiento a flor de piel. - no me dejes Albert, no me dejes- - mitad súplica, mitad mandato clamaba la voz rota de la enfermera con los ojos hinchados mientras hundía la cabeza en el lecho y descargaba ahí su sentir.
No sabía distinguir cuanto fue el tiempo que permaneció en esa posición, pero sabía que había sido suficiente como para que el cuello comenzara a dolerle y la cabeza a punzarle por la falta de sueño y por supuesto de tanto llanto, sin embargo la sensación que le daba la mano de Albert entre las suyas, más fresca, con un pulso normal que podía escuchar le daba la certeza de que ella estaba más viva, la sensación se fue acrecentando cuando se hizo consiente de la mano que acariciaba débilmente su cabeza, una mano felizmente conocida, despacio levantó el rostro para mirar al hombre pálido que la miraba con infinita ternura.
- Albert!!,- - exclamó volviendo a derramar lágrimas sobre la mano que aun sostenía de él, sin embargo una gran sonrisa se había dibujado en su rostro. -Pequeña, te ves más linda...cuando sonríes... -No hables cariño, estarás bien, lo prometo – dijo mirándole de esa forma que sólo ella sabía que trasmitía todos sus sentimientos -Jamás desperdiciaría la oportunidad... de vivir... - Estás débil, no debes hacer esfuerzos... -Dios me concedió el... privilegio de amarte...
Candy conmovida y con toda la ternura de su ser, se acercó a Albert y besó su frente, agradecida de que lo más importante en su vida estuviera a salvo...
El Privilegio de Amar... (
¿Qué podré decirte en el corto tiempo
en que se vive una ilusión?
¿qué podré dejarte tan pegado al alma
que se quede allí en tu corazón?
Yo no pretendo enseñarte lo que es el mundo,
me falta también,
pero vale la pena disfrutar cada día,
porque me has regalado
El privilegio de amarte
Di lo que sientas, has lo que piensas,
da lo que tengas y no te arrepientas.
Y si no llega lo que esperabas,
no te conformes, jamás te detengas.
Pero sobre todas las cosas,
nunca te olvides de Dios.
Serás del tamaño de tus pensamientos,
no te permitas fracasar.
Lo más importante son los sentimientos
y lo que no puedes comprar.
Y cuando llegue el momento,
en que tu sola quisieras volar,
aunque no estemos juntos estarán los recuerdos,
que con sólo quererlo volverás a vivirlos.
Di lo que sientas, has lo que piensas,
da lo que tengas y no te arrepientas.
No te limites por lo que digan,
se lo que quieras pero se tú misma.
Y si no llega lo que esperabas,
no te conformes, jamás te detengas.
Pero sobre todas las cosas,
nunca te olvides de Dios
Pero sobre todas las cosas,
Cómo te quiero mi amor.
CONTINUARÁ...
Notas de la Autora: Hola!! ( al fin terminé el capítulo 4, espero no lo encuentren un tanto plano y aburrido, pues creo que no tiene mucha acción, (además de que mi muso inspirador me dio bastante lata para convencerlo de que me permitiera compartir con ustedes una declaración que créanme no es nada lo escrito comparado con lo vivido (). pero me pareció importante que Albert y Candy por fin tuvieran su parte en este fic, como dije antes, el protagonista absoluto de este fic es Terry, pero ¿cómo hablar de Terry sin mencionar a Candy?, es como hablar de Romeo sin Julieta, no tiene chiste (jeje), de todas formas espero que no se haga pesado esta parte, pues aunque no lo crean me costó un poco de trabajo delimitar hasta dónde podía llegar, sobre todo si estos dos personajes tan queridos son como un tótem.
De todas maneras no quiero que piensen que lo dejaré así, falta mucho por saber de Albert y Candy, y por supuesto de mi queridísimo Terry y su nueva amiga, después de todo apenas van cuatro capítulos ( jeje
Cualquier duda, aclaración, crítica o comentario pueden encontrarme en larabellanayahoo.com o en brynlockhotmail.com , disculpas anticipadas si me tardo en contestar. Nunca me cansaré de darles las Gracias por leer mi fic, así que GRACIAS. Un saludo, Karonte
( Título de una canción que interpreta Manuel Mijares y que pensé era perfecto para este capítulo. ( Letra de la canción que les mencionaba, en lo personal me encanta, no sé quien es el autor, así que disculpa anticipada por no darle el crédito que merece.
