Capítulo XII

Sin ti, muero

Al llegar al departamento, se encontró con que la puerta estaba apenas junta, frunció el ceño algo asustada, Inuyasha no acostumbraba ser tan descuidado, empujo con la mano la (puerta), par ingresar sin hacer ruido, pero de pronto un sonido algo indescifrable se escuchó desde el cuarto, inmediatamente reconoció que pertenecía a la voz de una mujer. Se acercó con cautela hasta el umbral de la habitación desde la que venía otro quejido, no quería pensar, pero sentía como los celos comenzaban a corroer su estómago, una sensación de amargura se instaló en su garganta y sentía como las lágrimas subían por su nariz hasta llegar a sus ojos, pero no les permitiría salir...Oh Dios, estas sensaciones humanas ya se le estaban volviendo incontrolables. Cuando finalmente logró mirar dentro del lugar, un mareo le vino de pronto al ver que Inuyasha se encontraba sentado a un costado de la cama y reclinado sobre una figura femenina, apoyó su mano en la pared de la entrada al cuarto.

¿Inuyasha? – dijo apenas en un hilo de voz, sin poder comprender bien lo que estaba sucediendo, el corazón le latía muy fuerte y las lágrimas continuaban intentando salir de sus ojos de furiosamente.

El hombre se volteó con rapidez al escuchar la voz de Kagome, en cuanto al vio de pie en el umbral, supo que las cosas no estaban bien, ella se mantenía en extremo pálida y se apoyaba apenas en la pared, sus ojos brillantes de lágrimas y los labios conteniendo pequeños temblores, pero eso no sería todo, ella se llevó la mano libre hasta la boca, atrapando con ella un sollozo que se le escapó al ver que la mujer que yacía sobre la cama, que se incorporó un poco cerrando su blusa, no era otra que Kikyo.

Kagome...- musitó Inuyasha, comprendiendo la conmoción de la muchacha, poniéndose de pie junto a la cama y dirigiéndose con largos pasos hasta ella, pues temía que si no la sostenía brevemente, caería, pero en cuanto estuvo a centímetros de distancia, la mujer, simplemente retrocedió, mirando sus ojos dorados, con los suyos plagados de cristalinas gotas que ahora bañaban sus mejillas -...amor, tranquila... – intentaba calmarla, maldiciendo su suerte, y rogando por que ella le diera la oportunidad de explicar.

Dejame Inuyasha...- suplico, bajando la mirada, mientras que su retroceso la llevó, hasta la parte trasera de uno de los sillones, permitiéndole apoyarse en ese lugar, siendo alcanzada entonces - ...no Inuyasha...- dijo, mientras detenía con sus manos, los brazos de él que intentaban rodearla, mostrando entre las lágrimas una sonrisa – ve... luego hablamos...

Inuyasha la observó algo confuso, pensando que tal ves, ella había razonado, quizás notó las heridas que Kikyo mostraba bajo su blusa, heridas hechas con el fuego de un cigarrillo, apretó la mandíbula al recordar el modo en que la mujer le relató como se las había producido aquel maldito sujeto con el que vivía...hasta ahora...

Esta bien... – aceptó Inuyasha, mientras a pesar de la distancia que Kagome insistía en mantener, le frotó los brazos – siéntate y te prepararé un té...prepararé para todos – dijo para luego poner en la frente de la muchacha un beso y dirigirse luego a la cocina.

Nada estaba bien, pensaba mientras comenzaba a llenar de agua el calentador, no podía dejar de imaginar los vejámenes que el desgraciado de Naraku le había hecho pasar a Kikyo, incluso llegó a sentir lástima por ella, que había sido una mujer tan fuerte a lo largo de la relación que llevaron, para caer en las garras de un maldito desquiciado. Intentó llamar a la policía, pero la muchacha temblaba de pánico, suplicándole por que no lo hiciera.

