¡Hooli gente linda! ¿Cómo andan? Espero que bien. Paso a molestar con unos One-shots de Kakegurui. Son Kirasaya (KirarixSayaka). Amo a estas dos y la relación complementaria que tienen, por más rarita que sea.
Unas aclaraciones:
Van a ser cinco One-shots (creo), los voy a ir subiendo sobre la marcha. Los capítulos no tienen relación entre sí, son unitarios. Algunos van a ser +18, otros no.
Por último, aclaro que los personajes no me pertenecen. Reverencias a Homura Kawamoto y Toru Naomura, equipo creador de este magnífico manga.
Habiendo dicho todo, espero que pasen un lindo rato leyendo. Desde ya, mil gracias por tomarse el tiempito de pasar por acá :)
Los dejo con el primer One-shot.
¡Qué anden bien!
La elegida
—Igarashi Sayaka… ¿Lo estás considerando, hermana?
Kirari se llevó una taza de té a los labios. Arrugó la frente.
—Ririka, siempre te pasas con el azúcar.
—Ese es el mío.
—¿Dónde está el mío?
—No me pediste uno.
—… Si tú te sirves, ¿lo normal no es servirme a mí también? Por cortesía, ya sabes.
Ririka se sentó en uno de los sillones de la sala del consejo estudiantil. Negó con la cabeza. Tenía la máscara puesta y un papel en la mano: la solicitud de Igarashi Sayaka.
Kirari suspiró desde el sillón de enfrente y le hizo una señal con la mano para que se quitara la máscara.
—Esto me hace pensar que de verdad necesito a una secretaria. Eres tan poco servicial cuando quieres.
Ririka se quitó la máscara, descubriendo el mismo semblante que su hermana, y permaneció mirando con indiferencia la fotografía de la postulante; una chica menudita, con dos trenzas y unos ojos oscuros que se ocultaban detrás de unos anteojos. Algo en su mirada no le gustaba, era como si la estuviera analizando incluso siendo solo una fotografía.
—No creo que esto sea una buena idea, aún es una estudiante de secundaria. —comentó.
—Está en el último año. Entrará a la preparatoria el próximo.
—Aún así… —Ririka dio vuelta el papel. Puso una cara de inconformismo al leer su información personal—. Kirari, tiene catorce años. Es una niña. Todos los miembros del consejo le llevaremos al menos dos años. ¿En serio quieres meterla aquí?
—¿Piensas que voy a arruinarle la vida a una niña? —Kirari rió en un murmullo y dejó la taza en la mesita baja que separaba los sillones—. Primero que todo, cumplirá quince en unos meses. Se adaptará, en especial cuando entre a la preparatoria. Segundo, ella es la que solicitó un puesto que ni siquiera existe. Me intriga.
—Eso no es lo único que te intriga, ¿verdad? —Ririka lanzó la bomba. Kirari estiró la sonrisa— ¿Qué es lo que viste en ella?
—La pregunta es: ¿qué es lo que vio ella? —Kirari se inclinó e hizo un ademán con el dedo para que se acercase. Ririka obedeció y Kirari se acercó a su oído—. Ella lo sabe. Sabe que alguien más estuvo involucrado en mi triunfo sobre la anterior presidenta del consejo estudiantil.
Ririka abrió los ojos de par en par. Volvió a descansar la espalda en el sillón con una mirada detenida.
—¿Cómo…? No es posible. Yo era tú, no pudo habernos diferenciado. Nadie notó cuando intercambiamos lugares. Ella ni siquiera sabe que existen dos de nosotras.
—Exacto. ¿Cómo es posible? No sé, pero lo sabe. Sin embargo, no conscientemente. Creo que… tiene un talento innato que ni ella misma conoce. —Kirari se refregó el mentón con una sonrisa risueña— ¿Viste sus ojos? No expresan nada, están cegados por los números. Las calificaciones perfectas que tiene la delatan. Esa niña ve más allá a través de la lógica, no se conforma con los espejismos. Es tan… Tan intrigante. Si ella se enfrentara a nuestro juego personal, definitivamente perderíamos. Lástima que parece que no le gusta apostar. De verdad, es una lástima. Esa apuesta sería tan divertida… Ah, no tengo idea de lo que pasa por su cabeza. —Kirari arqueó las cejas con placer.
Ririka se achicó en el lugar, sintiéndose desnuda por haber sido descubierta. Esa niña comenzaba a ser un problema, pero más problema era que Kirari cayera ante ella. La conocía, todo lo que no comprendía se ganaba su extrema atención. Perdía la cabeza ante tales personajes, por ende, también el rumbo.
—¿Por eso quieres tenerla cerca? Para controlarla.
—Oh, no. Para nada. ¿Por qué controlar a una criatura así? Hacerlo sería igual a sellarle el talento. Eso sería un desperdicio. —Kirari acomodó un brazo en el respaldo del sillón, cruzándose de piernas—. La quiero cerca porque me gusta. Y, por lo que veo, yo le gusto mucho también. Fue amor a primera vista. —Se rió de su propio chiste. Ririka no se rió.
—¿Puedo recordarte que es una niña…?
—¿Crees que le voy a poner una mano encima, hermana? —Kirari volvió a reír, esta vez más fuerte—. Soy despiadada, pero no tanto. Esperaré hasta que sea mayor.
—Kirari…
—Oh, vamos. Es una broma. No tienes sentido del humor, como siempre.
Una broma de mal gusto, pensó Ririka. Su hermana tenía un humor bastante particular. Suspiró. Mientras más miembros del consejo ocupaban esa sala, más tenía que ocultar su identidad. No le hacía ninguna gracia. Kirari le había prometido libertad al ingresar a la academia. No estaba sucediendo.
—Sayaka sabrá nuestro secreto, no te preocupes. Podrás quitarte la máscara con ella.
Ririka no se sorprendió de que le leyera la mente, siempre lo hacía. Sin embargo, sorpresa sí era que le permitiera ser vista por otra persona que no fuera ella.
—¿Por qué confías en ella? Ni la conoces.
—Por qué..., preguntas. —Kirari pasó la mirada al gran ventanal que emblanquecía la sala con la luz matutina. Sus ojos se ausentaron por un momento—. Si te soy sincera, no lo sé. Simplemente siento que es de fiar. Desprende cierta… fidelidad, ¿entiendes?
—No.
—Por supuesto, voy a ponerla a prueba. No puedo confiarle todos nuestros secretos a la primera. Tendrá que ganárselos —continuó Kirari, volviendo los ojos a ella—. Si se convierte en una amenaza, la eliminaré. ¿Te parece bien?