Por: Karonte.
Capítulo 1v: El privilegio de amarte. (
El iluminado pasillo del corredor que lleva hasta el quirófano principal, el intenso olor del formol siempre tan familiar, los pasos apresurados de médicos y enfermeras jalando una camilla, las paredes blancas que siempre le parecieron cálidas, ahora se apreciaban totalmente mortuorias y frías, se sentía dentro de un mausoleo, frío, en silencio, pues mientras corría hacia el lugar no podía escuchar nada, la creciente angustia de su alma, ese miedo intenso que apuñala su corazón, bien dicen que la incertidumbre es aquello que puede llevar a una mujer enamorada por el camino de la locura, y en esos precisos momentos Candy estaba al límite.
- Necesitamos dos unidades más de sangre!—gritaba uno de los médicos - Ya se mandaron pedir al banco Dr. - Apresúrelos Srita. o este hombre no verá la luz mañana- - -Rápido, necesito entubar!- - gritaba otro médico - Aplique de agua salina sobre la herido no puedo ver nada- - ordenaba el primero -Necesito que canalicen a este hombre.... usted, la rubia , no se quede parada y venga a ayudar!! – gritó el Dr. Mills a Candy, que se había quedado paralizada al ver la escena. -Será mejor que salgas de aquí Candy, no eres de gran ayuda en estos momentos—ordenó la jefa de enfermeras de urgencias sacando a la chica a empujones -Yo...- - alcanzó a balbucear -Descuida, te mantendré informada, estás tan pálida que creo que no resistirás más, no puedes actuar como enfermera cuando eres una mujer Candy- -concluyó la enfermera cerrando la puerta del quirófano en las narices de la rubia que no daba crédito a lo que veía como una horrible pesadilla.
El piso se fue abriendo bajo sus pies y se sintió caer en lo más profundo del oscuro abismo, como si de repente le hubieran arrancado el alma y en su lugar hubieran plantado espinos.
- Srita Candy- - llamó una voz familiar -¡¡George!! – grito al ver al hombre y corrió a sus brazos soltando en amargo llanto -- ¿qué le han hecho? ¿quién ha sido el miserable que lo ha lastimado? Juro por mi vida que si algo le ocurre a Albert... – decía entre el sofoco del llanto -Primero debe calmarse Srita. Candy, ya he llamado a su primo, no tardará en llegar- - dijo tratando de tranquilizar a la joven mientras acariciaba su mejilla cual padre consolando a su pequeña hija.
Cuatro horas han pasado y aún nadie sabe que pasa dentro del quirófano, en dónde todo mundo entra, pero nadie sale. Todos los que conocen a la dulce enfermera saben que el hombre que se debate entre la vida y la muerte es muy importante para ella, saben que si algo le sucede, su compañera y amiga sufriría, y nadie desea que eso pase. Las horas pasan y se hacen eternos los minutos, cada uno de ellos parece irse dolorosamente lentos, los dos hombres que esperan están serios, nadie se ha atrevido a preguntar nada, las caras largas y pálidas, marcadas por el esfuerzo supremo de ahogar la desesperación para no alarmar más a la joven que llora en silencio mientras aprieta con sus manos un rosario y reza con el alma en las manos. Sus ojos están hinchados, sus rizados cabellos desordenados, sin embargo en su oración existe la suplica y la esperanza de que todo saldrá bien...
- Tengo fe en ti Dios mío, mi vida por la de él si es necesario... – sus labios rezan en pequeños susurros que no logran ser ahogados por las lágrimas.
La puerta se abre y del lugar sale la mujer que antes sacara a Candy a empujones, su rostro es grave, sin embargo en sus ojos brilla la esperanza.
- Betty, dime ¿cómo está? – pregunta Candy corriendo al encuentro de la mujer, quien le toma las manos y la mira a los ojos. -No voy a mentirte Candy, Albert salió bien de la operación, sabes que los médicos han hecho todo lo que han podido, sin embargo hay pocas probabilidades de que pase la noche si la fiebre no cede puede haber un daño cerebral, perdió mucha sangre... - Yo le cuidaré, yo estaré a su lado toda la noche si es necesario...- - interrumpió -pero Candy ayer doblaste turno- - trató de persuadir Archie que estaba parado tras ella, sin embargo sabía que no lo lograría. -Estoy bien Archie, ahora el que importa es Albert...