Cerró la perilla del agua, cuando el calentador comenzó a desbordarse, y suspiro recordando los ojos oscuros y llenos de lágrimas de Kagome, mirándolo sin comprender, lamentaba tanto ponerla en este tipo de situaciones, él lo único que deseaba era que ella fuera feliz, pero no podía negarle su ayuda a Kikyo, estaba seguro de que su ángel, lo entendería finalmente. Salió secando sus manos con algo de papel, recorriendo la sala con la mirada, buscando a la muchacha que minutos antes, había dejado en aquel lugar, su rostro se comprimió un poco, mostrando su preocupación. Se aproximo a grandes zancadas hasta la habitación en la que se encontraba Kikyo, encontrándose solo con la figura femenina recostada y al parecer dormitando, luego a la siguiente, el baño y nada, comprobando una vez en el balcón de que Kagome ya no estaba... se había marchado…

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Llevaba varias horas, recorriendo las calles, y para cuando la luz del sol abandonó el cielo, para refugiarse con sus últimos rayos en las cimas de las montañas, decidió ir con Sango y Miroku. Sabía que tal vez estaba siendo demasiado impulsiva en su decisión de salir del departamento de Inuyasha, después de todo, ése era su hogar ahora, pero no se sentía capaz de enfrentar su temor a que él estuviera más ligado sentimentalmente a la que fuera su novia, de lo que imaginaba.

No quiero llorar más…- se dijo, quitando con el dorso de su mano una lágrima que ya con muy poca fuerza salí desde su ojo, había llorado amargamente, más que por ella, por el temor que tenía de estar interfiriendo, quizás en la felicidad del hombre que amaba.

Inuyasha por su parte, recorrió algunas calles, en cuanto notó que Kagome se había ido, sin poder alejarse demasiado, ya que también temía por la seguridad de Kikyo, marcando una y otra vez el número de Miroku y Sango, por si alguno de ellos sabía de la mujer. Las horas pasaron convirtiéndose en agujas punzantes en su cabeza, manteniéndolo expectante a las noticias. El atardecer, dio paso a una oscura y fría noche, y aún no tenía noticias de Kagome, pensó en llamar a alguien que se quedara con Kikyo, mientras él salía a buscar a su amada, la mujer que yacía desde hacía horas en la habitación, se asomo por el umbral de la puerta, envuelta en una manta, irónicamente la que había sido confeccionada como regalo de bodas, para ella con Inuyasha. Notó al observar al hombre, el rostro consternado de éste, ante la ausencia de la mujer con la que ahora vivía.

¿Tanto la amas? – consultó, con la voz suave e incluso la mirada menos endurecida que lo habitual, como si el sentimiento expresado por el hombre frente a ella, realmente la conmoviera.

Más que a mi vida…- respondió, casi sin pensarlo, el joven, con la cabeza inclinada y el cabello algo enmarañado.

Entonces el teléfono se dejo escuchar, captando la atención de ambos, Inuyasha se apresuro a responderlo, sin dejar que sonara una segunda vez, recibiendo la noticia de que Kagome estaba en casa de Miroku y Sango.

Sango, quiero hablar con ella.- pidió Inuyasha algo más tranquilo, al menos Kagome no andaba vagando por las calles a merced del frió y los peligros.

Ella esta dormida ahora - respondió con la voz amable su amiga – no sé que habrá pasado, pero por ahora Kagome necesita descansar Inuyasha.

Comprendo…- dijo sin mucho animo – solo dile...que la amo…

Había logrado convencer, con bastante dificultad a Kikyo, de que debía denunciar a Naraku, que ese maldito no le haría nada en lo absoluto, él conocía suficientes personas en cargos altos dentro de la policía, como para asegurar su seguridad. Llamó a Kaede, la hermana mayor de la mujer, que vivía en una pequeña ciudad, casi un pueblo, en las afueras, el lugar en el que nació y del que salió, prometiendo no poner jamás un pie nuevamente ahí, pero el destino parecía tenerle deparado algo diferente, ese parecía el único sitio seguro y lo suficientemente alejado de las garras de Naraku, mientras que éste fuera juzgado.