Ririka juntó las piernas, disconforme con la propuesta. No se negó, pero tampoco aceptó. Su hermana menor no esperó una respuesta.
—Bien, está decidido. Será mi secretaria. Alégrate, ya no te voy a pedir que me hagas el té. Ahora será su trabajo. —Kirari se puso de pie y comenzó a dirigirse a la puerta. Ririka la imitó.
—¿A dónde vas?
—A dónde vamos, quieres decir. Iremos a su clase.
—¿Ah? ¿Se lo vas a decir ahora? —preguntó Ririka, poniéndose la máscara de forma automática— ¿No es mejor citarla para que venga luego? ¿Por qué harás esto tan informal?
Kirari le sonrió con picardía.
—¿Y por qué esperar? Temo que cambie de opinión. Estoy segura de que cree que me insultó por lo que dijo en la entrevista. Nada más lejos de la realidad.
Salieron de la sala del consejo estudiantil. Kirari atravesaba los pasillos de la academia con un porte seguro. Ririka la seguía detrás siendo su opuesto.
—Hm… Veamos, ¿dónde están las clases de la secundaria? Aún no me he familiarizado con este lugar. —Se preguntaba Kirari, abriendo la puerta de cada clase por la que pasaba. Los estudiantes dentro la miraban sorprendidos, otros asustados y muchos sonrojados.
—En la otra punta de la academia. —respondió Ririka, cerrando las puertas que la presidenta no se molestaba en cerrar.
—¿Qué clase buscamos?
—Clase Gerbera, tercer año. Te lo acabo de decir cuando te leí su información…
Kirari no le dio mucha importancia a la información. Mientras sintiera que fuera la adecuada, no se paraba a mirar los detalles.
Luego de una importante caminata llegaron a la otra punta de la academia. Básicamente era igual a la preparatoria, excepto porque estaba inundado de niños en vez de jóvenes adultos. Pero, de igual manera, apostaban. Kirari sonreía al verlos jugar dentro de las aulas. Su acuario se había expandido también hasta la secundaria y en muy poco tiempo; un logro. Espió por la ventana otra clase y su sonrisa se borró. Era el descanso, así que un grupo estaba apostando en los pupitres, pero una niña se encontraba sola en su lugar. Parecía estar estudiando. Era señalada de forma burlona por sus compañeros, hablaban a sus espaldas, le tiraban un lápiz por la cabeza. La niña fruncía el ceño, seguía escribiendo en su cuaderno, luego tachaba lo escrito con la mandíbula tensa.
Kirari estrechó los ojos y abrió la puerta de golpe.
La sorpresa se escuchó en todo el aula cuando la mismísima presidenta del consejo estudiantil se hizo presente junto a la vicepresidenta.
—Tú… me pareces interesante.
La pequeña Sayaka pestañeó cuando una mano se posó en su pupitre. Uñas celestes, piel pálida. Levantó la cabeza y sus ojos saltaron al ver la sonrisa de la presidenta.
—Quiero verte todos los días. Estás contratada, puedes empezar mañana.
—¿H-Huh? —Sayaka se puso de pie con torpeza. Los demás estudiantes murmuraban entre ellos—. Y-Yo…
—¿Hay algún problema? ¿No querías ser mi secretaria?
—¡S-Sí! Estoy feliz, pero…
Kirari acercó el rostro de pronto, juntando sus narices. Sayaka se sonrojó. No la esperaba. Luego de lo que dijo al solicitar el puesto, para nada la esperaba. Estaba en shock.
—Entonces, todo arreglado. Cuento contigo de ahora en adelante, Sayaka.
Eso dijo la presidenta.
Y esa noche, Sayaka no durmió. Daba vueltas y vueltas en la cama, pensando en su próxima vida. Porque sí, para ella era empezar de cero. Una nueva oportunidad para ser alguien y para servirle a ese alguien a quién admiraba. Aún no entendía la razón por la que fue contratada, el tema parecía pasar porque la presidenta la consideró "interesante". Nunca le habían dicho eso. Se sintió feliz y confundida. Tenía el estómago hecho un nudo por los nervios. Rogaba estar más tranquila en la mañana.
Pero, al final, se encontró parada frente a la puerta del consejo igual de nerviosa que la noche anterior.
Eran las seis de la mañana; temprano. La presidenta le pidió que llegara a esa hora para ponerla al día con sus futuras tareas. Aún le costaba creer estar parada allí, tocando la puerta de ese lugar que consideraba sagrado. La ficción lentamente se estaba volviendo realidad. Y la presidenta terminó de hacerle sentar cabeza cuando, con su usual sonrisa, abrió la puerta dándole la bienvenida.
—Buenos días, Sayaka. ¿Dormiste bien? —le saludó, brindándole el paso. Sayaka hizo una reverencia antes de entrar a la sala del consejo. Se había cubierto las ojeras con maquillaje, pero claramente no funcionó muy bien. La presidenta las notó.
—La verdad…, estaba tan emocionada que no pude dormir. —contestó con una sonrisita tímida que hizo reír a Kirari.
—¿Quieres un café? Por ser la primera vez, te lo prepararé yo. Pero debo advertirte que, de ahora en más, será tu trabajo prepararme el té y los aperitivos para las reuniones.
—¡S-Sí! ¡No tiene que ensuciarse las manos, presidenta! Yo misma me encargaré de preparar el té. No soy consumidora de cafeína, de todas formas.
—¿Es así? Me alegra escucharlo. Entonces, podremos tomar té juntas. —Kirari le indicó con la mano que se sentara en uno de los sillones.
Su voz era tan dulce... A Sayaka le hacía ruido que con una voz dulce esa mujer se encargara de destruir tantas vidas. Le gustaba. Admiraba el poder que tenía.
Kirari se sentó en uno de los sillones. Miró a Sayaka desde lo bajo. Todavía seguía parada al lado de la puerta con las manos delante del cuerpo. Parecía estar sumida en su mundo. Y lo estaba, pensando en lo genial que era poder estar cerca de alguien tan increíble.
—Por favor, toma asiento.
—¡Ah, sí! Discúlpeme.
Sayaka dejó su bolso apoyado en el borde del sillón y optó por sentarse enfrente de ella. En la mesita baja ya habían preparadas dos tazas de té y una tetera. Antes de que llegara a ofrecerse, Kirari se dispuso a servir el té en ambas tazas. Dejó una cerca de ella.
—¿Gustas azúcar? —le preguntó.
—Solo una cucharada, por favor. No me gusta mucho lo dulce.
—Como a mí. —Kirari le sonrió. Le puso una cucharada de azúcar al té y volvió a sentarse—. Supongo que no hace falta presentarnos, ya conozco todos tus datos básicos. Pasaré directamente a informarte las tareas.