George y Archie no pudieron persuadir a Candy de que por lo menos tomara una taza de café, apenas Albert fue llevado a recuperación, Candy se instaló junto a su cama, con intenciones de que nada ni nadie la sacara de ese sitio, hasta que la fiebre cediera.
- No he querido preguntarte nada por Candy, pero dime ¿qué fue lo que ocurrió?—pregunta Archie un poco más calmado, pero con su hermoso rostro tenso. - Realmente ni yo mismo lo he sabido muy bien, usted sabe que el Sr. Andrey es un pacifista y que odia la violencia, también sabe que su condición de hombre de negocios y cabeza de familia le ha traído muchos enemigos, aún si él no los ganó a pulso- - comenzó a explicar George sentado frente al joven de ojos color avellana. - No me has contestado George... -La verdad es que el Sr. Andrey fue herido en un asalto, aunque yo creo que ha sido un atentado muy bien planeado... – decía George ante los ojos incrédulos de Archie -¿a qué te refieres? – -A que el asaltante sabía muy bien que el Sr. Andrey no llevaba escolta, pues iba a montar a caballo, a que estaba en un lugar al que sólo puede entrar gente muy distinguida, y sobre todo al hecho de que cuando el empleado de los establos lo encontró no parecía faltarle nada de valor, hecho que yo mismo corroboré cuando me llamaron – explicó el hombre -¿pero quien se hubiera atrevido a intentar matar a mi tío en un lugar público?- -Alguien que no lo planeó muy bien – contestó George -O alguien que no tenía nada que perder – agregó Archie --¿No se estará refiriendo a su primo?- - -No lo dije yo..., no nos engañemos George, sabes que desde que mi tío anuló su compromiso con Candy, su familia juró venganza, y ahora que han quedado en banca rota... -Debe tener cuidado al hacer una acusación así... - Lo sé George, lo sé... - Lo importante ahora es que el Sr. Andrey mejore. -Candy no debe de saberlo, sería capaz de culparse por esto, ella ya está sufriendo demasiado... -No se preocupe por eso Sr. Cronwell, yo me encargaré de que la señorita Candy no lo sepa hasta que sea necesario.- - concluyó George.
Mientras tanto en el cuarto de recuperación Candy cambiaba con amoroso fervor los paños de agua helada en la frente de Albert, suplicando, rogando, implorando al cielo porque la fiebre cediera. Así pasó la noche entera, a ratos rezando, a ratos llorando y otros tantos aplicando las compresas frías en la frente del hombre o cambiando las ropas bañadas de sudor...
La esperanza es lo último que muere y ella lo sabía, apenas hacía unos cuantos segundos la fiebre había bajado unos cuantos grados, pero no podía confiarse, lo había vistos cientos de veces, la experiencia la ayudaba en ese momento, no podía bajar la guardia, pues en cualquier momento volvería a dispararse el termómetro, cada diez minutos tomaba el pulso, cada cinco retiraba las compresas y volvía a sumergirlas en el agua helada...
- Tienes que vivir, no puedes abandonarme...
Asomaban los tenues rayos del sol por el horizonte, hacía unos cuantos minutos que Albert había dejado de delirar, en los que se encontraba sumergido en un sueño apacible, las dos rosetas que se habían formado en sus mejillas se habían desvanecido dando paso a una palidez casi mortal; el ceño ya no está fruncido, los grandes ojos azul cielo están cerrados y se ahonda más la sombra de las ojeras violáceas bajo las espesas pestañas, los labios resecos y sus dorados cabellos húmedos y pegados en su frente, de una u otra forma la visión del hombre que se debate entre la vida y la muerte sobre el lecho era lastimera y a la vez lo encontraba más hermoso, jamás lo había notado, pero aún en ese estado le encontraba como el rostro más hermoso que ella pudiera haber visto alguna vez en un hombre; sus ideales, su compasión, su increíble y eterna bondad resaltaban en su ser como nunca antes. Ese era el hombre a quien le había entregado su alma, aquel que siempre había estado a su lado, sosteniéndola en la caída; ahora él la necesitaba y estaba dispuesta a todo por salvarlo...
