2. Heridas del Alma

Tan pronto como alzó la vista para ver a la pequeña Gabrielle alejarse de su lado, se encontró con su mirada curiosa, tan verde como el más joven helecho, y sintió sus piernas temblar. Reconocería esos ojos aun en la cueva más oscura o en lo más profundo de un lago. Era él, estaba ahí, no era otro de sus tortuosos sueños, de sus innumerables recuerdos. Ahí estaba, con su pelo todavía indomable, su cara casi aniñada y esa cicatriz en su frente, marca inequívoca de su pasado y fiel símbolo de su presente.

Se apoyó contra uno de los postes que sujetaba su puesto, temiendo que las piernas no lo sostuvieran, mientras, sin romper un instante la conexión con sus ojos, la otra figura se acercaba hacia su posición, ya no simple curiosidad en su mirada, sino reconocimiento, y una sonrisa radiante naciendo en sus labios, ensanchándose en cada paso.

—Malfoy —no preguntaba, afirmaba sin perder un ápice de su sonrisa, mientras bajaba su vista y movía la cabeza negativamente, como si encontrarlo ahí fuera lo más impensable del mundo.

No contestó, quizás porque no sabía que decir, o simplemente porque no encontraba su voz. Sólo lo seguía mirando con los ojos muy abiertos, agarrando el tablón donde exponía la mercancía con fuerza innecesaria, dejando sus nudillos blancos, el cuerpo todavía apoyado en uno de los postes, escapando a su control.

—Nunca… cómo... ¿qué haces tu aquí? —preguntó el otro hombre, con su voz impregnada de duda.

Draco tardó un rato en contestar, intentando reagrupar su valor, recuperar toda su compostura, esa que solía acompañarlo siempre. Finalmente irguió su cabeza en esa pose orgullosa que hacía tanto que no necesitaba, y contestó lo más secamente que pudo:

—Vaya, Potter, nunca creí verte rebajado a un sitio como este.

La frialdad en su voz lo pilló por sorpresa. No hubiese esperado ese tono, tras un reencuentro, después de tantos años, de incluso haber llegado a ser aliados.

—Eso debería decirlo yo —guardó silencio un rato, sus miradas peleando desesperadas por aparentar una calma que ninguno de los dos sentía, luchando en mudo desafío entre dos antiguos rivales que ya no saben cuál es su lugar. Un súbito aleteo rompió el mágico silencio, mientras un cuervo pasaba rozando el cabello de Draco para perderse en la inmensidad del cielo, devolviendo a Harry a la realidad—. En todo caso, no has contestado a mi pregunta.

—Creo que es bastante obvio que estoy trabajando —el sarcasmo teñía su voz a cada palabra, como si recuperara el compás de un baile muy antiguo.

—No preguntaba eso y lo sabes.

—Solo hallarás respuestas incorrectas para preguntas equivocadas.

Nuevamente el silencio se hizo entre ellos, mas sus miradas nunca se apartaron del otro. Ambos con el entrecejo fruncido, ambos estudiando a su oponente, intentando descifrar claves en ojos casi desconocidos después de tanto tiempo.

—Por lo visto, en lugar de dejar atrás la niñez, has regresado a ella, de otro modo no puedo entender tu forma de actuar después de... la batalla. Pero si quieres preguntas directas y concisas, no me iré por las ramas —un pequeño silencio, para dar más énfasis a sus siguientes palabras—. ¿Porqué huiste, Draco?

La presencia de Harry, tan cerca de él, después de tantos años, realmente lo estaba afectando. Había temido un casual enfrentamiento durante mucho tiempo, lo había atormentado en sueños, y por ello había hecho nota mental de las cosas que debía responder a las preguntas que de seguro le haría. Pero ahora ahí, teniéndolo por fin delante, su mente no parecía capaz de reaccionar, y un miedo irracional se empezó a apoderar de él.

—No huí —la forma infantil de su defensa sorprendió a Harry, quien esperaba cualquier cosa menos la negación a lo evidente, y el terror que se extendía por sus ojos le dio la señal de alarma: Había ido demasiado lejos—. Si me disculpas, tengo asuntos que atender —concluyó, y en un rápido movimiento, sin molestarse en recoger la mercancía que estaba a la vista, se dio la vuelta, apresurándose calle abajo sin despedirse siquiera, sin volver la vista atrás…

Huyendo otra vez. Pero con la certeza de que esta vez no iba a poder huir de él

~oOo~—

Corrió. Corrió como hacía mucho tiempo no lo hacía, como si el diablo en persona lo persiguiera por esas áridas tierras. Quería alejarse, huir, desaparecer. Quería cerrar los ojos y simplemente borrar esa mañana de su mente, como un mal recuerdo...