Sayaka asintió.
—A partir de hoy te daré las llaves de la sala del consejo. —Kirari le ofreció unas llaves que agarró de la mesa. Sayaka se inclinó para agarrarlas—. Una de tus principales tareas será llegar antes que yo. Vendrás y acomodarás la sala para cuando yo llegue, ¿te parece bien?
—¡Sí!
—Oh, otra cosa. Irás a recibirme a la entrada principal de la academia cada día y me acompañarás a la sala del consejo. —agregó, para luego darle un sorbo al té.
A Sayaka le dio curiosidad esa petición. No le veía mucho sentido, pero accedió de todas formas. Lo tomaba como un privilegio.
—También es probable que te necesite luego de finalizar la jornada, así que tendrás que venir conmigo en algunas ocasiones.
—¿Ir con usted… a dónde?
Kirari cerró los ojos con tranquilidad y se cruzó de piernas.
—A mi casa.
—¡¿Huh?! —Sayaka se fue hacia adelante con los ojos fuera de órbita. Un poco más y los anteojos terminaban en el suelo— ¡Ah, d-discúlpeme! Claro, no hay problema. Um, su casa…
—No vivo actualmente en la casa de mi familia. Estoy viviendo con mi hermana mayor cerca de la academia.
¿Hermana? Demasiada información de golpe. ¿Por qué la compartía? Pensaba que la presidenta era una persona reservada, o, al menos, eso decían los rumores. No se conocía mucho de su vida. Por eso, que estuviera ahí, sonriéndole y revelándole su privacidad, se le hacía raro. ¿Quizás estaba probando qué tan bocona podía ser?
—Tú vives en los dormitorios de la academia, ¿verdad? —preguntó Kirari. Sayaka asintió.
—Mi familia vive en otra prefectura, así que tuve que optar por quedarme en los dormitorios.
—Hm… ¿Te sientes sola? Hace tres años que estás ahí. No te veo muy acompañada.
Sayaka negó y le dio un sorbo al té. Lo halló un poco dulce, pero mintió de maravilla.
—El té está delicioso. —Le sonrió—. Contestando a su pregunta. No, no me siento sola. La verdad, me sentía más sola viviendo con mi familia.
En su voz Kirari alcanzó a notar un dejo de amargura. Esa niña era una incomprendida, asumió. Como ella.
—Voy a darte una nueva residencia. Vivirás cerca de mi casa.
Sayaka escupió el té. Kirari agrandó los ojos y se llevó una mano a la boca, reprimiendo una carcajada.
—¡Oh, dios mío! ¡Lo siento mucho! —Sayaka limpió la mesita que había escupido con una servilleta, no de papel, sino una de tela que parecía en demasía costosa— ¡La lavaré y se la traeré de vuelta!
—No hace falta, despreocúpate. —Kirari se levantó y rodeó la mesita para sentarse a su lado. Sayaka se endureció cuando llevó otra servilleta a su boca para limpiarla— ¿Eres del tipo torpe, Sayaka?
La nombrada declinó el rostro con las mejillas enrojeciendo.
—Esperaba que no se diera cuenta tan pronto…
Kirari se echó a reír.
—Eres graciosa, me gusta. —Kirari dejó la servilleta en la mesa y acomodó la espalda en el sillón. Pasó un brazo por encima del respaldo. Sayaka vio su mano colgando cerca del hombro y tragó saliva—. Por ahora, ¿tienes alguna objeción? Si es así, dímela con total confianza. Después de todo, esto será como una convivencia.
—¡No, no tengo ninguna! Todo lo que me propuso es un halago para mí. Respecto a la propiedad, yo pagaré el alquiler y lo que sea necesario. Conseguiré un trabajo de medio tiempo.
Kirari soltó otra carcajada.
—Tienes catorce años, ¿quién va a contratarte? Además, es ilegal que los estudiantes trabajen.
«¿Todo lo que pasa en esta academia no es ilegal también?»
Pensó Sayaka con sarcasmo.
—Sayaka, la residencia viene con los términos y condiciones. A mí me conviene tenerte cerca. Tendrás que aceptarla, quieras o no. Negarte es igual a ofenderme, ¿está claro?
Sayaka se encogió de hombros y asintió. Kirari ensanchó la sonrisa y continuó.
—Respecto a las tareas…
El cerebro de Sayaka se activó. Agarró un cuaderno de su bolso, un bolígrafo y la observó con unos ojos oscuros que a la presidenta encantaron.
—Bien, anota si lo prefieres. Te harás cargo de casi todo. Administrarás mis horarios, las reuniones del consejo estudiantil, las entrevistas, las visitas inoportunas, las apuestas electorales que deberán ser anunciadas a todos los estudiantes y, por supuesto, mis comidas. Te diré mis favoritas y las tendrás preparadas para el desayuno, almuerzo y merienda.
Sayaka anotaba todo, asintiendo en el acto.
—¿Es mucho para ti?
—¡Es perfecto!
La presidenta contemplaba, intrigada, lo que anotaba. Una caligrafía agraciada, como si la hubiera entrenado toda la vida.
—Como también serás la secretaria del consejo estudiantil, estarás presente en cada reunión que tenga y te harás cargo de lo que necesiten los invitados. Respecto al consejo, lo supervisarás. Si un día yo debo ausentarme, tendrás que controlar que la situación no se vaya de las manos y que los miembros no se pasen de listos. Serás mi vocera, poniéndolos en su lugar.
—¿Eso hacen? —Sayaka despegó los ojos del papel— ¿Acaso no son sus compañeros?, ¿por qué se pasarían de listos?
Inocencia pura, pensó Kirari. Esa niña aún no entendía dónde estaba sentada. Se preguntó para qué había entrado a la academia; no apostaba, no seguía las reglas, solo estudiaba. Y ser buena estudiante allí no importaba. Entonces, ¿por qué entró? Una mala decisión de su parte o, en su defecto, los padres la obligaron. Una de dos.
—Todos los miembros tienen un deseo: ser presidentes del consejo estudiantil. Por eso se unieron a mí, tarde o temprano van a querer aplastarme. Y está perfecto. Así es más divertido, ¿no crees? Después de todo, aquí lo único que importa es la supervivencia.
—¿Está diciendo que básicamente duerme con el enemigo? —Sayaka pasaba la mirada de un lado a otro, sus ojos perdían por completo el brillo, la mente se apagaba—. Yo… no puedo entender esa forma de pensar que tienes. Eres extraña.
Kirari levantó una comisura, ensombreciéndose. Ahí estaba de nuevo esa persona que, olvidando el respeto y la conversación en sí, se volvía tosca. Sayaka entraba en un trance cuando no comprendía su alrededor. Y, para Kirari, eso era sumamente interesante. Pero, como si alguien le pegara una cachetada invisible, ella volvía en sí de inmediato.
