6. Una noche oscura

Draco se sumergió en el agua, dándose por fin el ansiado baño que llevaba deseando desde la noche anterior. Estaba fría, pero la sensación era única, como si el agua acogiera su cuerpo y lo deslizara hacia donde ordenaba su mente, a placer. Siempre le había gustado darse baños en la playa, o en un lago, mucho más que en una piscina. Le gustaba el no saber qué podía encontrar bajo sus pies, la incertidumbre de a dónde conduciría la corriente, o qué otras criaturas surcarían esas aguas en algún inesperado viaje.

Era el único lugar donde se había sentido libre siempre, aun cuando era pequeño y vivía en la mansión. Él decidía hacia donde ir, donde sumergirse y donde dejarse llevar por la marea. Le gustaba sobre todo nadar en el océano, donde no podía ver la otra orilla, y todo parecía posible al otro lado. Además, el agua siempre lograba relajarlo y hacerle sentir mejor.

Recordó la noche anterior, el tiempo que había pasado escuchando la cálida voz de Harry. Había comenzado por contarle sobre la misión y lo que tenían que encontrar, pero luego, poco a poco habían comenzado a hablar de lo que habían hecho durante esos cinco años... o más bien, Harry había hablado y Draco se había limitado a escucharlo ensimismado, sonreír, o mirarlo a la cara en silencio.

Todavía le costaba creer que lo hubiese buscado tanto, que le hubiese decepcionado su huída de ese modo, que lo hubiese extrañado de la forma en que sus palabras, pero sobre todo el tono de su voz, sus gestos y su mirada declaraban.

Draco se había hecho a la idea de que con el tiempo Harry lo habría olvidado, que sólo se acordaría de él como aquel arrogante y frío niño que le había ayudado en la batalla, pero... se equivocaba. Harry lo consideraba mucho más. No podía decir que como un amigo, porque ese término siempre había sido inapropiado entre los dos, inexistente en un principio, inexacto después, ya que nunca habían alcanzado la complicidad necesaria como para transformar lo que sea que fueran en amistad, no como la que había compartido con Weasley y Granger en aquel entonces. Pero era obvio que tampoco lo consideraba solo un compañero de desventuras, porque a un simple compañero era fácil dejarlo atrás, y por alguna razón Harry no quería.

También le había hablado de su vida privada, sin muchos detalles que Draco no necesitaba, y que aún así se sentían como cuchillos lacerando su piel cada vez más profundo. Apenas un par de menciones a su noviazgo y posterior boda, pero no hacía más fácil para Draco el recordatorio de que había otra persona en su vida, que su futuro estaba aún junto a ella, y que en cuanto esa misión terminase se iría de su lado y alguien lo estaría esperando.

No era que alguna vez hubiese tenido una posibilidad, ni que la quisiera realmente, pero eso no lograba aplacar del todo lo que sentía. No reducía sus ganas de estirar sus dedos hacia él y simplemente tocarlo, algo tan sencillo como apoyar la mano en su rodilla a través del pantalón, o en su hombro para transmitir comprensión, ya no digamos algo más íntimo. Pero no lo hacía, no por miedo a ser rechazado, o que Harry se sintiese incómodo, sino por miedo a su propia reacción, a dejar escapar el preciado control que aún mantenía, a que se hiciese obvio cuál era en verdad el problema.

Harry se había recostado en la arena, mirando las estrellas con ojos brillantes, mientras seguía hablando ocasionalmente, casi siempre con una sonrisa en sus labios, y había estado a punto de dormirse antes de que Draco insistiera en que debían ir hasta su casa si no quería despertarse acribillado por los insectos. Pero en verdad no había deseado moverse en lo más mínimo, no mientras contemplaba la respiración acompasada de Harry, su semblante relajado, sin preocupación o tristeza, sus ojos cerrados buscando otros universos más allá del cielo estrellado que había sobre ellos…

Finalmente, cuando habían llegado a su casa, Draco apenas había tenido tiempo de señalarle donde estaba su cuarto antes de que Harry se arrastrara hasta él, demasiado cansado para ser consciente de nada, y perdiese la conciencia.