La habitación estaba en completo silencio, sobre la cabecera de la cama se hallaba un crucifijo grande de madera, en la mesa de noche estaba el recipiente con agua y vinagre con los paños húmedos que hubiera usado para aplacar la fiebre. Sentada a un lado de la cama, miraba con detenimiento el rostro del hombre con una expresión de infinita ternura, mientras daba vueltas al anillo de brillantes que usaba en su mano izquierda de manera nerviosa y hasta compulsiva. Ahora él descansa, su respiración se ha vuelto más acompasada. Como para aliviar la ansiedad de su corazón comenzó a hablarle, aún si él no podía escucharle, pensaba que era una forma de hacerle sentir que ella estaba cerca.
-Hace ya más de un mes que me pediste matrimonio querido Albert, ese día el portal de las rosas estaba especialmente hermoso, las Dulce Candy acababan de abrir y todo parecía ser nuevo ante mis ojos- - decía en voz baja al hombre dormido mientras tomaba su mano, evidentemente más grande que las suyas. -Lo siento como si hubiera sido ayer, estabas tan guapo en ese traje marrón, con ese porte de caballero escocés, tu cabello estaba corto y en tus ojos se asomaba esa luz que siempre me hizo y aún logra conmoverme... estabas nervioso... nunca en todos los años que tengo de conocerte, había visto alguna señal de inseguridad en ti, pero ese día fue especial... - - dijo mientras una sonrisa se dibujaba en sus labios -Te acercaste... miraste a mis ojos... y con manos temblorosas tomaste mi rostro y... - - agregó mientras llevaba la mano de Albert a la mejilla húmeda y la acariciaba. -Me besaste como nadie lo había hecho, con ternura, con suavidad, con ese dulce sabor que tiene el amor... borrando todo vestigio de dolor y pena que había en mi corazón... - - agregó - - Todo y nada a la vez... por primera vez en mucho tiempo volvía a tener un alma, volvía a nacer, como si tus besos hubieran sido la medicina que yo necesitaba tanto, ese antídoto que disipó el veneno de mi ser y que me devolvió a la vida... Ese día mi querido Albert...
-Ese día yo volví a amar...
Las imágenes volvieron a la mente de Candy, tan vívidas, tan brillantes, como ese día de mayo en que las Dulces Candy volvían a brindar su belleza al mundo.
"Todo era como lo recordaba, hacía tanto tiempo que no regresaba a la mansión de Lakewood que le resultó divertido el regreso, como el hijo pródigo que regresa a casa después del largo viaje en el que descubrió el mundo...
El portal de las rosas de Anthony estaba más hermoso que antes, el viejo jardinero después de muerto había dejado a cargo a su sobrino, un hombre que sabía del arte del cultivo y que amaba tanto las flores como lo habían hecho los antiguos cuidadores del lugar. Candy había regresado, no muy convencida, pues a pesar de que vivió los momentos más felices de su niñez, también había recuerdos enterrados que jamás hubiera querido revivir, pero era imposible no sentir nostalgia al caminar entre las flores, al respirar ese dulce aroma que la remontaba a tiempos encantados, llenos de las risas de esos tres jóvenes que la habían salvado de un destino horrible, cada rincón de la mansión estaba plagada de recuerdos, de las locuras de un despistado inventor, de las galanterías de un elegante caballero, de las miradas llenas de un amor inocente, arrebatado de la vida trágicamente...
- Mi querido Anthony... Stear, mi amigo incondicional... - - suspiró mientras se sentaba en una banca y admiraba las flores.
Había pasado mucho tiempo desde aquellos días, las heridas habían ido sanando poco a poco... El tiempo, siempre era el que todo lo sabía y todo lo cambiaba, ahora todos habían permutado, hasta la tía abuela Elroy había empezado a quererla, o por lo menos le demostraba un afecto que ella sabía nunca había existido. Archie se había convertido en un abogado prominente; bajo la supervisión de Albert y George se había introducido en los negocios de la familia y le había encontrado el gusto, ahora estaba recién casado con una chica igualmente independiente y de iniciativa en los negocios.
