Well, no se porque estoy escribiendo esto cuando ya estoy bien lejos de la edad de la gente que escribe y consume este tipo de fanfics, pero siento que estoy saldando una deuda con mi yo adolescente y el único personaje con el que me autoshipee en mi vida, así que bueno, interprétenlo como eso mas que nada.
El nombre de la protagonista es un apodo, no es su nombre completo, a pesar de que yo lo sé.
M por la violencia, no va a haber sexo en este fic. Enjoy
Crecí en unos lares inhóspitos, donde de alguna manera habían decidido construir una urbe, una de las más importantes de nuestro mundo violento. No hay nada muy especial sobre mí, pues solo me entrenaron para contribuir a esa violencia que había construido mi universo. Mi familia nunca fue violenta, pero me daba cuenta de las prácticas cuestionables que realizaban algunos vecinos contra personas que me rodeaban de niña. Sabía que, a pesar de la usual tranquilidad en mi casa, mis padres también veían mal a uno de esos individuos renegados. Yo no entendía por qué, aunque tenía amigos que intentaban explicármelo, pero realmente ninguna de sus razones bastaba para que entendiera cuál era el problema con ese niño pelirrojo.
Me entrenaron para contribuir a la violencia y a la defensa del lugar donde vivía, que nunca supe bien si lo apreciaba o lo odiaba. Eso debido a la cantidad de estupideces que evidencié entre las murallas que nos protegían. Yo obedecí, porque a pesar de que nunca me intenté exhibir como una persona vulnerable y miedosa, la realidad era que sí lo era, y me habían educado de forma que tenía que apreciar la idea de entrenar como la única razón para poder estar viva. O bueno, mis padres decían que podía elegir otra cosa, pero que por cuestiones de nuestro fútil pueblo exigía, los niños debían someterse a cosas bastante extremas. Lo que diré ahora no es algo de lo que esté precisamente orgullosa, pero me alivió enterarme que el entrenamiento infantil era bastante usual fuera de las fronteras de mi país, y que incluso en los lares neblinosos se practicaba una evaluación todavía más inhumana, donde debías asesinar a todos tus compañeros si querías graduarte de la academia. Bastante extremo, y poco práctico si me lo preguntan, diezmar así a tu población no puede ser bueno para nadie. Pero bueno, claramente a nadie le interesan mis ideas políticas, pues no leo tanto como debería sobre el asunto para dar una teoría contundente.
En fin, como de costumbre me estoy extendiendo más de lo que debería, eso siempre me pasa cuando escribo. Inmiscuirse en esa violencia lógicamente me brindó compañeros y gente que me apoyaba, además de que me fortaleció como persona. Durante buena parte de mi infancia me dediqué a lo básico, pero cuando entré a la pubertad descubrí de forma algo abrupta que el sufrimiento estaba en mí y en todos los que me rodeaban, y afortunadamente me pudieron ayudar antes de que mis manifestaciones ilusorias sacadas de una película de terror hicieran estragos en mi persona. Me hablaban bastante del peligro que conllevaría para mi psicología hacer algo así, porque no había demasiados especialistas en la cuestión ilusoria en nuestro pueblo, pero al mismo tiempo al ser algo en falta, apoyaban que siguiera practicando esa parte de mis poderes.
Creo que he perdido totalmente el hilo de mi cronología de mi vida, así que regresaré a mi infancia. No era especialmente sociable, empecé a serlo a fines de mi adolescencia, porque como dije antes, no me gustaba que la gente me afligiera, y no quería llorar en frente de nadie. Era como una manera de protegerme de los males a los que me exponía simplemente el hecho de vivir en sociedad. Pero pronto me daría cuenta que yo no era la única que sufría esos males, y que, posiblemente los peores horrores de nuestra especie eran sufridos por quien, si las circunstancias fuesen distintas, hubiera sido el más privilegiado de todos nosotros.
