Capítulo 6
LA GALERIA
Una semana después...
Había ido al supermercado a realizar las compras que necesitaba. No había tenido tiempo de realizarlas debido al intenso trabajo que había tenido en la agencia.
Colocó la llave en la herradura para entrar cuando fue abordada por una de sus amigas.
― ¿Hasta cuándo me dejarás de hacer la ley del hielo?
Alzó una ceja al verla. Tras su confesión había decidido darle un castigo leve en el cual consistía no hablarle durante un tiempo.
Y no era para menos.
Literalmente la había vendido a Inuyasha. Incluso se atrevía a decir que se la puso en bandeja de plata para que él solo llegara y se diera un festín con ella.
Todo por un maldito intercambio entre abogados. Porque ahora, gracias a Kikyo, sabía que ese hombre era abogado y es más temido.
―No sé – se encogió de hombros y empujó la puerta con un pie para entrar – Sigo molesta contigo.
Entró al departamento seguida de su amiga, quién cerró la puerta tras su pasó.
En un acto de frustración, Kikyo pegó varios brincos y así fue siguiéndole hasta la pequeña cocina.
Kagome dejó las bolsas de mandado en la mini isla y contempló la escena que estaba haciendo su amiga.
Para ser una abogada y directora de un bufé no era la mejor reacción.
Comenzó a sacar los productos de las bolsas de cartón y a guardarlos en los gabinetes.
―Pero tú te beneficiaste más que yo.
Luego de guardar unas verduras enlatadas, le dio un portazo al gabinete y giro bruscamente para mirarla de frente.
― ¿Y tú no? – alzó una ceja – El tipo te hizo ese intercambio. No puedo creer que me hayas elegido sobre un cliente. Aún estoy indignada.
El rostro de culpabilidad se vio reflejado en los ojos negros de Kikyo. Si, tenía todo el derecho de estar molesta con ella y no debía por qué reclamarle absolutamente nada.
―Si de algo te sirve, quiero que sepas que no acepté esa cartera. Le hablé al día siguiente para decirle que mi amistad estaba por encima de todo.
ESA parte hizo que se le ablandara un poco el enfado. Pero solo un poco.
―Escucha, sé que lo que hice estuvo mal y lo admito. Mi única defensa es que no pensé en su momento.
―No, porque pensaste más en el dinero.
Salió de la estancia y fue directo al baño. Kikyo se recargo en la puerta escuchando como su amiga hacía del baño.
―Si, lo pensé – admitió – Pero segundos más tarde me arrepentí al pensar en la trampa que te había puesto.
Se escuchó el agua del grifo correr y es seguro de la puerta se desactivó.
Kagome salió y Kikyo se apartó. Ambas quedaron frente a frente.
―Yo que iba a saber que ese tipo era a quién te cogiste en Zeus. Me lo hubieras dicho la noche que te envié a la cita. Así, cuando él me hubiera ido a ver para preguntar por tu paradero habría sido tajante en mandarlo por un tubo.
Era cierto, toda esa confusión comenzó cuando no fue sincera en cuanto a la cita se refería.
―es lo personal pienso que tú fuiste la más beneficiada – prosiguió Kikyo – Te lo cogiste más de dos veces. Ni yo que llevo tiempo en Zeus he logrado esa hazaña.
―Y te recuerdo que estuviste a punto de cogértelo.
Eso hizo que Kikyo hiciera una mueca de desagrado.
―Está bien que me gusten atléticos y guapos. Pero ese hombre en particular me desagrada.
Avanzó los pasos que quedaba y la abrazó por los hombros.
―Fue lo mejor. Que tú te lo hayas cenado.
Ambas se miraron.
―Por cierto, no me has dado los detalles del segundo encuentro.
Kagome frunció el cejo. Entre ella y Jakotsu la iban a mandar al hospital en urgencias. En toda la semana su compañero tampoco paró de acosarla hasta saber por entero el "chismecito" cómo él lo decía.
Estaba segura de que él era el que más se quedó fascinado con el abogado Taisho.