Probablemente debería haberse sentido ofendido por quedarse sin dormitorio sin obtener tan siquiera un 'gracias' en respuesta. Pero Draco sabía que, en cualquier caso, no iba a poder dormir con Harry bajo el mismo techo que él. Y la idea de que durmiera en su cama, rodeado por todas sus cosas… no era exactamente desagradable. Aun cuando debería, porque haría más difícil volver a la rutina una vez la misión hubiese concluido.

Draco había pasado el resto de la noche sentado en el exterior, con las piernas estiradas sobre la arena, los ojos perdidos en el cielo oscuro sobre él. Y cuando comenzó a clarear se metió en el agua helada, como había sido su intención al volver a casa, calmando y desentumeciendo sus músculos para afrontar el día que tenía por delante.

~oOo~—

Un suave aroma de menta y limón llegaba a sus sentidos, aunque no sabía de donde procedía, y en realidad no le importaba...

Se sentía tan bien, tumbado sobre algo cálido y suave, con ese aroma acariciando sus sentidos y la calidez del sol rozando tímidamente su rostro, que lo último que quería era que algo perturbara la paz que lo embargaba en ese momento. Se encontraba suspendido en el límite del tiempo, donde el sueño ya le había abandonado, pero la conciencia se negaba a dejarle despertar a la realidad, sin abrir los ojos todavía, oyendo a lo lejos el canto apagado de algún ave madrugadora.

Por fin, poco a poco fue abriendo los ojos y se incorporó rápidamente al darse cuenta de que no estaba en el cuarto que había alquilado. Estaba sobre una especie de cama de madera, que quedaba prácticamente pegada al suelo. Unas mantas estaban grapadas a la base a modo de colchón, y una fina sábana cubría su cuerpo del inexistente frío.

¿Cómo había llegado allí?

Entonces recordó... recordó la puesta de sol, la llegada de Draco, la magnífica noche que habían pasado hablando por fin como dos personas civilizadas, y como finalmente habían llegado a la casa de Draco a altas horas de la noche, demasiado tarde como para poder observar con detenimiento lo que le rodeaba.

El cuarto donde había despertado era bastante pequeño, pero la sencillez y elegancia que había en cada uno de los rincones definían a la perfección el carácter Malfoy. Todo era de madera, desde el suelo hasta el techo, pero los tablones se superponían de una manera tan perfecta que apenas se notaban las rendijas entre ellos. Las ventanas estaban estratégicamente colocadas, una a cada lado de la habitación, de modo que el sol diera sobre la cama nada más despuntar el alba, y no volviera a entrar en el cuarto hasta que muriera el día, evitando las horas de más calor.

Apenas había muebles. Solo una pequeña mesa a los pies de la extraña cama, con libros apoyados en su superficie, y un baúl bajo la ventana más alejada, ambos también de madera, pero mucho más clara que la de las paredes, con grabados a los lados que le daban un toque elegante a los sencillos muebles.

Una fina alfombra y un espejo colgado junto a la puerta completaban todo el mobiliario de la habitación. Todo estaba impecablemente limpio y ordenado, casi como si la quietud de esa habitación no perteneciera a ese país, sino a la casita abandonada de algún cuento olvidado.

Sonrió para sí al darse cuenta de que ese tenía que ser el cuarto de Draco. No se había parado a comprobarlo por la noche, cuando la luz había sido insuficiente y su cansancio demasiado como para pensar con claridad, pero parecía lógico que en la vida que había escogido llevar solo hubiese un dormitorio en su vivienda.

Uno que obviamente le había cedido a Harry. Y que lo había desterrado a pasar la noche en quién sabe qué condiciones.

Se puso de pie, dirigiéndose a la puerta para buscar a Draco. Debería sentirse culpable por haberle robado la cama y la comodidad, pero extrañamente le había gustado despertarse en ese cuarto, rodeado de sus cosas.

Salió al exterior, a un pequeño balcón que llevaba hacia las escaleras, y no pudo más que apoyarse en la barandilla y contemplar el paisaje ante él. Delante del balcón se extendía el amplio lago hasta la otra orilla, donde algunos árboles acogían agradecidos el agua que les brindaba. Más allá podía contemplar incluso unas lejanas montañas violáceas que se perdían en la bruma del viento, y daban al paisaje el colorido que no se podía contemplar desde tierra. El sol reflejaba en el agua sus tonos anaranjados y brillantes, dando el aspecto de que miles de perlas flotaban en su superficie, bailando o jugando, mecidas por una brisa que no debería ser suficiente para crear olas.