Sus queridas madres y el hogar de Pony también habían sufrido cambios para bien, la hermana María se había convertido en la directora del Hogar, con la experiencia y ayuda de la Srita. Pony, que ya por la edad no podía hacerse cargo de algunas cosas administrativas; ahora el hogar albergaba a más de 100 niños, en instalaciones completamente renovadas y agrandadas, en dónde se les brindaba no sólo educación, sino también un gran torrencial de amor de parte de esas dos santas mujeres que parecían nunca acabar sus reservas de cariño para quien lo necesitara.
Sus inolvidables amigos también habían cambiado, Tom, había logrado hacer fortuna con ganado, el mejor benefactor del hogar después de la Familia Andrey, se había casado con una maestra del hogar y vivían felizmente al lado de sus gemelos Michael y Nicholas. Por otro lado, Patty había vuelto de Florida para radicar definitivamente en Chicago con su abuela Martha, con quien fundó la Institución Allistear Cronwell, escuela para niños super dotados y de educación especial, de donde era la directora y benefactora de muchas familias que no podían pagar una educación apropiada para sus hijos especiales. Y Anne, su querida hermana, había sufrido tanto el rompimiento de su compromiso con Archie, él había decidido que lo mejor para ambos era no seguir engañándose, así que dio por terminado el compromiso en cuanto regresó de la escuela de leyes para cumplir su palabra de matrimonio, el golpe fue muy duro para la morena, que terminó por exiliarse voluntariamente en una hacienda de los Britter en Texas, viviendo con unos amigos muy cercanos a la familia sin perder nunca el contacto con su querida hermana..
Y sólo quedaba ella, Candy, la irreverente, la rebelde que se había negado a regresar a la casa paterna para vivir como una "dama de alta sociedad", era una mujer independiente, que disfrutaba como nadie de su trabajo, que conocía el placer de gastar el dinero que ella misma ganaba, y la libertad de saberse dueña de sí misma. Después de que Albert se había descubierto como la cabeza de familia, que la había salvado de un matrimonio forzado con Neal, pasaba sus días libres a su lado, en días de campo, en escapadas para jugarse carreras a caballo, en tranquilos paseos por el zoológico, o simplemente disfrutando de su mutua compañía...
Sí aunque lo negara le encantaba la idea de estar al lado de su ¿protector?, no Albert era más que eso, no se lo podía explicar pero él era esa persona que nunca dejaba de relucir en alguna conversación, que siempre aparecía cuando lo llamaba el pensamiento, que amanecía con su sonrisa como su sol y se acostaba con la luz de sus ojos como cobija, él era esa persona que le había enseñado a ser ella misma, que le había enseñado a luchar sin palabras por lo que quería, por lo que creía y sobre todo, que le había enseñado a vivir una ilusión y a sobrevivir el desengaño.
Estaba algo inquieta, Albert nunca la citaba en la mansión, sabía que le traía demasiados recuerdos, pero si él había insistido que se vieran ahí era porque debía ser importante...
- Candy!!- - gritó Albert vestido extrañamente de manera bastante más formal que la acostumbrada con su traje marrón -Albert! ¿qué ocurre?- - preguntó Candy cuando el hombre llegó hasta ella y le vio extrañamente nervioso -Candy no digas nada, porque no sé si hago lo correcto, pero necesito arriesgarme, no puedo seguir con esto, siento que me voy a quemar en el mismo infierno si no te lo digo... – dijo mientras la miraba a los ojos, tratando de que ella le sacara del apuro, jamás en su vida había estado tan nervioso, nunca había sentido esa incertidumbre. -¿qué pasa?, me estás asustando, sabes que puedes decirme lo que quieras Albert- - contestó la rubia mientras le miraba interrogante. - Candy... yo... yo – no pudo terminar la frase, tomó su rostro con ambas manos y la besó sin importarle ya nada
Aquella chiquilla que le había robado el corazón en la colina de Pony hace ya tantos años, aquella niña a la que había salvado de ahogarse en la cascada, aquella adolescente que se escapaba del colegio para ir a verle, aquella joven que le cuidara sin importarle el qué dirán, esa misma mujer que tenía en sus brazos estaba correspondiendo sus besos de manera tímida y suave, pero tan llenos de amor, que poco a poco se fueron intensificando mientras ella rodeaba su cuello con ambas manos, le decían que era correspondido, que las dudas estaban despejadas, que el tiempo había logrado su cometido poniendo tierra entre ella y su antiguo amor. Aún así tenía que asegurarse.