Quién desde luego y tal como se lo prometieron, no se volvieron hablar. Al punto de sospechar que ya la había borrador de su WhatsApp porque ya no podía ver su foto de perfil. Si, no había borrado la conversación, tenía esa vaga sensación que alguna vez le mandaría un mensaje para verse. Si lo borraba, perdería todo contacto.
―Voy a bajarte el nivel de castigo. Te hablaré, pero no te contaré esa experiencia.
Bien, podría aceptar esa oferta ya que no estaba en condiciones de exigir.
Kikyo la abrazó, porque si algo había aprendido en esa semana era a valorar más la amistad. Kagome se la brindó sin recibir nada a cambio y no fue justo lo que le hizo.
―Puedo vivir sin eso mientras tenga tu amistad, Kagome.
Escucharon un móvil y era el de Kagome. Fue corriendo a la cocina y lo sacó de su bolsa de mano.
Era Bankotsu, le mandaba varios mensajes para recordarle que la exposición de fotografía era hoy y que pasaba por ella.
No se había atrevido aceptar salir con él hasta que mencionó dicha exposición. Fue ahí cuando lo hizo, en parte porque quería ir y, además, él estaba muy insistente.
Tal vez si probaba algo distinto podría sacarse de la cabeza a ese peliplateado el cual la había dejado con ganas de más.
― ¿Por qué tan sonriente?
Apartó la vista del aparato y vio a su amiga recargada en la isla y observándola atentamente.
―Hoy saldré con el doctor Morrison a una exposición de fotografía.
― ¿No pensabas decírmelo?
―Estaba y sigo enfadada contigo. La única que sabe es Sango, la cual le advertí que no te mencionara nada.
Kikyo que llevó la mano al pecho en una muestra clara de haberle dolido ese comentario.
―Así que, sin ofender, pero necesito estar sola para arreglarme.
Despidió a su amiga, prometiéndole que cuando su enfado pasara le contaría con lujo de detalle el segundo encuentro. Pero por lo pronto debía arreglarse si no quería llegar tarde a su cita con el doctor Bankotsu.
Abrió su armario y comenzó a explorar entre la fila de ropa que tenía colgada. Un vestido no sería lo suficiente cómodo, a parte, no se atrevía a usar uno delante de su cita. Así que optó por algo casual, compuesto por unos jeans, una blusa negra de cuello redondo y una chamarra de cuero negro.
Bankotsu le envió un mensaje anunciando que estaba frente a la acera del complejo donde vivía. No es que no quiera invitarlo a pasar, sino que ese era un espacio intimo para ella.
A su paso por el pasillo saludó a varios vecinos, bajó por las escaleras y salió del complejo.
Él ya la esperaba recargado en la puerta de su mercedes. Al verla le regaló una resplandeciente sonrisa. Kagome se quedó unos minutos ahí, observando a ese hombre moreno y preguntándose por qué no era capaz de darle una oportunidad.
Aunque debía reconocer que se había ganados puntos al conseguir entradas para la exposición del fotógrafo al cual admiraba.
― ¿Nos vamos? – preguntó él al verla.
Ella asintió y se dejó guiar por él hasta la puerta del copiloto. Segundos más tarde lo vio sentarse y encender el motor del vehículo.
―Estaba pensando que luego de la exposición ir a comer algo – antes de que ella respondiera se anticipó― Claro, siempre que tú lo desees.
Pero la mente de Kagome no estaba ni en la cena, ni mucho menos en la exposición. Sino más bien sus pensamientos eran de otro calibre. Como el imaginarse como se vería desnudo ese moreno. A lo que observaba, podía notar que por debajo de esa sudadera verde había unos brazos bien marcados.
¿Su pene sería grande?
¡Qué cosas pensaba!
Sintió que su piel comenzaba a tornarse colorada y apartó su mirada de ese cuerpo.
Aunque llevaba tiempo sin sexo ¿Se vería mal si le propusiera algo así?
