Hola! Aquí estoy de nuevo, esta vez co una cosa estúpida, sin sentido y sin ningún punto de interés. Escrito aparentemente para ejercitar los dedos sobre el teclado. No entiendo qué es lo que me ha podido ocurrir para escribir esto. Sinceramente, espero no descubrirlo nunca. Espero al menos que lo disfrutéis. Gracias por el apoyo en el capítulo anterior. Digamos que esto puede responder a una duda planteada en uno de los reviews, "¿la moto de Sirius tiene arreglo?". Besitos mil!
Pensando en Mara
Sirius Black, el único hombre que logró sobrevivir a 13 años de presencia constante de dementores, el único mago que logró escapar de Azkaban y huír de la justicia por espacio de tres años, el hombre que no había tenido piedad en matar a toda una calle llena de muggles y a uno de sus mejores amigos después de haber traicionado a sangre fría a otro de ellos... estaba llorando.
Bueno, quizás esto no era muy exacto, ya que más que llorar gimoteaba lastimeramente sobre el marco de una fotografía en movimiento que traía un profundo sentimiento de pérdida a su corazón.
- Mara... – dijo con lástima, pasando los dedos sobre el frío cristal, tras el que estaba la imagen de sus tristezas.
Remus levantó la vista de los textos en esperanto que estaba traduciendo para Dumbledore, miró a su amante brevemente y puso los ojos en blanco con un suspiro interno. Volvió la vista a los textos diciéndose a sí mismo que NO, por nada del mundo, nunca llevaría a Sirius de nuevo de compras, por mucho que hiciese, por mucho que rogase, por mucho que suplicase...
Sirius dejó escapar un dramático suspiro que hizo encoger imperceptiblente al hombre lobo.
- ¡Cómo la echo de menos! – murmuró el animago lo bastante alto como para asegurarse de Moony lo oyera. Claro que contando con que Moony era un licántropo y por lo tanto poseía un oído terriblemente fino, hubiera podido escucharlo perfectamente aún si lo hubiera murmurado de verdad. Tratandose de Sirius incluso bastaría si solo lo pensase.
Moony, por supuesto, se hizo el loco.
Sirius le echó una miradita de comprobación, y al ver que no obtenía ni la más leve atención de su pareja frunció el ceño. Miró de nuevo la fotografía en sus manos, donde un Remus muy sonriente batía sus pestañas coquetamente hacia él mientras se pasaba la lengua sugerentemente por el labio inferior. Ya solo eso habría bastado para colocar esa imagen en la categoría de "Top Ten de Fotografías Eróticas (de Moony)" del album que Sirius guardaba celosamente, pero la cosa iba más allá cuando uno se percataba de que el dulce y tranquilo hombre que tan trabajosamente trajinaba con papeles escritos en quien-sabe-que-idioma al otro lado del cuarto estaba en esa foto vestido únicamente de ajustado y suave cuero negro. Con unos increíbles pantalones de talle bajo, que revelaban impúdicamente gran parte de la línea de vello que descendía del ombligo hasta perderse tras los primeros botones medio desabrochados, dejando entrever que no había nada más entre la piel y el cuero. Como único complemento, un cordón negro a su cuello con una media luna de oro blanco, regalo de Sirius de hacía milenios. Moony se apoyaba indolente, ligeramente recostado y con cierto toque gamberro, una mano descuidadamente puesta cerca de su entrepierna y un codo sobre el manillar, sobre una reluciente moto negra, nuevecita y atrayente, donde se podía leer entre las piernas de Remus (donde antes había aparecido una inscripción que rezaba "Suzuki") "Padfoot & Moony 4ever".
El Remus de la foto le guiñó un ojo y acarició ligeramente el cuero que cubría su muslo. Sirius volvió a gemir, pero esta vez no fue lastimeramente. Remus nunca le había parecido tan erótico como aquella tarde, y recordar cómo le agradeció el posado después de sacar la foto, poseyéndolo salvajemente sobre ese mismo asiento de cuero, hizo que se estremeciera ligeramente y mirase de nuevo de reojo al serio hombre que pretendía ignorarle.
Remus hoy vestía una de sus más cómodas túnicas castañas. El castaño era un color que le sentaba muy bien a Remus, pero Sirius no podía decir lo mismo viéndolo con esa maldita túnica. Para el licántropo "cómodo" parecía sinónimo de "harapo", pues no podía calificarse de otra manera la raída túnica que llevaba en ese momento. Estaba sentado con la espalda ligeramente encovada sobre la mesa, metido hasta las narices en esos papiros roñosos que trataba de volver comprensibles para el resto de los mortales, con los dedos manchados de la tinta de la pluma y perfectamente peinado. Concentrado, comedido... ¡aburrido!
- ¿Por qué ya no salimos como antes? – preguntó Sirius abruptamente, haciendo sobresaltar a su amante.
- ¿Cómo? – le preguntó éste, mirando al moreno con incomprensión.
- Ya no vamos a ningún sitio – se quejó el animago amargamente -, ya no hacemos ninguna locura, ya no nos vestimos sexys ni tenemos apasionados encuentros sexuales.
- ¿Y el de anoche? – le recordó Remus un poco picado.
- Bueno, quitando ese – aceptó Sirius.
- ¿Y el de esta mañana, en la cocina?
- Errr... bueno, ese también.
- ¿Y el de hace media hora, en medio del bosque?
- Mmm...
- ¡Espero que consideres que ese ha valido la pena, porque estoy todo rasguñado de la corteza del árbol! – avisó el licántropo peligrosamente.
- Vale, tacha de la lista "apasionados encuentros sexuales" – rectificó Sirius sabiamente -, pero ¿qué me dices de todo lo demás¡Nos estamos convirtiendo en unos aburridos!