Sus ojos se posaron gradualmente sobre una sombra que se veía bajo la superficie, hasta que una cabeza rubia rompió las calmadas aguas al emerger del oscuro fondo. Iba a llamarlo para que volviera a la orilla, pero por alguna razón sus palabras quedaron suspendidas en su garganta mientras seguía cada uno de sus movimientos. Draco nadaba apaciblemente, relajado, como si ese baño fuera lo único importante en ese momento. Se deslizaba con rapidez y soltura, surcando el agua con su piel clara, a pesar de que el sol implacable de ese país debería haber tostado mucho más su piel.

Poco a poco se fue acercando hasta la orilla, y cuando el agua le llegaba apenas a la cintura se puso de pie. Las gotas de agua resbalaban por su cuerpo, marcando cada músculo que el trabajo duro había cincelado, mientras se llevaba las manos a la cabeza para echar su pelo hacia atrás. Sus ojos estaban cerrados, y había tal calma en su rostro, tan apacible relax, que parecía imposible que alguna vez fuese capaz de reflejar tanta tensión o miedo como cuando se habían encontrado.

El sol se reflejaba en su cuerpo dándole un aspecto etéreo, que hacía que Harry apenas pudiera apartar la vista, como si fuese el catalizador de una hipnosis extraña en la que no se había ofrecido a participar.

Cuando Draco comenzó a avanzar lentamente hacia la orilla, Harry pareció salir del hechizo que lo había atrapado, girando la vista en el último instante, sin poder evitar que un leve e involuntario rubor subiera a sus mejillas.

Sacudió la cabeza y comenzó a bajar las escaleras, que afortunadamente estaban orientadas en dirección contraria a donde se encontraba Draco, deseando encontrar algo de aguar para calmar su garganta repentinamente seca.

~oOo~—

Harry y Draco ocuparon la mayor parte del día en su búsqueda. Mientras Harry revisaba la arena, los arbustos, y todos los alrededores de la casa, Draco buscaba bajo el agua. Ambos sondeaban con su poder, buscando cualquier indicio de magia, por pequeño que fuera, pero... por alguna razón, todo el lugar parecía estar impregnado de magia, y buscar un lugar donde latiera más fuerte era demasiado complicado. Parecía que cualquier alteración, cualquier pequeño viento o cualquier ola, hacían que esa especie de fuente mágica se alterara, aumentando o disminuyendo al ritmo del movimiento.

También estaba el hecho, por supuesto, de que ninguno de los dos se concentraba lo suficientemente en la tarea encomendada como para dejar todo pensamiento atrás. Draco no podía apartar de su mente la idea de que en cuanto la encontraran, Harry se marcharía, lo dejaría nuevamente, y a no ser que regresara a Londres no volvería a verlo.

La idea era tentadora pero... entonces recordaba por qué había huido: porque no soportaría verlo en esa vida perfecta que había conseguido, con una esposa y futuros niños, saber que hacía o decía por los periódicos, ya que estaría demasiado ocupado como para compartir algún rato con él como el de la noche anterior...

No, definitivamente no podía volver. No sin una razón poderosa… una que Harry nunca podría ofrecerle.

Y Harry, a juzgar por las miradas que en ocasiones lograba sorprender, todavía estaba preguntándose por qué había terminado viviendo en ese lugar. Porque al margen del desastre que tenían entre manos, no era algo que hubiese pasado por su cabeza que ocurriría jamás. Podía haber dicho que respetaba su privacidad, que prefería su silencio, pero Draco sabía bien que Harry era la persona más curiosa del universo. Si no tuviese esa permanente necesidad de saber, nunca se habría metido en tantos líos cuando estaba en Hogwarts.

Volvería a preguntar antes de que todo eso terminara, lo sabía. Y Draco no estaba seguro de tener la fortaleza suficiente como para seguir guardando silencio.

Cuando hicieron un alto en la búsqueda para comer, Harry propuso conjurar algo, pero Draco negó con la cabeza antes siquiera de que terminase la sugerencia, mientras se encaminaba a la cocina. Al fin y al cabo, si tenían escasez de magia no era cuestión de desperdiciarla cuando podían perfectamente sobrevivir sin ella.