No recuerdo qué día nos conocimos, pero lo conocí llorando. Para nada fue la más alentadora forma de conocer a alguien, y muchas veces pienso que eso predispuso nuestro vínculo para lo que vendría luego, tanto en el buen como en el mal sentido. Pero, en fin, obviamente cuando quise preguntarle cómo estaba, me quería mandar al otro extremo del mundo, y pude ver en sus extraños ojos, que me recordaron de inmediato a un mapache, que el chico sufría terriblemente. Sus extrañas características me dieron una corazonada extraña, como que debería salir de allí lo antes posible antes que cualquier cosa horrible pasara. Sin embargo, no hice aquello, y yo creo que mi sentido de la empatía me ganó en aquel entonces. Le pregunté al niño porqué lloraba repetidas veces, y cuando finalmente respondió, tuve mi primera dosis de crueldad inhumana en toda mi vida.
—Hay algo en mi… que duele mucho —confesó con agonía.
—¿Y… que es? —pregunté yo con inocencia y cautela.
—Duele aquí, aunque no esté sangrando —musitó, mientras colocaba su mano en su corazón. No sabía bien a qué se refería, pero era evidente que estaba sufriendo. Se hizo un silencio sumamente ominoso, y de alguna manera no huí despavorida. El me miró con miedo y sorpresa al mismo tiempo.
—¿Por qué no huyes de mí?
—¿Por qué debería? —le pregunté yo con genuina honestidad.
—Puedes morir si te quedas conmigo.
—¿Por qué?
—Adentro mío hay una bestia, que mata.
No supe bien cómo fue que no me asusté después que me dijera eso, y mi yo de hoy incluso envidiaría la confianza que demostré en ese entonces.
—Yo también podría matarte, si quisiera —aunque ahora que lo pienso eso no fue lo más prudente, pero bueno, era muy pequeña y no conocía mejor cosa.
—¿No quieres hacerlo?
—No veo por qué —musité yo.
—¿No te doy miedo?
—No… ¿Acaso parece que me dieras miedo? —pregunté yo.
Él no respondió, evidentemente mis declaraciones fueron muy shockeantes para su frágil persona. Algo en mi ego estaba feliz por ver que había logrado dejarlo sin palabras, porque pude percibir que aquello no era una ocurrencia usual en su vida diaria. Y eso que pasarían muchos años hasta que él finalmente me revelara el infierno que era su vida, mostrándome que él era una víctima mucho más afligida por los horrores de esta existencia.
—¿No vas a huir? —preguntó con muchísima inocencia, y a mi hasta se me hizo algo tierno.
—No. Me agradas.
No me di cuenta que se había ruborizado después de que le dijera eso. El chico era todavía más tímido que yo, y lo noté en las pocas horas que permanecí junto a él. No hablamos mucho, pero de alguna forma me sentí cómoda al lado de ese chico afligido. Era muy diferente al resto de niños con los que hablaba o con los que jugaba, y creo que eso mismo fue lo que me hizo quedarme ahí haciéndole compañía. Me daba cosa dejarlo solo, porque evidentemente ese chico pasaba mucho tiempo en soledad, pero por razones obvias yo no podía permanecer todo el día ahí, pues mi familia preguntaría por mi eventualmente. Estaba por irme, pero en ese momento una luz se pasó por mi cerebro y le hice una pregunta al chico con cara de mapache.
—¿Podemos ser amigos? —pregunté.
—¿Quieres… ser mi amiga? —dijo él, incrédulo.
—Sí. Ya te he dicho que me agradas. Suelo estar por aquí, así que si estas solo te puedes venir.
—Está bien —musitó con un hilo de voz, casi inaudible, cargadisimo de timidez.
—Adiós —le dije yo. Él no me dijo nada, pero no me sorprendí por aquello.