- Sé por donde vas, Sirius, y te aconsejo que no sigas por ese camino – recomendó Remus con aire ofendido.
- ¡Nuestra vida se ha vuelto aburrida! – casi gritó Sirius haciendo grandes aspavientos, como si una terrible maldición les hubiera caído encima y empezase a hacer estragos.
- Sirius...
- ¡Mira esta foto¿Te acuerdas? – blandió el marco en el aire, sin dejar realmente que el otro viese la dichosa fotografía, pero no hacía falta pues ya sabía muy bien de qué se trataba, Sirius casi la cargaba a todas partes como si fuese su talismán - ¡Qué tiempos aquellos, que quedaron en el olvido¡Esos días felices de nuestras vidas en las que nos sentíamos jóvenes y vivos y...!
- ¡Sirius! – interrumpió Moony airadamente dando un golpe en la mesa para atraer su atención - ¡Esa foto es de la semana pasada!
El animago asintió solemnemente.
- Todo era mejor la semana pasada¿verdad? – dijo con dramatismo, volviendo a mirar la foto con los ojos empañados -, porque entonces ella estaba con nosotros.
- No empieces, Paddy.
- ¡Pero es cierto! – insistió el moreno, con un puchero -¿qué me dices de las largas excursiones hasta el lago¿de sobrevolar el mundo sin que nadie lo supiera¿De la ida y vuelta a Hogwarts en un suspiro¡la libertad, Moony, la libertad!
- Paddy – dijo Remus seriamente acercándose a él para ponerle una mano en el hombro consoladoramente -. Tengo el penoso deber de recordarte que Mara estuvo con nosotros apenas día y medio y que no hicimos nada de lo que has mencionado. Cariño, creo que necesitas un buen descanso y dejar de una vez esa foto.
Intentó quitársela sutilmente, pero Sirius se había agarrado a ella como si le fuera la vida en ello.
- ¡Necesito a Mara¡Necesito que vuelva! – berreó al oído hipersensible del licántropo.
- ¡Que no te vas a comprar otra moto, Sirius! – le gritó a su vez Remus, jodido por los alaridos del otro que casi le habían dejado sordo - ¡El tío de la tienda ya me miraba raro por llevarme tres, no voy a comprar otra también!
- ¡Es porque eres muy atractivo, por eso te miraba! – improvisó Sirius.
- ¿No tendrá nada que ver que llevase una mochila roñosa llena de dinero muggle?
- ¡Te compraremos otra mochila para que no sospeche!
- ¡Sirius, que no!
- ¡No me quites la fooootooooo!
- ¡Ya vale, Sirius Black! Entiendo que eches de menos la Marauder, pero el dolor será menos si sueltas la maldita foto.
- ¡Es que estabas tan sexy!
- ¡Ah¿Y ya no estoy sexy?
- ¡No!
- ¡Sirius!
- ¡Mooonyyyyyy...¡¡¡No me obligues a tomar medidas dráaaasticaaaaas!
Dos horas después un hombre de pelo ceniciento y ropas harapientas entraba en una tienda con una mochila roñosa a la espalda, luciendo avergonzado al tener que ser guiado por un perro negro que trotaba alegremente a su lado mientras tiraba con los dientes delicadamente de la horrible ropa.
El dependiente de la tienda se acercó rápidamente a él tras reconocerle con bastante facilidad.
- ¡Señor Lupin! – dijo alegremente, sin pedirle en esta ocasión que sacase al perro de la tienda. Después de todo había hecho una compra considerable el día que estuvo allí – Confío que todo estará bien con las motocicletas – dijo súbitamente preocupado porque el hombre insistiera en devolverlas.
El señor Lupin miró brevemente al perro sentado a su lado, el cual además de devolverle la mirada le ladró moviendo la cola con entusiasmo.
- Todo bien – dijo con algo de desgana -. Es sólo que vengo a por otra.
Le tendió la mochila llena de dinero al dependiente, quien (tras la mueca de asco que trató de disimular por el estado de la misma) la cogió para comprobar que estaba llena de fajos de billetes. Echando una nueva mirada de reojo al misterioso hombre harapiento, y pensando en porqué no se compraría algo de ropa decente en lugar de esa especie de hábito que le hacía parecer un fraile franciscano, se dispuso a hacerle la pelota lo mejor posible para ver si podía venderle algún otro accesorio adicional.
Remus Lupin salió de la tienda con el recibo en la mano, la promesa de que la moto estaría matriculada y asegurada (trámites muggles que no podían obviar) para la semana siguiente y un par de monos negros de motorista en grandes bolsas, con guantes, cazadoras y botas a juego. Los cascos estarían listos cuando fuese a recoger la moto, personalizados con brillantes logotipos que rezaban "Padfoot" y "Moony" en la parte trasera.
- Realmente te has pasado esta vez – le dijo enojado al perro que trotaba alegremente a su lado -. Ese hombre va a creer que estoy como un cencerro, haciendo caso a un perro sobre el color de los monos. ¡Y menos mal que he podido convencerte de no personalizar también las cazadoras!
El perro le lanzó un ladrido juguetón y sacó la lengua en una especie de sonrisa perruna.
Moony puso los ojos en blanco ante la imposibilidad de frotarse los ojos por cargar las bolsas, un gesto que solo hacía cuando Padfoot se salía con la suya, lo que era demasiado a menudo para su gusto. Sabía perfectamente que el asunto de las cazadoras volvería a salir en cuanto estuviesen en casa.
- ¡Lo que hay que hacer por un poco de sexo del bueno! – suspiró el hombre lobo amargamente.
FIN