Sus palabras obviamente volvieron a sorprender a Harry. No dijo nada, mientras se inclinaba hacia la pequeña nevera y cogía una botella de agua fría, pero la mirada que lanzó por encima de ella, después de dar un largo trago, como si lo estuviese reevaluando por enésima vez, hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.

Y la cosa no mejoró cuando se apoyó contra una de las repisas, en silencio, sus ojos siguiendo atentamente cada movimiento de Draco mientras cortaba de forma metódica algunos vegetales y frutas.

Para alguien acostumbrado a la soledad, tal nivel de escrutinio era más que perturbador. Si además venía de un hombre al que llevaba deseando desde hacía demasiado tiempo, convertía la experiencia en una prueba extremadamente dura, en más de un sentido.

Para cuando hubo terminado, milagrosamente sin que su pulso vacilase en lo más mínimo, a Draco le costaba respirar. Sentía la boca seca, los pulmones demasiado llenos, y el sudor bajaba por su espalda hormigueando por su piel, como si no hubiese pasado toda la mañana metido en lago.

Ni siquiera fue capaz de hacer contacto visual con Harry mientras le ofrecía uno de los cuencos de ensalada, ni esperó a que lo siguiera al exterior, donde se sentó en una roca, a la sombra. E inspiró, fuertemente, tratando de relajar la repentina tensión que se había apoderado de todo su cuerpo.

Afortunadamente, cuando Harry se unió a él tampoco hubo palabras, no demasiadas y, si le preguntaran, Draco no podría reproducir nada de lo que le había dicho. Sus ojos además miraban al lago, ese paisaje que parecía hipnotizarlo tanto, no a Draco.

Retomaron la tarea enseguida, Draco peinando hacia el sur, Harry hacia el norte, poniendo una distancia que sinceramente había agradecido. Pero el resultado de su búsqueda fue exactamente el mismo que por la mañana: magia por todas partes y a la vez por ninguna, no en el tipo de foco que sugerían los escritos.

Finalmente, agotados, habían terminado sentados en la arena como la noche anterior, compartiendo los puntos de la geografía donde habían sentido algo más o menos fuerte, pero sin ninguna conclusión clara.

Ambos miraban al horizonte, cada uno perdido en sus propios pensamientos, mientras el silencio les ganaba poco a poco. Harry tenía las piernas estiradas y se apoyaba sobre las dos manos, en la posición que hubiese empleado cualquier niño después de correr. Draco, por el contrario, tenía las piernas dobladas, y sus brazos se apoyaban en las rodillas, en un gesto relajado pero no carente de cierto control.

Ninguno dijo nada hasta mucho tiempo después de que el sol se hubiese puesto. Fue entonces Draco el que rompió el silencio, el primero por una vez, recordando un momento similar, junto a otro lago, hacía demasiados años:

—Es curioso como aun en otro tiempo y en otro lugar, pueden repetirse las mismas escenas.

Harry lo miró, sonriendo, y volvió a perder su mirada en el horizonte.

—"Siempre amanece tras la noche más oscura…" —dijo solamente, y esta vez fue Draco el que se volvió hacia él, abriendo los ojos con sorpresa. Harry guardó silencio un instante más, mirando todavía el agua, y se encontró con su mirada justo antes de terminar—, "y todos los secretos acaban siendo desvelados".

En esta ocasión fueron los labios de Draco los que esbozaron una pequeña sonrisa.

—He oído eso antes... pero otros labios lo pronunciaban.

—Como ves, lo realmente curioso no es que se repita, sino que ambos recordemos lo mismo en el mismo momento —suspiró, devolviendo la seriedad a sus ojos antes de añadir—. Tus palabras me ayudaron a encontrar la fuerza que me faltaba esa noche, la que me hizo vencer definitivamente apenas unas horas después. No es extraño que las recuerde.

Su mirada era completamente honesta, transparente, el "gracias" implícito flotando en el aire de tal manera que Draco se sintió impelido a quebrar el silencio solo para romper el momento, diciendo lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Entonces el silencio era impuesto, la ubicación necesaria, y el descanso obligado.

Lo recordaba como si hubiese sido ayer, y sabía que no era el único. Voldemort había avanzado rápidamente, apoderándose de Hogwarts, matando a todos los maestros, alumnos y miembros de la Orden que encontraba por el camino.