- Candy, mi dulce y pequeña Candy, dime con palabras lo que tus besos acaban de confesarme- - rogó Albert mientras la miraba a los ojos y se perdía en ellos -Te quiero Albert, te quiero más que a mi propia vida- - contestó la chica y volvió a posesionarse de los labios del hombre tomándolo por completa sorpresa, sin embargo no se quejó. - Aún así me gustaría saber si él...- - volvió a decir cuando se hubieron separado -Si aún amo a Terry?- - interrumpió la rubia al ver que Albert no se atrevía a mencionarlo, a lo que sólo asintió como respuesta
Candy lo soltó y con el rostro serio le dio la espalda, el corazón de Albert pareció detenerse en ese instante, reteniendo la respiración de su ser hasta escuchar lo que la dueña de su alma tenía que decir. Candy volvió a mirarle y sonrió. - Sí Albert, aún amo a Terry... lo amo y lo recuerdo como lo que fue- - dijo Candy mirando los claros ojos del chico que claramente describían su estado de ánimo a punto del colapso. -Lo sabía... sabía que... -Un viejo amor- - interrumpió al ver que Albert malinterpretaba sus palabras - - Terry siempre ocupará un lugar en mi corazón, pero ya no puedo decir que es su dueño.- - concluyó la idea que logró que Albert por fin respirara. -Entonces tú... -Sí, él es mi pasado, pero tú eres mi presente y serás mi futuro- -dijo la joven con renovada alegría mientras se colgaba al cuello de Albert, quien gustosamente la recibió y entre risas dio vueltas con ella mientras volvía a besarla. -Bien, en ese caso- - decía mientras ponía a Candy de nuevo en el suelo.
Albert adoptó una seriedad que ella jamás había visto, sin embargo lo delataba la franca felicidad que irradiaban sus ojos, se arrodilló frente a la esbelta figura de Candy y sacó del bolsillo de su chaqueta una cajita de madera finamente labrada, en la parte superior tenía el escudo de la familia Andrey y en una de las esquinas el nombre de la joven, que al verla no pudo evitar regalarle una de sus más amplias sonrisas.
- Candice White Andrey... me harías inmensamente feliz, si aceptarás a éste tu humilde esclavo, como tu ferviente esposo... - - declaró mientras abría la cajita, que en su interior contenía una Dulce Candy abierta, y en el centro de la flor un anillo de brillantes.
Los ojos de Candy no pudieron evitar llenarse de lágrimas, frente a ella se encontraba el hombre que le había enseñado a vivir, que la aceptaba como era, que nunca le había reprochado su conducta libre y desinteresada, pero sobre todas las cosas que la había enseñado a jamás arrepentirse del camino que había escogido, impulsándola a seguir en él. Más como un impulso se lanzó a los brazos del hombre que amaba con todas sus fuerzas, ¿qué importaba su si vestido blanco se manchaba de tierra?¿qué importaba si después la tía abuela la reñía por su conducta inapropiada?¿qué más daba si realmente lo amaba?. Había logrado romper las cadenas que la ataban a un pasado y que le daban la llave para la puerta de su felicidad.
- Sí, sí, sí y mil veces sí... - - decía llorando y como si en eso le fuera la vida se aferraba al cuello de Albert, que no pudo más que estrecharla contra su cuerpo y volverla a besar. -Hoy y siempre mi amada Candy, te juró que jamás volverás a estar sola - - le dijo mientras deslizaba el anillo en el anular de la muchacha que temblaba de felicidad. - Hoy y siempre Albert, mi amor, mi único y verdadero amor...
Una pareja entre las rosas, un anillo, una promesa y una bendición estaban uniendo las almas de dos personas que por fin habían logrado cosechar el amor que desde niños se había sembrado entre ellos."
- Hoy y siempre Albert. . – decía Candy mientras aferraba la mano de Albert entre las suyas y lloraba con el sentimiento a flor de piel. - no me dejes Albert, no me dejes- - mitad súplica, mitad mandato clamaba la voz rota de la enfermera con los ojos hinchados mientras hundía la cabeza en el lecho y descargaba ahí su sentir.