—¡Ah, discúlpeme! No sé porqué dije eso… —Sayaka desvió los ojos, apretando el bolígrafo con fuerza. Kirari se refregaba el mentón con una sonrisa.
—Antes te pasó lo mismo, cuando viniste la primera vez. ¿Hablas sin pensar? O quizás es mejor decir… que piensas de más.
Ser descubierta tan rápido no era lo que esperaba en su primer día de trabajo. Quería que la tierra la tragase con urgencia.
—A veces… sí. No puedo evitarlo, es como si me desconectara del mundo por un momento. Este problema me ha perseguido desde que era pequeña… ¡Lo siento mucho, trataré de mejorar!
—¿Mejorar? —Kirari rió por lo bajo y puso una mano en su hombro. La acercó a ella despacio—. Sayaka, por favor, nunca dejes de ser quién eres.
Sayaka levantó la mirada, entrando en calor. De repente estaba envuelta por el largo brazo de la presidenta, que no tenía problema de cubrirle ambos hombros. Abrigada por la cercanía, un aroma floral comenzaba a extasiarle los sentidos. Ingresaba por la nariz y la estremecía por dentro ante lo delicioso que era.
—Me gusta que seas así. Es tu encanto, nunca debes avergonzarte de eso —continuó Kirari, llevando la mano a su cabeza. La acarició—. Tu peculiaridad te hace ser única.
Nunca le habían dicho algo así, nunca la habían adulado por ser extremadamente sincera, al borde de insultar a los demás. Con cada minuto que pasaba, más adoraba a la presidenta.
—Sí…
Kirari hizo una pausa con una sonrisa y volvió a hablar.
—Respecto a tus honorarios, se te depositará cada mes en tu cuenta… Oh, se me pasó un detalle. Como no apuestas, no tienes una cuenta bancaria. Nunca la solicitaste. —Se llevó un dedo al mentón, pensativa—. Bien, no importa. Te haré una ahora mismo.
—¡No hace falta! —Sayaka agarró su saco. Kirari la miró de reojo y Sayaka la soltó con vergüenza. Actuó antes de pensar—. Hago esto porque quiero, presidenta, no por el dinero.
—Aunque tus intenciones sean sinceras, sigue siendo un trabajo. Cobrarás como cualquier otra persona.
—¿No era que los estudiantes no podían trabajar? —preguntó con una ceja alzada. Kirari levantó otra.
—Supongo que, después de tres años aquí, te habrás dado cuenta de que esta academia no funciona como el mundo exterior. Quitando esa obviedad, necesito que administres tu propia cuenta. No es profesional que no tengas una. Y no diré más, tu deber es obedecer.
Sayaka dobló los dedos en las rodillas guardándose las ganas de seguir insistiendo. La voz de la presidenta había bajado dos tonos, mala señal. Lo más sensato era aceptar.
—Sí, presidenta.
La puerta de la oficina se abrió. Sayaka miró por encima del hombro, encontrándose con la vicepresidenta enmascarada. Se puso de pie enseguida e hizo una reverencia.
—¡Buenos días, vicepresidenta!
—Buenos días… —Ririka contestó con una voz fantasmal. No podía evitarlo, la máscara le distorsionaba la voz.
Kirari le sonrió a su hermana y señaló el sillón de enfrente para que se sentara en él. Ririka se encaminó a paso lento y se sentó.
—Ahora, las presentaré. Ririka, como sabes, Sayaka será mi secretaria. ¿Puedes sacarte la máscara y saludarla como corresponde?
Ririka se alertó. No había pasado ni un solo día y ya quería que revelase su identidad. Algo andaba mal con su hermana, siempre era precavida.
—Sí… —Comenzó a sacarse la máscara despacio. Sayaka iba ensanchando los ojos a medida que su rostro era revelado. Los mismos rasgos, los mismos ojos, el mismo cabello...—. Encantada, mi nombre es Momobami Ririka. Trabajaremos juntas a partir de ahora.
Sayaka permanecía observándola, aturdida. Pasó la vista a la presidenta, luego a la vicepresidenta, y así unas cuántas veces.
—¿G-Gemelas?
—En efecto. Ella es mi adorada hermana mayor; Ririka —afirmó Kirari, jalando su uniforme para que se sentara de nuevo. Sayaka cayó redondita a su lado—. Podrás suponer que nadie sabe este secreto en la academia. Tú eres la primera. Ya que pasarás mucho tiempo aquí, pensé en adelantarme. De cualquier forma, no es como si pusiéramos mucho empeño en ocultarlo. Todos lo sabrán algún día.
—Ya veo… Entiendo. Su secreto está a salvo conmigo, presidenta.
—Eso espero. Si alguien se entera de la verdad, sabré que fuiste tú, puesto que eres la única que la conoce.
Ririka afinó los ojos en su hermana. Ahora entendía todo. Kirari en ningún momento fue descuidada, al contrario, estaba probando su lealtad y con una prueba de fuego. Jugó una carta sucia. Sayaka estaba entre la espada y la pared. Si alguien se enteraba de la verdad, la única culpable sería ella. Y quién sabe qué tipo de castigo le daría Kirari. Le dio pena la pobre niña, no sabía dónde se estaba metiendo. O quizás lo sabía y disfrutaba de la adrenalina. No estaba segura, esa niña no era fácil de leer. Sus ojos, como bien había dicho Kirari, no expresaban nada. Sin embargo, algo era seguro: para que eligiera seguir a una persona como su hermana, debía estar igual de loca que ella.
Sayaka, superando el escalofrío que trepó por la columna al oír la sentencia de la presidenta, volvió la atención a Ririka. Aunque se parecieran físicamente, ella mostraba menos seguridad. Se le notaba en la cara. Con la cabeza un poco decaída, Ririka se miraba las piernas. Siempre hay una gemela al mando, pensó. Y, por supuesto, esa gemela tenía que ser su presidenta.
«¿Así se vería la presidenta con el cabello suelto? Qué linda… Pero me gusta más su peinado»
Divagó. Ririka, al sentirse observada, levantó la vista. Le sonrió. Sayaka se sonrojó.
«Su sonrisa también es diferente, más amable»
Le sonrió también.
Kirari intercaló los ojos entre ellas y sujetó el hombro de Sayaka.
—Habiendo aclarado todas las tareas, ¿tienes alguna duda?
—Ah, no. —Sayaka devolvió toda su atención a la presidenta—. Hoy mismo empezaré a implementarlas. ¿Qué quiere que haga primero?, ¿preparar el desayuno?