Después de ese momento nos volvimos a ver en algunas ocasiones, aunque nuestros encuentros eran efímeros y no muy frecuentes, y rápidamente supuse que era por su entrenamiento, pues él me confesó que también estaba recorriendo el mismo camino que yo, cosa que me alegró, de cierto modo. No hablaba con mis amigos, de hecho, en algunas ocasiones podía ver cómo me miraba escondido en una esquina y esperaba a que mis amigos me dejaran sola. Cuando él veía que ese no era el caso, se iba. Era como si le tuviera miedo a la gente que me rodeaba, y no entendía muy bien por qué. Y eso me quedó más claro cuando una de esas veces que me topó sola, me dijo algo que me resultó alarmante.
—¿Tus padres saben que te juntas conmigo? —preguntó con cautela y timidez.
—No ¿Por?
—No les digas.
Aunque ya llevaba conociéndolo algo mejor, eso me agarró con la guardia un poco baja.
—¿No puedo?
—Es que… si saben que te hablas conmigo… no te van a dejar verme.
—¿Cómo estás tan seguro? —le pregunté yo, pues él no conocía a mis padres.
—Ya te dije… el mapache puede salir y puede matar a todos, incluso a los adultos más fuertes. La gente me tiene miedo… por culpa de él. Por eso no me acerco a tus amigos, cada vez que me acerco a alguien… sale herido.
Eso me perturbó un poco, y supe que estaba advirtiéndome porque ese "mapache" no era ningún juego de niños. Esa evidentemente era la bestia que él me mencionó que mataba, y yo tardaría mucho en saber cómo se les denominaba a esas bestias y porque eran tan peligrosas. Por lo que, en ese entonces, simplemente intenté confrontar su declaración con tranquilidad, sin hacerle ver lo preocupada que estaba.
—Está bien, no les diré. Aunque no estoy tan segura de que ellos te tengan miedo.
—Todo el mundo me tiene miedo. Todo el mundo aquí me odia —musitó, con la voz algo quebrada y al borde del llanto.
—Yo no —confesé con honestidad.
Mi sinceridad lo agarró con la guardia baja y se le cortó el llanto en seco. No me di cuenta, pero seguramente era la primera vez que ese chico se sentía conmovido por alguien en su vida.
—Oh… que raro —musitó él.
—¿Raro? No eres tan malo, y nunca me diste miedo.
—Si saliera la bestia seguramente huirías.
—Pero no salió ¿O sí?
—No…
—Entonces no te preocupes —le afirmé—. Ven, juguemos a las escondidas.
Y eso fue lo que hicimos luego, aunque no fue el juego más divertido, porque él no quería toparse con gente ni que yo acaparara atención. Había algo muy discreto y sutil en su forma de hacer las cosas, y eso siempre me llamó mucho la atención, era un niño muy particular que vivía muy afligido por culpa de aquel mapache en su interior, pero se portaba con mucha bondad cuando estaba al lado mío, y noté que mi compañía le hacía bien. Cada vez añoraba más sus encuentros, porque brindaban un tipo de paz que no podía ver en el resto de mi vida cotidiana. Era algo irónico pensarlo así, porque siempre lo veía en un estado tan perturbado que muchas veces me preguntaba si él llegaría a tener la misma paz que yo.
Sin embargo, mi paz y mi alegría junto a él no duró mucho más.
Durante años asumí que había sido una pesadilla, hasta que finalmente él luego me confesó que sí, que yo había visto al mapache aquella noche, y que él lo había manifestado por ciertas circunstancias sumamente horribles que yo estaría muchísimos años sin saber cómo habían ocurrido. Pero en aquel momento solo me perturbé, y noté que mis padres estaban algo más cautelosos conmigo, como más vigilantes de todo lo que hacía. Seguía jugando con mis amigos y entrenando, pero notaba que la vibra en mis profesores estaba bien extraña, y de alguna forma tenía que ver con el líder de nuestra aldea. O esa era la poca información que me llegaba y que mi cerebro todavía en formación podía procesar.
El chico no apareció por un buen período, por lo que genuinamente empecé a preocuparme e imaginé que aquella vibra extraña que me daban todos tenía que ver con algo que le había pasado a él. Un día que mis padres estaban ocupados, salí a buscarlo, sabiendo que no podía preguntar por él, porque intentarían detenerme. Pasé horas haciéndolo, y no tuve señales de él hasta que me animé a acercarme a la casa del líder.