Lo miró de reojo y desechó esa opción. Ese hombre se veía demasiado conservador. A lo que sabía de él, era a que se dedicaba a atender niños ya que era un neurólogo pediatra. Por lo que sí, conservaba una fachada un tanto pacífica. Nada que ver con su atractivo pervertido al que ya no sabía nada de él.
Aunque sabía que no era justo para ella pensar todo el tiempo en aquel hombre. Probablemente había retomado sus citas en Zeus. Además, entre ellos se acordó que no se volverían a ver ni mucho menos saber del otro. Así que debía apartarlo de su mente y continuar con su camino.
―Me encantaría – respondió al fin.
En el trayecto a la galería hablaron de otras cosas por lo que le fue sencillo mantener una conversación fluida.
Para la sorpresa de Kagome, el lugar estaba abarrotado por aquellos que también habían ido a ver las fotografías. Las imágenes se separaron por sesiones. Por ahora estaba contemplando unas en blanco y negro. Entre las cuales abarcaban a personas de la tercera edad sonriendo, otras de niños jugando futbol.
De reojo veía a Bankotsu un poco impaciente. Sonrió, porque algo le decía que no estaba disfrutando con aquello, pero sin duda estaba haciendo un esfuerzo con tal de estar a lado suyo.
―Debo dejarte por un momento – le susurró― Te alcanzo en un momento.
Ella asintió y lo vio dirigirse con dirección a los sanitarios para caballero.
Prosiguió contemplando las imágenes y al dar la vuelta por un pasillo se encontró en la sección de naturaleza. Esa era las que más le gustaban. Suspiró de nostalgia, a menudo o más bien, cuando ella solía tener tiempo, cargaba con sus pertenencias y las subía al auto para partir con dirección al bosque y así capturar la esencia de la naturaleza con la única cámara profesional que tenía.
Por eso le urgía comprarse una combi para ya no tener que transportarse en su auto.
Una de esas imágenes le llamó la atención y se detuvo a contemplarla. Era en un bosque junto al lago y comenzaba a amanecer, pero lo que la hacía aun fascinante era ver a un ave surcar por el borde el río sin contar con los tonos naranja y azul le daban un efecto sutil a la fotografía. Pensó en el tiempo que tuvo que medir el fotógrafo para capturar aquel inolvidable momento.
Cerró los ojos y por un momento se imaginó estar ahí, en ese lugar. Incluso, la que probablemente había sido la que tomó aquella fotografía.
―Es muy bonita ¿No te parece?
Abrió los ojos y buscó la pequeña voz que escuchó con tanta claridad. Volteó en todas direcciones, pero no vio a nadie, hasta que bajó la mirada y se encontró con una niña de pelo plateado que estaba junto a ella, contemplando la misma imagen.
La reconocía, claro que sí. Era la misma niña que vio en el supermercado y por la que tuvo un pequeño percance con su enfermera. Pero se le hizo extraño verla sola, debió haberse extraviado porque no había ningún adulto a lado de ella.
―Lo es – respondió con una inclinación de cabeza. ― ¿Te gusta la fotografía?
La pequeña le obsequió una radiante sonrisa a la par que la contemplaba con sus ojos dorados.
― ¡Mucho!
Sus ojos dorados la contemplaron con un resplandeciente brillo. Con esos ojos dorados que tanto le recordaban a cierta persona.
―Te conozco – ella dijo al fin.
Kagome asintió.
―Y yo a ti ¿Tu enfermera sabe que estas aquí?
Ella negó, moviendo su cabecita en ambas direcciones.
―Mi papá la corrió por inepta.
Kagome tuvo que morderse labio inferior para no reír. Pues nunca había escuchado a un niño y menos en una niña, referirse de esa manera de un adulto.
― ¿Dónde están tus padres?
Ella se encogió de hombros.
¿Cómo era posible que una persona pudiera ser tan descuidada y perder de vista así a un niño? Con lo fácil que era para un perderse. No quiso dejarla sola y en cambio lo mejor que pudo hacer fue acompañarla. Si veía a un guardia podría canalizarla con él y ese ya no sería su problema.