Pero no podía.

Por más que se alejaba su mente seguía en el mismo lugar, junto a la misma persona que en los últimos años, solo que ahora él estaba mucho más cerca, más real, incluso más vivo que en sus recuerdos... y más viejo. Definitivamente la niñez que todavía reflejaba su rostro había desaparecido para dar paso al hombre que había estado a escasos centímetros de él.

No podía, no podía.

Su cuerpo todavía estaba fuera de su control, alterado por el súbito encuentro. Quizás si lo hubiese sabido, habría podido prepararse mentalmente, ensayar más las respuestas para que pareciesen reales o incluso huir de la forma ruin en que lo hizo la primera vez…

Pero no lo sabía.

Ni el mismo Harry había esperado encontrarlo ahí, su sorpresa lo había delatado mucho antes que sus palabras, cuando sus ojos se dilataron al encontrarse con los suyos. Aun podía leer en su rostro todos y cada uno de sus pensamientos como si de un libro abierto se tratase. La casualidad, o tal vez el destino, los había reunido nuevamente, después de tanto tiempo, de tantas cosas pasadas en ambas vidas...

No podía.

Ahora estaba presente en el que convirtió en su hogar, su país, y sabía que el huir no serviría de nada, porque podría seguir su magia hasta encontrarlo nuevamente si quería. Un mes, un largo mes había evitado estar en presencia de Harry antes de escapar del país para que no pudiera sentirlo, seguir su estela hasta su destino con ese poder innato que poseía.

Y ahora estaba ahí.

¿Cómo diablos había llegado Harry hasta esa pequeña población? Era un lugar desconocido, casi ni aparecía en los mapas, y era muy pobre... el último lugar donde uno esperaría encontrar un Malfoy. ¿Qué lo había traído hasta ahí? ¿Trabajo? ¿Alguna misión? ¿O quizás…?

La respuesta cayó como una losa sobre él, trayendo consigo la realidad.

Casado. Estaba casado.

Y su luna de miel sería en un lugar totalmente desconocido, como ponía aquel maldito artículo. ¿Acaso estaba pasando junto a su esposa su luna de miel en ese recóndito lugar?

Suspiró, dejándose caer de rodillas, abatido, sin aliento, apretando sus ojos fuertemente como si eso le fuese a hacer olvidar.

No era una ilusión, una cruel burla de su mente.

Era real, estaba ahí como si fuera la representación de todos sus miedos, y a la vez de su más ferviente anhelo.

Era real, tenía cuerpo, voz, tacto, olor. Ese olor característico que lo volvía loco ya en la escuela.

Era como en sus sueños, donde obtenía lo que quería justo un instante antes de despertar, dejándole la sensación etérea del deseo cumplido, y a la vez, volviendo su ausencia realidad, su lejanía un hecho.

Y ahora no podía.

No podía hacer como en sus sueños.

Y no podía abrir los ojos y despertar.

~oOo~—

Todavía no podía creer lo que habían visto sus ojos, o más bien, a quien. De todos los lugares que alguna vez imaginó, de todos los sitios que podrían haber albergado a Draco Malfoy, el último en que lo habría buscado sería en ese: un pequeño pueblo perdido entre montañas de arena, lúgubre e inhóspito, donde al parecer trabajaba con sus propias manos como un muggle más.

Y parecía feliz, o al menos relajado, más de lo que Harry lo había visto nunca, si no contaba el momento en que se había dado cuenta de su presencia. Mientras atendía a esa niña, con una sonrisa fácil en los labios y la espalda ligeramente encorvada, de alguna manera había parecido estar en comunión con el universo, como si ese fuera exactamente el lugar que le correspondía, de una forma que a Harry le hizo dudar de sus propios ojos. Durante varios minutos lo había observado en silencio con la sensación de que era un espejismo, un oasis en medio del desierto, un juego de la luz.

Y luego sus ojos se había encontrado y el hechizo cayó. La sonrisa se deshizo, la calidez se volvió pánico antes de fundirse en hielo, y cualquier pretensión de relax fue reemplazada por rígida tensión en cada músculo de su cuerpo.

Lo intrigaba. ¿Por qué el miedo? No había sido un espejismo ese momento de pánico absoluto cuando lo reconoció, como si se estuviera cumpliendo su peor pesadilla justo en ese instante. No podía entenderlo, no después de haber luchado en el mismo bando durante la batalla, no después de la ayuda inestimable que le había brindado en el último ataque, no después de esos gestos de camaradería, incluso de aprecio, que había aprendido a reconocer tan bien después de meses de trabajar codo con codo.