Temí estar acercándome demasiado a zonas donde una niña de mi edad no podía estar, pero tanto para bien (como para mal) una presencia conocida, pero al mismo tiempo ominosa, se apareció detrás mío al poco tiempo. Sentí miedo, como si me fueran a asfixiar en cuestión de segundos y que no quedaría nada de mí excepto mi cuerpo inerte, cubierto de arena que impregnaba mis células muertas. Me puse en guardia, dispuesta a usar mis poderes a todo lo que fuera, pero nada ocurrió. Giré, y vi un enorme círculo de arena. Se hizo un pequeño agujero en ese círculo, y pude ver la intensidad de sus ojos celestes. Nunca lo había visto con esa mirada y eso mismo me hizo no bajar la guardia.
—¿Qué quieres? —me preguntó él con hostilidad.
—Quiero saber que rayos te pasa, no te veo hace semanas —me quejé yo.
—No quiero verte —dijo con sequedad.
—¿Por qué?
—Porque vas a morir.
Esta vez, de alguna forma, supe que no me mentía. Desde que lo había conocido, esta fue la única vez que me sentí amenazada e intimidada por su presencia, estaba claro que los poderes del mapache eran mucho más poderosos que cualquier cosa que pudiera hacer yo y que acabarían conmigo en cuestión de segundos. Pero él era mi amigo, y no podía abandonarlo, así como así.
—¿Por qué dices eso?
—Porque todo el que se me acerca está condenado y me odia, y si no me odia finge amarme para luego lastimarme. Seguro tu pensaste lo mismo.
—¿Qué? ¡Nunca pensé en eso!
—Cállate —me dijo con autoridad y con sequedad, un tono que nunca había escuchado provenir de él—. No quiero rodearme de nadie… solo quiero vivir para matar a todo el que me desprecie. Estoy maldito, y sé que tú también me despreciarás algún día. Aléjate de mí.
—¡No quiero! ¡Eres mi amigo! ¡No quiero abandonarte! —le reproché, algo enojada y al mismo tiempo angustiada.
Al ver que yo seguía negada a dejarlo ir, él hizo algo bastante amenazante. De repente una corriente de arena se abalanzó sobre mi pierna, y yo sentía como estaba a punto de engullírmela. Al poco tiempo él se puso adelante mío, y su mirada era sumamente amenazante, como si estuviera dispuesta a ser lo último que yo viese en la tierra.
—No quiero hacerte daño… —me confesó, con un tono muy extraño, entre la compasión y el sadismo— Aléjate, por favor, o te voy a romper la pierna.
—Está bien —dije yo, asustada y entendiendo la situación. Inmediatamente él sacó la arena de allí, y sentí un extraño viento golpearme la cara, aunque de alguna forma se sintió ¿Gentil? A pesar de la gentileza de esa arena que se acercaba a mis pupilas, mi único deseo era darle una cachetada a ese niño amenazante, pero mis instintos de supervivencia sabían que era una pésima idea. Por lo que sollocé, y salí corriendo de allí, temiendo que su arena me estuviera persiguiendo para cazarme y dejarme fuera de mi realidad.
Poco sabía yo que eso ocurriría en el futuro, aunque de una forma mucho menos opresiva.
Bueno... ya de antemano pido perdón si los genjutsus de la prota son medio delirantes pero siempre fue una cosa que me gustó de Naruto y que me gustaría reinterpetar mas allá del puto Tsukuyomi y del Sharingan del ojete. Pido perdón también si rompo con las reglas del sistema de poder, pero eso nunca fue mi especialidad, a pesar de que veo shonens todo el tiempo no soy muy rigurosa con eso. Y aparte Kishimoto se saca poderes del culo así que bueno... no me vengan a linchar xfa.
Nos vemos en el 2.