Permanecía en la penumbra, sentado a unos metros de la cama en al que permanecía dormida Kikyo, esa noche había sido muy extensa, y la lluvia se dejaba caer. Luego de saber del paradero de Kagome, se sintió algo más aliviado, pero a pesar de ello, sentía un vacío enorme y le aterraba la idea de que la mujer no volviera, sentía que era como el aire para él. Entonces su "invitada" se giró en la cama, siendo el sonido de las sábanas lo único que se escuchaba en el lugar acompañado de un adormilado quejido que liberó, obligándolo a salir de su letargo, Inuyasha se puso de pie, aún con una carta que había intentado escribir para Kagome, pero de la que finalmente desistió, comprendiendo que ya pronto podrían hablar, cuando todo se calmara y volviera a la normalidad. Dejo el papel distraídamente sobre la mesa y se fue en busca de un té, ya pronto amanecería y con algo de suerte, al terminar ese día, su amada estaría de vuelta.

En la habitación, la mujer de negro cabello, se ovillo en la cama, intentando protegerse de sus temores y del dolor que le causaba el comprender que el hombre al que amó, había dejado de pertenecerle, amaba a otra, el semblante entristecido de Inuyasha se lo anunciaba desde que la muchacha esa había abandonado el departamento, y sus palabras, cuando le preguntó cuánto la amaba "más que a mi vida"…las lágrimas se derramaron sobre la almohada.

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Un forense, fue quién vino directamente hasta su departamento, para tomar muestras y fotografías de la violencia con que el maldito engendro había abusado de Kikyo, quien por primera vez, desde el tiempo que Inuyasha la conocía, parecía tan vulnerable, que incluso un sentimiento de protección llegó a nacer en él, sabía que había cambiado, su modo de ver la vida, ahora tenía un prisma diferente, Kagome se lo había entregado, junto con la esperanza que había perdido.

El departamento completamente lleno de policías, Inuyasha sentado en uno de los sillones, esperando a que el forense terminara con su humillante trabajo, pero inescrutablemente necesario, llamó hasta la casa de sus amigos, con la esperanza de hablar con su ángel, pero Sango le informó que no se encontraba, que había salido a caminar y que pronto volvería. En el momento en que corto el teléfono, sintió el timbre de la entrada, por un segundo tuvo la esperanza de que se tratara de ella, pero lo descartó de inmediato, al recordar que la joven tenía aún sus llaves. Abrió y se encontró con Miroku, quien se noto visiblemente sorprendido al notar que en la sala de su amigo, se encontraban al menos tres efectivos policiales.

¿Qué esta pasando? – consultó Miroku alertado, después de todo no había tenido oportunidad de hablar con su amigo, y Kagome tampoco quiso referirse al motivo de su malestar con Inuyasha.

Es por Kikyo – respondió pensando que tal vez Miroku estaría enterado de parte de la situación.

¿Kikyo?- volvió a consultar algo confuso, mientras se sentaba en un lugar junto a su amigo, de cierta forma se sentía algo intimidado ante la presencia imponente de los agentes, que permanecían, cuando se abrió la puerta de la habitación, mientras que una mujer, algo mayor, salía de ella, con un maletín médico en las manos y una bolsa con algunos deshechos.

Mi parte esta concluida oficial – le dijo la mujer dirigiéndose al mayor de los policías que se encontraban en el lugar, este ingreso a la habitación, cerrando la puerta tras de él, dando paso a otra larga espera.