Pero algo le dijo que se quedara a su lado y que no la perdiera de vista.
― ¿Estas perdida?
― ¡Kanna!
Una profunda y ronca voz masculina resonó en esa sección. La niña giró levemente la cabeza para ver a la persona que le estaba hablando en esos momentos.
― ¡No vuelvas a separarte así de mí!
Inuyasha le acomodó un mechón de su cabello rebelde, claro, siendo cuidadoso de no tocarla. Solamente tenía ojos para su pequeña, por lo que la persona que estaba a su lado simplemente pasó a segundo término. Jamás estuvo tan asustado como esa ocasión, era la primera vez que le pasaba y ya estaba volviéndose loco por no encontrar a su pequeña hija.
Comenzaba a juzgarse así mismo por acceder llevarla a ver esa dichosa galería. A él no le gustaba la fotografía, pero a Kanna sí y su madre insistió que era lo que la niña deseaba desde hace unas semanas. Raro gusto en ella y si con eso lograba tenerla feliz, haría lo que fuese para que así fuese, sobre todo pasar una tediosa tarde observando fotos que no tenían sentido para él.
―La abuela y yo estábamos muy preocupados al no encontrarte.
―Lo siento, papá – se disculpó ella.
Su mente no lograba procesar todo esa información ya que escuchó gran parte de esa conversación y más de como lo llamaba padre. Realmente no sabía que hacer, si comenzar su retirada dando pequeños pasos. Divisó la salida más próxima, realmente no estaba tan lejos por lo que no notarían cuando ya se hubiese ido.
Pero los lindos y brillantes ojos de la niña se clavaron en ella y no tuvo más remedio que quedarse congelada en posición firme.
―Ella me cuidó – le señaló.
Y Kagome solo pidió que no volteara a verla.
Pero sus deseos no fueron escuchados, pues en cuanto el hombre clavó su mirada en ella ahora sí que le resultó más que imposible salir corriendo por el pasillo que seleccionó como su vía de escape.
Inuyasha la recorrió lentamente, devorándola con la mirada. Se levantó lentamente, tomó la mano de su hija y se perdió en la mujer que estaba frente a él.
No recordaba las veces que le había dolido la cabeza de solo pensar en ella. Incluso en la semana su mal de humor no disminuía con nada y por si fuera poco siempre estaba excitado, por ella. Aún tenía gravado en su memoria los jadeos de placer.
De su cuerpo arquearse.
De sus labios, aquella boquita que le había hecho una mamada con pastillas halls negras.
De su piel desnuda pegada a la de él.
Ni siquiera se había olvidado de sus ojos chocolate. Que en esos momentos no dejaban de parpadear en todo momento.
Si pensaba que su fiebre loca podía pasar con una segunda dosis de ella, había estado equivocado. Ya que su sed por probarla no hizo más que aumentar y ahora menos que la volvía a ver.
Para ser honesto consigo mismo, no había vuelto a concretar más citas en Zeus porque muy bien sabía que no la vería ahí. Salvo en la convención que estaba por realizarse dentro de un par de meses.
¿Ella si había regresado al Palacio? ¿Iría a dicha convención? ¿Pensaba ella en él como él lo hacía con ella?
―Gracias señorita.
―No hay de que.
Estaba a punto de despedirse y salir corriendo de ahí cuando apareció Bankotsu, sin siquiera prestar atención a la escena.
Inuyasha únicamente fulminó con la mirada al doctor de su hija y por estar tan cerca de dulzura. A leguas se notaba que el cabrón se la quería llevar a la cama. Lo veía en sus ojos azules y si es porque no lo conocía, se atrevía a decir que era solo sexo lo que transpiraba.
―Disculpa la tardanza, Kagome.
Bankotsu no tenía ojos para nadie más, solo para Kagome.
― ¿Doctor Bankotsu?
Él apartó la mirada de Kagome y vio a su paciente favorita y como el buen doctor que era, se inclinó para estar a la altura de ella.