A Harry le había sorprendido su repentina desaparición, cómo había dejado de responder a sus llamadas o de asistir a los actos conmemorativos, y para cuando descubrió que había salido del país ya era demasiado tarde. No lo comprendía, porque por más que lo había intentado no podía recordar un solo momento en que pudiese haberle ofendido, o insultado tan profundamente para hacerle tomar semejante decisión.

Podía esperar furia, o rencor, pero no miedo. ¿Por qué reencarnaba una pesadilla para él? No podía entenderlo.

¿Y cómo había terminado ahí?

Harry lo había buscado durante mucho tiempo, tratando de darle las gracias y aclarar cualquier malentendido. Había intentado encontrarlo con el poder localizador que había adquirido en su séptimo curso, e incluso pidió unos cuantos favores para conseguir que le avisaran directamente si se registraba cualquier movimiento en sus cuentas de Gringgotts. Pero no había logrado nada.

Y ahora lo encontraba ahí, en medio de ninguna parte, en el momento más inesperado.

No sabía lo que había pasado, por qué había huido de la forma que lo hizo, por qué se había ocultado tan bien y por qué lo temía ahora, pero lo averiguaría. Si hacía falta se presentaría en su puesto todos los días hasta que aceptase hablar con él.

Ahora que lo había encontrado, no permitiría que volviera a huir.

~oOo~—

Otra noche en vela, sin pegar ojo, pero por razones muy distintas a sus pesadillas, aunque sin duda el miedo irracional que todavía recorría su cuerpo era mucho peor que en estas, y por desgracia, mucho más real.

Temía el amanecer, o más bien, a quien traería consigo. No iba a dejarlo estar, lo sabía. Harry iba a buscarlo para conseguir respuestas a aquellas preguntas que no podía contestar... no ante él, no con la verdad, no en esa situación. Y sabía que no se iría sin ellas, que esperaría pacientemente hasta obtenerlas, hasta desquiciarlo, hacerle perder el control para obligarlo a hablar. No podía saber cuan peligroso era que él perdiese el control en cualquier situación en que Harry estuviese presente.

Obviamente no se dejaría engañar por tretas mágicas, como legeremens o incluso veritaserum. Aunque no usase su magia desde hacía mucho, aun conservaba los conocimientos que adquirió como infiltrado del lado oscuro, y podría detectar esas artimañas en cualquier situación.

Y aun así, estaba seguro de que Harry no emplearía esa clase de tretas para obtener una verdad, porque era violar la intimidad de una persona, sus pensamientos más oscuros, y ese hombre era demasiado noble como para caer tan bajo. Era a él, Draco Malfoy, a quien se le consideraba sibilino y rastrero, capaz de hacer esas cosas sin ningún tipo de remordimiento...

Y eso era lo que lo había mantenido despierto, la certeza de que Harry no se iría sin escuchar de su boca el porqué de su huída, y todo lo pasado desde entonces. Debería contárselo. O dicho de otro modo, contarle lo que sus oídos querían oír, la explicación más adecuada, más creíble, la 'versión oficial'.

Y eso lo tenía más confundido todavía. ¿Por qué no contarle la verdad? Si lo que quería era ver como Harry salía corriendo de su vida para no volver a buscarlo nunca más, lo único que tenía que hacer era decirle lo que ocurría, la verdadera razón de su huida. Eso lo alejaría irremediablemente de él… ¿no era eso lo que quería?

No, definitiva y rotundamente no.

Era absurdo, una total imprudencia, pero una parte de él, y no precisamente una pequeña, se regocijaba ante la idea de disfrutar de su compañía los pocos instantes que pudiese robarla, lejos de los ojos censuradores del resto del mundo. Aunque supusiera tener que ser civilizado con la que ahora era su esposa.

Inconscientemente sonrió para sí. Era irónico. Había huido para no tener que ver cómo esos dos se volvían más que simples amigos, y ahora esperaba y temía el momento de tenerlos delante otra vez.

Miró otra vez el reloj de su muñeca y se dio cuenta de que ya era demasiado tarde. Debía irse, disponerse a trabajar normalmente, si eso era posible con Harry en el lugar. No debía alterar su ritmo de vida, al menos a ojos de la otra gente... y de él. Debía parecer que el tenerlo ahí no lo alteraba en absoluto, que era un pequeño incidente desafortunado.

Y sobre todo, debía mentir, con la maestría que llegó a alcanzar de niño y que en esos momentos yacía un poco olvidada. Porque por una vez la verdad era mucho más absurda y estúpida que cualquier cuento inventado.