No sabía distinguir cuanto fue el tiempo que permaneció en esa posición, pero sabía que había sido suficiente como para que el cuello comenzara a dolerle y la cabeza a punzarle por la falta de sueño y por supuesto de tanto llanto, sin embargo la sensación que le daba la mano de Albert entre las suyas, más fresca, con un pulso normal que podía escuchar le daba la certeza de que ella estaba más viva, la sensación se fue acrecentando cuando se hizo consiente de la mano que acariciaba débilmente su cabeza, una mano felizmente conocida, despacio levantó el rostro para mirar al hombre pálido que la miraba con infinita ternura.
- Albert!!,- - exclamó volviendo a derramar lágrimas sobre la mano que aun sostenía de él, sin embargo una gran sonrisa se había dibujado en su rostro. -Pequeña, te ves más linda...cuando sonríes... -No hables cariño, estarás bien, lo prometo – dijo mirándole de esa forma que sólo ella sabía que trasmitía todos sus sentimientos -Jamás desperdiciaría la oportunidad... de vivir... - Estás débil, no debes hacer esfuerzos... -Dios me concedió el... privilegio de amarte...
Candy conmovida y con toda la ternura de su ser, se acercó a Albert y besó su frente, agradecida de que lo más importante en su vida estuviera a salvo...
El Privilegio de Amar... (
¿Qué podré decirte en el corto tiempo
en que se vive una ilusión?
¿qué podré dejarte tan pegado al alma
que se quede allí en tu corazón?
Yo no pretendo enseñarte lo que es el mundo,
me falta también,
pero vale la pena disfrutar cada día,
porque me has regalado
El privilegio de amarte
Di lo que sientas, has lo que piensas,
da lo que tengas y no te arrepientas.
Y si no llega lo que esperabas,
no te conformes, jamás te detengas.
Pero sobre todas las cosas,
nunca te olvides de Dios.
Serás del tamaño de tus pensamientos,
no te permitas fracasar.
Lo más importante son los sentimientos
y lo que no puedes comprar.
Y cuando llegue el momento,
en que tu sola quisieras volar,
aunque no estemos juntos estarán los recuerdos,
que con sólo quererlo volverás a vivirlos.
Di lo que sientas, has lo que piensas,
da lo que tengas y no te arrepientas.
No te limites por lo que digan,
se lo que quieras pero se tú misma.
Y si no llega lo que esperabas,
no te conformes, jamás te detengas.
Pero sobre todas las cosas,
nunca te olvides de Dios
Pero sobre todas las cosas,
Cómo te quiero mi amor.
CONTINUARÁ...
Notas de la Autora: Hola!! ( al fin terminé el capítulo 4, espero no lo encuentren un tanto plano y aburrido, pues creo que no tiene mucha acción, (además de que mi muso inspirador me dio bastante lata para convencerlo de que me permitiera compartir con ustedes una declaración que créanme no es nada lo escrito comparado con lo vivido (). pero me pareció importante que Albert y Candy por fin tuvieran su parte en este fic, como dije antes, el protagonista absoluto de este fic es Terry, pero ¿cómo hablar de Terry sin mencionar a Candy?, es como hablar de Romeo sin Julieta, no tiene chiste (jeje), de todas formas espero que no se haga pesado esta parte, pues aunque no lo crean me costó un poco de trabajo delimitar hasta dónde podía llegar, sobre todo si estos dos personajes tan queridos son como un tótem.
De todas maneras no quiero que piensen que lo dejaré así, falta mucho por saber de Albert y Candy, y por supuesto de mi queridísimo Terry y su nueva amiga, después de todo apenas van cuatro capítulos ( jeje
Cualquier duda, aclaración, crítica o comentario pueden encontrarme en larabellanayahoo.com o en brynlockhotmail.com , disculpas anticipadas si me tardo en contestar. Nunca me cansaré de darles las Gracias por leer mi fic, así que GRACIAS. Un saludo, Karonte
( Título de una canción que interpreta Manuel Mijares y que pensé era perfecto para este capítulo. ( Letra de la canción que les mencionaba, en lo personal me encanta, no sé quien es el autor, así que disculpa anticipada por no darle el crédito que merece.