Todos habían tenido que refugiarse lejos de allí mientras reorganizaban sus filas antes de volver a atacar. El cansancio se había apoderado de ellos después de varios días de lucha ininterrumpida, y cada uno de los que seguía en pie había sabido, de forma instintiva, que el final estaba cerca.

Dumbledore había reunido a todos los que quedaban, y después de cortas y cruciales instrucciones, ordenó el ataque.

Harry fue enviado al otro lado del lago, un lugar protegido y oculto en el que poder recuperar fuerzas, y Draco fue el único encargado de acompañarle por decisión expresa del director, a pesar de las protestas más que fervientes del resto de miembros de la Orden.

Ambos se habían sentado en el suelo, frente al lago, amparados por la frondosa vegetación, Harry con las piernas extendidas, los brazos aguantando el peso de su cuerpo, la varita pobremente sujeta contra el suelo bajo su mano derecha. Draco con las piernas recogidas, los brazos sobre ellas, la varita bailando entre sus dedos, entre sudor y manchas de tierra.

Se habían mantenido en silencio, intentando serenarse sin conseguirlo realmente, cada uno con demasiadas cosas dando vueltas dentro de sus cabezas, demasiadas imágenes, gritos, advertencias y caos… Cada uno con sus propios dolores, físicos y psicológicos, sus propios miedos y esperanzas.

Y entonces el dolor en la cicatriz había convertido a Harry en un ovillo agonizante, tendido en el suelo, la varita fuera de su alcance. Draco se había acercado hasta apoyar la mano en su hombro, tratando de tranquilizarlo, y con la otra mano había alcanzado la varita perdida, poniéndola en la mano de su dueño y apretando.

Y comenzó a hablar, tratando de mantener un tono sereno y calmo, ambas manos aún sobre Harry, tratando de transmitirle la paz necesaria para que recordara sus lecciones y bloqueara su mente al ataque de Voldemort. Ni siquiera recordaba lo que había dicho, si tenía o no sentido, solo quería mantener una letanía de palabras que le distrajeran del dolor.

Eventualmente había funcionado. Harry dejó de retorcerse y abrió los ojos, aun respirando con dificultad. Y antes de que pudiera reunir la fuerza suficiente para decir una palabra, Draco había pronunciado:

"No digas nada. Guárdalo para ti, junto a todo lo que has visto. Y cuando llegue el momento piensa intensamente en ello… solo así te liberarás de tu carga".

Harry lo había mirado confuso, pero con una confianza tan absoluta, tan completa y entregada, que Draco aún podía recrear esa mirada en su mente si cerraba los ojos, porque había hecho que en medio de ese caos se diese cuenta de hasta qué punto llegaba lo que había creído un simple enamoramiento de adolescente.

"Siempre amanece tras la noche más oscura" había añadido dándose a sí mismo ánimos tanto como a Harry "y todos los secretos acaban siendo desvelados".

Harry había vencido casi al amanecer. Y Draco había tenido que aceptar que había secretos que era mejor llevarse a la tumba.

—Nunca pude agradecerte lo que hiciste por mi esa noche —dijo Harry, devolviéndolo al presente, con la misma confianza absoluta que brillaba en sus recuerdos—. Fueron mucho más que palabras, lograste que me tranquilizara y me diste una forma de canalizar lo que sentía para acabar con Voldemort.

Inspiró y volvió a morderse el labio reteniendo el aliento. Y como si tomara una decisión repentina se puso en pie, girándose hacia Draco y tendiéndole una mano en una invitación obvia.

Draco frunció el entrecejo, confuso y algo aturdido, lo suficiente como para olvidar la cautela y aceptar su mano para ponerse en pie frente a él.

—Dumbledore hizo algo bueno antes de morir —continuó Harry, sus ojos honestos aún brillando en la oscuridad—, envió conmigo al único que podía lograr eso, y él lo sabía.

No le dio el tiempo suficiente a reaccionar antes de levantar los brazos y rodearle con ellos, la voz de Harry susurrando un "gracias" contra su oído que hizo estremecer hasta el último poro de su piel.

Y la única respuesta que podía dar, la única que quería ofrecer, fue subir los brazos hasta la espalda de Harry y devolverle el abrazo.