―Hola, hermosa – sonrió – Creí que no ibas a venir.
―Mi papá me trajo a último minuto.
―Me alegra que lo haya hecho. Eso te hará sentir mejor.
Kanna pasó la mirada de su doctor a la mujer que estaba atrás de él.
― ¿Es su novia, doctor Morrison?
Pregunta incomoda que puso en apuros a más de una persona en ese espacio. Bankotsu sonrió negó.
―No pequeña, es solo una amiga – pero se acercó más a ella y le susurró – Pero eso espero algún día.
Eso lo alcanzó a escuchar Inuyasha y apretó los puños de las manos. El lunes a primera hora le diría a Kaede que se pusiera a buscar al mejor neuro pediatra No quería que su hija tuviese más contacto con el doctor "cabrón" Morrison.
―Ya es hora de irnos, Kanna – anunció él.
La verdad es que no quería seguir ahí.
Kanna asintió, luego de despedirse de su doctor se acercó a la mujer que le había gradado. Era tan parecida a la que había dibujado. Si tuviese una mamá, habría sido así como ella, bonita.
―Creo que no sé tu nombre.
Para asombro de su padre y doctor, extendió su mano a ella para estrecharla.
Kagome sonrió y le tomó su mano.
―Me llamo Kagome.
―Un placer Kagome. Eres muy bonita.
―Igual tú.
Esto hizo sonreír a Kanna, pero su saludo no duró mucho y comenzó a molestarle un poco así que retiró rápidamente su manita.
―Espero verte muy pronto.
En primera instancia se quiso alejar con su hija sin despedirse, pero sabía que no era lo correcto.
Así qué, dando uso de su educción lo hizo.
―Doctor Morrison, señorita Kagome.
Se alejaron de ahí, pero antes de dar vuelta por un pasillo giró levemente la cabeza para contemplar por última vez a dulzura. Casi se le daba un algo cuando vio a ese doctorcito tomarla de la espalda y llevársela por el otro lado opuesto.
Estaba estacionado en una calle oscura pero que le daba una amplia vista de la ventanilla de aquel restaurante. Tras haber salido de la galería les había pedido un Uber a su madre y a Kanna, alegando que le había surgido trabajo.
Su principal intención había sido seguir a esa pareja. Apretó las manos sobre el volante, su instinto primitivo le decía que entrara a ese lugar, se echara a dulzura a los hombros y la apartara del doctor.
Pero se mantuvo tranquilo, aguardando el momento indicado y no fue hasta cuando él la llevó al complejo de departamentos donde vivía. ahora sabía dónde vivía ella.
Los vio parados en la acera, mirándose frente a frente y ese imbécil sonriéndole en todo momento. Era como si esperara a que ella lo invitara a pasar.
―Vete idiota. Vete. Esa mujer no es para ti.
Si Kagome había tenido una intención de invitarlo a pasar a su departamento y por qué no, llevarlo a su cama. Todo eso se había desecho al momento que supo que él era el doctor de la hija de Inuyasha.
―Me la he pasado bien, gracias – comenzaba a despedirse – Muchas gracias.
―Yo igual.
Retrocedió un paso atrás, siendo firme en su intención de acabar aquí la noche.
―Espero que algún día se repita.
Ella asintió.
―Bueno, debo irme.
Se apresuró a darle un beso en la mejilla y rápidamente sacó las llaves del bolso de su chamarra. Sin detenerse a mirar atrás entró a su edificio.
No era tan tarde como para que el pasillo estuviese desierto, de hecho, no escuchaba el ruido habitual que hacía sus vecinos. Se detuvo frente a su puerta y antes de introducir la llave en la ranura, alguien la hizo girar bruscamente.
―Pero que...
No pudo decir más, pues unos labios invasores devoraron su boca, obligándola a callas por completo. Unos largos dedos ya conocidos, tentaron sus curvas para alzarla. De pronto se vio de espaldas pegada a la puerta, enredando sus piernas en las anchas caderas de un hombre que conocía no solo vestido de traje, sino que también desnudo.