—Hm… Sí, podrías. Después de desayunar tengo que ir a una reunión, me acompañarás.
—¡Sí!
Kirari le sostuvo la mirada un instante y pasó los ojos a su hermana.
—Ririka, ven aquí un momento. —Señaló el sillón donde estaban sentadas.
Ririka se levantó y se sentó al lado de Sayaka. Ésta última bajó la cabeza con las palpitaciones aumentando. Había quedado en medio de, literalmente, dos preciosidades iguales. Un sueño cumplido para muchos.
—Como Sayaka es nueva en esto, la supervisarás en su primera semana de trabajo. ¿Les parece bien a las dos?
Ririka y Sayaka se miraron. Ririka le sonrió con gentileza y asintió. Sayaka derivó la vista a la presidenta, tropezándose en su lugar con una sonrisa fría.
—Perfecto, nada más qué decir.
Y ese fue el comienzo de unos arduos días donde, enfocada, Sayaka cumpliría todos los caprichos de la presidenta. Habían pasado tres semanas desde que fue elegida, podría decirse que aún estaba ganándose el derecho de piso. Sin embargo, para la presidenta se lo había ganado desde el primer día. Sayaka nunca cometió un error. Ni uno solo. Organizaba todo a la perfección; sus horarios, el papeleo, le preparaba sus comidas favoritas, guardaba el importante secreto de las gemelas, se comportaba ante los demás miembros del consejo, quienes, sospechosos, la miraban mal. Sayaka aguantaba las miradas con un porte serio. Era tan perfecta que Kirari no podía evitar mostrarse asombrada en momentos. Por dentro, lo hacía. El vínculo entre ellas, aunque continuaba siendo cordial, también se había afianzado. Antes hablaban lo justo y necesario, ahora hablaban un poquito más. Kirari a veces se encontraba curiosa por su vida y Sayaka siempre tenía curiosidad por la suya. Cuando tenían tiempo, cuando podían, hablaban.
—Buenos días, presidenta.
Kirari se detuvo en la entrada principal de la academia. Sayaka ya estaba ahí, como siempre, esperándola.
—Buenos días, Sayaka. Hoy llegaste más temprano de lo usual.
—Tiene una reunión en una hora, sabía que tendría que salir más temprano. —Sayaka le abrió la reja de la entrada con una sonrisa. Kirari se la devolvió.
—Eres tan aplicada… Siempre quieres ser la número uno, ¿verdad?
—Ah, eso no es… —Sayaka bajó la mirada, avergonzada de ser descubierta. Sí, tenía una obsesión con ser la número uno en todo.
Kirari sonrió despacio y le tomó la mano.
—Vamos.
Sayaka se dejó llevar por ella. El agarre de la presidenta era suave, cálido, aunque su piel era fría. Era la primera vez que la tomaba de la mano y le resultaba... un poco incómodo.
—Um, presidenta, mi mano… —murmuró, mirando el agarre. Kirari la espió de reojo.
—¿Te molesta?
—¡N-No, al contrario!
Kirari regresó la vista al frente y continuó caminando como si nada, como si el corazón de su secretaria no fuera a explotar.
No había casi nadie en la academia, era muy temprano. Una sensación de paz flotaba en el aire, cosa que no sucedía cuando los pasillos se llenaban de estudiantes. Las apuestas, las mascotas, el dolor y el triunfo, eso se respiraba todos los días. Una adrenalina constante y un panorama que a la presidenta le fascinaba. Luego de que ésta le explicara el significado de su acuario, Sayaka empezó a ver a la academia diferente. Ese lugar era el nido de Kirari y Sayaka lo protegería con su vida.
Llegaron a la sala del consejo estudiantil. El desayuno ya estaba preparado en el escritorio de la presidenta. Todo brillaba con pulcritud; el arroz, el salmón, las verduras y los demás aperitivos, además del siempre infaltable té negro.
—¿Salmón? Me leíste la mente, Sayaka. —Kirari dejó su bolso en uno de los sillones y se sentó en la silla del escritorio—. Tenía antojo de un desayuno al estilo japonés. La comida que venden en la confitería es muy occidental para mi gusto.
Sayaka se dispuso a tomar su lugar: parada al lado de ella. Le ofreció unos palillos. Kirari los tomó y probó el arroz con una sonrisa.
—Está delicioso, como siempre —mencionó, para luego continuar comiendo. Sayaka esbozó una sonrisita feliz. Era extraño. Nunca se cansaba de estar parada mientras estuviera a su lado. No es como si la presidenta le ordenara estar siempre de pie, eso era solamente un capricho suyo— ¿Y tú?, ¿desayunaste?
—Todavía no. Lo haré en un rato.
—No es bueno empezar el día sin desayunar —contestó Kirari, agarrando con los palillos un bocado de arroz y un pedacito de salmón. Lo levantó hacia ella—. Toma.
Sayaka se sonrojó y negó con la cabeza.
—¡No puedo comer su comida, presidenta! Y menos de sus palillos…
Kirari levantó una ceja y atajó su brazo. La jaló hacia ella.
—Come, Sayaka.
Aquello sonó más a una orden que a una petición. Sayaka tuvo miedo de objetar otra vez, mejor aceptar. Estiró la mano para agarrar los palillos, pero Kirari no se los daba. Los movía de un lado a otro cada vez que trataba de agarrarlos y, cuando Sayaka desistía, volvía a colocarlos cerca de su boca con una mueca indiferente. Entendió rápido que por ahí no era el camino. Separó los labios y Kirari metió la comida en su boca.
—¿Te gusta?
Sayaka asintió una y otra vez. Kirari sonrió.
—Entonces, te daré más.
—Me está tratando como a una niña, presidenta. —Renegó sin darse cuenta, masticando la comida. Kirari rió.
—Pero si eres una niña, Sayaka. Aprovecha tu juventud. Es la etapa más corta de la vida, pero también la más divertida. No puedes desperdiciarla.
—Lo dice como si me llevara cincuenta años... —masculló Sayaka con los cachetes inflados. Kirari, ignorando el visible puchero, acercó de nuevo los palillos. Sayaka aceptó la comida de mala gana. Si había algo que odiaba era que la subestimaran—. Pronto entraré a la preparatoria y estaremos a la par.
—Estoy dos clases más arriba, nunca estaremos a la par. Yo me iré de aquí antes que tú, con eso te digo todo.
Sayaka declinó los párpados, entristeciéndose. No quería imaginarse una vida sin su presidenta. De solo pensarlo le daban ganas de llorar.
—Entonces…, yo la seguiré. Me iré con usted.
