Charlotte regresó a casa algo intrigada, ¿qué hacían allí esos dos? No era habitual que Juan y Gideon estafaran o robasen a niños, a vagabundos o borrachos que salían de las tabernas sí, ¿pero niños? Este asunto no la gustaba ni un pelo, caminó de nuevo por las calles de regreso a casa, el pueblo ya se había puesto en marcha, cosa que se notaba en cada uno de sus rincones, las floristas habías sacado en pequeños puestos móviles macetas y tiestos con hermosas flores en su interior, a las que las abejas acudían para recoger el polen de su interior, el olor a pan y pasteles de la panadería local se extendía por el aire de toda la calle y algunos adultos movían cajas de un lado para el otro en varias direcciones, Charlotte por su parte caminaba con relativa tranquilidad en contraste con el ajetreado ritmo de trabajo del resto de pueblerinos, debía llegar pronto a casa, su institutriz la estaría esperando junto a su madre para comenzar sus lecciones. La joven llegó a su casa y abrió la puerta, encontrándose con la señora Sophie Giovanni, su institutriz sentada en la mesa del salón junto a su madre, ambas esperando pacientemente a su llegada.

-Llegas dos minutos tarde querida.- dijo Sophie mirando meticulosamente las agujas de su reloj de bolsillo, heredado de su padre, ya que de otra forma la habría sido imposible obtener un objeto de tanto valor debido a su coste económico.

-Lo lamento señorita Giovanni, he tenido que dar un rodeo debido a los carromatos del mercado.- mintió, realmente no quería entrar en una discusión con su madre por haber tenido que enfrentarse a Juan y Gideon a las puertas de la escuela, esos dos tenían mala fama en todo el pueblo.

-Quedas disculpada querida.- dijo Shopie sonriente, pues pese a ser una maestra estricta era comprensiva.- Ahora ven aquí, tu madre ha preparado la caja de costura para continuar con nuestras lecciones de bordado.- indicó señalando la silla vacía frente a ella.-

Charlotte obedeció y se dirigió a la mesa, pudo ver que sobre ella, encima del mantel blanco y algo raído y descolorido por el paso del tiempo se encontraba un pañuelo blanco a medio acabar, solo dos de sus laterales estaban bordados con adornos en espiral amarillos y estrellas de igual color, en las esquinas, cuatro figuras de un color lila claro representaban a cuatro burros pequeños, la idea le vino hace una semana, cuando una pequeña feria que había estado un par de días en el pueblo vendía en uno de sus puestos a crías de éstos animales a los ganaderos y granjeros de la zona.

-He de decir querida, que tienes una gran talento para la costura, en especial su decoración.- admiró Sophie al ver cómo la joven se acomodaba para seguir trabajando, cogiendo un dedal, el hilo y la aguja para continuar su trabajo.

-Es usted muy amable señorita Giovanni.-

-Hablo en serio querida, sé que tu familia tiene unas gallinas con las que ganáis algo de dinero extra, pero creo que si empezaras a realizar bordados por las mañanas podrías vender el resultado en una de las tardes de mercadillo que se realizan en el pueblo.-

-¿usted cree?- dijo ella continuando su labor en el pañuelo.

-Pues claro querida, si creamos algunos diseños concretos podrías, por ejemplo, venderlos en San Valentín, un pañuelo siempre es un regalo seguro para los pretendientes y a las jovencitas les encantaran estos coloridos diseños que realizas.-

-Bueno, casi queda un año entero para que sea de nuevo San Valentín.-

-Razón de más para pensarlo.- dijo Giovanni.- Así tendrás muchas tardes para realizar muchos pañuelos.-

-La señorita Giovanni tiene razón, un pañuelo así podría costar tres monedas de oro, tienes muchos de ellos en ese baúl de tu habitación, no sirve de nada tenerlos escondidos y sin usar, podrías ganarte un dinero haciendo algo que te gusta y de forma honrada.-

-No sé madre, me gusta bordar, pero el objetivo de venderlos es que le guste al público, no a mí.-

-Seguro que a muchos les gustarían tus bordados Charlotte.- animó la institutriz.- ¿Recuerdas la que le regalaste a Gepetto el año pasado como regalo de bienvenida para su hijo Pinocho?-

Charlotte asintió en respuesta, cuando se corrió la voz en el pueblo de que Gepetto había adoptado a un huérfano, o al menos eso es lo que él le había dicho al pueblo, todos mostraron interés en Pinocho y en su repentina aparición en el pueblo, el anciano carpintero solo se limitó a decir que era un huérfano quien había acudido a él en busca de ayuda, pero Pinocho, quien era inocente por naturaleza contó la verdad en secreto a Charlotte, le habló del Hada Azul, de los engaños de Juan y Gideon, de Stromboli y de la extraña Isla de los juegos. En respuesta la joven solo había sonreído, pues a esa edad ella también era muy imaginativa y confundía los sueños con realidad, tal vez al pobre Pinocho le había ocurrido lo mismo. Las clases prosiguieron una hora, entre charlas de la institutriz, su madre y ella, hablando de las novedades del pueblo y los progresos de ambos hermanos. Hicieron una pausa unas horas después para tomar el té y la merienda, su madre preparó la comida y prosiguieron hasta que las campanas de la iglesia repiquetearon anunciando la hora.

-¡Las tres menos cuarto!- exclamó Charlotte.- Lo lamento señorita Sophie, pero debo ir a recoger a mi hermano de la escuela.-

-Tranquila querida, yo también debo irme, ha sido un placer estar con ustedes.-

-Gracias por venir Giovanni.- se despidió su madre acompañando a la mujer hacia la puerta.- Y de nuevo gracias por darle la oportunidad a mi hija de aprender de sus lecciones.-

-Es un placer Laura, he de decir que disfruto mucho de que su hija plasme tanta imaginación en su trabajo, la originalidad siempre es buena para este tipo de negocios que implican un talento artístico.- Giovanni se despidió y se marchó en dirección contraria, Charlotte corrió entonces para regresar a la escuela y recoger a su hermano de las clases.