Inuyasha tuvo entonces la oportunidad de contarle a Miroku lo sucedido, tal y como Kikyo se lo relatará. Naraku la estaba esperando, luego de que ella saliera de la fiesta de cumpleaños, pasó esa noche fuera, claro que no le mencionó al joven en donde se había quedado, entonces fue que el hombre con el cual vivía, sin decir mucho, le anunció que se irían unos días a una casa que mantenía él en el campo. Ella simplemente obedeció. Una vez que se encontraron en el solitario lugar, Naraku comenzó a hacer avances con el fin de terminar en una relación sexual, ella ya conocía su modo de demandar aquello, pero en esta oportunidad se sintió con el valor de negarse, recibiendo como respuesta un fuerte golpe en la cabeza que la dejo algo aturdida, mareada y sin estabilidad. Para cuando logró recuperar sus sentidos, él ya le había atado su mano derecha a una de las esquinas de la cama, prosiguiendo con la otra, y así el resto de sus extremidades. Por más que gritó, nadie podía escucharla, el lugar estaba, para conveniencia de Naraku, completamente carente de alguna alma que se apiadara de sus alaridos de dolor, al sentir el fuego del habano del maldito, quemándole la piel, y aunque le había entregado su cuerpo muchas veces, como su pareja, en esta oportunidad, la violencia y el abuso se hicieron sin su consentimiento, cediendo finalmente los gritos, dejando que él hiciera con su ser, lo que deseara, pasando de ese modo, lo que ella calculaba debían ser dos días, hasta que un descuido del hombre, le permitió escapar.

Miroku escuchó, perplejo, tanto, como había quedado Inuyasha al escuchar cada palabra salida de los labios de Kikyo, entre los sollozos que la mujer no podía controlar.

No podía abandonarla en ese estado Miroku – dijo Inuyasha en su defensa, explicando de ese modo el que Kagome hubiera encontrado a la mujer en su habitación.

Te entiendo perfectamente amigo – respondió el hombre, poniendo su mano sobre el hombro algo desgarbado del joven de ojos dorados que le sonrió levemente, agradeciendo su comprensión, pero lamentando que Kagome no se la hubiera brindado.

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Luego de largas horas de espera, la policía había abandonado el departamento, no sin antes dejar a un guardia fuera de este, evitando de este modo que la mujer se sintiera temerosa, habían tenido alguna denuncia anterior, de la clase de vejámenes que les efectuaba Naraku a sus mujeres, pero luego éstas levantaban los cargos, aludiendo a cualquier causa, incluso, demencia temporal.

Inuyasha notó que no tenía alimentos en casa, ya que en esta oportunidad le correspondía a Kagome ir por ellos, y dada la situación, él lo olvidó por completo. Fue así, que alentado por la presencia de aquel agente de la policía fuera del departamento, que se alentó a pedirle a Miroku que lo acompañara, al menos hasta el estacionamiento, ya que el hombre, debía regresar a su hogar con Sango.

¿Estarás bien Kikyo?- consultó Inuyasha, desde el umbral de la puerta, hacía la mujer que no había abandonado aquella postura adormilada desde que el lugar volviera a la normalidad.

Sí – respondió, con la voz apagada y sin voltearse siquiera a mirar los ojos dorados que la observaban con preocupación.

Cerró la puerta aspirando el aire al salir de aquel lugar, era como si el interior de lo que hasta hace un par de días era un perfecto hogar, junto a la mujer que amaba, se había convertido en un sitio, carente del oxigeno necesario para llenar sus pulmones, y es que le faltaba Kagome y era como si respirara a medio pulmón.

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Tenía las llaves entre sus dedos, dispuesta a abrir la puerta el departamento, quizás Inuyasha continuaba con aquella mujer, no entendía muy bien la razón por la que Kikyo estaba ahí, pero comprendió que no podía dejar que las cosas terminaran si no le daba a él la oportunidad de explicarse. Pasó largas horas meditando frente a la imagen humilde del Padre en una pequeña capilla que encontró mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Pidió con fervor, por iluminación, y lo único que podía recordar, eran los besos, las caricias y las sentidas palabras de amor que Inuyasha le había dedicado en el tiempo que habían compartido, incluso, vino hasta su mente, el recuerdo de aquella carta de amor que un joven de apenas dieciocho años, le había entregado, las tristes palabras que le leyera junto a su tumba, y entonces supo que ella era la fuerza que él tenía para vivir... su aire...y no lo privaría de el.