Kirari dejó los palillos en uno de los platos ya vacíos. Le sonrió de una manera helada que, valga la redundancia, congeló a Sayaka por un momento.
—Estás yendo muy lejos, ¿no crees? No te recomiendo seguirme. Mi vida fuera de aquí es muy ajetreada.
Sayaka cerró una mano sobre la otra, frunciendo el entrecejo.
—Una vida sin usted será peor.
Kirari abrió la boca, impactada por las palabras, pero se obligó a cerrarla de inmediato. Sonrió.
—¿Me podrías traer más té, por favor?
—Ah, sí…
Sayaka rodeó el escritorio, agarró la tetera y comenzó a retirarse. Kirari apoyó la mejilla en el dorso de la mano cuando cerró la puerta de la oficina. Se quedó observando la nada con unos ojos ausentes.
—Esta niña… quizás al final sí sea un problema. ¿Estoy siendo muy permisiva con ella?
Hizo memoria de sus días con Sayaka. En ningún momento la regañó, pero porque no había necesidad. Tampoco le prohibió nada, ¿para qué? Sayaka no hacía más que sus tareas. Prohibírselas era igual a tener que hacerlas ella misma y tenía mucha flojera para eso. ¿El trato era el problema, entonces? Sus ojos se abrieron un poco. La estaba tratando demasiado bien como para ser verdad, quizás aquello generaba en Sayaka una reacción automática de confianza. Lo suficiente como para imponerse y llevarle la contra.
—Hm... Sí, debe ser eso. Tengo que parar un poco.
Pero, sorpresa, no quería parar. Estaba cómoda con ella. Sayaka le parecía fascinante y por eso se había ganado su buen trato. Todos los días descubría algo nuevo en ella; reacciones, expresiones, cambios en el habla. Como buena observadora que era, disfrutaba de ver su crecimiento y cambios de humor. De hecho, estaba a punto de hacer un álbum de fotografías de ella. Fotografiaba lo que le resultaba interesante, era un hobby. Le gustaba que la confrontara, pero no que invadiera su espacio personal como acababa de hacer. Se sintió incómoda por primera vez en su vida. Pero, detrás de esa incomodidad, yacía una alegría escondida que, desconcertada, no sabía cómo expresarse. ¿Seguir a su lado?, ¿aceptar la locura que conllevaba caminar con ella? Ni su hermana gemela aceptaba su estilo de vida. Extraña. Esa niña era muy extraña, quizás más que ella misma. Y que lo fuera no hacía más que aumentar el interés que tenía por su persona. Esa niña era una espada de doble filo.
—Podría molestarla un poco para que entienda su lugar. —Sonrió de lado, traviesa. La idea no tomaba fuerza en su mente. Navegaba por ella pensada más en una broma que en un castigo—. De verdad, qué problema.
Sayaka anotaba toda palabra que salía de la boca de la presidenta. Ésta última se encontraba en plena reunión con un directivo del comité de educación. Sentada en la punta de la mesa, movía las manos con elegancia y expresaba sus opiniones con madurez. El señor no podía creer que solo tuviera dieciséis años. Había pedido una cita con ella para criticar los peculiares métodos que inculcó en esa prestigiosa academia, pero le estaba costando modular. Kirari le devolvía cada ataque multiplicado por mil. Sus fundamentos eran fuertes y sólidos, y el apellido que cargaba asustaba al pobre señor que comenzaba a sudar. Sayaka, por su parte, reforzaba la idea de que ella nació para ser líder. Verla en acción la llenaba de adrenalina. Y entonces, mientras continuaba escuchándola, se preguntó por su familia. Cómo se había criado, dónde vivía antes, qué la hizo ser cómo era. Conocía el contexto básico de su historia: provenía de una familia políticamente imponente. Pero esa información no le bastaba. Quería preguntar, moría por descubrir todo su historial. Sin embargo, luego del desayuno, entendió que hablar de más tenía una consecuencia: alejarla. Al final, la presidenta sí era reservada. Y lo respetaría.
—¿Qué es lo que tanto anotas ahí? —Kirari señaló el cuaderno que tenía en las manos. Sayaka se abrazó a él dispuesta a protegerlo con su vida. La reunión había terminado en un triunfo para la presidenta. Parecía de buen humor—. Siempre tienes ese cuaderno contigo. Muéstramelo.
—¿P-Por qué quiere verlo?
—Porque sí. —Kirari le sacó el cuaderno de la mano y lo abrió—. Oh…
—¡Espere, no puede leerlo! —Sayaka trataba de sacárselo a los saltitos, pero Kirari lo mantenía arriba de su cabeza para que no lo alcanzara. Era mucho más alta que ella— ¡Por favor, devuélvamelo!
—No, esto es muy interesante. —Kirari puso una mano en su frente para apartarla— "¿La genial presidenta lo hizo otra vez?" Ja, veo que no solo anotas mis discursos, también hay opiniones sobre mí. Y muy hilarantes. Por cierto, si no quieres que nadie lo lea, no escribas en la tapa del cuaderno "Ultra secreto". —Señaló la tapa con una sonrisa burlona—. Cualquiera querría leerlo así, ¿no crees?
Sayaka apegó los hombros al cuello, roja hasta las orejas. Y enojada. La presidenta pasó las hojas rápidamente y se detuvo en una donde había corazoncitos dibujados. Su nombre yacía dentro. Los señaló, riéndose en el medio. Se estaba burlando de ella. ¿Por qué?, ¿qué le había hecho? ¿Era una venganza por haber sido insistente antes? Sayaka tenía ganas de llorar por la vergüenza, pero se contenía.
—¿No dices nada? Si es así, lo voy a tirar. —avisó, dirigiendo los pasos hacia un cesto de basura cerca de la mesa.
—¡No! —exclamó Sayaka con los ojos cerrados. Kirari se volvió hacia ella con una sonrisa, pero ésta se deshizo al ver su nariz roja—. No lo tire..., por favor. No volveré a escribir sobre usted, lo prometo.
Kirari tragó pesado. Bien, la puso en su lugar. Misión cumplida. Lo que no previó fue que el final de esa misión le dejaría un gusto amargo. Extraño, increíble. ¿Ella, sintiéndose mal por alguien más? Culpó a la carita triste de Sayaka, que le parecía en demasía tierna. No podía seguir castigándola.
Y dudaba de poder hacerlo en un futuro también.
Regresó los pasos a ella, cerró el cuaderno y se lo entregó. Sayaka lo agarró, secándose la nariz con la mano. Kirari la miraba con seriedad.
—¿Por qué lloras? —preguntó, llevando una mano a su mejilla.
—No lloro.
—Tu nariz está llorando.
—¡No lo está! —Sayaka le dio la espalda y se levantó los anteojos para limpiarse el borde de los ojos, donde también querían huir lágrimas. Kirari contempló su espalda pequeña y temblorosa, y algo se rompió en ella.
«De verdad..., esta niña es un problema»
En un impulso, la abrazó.
—¿Dónde guardas tanto orgullo en un cuerpo tan pequeño? —murmuró en su oído. Sayaka estaba quieta en el abrazo. Descendió los ojos, tropezándose con las manos de la presidenta entrelazadas en su vientre—. No me molesta lo que escribes de mí, lo tomo como un regalo.
—P-Pero dijo que-
—Veo que eres un poco lenta para captar las bromas, Sayaka. Lo tendré en cuenta para la próxima.
Sayaka bajó la cabeza, calmándose de a poquito. Se sentía una idiota. Había actuado como una niña cuando lo único que quería hacer era demostrarle que no lo era. Sabía que la presidenta tendía a las bromas, ¿por qué le impactó tanto? Cada vez más sus acciones le afectaban, ya sea en el buen o en el mal sentido.
—Discúlpeme, presidenta, hice un escándalo innecesario.
—Está bien, eso es lo que te hace linda. Tu inocencia. —Kirari reforzó el abrazo, apretándola contra ella, y apoyó el mentón en su cabeza—. Hm, qué cómodo. Podría acostumbrarme a esto.
—No me tome como un asiento para su mentón, por favor.
Kirari rió en un murmullo y la soltó de a poco. Sayaka se dio vuelta para encararla, pero no pudo decir nada. No si la presidenta le sonreía con tanta dulzura. Lo que restaba del enojo se esfumaba en el aire al ver esos ojos profundos sobre los de ella.
—También te ves muy linda cuando lloras.
Sayaka arqueó las cejas, inquieta. Qué extraña forma de elogiarla, pensó. Refregó los dedos en una de sus trenzas, poniéndose nerviosa. La presidenta acercó una mano a la trenza libre y deslizó las yemas por ella.
—Tu cabello es hermoso..., pero ese peinado no le hace justicia. ¿Me permitirías peinarte?
—¿Huh? ¿P-Peinarme?
Kirari asintió y Sayaka sonrió como un bebé.
—¡Sería un honor! ¿Me peinará como usted?
—Hm… Te quedaría bien, pero sería aburrido si las dos tuviéramos el mismo peinado. Mejor, improvisemos.
Kirari la guió por la espalda al cuarto de baño (que parecía otra oficina por lo inmenso) y la hizo sentarse en una silla frente al espejo redondo del lavatorio. Las luces eran bajas, pero lo suficientemente altas como para ver su reflejo.
—Veamos... Qué peinado podría ser adecuado para la orgullosa Sayaka.
Sayaka veía por el espejo cómo deslizaba un dedo celeste por su mentón.
—Creo que ya lo tengo.
Kirari comenzó a desenredarle las trenzas. Sayaka se relajaba en el medio. Sus dedos alisándole el cabello la inducían al sueño. Ni su madre la había peinado, nunca estaba en la casa. Siempre se peinó sola desde pequeña.
Kirari agarró un peine del estante del lavatorio. Comenzó a pasarlo por su cabello con delicadeza.
—Tu cabello es muy suave —comentó, deslizando los dedos por él—. Suelto tendría su encanto, pero tengo una mejor idea.
Terminó de peinarlo y llevó una mano a su muñeca izquierda. Sayaka observaba por el espejo, curiosa, cómo se levantaba la manga de volados, revelando una cintita blanca atada en la muñeca.
—Eso... parece preciado.
—Para nada. Me la puso mi familia hace mucho tiempo, ya ni recuerdo porqué. —Mintió. Sí que lo recordaba. Era una cinta que compartía con Ririka, una señal de que eran una sola—. Algún día dejaré de necesitarla, así que, como siempre, solo me estoy adelantando a los hechos. —La desenredó de la muñeca. Antes de sacársela, la detalló con los párpados entornados. Sayaka juró notar un brillo nostálgico en su mirada—. Hm, está un poco gastada.
—¡Por mí está bien! —exclamó de inmediato. Kirari vio sus ojitos emocionados y asintió.
—Si te parece bien, la usaré.
Kirari se dedicó a unirle el cabello con la intención de hacerle una coleta alta; alta como su determinación y orgullo. Levantó su cabello unido, dejándolo en el centro de la cabeza. Achinó los ojos, dudosa.
—Hm, no. Así no.
Sayaka se mantenía quieta en el lugar, viendo cómo cambiaba de dirección la coleta. La acomodó de costado y sonrió.
—Sí, así está mucho mejor.
Comenzó a enredar la cinta blanca en su cabello. Sayaka, viéndose en el reflejo, se iba asombrando en el acto. No sabía que su cara podría cambiar tanto solo por un peinado. El peinado correcto. Era una persona diferente.
Kirari le hizo un moño con las puntas de la cinta y se dispuso a pasar el peine por la coleta para dejarla prolija. Lo hacía con paciencia, como si estuviera disfrutando de ese pacífico momento. Sayaka la miraba, embelesada. Se sentía especial, cuidada.
—¿Qué tal? —preguntó Kirari al terminar, acercándole un espejo pequeño para que se viera detrás. Sayaka parpadeó con la boca abierta.
—Es... ¡Es hermoso!
—Me alegra que te guste.
Sayaka se levantó de la silla con los ojos ardiendo. Quería llorar, estaba emocionada. Su presidenta había pensado un peinado exclusivamente para ella. No podía pedir más.
—De verdad..., es muy hermoso. ¡Muchas gracias, presidenta! —Se tapó la boca, sollozando. Kirari sonrió con suavidad.
—Sayaka, creo que un peinado debe hacerle justicia a la personalidad de quién lo porta —murmuró, inclinándose hacia ella. Sujetó su cabeza por detrás—. Este es un peinado único, pensado para una persona única.
Sayaka estrechó los ojos. Lágrimas se resbalaban por ellos. No podía evitarlo. Estaba tan feliz que lloraba de emoción. Nunca había sido reconocida por nadie, y ahora alguien tan preciada para ella la reconocía. Ese momento, sin duda, sería uno que jamás olvidaría.
Kirari juntó sus frentes, asomando los dientes en una sonrisa mayor. Ese día tenía planeado molestarla, pero al final terminó dándole un regalo. Y uno importante. Fascinante era la facilidad con la que esa chiquilla la controlaba. Extraño era que no le molestaba ser controlada por ella. Entendió, entonces, que ella sería su única excepción. La única por la cual velaría.
A su forma, lo haría.