Cuando finalmente decidió entrar al lugar, una absoluta oscuridad lo cubría todo, palpó la pared, hasta dar con el interruptor que le permitiría tener una mejor visión, el aire olía fuertemente a alcohol y aquello le produjo un escalofríos intenso, arrugo el ceño preocupada, temiendo que quizás él hubiera vuelto a beber, sabía bien que aquello lo hacía cuando estaba apesadumbrado y de pronto el recuerdo de la noche en la que llegó nuevamente a él, vino a su mente. Encendió la luz e inspeccionó la sala, dando con lo que buscaba, una botella de whisky sobre la mesa de la sala, con apenas escasos centímetros de contenido antes de llegar al fondo, se fue acercando lentamente, mientras observaba las habitaciones para intentar vislumbrar alguna figura, pero en cuanto llegó más cerca de la mesa, observó un vaso, sobre la alfombra y una húmeda mancha visible en ella, pero luego, lo que vio la heló por completo, obligándola a sentarse en uno de los brazos del sillón más cercano. Junto a la mancha de lo que suponía debía ser licor, había otra, demasiado extensa y oscura, tétrica... era sangre... tan roja y fresca, que parecía que podía olerla mezclada con el alcohol, junto a la botella en la mesa, un charco un poco menor y a un costado un papel, arrugado y manchado en uno de sus bordes. Sintió que la mano le temblaba, cuando la extendió para tomar la hoja, tragando con dificultad, mientras que pestañeaba una y otra vez, para que las lágrimas no le impidieran el enfoqué. Cuando tomó el papel, lo comenzó a extender con lentitud, sentía demasiado miedo a lo que ahí leería, y para su desgracia comprobó que la letra pertenecía a Inuyasha...

"Mi amada Kagome:

No tenerte, es algo que me dificulta demasiado el existir, cuando volviste a mí, me devolviste la esperanza en tantas cosas y ahora, al pensar en que algo nos pueda separar, pues no sé...¿recuerdas que te dije, que sin ti me muero?..."

La carta no estaba concluida, pero Kagome no pudo evitar que un sollozo se le escapara y junto a él un sin numero de lagrimas.

No puede ser... – se repetía y de pronto visualizó tras la botella, el celular de Inuyasha, extendió la mano, viendo el reflejo algo distorsionado de sus dedos en la sangre, tomó el aparato y notó que este marcaba una llamada hecha a Miroku... le temblaban las manos tanto, que necesito oprimir con mayor fuerza, para que el teléfono no se le escapara. Espero el los tonos hasta que una voz conocida para ella, sonó del otro lado.

Miroku, Miroku, ¿dime como esta, ¿dime que esta bien...por favor? – rogaba, sosteniendo el celular contra su oído como si aquello la pudiera transportar hasta el lugar en el que estaba segura permanecía su amigo junto a Inuyasha, pero la voz apesadumbrada y apagada de Miroku le causó un dolor enorme en el pecho.

Lo siento Kagome... hace unos minutos falleció...

El teléfono abandonó su lugar, cayendo primero sobre su falda, para ir a dar luego al piso, y ella, se deslizó desde el lugar en el que estaba apoyada, para quedar de rodillas, sin fuerzas ni para respirar, sintiendo como las lagrimas se derramaban y el cuerpo cedía, se dejo caer por completo sobre la alfombra y el cabello le cubrió el rostro, los sollozos dolientes y desgarrados que salían de ella, eran lo único que se escuchaba en el lugar, perdiéndose en la noche y la lluvia...

Continuara...

N/A:

Por favor, no me maten, sé que deben estar deseándolo, pero es que todo tiene una razón, no puedo explicarles mucho, pero prometo que intentaré actualizar lo más pronto posible, para que la angustia no termine matándonos a todos...puff...

Bueno, recibo las amenazas, así que si desean enviarlas, aquí estaré...

Besitos

Anyara