Ocho meses se cumplieron desde que Sayaka empezó a ser su secretaria. Las cosas seguían igual. Bueno, Kirari seguía igual. Sayaka, ahora de quince años, un poquito más alta y sin anteojos, se mostraba cada vez más seria. Elegante, por decir de alguna manera. Su explosivo carácter también se había calmado un poco, pero Kirari tenía la esperanza de verla estallar en un futuro. Y en forma de estrellas.
Las tareas de Sayaka seguían siendo las mismas, por no decir que ahora tenía más. De vez en cuando renegaba por las apuestas riesgosas que la presidenta quería hacer, pero ésta última no tardaba en ponerla en su lugar recordándole que el riesgo lo era todo para ella. Sayaka tuvo que acostumbrarse al fuerte latir de su corazón cuando la veía apostar con alguien peligroso. Enemigos no le faltaban. La seguridad de la presidenta había pasado a ser su mayor tarea. Desde las sombras trataba de cuidarla, incluso aunque ésta se opusiera.
—Pronto entrarás a la preparatoria. Estoy orgullosa de ti.
Sayaka levantó la vista hacia la presidenta desde un sillón. Estaba escribiendo en su cuaderno los preparativos para una reunión que se avecinaba. Pronto debería retirarse, estaba anocheciendo.
—Sí, aunque no lo tomo como un gran paso. Es lo mismo para mí, solo tendré que estudiar como siempre. De hecho, estudiaré más. De esa forma me adelantarán de año y quedaré solo un año atrás de usted.
Kirari rió bajito desde el sillón de enfrente. Descansaba la mejilla en una de sus manos y sostenía un libro con la otra. Tenía los ojos fijos en él.
—No dudo de que te adelantarán —afirmó, cambiando de página—. Sayaka, ¿tú nunca apostaste, cierto?
Sayaka negó, ojeando la contratapa del libro: Mishima Yukio, un escritor en extremo de derecha que se aplicó a sí mismo el Seppuko para dar un mensaje político. A Kirari le gustaba leer sus obras que solían palpar la locura y lo socialmente incorrecto.
—No me gustan las apuestas, ya lo sabe. —contestó.
—Qué irónico... Admiras a una mujer adicta a las apuestas y las detestas. Nunca voy a entender eso. Eres, realmente, fascinante. —Kirari asomó los ojos por encima del libro.
Sayaka paró de escribir y dejó el cuaderno en la mesa.
—La admiro porque hace lo que yo nunca podré hacer. —Le sonrió, levantándose del sillón—. Es más allá de las apuestas. Me gusta su forma de ser, presidenta. Por eso siempre quise observarla de cerca.
—Hm…
Kirari seguía con la mirada cómo Sayaka se acercaba para retirar su taza de té vacía. Sonrió y tiró el libro al sillón. Enredó los brazos en su cintura. Sayaka pegó un gritito cuando la jaló hacia atrás y la sentó en sus piernas de espaldas a ella.
—¿Aquí estoy lo suficientemente cerca? —musitó en su oído, frunciendo los dedos contra su abdomen.
—¿Pre-Presidenta? —la llamó Sayaka, girando el rostro hacia ella. Kirari acomodó la mejilla en su hombro con tranquilidad.
—Quédate así un ratito.
Sayaka relajó los párpados al ver aquella expresión pacífica. Tomó sus manos con cuidado. Kirari alargó la sonrisa, un poco anestesiada. Su calorcito le daba sueño.
—Algún día tendrás que apostar... Te prometo que crearé el escenario perfecto para ti.
—¿Apostar? ¿Por qué lo haría?
—Porque vas a querer hacerlo. Es inevitable. Y ese día... tú y yo cruzaremos una línea que hace tiempo tengo ganas de cruzar.
Sayaka se sonrojó con intensidad. Trataba de no malinterpretar lo dicho, pero era imposible. Todo la llevaba a pensar mal. El ronroneo de la presidenta en la oreja, sus pechos aplastados en la espalda, las manos acariciándole el vientre. Todo le hacía hervir de emoción. Sus sentimientos románticos por ella subían por el cuerpo, estallando en el pecho. Cruzar la línea... Si apostar la llevaría a eso, lo haría. Apostaría con todo su corazón para ganarse el de la presidenta.
Quiso tratar de cuestionarle algo más, pero la respiración tranquila de Kirari le decía que se había ido a tomar una siestita. Sonrió, enternecida por su rostro dormido. No era la primera vez que lo veía. Al principio le fue curioso encontrarla a ella, una damita, dormida en su escritorio o en el sillón. Lo gracioso era que lo hacía en una pose disimulada. Con la mejilla apoyada en la mano o tapándose la frente y los ojos, como si así pudiera ocultar que se estaba durmiendo en medio de una aburrida reunión. Después de todo, por más excéntrica que fuera, tenía las necesidades de un ser humano normal.
Y eso también le gustaba de ella.
Abstraída por su imagen durmiente, Sayaka se inclinó despacio y le dio un pequeño beso en los labios. Kirari sonrió en sueños.
—Esperaré hasta que llegue ese día, presidenta. Y entonces..., yo apostaré mi corazón por usted.
Y me ganaré el suyo.
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La puerta de la sala del consejo estudiantil se abrió. Ririka asomó la máscara por el borde y oscuridad la recibió. Cerró la puerta. Sus ojos se perdieron en la luna imponente que se veía por la ventana. Bajó la vista a uno de los sillones y se sacó la máscara. Una mirada nostálgica revelaron sus ojos al ver a su hermana menor durmiendo pacíficamente con su secretaria.
Caminó hacia el sillón y se quedó parada frente a ellas. Quién iba a pensar que Kirari podría ser capaz de poner una expresión inofensiva, pensó.
—Cuando despiertes no vas a sentir las piernas, hermana —murmuró. Kirari tenía la espalda apoyada en el respaldo del sillón. Encima de ella estaba sentada Sayaka. Tenía el rostro inclinado hacia el suyo; las manos de Kirari estaban entrelazadas en su vientre. Respiraban despacio, sumidas en un profundo sueño a pesar de la posición incómoda—. Te lo dije, que no era una buena idea traerla.
Ririka sonrió y comenzó a quitarse el saco del uniforme. Las cubrió con él y se dio media vuelta. Antes de retirarse, las contempló por última vez.
—De hecho, fue una gran idea.
Cerró la puerta despacio para no despertarlas y se encaminó hacia la salida de la academia asumiendo que, esa noche, su hermana no iría a dormir a la casa.
Fin
¡Primer One-shot entregado! Siempre tuve curiosidad de ver la relación previa entre Kirari y Sayaka, y acá está el resultado. ¡Espero que les haya gustado! Prontito voy a subir el segundo One-shot.
¡Gracias por leer! :)
